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Piel negra, máscaras blancas - gesamtausgabe

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¿Quiénes eran entonces esos hombres a los que un salvajismo no superado por el cur­<br />

so de los siglos arrancaba así de sus países, de sus dioses, de sus familias?<br />

Hombres suaves, amables, corteses, superiores seguramente a sus verdugos, ese hata­<br />

jo de aventureros que rompían, violaban, insultaban a Africa para despojarla mejor.<br />

Ellos sabían edificar casas, administrar imperios, construir ciudades, cultivar los cam­<br />

pos, fundir el mineral, tejer el algodón, forjar el hierro.<br />

Su religión era hermosa, hecha de misteriosos contactos con el fundador de la ciudad. Sus<br />

costumbres agradables, fundadas sobre la solidaridad, la bienvenida, el respeto a la edad.<br />

Ninguna coerción, sino ayuda mutua, alegría de vivir, disciplina libremente aceptada.<br />

Orden — Intensidad — Poesía y libertad.<br />

Desde el individuo sin angustia hasta el jefe casi fabuloso había una cadena continua<br />

de comprensión y confianza. ¿No ciencia? Cierto, pero tenían, para protegerles del mie­<br />

do, grandes mitos en los que la observación más fina y la imaginación más audaz se equi­<br />

libraban y fundían. ¿No arte? Tenían una magnífica escultura, en la que la emoción hu­<br />

mana estalla más ferozmente que nunca, tanto que organiza según las obsesivas leyes del<br />

ritmo los grandes planos de una materia encargada de captar, para distribuirlas, las fuer­<br />

zas más secretas del universo [.. .]16.<br />

[...] ¿Monumentos en pleno corazón de África? ¿Escuelas? ¿Hospitales? Ningún<br />

burgués del siglo XX, ningún Durand, Smith o Brown sospecha la existencia de estas co­<br />

sas en el África anterior a los europeos [...].<br />

[...] Pero Schoelcher señala su existencia, según Caillé, Mollien, los hermanos Can-<br />

der. Y aunque no señala en ninguna parte que cuando los portugueses desembarcaron en<br />

las orillas del Congo en 1498 descubrieron un Estado rico y floreciente, y que en la Cor­<br />

te de Ambasse los notables iban vestidos de seda y brocados, sí sabe al menos que África<br />

se enseñó a sí misma una concepción jurídica del Estado y sí sospecha, en pleno siglo del<br />

imperialismo, que, después de todo, la civilización europea no es más que una civiliza­<br />

ción entre otras, y no la más sensible17.<br />

Yo devolvía al blanco a su lugar; envalentonado, le empujaba y le espetaba a la<br />

cara: acostúmbrate a mí, yo no me acostumbro a nadie. Me carcajeaba a cielo abierto.<br />

El blanco, visiblemente, gruñía. Su tiempo de reacción se alargaba indefinidamente.<br />

.. Yo había ganado. Estaba exultante.<br />

Dejad ahí vuestra historia, vuestras investigaciones sobre el pasado e intentad acopla­<br />

ros a nuestro ritmo. En una sociedad como la nuestra, industrializada a más no poder,<br />

16 Aimé Césaire, «Introduction» a Emile Tersen (ed.), E sclavage et colonisation, antología de textos<br />

de Víctor Schoelcher, París, PUF, 1948. p. 7.<br />

17 Ibid., p. 8.<br />

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