Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe
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La familia blanca es la depositaría de una determinada estructura. La sociedad es verdaderamente el conjunto de las familias. La familia es una institución que anuncia una institución más amplia: el grupo social o nacional. Los ejes de referencia siguen siendo los mismos. La familia blanca es el lugar de preparación y de formación de una vida social. «La estructura familiar se interioriza en el superyo y se proyecta en el comportamiento político [social, diríamos nosotros]» (Marcus). El negro, en la medida en que se quede en su tierra, cumple más o menos el destino del pequeño blanco. Pero en cuanto vaya a Europa tendrá que repensar su suerte. Porque el negro en Francia, en su país, se sentirá diferente de los demás. Se dice muy pronto: el negro se inferioriza. La verdad es que se le inferioriza. El joven antillano es un francés llamado en todo momento a vivir con sus compatriotas blancos. Pero la familia antillana no tiene prácticamente ninguna relación con la estructura nacional, es decir, francesa, europea. El antillano debe entonces elegir entre su familia y la sociedad europea; dicho de otra forma, el individuo que asciende hacia la sociedad (la blanca, la civilizada) tiende a rechazar la familia (la negra, la salvaje) en el plano de lo imaginario, con relación a las Erlebnis infantiles que hemos descrito previamente. Y el esquema de Marcus se convierte en este caso: Familia Individuo Sociedad La estructura familiar es rechazada en el «ello». El negro se da cuenta de la irrealidad de muchas de las proposiciones que había hecho suyas con referencia a la actitud subjetiva del blanco. Comienza entonces su verdadero aprendizaje. Y la realidad se revela extraordinariamente resistente... Pero, nos dirán, no hace sino describir un fenómeno universal, siendo el criterio de la virilidad justamente la adaptación a lo social. Respondemos entonces que esta crítica conduce a falsedad, porque hemos demostrado precisamente que, para el negro, hay un mito que afrontar. Un mito sólidamente anclado. El negro lo ignora durante todo el tiempo en que su existencia se desarrolla en medio de los suyos pero, a la primera mirada blanca, siente el peso de su melanina10. 10 Recordemos a este respecto lo que escribía Sartre: «Algunos niños, desde la edad de seis años, se han pegado con sus compañeros de escuela que les llamaban “youpins”. A otros se les ha mantenido mucho más tiempo en la ignorancia de su raza. Una chica israelita, en una familia que conozco, ignoraba hasta los quince años el sentido mismo de la palabra judío. Durante la Ocupación, un médico judío de Fontainebleau, que vivía encerrado en su casa, educaba a sus niños sin decirles ni una palabra sobre su origen. Pero, de una forma u otra, tienen que aprender un día la verdad: a veces por las sonrisas de la gente que los rodea, otras por un rumor o por insultos. Cuanto más tardío es el descubrimiento, más violenta la sacudida: de un golpe se enteran de que los otros sabían algo que ellos ignora 138
Después está el inconsciente. El drama racial se desarrolla al aire libre y el negro no tiene tiempo de «inconscienciarse». El blanco lo consigue en una cierta medida; ahí hace su aparición un nuevo elemento: la culpabilidad. El complejo de superioridad de los negros, su complejo de inferioridad o su sentimiento igualitario son conscientes. En todo momento lo transitan. Encarnan su drama. No hay, en ellos, esta amnesia afectiva que caracteriza la neurosis típica. Cada vez que leemos una obra de psicoanálisis, que discutimos con nuestros profesores, que conversamos con enfermos europeos, nos sorprende la inadecuación entre los esquemas correspondientes y la realidad que nos ofrecía el negro. Progresivamente hemos llegado a la conclusión de que hay una sustitución de dialéctica cuando se pasa de la psicología del blanco a la del negro. Los valores primeros de los que habla Charles Odier13, son diferentes en el blanco y en el negro. El esfuerzo de socialización no remite a las mismas intenciones. Verdaderamente cambiamos de mundo. Un estudio riguroso debería presentarse así: - interpretación psicoanalítica de la experiencia vivida del negro; - interpretación psicoanalítica del mito negro. Pero lo real, que es nuestro único recurso, nos prohíbe semejantes operaciones. Los hechos son mucho más complicados. ¿Cuáles son? . El negro es un objeto fobógeno, anxiógeno. Desde la enfermedad de Sérieux y Capgras12 hasta aquella chica que nos confesaba que acostarse con un negro representaba algo terrorífico para ella, encontramos todos los grados de lo que llamaremos la negro-fobogénesis. A propósito del negro se ha hablado mucho de psicoanálisis. Desconfiando de las aplicaciones que podrían hacerse13, hemos preferido titular este capítulo «El negro y la psicopatología» en vista de que ni Freud, ni Adler, ni siquiera el cósmico Jung han pensado en los negros en el curso de sus investigaciones. Y tenían sus buenas razones. Se olvida a menudo que la neurosis no es constitutiva de la realidad humana. Se quiera o no, el complejo de Edipo no está cerca de ver la luz entre los negros. Se nos podría objetar, con Malinowski, que el régimen matrialcal es el único responsable de esta ausencia. Pero, aparte de que podríamos preguntarnos si los etnólogos, imbuidos de los complejos de su civilización no se han esforzado demasiado en encontrar la copia de estos en los pueblos que ban sobre sí mismos, que se les aplicaba un calificativo torvo e inquietante que en su familia no se empleaba», J.-P. Sartre, R éflexions sur la question juive, cit., pp. 96-97. 11 Las dos fuentes, consciente e inconsciente, de la vida moral. 12 Les fo lies raisonnantes, citado por Angelo Hesnard, U univers m orbide de la faute, París, PUF, 1949, p. 97. 13 Pensamos especialmente en Estados Unidos; véase, por ejemplo, H om e o fth e Brave, 1949. 139
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La familia blanca es la depositaría de una determinada estructura. La sociedad es<br />
verdaderamente el conjunto de las familias. La familia es una institución que anuncia<br />
una institución más amplia: el grupo social o nacional. Los ejes de referencia siguen<br />
siendo los mismos. La familia blanca es el lugar de preparación y de formación<br />
de una vida social. «La estructura familiar se interioriza en el superyo y se proyecta<br />
en el comportamiento político [social, diríamos nosotros]» (Marcus).<br />
El negro, en la medida en que se quede en su tierra, cumple más o menos el destino<br />
del pequeño blanco. Pero en cuanto vaya a Europa tendrá que repensar su<br />
suerte. Porque el negro en Francia, en su país, se sentirá diferente de los demás. Se<br />
dice muy pronto: el negro se inferioriza. La verdad es que se le inferioriza. El joven<br />
antillano es un francés llamado en todo momento a vivir con sus compatriotas blancos.<br />
Pero la familia antillana no tiene prácticamente ninguna relación con la estructura<br />
nacional, es decir, francesa, europea. El antillano debe entonces elegir entre su<br />
familia y la sociedad europea; dicho de otra forma, el individuo que asciende hacia<br />
la sociedad (la blanca, la civilizada) tiende a rechazar la familia (la <strong>negra</strong>, la salvaje)<br />
en el plano de lo imaginario, con relación a las Erlebnis infantiles que hemos descrito<br />
previamente.<br />
Y el esquema de Marcus se convierte en este caso:<br />
Familia Individuo Sociedad<br />
La estructura familiar es rechazada en el «ello».<br />
El negro se da cuenta de la irrealidad de muchas de las proposiciones que había<br />
hecho suyas con referencia a la actitud subjetiva del blanco. Comienza entonces su<br />
verdadero aprendizaje. Y la realidad se revela extraordinariamente resistente...<br />
Pero, nos dirán, no hace sino describir un fenómeno universal, siendo el criterio de<br />
la virilidad justamente la adaptación a lo social. Respondemos entonces que esta crítica<br />
conduce a falsedad, porque hemos demostrado precisamente que, para el negro,<br />
hay un mito que afrontar. Un mito sólidamente anclado. El negro lo ignora durante<br />
todo el tiempo en que su existencia se desarrolla en medio de los suyos pero,<br />
a la primera mirada blanca, siente el peso de su melanina10.<br />
10 Recordemos a este respecto lo que escribía Sartre: «Algunos niños, desde la edad de seis años,<br />
se han pegado con sus compañeros de escuela que les llamaban “youpins”. A otros se les ha mantenido<br />
mucho más tiempo en la ignorancia de su raza. Una chica israelita, en una familia que conozco, ignoraba<br />
hasta los quince años el sentido mismo de la palabra judío. Durante la Ocupación, un médico judío<br />
de Fontainebleau, que vivía encerrado en su casa, educaba a sus niños sin decirles ni una palabra<br />
sobre su origen. Pero, de una forma u otra, tienen que aprender un día la verdad: a veces por las sonrisas<br />
de la gente que los rodea, otras por un rumor o por insultos. Cuanto más tardío es el descubrimiento,<br />
más violenta la sacudida: de un golpe se enteran de que los otros sabían algo que ellos ignora<br />
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