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Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe

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No hay desproporción entre la vida familiar y la vida nacional. A la inversa, si evaluamos<br />

una sociedad cerrada, es decir, que haya sido protegida del flujo civilizador, encontramos<br />

las mismas estructuras descritas anteriormente. Lame du pygmeée d’Afrique,<br />

del reverendo padre Trilles, por ejemplo, nos convence de esto; se siente en todo<br />

momento la necesidad de catolizar el alma negruzca, pero la descripción que se encuentra<br />

ahí de la cultura (esquemas culturales, persistencia de los ritos, supervivencia<br />

de los mitos) no da la impresión artificial de La philosophie bantoue.<br />

En un caso como en el otro, hay proyección sobre el medio social de las características<br />

del medio familiar. Es verdad que los hijos de ladrones o bandidos, acostumbrados<br />

a una determinada legislación del clan, se sorprenderán al constatar que el<br />

resto del mundo se comporta de forma diferente, pero una nueva educación (a no ser<br />

que haya perversión o retraso [Heuyer])3 debería poder llevarlos a moralizar su visión,<br />

a socializarla.<br />

Se percibe, en todos estos casos, que la morbidez se sitúa en el medio familiar.<br />

«La autoridad del Estado es para el individuo la reproducción de la autoridad familiar<br />

por la que ha sido modelado en su infancia. El individuo asimila las autoridades<br />

que encuentra ulteriormente a la autoridad parental: percibe el presente en términos<br />

del pasado. Como todos los otros comportamientos humanos, el comportamiento<br />

ante la autoridad es aprendido. Y es aprendido en el seno de una familia que<br />

se puede distinguir desde el punto de vista psicológico por su organización particular,<br />

es decir, por la forma en la que la autoridad se reparte y se ejerce»4.<br />

Pero, y éste es un punto muy importante, constatamos lo contrario en el hombre<br />

de color. Un niño negro normal, crecido en el seno de una familia normal se anor-<br />

malízará al menor contacto con el mundo blanco. Esta proposición no se entenderá<br />

inmediatamente. Avancemos, pues, reculando. Rindiendo justicia al doctor Breuer,<br />

Freud escribe:<br />

En casi cada caso, constatamos que los síntomas eran como residuos, por así decirlo,<br />

de experiencias emotivas que, por esta razón, hemos llamado más tarde traumas psíqui­<br />

a esta pregunta. Para esquivar a los que tienen más prisa, citamos la muy instructiva obra, aunque únicamente<br />

centrada en el problema biológico, de Georges Canguilhem Le norm al et le path ologiq u e<br />

(1943). Añadimos únicamente que, en el ámbito mental, es anormal aquel que pide, apela, implora.<br />

3 Y aún esta reserva es ella misma discutible. Véase, por ejemplo, la comunicación de Juliette Bou-<br />

tonníer: «¿No será la perversión un profundo retraso afectivo sostenido o engendrado por las condiciones<br />

en las que ha vivido el niño, al menos en la misma medida que por las disposiciones constitutivas,<br />

que siguen contando, evidentemente, pero que no son, con probabilidad, las únicas responsables?»,<br />

R evue frangaise de Psychanalyse 3, 1949, pp. 403-404.<br />

4 Joachim Marcus, «Structure familiale et comportements politiques», L autorité dans la fa m ille et<br />

dans l’Etat, R evue frangaise de Psychanalyse, abril-junio de 1949.<br />

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