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Cuentos y Poemas - Aula Avatares

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DESCALZOS EN EL AIRE<br />

AVATARES VIII - AÑO VIII<br />

<strong>Cuentos</strong> y <strong>Poemas</strong>


COMPILADO POR<br />

MARTA ROSA MUTTI<br />

DESCALZOS EN EL AIRE<br />

<strong>Avatares</strong> VIII - Año VIII<br />

<strong>Cuentos</strong> y <strong>Poemas</strong><br />

Horacio Aranda<br />

Juan Arrate<br />

Teresa Del Valle Baruzzi<br />

Graciela Busto<br />

Dolores Fernández<br />

Carmen Florentín<br />

Mirian Claudia López<br />

Julia Mansi<br />

Edith Migliaro<br />

Patricia Moltedo<br />

Mabel Sobradelo<br />

Olga Tasca<br />

Silvia Mabel Vázquez<br />

Norma Vinciguerra<br />

EDITORIAL DUNKEN<br />

Buenos Aires<br />

2010


Impreso por Editorial Dunken<br />

Ayacucho 357 (C1025AAG) - Capital Federal<br />

Tel/fax: 4954-7700 / 4954-7300<br />

E-mail: info@dunken.com.ar<br />

Página web: www.dunken.com.ar<br />

Hecho el depósito que prevé la ley 11 ֽ 723<br />

Impreso en la Argentina<br />

© 2010 Marta Rosa Mutti (comp.)<br />

e-mail: centroavatares@yahoo.com.ar<br />

ISBN en trámite


MARTA ROSA MUTTI<br />

LOS PAISAJES PASAJES<br />

DE LA PRIMERA PERSONA<br />

Cuando decidimos narrar un texto en primera persona, las interferencias<br />

entre Narrador (el que cuenta la historia), Autor (el que la imagina) y Actor (el<br />

protagonista), provocan una cohesión de miradas y signifi cantes que hacen,<br />

que unos ocupen el lugar de los otros. De tal modo que el personaje, el Actor,<br />

acaba siendo quien toma los hilos de la historia, al punto de que los anteriores<br />

desaparecen.<br />

Tal es el caso que expone, precisamente, el texto: Borges y yo, del Hacedor.<br />

Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre<br />

de falsear y magnifi car…<br />

Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal<br />

a los juegos con el tiempo y con lo infi nito, pero esos juegos son de Borges<br />

ahora tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo<br />

y todo es del olvido, o del otro…<br />

J. L. BORGES<br />

Cuando se impone y se escenifi ca, la situación narrativa desde la primera<br />

persona, la visión que se ofrece al lector es una toma de postura abierta al<br />

subjetivismo real. Un yo de origen, que funciona enunciando la realidad y<br />

siendo: sujeto de la misma. Esta forma, supone mayor verosimilitud y compromiso<br />

con lo que se hace: cercana y creíble.<br />

Ahora bien, el yo protagónico, autorreferencial y subjetivo, no es ajeno<br />

al entorno, por lo que no sólo protagoniza, sino que observa, hecho que lo<br />

transforma en un referente de los roles de los demás.<br />

He aquí que dentro de una trama llevada por la primera voz, podemos<br />

jugar con interesantes elementos y alternar.


8<br />

MARTA ROSA MUTTI<br />

Por ejemplo, desde lo introspectivo subjetivo: el monólogo interior, la<br />

corriente de conciencia, el soliloquio. Dentro de lo participativo, podemos<br />

desarrollar un yo, que al estilo de una cámara de cine, desde su espacio refi era<br />

las acciones de los personajes que componen la acción.<br />

Lo que se puede realizar con modalidades varias. Así como tenemos tipos<br />

diferentes de humor, el yo narrativo puede optar y ser: imperativo, cuando su<br />

circunstancia transcurre por encima del resto. Susurrador, al poner bajo la<br />

mirada del lector una vista general de lo que sucede. Analítico, porque estudia<br />

y califi ca hechos y acciones, situación que hace participar al lector porque en<br />

él, desata la refl exión y el juicio. Descriptivo, cuando crea cierto paisaje humano<br />

y escenográfi co con el que nos mantiene al tanto de lo que acontece y no<br />

se compromete, sólo observa, o actúa según exija el juego dramático, de este<br />

modo establece una referencialidad objetiva-subjetiva. Autodiegético, es decir<br />

cuestiones, y hechos propios de la vida del autor, estableciendo una identidad<br />

entre narrador, autor y personaje, un ejemplo de este tratamiento lo encontramos<br />

en la Novela Cómo me hice Monja de César Aira. O en Casa Tomada,<br />

donde Cortázar, hace coincidir la identidad de la voz que cuenta, con la del<br />

protagonista, (el hermano de Irene), cuyo nombre no lo revela el texto, hecho<br />

que se provoca para marcar el pasaje al paisaje de una simbiosis perfecta.<br />

Sin objeción el manejo de la primera persona en el texto nos posibilita<br />

acercarnos y ser cómplices del lector, porque la acción que se plantea desde la<br />

fi cción, supone una participación tácita pero activa /actuante.<br />

El yo no guía, sino ejecuta, hace, trastoca y por lo tanto involucra. Hoy<br />

no es sufi ciente prestar todos los sentidos frente a la lectura, hoy los sentidos<br />

son sujetos de ella, el hombre no se deja llevar por la historia, sino que le toma<br />

el pulso y la conduce.<br />

MARTA ROSA MUTTI


¿Y EL CUENTO QUÉ?<br />

HORACIO ARANDA<br />

PRÓLOGO<br />

Un director de cine puede rodar una película exitosa, copiarla de otra,<br />

modifi carla y denominarla remake.<br />

Un cuentista puede hacer lo mismo y lo acusarán de plagio. Para evitar<br />

esta acusación debe juntar varios cientos de cuentos, extraer una oración de<br />

cada uno y mezclarlos adecuadamente. Con suerte puede lograr una composición<br />

inolvidable.<br />

Éste es uno de los secretos para escribir un cuento: haber leído un par de<br />

miles, adquirir estilo propio y volcarlo en el papel o en la computadora, más<br />

sencillo aún…<br />

TRES CUENTOS PORDIOSEROS<br />

O EL TALLER DE ANA MARÍA<br />

Daniel había trabajado duramente ese verano. Ambicionaba encontrar su<br />

nombre en la tapa del libro junto al de sus colegas. Se imaginaba en la Feria del<br />

Libro del 2009, recibiendo el premio de la Sociedad Argentina de Escritores<br />

para autores nóveles. Se veía subiendo al estrado con sus mejillas arrebatadas,<br />

aplaudido por los concurrentes y ovacionado por sus compañeros.<br />

Comenzó a escribir a los cincuenta años y dedicaba su tiempo libre a esta<br />

actividad, que se había incorporado a su vida como un vicio. El renombre que<br />

no había podido alcanzar ejerciendo su profesión, suponía que las letras se lo<br />

brindarían.<br />

En aquella época, de ello hará diez años, comenzó a participar en un taller<br />

de La Recoleta. Su profesora, Ana María Cervantes tenía pergaminos sufi cientes<br />

para cubrir las paredes de varios departamentos. Sus alumnos pertenecían<br />

a lo más selecto de la sociedad porteña y la presentación de sus publicaciones<br />

eran esperadas como acontecimiento literario. El taller de Ana María daba


10<br />

HORACIO ARANDA<br />

prestigio y ella, artesanalmente, lograba transformar el sencillo estilo de sus<br />

alumnos en literatura.<br />

Daniel despidió el año viejo escribiendo. Si le faltaba inspiración, la reemplazaba<br />

por dedicación, empeñado en terminar unos cuentos breves a los<br />

que denominaba “cuentos pordioseros”. Había concluido con el segundo y<br />

necesitaba un tercero para dar mayor consistencia a su producción. Finalmente,<br />

el seis de enero le envió a Ana María sus cuentos.<br />

Tres días después suena el teléfono en el taller.<br />

–Ana María, habla Daniel.<br />

–Si Daniel, ¿Qué necesitás?<br />

–¿Recibiste el material que te envié por Internet?<br />

–Todavía no abrí mi correo, contestó Ana María.<br />

–¡Ana María te pido por favor que los leas, estoy ansioso esperando tu<br />

opinión!<br />

–Quedate tranquilo Daniel, en la semana te llamo.<br />

Pasaron diez días y Daniel trataba de contactarse con la profesora, que<br />

de acuerdo a la respuesta del contestador telefónico se había ausentado hasta<br />

mediados de febrero.<br />

Exactamente el quince de febrero Daniel ubica a Ana María, quien al<br />

principio en forma evasiva le da a entender que un virus le destruyó el disco<br />

rígido perdiendo no sólo el material de Daniel, también los trabajos del resto<br />

de los cursantes.<br />

Daniel no hizo comentarios y con un frío saludo se despide fi nalizando<br />

la conversación.<br />

A principios de marzo, reinician las clases sin mencionar los trabajos<br />

presentados y el destino que les cupo. Ana María había estado en Río, en Pinamar,<br />

y algunos días en Punta. Un privilegiado en Aspen, Daniel, encerrado<br />

en su escritorio, dio forma a sus historias.<br />

Al terminar la clase deja un sobre en la mesa de trabajo y saluda al grupo.<br />

Ana María levanta los papeles de la mesa y encuentra un sobre que guarda<br />

los siguientes textos…


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

UN FESTIVAL NORTEÑO<br />

(PRIMER CUENTO PORDIOSERO)<br />

Durante las vacaciones de invierno, siguiendo una costumbre que ha perdurado<br />

a través de los años, fui con mi esposa a pasar unos días a las Termas<br />

de Río Hondo.<br />

En esa época del año, en el Teatro General San Martín de la ciudad<br />

termal, presentan espectáculos folclóricos que nos remiten a nuestras raíces<br />

musicales y nos aproximan con nostalgia a los años sesenta; Los Fronterizos,<br />

Los Quilla Huasi, Los Chalchaleros.<br />

En esta ocasión el espectáculo estaba constituido por coros de distintas<br />

provincias del noroeste. Cantarían temas de la región y en algunos casos, música<br />

autóctona, fusionada con ritmos modernos.<br />

El primer conjunto participante era el de los dueños de casa, los santiagueños.<br />

La función debía comenzar a las seis de la tarde. De acuerdo al programa<br />

impreso, iniciaban su actuación con chacareras de los Carbajal, siguiendo con<br />

temas de los hermanos Ávalos y fi nalizando con las hermosas composiciones<br />

de don Julio Jerez.<br />

El maestro de ceremonias tuvo que reconocer que a las siete de la tarde<br />

los integrantes del coro santiagueño, por un error ajeno a la organización no<br />

pudieron hacerse presentes, después de un asado ofrecido a sus huéspedes,<br />

se tiraron a descansar y siguieron de largo. A esa hora y adelantando unos<br />

minutos su participación subió al escenario el presentador cordobés. Con<br />

la simpatía propia de sus coterráneos comenzó contando chistes. Su chispa,<br />

eclipsó al coro que sonó como una pobre imitación de la mona Jiménez. El<br />

público pedía a gritos al cuentero, que tuvo que improvisar toda la hora para<br />

suerte de la concurrencia.<br />

A las ocho de la noche, les tocó, el turno a los salteños; durante toda una<br />

hora recitaron un: “…Ah…”, con ritmo de zamba.<br />

Como cierre del programa, actuaron los tucumanos: se robaron el espectáculo.<br />

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HORACIO ARANDA<br />

UN BASTÓN BLANCO<br />

(SEGUNDO CUENTO PORDIOSERO)<br />

Rogelio se apoyó en mi hombro derecho sollozando como un niño.<br />

–¿Qué te pasa viejo? –pregunté con curiosidad.<br />

–Es una historia larga, contestó Rogelio.<br />

–Contame si querés…<br />

Rogelio es un muchacho cincuentón, exitoso en los negocios, con varios<br />

fracasos sentimentales y a pesar de todo, insiste en la búsqueda de su media<br />

naranja.<br />

Trataré de ser fi el a su relato, con la idea de que quienes lo lean, no incurran<br />

en el mismo error.<br />

Caminaba Rogelio frente a la Plaza Flores y al llegar a la Basílica se sintió<br />

atraído por una joven, que en un pañuelo junto a su muslo derecho juntaba las<br />

monedas que los feligreses arrojaban. Según Rogelio, se acercó piadosamente,<br />

observando que la única carencia de la jovencita era la vista, del resto, había<br />

sobrante. Gentilmente se ofreció a ayudarla y satisfacer las necesidades de la<br />

invidente. Rosita con cierta timidez aceptó el gesto del caballero, quien amorosamente<br />

la alojó en su departamento. El primer día, le compró ropa adecuada<br />

y anteojos oscuros para ocultar esos ojos lechosos que tanto le impresionaban.<br />

La joven demostró en pocos días una enorme capacidad de aprendizaje<br />

desplazándose por la vivienda con absoluta libertad. Cuando Rogelio salía de<br />

compras Rosita prefería esperarlo con la comida caliente, decía que le molestaba<br />

que la gente la mirara con lástima, sintiéndose más feliz en la calidez del<br />

hogar. Pasaron quince días sin un sí ni un no. Rogelio había prescindido de la<br />

medicación para la hipertensión y de los hipnosedantes que de la mesa de luz<br />

pasaron al botiquín del baño.<br />

Una tarde el dueño de casa debió ausentarse para realizar trámites bancarios.<br />

Rosita se aproxima y le pregunta que desea para la noche. Rogelio,<br />

hombre de experiencia le dice: “lo que quieras Rosita, vos todo lo hacés bien”.<br />

Esa noche cenaron canelones a la Rossini y bebieron un delicioso malbec.<br />

A la mañana siguiente Rogelio se levanta con resaca. Al acercarse al<br />

lavatorio se encuentra un estuche con un par de lentes de contacto, un bastón<br />

blanco y unas líneas agradeciéndole los regalos recibidos, en particular los<br />

anteojos ahumados que le quedaban mejor que si ella los hubiera comprado.


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

EL PAYUCA<br />

(TERCER CUENTO PORDIOSERO)<br />

Diez horas de manejo, les habían permitido llegar a los esteros. Pararon<br />

la camioneta 4x4 y bajaron a estirar las piernas.<br />

–Mirá Bobby, justo lo que buscábamos.<br />

Un cartel manuscrito colgado en la puerta del negocio anunciaba:<br />

“Caza y pesca, organice su salida con Belisario Agüero, guía experimentado”<br />

Bobby y Andy se dirigieron al interior del local, golpeando las palmas<br />

de sus manos.<br />

–Hola Bolu… ¿hay alguien aquí?<br />

–Buenos días señores, ¿en qué puedo ayudarlos?<br />

–Bolu, queríamos salir a conocer los esteros, cazar algún bicho y comer<br />

un asadito.<br />

–Para eso estoy, pero quiero aclararles que mi nombre es Belisario, mis<br />

amigos me dicen Beli, no Bolu.<br />

–Está bien Bolu, digo Beli, no te ofendas, nosotros somos así de afectuosos<br />

con todo el mundo.<br />

Subieron a la camioneta y comenzaron la travesía. Belisario no abría la<br />

boca limitándose a contestar con monosílabos. Le molestaba la gente de la<br />

ciudad que deseando parecer pícara resultaba grosera, pero él estaba acostumbrado<br />

a los animales chúcaros, tiraba de la rienda y con el talero transformaba<br />

al bravo cimarrón en un perro faldero.<br />

Andy y Bobby seguían con sus chistes que tenían como blanco a Belisario.<br />

Dos horas después de haber partido, Bobby dice:<br />

–Bolu, paremos que me hago encima.<br />

–Espere que lleguemos a aquella arboleda, ahí atrás nadie los va a ver.<br />

–Bolu, trajiste papel higiénico, acotó Andy.<br />

–No hay problema, traje de todo.<br />

Tal como les había anunciado el guía al llegar a la arboleda caminaron<br />

unos metros encontrándose en un campito despoblado con el agua en los<br />

tobillos.<br />

–¿Dónde nos trajiste Bolu? ¡Nos estamos hundiendo! Gritó Bobby.<br />

–¡Belisario tiranos una soga! Agregó Andy con el barro a la altura de los<br />

muslos.<br />

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HORACIO ARANDA<br />

–¡Tomen muchachos! Espero que sirva y acompañando la acción con las<br />

palabras, arrojó una soga de dos metros de largo con sus extremos libres.<br />

Unos gorgoritos en el barro fue la despedida.<br />

Belisario subió a la camioneta y continuó su viaje a Paraguay.<br />

DESTINO PORDIOSERO<br />

“Espero tener mejor suerte y que el disco rígido no se deteriore”.<br />

Cariños: Daniel.<br />

Llegó el mes de abril y con él la Feria ansiada. El sueño de Daniel se estaba<br />

cumpliendo: Ana María emperifollada como una madonna, las compañeras<br />

audazmente vestidas y los varones armados de seducción. Daniel de traje<br />

oscuro y corbata subió al escenario, se aclaró la garganta y leyó sus cuentos<br />

utilizando una copia con las letras grandes y espaciadas evitando el uso de los<br />

anteojos. La emoción embargaba su voz y un cerrado aplauso celebraba cada<br />

uno de sus minicuentos. Las lágrimas, visibles con la luz lateral daban mayor<br />

emotividad al acto. Daniel agradeció a los espectadores, invitándolos a fi rmar<br />

sus ejemplares al fi nalizar la presentación. Bajó del estrado y se abrazó con<br />

compañeros y directivos. En el fondo del salón su esposa e hijos no podían<br />

contener las lágrimas. Vislumbró un futuro diferente, un contrato en una revista<br />

literaria, vivir sin sobresaltos económicos y adquirir un respaldo que le<br />

permitiera hacer exclusivamente aquello que amaba.<br />

Siguió concurriendo al taller de Ana María quien delicadamente esmerilaba<br />

sus escritos. Sin embargo algo se había fragmentado en su relación, un<br />

vínculo invisible había comenzado a debilitarse meses antes de la feria y sólo<br />

faltaba un ligero tirón para escindirlo. Ambos prefi rieron ignorarlo.<br />

Una mañana de agosto suena el timbre del departamento, el cartero pregunta<br />

por Daniel A. quien se acerca al escuchar su nombre. El cartero previa<br />

fi rma del interesado le hace entrega de una carta documento donde se lee el<br />

nombre del remitente: Dr. Alves de Souza –Abogado– Avda. Getulio Vargas<br />

2050 - Río de Janeiro.


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

¡QUÉ SIRVA DE EJEMPLO!<br />

“Ruido de frenos, un automóvil sin control y dos personas gravemente<br />

heridas. El conductor se da a la fuga. Quienes lo vieron manifestaron que era<br />

un hombre mayor en un moderno coche europeo. La patente comenzaba con<br />

H y el último dígito era 0. Además del aporte de los testigos del hecho, las<br />

cámaras ubicadas en esa esquina registraron al desaprensivo conductor, que<br />

abandonando a sus víctimas se alejaba velozmente del lugar”.<br />

Este artículo de apenas diez renglones apareció en los diarios de la ciudad.<br />

Quienes leyeron el texto probablemente pensaron en un accidente causado por<br />

el tráfi co alocado o un conductor alcoholizado.<br />

No fue así. Esta historia había comenzado varios meses atrás, siendo el<br />

factor desencadenante la muerte de un entrañable amigo.<br />

A usted que está leyendo estas líneas: ¿Concurrió alguna vez a un velatorio<br />

donde el difunto está acompañado de fl ores y sillas vacías? Hace poco<br />

tiempo viví esa situación, por eso mi pregunta. ¿No le gustaría saber cuánta<br />

gente fue a su velorio? ¡Sí!, al suyo.<br />

La respuesta inmediata es que va a ser imposible. Esa no es la respuesta<br />

a mi pregunta, probablemente no fui claro, la voy a reiterar de otra forma; mi<br />

inquietud es saber la capacidad de convocatoria que tendré en el momento<br />

de abandonar el mundo de los vivos. ¿Quiénes demuestran dolor? ¿Quiénes<br />

disfrutan anticipadamente mi ausencia?<br />

Ricardo, después de sufrir una corta enfermedad que lo llevó a la tumba,<br />

fue velado en una casa mortuoria del barrio de Caballito. Su deceso se había<br />

producido a primera hora de la mañana y sus restos ingresaron en la capilla<br />

ardiente a las cinco de la tarde. A esa hora el cajón abierto, que esperaba a<br />

deudos y amigos, tenía como única compañía a la esposa, los hijos y a quien<br />

esto relata. Habían pasado cinco horas cuando aparecieron sus compañeros<br />

de trabajo. Sentí que los recién llegados despedían a un amigo que partía de<br />

vacaciones y no a quien en vida había sido su jefe. Para esos “amigos”, la<br />

obligación era saludar a la viuda, tomar un café, y separarse en grupo a contar<br />

chistes que festejaban ruidosamente. Fue una situación tan desagradable, que<br />

tuve que increparlos.<br />

A las doce de la noche, ante mi pedido, Alejandra y los chicos fueron a<br />

descansar. Al costado del cajón quedé yo solo, acompañado por mis cavilacio-<br />

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16<br />

HORACIO ARANDA<br />

nes. ¿Cómo era posible que Ricardo tuviera de compañeros en su último viaje<br />

un par de coronas y unas velas? Allí comencé a maquinar mi plan.<br />

Me propuse encontrar la respuesta a aquellos temas obsesivos.<br />

Los artículos vinculados con la muerte aparente, la catalepsia o la suspensión<br />

de los signos vitales pasaron por mis manos y fueron analizados<br />

exhaustivamente.<br />

Para poder lograrlo había varios métodos, algunos muy peligrosos y de<br />

incierto resultado:<br />

El primero de ellos, probablemente el más inocuo, era el profundo conocimiento<br />

de la fi losofía yoga, pero para llegar al nivel de comprensión necesario,<br />

debía dedicar el resto de mi vida a la meditación trascendental, recluirme y<br />

olvidar los placeres de la vida terrenal. Reconozco que a través del viaje a las<br />

profundidades de mi ser, hubiera podido tomar represalias contra todos sin<br />

moverme de mi escritorio o tal vez… los hubiera perdonado.<br />

El segundo método, científi camente aceptable, requería el estudio intensivo<br />

de la farmacología y el metabolismo de algunas drogas psicoactivas.<br />

El resultado fue el exterminio de los perros del barrio. Del instituto Pasteur<br />

acudieron profesionales que buscaban en las vísceras estricnina o arsénico.<br />

Nada de esto hallaron.<br />

En aquella época comencé a hablar en casa sobre el tema de la muerte<br />

aparente. Los miembros de mi familia al principio lo tomaron a la chacota y<br />

manifestaban que no estaba en mis cabales. Pero mi insistencia los obligó a<br />

escucharme. Les obligué a leer un cuento de Allan Poe, que magistralmente<br />

relata un hecho de este tipo y logré sensibilizarlos. Les inculqué que la muerte<br />

era tan natural como la vida, que era una transición inevitable y que era difícil<br />

o imposible encontrar alguien que emitiera opinión al respecto, ya que era un<br />

fenómeno irreversible.<br />

Lo único que exigía era que el cajón que ocupase, llevara la tapa suelta.<br />

No debían enterrarme. Mi ataúd debía ser colocado en una bóveda y previendo<br />

esa situación tan temida, era indispensable, detrás del crucifi jo, colocar una<br />

lata con frutas secas, chocolate y galletas marineras.<br />

Había conseguido a regañadientes el sí de mis hijos, mi esposa no abría<br />

la boca; era un asunto que prefería ignorar. Sólo me preguntó el origen de esa<br />

obsesión. No sé si llegué a convencerla, pero le advertí que dentro del grupo de<br />

amigos que frecuentaba varios habían sufrido muerte súbita y que si ello aconteciera<br />

quería estar preparado por si la misma era más aparente que real.


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

La experiencia adquirida con los perros fue de gran utilidad. Insistí con<br />

las drogas psicoactivas, cuyos nombres prefi ero no mencionar para evitar<br />

imitadores. Un contacto en el gabinete de toxicología de la policía me suministraba<br />

el producto, que yo generosamente retribuía.<br />

Decidí entonces encarar un procedimiento empírico que trataré de explicar:<br />

Estos principios son sumamente activos. La dosis letal es inferior al miligramo<br />

y distinta en cada especie animal. Mi primera tarea era conocer las<br />

dosis subletales que condujeran a la catalepsia. Esto que resulta muy sencillo<br />

de escribir era muy complejo en su desarrollo, pero valía la pena el desafío.<br />

La primera vez que me contacté literalmente con la droga, disponía de<br />

un miligramo de la misma. La disolví en un litro de alcohol y sabía con certeza<br />

que cada mililitro llevaba consigo un microgramo del tóxico. La primera<br />

ingesta fue de un mililitro, con resultados inciertos. Al segundo día doblé la<br />

apuesta y observé un ligero mareo. Los ensayos se prolongaron varios meses,<br />

acompañarlos con whisky o cognac los hacía más llevaderos; incluso observé<br />

sinergismo entre ambos ingredientes.<br />

Aproveché para el ensayo fi nal una semana que mi familia había viajado<br />

al sur. El sábado cuando partieron los despedí en la puerta y corrí presuroso a<br />

la cama, tomé la dosis prevista y me acosté. Una semana después regresaron<br />

los viajeros y se sorprendieron al encontrarme en cama, afortunadamente<br />

despierto. Mi aspecto era deprimente, pero el ensayo había sido un éxito.<br />

Al preguntar por la falta de noticias durante la semana, argumenté que<br />

estaba muy preocupado por mi trabajo al punto de quedarme días y noches en<br />

la ofi cina sin comer ni dormir.<br />

Solamente faltaba un detalle. ¿Cómo iba a hacer para salir de la tumba<br />

una vez enterrado?<br />

Insisto que mi idea era morirme dos veces, una programada, voluntaria y<br />

fi cticia y otra real y defi nitiva; la que más ocupaba mi tiempo era la primera<br />

y perdón la analogía, a los siete días debía resucitar entre los muertos. Finalmente,<br />

mi esposa juró que no sería enterrado, por el contrario mi cuerpo iba a<br />

ser depositado en una bóveda y el cajón se abriría a la menor presión ejercida<br />

desde el interior. Acordó dejarme las provisiones solicitadas y aún más, dejaría<br />

un manojo de llaves en el cual estarían las de contacto y las de casa. Juró<br />

además que no difundiría mi temor y que si regresaba del más allá me estaría<br />

esperando con todo cariño. El tema no se tocó más y me repuse físicamente,<br />

todavía faltaban arreglar algunos detalles menores.<br />

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18<br />

HORACIO ARANDA<br />

Quedó todo acordado como si ello fuera a suceder dentro de quince o<br />

veinte años. No les di el gusto, cuatro meses después de la muerte de mi amigo<br />

Ricardo, recibía la visita de esa lúgubre señora: paro cardio respiratorio<br />

no traumático. El velorio no tuvo nada de original, mis cuñados llamaron por<br />

teléfono justifi cando su ausencia; mi jefe y mi ayudante ni siquiera eso. En<br />

ese momento tomé la determinación, mi venganza se iba a cristalizar en esos<br />

dos sujetos que ya no quiero mencionar. Debo reconocer la presencia de personas<br />

que no esperaba y de algunas lágrimas que me sorprendieron. Suponía<br />

que mi viuda iba a demostrar mayor tristeza, no fue así; resultó una excelente<br />

anfi triona convidando café y mate a los presentes. Recuerdo haber oído las<br />

palabras del sacerdote, que despedía mis restos como si me hubiera conocido<br />

de toda la vida. No tengo presente la existencia del túnel, ni la intensa luz del<br />

fondo, detalles que me trajeron una cierta tranquilidad confi rmándome lo temporal<br />

de mi muerte. Lo que siguió es imaginable, una semana cataléptico, un<br />

cajón que se abre y un muerto de frío abrigado con la mortaja. Me levanté del<br />

ocasional lecho, comí la vianda depositada tras el crucifi jo y en medio de la<br />

oscuridad gané la calle, la gente me miraba como a un estudiante blanqueado<br />

por la harina de los festejos.<br />

Encontré mi vehículo, abrí la puerta y di vuelta la llave, un ruido familiar<br />

me invadió; prendí la calefacción. Esperé sentado que concluyera el horario<br />

de ofi cina y lentamente me acerqué a mi último empleo. En ese momento<br />

caminando como una feliz pareja, salían del edifi cio mi ayudante y el jefe;<br />

ni imaginaron que ese era el fi n de una promisoria carrera. Todavía escucho<br />

algunos gritos:<br />

–Se escapa, se escapa… y la gente corriendo hacia ese amasijo desparramado<br />

en la avenida… Dejé el auto en el mismo lugar. Sé que los ocasionales<br />

espectadores iban a describir con lujo de detalles al auto y su conductor. Sé<br />

también que las huellas encontradas en el volante eran de un difunto, que regresó<br />

a su féretro y que volvió a ingerir una dosis mayor del tóxico y que esta<br />

vez, si vio el largo túnel y la viva luz del fondo, mientras una suave música de<br />

cuerdas lo acompañaba en el trayecto.<br />

Me sentí como un dios.<br />

HORACIO ARANDA


SE PUEDE<br />

JUAN ARRATE<br />

PRÓLOGO<br />

Muy contento de participar en este proyecto cultural, feliz por el aguante<br />

de Diana y los chicos que son pilares fundamentales en este vuelo de papel.<br />

“Ser artista signifi ca no cerrar jamás los ojos”, dijo, Akira Kurosawa, y<br />

este libro tiene que ver para mí un poco con eso, con ver que se puede, que se<br />

puede soñar, se puede decir lo que se piensa y lo que se siente, y empezar a<br />

sentir como los artistas que somos.<br />

Agradezco a todos por la buena onda, y principalmente a Marta Mutti,<br />

mi maestra, por su compromiso en mejorar el mundo en que vivimos todos, y<br />

por luchar para que nunca muera el amor por los libros.


20<br />

JUAN ARRATE<br />

EL DILUVIO<br />

Era tarde para manejar, especialmente en una ruta destruida y a oscuras.<br />

Se muere más gente al volante que en una guerra mundial. Afuera, en la playa,<br />

el mar rugía de sueño, y él se preguntó cómo sería el fi n del mundo.<br />

Estaba cansado, tenía pantalones largos de jeans y un pullóver livianito.<br />

Las únicas luces prendidas eran las de su auto, pero la sensación de manejar<br />

de noche no conseguía matar del todo la angustia de estar solo.<br />

Porque, en realidad, no estaba ahí descansando sino defi niendo. Aunque<br />

ya no tenía la presión del trabajo, ni de su ex suegra.<br />

Para calmarse, para traer el sueño, estacionó el auto en la playa, puso la<br />

radio en bajo volumen, e hizo una fogata. Viviría sus últimas horas frente al<br />

mar.<br />

Mientras tanto, a lo mejor su ex mujer lo llamaría por teléfono y le pediría<br />

perdón por haber tirado un cuarto de siglo a la basura. Una noche podía ser<br />

mucho tiempo en algún lugar, un día casi toda una vida.<br />

Entonces oyó algo en el bosque, en esa inmensidad de árboles negros,<br />

tuvo miedo, pero decidió ir a ver qué estaba pasando. Entonces la vio; joven,<br />

desnuda, hablaba con los árboles, de mediana estatura, cabellos claros, la cara<br />

como lavada por la sal del mar, la boca espesa.<br />

Él no se sorprendió, ni pensó que todo era imaginación suya, simplemente<br />

la levantó, sin decir nada y la llevó cerca del fuego.<br />

Sólo tenía una hoja que le cubría su parte y un medallón con inscripciones<br />

ilegibles que colgaba sobre sus pechos albinos.<br />

Juan Cruz preguntó sonriendo:<br />

–¿Quién eres?<br />

–Soy yo.<br />

La joven tomó sus rodillas y suspirando miró el cielo que para ese entonces<br />

explotaba de estrellas, mientras la luna se refl ejaba en el mar como Narciso<br />

en la fuente.<br />

–¿Te traigo algo para tomar o comer? ¿Un abrigo? Ella negó con la cabeza<br />

ambas ofertas.


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

–Va a llover en cualquier momento –dijo.<br />

Y habló sin que los labios parecieran moverse:<br />

Vengo de una isla que no está en el mapa, un temporal destrozó la barca<br />

en que escapábamos, somos hijas del rey de Atenas.<br />

Juan Cruz pensó en salir corriendo pero su cuerpo no hizo caso a ningún<br />

estímulo, estaba como atornillado al tronco. Para relajarse, pensó que no iba<br />

a pisar nunca más la playa, y mucho menos de noche.<br />

La joven continúo su relato:<br />

Tereo, hijo de Ares evitó que Atenas caiga a manos de los bárbaros, mi<br />

padre en agradecimiento ofreció a mi hermana para que sea su esposa, él<br />

aceptó con gusto.<br />

Era un hombre fuerte, de cabellos largos y oscuros, cara ancha y maciza.<br />

Esa misma noche, luego del banquete la desfl oró. No pude evitar verlos<br />

sin sentir la necesidad de tocarme una y otra vez, hasta que sus ojos se posaron<br />

en mí, no me detuve, mientras tocaba mis pechos, Tereo la penetraba a Moira,<br />

y me desfl oraba, y juntas entrábamos en él.<br />

Esto no puede ser pensó Juan Cruz, estoy frente a una ninfómana, promiscua,<br />

que quiere divertirse a costa mía, lo que me falta, una cámara oculta,<br />

y gente riéndose de mi erección.<br />

A partir de allí comenzamos una vida de a tres, fuimos felices hasta que<br />

Tereo enloqueció, mató a nuestro padre y eso lo convirtió en el rey del mundo.<br />

Nos hizo sus esclavas y cada tanto se servía de nosotras.<br />

Como fruto de los abusos y de la violencia nació mi sobrino, tenía la cabeza<br />

gigante y el cuerpo pequeño. Moira no pudo soportar tanta oscuridad.<br />

–Si supieras la cantidad de cosas que hice para volver a vos.<br />

La joven sintió en su cara el calor de una lágrima. Juan Cruz se inclinó<br />

hacia adelante y la miró fi jo como queriendo reconocerla.<br />

El mar también lloraba sus desperdicios.<br />

–Con vos hubiera sido todo más fácil.<br />

Una noche preparamos un banquete para Tereo, Moira le acercó el manjar<br />

principal en una gran fuente de plata, el comió, y comió, hasta quedarse<br />

dormido para siempre.<br />

21


22<br />

JUAN ARRATE<br />

Se cumplió la venganza, Tereo se había comido al hijo, ahogándose con<br />

su sangre intoxicada. Fuimos perseguidas, los días y la tormenta hicieron el<br />

resto. Juan Cruz desvió los ojos y miró el medallón. Se quedaron callados un<br />

rato, hasta que ella dijo:<br />

Observa. Una luz se posó sobre sus cabezas, como si el sol hubiera salido<br />

de golpe, venía del medallón, era una proyección. La joven siguió contando<br />

su historia.<br />

De mi hermana no se supo nada, en el mar aprendí a sobrevivir. Los piratas<br />

me encontraron y me llevaron con ellos, pude apreciar la relación entre<br />

el agua y la noche, durante el viaje me expusieron a injurias y vejaciones. Era<br />

gente bruta, ladrones de poca monta, sus mayores placeres pasaban por emborracharse,<br />

pelear y dormir.<br />

El tiempo se deslizaba, los siglos transcurrían en segundos, entendía todas<br />

las voces que escuchaba y me adaptaba a las civilizaciones y sus costumbres. Juan<br />

Cruz estaba en blanco, la proyección era nítida, la historia del mundo pasaba frente<br />

a sus ojos en alta defi nición y encima la joven estaba en todas las fotos.<br />

Ahí estoy con los cruzados, quienes no me prestaron mucha atención, y<br />

ahí con los musulmanes, que no se podían ni ver con los cruzados, gente ruda<br />

y bárbara. Ese es un convento en el que tomé los hábitos, allí nadie me tocó<br />

un pelo, los sacerdotes pasaban el tiempo entre niños y rezos.<br />

Allí estoy posando para un pintor muy famoso que fue perseguido y<br />

ejecutado por amar a otro hombre. Ese es el día que nació Napoleón, asistí al<br />

parto y viví un tiempo con ellos hasta que comenzaron las guerras y la ambición<br />

de poder.<br />

Ahí pesaba 30 kilos, cada tanto venían ofi ciales alemanes y me daban<br />

de comer carne podrida y palazos en el lomo, a los que ya no se movían los<br />

tiraban en una fosa.<br />

Después de tantos siglos, entendí que la lucha siempre es por sobrevivir<br />

y que tarde o temprano la vida es un volver a empezar.<br />

–Ahora quiero pedirte algo –dijo la joven.<br />

Juan Cruz a esa altura estaba de espaldas a ella, mirando el mar, el cielo<br />

se había puesto de un negro carbón.<br />

Se viene el fi n del mundo, pensó él.<br />

Las olas comenzaron a crecer, parecía que tocaban el cielo. Las primeras<br />

gotas se incrustaron en la arena, las últimas gotas, en las primeras piedras.


–Dame la mano.<br />

Él lo dudó un instante.<br />

–¿No me has dicho tu nombre?<br />

DESCALZOS EN EL AIRE<br />

–Dame la mano y lo sabrás.<br />

Juan Cruz tomó su mano, una sensación de paz y seguridad le inundó el<br />

pecho, como un bálsamo para el alma. Miró el medallón, que para ese entonces<br />

quemaba la piel de la joven y pudo leer la inscripción en arameo que decía:<br />

“Adán y Eva, el fi nal es un puente hacia el comienzo”.<br />

Ambos respiraron hondo, tomados de la mano y caminaron, las olas tocaban<br />

el cielo que se derrumbaba, el mar se partió al medio formando un puente,<br />

un puente hacia el comienzo.<br />

OLAG, EL ENANO<br />

Encontré al enano en el bosque, malherido.<br />

El sol se incrustaba en la tierra como una gran bola de fuego. El cielo<br />

acartonado mostraba sus primeros pliegues oscuros.<br />

Le costaba respirar, como pez fuera del agua. Entre suspiros de dolor<br />

me dijo que lo había mordido la víbora del árbol, cuando intentó robarle la<br />

manzana prohibida.<br />

Tenía la risa como gastada, le pregunté si había visto mi medalla de plata,<br />

respondió que no con la cabeza y el mentón hundido.<br />

Lo levanté del suelo y lo llevé a la cabaña, donde pude quitarle el líquido<br />

que lo estaba matando. Le hice una camita con almohadones y le ofrecí una<br />

gaseosa, terminó sentado en mi sillón tomándose un vodka con hielo.<br />

Las primeras estrellas se colgaban del cielo, el crujir de la leña y el silbido<br />

del viento festoneaban la noche.<br />

Puse un tema de Rata Blanca (el hada y el mago, creo) y él me habló de<br />

triunfos y derrotas. Me dijo que hacía unos años participó en un casting para<br />

ser enano de Blancanieves, y que luego de llenar mil solicitudes, todavía estaba<br />

esperando que lo llamen.<br />

23


24<br />

JUAN ARRATE<br />

Me confesó que fue él (no sé si por diversión o por maldad) quien le robó<br />

el corazón, al hombrecito de madera que le crecía la nariz cada vez que mentía.<br />

Tenía un parecido a Santa Claus, pero en miniatura, sin renos ni trineo. Pude<br />

notar un acento raro entre castellano y ruso (lo deduje, porque tomaba el vodka<br />

como si fuera agua).<br />

También me dijo que años atrás tuvo problemas con la justicia del bosque,<br />

que luego de allanarle la cueva, lo acusaron de cleptómano, pero que se<br />

defendió diciendo ser coleccionista de lujos y que lo único que le faltó para<br />

completar su búsqueda fue la niñez de un hombrecito verde que volaba y reía.<br />

Clavándole la vista en sus achinados ojos celestes, le pregunté nuevamente,<br />

si había visto mi medalla de plata. Sin pestañear, como enojado, dijo que no.<br />

Me agradeció la hospitalidad y se marchó. Rata Blanca se oía cada vez más<br />

fuerte en el ambiente.<br />

Lo seguí, el aire olía a hojas quemadas. El llanto de los árboles delataba la<br />

cercanía del hombre y su hacha. Cuando llegué a la cueva del enano, bajé unas<br />

escaleras hechas con troncos, y no pude creer lo que vi: desde jarrones chinos<br />

hasta dinero de toda época, juguetes caros, vajilla de porcelana, anteojos,<br />

trofeos, medallas… Pero mi medalla de plata no estaba. Le pregunté porqué<br />

robaba, me dijo furioso que no era ningún ladrón, que lo divertía mucho cambiar<br />

las cosas de lugar, que las tenía un tiempo y luego las devolvía. Le dije<br />

entonces, qué hacía todo ese dinero en su cueva, y luego de tartamudear un<br />

rato, no supo qué contestarme y se quedó callado.<br />

Entre un ánimo de sorpresa y resignación, decidí volver a la cabaña.<br />

Entendí que en la vida a veces se encuentra y otras se pierde, que yo había<br />

perdido mi medalla de plata, y que la búsqueda me llevó a ganar un amiguito<br />

muy especial, que fui el único humano en la historia que lo vio (no todos los<br />

días se encuentra uno con el famoso enano que esconde las cosas) y al cual le<br />

contó sus secretos más profundos.<br />

Volteé para confi rmar que la cueva no había sido un sueño, y allí estaba,<br />

saludando, con su bracito levantado, de su bolsillo podía verse refl ejada la<br />

luna, en mi medalla de plata.<br />

CONTRA LA CORRIENTE<br />

Hacía demasiado calor para estar en la cama, especialmente en una casa<br />

alquilada a la que le pegaba el sol todo el día. Afuera, en los techos, las gatas<br />

excitadas, enloquecían a los perros que ladraban sin parar, y él se preguntó


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

cómo podían dormir en los cuartos de arriba, su mujer y los bebés con ese<br />

griterío ensordecedor. No tenía sueño, estaba en short, remera manga corta<br />

y ojotas, calentando la pavita para tomar unos mates, la ventana de la cocina<br />

daba al patio, donde había un cantero repleto de azaleas y jazmines. Tenía una<br />

sensación de angustia y no sabía bien porqué. Aunque era viernes por la noche<br />

y al otro día no trabajaba, aunque no tuviese que hacer nada, salvo sobrevivir,<br />

lucharla, día a día, para que no les falte nada a su mujer y sus hijos y agradecer<br />

por la salud y el amor, mientras otras personas no corren con esa suerte de<br />

sentir el calor de una familia unida. Para no hacer ruido, se sacó las ojotas,<br />

pensó que andar descalzo lo conectaría con la madre tierra y con energías que<br />

cambiarían sus malas ondas. Mañana podía lavar el auto, jugar con los bebés,<br />

hacer el amor con su mujer, y en todo ese tiempo quizá, la angustia se iría y<br />

podría volverse a sentir como cuando era un niño y despertar en la casa de sus<br />

abuelos con ese olor inigualable a tostadas y mate cocido.<br />

Mientras tanto, a lo mejor el dueño de la casa decidía bajarle el alquiler, o<br />

morirse, o desaparecer. Tenía que conseguir un techo seguro para su familia,<br />

sabía lo que era mudarse, y quería que sus hijos se criaran en un sólo lugar,<br />

que fueran al mismo colegio.<br />

Entonces escuchó un ruido en el patio, los gatos se dijo, pasó el agua de la<br />

pavita al termo, apagó la hornalla, abrió despacio la puerta y miró para ambos<br />

lados sin notar nada extraño. Fijó la vista en el reloj: las 2am, se sorprendió<br />

estar tan despierto a esa hora, se sentó en la reposera, cerró los ojos para sentir<br />

la noche, y así poder escuchar el sonido del viento mezclado con el olor de las<br />

plantas. Cuando los abrió se encontró con su madre parada delante. La conocía<br />

por fotos y por lo que le contaban su padre y sus abuelos, ya que había muerto<br />

cuando él tenía dos años. Y en ese momento, supo que era la noche que esperó<br />

toda su vida. Su madre llevaba puesto un vestido, el pelo rubio y bien peinado,<br />

como siempre había visto en fotos, la cara iluminada por una sonrisa. Él dijo:<br />

“Mami, qué hacés acá” no podía moverse, las manos le sudaban, las piernas<br />

le pesaban una tonelada.<br />

Ella le preguntó:<br />

–¿Me puedo sentar?<br />

Sí, sí, claro, por supuesto. –Se acercó, fue a sentarse en la otra reposera y<br />

observó las plantas sonriendo.<br />

–¿Viste?, planté jazmines. La madre asintió con la cabeza.<br />

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26<br />

JUAN ARRATE<br />

–Papá me contó que adorabas el jazmín.<br />

–Dame la cartera, si querés –la madre negó con la cabeza. Después se<br />

estiró lo que pudo y respiró hondo sin perder la sonrisa.<br />

¡Qué hermosa noche! –dijo.<br />

Sí, lástima que Mara y los nenes duermen.<br />

–Mara y los nenes. Debés tener un montón de cosas para contarme ¿no?<br />

Él sintió que le temblaban las rodillas, nunca la había podido soñar. Muchas<br />

veces con gran esfuerzo intentó conectarse sin éxito, la angustia de no tener<br />

recuerdos, ni vivencias, lo quemaba por dentro.<br />

–Sí claro –dijo–, tengo tanto qué decir.<br />

–Por supuesto no pretendo que me digas cómo está el dólar, ni si subieron<br />

los impuestos. Los chicos me interesan, tu padre, vos, Mara. Quiero que me<br />

hables de ellos, cómo son, qué hacen.<br />

El creía que en el más allá se sabía todo, por ejemplo qué número saldrá<br />

en la quiniela de mañana.<br />

–¿Querés un mate?<br />

–No, gracias. Qué linda casa tenés.<br />

–No es mía, alquilo, igual, en cuanto pueda la compro. –Se cebó otro<br />

matecito, la miró con ternura y sintió unas ganas tremendas de abrazarla y<br />

llorar.<br />

–Yo creí –dijo–, que vos nos veías a todos. La cabeza de su madre se<br />

balanceó hacia ambos lados.<br />

–Yo también pensaba lo mismo, pero es muy distinto a lo que nos imaginamos.<br />

Él miro la planta de jazmín y habló sin frenos, sin pensar lo que decía.


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

–Si supieras, lo orgullosa que te sentirías de mí. Las cosas que hice todos<br />

estos años para ser una persona de bien, lo que te extrañé, y lo que sufrí tu<br />

ausencia. Cuando la conocí a Mara, cuando nacieron los chicos, cuando nos<br />

casamos.<br />

–Nunca supe cómo comunicarme con vos…<br />

La madre se reacomodó en la reposera, y lo miró con cariño.<br />

–Puedo ver que eres un hombrecito hecho y derecho. Vine a despedirme.<br />

¿Adónde te vas?<br />

Para calmarse, se levantó de la reposera y amagó en ir a buscar a Mara y<br />

a los chicos, cuando la madre le dijo:<br />

–No es necesario, no los despiertes, ellos no pueden verme.<br />

–¿Y yo sí? –La madre miró un rato el jazmín. Su cara cambió muy levemente,<br />

hubo una mueca de tristeza.<br />

–Hay ciertas cosas que no tienen explicación.<br />

–¿Por qué no viniste antes?<br />

–Para todo hay un tiempo, ¿o acaso creés que no me hubiese gustado verte<br />

crecer, o conocer a mis nietos? Hizo una pausa y continúo:<br />

–También pensé que podrías contarte que la vida es como nadar contra la<br />

corriente, pero vale la pena el esfuerzo<br />

–¿Nos volveremos a ver?… Se quedaron callados un rato, hasta que ella<br />

dijo:<br />

–Estoy orgullosa de vos.<br />

El sintió como la angustia en su pecho fue desapareciendo. Pasó una<br />

noche con su madre. Tomando mate. Hablando de la vida. Sintiendo su olor.<br />

Su olor a jazmín.<br />

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28<br />

JUAN ARRATE<br />

POESÍA<br />

DISTANCIA<br />

Hoy hace un mes, que no la veo<br />

Y la tormenta es sumamente gris.<br />

Y es un gris oscuro, tan oscuro y feo,<br />

porque no es blanco ni negro su matiz.<br />

Mi dolor es un dolor sin juez<br />

en el cuerpo lejano de mujer,<br />

aunque las voces pasan sin saber<br />

que hace un mes,<br />

y aunque la tormenta ignora su gris del ayer.<br />

ESTOY EN EL BAR<br />

Estoy en el bar de tus cartas de novia,<br />

tu viejo lugar tristemente igual,<br />

aunque yo ya no estoy,<br />

y aunque tú ya no estás…<br />

CÁLLATE<br />

Yo te amo, tú mientes<br />

tú hablas conmigo, yo con nadie<br />

tú tienes mi respeto, yo tu lástima<br />

yo te creo, tú me engañas.<br />

El tiempo arrasa irremediable con todo.<br />

Cállate, cierra tu boca con la mía.<br />

JUAN ARRATE


TERESA DEL VALLE BARUZZI<br />

PRÓLOGO<br />

…SENCILLOS COMO EL PAN ELABORADO EN CASA<br />

De mis padres aprendí los primeros pasos. Mi madre maestra, me enseñó<br />

las primeras letras y los primeros palotes y juntas caminamos de la mano y en<br />

mi corta edad, aprendí a saber lo que es el trabajo diario.<br />

Fui su más leal y noble CAMPANERA de la mañana. Mi misión era<br />

hacer sonar la campana, colgándome de la soga, con piruetas en el aire, me<br />

balanceaba, haciéndola sonar, con lluvia o con sol, siempre tenía que hacerlo,<br />

llamando a los niños a la Escuela.<br />

Ella me enseñó a ver cada detalle, a jugar con los árboles, disfrazados de<br />

hadas y hasta las pequeñas gotas de rocío que formaban collares de diamantes,<br />

eran mi tesoro que me regalaba en cada fría mañana, cuando cruzábamos el<br />

alambrado hasta llegar a la Escuela.<br />

En el camino, nos encontrábamos con los niños y la fantasía nuevamente<br />

comenzaba a dibujarse. Todo era hermoso, lo básico, la enseñanza de ella, que<br />

luego transformó mi vida.<br />

Mi padre me enseñó el amor a las letras, la bohemia, el deslizar de horas<br />

en agradable ocio, pero era la entrada al mundo mágico de la fantasía, que me<br />

hacía ser una niña…<br />

Ha pasado mucho tiempo…<br />

Transito esta maravillosa vida, junto a mi esposo David, que es el encargado<br />

de manejar los hilos mágicos, aún de esa fantasía inagotable que baila<br />

en mi cabeza, me enseña siempre que EL AMOR, transportado a las letras,<br />

nace y muere como una fl or, dejando a su paso la fragancia puesta en ellas, lo<br />

transforma y es allí donde nace, la escritura, de mis cuentos, mis poemas.<br />

Mis hijos son mis maestros, ellos me dicen que los poemas, son un canto a<br />

la vida… sencillos como el pan elaborado en casa. Todos me hacen sentir bien,<br />

más aún, cuando tomo la pluma, comienzo a garabatear y paso a ser parte de<br />

ésta Creación Maravillosa, que me toca vivir.


30<br />

TERESA DEL VALLE BARUZZI<br />

Con humildad, agradezco a DIOS, mi LUZ, por permitirme día a día<br />

aprender, ¿Por qué no?, esta profesión de “trapecista de letras”, ejecutada con<br />

hilos mágicos, viajera sin edades a cielos no explorados.<br />

Gracias a mis padres LUISA y AURELIO en el Cielo, ausentes temporariamente.<br />

A mi fi el esposo DAVID.<br />

A mis amados hijos AURELIO DAVID, DARÍO EXEQUIEL y SANDRA<br />

CECILIA DEL VALLE.<br />

Mis ángeles: AYE, LI y ESTEBAN.<br />

A MARTA ROSA MUTTI, por permitirme creer que la realidad puede<br />

transformarse en una bella fantasía o viceversa, Gracias Marta.<br />

GRACIAS a los muchos amigos que tengo, me alientan y sostienen en<br />

el cariño y a mis colegas, por siempre confi ar en mí. Mil Gracias.<br />

EL AMOR SIN DESTINO<br />

La tarde era fría, ventosa, cuando bajé del ómnibus que me traía desde la<br />

capital federal. Violentos remolinos de polvo se alzaban en la calle principal<br />

del pueblo: Santo Pipó. ¡Santo cielo! ¡Qué frío! ¿Y esto es el ardiente trópico?<br />

Lo mejor que puedo hacer es buscar un lugar limpio y comer algo caliente. Reconozco<br />

que no me sentía feliz al llamado de mi padre para controlar el envío<br />

de rollizos con destino a los grandes aserraderos que tenía. Entré a la fonda a<br />

comer algo, no había mucha gente, sólo un grupo de jóvenes que no dejaban<br />

de mirarme, con asombro e insolente curiosidad. De pronto como elevada en<br />

una nube hizo su aparición… ella. De mirada inexpresiva, ojos celestes, fríos,<br />

indiferentes, pensé que esta hermosa mujer de la que ignoraba su nombre<br />

hasta el momento debía de tener sentimientos frisados. Detiene mi asombro<br />

la llegada oportuna del capataz de mi padre don Nelson Maidana.<br />

Mi padre Juan Suart, era propietario de las madereras más importantes<br />

de Santo Pipó y pueblos aledaños, además era amigo de larga data de Nelson<br />

Maidana hombre fuerte y de palabra, oriundo de Corrientes. El recibimiento<br />

de mi padre, fue para ponerme en alerta sobre el retiro del negocio, e ir aprendiendo<br />

el manejo del mismo, por ello de inmediato me conecta con su socio de<br />

nombre Pedro Salinas, hombre de cincuenta y pico de años, modales teatrales,


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

estudiados, un poco amanerado para ser hombre de campo. Era culto podía ser<br />

agradable, pero casi nunca lo era. Comencé a frecuentarlo e interiorizarme de<br />

las cosas, lo primero que hice fue trasladarme al lugar para ver una “jangada”<br />

maravillosa, espléndido espectáculo. Mis ojos veían cientos de troncos fl otando<br />

en las aguas amarillentas de color oro con el resplandor del sol. El griterío<br />

de la peonada, los motores rugiendo y levantando polvo rojizo del suelo y ese<br />

cielo… dolorosamente azul era mudo espectador de este jubileo único. Trabajamos<br />

todo el día bajo el ardiente sol del trópico, cincuenta troncos de lapachos<br />

viajaban en geográfi cas rutas delimitadas. El calor, los mosquitos, el excesivo<br />

trabajo, nos dejó extenuados y el hambre nos mataba. Acudimos a la misma<br />

fonda que me recibió cuando llegué. Nos atendió una señora, de edad, muy<br />

amable, atenta, con acento europeo al hablar. Comimos opíparamente, una<br />

comida deliciosa, condimentada en su justa medida, al igual que su cocción,<br />

estaba todo tan rico. En ese intervalo de ensoñación que merece uno después<br />

de tan delicioso almuerzo, apareció ella, (aún no sabía su nombre) le pregunté a<br />

Pedro Salinas… ambos se conocían, ella abre la puerta lo recibe con un saludo<br />

poco habitual “qué hace el rey del cinismo en éste lugar”, Elena nunca tomó<br />

en serio los galanteos que desde siempre decía Salinas. Entre los dos existía<br />

una dualidad muy secreta, allí se hace la presentación: Él, Mauricio Suart,<br />

ella Elena Bergman. Ella me manifi esta que conoce a Salinas hace mucho<br />

tiempo, que es una persona muy solidaria, pero era para mantenerlo alejado.<br />

Yo no entendía nada, me sentía turbado ante tamaña confesión. Salinas saluda<br />

amablemente, se retira a su ofi cina y quedan fl otando en el aire las palabras de<br />

Elena. A solas con ella, me cuenta que llegó de Suecia a los tres años, estaba<br />

con sus padres y una tía a la cual quiere entrañablemente, (es la señora que<br />

atiende la fonda), me cuenta que el papá era artesano relojero, muy querido<br />

en el lugar y falleció hace algún tiempo, al recordarlo sus ojos se nublan con<br />

dolor, la mamá está postrada en la cama presa de una enfermedad que trajo de<br />

su lejano país. Atiende la fonda la tía Ruth, me dice que ella trabaja de maestra<br />

en un lugar llamado Las 500, es un sitio de una belleza agreste, rodeado de<br />

animales salvajes, habituados a la presencia de sus habitantes. Allí mismo vive<br />

una reducción de indígenas que son alfareros y elaboran cosas lindísimas que<br />

luego viajan hasta Posadas y las venden. Ella se siente a gusto con los niños,<br />

con sus compañeros y con la Portera una señora de edad, polaca, que hacía<br />

una rica feyoada y alegraba con sus cuentos, sus anécdotas teñidas de historia<br />

con hilachas de un pasado no mejor al actual. Por la noche estudiaba en la Universidad<br />

en la Capital y viajaba tres veces por semana. Nos despedimos y me<br />

marché a mi pensión. Esa noche tenía en mi cabeza miles de interrogantes. Al<br />

día siguiente se desprendió del cielo una tormenta tremenda, el alud de agua<br />

era enorme y ya el frío comenzaba a notarse. Apenas amainó el agua, me puse<br />

31


32<br />

TERESA DEL VALLE BARUZZI<br />

el capote y junto al perro que encontré en la calle, emprendimos camino a la<br />

fonda. Leche caliente y carne, de pronto aparece Elena se fi ja con ternura en el<br />

perro y una brillante sonrisa surge en su rostro, a las claras se nota cuánto ama<br />

a los animales. Consumimos y nos marchamos, ella se iba a la universidad. La<br />

despedí, la seguí con la mirada largamente, dibujando en mi mente miles de<br />

proyectos, mientras ella subía al ómnibus, sentía sensaciones hermosas, mariposas<br />

en la panza, por primera vez, feliz, contenido en mis propias emociones.<br />

De pronto apareció Salinas y le pregunté el horario de salida de las clases y ahí<br />

mismo decidí ir a buscarla. Era un mundo de estudiantes, era hermosa, casi<br />

infantil, con sus textos apoyados sobre su pecho, al distinguirla entre todos<br />

la llamé por su nombre y caminamos por la rambla juntos, ella sorprendida,<br />

intuía yo que estaba enamorándome. Elena estaba radiante de felicidad, me<br />

contaba todo lo acontecido, se mostraba muy locuaz, nada que ver con la otra<br />

Elena hosca y extraña. Volví a sentirme confundido, pero a esta altura su nombre<br />

estaba incorporado en todo mi ser, hasta el viento frío que araba el suelo<br />

y mordía la tierra roja acompañaba en melodías su nombre. Salinas, me alertó<br />

sobre ella diciéndome que era una mujer muy extraña, diferente a todas las<br />

mujeres del pueblo. Que reconocía que era culta, muy inteligente sumamente<br />

sensible (lo comprobé con el perro), que jamás se le conoció novio o festejante<br />

alguno, debido a su carácter muy cambiante. Que Elena le había manifestado<br />

que por sobre todas las cosas amaba su libertad, le escapaba al amor y para<br />

escapar del amor hay que hacer daño. Sin hacer caso de ello, la invité al cine,<br />

luego fuimos a caminar a orillas del río, la noche estaba plácida, la luna nos<br />

invitaba al diálogo, pronuncié su nombre y ya no tuve dudas de que la amaba,<br />

ella me confesó, que está perdidamente enamorada que es muy grande el dolor<br />

que siente en el alma, piensa que la van a seducir, para luego abandonarla. Me<br />

invita esa misma noche a su casa. El viento soplaba tan fuerte, trayendo aromas<br />

de agua y maderos, nos castigaba la cara, nos lastimaban los silencios del<br />

alma. Al llegar a la casa nos sentíamos más seguros físicamente, nos sentamos<br />

cómodamente en mullidos sillones, nos miramos intensamente, aliviamos<br />

nuestra sed bebiendo un exquisito licor casero, lo saboreamos despaciosamente,<br />

era un noble elixir que nos desataba la lengua, hablábamos de nuestras<br />

cosas cotidianas, nos sorprendimos de tanta confesionalidad. Reímos tanto,<br />

tanto, que de pronto, nos invadió un silencio, una furia incontrolable, deseos<br />

muy grandes de pertenencias físicas, comenzamos a cubrirnos de besos, casi<br />

con desesperación, con deseos acumulados, respondimos al unísono, complacidos,<br />

felices, ambos nos entregábamos a las caricias, a un punto tal de sentirnos<br />

transportados, cuando de pronto sus manos con un violento empujón, me<br />

rechazan, Elena se incorpora, adquiere nuevamente la compostura, comienza<br />

a hablar, aún casi jadeante, me pide que no le haga preguntas de nada y cuando


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

emite el juicio, más sangrante de imaginar: “no vernos más”, “separarnos”,<br />

no entendía nada. Con hondo dolor me asomé a la ventana, el viento afuera<br />

golpeaba con más furia y arrancaba las hojas de los árboles, que revoloteaban<br />

como pájaros espantados, en mi silencio me preguntaba ¿por qué?, ¿por qué?,<br />

ella me respondía, no deseo hablar más, “me prometiste no preguntar nada”, no<br />

entendía nada, ¿qué es lo que estaba pasando con esta mujer, en su mente y en<br />

su corazón?, salí desolado de esa casa. Me preguntaba ¿Por qué?… ¿por qué?…<br />

¿por qué? Me susurraban sus palabras al oído “Me prometiste no preguntar<br />

nada”. Caminé más solo que nunca, junto al helado y solitario río. Mis pies<br />

no soportaban más el peso de mi cuerpo dolorido. Pasaron muchos días de mi<br />

encierro, hasta que un día decidí mirar el sol, saludar a la vida y continuarla.<br />

Me encontré con Salinas y por primera vez hablé del tema, vi su rostro<br />

llenarse de tristeza. Me contaba que Elena tenía miedo de amarme de que yo<br />

la sedujera y me marchara. A partir de ese momento viré el timón de mi actos,<br />

comencé a salir con otras mujeres, a mirar otros ojos, a oler otras pieles,<br />

a aturdirme de pasiones ingobernables que calmaban mi cuerpo no así mi<br />

alma, estos viejos remedios no curaban mi herida era en vano todo intento,<br />

estaba Elena presente en todos los ardores míos, en toda la ensoñación que<br />

me provocaba. El sufrimiento era atroz, comparable a latigazos de silicios,<br />

castigando mi atormentado cuerpo. ¿Por qué mi Dios?, ¿Por qué?, si el amor<br />

es el primer mandamiento que honra tu nombre ¿Cuál fue o ha sido el acto<br />

que lo modifi có?<br />

Salinas una noche me invita a una cena de gala en el Club Regatas, no<br />

quería ir, pero los ruegos terminan por convencerme, en el baile volví a verla,<br />

radiante, bella, admirada por todos, nuestros saludos fueron de una frialdad<br />

de porcelana que se hace añicos en mil pedazos, en esa noche tan feliz para<br />

otros. Sin medir más palabras que silencios nos despedimos. A partir de ese<br />

día me dediqué a tapar uno a uno los miles de agujeros de dolor, me volqué<br />

al trabajo, me aturdía junto a los obreros, con el ruido estridente de las motosierras<br />

con el grito de las “jangadas”, pero la muchacha me perseguía a<br />

cada instante, siempre lo mismo sus respuestas inconclusas, me martillaban<br />

el cerebro. Absorto estaba en ella, que no alcancé a divisar el guinche que<br />

levantaba un tronco, corrí al lugar equivocado. No vi nada. Sentí en todo mi<br />

cuerpo una explosión y el cerebro se rompía. Me encontré mirando en un<br />

cielo azul que se iba borrando y el calor de la sangre me bañaba el cuerpo.<br />

Desperté después de muchos días en el Hospital de Oberá, piernas, brazos,<br />

todo roto, conmoción cerebral, según los médicos tenía para mucho allí. Una<br />

tarde aparece Salinas a visitarme, ahora sí curiosamente avejentado. A duras<br />

penas, mantenía conversación alguna, hablábamos de cosas triviales, pero lo<br />

33


34<br />

TERESA DEL VALLE BARUZZI<br />

notaba intranquilo, desasosegado. Me inquieté tanto y le pregunté por Elena,<br />

¿por qué razón no vino a visitarme? Abrió desmesuradamente sus ojos, contestándome<br />

atropelladamente que apenas le entendía. “Cuando Elena supo de<br />

tu accidente salió corriendo a la calle. El hospital, está a la vuelta de su casa,<br />

de allí salió la ambulancia para buscarte, ella no miró al cruzar la calle y la<br />

ambulancia, ella… ella…<br />

Sentí, que el corazón se me paralizaba y un temblor convulsivo se apoderó<br />

de mí, le grité a Salinas que se fuera de allí, mientras exteriorizaba mi dolor,<br />

con gritos hasta romper la garganta, ¿Por qué? ¿Por qué?<br />

Seguí en el hospital por muchos meses, las ramas de un roble que me<br />

acompañaban en la ventana, estaban peladas en el invierno, húmedas y erizadas<br />

de púas de hielo. Ahora, llenas de brotes pequeños, me cuesta mucho<br />

llegar a ellas, aún mis piernas no están curadas. Pero siento un tonto consuelo<br />

de apoyar las yemas de los dedos en su corteza, y sentir la vida que corre a<br />

través de la savia. Atrás queda el viento frío, el obraje, Atrás está el río amarillo,<br />

color oro con las “jangadas” nuevamente. Llega el viento susurrante y ella,<br />

ella, con su voz… me habla, me dice de su amor ¿o a mí me parece?<br />

EL NIÑO Y LA ESCOBA<br />

La bondad es una prenda preciosa, sólo concedida como privilegio a las<br />

personas educadas espiritualmente.<br />

Casi todos los días llueva, truene, corra viento o haya sol, VISERA,<br />

sale a recorrer junto a las vías del tren, en la Estación de San Andrés y busca<br />

cosas que pudiera él y su abuela Dodó, sacarle provecho para pasar el día,<br />

son pobres, de una pobreza limpia, sin manchas. Todo el barrio los conocía,<br />

los obreros que trabajan en las vías, siempre le convidan trozos de asado, el<br />

verdulero de la esquina empaqueta en un diario verduras un poco marchitas y<br />

frutas carcochadas, salvables por cierto, para llevarle a la abuela Dodó. VISE-<br />

RA, siempre le sonríe a la vida, le guapea a los momentos amargos y siendo<br />

niño despierta la admiración de todos, por su gran inteligencia, dueño de una<br />

fantasía muy grande, que desborda hasta lo ridículo.<br />

Cierta tarde de regreso a su casa encuentra en la vereda de unos departamentos,<br />

una escoba vieja, que fue descartada por sus dueños. La toma entre


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

sus manos, la mira con infi nita dulzura, le dibuja en el aire un par de alas, se<br />

coloca una fl or en su infaltable visera y comienza a volar.<br />

Vuela, tanto… tanto… que alcanza a ver los edifi cios más altos de Buenos<br />

Aires, la ribera del Río de la Plata, con cientos de lanchas y veleros, se convierte<br />

en un niño pájaro, feliz. Muy de noche regresa a su casita.<br />

Dodó preocupada sale a recibirlo con una gran sonrisa que le ilumina el<br />

rostro, renegaba ella misma de sus piernitas enfermas y de no poder acompañarlo.<br />

VISERA siempre le traía a su abuela lo que conseguía, esta vez, la<br />

mochilita estaba llena de caramelos, dulces, biscochos, leche, cositas para<br />

“entretener” el estómago, ya que Dodó y su nieto, se “alimentaban” siempre<br />

de fantasías, hermosos cuentos, casi siempre inventados por ella. Esta noche la<br />

abuela supo de la existencia de la escoba y los dos salieron a volar, por el cielo,<br />

escoltados por ángeles protectores, contemplaban extasiados la belleza y por<br />

otro lado la destrucción que había en el planeta, sintiéndose así muy tristes,<br />

buscando la forma a su regreso de trabajar para mejorar desde su lugar. De<br />

pronto comenzó a llover torrencialmente, tenían miedo de sucumbir, porque se<br />

encontraban a miles y miles de kilómetros de su casita. Se agarraron fuerte de<br />

la escoba, en ese preciso momento, el cielo se llena de luces de todos colores,<br />

por los relámpagos que lo iluminaban, VISERA, jadeando de emoción le pregunta<br />

a la abuela ¿por qué no ideó DIOS una manera de aprovecharlos?, con<br />

la mejor de su sonrisa y su alma de niña, le responde la abuela: ¡sí, VISERA,<br />

sí lo hizo!… ¡Dios está impresionándonos…!<br />

YO RECUERDO<br />

En las apacibles tardes de invierno, en mi pueblo del sur: Bariloche.<br />

Siempre a nuestra casa llegaban a visitarnos familias amigas de mis padres,<br />

acompañados con sus hijos. Todo era algarabía, la casa se vestía de fi esta. Mis<br />

padres eran alegres, felices, siempre con los brazos abiertos al recibirles. Se<br />

preparaban ricos mates, tortas fritas, rosquitas dulces y muchas, muchas palomitas<br />

de maíz, que reventaban de alegría llenando de regocijo a los pequeños<br />

visitantes. La cocina a leña era el monumento al calor, siempre rindiéndole<br />

culto y alimentándola con pequeños leños, bellotas y piñas, testigo mudo de<br />

miles de anécdotas inventadas, unas reales, otras no.<br />

Siempre me llamaba la atención de ¡cuán diferentes eran los padres de<br />

mis amigos!, se acariciaban, se decían cosas bonitas, se besaban suavemente<br />

en las mejillas y a veces fugaces besitos en los labios.<br />

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36<br />

TERESA DEL VALLE BARUZZI<br />

Todo ello me parecía a mí, sacado de las películas de amor, de los cuentos<br />

románticos. A mis padres yo jamás los vi así, no se decían cosas bonitas y<br />

menos besarse. Eso representó para mí, una desolación. Un día, en primavera,<br />

ocurrió algo que jamás había pasado en muchísimos años, se desbordó el<br />

arroyo “Casa de Piedra” (lugar donde vivíamos), y nuestra casa que estaba<br />

muy cerca de él, se inundó incluyendo la leñera, lugar donde atesorábamos lo<br />

más preciado.<br />

Los tambores con combustibles, nadaban por el río. Nuestro pequeño auto,<br />

con el agua hasta la mitad de sus puertas, el más feo y triste recuerdo. Mis<br />

padres me subieron al ático para estar a salvo, me quedé temblando de miedo<br />

y de frío, mientras el agua subía y azotaba los cimientos.<br />

Tuve tanto miedo, que sentí que debía arrimarme a la pequeña ventanita<br />

para mirar hacia afuera, no se veía nada, nada, hasta que el latigazo de un relámpago,<br />

me hizo ver a mamá y a papá, hundidos en el agua, casi hasta la cintura,<br />

en esa agua turbulenta, caminando con sus cabezas bajas, protegiéndose<br />

del feroz viento y luchando hombro a hombro, juntos, los dos. Mamá sacaba<br />

lo que podía, trozos de leña, parte de nuestros alimentos, los animalitos que<br />

había rescatado del gallinero, papá extenuado cargaba con dulzura a “overa”,<br />

mi ovejita hermosa, que había nacido hace poco.<br />

A partir de éste cuadro grabado en mi retina, siendo niña, nunca más<br />

volví a preocuparme, porque no se comportaban como las parejas enamoradas<br />

del cine. Sabía que ellos compartían algo muy fuerte…


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

POESÍA<br />

NADA EXTRAÑO<br />

Nada extraño sostiene la eterna<br />

epopeya que se labra.<br />

Ebrio está el sol ante tanto<br />

ardor humano.<br />

Amo las raíces<br />

de mi sublime mestizaje<br />

desde infi nitos tiempos<br />

fi leteados en plata,<br />

sudores, dolor.<br />

Encuentros<br />

y desencuentro de tantos hermanos.<br />

Amo las raíces<br />

desde infi nitos tiempos<br />

suspendidos en esperanzas<br />

de traer una estrella que nos guíe.<br />

El Arte se guarda<br />

en los arcones del olvido<br />

por traiciones y egoísmos<br />

deteniendo los tiempos y estaciones.<br />

Cada rezo es a DIOS<br />

por amor del hombre<br />

al hombre, la poesía es y será<br />

la letra mensajera más hermosa.<br />

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38<br />

TERESA DEL VALLE BARUZZI<br />

EL BELLO OTOÑO<br />

Se ha recostado el sol<br />

sobre los ocres brillantes<br />

de las hojas<br />

que rodean en un círculo<br />

de luz.<br />

En el esplendor<br />

de otoño,<br />

todo parece claro.<br />

Hasta el aire transparente<br />

que penetra en mis<br />

poros.<br />

Sentada, muda<br />

contemplo:<br />

Que soy todo y nada<br />

UN PERDÓN<br />

No llevaré más piedras<br />

del camino<br />

que cada uno sepa<br />

agachar sus hombros<br />

si no es tullido<br />

pero el Templo de DIOS<br />

levantaré<br />

con lágrimas vertidas<br />

en sangre y suspiros<br />

cuando con gritos<br />

de misericordia<br />

oiré brotar<br />

de labios enfurecidos<br />

un perdón al CRISTO<br />

eternamente<br />

Redimido.<br />

TERESA DEL VALLE BARUZZI


GRACIELA BUSTO<br />

PRÓLOGO<br />

CAMINO DE ESPUMAS Y CARACOLAS<br />

A mis padres…<br />

En la pequeña casa una luz penetra por la ventana de la habitación. No<br />

existe agua que refl eje su fi gura como espejo. Se toma un respiro y recuerda<br />

el cuerpo caminando por la playa “¿En qué mundo te encuentras ahora?”, se<br />

pregunta.<br />

Esa luz abrupta la enceguece. Sus ojos desmayados arrojan un libro.<br />

Escucha que sube la marea y llega sin rumbo fi jo hacia una playa. Busca y<br />

no siente su presencia. El mar mueve las olas y una fl or vuelve en uno de sus<br />

tantos caminos de espuma y caracolas…<br />

La toma y aspira su perfume está fresca como recién cortada. Todavía<br />

guarda el recuerdo de la mano que la cortó y envía un aviso. “¿Pero qué desea?”<br />

¿Acaso es un llamado del mar?”, se pregunta.<br />

Camina y se introduce hasta lo más profundo. Siente alas que la elevan<br />

en busca del amor perdido. Recuerda sus palabras y va hacia donde encuentre<br />

algún silencio.<br />

La espera donde mueren los ecos de sirenas que cuentan donde fue en<br />

otro vuelo.<br />

“¡Allí donde estés también iré!”, le grita.<br />

La luz nuevamente enceguece. El refl ejo de su sombra observa desde<br />

donde miran los ojos del recuerdo.<br />

¿Ha sido un sueño ó tal vez el reencuentro de sus almas?…


40<br />

GRACIELA BUSTO<br />

EL ESPEJO<br />

Me mira desde el interior. Devuelve su imagen. Me sobresalta, la observo.<br />

Desde un rincón la niña me mira. Da saltos, corre, llora, ríe, se coloca los<br />

zapatos de su madre. Cierro los ojos. Pienso, no la reconozco. Al día siguiente<br />

me llama. Pide que la acompañe, que no puede estar sola. Me invade su perfume<br />

con aromas a jazmín que se expande por la habitación.<br />

“Dame tu mano, no me dejes”, insiste.<br />

Miro hacia ambos lados, no me refl ejo, sólo está ella que tiende su mano.<br />

La tomo, la aprieto. Cruzo el límite que permite el espejo. Estoy allí viendo<br />

sus libros, los juguetes, sus fotos. La veo arreglada para dormir. El camisón<br />

largo, trenzas con moñitos, el conejo que había pedido de regalo.<br />

“¿Lo recuerdas?”, me pregunta.<br />

“Tuve uno igual”, le contesto.<br />

Se aferra fuerte a mí. Me besa.<br />

“¿Qué cambiada estás?”, me dice.<br />

“¿Me conoces?”, digo asombrada.<br />

“Desde siempre”.<br />

“No lo creo”, ¿cómo?”, pregunto.<br />

“Soy el espejo de tu vida. Guardo tus formas, tus recuerdos.<br />

Ahora necesito que recobres un poco de mí”.<br />

“¿Un poco de niña?”.<br />

“Sí, para volver a empezar con ilusiones. Ellas también están aquí conmigo<br />

y te miran ¿las ves?”<br />

“No… no puedo…”.<br />

“¡Cree en tus ilusiones, guarda un poco de mí!”.<br />

“¿Todas.?”.<br />

“Sí, todas. Cree en ellas, y que sean luz y memoria”. Me da su mano.<br />

Cruzo el espejo, y me miro. La veo sonreírme. En el fondo del cristal otras<br />

imágenes conocidas también me sonríen.


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

PIES DESCALZOS<br />

Sacudía sus pies descalzos y caminaba sobre la arena rumbo al puerto.<br />

Miraba de lejos a los barcos pesqueros que mandaban sus saludos con silbatos<br />

y él les sonreía.<br />

Sólo, sin familia vagaba todo el día. Pedía monedas, y limpiaba vidrios. Por<br />

las noches los perros lo seguían, era su única compañía, uno más en su jauría.<br />

Comía pecados que le regalaban. Dormía en el muelle junto a un parador.<br />

No sabía cuándo había partido de su casa ó si tal vez lo dejaron en el puerto a<br />

la deriva. Un viejo marino llamado Lobo era su amigo. Era un pescador maltrecho<br />

que trabajaba sin recibir más que algunos pesos por la pesca del día. Le<br />

contaba historias y le daba algo de comida. También dormía junto a él en la<br />

escollera. En compañía del rumor del mar miraba cada día el horizonte. Los<br />

pescadores al verlo tan dispuesto lo invitaron a subir al barco pesquero.<br />

Se sintió el capitán de tantas soñadas aventuras. El balde y el lampazo lo<br />

esperaban y luego mate cocido con pan fresco.<br />

Barrió y limpió. Luego fue lava platos, ayudante de cocinero. Las delicias<br />

llenaron su boca que nada conocía de comidas en los mediodías. Estaba decidido,<br />

jamás se bajaría de ese sueño realizado.<br />

Al cumplir los dieciocho, por casualidad una red se atoró, lo llamaron<br />

para que ayudara y fue pescador por días. Con los años tuvo su propia barco,<br />

ayudantes, cocineros y chicos que como él venían a pedir trabajo. Recordó<br />

que era Pies Descalzos, como lo llamaban y nunca olvidó sus orígenes. Siempre<br />

dudó de su procedencia. Preguntaría de dónde venía, quiénes habían sido<br />

sus padres. El viejo Lobo, su amigo, seguro le contaría la historia. Escuchó<br />

atentamente y supo su verdad. Se dirigió a la casa humilde con chimenea<br />

humeante y vio por la ventana a una anciana que no podía caminar. Golpeó y<br />

entró sin pedir permiso. Algo le era familiar en la habitación. Sólo pronunció<br />

unas palabras:<br />

–Madre, ¿por qué me abandonaste?<br />

Ella miró y dijo: –¿Pies Descalzos? ¡Me enteré de tus logros, junto a mí<br />

serías un mendigo!<br />

–¿Sabías y no me buscaste?<br />

–El viejo Lobo, me contaba…<br />

–Pero… pude morir de hambre, de frío.<br />

–¿Quién es mi padre? ¿Tampoco lo sabes?<br />

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42<br />

GRACIELA BUSTO<br />

–Lo conoces. ¿Él no te contó toda la historia?<br />

Salió dando un portazo, se maldijo y la maldijo. Volvió, le dio un abrazo<br />

grande y se marchó a pedir a Lobo, la verdadera historia.<br />

MI MARIDO ES UN VIKINGO<br />

Un hechizo extraño se apoderó de ella cuando miraba el anillo que le<br />

había regalado su esposo.<br />

–Nunca recuerda la fecha de nuestro aniversario, se dijo y siguió lavando<br />

los platos del mediodía.<br />

El anillo relucía cada vez más, cuanto más fregaba, más relucía.<br />

Un aire marino recorrió su espalda. Al volverse un hombre con ropas<br />

vikingas le reprochaba, parecía su esposo.<br />

–Mujer, deja tus labores debemos acudir al castillo, se casan nuestros<br />

parientes. Recoge lo necesario para el viaje y partamos que nos esperan.<br />

–No estoy preparada, no me avisaste, – contestó asombrada.<br />

¿Cuál de nuestros parientes se casa? ¿Vamos a una fi esta temática?<br />

–Qué dices ¿has tomado licor? Rápido, debes vestirte para la boda<br />

–No tengo nada que ponerme.<br />

–Buscaré alguna ropa en el arcón que no hayas usado en tu última fi esta.<br />

–¿Te sientes bien querido?…<br />

–Aquí tienes. Es lujosa, nunca la has usado.<br />

–Es bellísima, para una princesa ¿La habrás comprado en una casa de<br />

disfraces?<br />

–Debemos apurarnos y llegar al castillo del árbol. Los godos y vikingos<br />

están reunidos para festejar. Sabes que los Volsungos son guerreros y se enojan<br />

con facilidad.<br />

–Bueno, ¡qué familiares!, suerte que me avisaste, pondré cara de alegría<br />

al verlos.<br />

–¿Estará tía Francisca que mira a los que llegan tarde?<br />

–Qué dices. Nos espera Sigmund… nuestro primo.<br />

Al llegar todo en Branstock relucía. El festín había comenzado. Vieron a<br />

un anciano de fantasmagórica fi gura. Cuando la fi esta estaba animada sacó<br />

una espada y amenazó. Luego desafi ó al más valiente para sacarla del árbol.


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

–Te dije que la gente se posesiona de sus personajes en estas fi estas. El<br />

anciano es inofensivo y está alegre, no podría dar un sólo paso.<br />

–Mujer es Odín convertido en mago que nos desafíó. Si nadie saca la espada<br />

nuestro futuro será incierto. Nosotros los Vikingos dueños de los mares<br />

debemos lograrlo.<br />

–Verás que podré obtener la espada para ti. Tengo fuerzas en mis brazos<br />

por fregar tanto. Señores vikingos… permiso… sacaré la espada.<br />

Mientras, Sigmund la mira asombrado y reprocha.<br />

–Señora ha cambiado la historia, el héroe debería ser yo.<br />

–Claro, lo tenía pautado con los que invitó a su fi esta. Como nadie se atrevía<br />

lo hice yo. El anciano reía en un rincón transformado con ropas vikingas,<br />

levantó su mano y entregó el anillo brilloso tan buscado por los Volsungos.<br />

–¡Mujer qué has hecho!…<br />

–En toda fi esta debemos llevarnos un recuerdo. Me lo han regalado. ¿Pero<br />

quién se casa?<br />

–Tú… con Odín. Me has deshonrado ante mi pueblo. Ahora partiré la<br />

espada en mil pedazos.<br />

–Eres insensible, partamos y dejemos a esta gente tan extraña. ¡No me<br />

casaré con nadie!<br />

Una ráfaga marina le toca la espalda y sigue lavando platos, el anillo ya<br />

no brilla más. Al darse vuelta su esposo ha llegado y la besa.<br />

Ella lo abraza y dice –¡Mi vikingo adorado!<br />

SÓLO UN ÁRBOL<br />

Los árboles la aguardan con su canción otoñal y la sorprenden desprovista<br />

de caricias. Presiente su mala suerte. Es más que una pesadilla. Los fantasmas<br />

del recuerdo acechan con dudas. La pelea ha sido grave, llena de malos entendidos.<br />

Él la ha abandonado, se perdió en discusiones sin sentido.<br />

Ella se ha marchado con su auto a la deriva. En el camino una ráfaga de<br />

viento mezclado con tierra y polvo la detienen. Sólo un árbol en un costado es<br />

su única compañía, mientras teje y desteje pensamientos.<br />

Las ramas acarician con brisas que seducen. Cada tanto observa el balanceo<br />

incesante. Presiente la protección que le extiende su follaje.<br />

Su auto a pasos la aguarda. Está tranquila en ese lugar para pensar sobre<br />

su destino. El viento trae aromas a tierra mojada, la tormenta se avecina. Un<br />

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44<br />

GRACIELA BUSTO<br />

búho con su ulular la saca de sus delirios. Algunas hojas vuelan rodeándola<br />

con presagios de dolor compartido. Todavía no está decidida, si hubiera notado<br />

su ausencia. Pero ni un llamado. Debe partir no sabe dónde.<br />

Ante sus ojos la sobresalta un campo con cruces abandonadas, mientras<br />

algunas aves vuelan en círculos con chillidos. Sonido extraños llegan llamándola,<br />

sombras grises se mezclan con voces que el viento repite.<br />

Su celular llama emite palabras confusas, después el clásico deje su<br />

mensaje.<br />

–¿Quién es, quién está allí’? –grita.<br />

La señal se pierde y no da lugar para conversar. Sólo el árbol ofrece la<br />

rama más alta como invitándola a subir. Danzan en torno a ella formas difusas,<br />

sonrientes que esperan su decisión fi nal. Ella no encuentra consuelo, todo<br />

es incertidumbre. Toma el pañuelo de seda regalado para su cumpleaños, lo<br />

aspira, lo besa, todavía guarda su perfume. Las ramas se agitan esperándola.<br />

Un sonido fuerte retumba en el campo, la luz pulveriza al árbol de ramas<br />

engañosas. La tormenta ha pasado, el pañuelo queda anudado en su mano y<br />

gira todo en torno a su cabeza. Suena el celular y la voz conocida pide que lo<br />

perdone. Ella acepta todavía aturdida. Al partir observa al árbol derribado que<br />

humea. A veces los rayos perdonan.<br />

PAREDES DE CRISTAL<br />

A través de las paredes de su casa se podían escuchar, murmullos, llantos<br />

y palabras subidas de tono. Al parecer tenía paredes de cristal.<br />

Todo lo sabía o intentaba saberlo de los demás. Primero fue curiosidad,<br />

luego vicio desmedido que se convirtió en obsesión.<br />

Era viuda y la soledad la visitaba a menudo. El día la sorprendía intentando<br />

saber un poco de la vida de sus vecinos. Sigilosa caminaba por su pequeño<br />

departamento. A un lado y al otro siempre había algo que escuchar.<br />

Durante las noches tejía mantas para sus perros a quienes cuidaba como<br />

niños. Les hablaba todo el tiempo, al igual que a sus plantas.<br />

Hacia su derecha vivía Olga, su vecina, que conversaba con el esposo en<br />

voz alta. Momento sublime en el que tomaba un vaso y lo apoyaba en la pared<br />

lindante. Podía escuchar reproches, susurros, y hasta noches de amor.<br />

El otro lado de su comedor daba a una familia con adolescentes. El ruido<br />

de la música se colaba por las paredes y no le interesaba.


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

Pero esa noche fue distinta… Escuchó a su vecina Olga, al parecer luchaba<br />

con alguien que la atacaba. Primero gritos, luego gemidos y vidrios en el<br />

piso. Luego silencio.<br />

Esperó unos instantes y llamó por teléfono. Golpeó la puerta del departamento<br />

y nadie contestaba, Llamó al encargado que vino con un juego de<br />

llaves maestras. Al abrir la sorpresa fue para los dos. Nadie los esperaba, sólo<br />

el televisor a todo volumen con una trasnoche de cine de terror. A partir de<br />

ese momento se dedicó solamente a su tejido para perros y a sus plantas. Se<br />

volvió sorda para sus paredes de cristal que le mentían.<br />

LUNA LLENA<br />

Sonó el timbre del teléfono. No quise atenderlo. Afuera la luna llena resplandecía<br />

y llamaba. No llevé más que el pedido de mi cuerpo.<br />

Deseos de huir hacia el río cercano. Fui a nadar, las aguas refrescaban mis<br />

sentidos. En el recodo del río lo vi sentado debajo de un árbol. ¡Qué hipócrita!,<br />

dejó sobre la mesa una carta diciendo que se marchaba.<br />

Los árboles guardaban refl ejos de luz, pero todavía no había advertido mi<br />

presencia que lo observaba fumando y mirando hacia la nada.<br />

Contuve los pensamientos y llegué hacia él suprimiendo mis desvaríos.<br />

Como ninfa salí al encuentro. Sólo me cubría la noche y el deseo de poseerlo.<br />

Lo sorprendí no podía creer que hubiera nadado de esa manera y en<br />

lugar de bienvenida escuché reproches.<br />

–¿Si no era yo, el que contemplaba?<br />

El acero de sus palabras fueran directo a la vehemencia contenida.<br />

–Pensé que era otro el que esperaba.<br />

–¿Otro?, me respondió.<br />

–Sí, que llenó mis sueños.<br />

–Me dejaron confundido tus actitudes, ¿podemos compartir algo esta<br />

noche?<br />

–¡Seguro!, es luna llena.<br />

–Románticos tus detalles.<br />

–Es cierto, pero no los creas.<br />

–Creo, que me estabas buscando.<br />

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46<br />

GRACIELA BUSTO<br />

–Seguro, extrañaba tu cuerpo, tu cuello…<br />

–¿Pero… qué haces?…<br />

–Dejo fl uir mis instintos contenidos…<br />

Mientras la luna acompaña mis mandatos para que no olvide a su loba.<br />

LO PROHIBIDO<br />

Me encuentro con él y presiento estar en la nada. Miro el mundo que nace<br />

ante mí. Sus ojos me habitan, ¿por qué me siento tentada?<br />

La vida como soplo de luz desborda mi cuerpo. La tentación fruta prohibida<br />

avanza. Soy nuevamente un solo cuerpo en el momento sublime y<br />

prohibido. Insensatez, delirio ¿qué he hecho? Sólo la noche me cubre, libre y<br />

despojada del paraíso. Camino, deambulo. Él me toma de la mano y surge la<br />

condenación.<br />

¿Por qué, condenada?, me pregunto. Pago con el dolor que heredarán ellas<br />

cuando conozcan el fruto. ¿Serán juzgadas por la misma equivocación?<br />

¿Cómo viviremos en un mundo deshabitado? Todo es y debe ser así, me<br />

digo. El ser debe continuar su destino. Presiento que ocupo un lugar en la tierra<br />

y su memoria. Lucho por mí y las otras Evas que una y mil veces comerán de<br />

la manzana. Mi alma ama a Dios, y él lo sabe.<br />

EL MALABARISTA<br />

Durante el viaje su ánimo se llenó de ilusión y lo hizo sobre sueños mágicos.<br />

El invierno duro lo recibió deambulando por los cafés de Buenos Aires y<br />

trabajando en sus veredas. La tarde caía lenta y callada, lo que estaba oculto se<br />

hizo verdad. Temblaron sus largos dedos en malabares, y sus pies se enterraron<br />

en el asfalto frío. Cada semáforo una pirueta, una sonrisa, una moneda.<br />

No era lo que pensaba pues soñaba con el éxito.<br />

¿Dónde andarían sus compañeros del circo? Arriesgó todo al dejarlos pero<br />

era su oportunidad de fama.<br />

Las pruebas se repetían. Cada día los malabares salían mejor, su entusiasmo<br />

se acrecentaba e incorporó llamas en los aros que iban y venían. No dudó


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

en repetir su prueba día tras día. El recuento de las monedas no coincidía con<br />

sus gastos. A veces se distraía, su mirada vagaba entre los autos que ignoraban<br />

su presencia y reían. Se sintió un perdedor, un don nadie grotesco en sus<br />

piruetas y pintura de payaso que más que reír lloraba con dejo de tristeza. Ese<br />

día preparó como siempre su rutina pero la sorpresa fue para todos.<br />

Los carros del circo pasaron delante de él y realizó ante ellos su mejor<br />

actuación. Todos lo vieron. “Había triunfado”.<br />

Partieron cuando el semáforo cambió su luz y se quedó absorto mirando<br />

cómo se iban entre gritos de admiración. Un gran impulso lo invadió y corrió<br />

detrás de ellos. Trepó al último vagón del circo mientras lo despedían las luces<br />

de la ciudad llena de incomprensión.<br />

LA REINA DE LOS PÁJAROS<br />

Alondra era la Reina de todos los Pájaros. Si bien su color pardusco y su<br />

collar negro no la distinguían en plumaje, su canto era maravilloso y apreciado.<br />

Pero a ella no le gustaba estar en su trono real todo el día, y salía a volar<br />

por los sembradíos cercanos, dejando a sus pájaros enjaulados. Cierto día voló<br />

cerca del río y escuchó un silbido que se hizo cada vez más fuerte.<br />

Temerosa se acercó a la fi gura que saltaba, se movía y elevaba como<br />

queriendo llegar a ella. Decidida le preguntó:<br />

–¿Por qué me llamas? ¿Quién eres?<br />

–Soy un pez que está aburrido de nadar sin rumbo, de aquí para allá.<br />

¡Feliz de ti que puedes volar!…<br />

–No lo creas. Yo vuelo porque soy la Reina de los Pájaros. Debo velar por<br />

mi reino. Pero si quieres volar, yo puedo dar por cumplido tu deseo.<br />

–Te lo agradezco. Quisiera conocer tu palacio y a tus pájaros.<br />

Feliz se asomó el pez. Salió de su río y voló. Por primera vez observó con<br />

dicha todo el paisaje y exclamó:<br />

–¡Jamás volveré a mi río!…<br />

–¡Veremos si te gusta tu jaula real!<br />

–¡Jaula! ¿Qué es eso?<br />

Al llegar al palacio su desilusión fue grande. Vio que todos los pájaros<br />

volaban en hermosas jaulas. Estaban entre rejas, y alegres cantaban.<br />

47


48<br />

GRACIELA BUSTO<br />

La Reina tomó al pez y lo colocó en hermosa celda de oro. Así lo mostró<br />

a muchos, que se burlaban de él por ser un poco raro.<br />

Aburrido, cansado de tantos trinos, el pez comenzó a llorar. Sus silbidos<br />

eran de angustia y de soledad. La Reina arrepentida lo devolvió a su río. Pero<br />

antes le preguntó si no había sido feliz.<br />

–No quiero ser un pájaro. Yo nací para ser pez, para nadar por el inmenso<br />

río y disfrutar.<br />

Así la reina Alondra pensó que era egoísta. Volvió al palacio real y abrió<br />

todas las jaulas.<br />

MICROFICCIONES<br />

EL FANTASMA<br />

Estaba sentada en el sillón y fumaba cigarros. A veces caminaba por los<br />

pasillos. Otras se sentaba en su hamaca. No pude soportarla más y le arrojé sus<br />

sábanas para que se fuera. Ahora deambula luciendo sus transparencias.<br />

LA CITA<br />

Se pondría su mejor vestido y acudiría a la cita. La esperaría en su auto<br />

junto a la ruta. El encuentro tuvo un brusco fi nal por sus intentos. Se preguntó<br />

si los muertos iban desnudos al cielo.<br />

MARCHA<br />

La marcha indica que la función terminó. Los hilos dejan de mover el<br />

cuerpo. Las voces enmudecen y las luces se apagan. Con tristeza vuelve al<br />

baúl donde la espera la soledad de otra<br />

INDISCRECION<br />

Al abrir la ventana, sus gritos pregonaron la soledad de su alma.<br />

GRACIELA BUSTO


MI SIGNO<br />

DOLORES FERNÁNDEZ<br />

PRÓLOGO<br />

Mi signo es, andar el camino que me conduce al encuentro con la inspiración.<br />

Cuando llego a destino, dibujo historias.<br />

Príncipes, en búsqueda de jóvenes descalzas o soñadoras que mordieron<br />

un dulce durazno.<br />

Pálidas y frágiles heroínas que parten en brazos de Nosferatu, rumbo a<br />

oscuras catacumbas, donde el amor, se escribe con sangre.<br />

Valientes personajes que traspasan las barreras del tiempo y pelean a lomo<br />

de briosos caballos, lanza en mano, por amor a la patria. Guerreros Galácticos<br />

que cruzan el espacio en la era de acuario.<br />

Hombres y mujeres desolados, que buscan, detrás del azogue su destino,<br />

del otro lado de la línea, vestida de negro, espera, la eterna compañera, invitándolos<br />

a un baile sensual.<br />

Los mitos se instalan en nuestro tiempo y Apolo es convertido en bonsái.<br />

Mis palabras crean imágenes. Mi misión, conquistar al lector. Mis armas,<br />

palabras sólo palabras.


50<br />

DOLORES FERNÁNDEZ<br />

LA SOPA, EL VERANO, LAS SOMBRAS<br />

El sol, cae a plomo. La Hermana Úrsula, arruga la cara que seca con el<br />

antebrazo pálido. Tiene manos grandes, igual que los pies. Es grande, hosca, le<br />

pesan los años, aunque son pocos. Algunas alumnas murmuran que nació monja.<br />

Ya terminó su tarea, más que tarea penitencia; controlar la cocina del convento.<br />

Se ha castigado muchas veces, por esos pensamientos, está segura que es la<br />

antesala del infi erno. Verano en Montevideo, 40ª grados a la sombra. Cocineras<br />

malhumoradas, olores, que se enroscan en los cuerpos, pegoteándolos.<br />

El convento se levanta macizo e impenetrable, frente al río como mar. Lejano<br />

y cercano, prohibido y deseado. Mientras en la cocina la orden es: Sopa,<br />

como primer plato, todos los días del año.<br />

Se despega de la entrada y casi corre a protegerse a la sombra de los tilos.<br />

Si fuera por ella, se quedaría allí, la espalda contra la caricia áspera de los<br />

troncos. Envuelta en el perfume que la adormece, casi sonríe, al recordar las<br />

aladas cofi as que usaban. Amplias, duras de almidón, incapaces de volar.<br />

Debe cruzar los patios solitarios. Siente brasas, que atraviesan los toscos<br />

zapatos y las medias de algodón. Las aulas de puertas abiertas, bostezan su<br />

soledad de vacaciones. Un esfuerzo más y llegará al comedor de las hermanas,<br />

fresco y confi able. El próximo patio, al que pronto regresarán los obreros después<br />

del descanso. Puede cortar camino entrando por el ala clausurada, donde<br />

se cambian los hombres las ropas salpicadas de cal y pintura. Está prohibido<br />

ingresar a monjas y alumnado, algunos, han quedado sin vacaciones, prisioneros<br />

del verano y el menú inamovible de la madre superiora.<br />

La sombra fresca del interior, la envuelve cómplice. Sube con cuidado,<br />

enceguecida aún, por la luz implacable. Apoya las manos en la pared, para<br />

guiarse, un piso más y estará a pasos del comedor, libre, hasta la hora de la<br />

cena. El calor, ya se estará ventilando, por la rambla que costea el Río de la<br />

Plata, Las ventanas, aspirarán ansiosas la frescura. Un piso más y estará a<br />

salvo. Pierde el apoyo de la pared, trastabilla. Se extraña, una puerta entreabierta.<br />

El vaivén leve de una mecedora la sobresalta. Pero en el convento, no<br />

hay mecedoras. Rígida, expectante. Recuerda, el suave roce de la seda, de su<br />

primera enagua. Solo una vez la usó. Su madre, conservadora en extremo,<br />

determinó que el lienzo era más útil. Autoritaria. Infl exible. Adicta a la sopa<br />

durante todo el año. Debe confesarse, sus pensamientos la alteran. Sabe, que<br />

no debe recordar con rencor.


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

El roce sedoso retumba en sus oídos. ¿O es la piel? Su piel es áspera. Un<br />

murmullo apagado, tensa su espalda como arco a punto, de lanzar la fl echa.<br />

Olfatea fl ota en el aire el olor animal. Palpita su cuerpo húmedo. Las piernas<br />

temblorosas, casi no la sostienen. El vaivén se acrecienta. Un ronroneo suave<br />

la electriza, clava sus dientes hasta sangrar. Llega una pequeña muerte que<br />

la hunde en el infi erno y la eleva a la gloria. Hasta pronunciar su nombre en<br />

vano.<br />

Una sombra fugaz cierra la puerta. Húmeda, temblorosa, culpable, sube<br />

los escalones. Debe llegar al comedor. Estará a salvo.<br />

ÉL EN MI CABEZA<br />

Todo comenzó, en una caliente tarde de noviembre. Día de los Santos Difuntos.<br />

Katy o Catalina como la llama su mamá, clamaba para que la acompañase<br />

al cementerio. No tenía ningún pariente allí, su excusa: era el único lugar,<br />

donde se libraría, de las larvas astrales, que la perseguían en sus sueños. Yo<br />

no confi aba mucho en la salud mental de mi amiga. Bastaba con leer las frases<br />

que se tatuó en los brazos. No quiero que me miren pero quiero que me vean.<br />

¿Quién soy?, ¿para qué vine al mundo? Pero es blanca, casi transparente, con<br />

labios escarlata, olorcito a duraznos maduros. El inconveniente era su eterno<br />

coqueteo con los temas de ultratumba. En este momento transitaba la etapa<br />

gótica. Para conquistarla, le regalé un ojo de Ra y un pentáculo invertido, que<br />

ella, colgó de su cuello, junto con la medallita de Santa Catalina.<br />

En el Jardín de Paz, el silencio estaba a punto de estallar, bastaba un gorjeo<br />

o el balanceo de una rama perfumada, para que los puntos suspensivos se<br />

apresurasen y la historia corriese en estampida.<br />

Katy se había quitado los zapatos, mientras me contaba las terribles<br />

pesadillas donde la perseguían para matarla con humeantes revólveres. Le<br />

expliqué que sus sueños giraban alrededor del sexo, que las armas son un<br />

símbolo fálico, me miró asombrada. No me creyó. Yo era el más indicado para<br />

el diagnóstico. Cursé cuatro años el ingreso a Psicología. Ella siguió, tironeándose<br />

las medias negras, que parecían gordos gusanos ansiosos de fundirse<br />

en la tierra. No me contestó, pero estaba tan linda en su esfuerzo, que no me<br />

molestó, solo agregué, que las larvas, se contraen en un viaje astral. Nada más<br />

lejano a su cultura oscura.<br />

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52<br />

DOLORES FERNÁNDEZ<br />

De pronto el pájaro cantó. La rama se meció y todo cobró vida. Los dolientes<br />

dieron una última mirada a su parcela y apresuraron el paso, temerosos<br />

que el olor dulzón que sube desde el mundo subterráneo los contaminase.<br />

–¿Qué hacemos? Pregunté.<br />

–Dormiremos con los muertos. Contestó mientras me mostraba una botella<br />

de ajenjo. Me convenció. Recodé al poeta maldito:<br />

… entonces, Ho mi belleza dile al gusano / que te comerá a besos / que<br />

he guardado la forma y la esencia divina / de mis amores descompuestos…<br />

Charles Baudelaire, te rendiré culto.<br />

El guardián, recorría los senderos apurando a los rezagados. Corrí a esconderme<br />

detrás de un árbol y mi nariz estalló contra una rama. Unas manos<br />

frías y cerosas me contuvieron, me guiaron, mientras me echaba la cabeza hacia<br />

atrás, taponó mi nariz y con una voz cavernosa, poblada de extraños ecos,<br />

me tranquilizaba. Catalina, corría desesperada detrás de nosotros. Descalza<br />

y arrastrando una media. Asustada, como cuando era más niña y la madre la<br />

llamaba.<br />

Faltan pocos días para Navidad. Mi vida ha cambiado Salgo de mi habitación<br />

por las noches. Leo obituarios. Me abro paso en las sombras.<br />

Katy me deja mensajes escritos en papel negro con letras rojas, dice que<br />

moja la pluma en su sangre. Liberada de los parásitos astrales, se prepara para<br />

su iniciación. Mi madre, enojada, murmura detrás de la puerta. En el mensaje<br />

de hoy, mi amiga me hizo preguntas. Antes de marcharse sentenció.<br />

–Tienes un muerto en la cabeza.<br />

Es cierto. Hoy, él se animó contarme su historia. Amaba con locura a<br />

su amante, vivían su amor sin importarles nada. Hasta que una enfermedad<br />

terminal, fue consumiéndole los días. Durante la noche, caminamos hasta una<br />

casa silenciosa, detrás de la ventana, una mujer triste, perdida en su propio<br />

abrazo. Regresamos, callados, dolientes. Él me mira desde sus ojosos opacos,<br />

fi jos. No quiere dejarme, teme convertirse en cenizas al vuelo sobre el río. El<br />

enojo de mi madre crece. En nuestro jardín, pájaros negros, de picos como<br />

garfi os persiguen a los gusanos gordos que desuellan los jazmines.


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

Estoy cansado, quiero abrir las ventanas, pero me da pena abandonarlo.<br />

Catalina, dejó un sobre blanco. Él ha terminado de contar su historia, estoy<br />

asombrado, asustado. Durante su enfermedad, un amigo les contó, para animarlos,<br />

que en Suiza, crean diamantes con las cenizas de los difuntos. Hizo<br />

todos los trámites. No quedaba mucho tiempo. Un diamante perfecto, sobre el<br />

cuello tibio de la amada. Juntos por siempre. Llegó el momento, todas sus precauciones,<br />

chocaron con la burocracia. Deambuló entre los muertos, haciendo<br />

tiempo. Buscando un cuerpo y me encontró el día de los Santos Difuntos.<br />

La ventana está abierta, ella, se coloca una fl or sujetando el cabello. Los<br />

bronceados hombros, son una tentación. Ríe y se pinta de rojo la boca. Un<br />

viento caliente vuela la falda de la noche, el aire se perfuma de almizcle. Regresamos<br />

con la cabeza gacha. El miedo, quedó detrás de la puerta, que separa<br />

mi cuarto de la realidad.<br />

Me despierta el resplandor de la mañana. Desde el cielo raso, caen cenizas<br />

amargas, aún tibias. Katy, deslizó otro sobre blanco, al abrirlo, un din don dan<br />

me recordó, que llegó el tiempo. En el jardín brotan las mariposas, el pino, se<br />

prepara para vestirse de gala. Mi amiga dejó su iniciación para el invierno. Mi<br />

madre, murmura, al entrar a mi cuarto.<br />

–Bastará con pasar la aspiradora.<br />

¿QUÉ VES, CUANDO ME VES?<br />

Esta mañana, he visto a un perro dormir bajo la lluvia. A una mujer,<br />

despertar, bajo el techo de una galería comercial, indiferente a las riquezas<br />

que muestran sus vidrieras. Ajena al raudo paso de los coches. Vi a las gotas,<br />

sollozar, hasta caer en el asfalto. Vi a un niño, prenderse, al pecho generoso<br />

de su madre y a ella, colgar la mirada, más allá, de las copas de los añosos<br />

árboles. Añorando, una casa pequeña y un perro dormido, debajo del alero. Esa<br />

vereda, donde se cobija la miseria, será más tarde, el paso obligado, el rápido<br />

ir y venir de otra gente.<br />

Los habitantes de la noche, guardarán el colchón y los cartones, en un<br />

lugar privado. Extenderán las manos, quizá, alguien deje caer una moneda,<br />

para lavar una mínima culpa.<br />

Vi un perro dormir bajo la lluvia y me sentí culpable. Vi el despertar de<br />

una madre, y cerré la memoria.<br />

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54<br />

DOLORES FERNÁNDEZ<br />

BUSCANDO SUS OJOS<br />

Pasó frente a mí y no me llamó la atención su escote profundo, ni sus<br />

caderas vertiginosas, ni el augurio de una vida plena.<br />

En cambio, me atrapó su compañera, de huesos delineados y cráneo perfecto.<br />

Enamorado, me perdí en las cuencas, en busca de sus ojos y entonces,<br />

respiré profundo y me marché con ella.<br />

DE VUELOS<br />

Hoy, aspiré una dosis, que me hizo volar alto, muy alto. Desde la cima,<br />

comprobé que no alcanzaba para el viaje de vuelta. Por eso, me dejé ir, tratando<br />

de recordar, cual fue y porqué, mi primer viaje.<br />

AÑO NUEVO<br />

Hoy di a luz un nuevo año, me corté las venas y dejé caer, doce gotas<br />

rojas. Perfectas. Espesas. Una por cada campanada. Una por cada deseo transgresor.<br />

Fue una buena manera de marcharme.<br />

A LAS DIEZ EN PUNTO Y EN AYUNAS<br />

Esta mañana, a las 10 en punto y en ayunas, dejé retazos de mi amor, en<br />

una herrumbrada camilla de un ignoto lugar. Hoy, renuncié a la dicha de contar<br />

los deditos de sus pies. Decidí, no sembrar besos. Te condené, me condené<br />

a ignorar de qué color eran sus ojos. Te liberé, me liberé, de dar nombre y<br />

apellido. Fue esta mañana, a las 10 en punto y en ayunas.


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

CRECE<br />

Insomne, con la certeza, de que ya sólo acudirán, espejismos sombríos.<br />

Dentro de mí, lento, pero seguro, crece y me consume. Marchita mi piel. Doblega<br />

mi impulso.<br />

Trato de olvidar. Dibujo sonrisas saladas, del verano pródigo. Fogatas de<br />

otoño, donde se retuercen, las hojas con restos de savia, con restos de vida.<br />

Invierno. ¿Estrenaré la bufanda que tejiste? ¿Es esto, lo que sienten las futuras<br />

madres?<br />

Late y crece día a día. Me sorprendo, con la mano apoyada en el vientre.<br />

¿Cuánto tardará, en invadir el resto de mi cuerpo? ¿Cuánto, en demostrar<br />

que él es el que manda? ¿Qué será del verano y las fogatas de otoño? ¿Cuánto<br />

dolerá mi invierno?<br />

El avanza, lo siento. Lo huelo. El día en que me gane la partida, despertaré<br />

con olor a cenizas. Trato de defenderme con quimeras, pinto el cerco, programo<br />

excursiones de pesca. Proyecto volver a correr por las mañanas. Mirar las<br />

piernas, de las jóvenes, que trotan frente a mí. Saborear un Malbec, sin sentir,<br />

ese gusto metálico, de las cápsulas, de las seis de la tarde.<br />

Él crece sin pedir permiso. Pasa el tiempo, no me atrevo a sembrar el<br />

amor en tu cuerpo. Te deseo, mis manos, hambrientas, de tu cuerpo caliente,<br />

se mueren de frío. Pero no debo. No puedo permitirle, que posea tu cuerpo,<br />

ni un segundo. Basta con que devore mis urgencias. Basta, con que cierre mi<br />

boca, al borde de la risa. Basta, ya basta.<br />

TESTIGOS<br />

La noche, abrió la boca en un bostezo oscuro. El coro de perros, interrumpió<br />

su ensayo. Las nubes se escondieron. Ufana, apareció la luna llena. Juan,<br />

aplastó el cigarrillo en el plato de postre. Sin mirar, supo que ella movía la<br />

mano de izquierda a derecha, como pálido abanico.<br />

Noche tras noche, repetían los mismos gestos, sin mediar palabra Ella,<br />

seguía espantando la tristeza. Él, como quien, quiere atrapar, un mosquito molesto,<br />

aguzó la mirada prendiéndola, en el dedo anular desnudo y provocador<br />

que desafi aba.<br />

–¿Qué hiciste con la alianza? –La voz subió áspera, inquisidora.<br />

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DOLORES FERNÁNDEZ<br />

–¿No oíste?<br />

Ella se encogió de hombros. La rutina de siempre. Se perdió, en el trajinar<br />

de la cocina. Luego, las penumbras avanzaron por el pasillo.<br />

Repiqueteó la lluvia tibia. Después, el zumbido de moscardón, del secador<br />

de pelo. El chirrido molesto de la puerta que se abre. ¿Cuántas veces reclamó<br />

enojada?<br />

–¿Cuándo vas a engrasar estas bisagras?<br />

Trató de recordar. Fue el invierno pasado. Él le cerró la boca con un beso,<br />

ella, prefi rió disfrutarlo. Las ventanas abiertas, devoraban el cielo. La luna<br />

fi sgoneaba. Ellos, ofrecían la danza de sus cuerpos, implacables, ardientes.<br />

Arrebujados luego, en el rescoldo de una ternura antigua, ocultos, en espirales<br />

de sueños. Las fogosas noches, se esfumaron como el humo y ella no lleva<br />

alianza.<br />

–Me vas a explicar lo que pasa, dijo amenazante.<br />

En ese momento, la noche olvidó su bostezo. El coro de aulladores, continuó<br />

su ensayo. Las nubes, ocultaron la luna, que apenas, distinguió dos fi guras<br />

en llamas, en el último abrazo. Esta vez, él no apagó el cigarrillo.<br />

EL OJO DEL AGUA<br />

Desde la casa, no pueden verlo. Está escondido detrás del montecito de<br />

naranjos disfrutando su lugar preferido, sentado en el borde del aljibe, con los<br />

pies refl ejados en el ojo del agua. Lo tienta el aroma que llega de la casa. Se<br />

le hace agua la boca, pero se demora. La vista, clavada en el fondo negro y<br />

misterioso, con sueños niños enredados entre las pestañas.<br />

La voz de la abuela lo obliga a dejar su atalaya. Sale raudo, persiguiendo<br />

el olor a manzanas. El cuerpo fl aco y bronceado, los ojos brillantes, la sonrisa<br />

blanca. Seis años ansiosos de juegos y caricias.<br />

Cruza el montecito con los bolsillos cargados de buñuelos y la gomera en<br />

la cintura. La lleva porque era del padre. No le gusta matar pájaros.<br />

Como todos los días va hacia la quinta abandonada.<br />

En la quinta se trepa al árbol más alto. A lo lejos ve las tierras secas y los<br />

árboles achaparrados que parecen islas de sombras donde el ganado fl aco rumia<br />

el hambre. Así son los veranos. Frutas, pájaros en vuelo, cielos candentes,<br />

y el aljibe, donde él habla con su Ángel de la Guarda.


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

El aljibe le trae recuerdos chiquitos, cuando todavía estaba su papá y la<br />

abuela lo llevaba prendido a la pollera y le enseñaba canciones mientras sacaba<br />

el balde del pozo.<br />

Era el tiempo de la risa. Cuando sus padres caminaban abrazados.<br />

Después lloraron por el abuelo. El Vasco le contó un día que las tierras de<br />

la familia se extendían mas allá de donde podía llegar la mirada.<br />

Del abuelo, sólo tiene presente, una cruz, a la que la abuela le cuenta cosas.<br />

Recuerda que los hombres hablaban de las cosechas, las mujeres lloraban.<br />

Su padre se marchó. Lo recuerda parado al lado del aljibe, la cabeza apoyada<br />

en el brocal. La madre olvidó la risa y las palabras. La abuela dejó de cantar.<br />

Se terminó la plata. Quedó la casa y un pedazo de campo. Para ese entonces<br />

el Vasco, que fue el comprador de las tierras, se cayó del eucalipto más alto.<br />

Desde entonces arrastra la pierna. La quinta quedó abandonada. Los animales<br />

del campo y él fueron los únicos propietarios. Tiene que volver a la casa, antes<br />

del regreso de la madre.<br />

La abuela repite su queja:<br />

–Tenés, que estar antes de que ella llegue. Se enoja. No se puede estar en<br />

la casa con ese humor de perros. Él la ha escuchado gritar.<br />

–No puedo trabajar y cuidarlo.<br />

La madre sabe que es injusta. Los abuelos la recibieron con la panza<br />

cargada. El padre, casi un niño, la trajo de la mano. Ella era la hija menor de<br />

un peón de la quinta. El Vasco se lo contó. Fue bien recibida en la casa de los<br />

ricos del pueblo.<br />

Pero ahora trabaja en la Envasadora, trae la plata y lo hace notar.<br />

Sale a la madrugada pedaleando la bicicleta que se desarma en los surcos<br />

del camino. Él ha olvidado las caricias de su madre. Ella se ha vuelto árida.<br />

No sabe qué hacer, con la mujer que la reclama por dentro.<br />

Se revela con la suegra. Cómo se atreve esa anciana a derrochar consuelo.<br />

El niño recuerda cuando al pueblo llegó el circo.<br />

Escuchó los gritos. No entendía que tenía de malo el circo, o el pueblo;<br />

que sólo era un grupo de casas viejas, la escuelita y un pedazo de campo seco<br />

con hamacas rotas, que llamaban plaza. En el invierno, él iba a la escuela, en<br />

la chatita de Marcial, el dueño del tambo.<br />

¿Por qué tanto alboroto?<br />

El circo estaba en la plaza. La abuela se puso fi rme, hablaba de que él no<br />

podía estar en una jaula. No sabía qué era una jaula. Conoció el circo.<br />

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58<br />

DOLORES FERNÁNDEZ<br />

Se pararon frente a una ventanita. La abuela entregó el anillo y le dieron<br />

las entradas. Se sentaron en primera fi la, tan cerca, que podía ver los zapatos<br />

rotos del payaso y las lágrimas blancas de la mujer barbuda.<br />

Supo qué era una jaula: ahí estaba el león con las costillas fl acas, desdentado<br />

y con marcas de dolor, en el lomo pelado. Esta mañana, se subió al árbol<br />

más alto. Desde allí ve el camino, espera ansioso el regreso de la madre, que<br />

hoy cumple años.<br />

La esperan, para que en un soplo, pida tres deseos.<br />

En el camino, aparece la chatita de Marcial. Ella baja, el pelo suelto, la<br />

risa desnuda. Seguro que tuvo noticias del padre. Quiere bajar, alcanzarla. Se<br />

detiene, al ver el gesto. Adelantando el abrazo al cuerpo de Marcial.<br />

Aprieta los párpados, las lágrimas abren surcos. Duelen Él conoce el<br />

camino de memoria.<br />

Quiere llegar al ojo de agua, que del otro lado, escuchen su grito. O llegar<br />

al fondo, donde se refl eja la luna.<br />

POESÍA<br />

FALIBLE<br />

A veces la tristeza, me viste con harapos<br />

y recorro caminos, de miserias y penas,<br />

suplicando mendrugos, durmiendo bajo puentes,<br />

en donde penitentes, se dan licencia,<br />

para olfatear quimeras y los desesperados<br />

se acercan a la barca con pasaje de ida.<br />

A veces bailo, vestida de princesa<br />

y bebo en copa de cristal, las buenas nuevas.<br />

Pero hay momentos, en que fl oto en la brisa,<br />

como una pluma leve, son los momentos<br />

en que dibujo sueños y regalo certezas.<br />

Arrimo el horizonte a los que están cansados.<br />

Traigo niños al mundo, les dibujo una estrella.<br />

A veces, la tristeza, me hace cambiar el rumbo<br />

y recorro caminos, de miserias y penas.<br />

DOLORES FERNÁNDEZ


A PESAR DE TODO<br />

CARMEN FLORENTÍN<br />

PRÓLOGO<br />

A pesar de todo sale el sol<br />

A pesar de todo llega la primavera<br />

A pesar de todo hay sonrisas<br />

A pesar de todo hay abrazos<br />

A pesar de todo hay perdones<br />

A pesar de todo alguien nace<br />

A pesar de todo renacemos<br />

A pesar de todo avanzamos<br />

A pesar de todo nos enamoramos<br />

A pesar de todo hay ilusiones<br />

A pesar de todo hay amigos<br />

A pesar de todo vuelve la calma<br />

A pesar de todo apostamos a la vida<br />

A pesar de todo sentimos PAZ.<br />

A pesar de quien no espera el mañana y quiere alcanzar a la FELICI-<br />

DAD.<br />

Para mi MADRE que a pesar de<br />

todo me pintó un MUNDO FELIZ.


60<br />

CARMEN FLORENTÍN<br />

EL OFICIO PROPIO<br />

Una mujer vendía distracciones, las publicaba en el diario los domingos<br />

por la mañana, porque ese día la relajación de los músculos, el descanso de<br />

los ojos (bien dormidos) y el cerebro predispuesto para comenzar un buen día,<br />

hacen que todos compren demás.<br />

El aviso decía: Vendo distracciones a personas, a personas serias, no tan<br />

serias, pillines, malhumorados. Abstenerse mujeres histéricas y buchonas,<br />

hombres machistas y gente con poca moral que vende su honra en menos que<br />

canta un gallo.<br />

Así fue que llegó un hombre muy infi el hasta su casa, comprándole alguna<br />

distracción para sus viajes inesperados, partidos de futbol, pinchaduras de<br />

gomas, borracheras amnésicas, etc.<br />

La distraccionista le contó su plan… ella iría en forma personal a hacerle<br />

a la dueña de casa una limpieza de cutis gratis prohibiéndole que reciba o haga<br />

ningún tipo de llamadas durante tres horas para la mejor relajación de los músculos<br />

maxilares superiores o inferiores y para asegurarse un buen resultado<br />

general debía ser colocarse una máscara ultra-tensora que no le permita decir<br />

ni siquiera “acá estoy”. Así, todos obtuvieron lo que deseaban. El esposo una<br />

aventura más (creyendo que eso era la felicidad), la mujer una súper mascarilla<br />

(gratis) y la vendedora dinero para distraer a su esposo diciéndole que se iba<br />

de Shopping…<br />

ALMAS EN PENAS<br />

Julio Sánchez Aroldo había sido designado Director de PAMI, ascenso<br />

que celebró en un Restó de Puerto Madero.<br />

Juan se levantó esa fría mañana a las 3 de la madrugada, afuera garuaba<br />

lo sufi ciente para transformar la calle en charcos pantanosos, si hubiera tenido<br />

botas no se hubieran mojado sus viejas alpargatas.<br />

Julio llegó a su nueva ofi cina y se interiorizó de quién sería su nueva secretaria,<br />

y le pidió sus nuevas tarjetas de Director. Miró por la ventana pero la vista<br />

no fue de su agrado desde allí se podía ver a los abuelos hacer largas colas.


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

Al llegar al Sanatorio, a Juan, ya todo mojado, nadie le supo decir cuál de<br />

las tres fi las era para pedir un turno para el oculista, se puso en la más cercana<br />

a la pared, allí sentiría menos frío.<br />

Julio, pidió que bajen la calefacción central, sentía mucho calor y eso lo<br />

ponía de mal humor, su enojo se disipó al ver a su secretaria con una sonrisa<br />

tan seductora como esa diminuta pollera que llevaba. Ella lo convidó con un<br />

café con voz afectiva e informal anunciándole que ya tenía los legajos revisados<br />

y sólo restaba que él los fi rmara.<br />

Cerca de la 7, Juan casi entumecido, sintió que se habría una puerta y<br />

alguien con voz altanera gritaba, el que no tenga número no será atendido,<br />

pegó un salto y entre las marañas de manos pudo barajar el 17 (¡uy pensó!…<br />

la desgracia).<br />

Julio recibió el llamado de su mujer, le recordaba que el sábado era su<br />

aniversario y que esperaba una joya ya que las pieles ya no estaban de moda,<br />

también le recordó que el domingo era el día del padre para que reserve en<br />

algún lado ya que hacía años que no cocinaba. Hacía muchos años que no<br />

sabía nada de su padre, ya que su apego familiar duró a duras penas hasta el<br />

velatorio de su madre.<br />

Juan al llegar a la computadora, los ojitos achinados por el frío se agrandaron<br />

para ver donde había puesto la Oblea, ya que no la encontraba, pero sólo<br />

fue un susto que lo hizo transpirar, la encontró y la entregó con la ilusión de<br />

un niño, del otro lado una voz le dijo abuelo vuelva mañana ya no hay más<br />

turnos.<br />

Julio terminó su primer día agotador y necesitaba antes de ir a cenar con<br />

unos amigos, un poco de relax para ello llenó el jacuzzi con sales esenciales y<br />

prendió la TV, se sorprendió al ver las noticias decían: Los Sanatorios no atenderán<br />

a Pami por la falta de pagos, a esa altura se volvió a relajar pensando en<br />

el nuevo auto que se compraría, en eso estaba cuando escuchó: Corrupción en<br />

el Pami renunció el Director General y con él serían removidos de sus cargos<br />

los nuevos asignados. Esto lo paralizó de sólo pensar que sería el hazmerreír<br />

de sus amigos al no poder tener el auto último modelo que describió con lujos<br />

de detalles y de sólo pensar que volvería a Buzios de vacaciones escuchando<br />

las quejas de su mujer porque le habría prometido que serían en CANCÚN.<br />

Juan al llegar a su casa tomó unos mates para entrar en calor y ver si podía<br />

levantarse más temprano era su única oportunidad para parar ese maldito<br />

glaucoma que avanzaba sobre sus ojos pero sobre su alma, ya que esa noche<br />

se durmió pensando: qué suerte, Julito pudo estudiar, no tendrá que pasar por<br />

todo esto y se durmió más aún pensando: Él sí va a ser FELIZ.<br />

61


62<br />

CARMEN FLORENTÍN<br />

DECISIÓN<br />

Se le hacía tarde me dijo y se puso su gabán gris sobre su camisa ya arrugada.<br />

Se miró de reojo en el espejo como buscando alguna mancha delatora.<br />

El agua para el té que había puesto para los dos hervía, cayendo gotitas en<br />

forma de llanto sobre la pava.<br />

–Me voy te veré la semana que viene.<br />

–La semana que viene es navidad.<br />

–Cierto, entonces será luego de las fi estas.<br />

–Acuérdate, después te tomas tus merecidas vacaciones en familia, donde<br />

lo disponga ella.<br />

El fuego se acaba de apagar con tantas gotas cayéndose de la pava.<br />

–Chau, dijo dándome unas palmaditas en el muslo.<br />

–Chau, le dije mirándolo como nunca lo había hecho.<br />

Me senté y pensé, el egoísmo y la lujuria son pertenecientes al género<br />

masculino, la lealtad, el respeto, la compasión y la valentía nos diferenciarán,<br />

para que cuando vuelva encuentre todo vacío.<br />

PERLAS GRASA MORTAJA<br />

María Trinidad Álzaga Unzué adoraba sus collares de perlas tanto o más<br />

que a su marido. Presidenta de la Asociación Amigos en el Arte, estaba apurada<br />

como siempre pero esta vez más, ya que exponía su última colección de<br />

cuadros a la que había denominado “Llevo Arte en las Venas”. Juan Basualdo<br />

subió a su viejo colectivo cuyo recorrido era Aldo Bonsi-Constitución.<br />

El calor sofocante le hacía sentir las gotas gordas de transpiración cayendo<br />

por la espalda mojando sus pantalones, sus genitales estaban húmedos y su<br />

entrepierna empezaba a pasparse. Aplicó dos gotas de su perfume Givenchy<br />

detrás de cada oreja, sabía que afuera hacía calor, cosa que detestaba tanto<br />

como al sol por haberle generado esas dos malditas manchas en su rostro y<br />

arrugado sus ojos, a los que cubrió con sus anteojos Dolce & Gabana. Ese día<br />

estaba preocupado sabía que las gomas estaban muy lisas y gastadas. No era su<br />

única preocupación tenía dos días para dejar la pensión, la plata no le alcanzaba,<br />

el choripán que comió sabía a grasa, más el chimichurri fermentado al sol<br />

fue mucho. Al doblar la esquina se fi jó la hora en su Rolex, pero al levantar la


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

vista esa mole se le vino encima, levantándola por el aire. Derrapando por el<br />

capot y atravesando el parabrisas su rostro ensangrentado pegó en el abdomen<br />

de Juan. Luego se mezclaron la transpiración, las perlas, el chorizo en forma<br />

de vómito. En la cochería prepararon dos mortajas iguales.<br />

UN DÍA DE ESTOS VOY<br />

A DETENERME FRENTE AL ESPEJO<br />

Un día de estos voy a detenerme frente al espejo, no vaya a ser que no<br />

me reconozca. Desde que ocurrió aquello que no me miro. Porque los espejos<br />

siempre refl ejan el alma y no mienten.<br />

POR MI CULPA<br />

El rosal de mi casa no ha dado rosas, porque no lo podé. Para ser podado<br />

debía salir al jardín que da junto al de ella ¿Qué culpa tenía el rosal?, si yo<br />

quería olvidarla.<br />

LA DESEOSA<br />

Deseo que llegue él, cada mañana caliento el hogar en invierno, cada<br />

verano lo espero debajo del sauce, el lugar más fresco, en otoño dejo las hojas<br />

para sentir sus pisadas al llegar y en primavera lleno la casa de NO ME OL-<br />

VIDES, así recuerda que lo estoy esperando.<br />

¿QUÉ ES AMAR?<br />

Miles de espadas me atravesaron la carne, uno que otro puñal, también<br />

tuve una tarde de felicidad, mil cafés endulzados con culpas. Pero si me preguntas,<br />

¿Qué es amar? Te diré amar es el mar, pero yo siempre me quedé jugando<br />

con la arena haciendo castillos y nunca me metí en el agua por miedo.<br />

63


64<br />

CARMEN FLORENTÍN<br />

LA MUERTE<br />

Sé que vas conmigo a todas partes y que me odìas cuando digo que te<br />

deseo. Porque eres feliz cuando llamas a alguien y ves pánico en sus ojos.<br />

ALMA<br />

Te he mostrado cada centímetro de mi cuerpo y te he contado que pienso<br />

cada segundo. Pero nunca te diré que siento para que no sepas nunca quien<br />

soy.<br />

LA ÚLTIMA CENA (BÍBLICA)<br />

Una mesa larga llena de amigos deseos y sonrisas por doquier, debajo de<br />

la mesa comen la traición y la injusticia ¿Quién come mejor?<br />

JUEGO AMOROSO<br />

Es la primera vez que no mido las consecuencias, cuando siempre medí<br />

mis impulsos, mis circunferencias y hasta la casta social que nos tocó en suerte.<br />

Esta vez mido tus respiraciones, tus jadeos y las veces que me dices que no<br />

pare y es ahí cuando disfruto porque paro y veo en tu mirada lo vulnerable y<br />

dependiente que son los hombres.<br />

DIOS Y LA CONCIENCIA<br />

Dios dame la conciencia de un animal, la belleza de una fl or, la dureza de<br />

una roca, la fuerza de una ola, pero por sobre todas las cosas hazme ver que<br />

soy la mitad de un grano de arena.


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

CONFIANZA<br />

Entró al mar y cuando estaba en lo profundo sonrió, sabía que la voz no<br />

podía nadar.<br />

UN BESO<br />

Si hay un mundo irreal que todos desean ese eres tú, de variadas formas<br />

y pulsaciones, de culpa, de amor, de rechazo, de revancha… Con los años vas<br />

tratando de perfeccionarte pero jamás serás como el primero.<br />

VIAJE INTERMINABLE<br />

Nadie nos dice cómo y cuándo nos iremos, por eso sólo llevaremos amor,<br />

sensaciones, emociones como único equipaje. Cuanto más llevemos a pesar de<br />

la ley de la gravedad más alto volaremos. Allí donde habita ÉL.<br />

PIMBILUZ<br />

El Polipino natividad también llamado Bichopi compasivo o Pimbiluz<br />

generosum, era un árbol que sólo crecía en el mes de diciembre, en el hogar<br />

más humilde de la vecindad, siendo admirado y visitado por todos los vecinos,<br />

tenía la particularidad que aquel que lo deseara de corazón hacía brotar de<br />

sus raíces otro igual. De esa manera en todos los hogares habría un árbol de<br />

navidad gracias a la generosidad del pino y los bichitos de luz.<br />

MUJER CORAJE<br />

65<br />

Antitrama contestación al cuento de<br />

Borges, “El amenazado”.<br />

Sólo existe el tiempo cuando estoy contigo, temo a aquellos que odian la<br />

felicidad del otro. Desde que dijiste amarme no me has nombrado y te paraliza


66<br />

CARMEN FLORENTÍN<br />

la idea de ser feliz, la costumbre cubrió tu piel volviéndote insensible, pasas<br />

tus horas sembrando fl ores mientras tu corazón se marchita, levantando paredes<br />

que te dejan preso y huyendo a toda velocidad de lo que no te atreves, en<br />

cambio yo curo mis heridas con sólo pensarte.<br />

SIMETRÍAS, REPETICIÓN A TRAVÉS DE LA HISTORIA<br />

SALVAR EL HONOR<br />

El Sargento Cabral salvó a su General y lo hizo con honra, sabía que ese<br />

era su deber. ¿Quién te crees que salvó a tu mujer? ¿Tú? Pobre iluso, pude utilizar<br />

todas mis armas y ganar la batalla. Pero preferí matarme yo, los nobles<br />

no sabemos vivir con la conciencia sucia.<br />

LAS MUJERES Y LOS PANTANOS<br />

Las mujeres y los pantanos en algo nos parecemos. Sólo dejamos entrar a<br />

quienes nosotras queremos. Algunos hombres se pierden y no regresan jamás<br />

con sus queridas esposas. Otros nos recorren descubriendo un mundo único.<br />

Unos cuantos desaparecen y muchos huyen por temor a ser atrapados.<br />

MARCHA FÚNEBRE DE UNA MARIONETA<br />

La marcha fúnebre de esa marioneta movilizó a todo el pueblo, siendo<br />

muy llamativo su colorido cajón. Su mortaja de color amarillo contrastaba con<br />

el color violáceo de su rostro. Entre sus manos llevaba una carta que nadie<br />

se atrevió a leer. Su viuda se reía a carcajadas. Pobre Mario siempre supimos<br />

que era una marioneta de su mujer. Pero como nos hacía reír nadie hizo caso<br />

al auxilio de su mirada.


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

GARGANTA<br />

Dejé en su garganta, sólo el silencio. Palabras rotas. El abecedario hecho<br />

pedazos. Tizas y pizarrones desaparecieron. Cansada de la espera fui a otro<br />

cuerpo. La esperanza tomó el tren con su valija vacía. Enterré su alma antes<br />

que su cuerpo en el jardín de paz de los amores muertos.<br />

POESÍA<br />

LA CASA DE ARENA<br />

La casa de arena<br />

se deshace ante el silencio.<br />

Su dueña con llaves<br />

no puede abrir puertas.<br />

Su dueño con suspiros<br />

habilita rincones.<br />

Todos se acomodan.<br />

Las fl ores se abren.<br />

Los pájaros cantan.<br />

La esperanza se adueñó del sauce.<br />

Las ilusiones hicieron nido en los rosales.<br />

El viejo roble albergó los besos.<br />

Todos esperan que el destino<br />

llegue con ella.<br />

PENSÉ<br />

Pensé toda la noche<br />

al encontrarte qué te diría.<br />

Cortando las rosas de mi jardín<br />

te vi pasar con ella, de ahora en más<br />

dormiré sin pensar.<br />

67


68<br />

CARMEN FLORENTÍN<br />

CONCIENCIA EQUIVOCADA<br />

Una voz que duerme en su oreja siempre le dice lo mismo:<br />

Quiso fumar… está prohibido<br />

Quiso tomar… está prohibido<br />

Quiso soltarse… está prohibido<br />

Quiso soñar… está prohibido<br />

Quiso soñar… está prohibido<br />

Quiso amar… está prohibido.<br />

RETRATO EN BLANCO<br />

Esperaba el amor<br />

pintando un cuadro.<br />

Pintó corazones<br />

con rojo pasión.<br />

Besos y abrazos.<br />

Figura de un hombre llegando.<br />

Flores y bombones.<br />

Anillos y un vals de ilusión.<br />

Terminó el cuadro.<br />

Pero él no llegó.<br />

Pintó el cuadro de blanco<br />

y se relajó.<br />

Cuando encontró el amor<br />

solo pintó un mar calmo<br />

y un barco seguro sin rumbo.<br />

El amor y el destino<br />

no se pueden pintar.<br />

CARMEN FLORENTÍN


¿POR QUÉ ESCRIBO?<br />

MIRIAN CLAUDIA LÓPEZ<br />

PRÓLOGO<br />

Porque al hacerlo se abre en mí un universo mágico y delirante.<br />

Porque me adueño de historias y doy vida a personajes, a veces reales y<br />

otras veces fi cticios.<br />

Porque juego y me divierto.<br />

Porque simplemente me hace bien y siento placer en hacerlo.<br />

Quiero agradecer a Carlos que me dio el dato del Centro <strong>Avatares</strong> donde<br />

aprendo y mi imaginación vuela sin límites. A Marta, que me dedica su tiempo<br />

y sabiduría. La que más de una vez me habló como mamá.<br />

A mis hermanas de sangre, Celia y Silvia; y a las hermanas que me regaló<br />

la vida, María Rosa y Sandra, gracias por estar siempre.<br />

A Ricardo que, sin saberlo, fue más de una vez fuente de inspiración<br />

A todas las personas que creyeron en mí y me dieron fuerzas para hacer<br />

lo que me gusta.<br />

Especialmente a “Mis Soles”, lo más hermoso que me pasó en la vida.<br />

Siempre estuvieron ahí, escuchando mis borradores y soportando mis delirios.<br />

¡Qué paciencia!<br />

A esos soles que brillan en mi hogar cada día les digo: “No dejen de soñar,<br />

los sueños se hacen realidad”.


70<br />

MIRIAN CLAUDIA LÓPEZ<br />

LA MUDANZA<br />

Diciembre. El calor agobia, no deja respirar. Los rayos del sol caen perpendiculares<br />

como espadas clavándose en el árido suelo. El clima no ayuda<br />

con la inevitable labor.<br />

A lo largo de mi vida tuve que enfrentar varias mudanzas. Camiones<br />

cargando todo lo que tenía; movilizarme kilómetros; llegar a un lugar desconocido<br />

y empezar de nuevo. Pero ésta fue la más triste, la más dolorosa, la<br />

más desgarradora…<br />

Mi experiencia hizo que armar las cajas fuese un trámite rápido. Llenarlas,<br />

cerrar, pasar cinta, rotular… y va la otra. Los muebles fue tema aparte.<br />

“No lleven todo, dijo alguien, sólo lo que vaya a necesitar”. Bien. ¿Qué parámetros<br />

tengo para hacer la selección? ¡Que Dios me ayude!<br />

Poco a poco se fue organizando todo. Las cajas acomodadas en el baúl<br />

del auto, el televisor envuelto en frazadas en el asiento trasero. Mesas, sillas,<br />

cama… en una camioneta ridícula que ofi ciaba de fl ete. A pesar de la selección,<br />

hubo que hacer más de un viaje.<br />

Él observaba todo el movimiento y, de cuando en cuando, daba alguna<br />

orden. No podía con su genio. Siempre fue así.<br />

De pronto, casi sin darme cuenta, la casa comenzó a quedar vacía. Sentí<br />

el mismo vacío en mi corazón. Pero mi armadura de mujer superada lo ahogó<br />

instantáneamente.<br />

Los muebles que quedaron fueron a dar al galpón del fondo. Ese lugar de<br />

la casa que fue protagonista de historias, fi estas, risas y cómplice en el llanto<br />

y la tristeza. Ahora devenido en depósito de muebles que “no va a necesitar”,<br />

pero que ya comenzaron a enmarañar recuerdos.<br />

Último viaje del auto. Va casi vacío.<br />

–Andá, yo termino de cerrar todo y te alcanzo– le dije disimulando la<br />

angustia.<br />

–No, me quedo y te espero.<br />

–Dale, aprovechá el viaje. Yo me tomo después un remis y me llevo estas<br />

bolsas que quedan.<br />

–No –fue rotundo–. Te espero.<br />

Comprendí que no debía insistir. Me fui hacia el fondo para controlar<br />

candados, cerraduras, ventanas. Iba desandando camino y cerrando paquetes


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

de mi propia vida. El galpón, ya está. Cierro el lavadero, la puerta del patiecito<br />

(así la llamamos siempre), ventanas cerradas. Listo. Vuelvo al comedor.<br />

Me paralicé, la imagen frente a mis ojos me abofeteó sin piedad. Tuve<br />

miedo de respirar. Nunca lo había visto así. Pequeño, indefenso, abatido.<br />

Sentado en una silla desvencijada, intencionalmente olvidada en el inmenso<br />

espacio. Las piernas entreabiertas servían de marco a sus brazos que caían<br />

derrotados, sus dedos entrelazados con fuerza me hablaron de impotencia. La<br />

cabeza inclinada hacia abajo permitía visualizar claramente su tristeza.<br />

Me acerqué silenciosa y le acaricié el cabello blanco, plateado, suave.<br />

Levantó su mirada, me habló sin palabras. Lo dijo todo. Nunca la podré borrar<br />

de mi memoria. Me paré entre sus piernas y abracé su cabeza en mi regazo. Él<br />

se aferró a mi cintura y lloró, lloró, lloró…<br />

MIS SOLES<br />

Así los rebauticé. Por la misma razón que el Sol es Sol. Vida, energía,<br />

calor… Son mi razón y la fuerza que me empuja a seguir. Cada uno brilla de<br />

forma distinta, con luz propia. Los observo y su resplandor me llena de mimos<br />

el alma. A veces, aparecen las nubes que opacan el esplendor. Pero mis<br />

soles dejan entrever su claridad. Y cuando la tormenta desaparece, cuando las<br />

nubes dejan de llorar, ellos me marcan con el arco iris el camino. Volvemos<br />

a brillar juntos.<br />

Vida, amor, energía, calor… Juan y Francisco: Mis Soles.<br />

SOLTAR AMARRAS<br />

Bar sencillo. Sentada a una de sus mesas, miro girar el café mientras me<br />

revuelvo en mi propio lodo. Llega una pareja. Se ubican a mis espaldas. El<br />

hombre cuenta sobre su pasión. Mis pensamientos sumergidos en un negro<br />

pozo despiertan súbitamente. Relata los hechos con tanto entusiasmo que no<br />

pude más que escuchar.<br />

Cuando embarcamos aún no amanece, preparamos todo lo necesario y<br />

soltamos amarras. Puede que el día esté pintado de sol y una suave brisa te<br />

acaricie. Relajación y disfrute. En otras ocasiones, te sorprende una tormenta<br />

o quizás el viento se adueña del lugar. Ahí sí que corre adrenalina, tenés que<br />

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72<br />

MIRIAN CLAUDIA LÓPEZ<br />

dominar la vela, hacer contrapeso para que tu velero no encalle. Buscar el<br />

equilibrio. Estar preparado para enfrentar y vencer la tempestad. Es verdaderamente<br />

apasionante. Sólo tienes que estar dispuesto a soltar amarras.<br />

Pagué mi café. Al pasar por la mesa de mis ocasionales vecinos, les regalé<br />

una sonrisa agradecida. No comprendieron. Caminé pensativa hacia la salida.<br />

Decidi soltar amarras.<br />

LA PROMESA<br />

Julián Gómez llegó a su pueblo natal después de poco más de dos décadas.<br />

Aún recordaba algunos nombres: Doña Jacinta, Don Alberto y Atilio Funes.<br />

El paisaje de montaña le activó su memoria emotiva. Es realmente hermoso el<br />

lugar, un sitio soñado. Recordó su infancia feliz, libre, pura como el aire que<br />

hoy respiraba. Vivía en la ciudad, junto con sus padres ya entrados en años.<br />

Fue criado casi como único hijo, ya que su hermanita menor había fallecido<br />

en un trágico y morboso episodio. Fue en ese momento que decidieron irse<br />

del pueblo. Pero por más que cambiaron de ámbito, la imagen ultrajada de la<br />

pequeña se instaló para siempre en su memoria. La ciudad no lo sedujo, pero<br />

no tenía otra alternativa. Siempre recordaba su pueblo, algunos nombres y el<br />

hecho trágico.<br />

Hoy por hoy estaba allí. Después de ensayar planes y estrategias, llegó<br />

el momento. Desde el principio, para los pueblerinos fue “el forastero”. Mejor<br />

así, nadie lo reconocería. Podía cumplir paso a paso su plan sin levantar<br />

sospechas. Igualmente se levantaron mitos y leyendas alrededor de su fi gura<br />

urbana. Gente de pueblo. Se dirigió hacia lo de Doña Jacinta, dueña de una<br />

especie de pensión. Dio datos falsos y adujo estar de paso en plan de descanso.<br />

La dueña del lugar le dio lo mejorcito que tenía, no estaba mal. La ventana<br />

permitía ver las enigmáticas montañas que mezclaban distintos colores. El sol,<br />

que apenas alcanzaba a entibiar, refl ejaba haces de luces en las nieves eternas.<br />

Ciertamente un paisaje soñado. Sus padres habían quedado en la ciudad. Julián<br />

no dio demasiadas explicaciones sobre su viaje. Ni siquiera podían sospechar<br />

su destino.<br />

Después de acomodar un poco sus ropas, decidió salir a caminar. Así lo<br />

hizo durante las mañanas que duró su estadía. Se mostraba amable y simpático.<br />

Poco a poco la gente del pueblo dejó de mirarlo como “el bicho de ciudad”.<br />

Por las noches iba al bar de Don Alberto, donde se juntaban los hombres<br />

a beber una que otra ginebra y jugar unos partiditos de truco.


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

Solía sentarse en una mesa solo, cerca del mostrador. Observaba, bebía y<br />

escuchaba. Todo servía. Era cuestión de tener paciencia y esperar.<br />

Una noche, irrumpió en el lugar un personaje por él desconocido. Gritos,<br />

insultos e improperios le hicieron de presentación. En el bar reinó por un<br />

momento una tensa calma. Miraron al recién llegado y luego siguieron con<br />

lo suyo.<br />

Julián alcanzó a escuchar una conversación entre dos paisanos.<br />

–Otra vez acá.<br />

–Ya sabés cómo es Funes, se lleva al mundo por delante.<br />

–Se cree que con gritos, amenazas y billetes soluciona todo. Bah, siempre<br />

fue así.<br />

–Algún día se le va a acabar. Dale te toca repartir.<br />

Julián se quedó mirando al tal Funes. Bastante achacado pero prepotente<br />

y amenazador como siempre. Desde ese momento, se lo cruzó todas las noches<br />

en el bar. La escena era más que cotidiana, se embriagaba hasta el punto de no<br />

poder sostener su humanidad. Algunas veces lo sacaban entre dos y lo dejaban<br />

en el sendero. Dormía la mona y a la noche regresaba.<br />

Al día siguiente, Julián realizó como siempre sus caminatas. Al atardecer,<br />

ordenó su cuarto transitorio, guardó sus pertenencias y repasó los pasos a<br />

seguir. Noche sin luna, oscura, tenebrosa.<br />

Se dirigió al bar y esperó. Como de costumbre Llegó Atilio Funes. Gritos,<br />

insultos, prepotencia. Al cabo de un rato, Julián se acercó al mostrador para<br />

pagar su cuenta.<br />

–¿Cómo? ¿Se va tan temprano?– preguntó Don Alberto.<br />

–Sí, mañana al amanecer sigo viaje. Debo descansar. Me dio mucho gusto<br />

conocerlo.<br />

–Vuelva cuando quiera, este es un lindo lugar.<br />

–Hasta siempre.<br />

Al amanecer, Julián fue hasta el cementerio del pueblo. Buscó desesperadamente<br />

hasta encontrarla. Allí estaba:<br />

“Lucía Gómez, siempre serás nuestro ángel”. 1980-1987.<br />

Le habló en silencio. Se hizo justicia. Nuestro angelito duerme en paz.<br />

Elevó una plegaria y se marchó.<br />

73


74<br />

MIRIAN CLAUDIA LÓPEZ<br />

A media mañana encontraron el cuerpo alcoholizado de Atilio Funes.<br />

Debió haber perdido el equilibrio y su cabeza golpeó violentamente contra una<br />

roca. Murió instantáneamente. A nadie pareció importarle.<br />

LA DECISIÓN<br />

Pareja armoniosa y feliz como pocas. Cristian y Ana mostraban sin pudor<br />

su amor, no escatimaban caricias ni arrumacos.<br />

¿Cómo sucedió? ¿Desde cuándo? Él no lo podía precisar con seguridad.<br />

Se dejó seducir, creyó que era un juego. Su romance con Sonia comenzó con<br />

miradas inocentes, comentarios con doble sentido, frases cómplices… Hasta<br />

que su situación de amigos se transformó en condición de amantes.<br />

Los encuentros clandestinos en un hotelucho de Once invadían su cuerpo<br />

de adrenalina, el gusto de lo prohibido. La inocencia de Ana no sospechó nunca<br />

la infi delidad que existía a su alrededor. No percibió la manipulación de su<br />

amiga, ni siquiera los horarios desordenados de su marido.<br />

Ahora Cristian no podía controlar la situación. Amenazas, reproches y<br />

extorsión hicieron jaque mate a los encuentros amorosos. No sabía hasta dónde<br />

era capaz de llegar. Pero estaba dispuesto a terminarlo defi nitivamente.<br />

Su amante manejaba esta situación de manera morbosa. Disfrutaba tenerlo<br />

bajo su control. La eterna rivalidad con Ana hoy tenía una ganadora. Estaba<br />

satisfecha, aunque esto implicara el derrumbe de la pareja. ¡Qué más da! Él<br />

planifi có todo para poner punto fi nal. “Muerto el perro, se acabó la rabia”.<br />

Pensaba una y otra vez.<br />

Amanecer. Lluvia y viento. Perfecto, el clima acompañaba. No pasaría<br />

de hoy.<br />

–Amor, me voy volando, es retarde. –Ana se despidió con un beso y desordenó<br />

con gracia su cabello.<br />

–Bueno linda. Yo termino el cafecito y me voy.<br />

–Chau, nos vemos a la noche. Te amo.<br />

–Yo a vos –fue realmente sincero, la amaba.


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

Quedó jugueteando con una tostada y ordenando en su mente los pasos<br />

a seguir. Peligrosamente absorto. El sonido del celular lo volvió de golpe a la<br />

realidad. Llamada entrante de… ¿Luis? Pensó no contestar, hizo lo contrario.<br />

No habría por qué levantar sospechas.<br />

El aparato se desangró en gritos, reproches, histeria. Oídos sordos y una<br />

respuesta apagada. “Bien. Donde siempre”. No cumplió el horario total de su<br />

trabajo. Estaba ansioso por comenzar y terminar. Al retirarse, Luis le hizo un<br />

guiño cómplice. Él le devolvió una sonrisa sin vida. Llegó al hotelucho y el<br />

dueño (que hacía las veces de conserje, portero y encargado) lo recibió con la<br />

confi anza del cliente conocido.<br />

–¡Qué día hoy! Este clima me tiene podrido.– Decía mientras buscaba la<br />

llave del cuarto reservado.<br />

Cristian sólo asintió con la cabeza y se dirigió como autómata a la habitación<br />

de siempre. La podría reconocer entre miles. Ridículamente modesta,<br />

húmeda, oscura, deprimente… Comenzó a prepararse. Hoy todo terminaría.<br />

La detonación coincidió con el ringtone de su celular. No lo escuchó. Se desplomó<br />

y un charco de sangre comenzó a recorrer el opaco parquet.<br />

Llamada entrante de Ana. “Cuando escuche la señal deje el mensaje…”.<br />

–Amor, pasó algo terrible. Sonia tuvo un accidente. Murió en el acto. Me<br />

voy al Italiano. Nos vemos allá. Te amo.<br />

SERMÓN<br />

–¿Viniste?<br />

–Sí, te traje…<br />

–No me interesa lo que trajiste. Buscate un lugar cómodo, aunque verás<br />

que aquí no hay mucho para ofrecer. Me vas a escuchar.– El monólogo continuó.<br />

–Te miro y no comprendo que estás haciendo de tu vida. No sé dónde<br />

querés llegar. Te vas hundiendo en un pozo que construiste inútilmente. Si<br />

querés terminar como yo (depresión, tristeza, aislamiento) bravo, lo estás<br />

consiguiendo.<br />

–Pero mamá…<br />

–Pero mamá nada, me vas a escuchar y te voy a hablar como jamás lo<br />

hice. Mirá un poco a tu alrededor, vivís en la queja interminable, dando lás-<br />

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76<br />

MIRIAN CLAUDIA LÓPEZ<br />

tima, victimizándote, desparramando culpas sin hacerte responsable de tu<br />

propia debilidad. Te miro y no te reconozco, ¿en qué te convertiste?<br />

Escuchabas con vergüenza las palabras de tu propia madre. Tu cuerpo<br />

parecía cada vez más pequeño. Posición fetal. Muy signifi cativo.<br />

–Mami te quería decir…<br />

–Nada, aún no terminé. Tenés miles de motivos para ser feliz. Una familia<br />

preciosa, hijos que son un encanto y que más de una vez sentiste llenarte de<br />

orgullo por ellos. Tu salud te ayuda, tenés trabajo y a tu alrededor hay personas<br />

que te quieren y te admiran. ¿Qué pretendés hacer con tu vida? Seguí cavando<br />

el pozo. Vas a lograr caer vos y todo lo bueno que te rodea. Poné las cosas en<br />

la balanza y priorizá lo que es verdaderamente importante. Te sorprenderás al<br />

saber que es más lo que estás perdiendo que lo que ganás dando lástima.<br />

La boca se te secó, nudo en la garganta, te pusieron de frente a la realidad.<br />

–Madre, debo irme…<br />

–Sí, ya sé… tus obligaciones. No importa, ya dije lo que tenía que decir.<br />

Alguien debía hacerlo. No hace falta que vengas hasta aquí, sabés donde encontrarme.<br />

No olvides que te amo con todo mi corazón de mamá.<br />

Cómo pudiste te incorporaste. Tu cabeza parecía explotar, pero ahora<br />

tenías claro lo que hay que hacer.<br />

Dos lágrimas rodaron y humedecieron tus mejillas. Dejaste las fl ores<br />

prolijamente acomodadas en la tumba y te marchaste.<br />

LA NOVIA<br />

Eres tan hermosa, tus ojos almendrados despiden luz y paz. En tu níveo<br />

rostro se dispersan pequeñas pequitas que te hacen inocente e infantil. Tu<br />

pelo rizado, del cual tantas veces renegaste, cae cual cascada enmarcando tu<br />

carita. Eres bella. Demás está decir que estoy profundamente enamorado. No<br />

puedo entender tu decisión. Nuestros eternos diálogos sobre el tema siempre<br />

terminaban con un…<br />

–Te amo.<br />

–Te quiero –pero sé que eso no es amor.<br />

La cita fue en un lugar alejado de la ciudad. Éramos muchos. Tu familia,<br />

tus amigos y yo, como queriendo dar vuelta el destino. Estabas sentada en los


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

primeros lugares, siguiendo concentradísima cada paso del ritual. Yo observaba<br />

de lejos, imposible dejar de hacerlo.<br />

En un momento, nos permitieron despedirnos. Para eso hicimos una hilera<br />

que se me antojó interminable. Preferí quedar último, con la inútil esperanza<br />

de que todo esto fuese irreal. Cuando te tuve enfrente, otra vez tu mirada<br />

cautivadora, tus infantiles pecas, tu cabello… Creí enloquecer de impotencia.<br />

Lo dije por última vez “te amo”. La misma respuesta “te quiero”. Tus labios<br />

se posaron suavemente en mis manos temblorosas. Me miraste y sonreíste.<br />

Sentí que no había nadie alrededor. Todo lo que tenía se me escabullía entre<br />

los dedos. No pude retenerte y me quedé solo. Diste media vuelta y caminaste<br />

lentamente. Tenías un jumper gris que se ajustaba con una especie de lazo a<br />

tu cintura. Tu cuerpo grácil y delgado, el que tantas veces imaginé desnudo<br />

entre mis brazos ahora caminaba hacia otro destino. Cruzaste una especie de<br />

tranquera que dividía “las elegidas” del resto de los mortales. Todas ellas estaban<br />

muy felices. Una mujer mayor, con un atuendo parecido al tuyo pero con<br />

su cabello cubierto, te coronó con fl ores blancas y te abrazó maternalmente.<br />

Tomaste la guitarra y continuaste cantando las canciones de la misa. Decidiste<br />

que tu futuro sería el Convento de Clausura.<br />

Se te vio feliz, elegida de Dios. Yo tuve que aceptar. ¡Pavada de rival!<br />

POESÍA<br />

PARA RUBÉN<br />

Y de repente todo fue nada…<br />

Sólo preguntas que retumban<br />

en mi corazón sin sentido alguno.<br />

¿Por qué? ¿Para qué?<br />

No hay respuestas.<br />

Difícil se hace aceptar la muerte<br />

si reinaba en vos un caudal de vida.<br />

Y miles de veces me pregunto…<br />

¿Apagaron tu sol o sos el sol que<br />

nos invita a luchar cada día?<br />

¿Enmudecieron tu voz<br />

o sos la canción y la risa<br />

que vibra en nuestros oídos?<br />

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78<br />

MIRIAN CLAUDIA LÓPEZ<br />

¿Impidieron tu vuelo<br />

o sos el ave que sobrevuela<br />

nuestra esperanza?<br />

¿Por qué? ¿Para qué?<br />

No hay respuestas. Sin embargo…<br />

Sé que eres nuestro sol, nuestra canción,<br />

nuestra alegría. Préstame tus alas y tu risa.<br />

Te siento cerca. No apagaron tu corazón,<br />

aún sigue latiendo muy cerca del mío<br />

para decirnos una y mil veces:<br />

¡Te quiero y vos lo sabés!<br />

A QUIEN CORRESPONDA<br />

No te odio.<br />

Aunque sobran los motivos.<br />

Sabes que en mí no hay<br />

maldad ni venganza.<br />

No es esa mi esencia.<br />

Y mi esencia… está intacta.<br />

No me pidas que cambie,<br />

sería casi imposible.<br />

Quizás no sea la mujer de tus sueños.<br />

Pero estoy segura que fui<br />

lo mejor que te pasó en la vida.<br />

MIRIAN CLAUDIA LÓPEZ


ECLOSIÓN<br />

JULIA MANSI<br />

PRÓLOGO<br />

La palabra escrita tiene cuerpo, fuerza y poder. Tiene alma. No muere.<br />

Perdura en el tiempo e infl uye en los cambios de nuestras actitudes y decisiones.<br />

Desea que posemos los ojos en ella para vibrar en nuestra vida. ¡Qué<br />

lindo es comunicarnos y compartir nuestros escritos!<br />

Ellas forman frases románticas, célebres, poéticas y llegan al corazón o<br />

nos dejan pensando, como ésta: “Todo lo que es terrenal muere”.<br />

“¿Qué pasa con el amor, se muere con nosotros?”.<br />

El amor late en cada momento compartido, en el lugar donde nos desenvolvemos,<br />

en esa caricia, en ese gesto, en esa sonrisa, en ese apretón de manos,<br />

en una mesa servida, en ese sabor, en ese color, hay amor.<br />

El que entregamos desde el corazón a todas las cosas y en toda ocasión.<br />

Somos polvo y a la tierra volvemos, el amor no. Sigue y palpita. El ser<br />

mismo de Dios es Amor, nosotros creados a su imagen y semejanza nacemos<br />

de Su esencia. Lo alimentamos día a día y lo dejamos eclosionar para que salpique<br />

a todos los de nuestro alrededor y más allá. El amor derrite toda dureza<br />

hasta las imposibles corazas de hierro.<br />

Gracias Marta por este delirio… Gracias Renée por esta eclosión.<br />

Gracias a todos… Daniel, Mariano, Daniela, María Belén, Mamá… los<br />

amo.<br />

“Amar”, un poema para que vibre nuestra vida.<br />

Despojarnos de nuestra piel y…<br />

Amar hasta la locura sin entendimientos.<br />

Amar despacio con éxtasis hasta el cansancio.<br />

Amar con la mirada limpia y amar en sueños.<br />

Amar con el corazón al que nos ama y al que nos odia.<br />

Amar con el alma rota y tener compasión.<br />

Amar a todos y a ti. Entre risas y llantos.<br />

Amar luchando. Amar sufriendo. Amar festejando.<br />

Amar pariendo y muriendo. Amar construyendo.<br />

Amar todos los días y las noches. Amar la vida.<br />

Amar al amor. Amar al ser. Amar al que nos creó.<br />

Desnuda y con el alma en brasas… amar.


80<br />

JULIA MANSI<br />

MARTÍN, LA PASIÓN Y LAS MUJERES SALTEÑAS<br />

Es una fría noche en el monte, descansa el Padre de los pobres, junto al fogón.<br />

Con sus nobles hombres, los paisanos, mulatos, negros, gente gaucha con<br />

mucha fuerza. Descalzos, con harapos y el estómago vacío, siguen al jefe.<br />

Hay una meta en común, la lucha por la independencia. Está orgulloso<br />

de todos ellos y de las mujeres de Salta. Se siente acompañado. Entre luchas<br />

y pasiones la jujeña está cerca de él.<br />

Con aspecto de hombre monta a caballo, va camufl ada para registrar los<br />

movimientos del enemigo. De vez en cuando en algún bailecito se pone pollera<br />

y una blusa, resalta su belleza femenina. Al principio pasa desapercibida, cosa<br />

que en poco tiempo, cambia la situación.<br />

–Mi general ya entregué el comunicado, por esta noche puede descansar,<br />

quédese tranquilo y mire a esa luna sonriente, parece que lo quiere abrigar.<br />

–Todos podemos descansar.<br />

–¿No está contento con las batallas ganadas?<br />

–¿Por qué lo preguntás?<br />

–Se lo ve apenado. Porque no me cuenta, largue el rollo jefe se sentirá<br />

aliviado.<br />

–Hoy enterramos mientras usted cumplía su misión, al hijo de la viuda,<br />

ese gran pequeño valiente. En su potranca vino, estaba por caerse y su madre<br />

corrió para abrazarlo. Logró decirle que el enemigo se prepara para darnos<br />

el remate con mil hombres. No quiero más muertes y menos de pequeños.<br />

Mañana voy a hablar con mi gente, para ponerlos al tanto. Necesitamos otro<br />

golpe de suerte y de justicia para poder devolverlos.<br />

–No se castigue con tormentos. Todos estamos dando nuestra sangre, por<br />

libertad. Le parece poco jefe.<br />

–No me llames jefe, ahora no.<br />

–Bueno si usted lo dice, y como le debo llamar.<br />

–No quiero vueltas, las cosas pintan de esta manera.<br />

–Le parece, te parece que nadie se dio cuenta de que me arrastras el ala.<br />

–Las cosas que decís, necesito del calor de una mujer, muy lejos tengo a<br />

la mía.<br />

–Sólo por eso. ¿No hay nada más?<br />

–¿Qué me quéres sacar?


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

–Necesito que me digas sin sobresaltos porqué lo hiciste. Porqué Carmen<br />

si no…<br />

–Shshshshs no sea cosa que despiertes duendes esta noche y vayan con<br />

cuentos. La soledad en el alma es como un puñal helado, entra despacito, lo<br />

más despacio para que mayor sea el sufrimiento. Carmen tiene a mis hijos, su<br />

calor, sus besos, sus risas, escucha decirles mamá. Yo aún no sé como suena.<br />

–Te entiendo.<br />

–Nada entendés, estabas encerrada entre paredes y pensé que tu ausencia<br />

sería para siempre. ¿Podés imaginar eso?<br />

Los triunfos sin tu presencia, no serían lo mismo. Las llamas de la fogata<br />

tiemblan ante tanta pasión.<br />

–¿Qué querés decir que no me he comportado como un valiente gaucho<br />

en todo este tiempo?<br />

–Te has comportado como eso y mucho más. Eres una dama, no te trataron<br />

como tal. No fueron demasiado inteligentes para no saberlo.<br />

–Y cuando te diste cuenta vos –acentúa el vos.<br />

Le saca una sonrisa al general. Su mirada recorre las sierras pintadas de<br />

rojo, el humo romántico va por detrás de los hombros sensuales de Juana, la<br />

embellece.<br />

–Mirá las cosas lindas que me ha dado esta vida manoseada por la sangre.<br />

–Una esposa, hijos… –ella enumera con los dedos.<br />

–Una compañera en días tristes, en días cargados de lluvias en soledad.<br />

Una compañera que me abriga y cura mis heridas. Calienta el frío de las penas.<br />

Escucha la noche, sus ruidos, los sollozos ahogados del dolor, del desgarro de<br />

la carne viva, no hay ayuda de los superiores. Hay impotencia. La asfi xia de<br />

las carencias respira en un sueño. El sueño de su compañera, el de todo un<br />

pueblo y el suyo. Martín comparte el cigarro con ella. También cuando está en<br />

ronda con su gente, de boca en boca lo pasan. El campamento parece inmovilizarse.<br />

La luna baña el valle. Se encuentran envueltos por el aroma de hierbas<br />

y del tabaco diluido por los frescos vientos. Hay un encuentro. El crepúsculo<br />

se despoja de todo pensamiento.<br />

Sólo ellos están despiertos. Martín calma sus temblores, en busca de su<br />

boca, retira los pequeños bucles de su cara, ella apaga sus grisáceos faroles y<br />

las lenguas vivas hablan en mil idiomas.<br />

El horizonte retumba en pequeños estruendos. Luchan las pequeñas llamitas<br />

del fuego por permanecer un rato más. El amanecer se asoma. El jefe con<br />

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82<br />

JULIA MANSI<br />

su barba acaricia la espalda desnuda. La nube de pólvora los marea, el aroma<br />

de poleo y tomillo desaparecen. Pierden sensaciones. Sus labios sonríen en<br />

paz. Ganaron todas las batallas, a otros les tocarán ganar la guerra fi nal de<br />

libertad.<br />

Juana Moro Era una dama jujeña radicada en Salta. Durante las invasiones<br />

realistas vestía de gaucho y se trasladaba a caballo para registrar el<br />

movimiento del enemigo, fue apodada “La emparedada”.<br />

FIDELIDAD DORMIDA<br />

Mi conciencia late perturbada, comienzo a tener noción de que existe.<br />

Me levanto como todos los días, tomo el desayuno con Alma mi joven<br />

mujer, siempre lo va a ser, le llevo demasiados años, nunca me di cuenta de<br />

ello. Juani toma su jugo de naranja, café con leche, vainillas y parte para su<br />

año en CBC.<br />

Mi escritorio colmado de proyectos me reclama, me obsesiono con tantos<br />

planes, quiero dejarle un buen pasar a mis hijos. Mi mirada se extiende más<br />

allá de la ventana y recorre un camino conocido. Con quiebres, valles y grandes<br />

montañas de rocas. Pero acá estoy, lucho porque todos mis planes pasaron<br />

de un estado sólido a líquido o más bien a gaseoso.<br />

Me consideré siempre el rey de la noche, un Casanova, el que todo lo<br />

tiene bajo control. Paso a ser un casero empedernido, obsesionado en compras<br />

inmobiliarias sumo cuentas en el banco para poder irme tranquilo. Soy un<br />

hipócrita y ella me clava esta lanza que nunca me va a dejar de lastimar. Ella<br />

me traslada de lo cómodo a vivir en familia, con todo lo que ocasiona esto<br />

sin acostumbrarme totalmente. Alma vuelve tan contenta del ginecólogo, en<br />

la mano unos análisis, No la abracé, no le dije todo lo que la amaba, al contrario,<br />

la defraudé. Insultos, gritos y peleas con toda mi razón y ella con la<br />

suya. Porqué no te cuidaste, porqué lo planeaste sola, un embarazo que en las<br />

circunstancias dadas no es mío. Me derrumbas, caigo y no puedo sostenerme.<br />

Lo triste es que te amo y lo nuestro ya toca fi n. Lo analizo y no comprendo<br />

como en segundos todo lo construido, desaparece.<br />

Todo lo tenía calculado para un buen pasar con viajes, cenas a luz de<br />

velas, en lugares exóticos y con un hijo ya casi independiente. De mis manos<br />

se escapa este hogar, en el cual empezaba a sentirme cómodo. Las canas pue-


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

blan casi toda mi cabeza y ahora rompo toda relación de trabajo anterior para<br />

ganarle al tiempo con otros adinerados sueños.<br />

El cielo me aplasta, todo sucumbe, mi mujer me traiciona y trae a este<br />

mundo a alguien que no lleva mi sangre.<br />

“Porqué tan seguro que no es tuyo”. “Yo te lo afi rmo, no es mío”.<br />

“No puedo creer tanta desconfi anza, me estás hiriendo”.<br />

“Sabes por qué, a esta altura que ya todo está perdido, te lo voy a decir,<br />

me hice una vasectomía, no te lo dije, porque no lo hubieses aceptado”.<br />

“No lo puedo creer”. No pude soportar tu llanto, di un portazo y partí<br />

a comer a Eliseo, nuestro lugar preferido, cálido, acogedor, necesitaba aún<br />

sentirte mía. Mi Alma, con quien compartías esos malditos momentos cuando<br />

trataba de superarme económicamente. Mis manos tiemblan huecas, mi<br />

corazón lo arrancaste y te bañaste con deleite en sus cascadas tornasoladas.<br />

Un ADN está en camino por tus insistencias y yo, no sé realmente, ya no creo<br />

ni en mí mismo.<br />

Suena el teléfono, levanto enseguida y vos desde tu habitación también.<br />

“Los análisis dan un cien por ciento que es tuyo Lautaro”. Corto y hago<br />

otra llamada. “Hay probabilidades en uno por mil, porque queda un fi lamento…”.<br />

Corto la llamada porque ya no tengo voz, esa voz que necesito para<br />

pedirte mil veces perdón, seguir hasta obtenerlo. Siento tus suaves pasos por<br />

la escalera, los vidrios del ventanal me proyectan una fi gura elegante y embarazada.<br />

Apoyas las manos en mis hombros, inclinas tu cabeza sobre la mía,<br />

tus labios apenas se abren.<br />

“Yo voy a saber educarlos”. “Juntos lo vamos a hacer”, mientras la beso.<br />

“Ahora necesito de un tiempito para confi rmar un negocio”.<br />

La casa tiene otros perfumes, abro la habitación de mi pequeña, Alma se<br />

quedó dormida junto a ella, las contemplo no sé por cuánto tiempo.<br />

LA VENTANA QUEDA ABIERTA<br />

Entreabro un ojo, luego muy despacio el otro, siento mucho frío, quiero<br />

dormir y seguir en el sueño. Lo deseo y lo anhelo con arduo dolor.<br />

Trato de ponerme en pie, se mueve el piso. Abro una y otra puerta hasta<br />

encontrarlo. Me espera con un gran desayuno, me va a agasajar. No recuerdo<br />

la fecha de nada importante. Me miras, me extiendes los brazos y no me alcan-<br />

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JULIA MANSI<br />

zas. Corro hacia ti y la distancia en vez de acortarse se alarga. Hay un camino<br />

infi nito que nos separa con mucha agua salada y embravecida.<br />

Cuando comienza a sucederme esto, puntualmente no lo recuerdo. O no<br />

quiero. Sólo los ansiolíticos ponen un freno a esta tempestad que se desata en<br />

mí. Me levanto de la cama, descorro las cortinas y observo el mar. No hay sudestada.<br />

Es un espejo donde brotan pequeñas llamitas en un equivocado amanecer.<br />

Mis manos dejan de temblar. Mis gestos insensibles dejan de latir. Estoy<br />

abatida. Hoy puede ser. No tengo que dar explicación a nadie. Ya no. Termino<br />

de tomar el agua del vaso que todas las noches lleno y me acurruco nuevamente.<br />

Entre sábanas de tristes fl ores, te nombro una y mil veces, tomo aire y grito,<br />

nadie me escucha. Exhalo un suspiro, quizás el último. Doy un salto, me repito<br />

no puede ser, me estiro, los brazos llegan a rozar el techo, me saco el pijama y<br />

llego hasta la ventana. Apoyo los brazos sobre el marco y me río.<br />

Río de las cosas que hago para demostrarme que estoy viva. Hay un camino<br />

por conquistar. Sólo un camino, ahora sé que tiene una sola mano.<br />

Cuando me atrapaste. Aquella noche en el boliche o cuando tu fi rme voz<br />

me dijo, te tengo que dejar pero te espero.<br />

El amor es muy loco, nos enamoramos de la persona con la que más problemas<br />

vamos a tener. Hoy mi destino sería otro pero estoy atrapada.<br />

Tomo un pañuelo y me seco los ojos sin lágrimas. Me siento en el borde<br />

del ventanal. Estaría navegando con el capitán del crucero Esperanza, habrá<br />

ya, encontrado consuelo en otros puertos. En su última carta me dice que me<br />

tiene preparado un gran desayuno con fl ores no tan hermosas como yo. Que<br />

me anime a esta aventura que podría ser la última. Está en todo su derecho. Y<br />

el mío, donde llora amordazado.<br />

Todo iba a ser distinto si actuaba con lealtad. Siempre rodeado de mujeres<br />

y yo una más. Que como yo ninguna, son sólo palabras cautivadoras.<br />

Llega mi hora. Me doy vuelta lentamente, primero con una mano y luego<br />

la otra, me suelto. Pero antes miro hacia la cama y me despido de mi cuerpo<br />

dormido. Me dirijo hacia el camino con un rumbo, puedo concretar un arrepentido<br />

deseo.<br />

UNA VIDA EN PROMESA<br />

Es invierno, los níveos rayos me abrazan y me lastima el perfume de los<br />

recuerdos. Un encuentro entre nostalgias, desbordes y contrastes de sentimien-


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

tos. Una y otra vez dan vueltas y se acoplan sobre la mirada que está tiesa en la<br />

rosa. Es la misma que clavó sus espinas en mi alma. Una rosa azul, única muy<br />

costosa y sin perfume. A mí no me perfuma. Declinan las fuerzas, el desánimo<br />

me atrapa, me eleva y me tira, caigo como una rama desecada. La promesa<br />

que late. Tuve mi tiempo, no fue más que varios suspiros. La vida descose lo<br />

que hilvanan nuestros pensamientos. La mañana me acaricia aún con restos de<br />

sueño, resplandece el brillo de tu mirada en la mía. Es la luz que me amarra a<br />

ti y es lo único que me mantiene vivo. Fue por mi insistencia que en la nursery<br />

se apiadaron y pude ver tu carita. El tiempo intensifi có tus facciones en mis<br />

pensamientos. Tus ojos color mar se encontraron con los míos, los salpicaste<br />

con tus lágrimas y desde ese entonces, no paro de buscarte porque quiero que<br />

me reconozcas. Cuando deje esta injusta prisión, la lluvia caerá sobre los dos,<br />

nos mojaremos pero juntos. Mis arrugas en la cara, me devuelven una visión<br />

a la que nunca quise llegar a conocer. La eterna juventud se evaporó. Qué risa<br />

me da. Aún estallan en mi memoria los cuentos infantiles, los tengo todos<br />

guardados para contártelos.<br />

No es dilema, si pudiera regresar tiempos idos… son sólo palabras, sería<br />

todo lo mismo. Desembolsar ahogadas penas es empantanarme en lacras que ya<br />

no valen la pena. Me levanto, salgo al jardín, las palomas acompañan mi congoja,<br />

la última rosa se está por secar. Demasiado tiempo para seguir en el rosal.<br />

Espero la última acción de mis cansadas piernas. Alzo las manos, me<br />

arrodillo, bajo mi pesada cabeza, cierro los ojos, todo se diluye.<br />

–¿Necesito saber adónde la llevaron, dónde está viviendo?<br />

–Jamás lo sabrá, ellos no saben lo que hacen, sólo quieren a la pequeña<br />

lejos de usted –dice una vecina.<br />

–No entiendo esta obsesión de criarla sin el padre.<br />

–Y sin la madre.<br />

–¿Qué me quiere decir?<br />

–A ella la llevaron a un lugar donde no puede tener visitas y sólo si su<br />

comportamiento es bueno podrá salir a la mayoría de edad.<br />

–¿Qué dice?<br />

–Que se terminó todo entre ustedes y toda la familia.<br />

–Pero sigue en pie lo que le prometí.<br />

–¿Que irían a vivir juntos a su regreso? Jamás baje los brazos pero eso<br />

puede llegar a ser un milagro.<br />

Una niña adolescente, ya sola, recorre recuerdos y vuelve hacia un pasado<br />

vivo en busca de sus verdaderos padres. Encuentra a una madre presa en la locura,<br />

pero feliz sostiene su canosa cabeza. Sus ansias siguen hasta conseguir lo<br />

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JULIA MANSI<br />

que tanto desea. Una inesperada noticia acomoda la realidad. Sacude, renueva<br />

y estabiliza el perfume de las rosas que por algún tiempo lo perdieron. La vida<br />

cose algunos hilvanes que han rescatado los pensamientos.<br />

COMPORTAMIENTO OSCURO<br />

Mauricio con una herencia importante en las manos logra acrecentar sus<br />

negocios. Su padre un funcionario del municipio, cuando muere le deja valores<br />

materiales, ninguno lo dignifi ca como ser humano. Al poco tiempo muere su<br />

madre y con ella se van todos sus recuerdos.<br />

Un capital que sube y al mismo tiempo pierde fuerzas entre su hogar y mujeres<br />

perdidas. Detrás de su escritorio, dueño de una excelente empresa medita.<br />

Recuerda sin nostalgias a sus dos ex esposas con un hijo cada una. Actualmente<br />

tiene una compañera con una hija y trabajan en el mismo lugar. No pasa por<br />

un gran momento, tiene enfrentamientos con acreedores, no llegan a acuerdos.<br />

Abogados que reclaman y los juicios comienzan a apilarse. Baja el sueldo a<br />

todos los operarios y nunca cobran cuando debiera ser. Un caos en una enorme<br />

riqueza. Están ricos en trabajos y tan pobres en plata. No se entiende.<br />

Llama a Mauri, uno de sus hijos y le dice que si no quiere quedar en la<br />

calle, tiene que cobrar todo lo que le deben los empresarios del campo.<br />

Sale Mauri con poco ánimo, a la mañana siguiente antes de despuntar el<br />

alba. Obedece órdenes porque sabe que su padre cumpliría la promesa. No se<br />

da cuenta cuando paró el coche y estacionó en la banquina para dirigirse en<br />

un llano cubierto de hojas entre amarillas y pardas.<br />

Se encuentra apoyado con la espalda en el tronco de un eucalipto.<br />

–¿Necesita ayuda? –alguien dice. Se da vuelta y no divisa a nadie. Busca<br />

detrás del árbol, siente ruido de hojas secas cada vez más cerca. Aparece un<br />

anciano con una mediana barba blanca.<br />

–Sí, yo soy el que te habla –se acerca más– estás preocupado.<br />

–Lo estoy, pero quién es usted para interesarse de mis penas.<br />

–Con el tiempo lo sabrás. ¿Te puedo ayudar?<br />

–Si aún no sabe mi nombre ni yo el… suyo.<br />

–Soy un sabio anciano y sé que te llamas Mauri hijo de Mauricio González.<br />

–Todavía no sé cómo me conoces tanto y de dónde vienes con esa ropa.<br />

–Digamos que vengo de muy lejos, caminando… la túnica y la capucha<br />

me resguardan del frío, del viento y de la lluvia.


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

–Supongamos que le creo, ¿cómo me puede ayudar?<br />

–Lo debes cuidar más que a tu vida, toma este anillo, tiene historia pero<br />

no es para contártela ahora.<br />

–¿Por qué brilla tanto?<br />

–Es un brillo exclusivo de él.<br />

–Y cómo sé que me puede ayudar.<br />

–Tiene poder y sabiduría. Tiene poder sobrenatural sobre el resto de los<br />

seres. El anillo te convierte en un dios, pero a su vez te esclaviza y no puedes<br />

deshacerte de él. Te va a corresponder en todo lo que necesites siempre que<br />

obres el bien. Se dieron la mano y cuando quiere saber si se lo tiene que devolver,<br />

medio aturdido como borracho sin haber tomado, arranca el motor y<br />

se desliza por la carretera, cree lo que no puede ser. Decidido va a enfrentar a<br />

esa gente muy presumida y a conseguir el pago de las deudas. Unos días son<br />

sufi cientes para cobrar un caudaloso capital. Se presenta ante su padre y sobre<br />

el escritorio abre un maletín con billetes verdes. Asombrado le pregunta cómo<br />

lo hizo. Le responde que lo importante es que pudo cobrarlo.<br />

–Seguirás en la empresa con un alto sueldo, pero es que no puedes hablar<br />

de esto a nadie.<br />

–¿Con qué objetivo?<br />

–Con el mismo que hasta ahora me manejé.<br />

–No te puedo creer.<br />

–Creelo y seguirás con tu sueldo.<br />

–No puedo.<br />

–¿Qué es lo que no puedes?<br />

–Seguir con toda esta farsa.<br />

–Puedes irte cuando quieras pero antes debes darme ese anillo que me<br />

corresponde.<br />

–No es tuyo.<br />

–Ni tuyo.<br />

–No es de nadie salvo de aquel anciano que me lo dio.<br />

–No vengas con cuentos, lo quiero ver.– Forcejean, los golpes en la puerta<br />

se intensifi can. Alguien entra sin permiso y va directamente hacia el anillo.<br />

Mauricio aprovecha la distracción del hijo y se lo arrebata. Una vez en su<br />

poder, se lo calza en el dedo.<br />

–Ahora es mío.<br />

–No sabes lo que dices –agrega el extraño.<br />

–Yo doy todo lo que tengo y tú ¿quién eres? –dice el hijo.<br />

87


88<br />

JULIA MANSI<br />

–Ya cumpliste tu tiempo con él, te dejo libre.<br />

En el dedo del padre el anillo comienza a perder brillo, ya no lo quiere<br />

pero tampoco puede sacarlo del dedo.<br />

–Sólo podrás dejarlo ir cuando restablezcas tus cosas y las pongas en<br />

orden.<br />

–¿Pero qué clase de anillo es éste?<br />

–Es un anillo con historia y si quieren se la puedo contar.<br />

–¿Eres el anciano que encontré en el bosque? –dice Mauri.<br />

–El mismo de capa y barba. Pero ahora estoy joven y sin barba.<br />

Se dan la mano y comienza a relatarles la historia.<br />

Hay una búsqueda de anillos que nació antes de las pirámides de Egipto<br />

y de los Muros de Babilonia. Hace unos cinco mil años que este anillo mágico<br />

comienza a usarse. Sobrevivió a la gloriosa civilización griega, al poderoso<br />

Imperio Romano y siguió subsistiendo a la aparición de los íconos fundadores<br />

de las religiones más importantes, Cristo, Buda y Mahoma. La historia del<br />

mundo se sigue tejiendo y con ella la del anillo perdido. Se quedan dormidos<br />

en una placentera siesta, en un tiempo mágico y cuando despiertan hay muchos<br />

cambios que los toman por sorpresa.<br />

–Señores, todos están muy contentos al recibir el sueldo por adelantado y<br />

los premios que nunca fueron pagados –dice el contador.<br />

En un abrazo impensado terminan ambos, padre e hijo. Hace mucho<br />

tiempo que se lo deben. Cuando comienzan a recordar lo ocurrido como una<br />

anécdota pasada, entra la señora del padre, luce un anillo en el único dedo<br />

desocupado. Abraza a su esposo y le agradece el magnífi co regalo. Le dice<br />

que jamás le había regalado uno igual, con tanta brillantez. Cuando Mauricio<br />

le quiere explicar que él no había sido, su hijo se adelanta y le dice que su padre<br />

se lo había comprado para el aniversario, como no le había regalado nada,<br />

dejando de lado el cheque en blanco, ahora le daba esa joya.<br />

–Sí –le dice Mauricio satisfecho– quiero que lo tengas.<br />

La sonrisa de ella comienza a diluirse cuando el resplandor de la joya se<br />

transforma en algo vulgar.<br />

JULIA MANSI


IMPROVISANDO CADA PASO<br />

EDITH MIGLIARO<br />

PRÓLOGO<br />

En este sueño maravilloso de vivir, transito improvisando a cada paso.<br />

He tenido pesadillas, oscuras y terribles, como todos. Y he tenido momentos<br />

inolvidables.<br />

Ahora los puedo volcar en un papel, quizás no de la mejor manera, pero<br />

que trasciendan de mí esos seres sorprendentes que me han acompañado, para<br />

que el mundo los conozca, aunque el mundo sea una sola persona, es lo más<br />

cercano a la dicha que se puede estar.<br />

Qué importaría amar si no pudiéramos hacer sentirse amado al otro, qué<br />

importaría haber tenido hijos si no los arrancáramos del corazón para dejarlos<br />

gozar del mundo, del amor y compartir sus proyectos e ilusiones, qué importaría<br />

tener amigos si no les dijésemos que son como el aire para nosotros, o<br />

tener profesores y no hacerlos saber que con lo que nos han enseñado ahora<br />

somos más felices.<br />

Qué importaría vivir, sin estas pequeñas grandes cosas.


90<br />

EDITH MIGLIARO<br />

DRAMA EN LA REDACCIÓN<br />

La joven mujer se acostó en la mullida y amplia cama. Sonidos inconexos<br />

llegaban desde la ventana abierta, prestó atención, el silencio de la noche ocultaba<br />

miles de sonidos: un ladrido, la alarma de un auto, una frenada. La luz de<br />

la luna menguante iluminaba parte de la pared, dentro de la habitación, más<br />

ruidos, el tic-tac del reloj, los crujidos de la cama al moverse.<br />

Encendió un cigarrillo y dejó el atado que él había olvidado sobre la mesa<br />

de luz, se adormeció. Le pareció escuchar pasos en la escalera, el aire de la<br />

habitación quedó inmóvil, como una pausa entre un segundo y otro, sintió un<br />

frío intenso en la espalda, un dolor que le atravesó desde la espalda hasta el<br />

corazón.<br />

Sus ojos se abrieron más y así quedaron, el cigarrillo apenas consumido<br />

cayó de su mano y se apagó en el charco de sangre que se formó junto a la<br />

cama. No, no, no. Esto está mal, se dijo a sí misma en voz alta, cliqueó todo y<br />

lo envió a la papelera. Empecemos otra vez.<br />

El la amaba profundamente, amaba todo de ella, su cuerpo, sus ojos, su<br />

manera de hablar, su independencia. No le importaba lo que ella pudiera sentir,<br />

sólo lo que él sentía. Caminó en la noche iluminada por la luna menguante,<br />

desesperado de angustia, ahogado de dolor, utilizó la llave que ella le había<br />

dado y entró en su casa. Tomó el cuchillo más grande que encontró en la<br />

cocina, subió vacilante hasta el dormitorio. No podía aceptar que a ella no le<br />

bastara su amor de medio tiempo. –Divórciate o terminamos– había dicho ella.<br />

Sintió que los escalones se hundían a su paso, entró en la habitación. Ella de<br />

espaldas a la puerta fumaba acostada, silenciosamente clavó el cuchillo. Dio<br />

un paso atrás, y contempló el cuerpo inerte, corrió escaleras abajo, corrió al<br />

salir de la casa y siguió corriendo hasta ser tragado por la noche.<br />

Peor –gritó– esto es peor. Pensemos, serenidad: atenerse a los hechos<br />

comprobados, discreción, sencillez y veracidad. Dónde, cuándo y cómo.<br />

En el barrio de Villa Devoto, la policía ha descubierto el cadáver de una<br />

mujer de mediana edad. La muerte fue provocada por un arma blanca, presuntamente<br />

un cuchillo de cocina que le atravesó la espalda hasta el corazón.<br />

Las autoridades no descartan ninguna hipótesis, pero cobra fuerza la teoría de<br />

un crimen pasional, no faltaría ningún objeto de valor del inmueble. Algunas<br />

fuentes sostienen que la mujer era visitada por varios caballeros<br />

Ahora sí, imprimo


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

–Señor, he redactado la noticia de la mujer muerta en Devoto –dijo extendiéndole<br />

la hoja impresa.<br />

–No está mal, pero le falta imaginación, no solo es contar los hechos, hay<br />

que crear una historia –le dijo el editor después de leerla rápidamente– Algún<br />

día lo lograrás.<br />

Ya había escuchado eso durante cinco años.<br />

–Sigue redactando el horóscopo, procura que no se repitan las predicciones,<br />

al que le fue bien en trabajo hoy que mejore en el amor, ya sabes.<br />

Pensaba que esta vez lo había hecho bien.<br />

–Y tráeme una taza de café, en eso sí eres buena –sonrió.<br />

En la cocina llenó una taza de café, le agregó dos sobres y pensó: el<br />

cuerpo del editor fue hallado por una de sus colaboradores, recostado en el<br />

escritorio junto a una taza de café, que días después se comprobó, estaba envenenado.<br />

Dejó la taza de café sobre el escritorio del editor sonriendo, él ni la<br />

miró. Se fue murmurando…<br />

Géminis: Problemas respiratorios. Cuídese de los celos. Libra: Dejará su<br />

trabajo. No abuse del café. Sagitario: …<br />

Mi querida:<br />

CARTA<br />

91<br />

Buenos Aires, 16 de febrero de 1950<br />

Cómo explicarle que agonizo por su ausencia. Sé que no le importa, que<br />

desprecia mi amor, que se burla.<br />

Desde que se fue a esa estancia, no encuentro consuelo, ahogo mi tristeza<br />

en copas de champagne en los bailes del Club de Leones, a los que asisto solamente<br />

para cumplir mis compromisos sociales o en vasos de caña en los más<br />

baratos piringundines a los que soy arrastrado por mis compañeros de polo.<br />

Trato de dominar mi insomnio con agotadoras jornadas de póker, para<br />

castigarme por esas noches en las que me abandono en los brazos maliciosos<br />

de mujeres perdidas para olvidarla, y luego me dejo yacer miserablemente<br />

durmiendo hasta el medio día.


92<br />

EDITH MIGLIARO<br />

Como sin hambre, para no morir, aunque le aseguro que a los postres es<br />

cuando más la recuerdo.<br />

Las desesperantes tardes las dedico a vagar taciturno sin rumbo por la<br />

ciudad, si ocasionalmente me encuentro con amigos para no dar lástima acepto<br />

ir a tomar el té a Las Violetas o a jugar al críquet. En los fi nes de semana, ya<br />

emocionalmente agotado, voy al hipódromo a descargar mi tristeza gritándole<br />

a algún matungo, le diré que el domingo pasado gané 100 pesos que compensan<br />

los 200 que perdí en el casino.<br />

¡Ingrata! Su prima me informó que se quedará allí siete u ocho meses, y<br />

también inocentemente mencionó que estaba engordando, ¿la Buena Vida?<br />

Espero que haya mejorado de los malestares que sufrió últimamente. Es<br />

injusta esta vida, Usted de vacaciones en la paz del campo y yo sufriendo en<br />

la ciudad. Igualmente no le guardo rencor, cuando regrese, si aún estoy con<br />

vida, hablaremos.<br />

Siempre suyo<br />

Isidoro<br />

EL POETA<br />

En la oscuridad de sus poemas, se podía reconocer una personalidad atormentada.<br />

Alguien raro, un genio, un loco, un artista. Desconocía por completo<br />

su historia y no podía preguntar; pero me atraía esa mente oscura, profunda y<br />

confundida que fraccionada dejaba escapar en sus escritos.<br />

Tendría que haber estudiado psicología para comprender los mecanismos<br />

que utilizaba su subconsciente para mostrarse. Pero… lo admiraba.<br />

EL CIELO Y EL INFIERNO<br />

En algo debía triunfar, su sucesión de supuestos fracasos ya no despertaban<br />

ni lástima. Cerró los ojos para poder concentrarse y se quedó dormido.<br />

Soñó que había muerto y llegado al cielo, igual al que aparece en todos<br />

las películas y describen en todos los libros, no tenía imaginación para crear<br />

una versión original del más allá.


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

Había dos puertas y sobre cada una un letrero EXITOSOS en una y FRA-<br />

CASADOS en la otra, dudó cual abrir, se decidió por la primera y entró. Lo<br />

recibió un ángel sonriente y lo condujo hasta un hermoso jardín con glorietas<br />

fl oridas un profundo aroma a jazmines y una brisa suave y agradable.<br />

Miró desorientado al ángel y éste le dijo: “solamente trata de ser feliz”.<br />

Arrepentido salió rápidamente del jardín, y abrió la segunda puerta, lo<br />

recibió otro ángel sonriente y lo condujo a un jardín casi idéntico al anterior,<br />

y el ángel solamente le dijo: “ahora serás feliz”. Se despertó, ya no sentía ni el<br />

apremio del triunfo ni el peso del fracaso.<br />

LA BELLA<br />

Era un pueblo casi abandonado, los pocos negocios que sobrevivieron a la<br />

gran migración, se alineaban en la polvorienta avenida principal que desembocaba<br />

en la plaza seca y arrumbada. Dos o tres viejos conversaban tratando<br />

de tolerar el hastío.<br />

Ella, con su pesada mochila de su otrora belleza, caminaba soberbia y<br />

sombría, toda vestida gris como su cabeza, como su vida.<br />

Él, recién llegado y ajeno a las leyendas, la saludó bajando levemente el<br />

ala de su sombrero.<br />

Ella inclinó ligeramente su cabeza.<br />

La escena se repitió durante varios días, mientras la muerte expectante<br />

esperaba ser invitada a la cita –mira directo a los ojos y sin importarle si estás<br />

preparado, te lleva.<br />

Hasta que él decidió hablarle, ella sonrió lo miró con la mirada más hermosa<br />

y fría que se pudiera imaginar, él que ya no pudo bajar la vista, sintió<br />

que se le helaba el alma pero era imposible detenerse.<br />

Juntos de la mano, caminaron hasta el fi nal de la calle, cruzaron la plaza<br />

cuando los últimos rayos de sol se despedían sobre sus espaldas y se perdieron<br />

en el bosque, él gozaría de su amor y ella añadiría uno más a su lista.<br />

Algunos vecinos los vieron, ya sabían la historia repetida.<br />

Al día siguiente ella, con su pesada mochila de su otrora belleza, caminaba<br />

soberbia y sombra, toda vestida gris como su cabeza, como su vida.<br />

93


94<br />

EDITH MIGLIARO<br />

LA PUERTA Y LA MUJER<br />

Un obstáculo que impedía seguir su camino. Pero encontró la manera de<br />

sortearlo, no sin gran esfuerzo. Tendría por delante más obstáculos.<br />

HOMBRE Y MUJER EN LA VENTANA<br />

Sorprendido y temeroso vio escapar el amor de su vida y lo dejó ir. La<br />

mujer asomada a la ventana, se dejaba contemplar por el paisaje, sin atreverse<br />

a formar parte el él.<br />

INTERMITENCIAS<br />

Y aunque lo niegues, fui por una noche, tu esclava y tu doncella.<br />

I<br />

II<br />

Corrió un trecho, caminó lento, otro. Lloró suavecito y en silencio río con<br />

alegría, y rió con ironía. Disfrutó su presencia, añoró su pasado y dudó de su<br />

futuro.<br />

III<br />

Era una planta no muy bella pero creció fuerte, tuvo retoños y fl oreció.<br />

Sus semillas volaron de sus tallos, unas cerca otras lejos muy lejos. Todas<br />

germinaron y fueron plantas mucho más bellas.<br />

IV<br />

La noche era húmeda y calurosa, ella disfrazada de vampiresa espera,<br />

en la esquina algún amor. En su cabeza ha hecho la cuenta de cuántas noches<br />

debían pasar para reunir el dinero necesario. Ya había reunido varias veces esa<br />

suma, pero qué otra cosa sabía hacer. Por eso seguía parada en la esquina.


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

PODER<br />

En el tumulto de mis sentamientos, camino sin destino, sólo necesito<br />

cansarme lo sufi ciente para no pensar. Sé que mi mente puede recrear el escenario<br />

que desee.<br />

Puedo sentir la arena caliente bajo mis pies descalzos y el aire salado, puedo<br />

sentir el frío del viento, ver salir el sol o la claridad detrás de las nubes.<br />

Puedo estar en la montaña y gozar de la fatiga en mis piernas al trepar<br />

entre las piedras, mi respiración entrecortada y el miedo embriagador a la<br />

caída.<br />

Puedo zigzaguear entre la gente en la calle asfi xiante de la ciudad, en el<br />

laberinto de negocios edifi cios, sentir la humedad e indiferencia.<br />

Puedo, sentada en una galería, disfrutar una tarde de verano y contemplar<br />

el campo vasto.<br />

Puedo perderme en las estrellas, y a solas, sentir el vacío infi nito apresado<br />

en mi cuerpo.<br />

Puedo pero no quiero.<br />

Y NUNCA CAMBIAN<br />

Habían compartido sus divertidos y controvertidos años de adolescencia,<br />

y después de encuentros fortuitos, tres amigos deciden rememorar la perdida<br />

juventud en un fi n de semana de pesca.<br />

Alquilarían una lancha en el amarradero de la posada.<br />

–El gordo avisó que venía, pero más tarde, tiene que resolver un problema<br />

de un pobre diablo empleado de su fábrica –dijo el primero.<br />

–Por eso no tiene nada –dijo en segundo.<br />

–En el colegio era el conciliador.<br />

–Yo siempre me ocupé y me ocupo solamente de mis cosas y nada más–<br />

dijo en segundo.<br />

–Ni qué lo digas –contestó el primero, tanteándose los bolsillos– Pagás<br />

vos que olvidé la billetera en la habitación.<br />

95


96<br />

EDITH MIGLIARO<br />

Y mientras reunía el dinero siguió diciendo el segundo:<br />

–Yo siempre estoy atento a lo que pasa, no dejo que me sorprendan, por<br />

eso dejé a mi mujer.<br />

–Tenía entendido que se fue con otro…<br />

–No, estaba destrozada cuando le dije que todo había terminado y por<br />

revancha se fue con ese fulano –dijo casi orgulloso– y el gordo ¿sigue casado<br />

con esa feuchita?<br />

–Si, tiene cuatro hijos, seis nietos. Por teléfono parecía feliz.<br />

–Yo odio la rutina, tengo un paladar muy fi no, pruebo un poco de cada<br />

plato– respondió divertido el segundo.<br />

–Como en el colegio, fuiste el único que fue solo al baile de graduación.<br />

–Sí, el soltero más codiciado.<br />

–Ahí viene el gordo.<br />

Se les unió, sonriente y apurado.<br />

–Qué alegría de verte –dijo el primero.<br />

–Bienvenido ganador –y lo abrazó el segundo.<br />

Y los tres se fueron a disfrutar de su reencuentro de nostalgia y amistad.<br />

PROGRAMA DE RADIO<br />

RSA, Radio Verdad transmite desde el 181.0 del dial.<br />

–No hay novedades en el caso de los medicamentos “truchos”. El Fiscal<br />

citaría nuevamente al responsable del Área.<br />

Tanda comercial<br />

“Con yogurt Vida Sana Usted está protegido y no necesitará medicamentos”.<br />

Desde otro ángulo de la información<br />

“El índice de desempleo dado por el Indec es sospechosamente inferior<br />

que el calculado por las encuestadoras independientes”.


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

Tanda comercial<br />

“Si quiere jubilarse sin haber aportado nunca llame a García & asociados,<br />

tienen la solución”.<br />

Información Internacional<br />

–El Congo, el país africano con la mayor producción de oro del mundo,<br />

es también el que tiene uno de los mayores índices de mortandad infantil por<br />

desnutrición,<br />

Tanda comercial<br />

El ejercitador manual “Siempre en Forma” reduce tu cintura sin esfuerzo,<br />

sé tan fl aca como tu modelo favorita.<br />

“Si maneja no tome mucho y si toma mucho no maneje”.<br />

Éste en un mensaje de la Dirección Nacional de tránsito que siempre está<br />

atento a su seguridad.<br />

Por último:<br />

“Seamos responsables de lo que hacemos y lo que decimos”.<br />

SANDRO BOTICELLI<br />

Posa, simple y ajena a la relevancia del papel que debe representar, una<br />

muchacha con un niño en brazos, sentada en un pedestal que asemeja un rincón<br />

de la nave de una iglesia. A su lado cuatro niños, ángeles custodios. Más<br />

abajo, sobre el piso, formando dos grupos de tres personas, su corte.<br />

En el extremo más alejado una mujer, quizás la madre del niño, expectante<br />

y atenta observa; en el otro, un soldado con fi gura y rasgos femeninos, la<br />

ternura de la fuerza o la debilidad de las armas. En medio de cada grupo dos<br />

hombres mayores con barbas blancas simbolización de experiencia y sabiduría,<br />

cardenales u obispos, con los ojos cerrados rezando, meditando o abstrayéndose<br />

del mundo terrenal. A la derecha de la virgen el más cercano vigilante y<br />

soberbio, mirando por encima de los demás, el rey. Y a la izquierda enjutado,<br />

triste o abatido observando todo, un pensador.<br />

97


98<br />

EDITH MIGLIARO<br />

La fe, lo celestial, el poder, las armas, el amor maternal, la indiferencia y<br />

la refl exión. Un cuadro religioso o ¿una postal de la sociedad?<br />

POESÍA<br />

LEJANÍAS<br />

Elegiste otro cielo, otra frontera<br />

y lo respeto<br />

pero es difícil prescindir de tu presencia.<br />

No lo sabes, no lo digo<br />

presientes mi nostalgia<br />

tu destino está distante,<br />

mi amor está presente,<br />

cómo disimular cuánto te extraño.<br />

Desconozco tus penas,<br />

solo cuentas cosas buenas.<br />

Decidiste conocer el mundo,<br />

yo te cuido tu lugar<br />

tu alegría es mi quebranto<br />

y aunque el llanto<br />

se escape por mi mirada<br />

es añoranza, no tristeza.<br />

Me alegra tu ventura<br />

ser feliz es tu destino<br />

y el mío.<br />

EDITH MIGLIARO


SENTIMIENTO<br />

PATRICIA MOLTEDO<br />

PRÓLOGO<br />

La sorpresa de ver en letras de molde lo que alguna vez fue química en mi<br />

cerebro, la misma sorpresa de ser, humildemente, leída. Que mi historia, la de<br />

todas las mujeres, sea refl ejada en esas letras y se trasformen en mariposas de<br />

colores, y ¡ojalá! Se reproduzcan, en benefi cio de todos y todas.<br />

¡SORPRESA!<br />

Edelmiro llegó a su casa, estacionó el coche, abrió la reja, pasó el porche,<br />

abrió la puerta de entrada con su llave y penetró al living – comedor. Y allí<br />

fue que vio todo el piso goteado de sangre y pensó – otra vez María Lucrecia<br />

con hemorragia – Siguió pensando –Podría ser más cuidadosa.<br />

Caminó, en dirección al resto de las habitaciones. La llamó: –¡Lucre!<br />

¡Lucre!<br />

Y nada. Lucrecia no respondía, ni aparecía por ningún lado.<br />

Siguió el rastro de sangre y repentinamente, recordó. Hoy Lucrecia, tenía<br />

un cliente para los masajes. La huella lo fue llevando al jardín, todo fl orido,<br />

húmedo; las hojas tenían gotas, que las adornaban. –Claro –pensó– acaba de<br />

llover.<br />

Pero vio que las gotas eran de un tono oscuro, muy distintas a las de agua.<br />

Se dijo, que tendría que consultar al oculista, cada día veía peor. Al fondo, otro<br />

cantero de fl ores, tenía la tierra removida.<br />

Y mirando con atención, algo blanco asomaba por entre los terrones.<br />

Tomó un trozo de madera movió el objeto blanco. ¡Oh! Eran… dedos, y luego<br />

vio la mano entera. Tomó una pala y sin considerar la mata de fl ores, comenzó<br />

a cavar. Entonces… entonces… Apareció el cuerpo de…<br />

¿De quién? Él, al principio, creyó que escucharía, carcajadas, tranquilizadoras,<br />

a sus espaldas.


100<br />

PATRICIA MOLTEDO<br />

Pero, no. Era, efectivamente, el cuerpo de Lucre. Y lo más llamativo,<br />

a su entender, era la expresión de sorpresa del semblante femenino. Como<br />

si… Como si no esperara tal cosa. Como si la muerte la hubiese tomado por<br />

sorpresa.<br />

UNA MUJER, TODAS LAS MUJERES<br />

–Andate ¡Qué te vayas! ¡Estás robando! ¡Mostrame la cartera!<br />

–Estás loca, china loca, ¡volvete a tu país! ¡Comés acá y me decís esas<br />

cosas!<br />

La tarde mostraba el largo y cálido sol, la china comentaba a los clientes<br />

y al cielo:<br />

–¡Hay gente mala! ¡Hay gente mala!<br />

El humo todo lo ahogó y quemó. Sacaron a la china.<br />

TARDES A MEDIA LUZ<br />

–Yo opino…, decía el abuelo y nunca terminaba la frase. Era cuando tocábamos<br />

el tema de Francisca y Tadeo que se habían ido al sur. A veces contaba<br />

la historia de dos gánsteres que a fi nes del siglo XIX fueron a vivir también al<br />

Sur. Eran dos cowboys malhechores que terminaron mal, que por un tiempo<br />

trataron de corregir sus acciones, y luego volvieron a sus correrías.<br />

Historias del abuelo que andaba viejo y medio perdido.<br />

Tarde a media luz, la puerta enrejada que nos dejaba pasar luego que<br />

mamá la abriera. Un gran altar enmantelado nos recibe, al igual que el nauseabundo<br />

olor.<br />

–Nena, no es nada, es que deben haber traído a uno nuevo.<br />

Miro a mi alrededor, todo forrado en mármol beige claro, las escaleras<br />

que iban abajo, bastante incomodas, de barandas de hierro forjado, como un<br />

grueso encaje negro.<br />

–Hola, mamá, hola papá, hola a todos.-Saludaba mi mamá a sus seres<br />

queridos en ese lugar.


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

101<br />

Tal vez hubiera un gran Cristo crucifi cado. Todo prolijo, limpio. Los bronces<br />

brillantes. El mármol inmaculado. Dejaba mi madre un ramo de fl ores en<br />

el fl orero que había buscado en el piso superior, bajaba por la escalera, hacia<br />

un lugar oscuro. Nunca le habían gustado las fl ores cortadas.<br />

Rezaba, un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria. Yo hacía lo mismo.<br />

Recogíamos nuestros pasos, cerraba ella la puerta y me decía:<br />

–No tenés que tener miedo, son nuestros parientes, y a todos nos va a<br />

llegar.<br />

Yo desde mis siete años, miraba las baldosas, tan parecidas a las de<br />

nuestra vereda pero no eran vainillas, formaban cuadraditos y todo era color<br />

sepia. No sé dónde íbamos luego. Yo miraba la arquitectura de aquellas calles<br />

dormidas para siempre, antiquísimas y extrañas. Tal vez hiciera alguna pregunta.<br />

Todavía no había visto la enorme tumba de una mujer que dice: Aquí<br />

yace quien hizo lo que hizo…<br />

No sé porque tanto auto bombo… todo enmarcado en hojas de metalizado<br />

laurel eterno. Eterno como el mueble de la Nonna que era mágico. La madera<br />

de los bordes iba y venía, se retorcía en fi nas volutas, danzaba al ritmo del<br />

vals, trayendo tiempos remotos, mueble hechicero de cajones que se abrían pequeños,<br />

escondiendo reliquias con olor a violetas divulgando secretos en signos<br />

sagrados. El cepillo guardaba blancas cepilladas entre sus cerdas amarillas.<br />

Múltiples, abullonadas, mullidas escardadas, silenciosas y esperanzadas.<br />

Las violetas, a un costado, secas mustias, igual que la historia de la mujer.<br />

HUYÓ, ¿Y NUNCA LO ENCONTRARON?<br />

Huyó, corría, huía. Decían, dijeron muchas cosas de esa persona, que<br />

estaba loco, que era divorciado que era mujeriego, que estaba metido quien<br />

sabe en qué. Algo habrá habido de cierto, algo habrá sido mentira. Pero sus<br />

besos no, su deseo, fue verdad. Al cielo llegamos juntos. Pero allá arriba nos<br />

separamos. Y quedé en suspenso, detenida en el tiempo. Sin encontrar, sin<br />

buscar, donde, a quién.<br />

Lo buscaban, ¿lo buscaban?


102<br />

PATRICIA MOLTEDO<br />

ESO<br />

Las paredes del claustro refrescan su frente, horas de rezo, no sabe si es<br />

escuchada. Sólo le queda… eso. Eso y cumplir con la Orden, Las Capuchinas,<br />

las indicaciones son bastantes claras: A partir de ese momento, eran Divinas,<br />

expresado por la boca de la Superiora. Nunca más vería a su familia y tampoco a<br />

su Amor. A su familia… podía dejar de verla, … una esquela de vez en cuando.<br />

Pero a su Amor. Sólo podía suponer, sólo podría tenerlo en el alma, tal vez ni así.<br />

Pronto sería la esposa del Señor. Sólo a Él pertenecería. A Él y a la Orden.<br />

La estancia se ve gris, la vida en blanco y negro. Un velo blanco, que la<br />

haría servir a todos. Ya le habían explicado, todas las actividades eran dignas<br />

para ella, limpiar el piso, la vajilla, las ollas, el retrete, atender a las enfermas.<br />

Eso la haría meritoria del cielo. El Cielo, que no vería, ¿lo sentiría? Otra vez su<br />

Amor, la razón de que estuviera internada. Su hermana también está internada,<br />

pero lleva velo negro, con la dote había sido sufi ciente. Por lo que se dedicará a<br />

rezar, orar por todas las almas, la de ella incluida, lo hará por siempre, tal vez<br />

bordará, tal vez coserá. Por siempre en el hueco del claustro. Era eso o casarse<br />

con el viejo Capitán. Pero, para Ella y su Amor, no había opciones. Para ellos<br />

que se aman con seguridad. El Jefe de familia, su padre. No tuvo tolerancia,<br />

no lo entendió, ni lejanamente. Y ahora, ella ve la madrugada pasar por el<br />

ventanal en fi nos y fulgurantes rayos de luz, que la rodean. Baja la cabeza, y<br />

siente su pecho húmedo. Afuera, los caballos llevan al carruaje y a su padre.<br />

Amén.<br />

Personajes<br />

EL CLUB DE LAS AMIGAS<br />

OBRA DE TEATRO<br />

Liz: dueña de casa, ama de casa casada con hijos<br />

Tapú: profesional soltera sin hijos<br />

Susy: profesional casada con hijos<br />

Lilia: enfermera soltera con hijos<br />

Pau: empleada divorciada con hijos


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

ÚNICO ACTO<br />

103<br />

Liz en escena, tiene un plumero en una de sus manos, habla con alguien<br />

fuera de la escena.<br />

–Romi tenemos que mantener ordenada la casa, hoy vienen las chicas. Sabés<br />

que odio limpiar. –Para sus adentros– Y hoy me jugué –en voz alta– Mariano<br />

cerrá la canilla y la puerta del jardín, que no entre el perro.<br />

Se escuchan ruidos en la puerta de entrada.<br />

–¿Quién es? –y comenta para sus adentros– Deben ser las chicas. –Mirando<br />

hacia la izquierda –¡Hola!<br />

–¡Susy! Siempre en hora, cómo se debe, ¡Qué bien! Qué alegría, vení,<br />

sentémonos en el sofá, herencia de mamá. La vieja lo dejó… Deja pasar un<br />

momento.<br />

–Se mudó y quedó aquí. El marido no lo quiere ni regalado. Pero es cómodo.<br />

Vení.<br />

Susy entra en escena:<br />

–¡Hola! No, no tiene importancia, que bueno verte. Si, tomemos asiento.<br />

¿Tardarán mucho en llegar?<br />

–No, no creo. Pero la última va a ser Tapú. Tiene su propia escala de valores.<br />

¡Esperemos! ¿Tomamos algo fresco?<br />

–Sin gas, por favor.<br />

–Voy a la cocina, ya vengo.<br />

Susy, se entretiene mirando alrededor, pone gesto de nada, no trasluce ni<br />

placer, ni desagrado. Pronto vuelve Liz con dos vasos de trago largo con un<br />

líquido amarillo.<br />

–Es lo mejor que hay en el comercio, está muy publicitado.-La expresión<br />

de Liz muestra lo contenta que está por su propio comentario.<br />

–Con este calor viene muy bien, ¡Gracias! He tenido un día. Y después<br />

volver a casa.<br />

–¿Muchas cosas por hacer?<br />

–Imaginate, los chicos que ya son grandes, pero siempre dejan algo, el<br />

marido, el perro, la muchacha… ¡es una lucha!<br />

–Los chicos: nunca te hacen caso.<br />

–Y con el servicio doméstico, sabés, no te podés confi ar y todo lo hacen<br />

por la mitad.<br />

–¿No digas? ¿Y no le podés decir nada?<br />

–Si, le decís, pero es inútil, imaginate que el otro día…


104<br />

PATRICIA MOLTEDO<br />

–Disculpame, escucho la puerta… Mirando hacia la puerta de calle<br />

–¡Un momentito! Hacia Susy –Debe ser Lilia.<br />

Entra una mujer corpulenta, se sienta, mientras dice:<br />

–Susy, qué bueno que estés por aquí, y vengo directamente del hospi.<br />

Después me esperan en casa, viste que Flopi tuvo un bebé, imaginate que está<br />

sola y no sé si lo va a poner en la guardería o qué.<br />

Susy, con cariño y una expresión de cuasi lástima.<br />

–¡Hola! Gordi, amor, cuánta responsabilidad para vos sola.<br />

–Imaginate. Y la nena es muy chica. Fue una travesura. Pero yo le digo,<br />

ahora te hacés cargo –toma aire– y bueno, así estamos.<br />

Liz, desde atrás:<br />

–¿Algo para tomar?<br />

Lilia –Si por favor, lo que sea y mucho.<br />

Se retira Liz. Vuelve casi enseguida con otro vaso trago largo con el<br />

líquido amarillo.<br />

–Tomá.<br />

–Gracias.<br />

Liz atenta:<br />

–¡Timbre!<br />

Todas, mirando hacia la puerta de entrada:<br />

–¡Qué linda que estás!<br />

Pau, la que va entrando:<br />

–Sí, después de tantas cesáreas, me hice la lipo y la otra… ¿cómo se<br />

llama?<br />

Susy-No importa, estás bellísima, parecés la hermana de tu hija.<br />

–¡Ay! ¡Callate! El otro día, creyeron que yo era la hermana de Heta.<br />

–¿Jeta? –pregunta Liz.<br />

–No, Heta, la hija mayor-Aclara Lilia.<br />

–¿Nietos, para cuándo?<br />

–¡Ay! No me asustés. No, por ahora, creo que no.<br />

La nombrada, entrando, dice a los gritos y sonriendo:<br />

–Cierto ¡increíble!, Todo lo que me pasó, no se puede creer.<br />

–¡Conseguiste novio!<br />

–¡No! ¡Qué va! ¡Colectivos, barro, gente mal educada!<br />

¿Qué les voy a contar? –Toma aire– a todo esto, Pau, ¿fuiste al médico?<br />

–Si, ¿No me ves distinta?


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

105<br />

–Estás bellísima. Pero, yo digo para el chequeo.<br />

–El chequeo, me lo hicieron para la operación, me encontraron como una<br />

nena.<br />

Todas: –¿no digas?<br />

–Bueno, casi…<br />

Susy: –¡yo ando con esos calores!!!!!!!<br />

–¿Hablaste con tu gine?<br />

–Sí, pero…<br />

Pau, no importándole la charla:<br />

–Che ¿qué hay para comer?<br />

Liz, sobresaltada:<br />

–Claro, voy para la cocina y traigo. Preparé unos sanguchitos.<br />

Susy –Hablando de todo un poco, no les conté: me enamoré.<br />

Todas –¿Y él lo sabe?<br />

Susy –No sé, pero últimamente, vivo enamorándome. Siempre distinto.<br />

Lilia –¿Y?<br />

Susy –Y nada. Por ahora, nada.<br />

Lilia –Ya va a caer alguno. Pero, vos tenés marido.<br />

Susy –Pero, yo me enamoro…<br />

Liz –Acá están los sanguchitos. –Aparece con fuentes repletas de emparedados.<br />

Todas elogian lo oportuno del refrigerio.<br />

Liz –Sírvanse, está para comer… ¡Ah! Ahora vengo, falta la bebida.<br />

Liz hace mutis para la cocina.<br />

Tapú la sigue con los ojos, mira todo, pero no hace ningún comentario,<br />

habla con su mirada.<br />

Tapú, al grupo:<br />

–Escucharon hablar de las ferhormonas.<br />

Lilia –es cuando te sentís atraída por alguien y no sabés porqué, si hace<br />

cinco minutos que lo conocés.<br />

Tapú –Si, dicen que es culpa de las hormonas.<br />

Lilia –¡Cómo de mi gordura!<br />

Ríen todas.<br />

Vuelve Liz, cargada de botellas de plástico con un líquido amarillo dentro.<br />

Liz –Acá traigo la bebida.<br />

Tapú –Y la juventud, lo nuevo, lo lejano.<br />

Pau –Pero, esto es muy caro.


106<br />

PATRICIA MOLTEDO<br />

Tapú –¿Lo pago él?<br />

Pau –Claro, se lo hice pagar.<br />

Riendo, Tapú –¿Y tus ferhormonas?<br />

Pau –Voy a tener que revisarlas.<br />

Liz –¿cómo la están pasando?<br />

Pau –Rebomba, che.<br />

Susy –no saben lo que vi. Vengo espantada. Vi a un viejo y a una vieja<br />

chapando en la parada de colectivo. No se puede creer. ¿qué se les puede pedir<br />

a los chicos, si los abuelos obran así?<br />

Desde el montón se escucha:<br />

–Y vos ¿qué hacés?<br />

Susy –Yo!!! Eeeeeeeeh… –muestra sorpresa. –Que mal debo estar que<br />

me gusta el “cana” –suspira y comenta– todo por la huelga de Rinocerontes.<br />

¿O era la veda?<br />

Otra piensa –Habla raro esta mujer ¿Quién la entiende?<br />

–Yo te entiendo –contesta otra, como si leyera los pensamientos. –El otro<br />

día me enamoré de un bombón de dos metros de alto, perfecto de cara y cuerpo,<br />

un pelo para acariciar, pero tenía una o dos en contra: no me dio bolilla,<br />

era muy joven para mí y… –hace una pausa– esto no me lo van a creer, tenía<br />

los brazos inválidos.<br />

Lilia– Dejámelo a mí, que no reparo en necedades.<br />

–Ja, ja, ja. –Ríen todas.<br />

Susy– ¡Ah! Tienen que ver a mi nena, que bueno, no es tan nena, ella sí<br />

que tiene ojo, sabe lo que quiere. No sé de quién o de donde lo sacó.<br />

Lilia –¿De quién lo va a sacar? De vos, siempre supiste lo que querías.<br />

Pau –Tenés que ver como vienen los chicos ahora, se saben todas, imposible<br />

seguirles el paso. Más cuando estás sola, o como si estuvieras.<br />

Lilia –No, no se les puede seguir el paso, mirá lo que me pasó a mí con<br />

la mía.<br />

Pau –Si, Heta, es una diva, pero no pongo las manos en el fuego<br />

Desde el fondo del sillón se levanta Tapú.<br />

Tapú –Todo muy lindo, pero me tengo que ir.<br />

Liz, ¡No digas!<br />

Tapú –Si, los horarios me persiguen, y llego tarde a todos lados.<br />

Todas –¡Qué lástima!


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

107<br />

Tapú saluda a cada una con un beso y hace mutis por el foro, la acompaña<br />

Liz, que vuelve rápidamente mientras tanto las demás siguen charlando, sobre<br />

los hijos, la ropa y lo que cuesta todo.<br />

Liz –Yo también, estoy muy ocupada con los chicos, la casa, los animales<br />

domésticos.<br />

Lilia –¿Y el placer? ¿Para cuándo?<br />

Liz –No puedo, creeme que no puedo.<br />

Pau –Y tu marido ¿Qué hace?<br />

Lía –Trabaja, pobre. Hace lo que puede.<br />

Susy –¿Y el dulce? ¿Para cuándo?<br />

Liz –¡Ah! Ya lo traigo.<br />

Va Liz a la cocina y vuelve con las confi turas.<br />

Lilia –La bebida, el líquido.<br />

Lía, Pau y Susy –¡El líquido! ¿Cuándo brindamos?<br />

Liz –De veras, ¿Cuándo brindamos? Pues, les cuento, la negra esclava, no<br />

vino, vino la tarada, pero, se acaba de avivar, ¡Me cansé! ¡Se van!<br />

Todas– ¿Qué cosa? ¡¿Qué decís?!<br />

Liz –¡Qué se van! ¡Fuera!<br />

Todas, tomando sus cosas, –Estás loca, totalmente loca. Y olvidate, de los<br />

regalos, de la próxima reunión.<br />

Liz –Ni me interesa, toda la tarde estuve corriendo de aquí para allá y<br />

ninguna se levantó a darme una mano, ni preguntó si necesitaba algo. ¡Chau!<br />

¡Qué le garue fi nito!<br />

Lilia –¡Qué antigüedad!<br />

Liz –Sí, soy anticuada, me gusta que todas colaboremos, chau otra vez.<br />

El grupo se dirige rápidamente hacia la puerta de salida, van desapareciendo<br />

por allí.<br />

A solas, Liz por el celular– Tapú ¿Por qué te fuiste? ¿Qué estabas ocupada?<br />

¿De veras? No sabés la que se armó. ¿Por qué? Yyyyy… Me cansé. Se<br />

va alejando hacia la cocina-¿Qué te aburriste de la conversación? No digas…<br />

Desaparece entrando a la cocina.<br />

Baja el telón.


108<br />

PATRICIA MOLTEDO<br />

POESÍA<br />

LA BRUJA<br />

En un pueblo, tallado entre las piedras<br />

de dos cerros y un arroyo.<br />

De casas con techos a dos aguas<br />

y algunas, de dos plantas.<br />

El herrero, el carpintero, el tabernero.<br />

El escribiente del escribiente del escribiente… Y el séquito.<br />

En una cueva, una mujer.<br />

Los cabellos sueltos, ensortijados y canosos.<br />

Solía llevar un bonete y ropas sueltas oscuras.<br />

El escribiente del escribiente, del escribiente la increpó:<br />

–¿Cómo te atreves a anunciar tu nombre a mi hijo?<br />

¿Cómo lo menos precias de esa manera?<br />

¿A quién le importa tu nombre?<br />

¿Qué crees? ¿Qué el niño es tonto?<br />

¡Vete! ¡Vete! No quiero saber más de ti.<br />

Nadie maltrata a mi hijo.<br />

La mujer, contestó: ¿Qué te pasa?<br />

Tan sólo le dije mi nombre.<br />

¿Tu padre te maltrató?<br />

¿Sientes que descuidas a tu hijo?<br />

Yo no tengo la culpa. El pueblo escuchaba.<br />

Más de uno pensó: “¡Caramba!”.<br />

“¿Cómo puede saberlo?”. “Mejor, dejarla de lado,<br />

No sea cosa, que adivine”.<br />

Siguieron, cada cual, con su tarea.<br />

La mujer se alejó, ayudada por su cayado,<br />

paso a paso, atravesando el caserío,<br />

por la ancha y única avenida.<br />

PATRICIA MOLTEDO


MUCHO MÁS<br />

MABEL SOBRADELO<br />

PRÓLOGO<br />

Por lo siguiente…<br />

mis queridos lectores<br />

sepan que se puede<br />

y, mucho más<br />

de lo que se cree.<br />

A mis amadísimos hijos Rodrigo y<br />

Valentín.


110<br />

MABEL SOBRADELO<br />

POESÍA<br />

ESTA VEZ<br />

Tres rosas<br />

roja, amarilla y blanca<br />

cada mañana negra deseaba,<br />

roja, alégrate corazón<br />

amarilla, resiste a la desilusión<br />

blanca descansa<br />

día tras día.<br />

De velos oscuros<br />

negra y más negra<br />

qué tristeza, doncella.<br />

Rosa blanca<br />

lo deseaste.<br />

Los días pasan<br />

y qué rosa tomas<br />

esta vez<br />

escógela y hazla tuya.<br />

Tu alma aún no descansa<br />

qué camino elegirá.<br />

Sabia de raíces deseosas<br />

jilguero de dulce aletear<br />

tú sabrás.<br />

CUERPOS CONJUGADOS<br />

El mar por tus cabellos rozaba<br />

humedecía tu rostro de cristal.<br />

Tus ojos vacilaban<br />

deseaban todo aquello.<br />

Secreto pensamiento<br />

déjalo ir<br />

como el agua de aquel mar<br />

qué más quieres<br />

mi verdad


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

orgullo de mi alma<br />

que llora lo que no grita.<br />

Temor a tus olas<br />

te tomo, te suelto<br />

marea tormentosa<br />

arena escurridiza entre mis pies<br />

duerme conmigo<br />

sueña como aquel marinero<br />

llegar a la costa.<br />

Duerme y despierta, ahí estaré.<br />

Sueña con aquella estrella,<br />

la tocaremos.<br />

Y nuestros cuerpos conjugados<br />

descenderán sobre el mar<br />

meciéndonos sin destino<br />

barca de papel<br />

llévanos donde quieras<br />

pero no nos devuelvas<br />

hasta que salga el sol.<br />

POESÍA A UN PADRE<br />

Aquella letra enmarañada<br />

que creías era de poeta<br />

vaga tu fi gura<br />

aquel papel escrito sobre la mesada<br />

varias fueron tus cartas<br />

que por allí rodaron<br />

nunca entendí por qué<br />

las dejabas<br />

pero ahí estaban, cuando despertaba,<br />

amaba leerlas.<br />

I<br />

111


112<br />

MABEL SOBRADELO<br />

II<br />

Mirando la nada<br />

caballero mustio<br />

tu faz oscura<br />

moribundo errante<br />

dejaste la tierra<br />

con semillas si regar,<br />

gracias a su voluntad crecieron<br />

cuando la negrura te cubrió<br />

marchaste en paz<br />

sin mirar atrás<br />

sobrevolaste la vida<br />

estrella fugaz.<br />

No te apiadaste en la salida<br />

te llevaste tu cuerpo<br />

lleno de escaras<br />

como el alma de tus semillas<br />

las dejaste dolientes<br />

te otorgaste sólo el derecho,<br />

no miraste hacia atrás<br />

te fuiste…<br />

¿por dónde andarás?<br />

NO ARROJES ESA FLOR<br />

Puedo sentir el grito<br />

como ver tu balcón en fl or<br />

belleza de madrugada.<br />

Aletea suave<br />

no despiertes a la mujer<br />

déjala tranquila.<br />

Tibia oscuridad<br />

no te vayas<br />

no arrojes esa fl or<br />

blanca dorada<br />

siempre presente.<br />

Ahora te busco<br />

te necesito


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

sólo veo tu balcón en fl or<br />

no estás.<br />

Triste este amor<br />

tu vida es brisa<br />

tu risa fl or<br />

tus ojos tigres.<br />

Ya no estás amor<br />

dejaste ese balcón en fl or<br />

paloma blanca<br />

paloma negra<br />

vuela, tráela<br />

deposítala en este arcón.<br />

La cuidaré<br />

velaré toda su oscuridad.<br />

No la dejen sola<br />

triste amargura sin fl or.<br />

Aquí estás<br />

alma solitaria<br />

violáceo en la madrugada<br />

no dejes este amor.<br />

Camino solitario<br />

de alelíes sin fl or<br />

sólo tú puedes<br />

brotar este amor<br />

que a lo lejos se desvanece<br />

como camino sin fl or.<br />

AGUA DESESPERADA<br />

Para mi deseo sólo estás tú<br />

dulcemente indiferente<br />

de ese lado te quedas<br />

anhelo de pasión<br />

como aquella agua de aquel cántaro<br />

que sólo tú llenaste.<br />

Llévalo de aquí para allá<br />

nunca sabrás el lugar<br />

mente enredada<br />

claridad con oscuridad<br />

déjame llevar el cántaro.<br />

113


114<br />

MABEL SOBRADELO<br />

Entrega esa agua desesperada<br />

río revuelto<br />

superfi cie calmada<br />

nunca sabrás de tu profundidad.<br />

Pecho en llamas<br />

cara apagada<br />

nunca tendrás olas, sencillo río no llores<br />

por tu superfi cie calmada.<br />

LLÉVATELO EN LA SOLAPA<br />

Sentir se siente<br />

cálida alma mía.<br />

Noche de fuego<br />

fuego añorado<br />

fuego de deseo<br />

jamás encontrado<br />

fuego de intriga<br />

fuego de ilusiones.<br />

Buscar se busca<br />

sentir se siente<br />

pero jamás encontrado.<br />

En qué parte andarás<br />

deseo malvado.<br />

Difícil la sensación.<br />

Grande tú<br />

donde andarás<br />

amor despojado<br />

ríete<br />

ya te encontraré.<br />

Cenizas se dejarán<br />

en aquella tarde embrujada<br />

sólo tú te quedarás,<br />

fl ores de mi deseo<br />

y te evaporarás<br />

como rocío de madrugada.<br />

Loco puñal<br />

será mío, será tuyo<br />

déjame vivir el deseo


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

no más de una tarde.<br />

Sufre el desapego<br />

disfruta el lazo<br />

aprehende del momento<br />

y llévalo en la solapa<br />

bella fl or de aquella tarde.<br />

ADELANTE, NADA<br />

¿Querrás hablarme antes que parta?<br />

Ya casi todo preparado<br />

el viejo reloj ya no anda<br />

el péndulo cansado<br />

decidió ya no<br />

tantos años de lo mismo.<br />

Unos cuántos libros sobre la mesa<br />

miro tu foto, un rosario de rosa de palo<br />

te rodea,<br />

Santa Teresita nos mira.<br />

Mírenla y sonrían.<br />

Tú que siempre tu mano benevolente me extendías<br />

¿por qué no hablas?<br />

Hermosa tu fi gura, esbelta, musculosa.<br />

Abrázame, dime algo…<br />

Tomo el bolso los libros y parto<br />

ya no te veo<br />

cierro la puerta, el paso está dado.<br />

Adelante nada.<br />

POESÍAS A SAN ANTONIO DE ARECO<br />

SIN PERMISO<br />

La tarde va cayendo<br />

sobre el río San Antonio.<br />

Los árboles lo esconden<br />

celosos de miradas<br />

ni la brisa se le atreve<br />

115


116<br />

MABEL SOBRADELO<br />

a mover su silueta,<br />

viejas ramas que caen<br />

sobre tus aguas<br />

nadan sin permiso<br />

con tu generosa calma.<br />

Tres pequeños pájaros te sobrevuelan<br />

río San Antonio.<br />

Aquel viejo barco<br />

desteñido por los años<br />

largo surco te marca<br />

y luego la calma<br />

mis ojos ya no te ven.<br />

PASOS<br />

Y así llego<br />

en la búsqueda de lo profundo<br />

capitán de olas salvajes<br />

buscando un lugar<br />

descanso de jilgueros<br />

buscando un lugar<br />

placeres desconocidos<br />

huelen a Paraísos<br />

angostas calles<br />

pasos deseosos de más<br />

un lugar y otro<br />

barrotes de espuma<br />

dibujaron tu pasado<br />

el paisaje lo presente.<br />

HISTORIAS<br />

Calles arequenses<br />

perfume de paraísos,<br />

cuentan historias<br />

de amor suave.<br />

Titilante se pasea el aire<br />

romance de muchachas<br />

olor de tus campos


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

que dirá la casada<br />

de aquella señorita soltera<br />

que alegre pasea<br />

por la vereda que San Antonio<br />

vigila sigilante<br />

tu plaza prolija<br />

¿dónde estará el jilguero que canta?<br />

pregunta la casada,<br />

la soltera despierta alborotada<br />

con su amado soñado<br />

con el corazón encumbrado<br />

porque juró amarte<br />

frente a la iglesia<br />

que San Antonio vigila.<br />

La soltera la mira<br />

respira enamorada<br />

como lo hacía la señora casada.<br />

El aroma de sus fl ores<br />

que ya no cuelgan de los barrotes<br />

de aquel balcón con triste casa,<br />

mira a la soltera caminando,<br />

y recuerda,<br />

tan sólo un suspiro atrás<br />

tú esos pasos mostrabas.<br />

CON EL SOL MARCADO<br />

El reloj parecía detenerse,<br />

en las fachadas<br />

seres desencajados de aquella pintura.<br />

Ay, si don Segundo lo viera<br />

qué diría de aquel viejo almacén<br />

de ramos generales<br />

hoy coqueto restaurante.<br />

Sentimiento gaucho<br />

cretinas manos mancharon<br />

vieja tradición dónde has quedado<br />

tus paredes cuentan historias<br />

ya casi no se escuchan<br />

117


118<br />

MABEL SOBRADELO<br />

de todo aquello algún recuerdo ha quedado.<br />

Amarillos cuadros que reclaman cuidado,<br />

nadie se atreva a romper su pasado<br />

sólo recuerdos postreros,<br />

corazones ingratos amen sus paredes.<br />

Cuentan relatos<br />

de aquellos viejos gauchos<br />

con el sol marcado apaciguaban su sed<br />

en aquel lugar sagrado deseosos de refrescar<br />

sus entrañas resecas de polvo seco sin agua.<br />

Hoy después de tanto pasado<br />

algunos tejen historias<br />

cuentos como los que contaba<br />

el señor Güiraldes.<br />

TU TIERRA<br />

Hoy acá mañana allá<br />

cuántos lugares por recorrer<br />

y gente por conocer,<br />

rutas vuelos de pájaros<br />

paredes viejas<br />

que mis pupilas aman<br />

corre el viento, vuela la tierra<br />

loco el destino<br />

Güiraldes como tu muerte<br />

allá en París<br />

cómo te atreviste a dejarte allí<br />

tu gente te lloró<br />

y la tierra te reclamaba.<br />

Sombra dejaste regada<br />

hoy aquí vibra la Pampa<br />

te guarda tu historia<br />

tu lugar Areco<br />

tu tierra te canta y celosa te ama.<br />

MABEL SOBRADELO


ALGÚN DÍA, ALGUIEN…<br />

OLGA TASCA<br />

PRÓLOGO<br />

Me pregunto qué me pasa…<br />

En mi interior hay una fuerza que parte del cerebro y del corazón.<br />

Que me hace escribir en el papel, buscando expresar con palabras, amor,<br />

felicidad, amistad, respeto por el prójimo, lealtad y verdad.<br />

En un tiempo tan vertiginoso donde reina el individualismo y se esconden<br />

los sentimientos.<br />

El camino de la escritura es arduo, lleno de secretos, pero apasionante.<br />

Desearía poder dejar constancia de ellos a quien algún día los encuentre,<br />

muy sencillos por cierto, como mis huellas al pasar.<br />

Como escribiera el poeta Antonio Machado:<br />

“Caminante no hay caminos,<br />

se hace camino al andar”.


120<br />

OLGA TASCA<br />

PASADO & PRESENTE<br />

Días de sol y buen tiempo ayudaron para descansar. Ana y Carlos jugaban<br />

con sus pequeños hijos en la playa pensando que era el último día de sus<br />

vacaciones. Este es el hermoso recuerdo que tendrían al regresar a su hogar.<br />

Carlos comenzó con problemas de salud y tuvo que hacerse una serie de análisis<br />

y radiografías.<br />

Lamentablemente los resultados no fueron buenos. Comenzó entonces a<br />

sumarse una serie interminable de problemas ya que se demostró que tenía<br />

una enfermedad maligna. Su estado de salud fue desmejorando día a día, y a<br />

pesar de todos los cuidados, fallece.<br />

El dolor al tratar de que los niños lo superaran no tenía medida, fue muy<br />

difícil.<br />

Las deudas mientras tanto se acumulaban hasta que llegó el momento de<br />

no poder pagarlas.<br />

La casa con el hermoso jardín, que ella cuidaba con cariño y esmero,<br />

donde jugaban los pequeños Rosita y Jorge, estaba hipotecada y nada pudo<br />

detener el remate.<br />

Una pensión y un jardín maternal de tiempo completo fueron hogar y<br />

refugio para la ahora pequeña familia que no entendía a la vida.<br />

Pero el tiempo no perdona y no abriga, Ana tiene que sobrevivir y llevar<br />

adelante a sus niños, cosía muy bien, de hecho siempre arreglaba la ropa que<br />

compraba o la que le hacían hasta dejarla perfecta. Ella comenzó a trabajar<br />

fuertemente de costurera.<br />

Pasaron los años y consiguió su objetivo: ver crecer a sus hijos y lograr un<br />

futuro para ellos. Ahora Rosita tiene 22 años, se ha casado, su esposo trabaja<br />

en Chile, como siempre, unidos, se trasladan allí todos, Ana, su hermano…<br />

En diálogos entre Ana y su hija, a pesar del tiempo transcurrido, no deja<br />

de extrañar su casa y su jardín, Rosita no recuerda… era muy pequeña.<br />

Es tanta la insistencia de su recuerdo que Rosita y su esposo, que por su<br />

trabajo debía trasladarse, seguido a Buenos Aires, deciden en el primer viaje<br />

que deban realizar buscar una casa que reúna algo de lo que su madre extraña<br />

y ansía. Las recorridas siguiendo avisos y las visitas a inmobiliarias se suceden.<br />

Por fi n encuentran una casa cómoda con jardín y deciden comprarla.


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

121<br />

Regresan a Chile, y cuánta es la emoción para Ana, la casa era para ella,<br />

allí podría volver a tener su jardín y ellos se alojarían en sus viajes, alternando<br />

entre Chile y Buenos Aires.<br />

Quizá porque ya sería la última cosa que harían juntos, todos preparan<br />

entre excitados y nerviosos la mudanza.<br />

El día es de sol, como hacía mucho no lo eran para Ana que es la más<br />

inquieta, pero los nervios le juegan mal y al ver la casa, se pone a llorar sin<br />

poder decir una palabra.<br />

Sólo avanza y recorre al jardín, sus pasos guardan memoria… la casa<br />

era la que muchos años antes, tuvo necesidad de rematar. La tantas veces<br />

recordada…<br />

ANHELOS<br />

¡Huy! ¡Huy!, cuántos truenos, relámpagos y lluvia fuerte en estos días.<br />

Mayo se anuncia inquieto. Los leños se han mojado y me da mucho trabajo<br />

encender las brasas para el brasero. Quiero tener agua bien calentita para ofrecer<br />

mates con trocitos de cáscara de naranjas bien azucaradas. Los patriotas<br />

reparten cintas celestes y blancas a todos los vecinos. No les importa el viento,<br />

el aguacero ni el frío, luchan por un amanecer glorioso en esta tierra que quiere<br />

ser libre. Con mis mates quiero darles calor y compañía. ¡Bueno… bueno!,<br />

parece que se acercan. Escucho voces y ruidos de carruajes y cascos.<br />

A empezar la ronda del mate, fi el amigo, llegan vecinos y patriotas. Entre<br />

mates y pastelitos bien criollos, cada uno irá sumando sueños y anhelos de<br />

libertad.<br />

AMANECER<br />

Llegaron las vacaciones. Julia y sus padres acomodaron el equipaje y una<br />

caja que ella preparó en el baúl del auto. Llevaba también un cachorro ovejero<br />

alemán para regalarle a su amiga Mariela y partieron hacia las sierras. Quería<br />

que el cachorro ayudara a Mariela en su trabajo diario; cuidar sus ovejas y


122<br />

OLGA TASCA<br />

organizar el rebaño para que ninguna se perdiera. Sin inconvenientes en el<br />

viaje llegaron a destino.<br />

Se encontraron las dos amigas, Mariela, muy contenta con el regalo, le<br />

pide que la ayude a ponerle un nombre al cachorro. Deciden bautizarlo con el<br />

nombre de Sultán.<br />

Deciden salir bien temprano al día siguiente y ver el amanecer como era<br />

su costumbre. Van con las ovejas y Sultán. Julia lleva consigo la caja que había<br />

traído en el auto. Sultán es quien se encarga de las ovejas. Julia y Mariela,<br />

saltan y juegan entre las piedras. Mariela intenta enseñarle a Julia a saltar con<br />

las dos piernas hacia delante pero Julia no lo consigue.<br />

Los pájaros, revolotean a su alrededor y alegran con sus cantos el paisaje.<br />

Mariela los imita, gorjea y trina a la par de ellos, le dice entonces a Julia que<br />

sueña con ser cantante. Julia aprovecha ese momento para abrir la caja que<br />

traía y le muestra a Mariela lo que hay en su interior. Una especie de arco de<br />

fútbol en miniatura. Dos palos verticales y un travesaño, de éste cuelgan siete<br />

botellas con distinta cantidad de agua separadas entre sí por distancias iguales.<br />

Julia clavó los palos en el suelo y con una vara comenzó a percutir las botellas<br />

poniéndole música al canto de los pájaros de Mariela y le confi esa a su amiga<br />

que quiere ser pianista y compositora.<br />

Las vacaciones llegan a su fi n y las amigas se prometen un encuentro.<br />

Pasaron los años, Julia ganó un concurso de composición y canto y recibió<br />

el premio el teatro Colón.<br />

Fiel a su costumbre y descansando de una gira de conciertos por distintos<br />

lugares paseaba todos los días, muy temprano, por la playa viendo el amanecer.<br />

En esos paseos veía entre las rocas a una joven que también esperaba el<br />

amanecer, luego tomaba sol y fi nalmente se iba. El último día de su descanso<br />

vio que la joven se retiraba saltando entre las rocas con las dos piernas para<br />

adelante, alejándose rápidamente.<br />

De regreso al hotel donde se alojaba preguntó al conserje por la joven.<br />

“Una cantante famosa”.<br />

“Se marchó”.<br />

“Debuta esta noche en el Colón” Las respuesta no se demoraron, Julia<br />

tampoco, preparó su equipaje y partió de inmediato.<br />

Tenía que buscar una caja y preparar el mejor acompañamiento.


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

ANSIAS FRESCAS<br />

123<br />

Sentada en el patio me lleno de recuerdos. Esos chicos corriendo y mirándome<br />

de reojo y sus risas. Esos chicos ignorándome y deshaciéndome son<br />

mis trofeos al fi n y al cabo. Mi madre pertenecía a una típica familia ganadera.<br />

Provenía de una familia castiza y la unieron en matrimonio con un criollo de<br />

menos alcurnia que sus padres, pero de fortuna. Cada quien se llevó en eso su<br />

parte y mi madre al hombre pero no al amor.<br />

Mamá era una mujer bella, elegante, rubia de ojos claros que a partir de<br />

su casamiento perdió la ilusión de poder volver a su Castilla natal. Mi padre<br />

administraba con su familia las estancias pues era un buen ganadero. Ausente<br />

de su hogar y muy mujeriego, no le dio ni le hizo conocer amor, o siquiera algo<br />

de afecto, mamá entonces nos volvió sus rehenes. Distante, fría y exigente. Mi<br />

hermana, la segunda, fue la que le regaló alegrías perdidas, era rubia de ojos<br />

claros como ella y creía que tantos sinsabores se habían ido. Para ella tuvo ella<br />

tuvo caricias, mimos, atenciones, juegos compartidos y alegría después cada<br />

uno de los que siguieron, yo entre ellos, fuimos criados por mulatas que estaban<br />

en la casa, con los hijos propios, naturales, decían ellas como si crecieran<br />

un día solos, claro, naturalmente del amo que las tomó para pasar una siesta o<br />

una borrachera o del amor de sus vidas, esclavos, claro, como ellas. En alguno<br />

creí ver algo familiar, hasta reconocí algo de mis hermanos.<br />

A Encarnación Ezcurra… eso no me iba a pasar, escribo en mi cuaderno<br />

de notas, el lugar por donde escapo y donde suelto mis sentimientos. Fuimos<br />

cinco, yo la quinta y tres hermanos y hermanastros no reconocidos. Será<br />

porque me ignoraron que me hice de fuerte, rebelde. Yo era la que dominaba<br />

a mis hermanos, por el medio que fuera, la mirada, o el golpe asestado sin<br />

miramiento. Jugábamos en la Recova o en la Plaza Mayor, casi siempre regresaba<br />

feliz, pues a alguien había dejado tendido por el camino a fi n de ganar en<br />

los juegos, las ropas sucias sabían de mis peleas revolcadas y furiosas sobre el<br />

suelo polvoriento. Con los años dejé de pelear y arrastrarme, no me interesaba<br />

mucho el arreglo y la coquetería pero tuve que aceptarlo, era una muchacha<br />

a la que la volvían locas las charlas de política y los sucesos de la ciudad. Por<br />

estos tiempos me dije que con fuerte convencimiento que después de tanto desamor<br />

si me casaba algún día me casaba lo haría sólo si estaba es enamorada.<br />

Conocí a una señora, única heredera de campos, su hijo mayor entre siete<br />

que tuvo, administraba los campos de su padre. El día que lo vi me enamoré<br />

como uno lo hace de la propia vida. Sentí que me pertenecía. Mi corazón perdió


124<br />

OLGA TASCA<br />

los frenos, galopaba en mi pecho sin saber hacia dónde, perdido en la visión de<br />

ese hombre elegante, altivo, risueño, de ojos celestes y cabellos claros.<br />

Sin embargo la realidad decía que yo no estaba dentro de los planes de la<br />

familia, era cosa de poca monta. Comencé a dejarle esquelas. Primero palabras<br />

sueltas. Como luz, espera, agua, tú. Después frases… hasta ahora nadie, más<br />

que un beso perdido, amar como el mar, dejarte la luna. Después fueron cartas.<br />

Construí murallas de pasión y fuego, todo el amor que guardaba, que nunca<br />

dejé salir buscaba un lecho donde permanecer, alguien a quien pertenecer. Era<br />

él o perdía la vida. Las cartas se sucedían, sabía que la criada se las entregaba<br />

en mano, la curiosidad, los veinte años de él y los diecisiete míos soltando los<br />

sentidos hicieron el resto. Sin peleas, sin vestidos llenos de barros y rodillas<br />

sucias gané mi mejor pelea. Mentimos para casarnos, él dijo a su madre que<br />

estaba embarazada, había que cubrir las circunstancias.<br />

Vivimos en la casa de mi suegra, a poco se dio cuenta, los síntomas no<br />

aparecían y los días se tornaron difíciles. Por fi n mi vientre se anuncia pero<br />

el niño llega a vivir. Partimos en busca de caminos propios, lejos del azar<br />

que me signaba desde niña. Sólo buscábamos amarnos. Después vinieron los<br />

otros hijos, Manuela y el varón y yo como mi madre, los dejé en manos de las<br />

mulatas, debía suplirte en los saladeros y campos. Habías militarizado a la<br />

gauchada y eras cada vez más importante.<br />

Yo no me quedé atrás, ¿dónde estaba aquella niña de antaño?, quería<br />

que te preguntaras. Formé grupos de hombres dispuestos a lo que fuera, hice<br />

apedrear las casas de los unitarios por las noches, muchas familias se fueron<br />

a vivir al Uruguay. Te mandé cartas por emisarios que no contestaste. Llené<br />

las mazmorras con los infi eles.<br />

Ahora tienes todo lo que querías, te han dado los poderes especiales. Mis<br />

veinte de años de lucha no fueron vanos. Acá estoy, sentada en el patio, has<br />

traído con la tropa más de una veintena de niños.<br />

Corretean y me espían. Tienen cabellos claros y ojos celestes, caminan<br />

como tú y ríen como tú, claro la piel no. Ellas, las madres también andan<br />

cerca, escucho sus cuchicheos alegres de labios que saben esperar guardando<br />

ansias frescas. Yo también guardo las mías como cuando era pequeña.<br />

Sólo que ahora no peleo buscando ganar, no hace falta, con sólo mirarlos<br />

tiemblan de miedo. Ya ves, cada quien tiene lo suyo, también Manuela y… ya<br />

ves, tienen los ojos y el pelo castaño.


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

POESÍA<br />

HUELLAS<br />

Huellas al<br />

andar en<br />

la arena seca.<br />

Se profundizan<br />

al llegar a<br />

la orilla húmeda.<br />

Las olas toman<br />

altura, rompen,<br />

y se suavizan.<br />

Al llegar a la<br />

orilla con su<br />

cálida espuma.<br />

Borra las<br />

huellas que había<br />

en la orilla.<br />

COLORES ETERNOS<br />

Negro como el carbón<br />

en la inmensidad<br />

del espacio sideral.<br />

Oscuridad que poco<br />

poco se va<br />

transformando en<br />

un gris plomizo.<br />

Gris que va<br />

dejando a<br />

un violeta<br />

para que lo<br />

vaya cubriendo…<br />

Sin embargo<br />

con ímpetu<br />

llega el rojo y<br />

lo quiere anular.<br />

125


126<br />

OLGA TASCA<br />

Pero con rapidez,<br />

avanza el naranja<br />

quien ayuda a<br />

dar luz y paso.<br />

Al amarillo fuerte,<br />

de calor eterno a<br />

la tierra con sus<br />

dorados rayos.<br />

Atravesando un denso<br />

colchón de nubes<br />

blancas se vislumbra<br />

por fi n…<br />

el celeste fi rmamento.<br />

CANTAR<br />

Cantar al llegar al trabajo.<br />

Cantar bajo la ducha.<br />

Cantar alegremente.<br />

Cantar desafi nando.<br />

Cantar cocinando.<br />

Cantar fuerte.<br />

Cantar al bebé.<br />

Cantar plegarias.<br />

Cantar festejando cumpleaños.<br />

Cantar internamente para felicidad propia<br />

y de quienes nos rodean.<br />

Cantar esperando.<br />

DESAYUNO<br />

Con ilusión preparó<br />

el desayuno de un<br />

amanecer lluvioso.<br />

Deseando conversar entre dos,<br />

los proyectos de ambos<br />

siempre dilatados…<br />

Con tristeza se convenció,<br />

de que todo era inútil ya.


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

PÁJARO<br />

Pintar barrotes imitando<br />

Una jaula con puerta abierta.<br />

Pintar algo bello<br />

que sea útil al pájaro<br />

y colocar la tela en<br />

un alegre jardín con árbol.<br />

Esperar con alegría y esperanza<br />

la llegada del pájaro.<br />

Quizás tarde años en llegar…<br />

Quizás llegue rápido.<br />

Esperar que el pájaro,<br />

entre en la jaula.<br />

Cerrar con el pincel<br />

la jaula enseguida.<br />

Borrar todos los barrotes.<br />

Pintar una rama de árbol<br />

con verde follaje,<br />

la brisa del viento,<br />

el calor del sol,<br />

la bravura del mar,<br />

la luminosidad de la luna,<br />

la belleza y aroma de las fl ores.<br />

Esperar que el pájaro cante,<br />

al hacerlo: arráncale una pluma<br />

y escribe en un rincón de la tela:<br />

… ha llegado el amor.<br />

127


128<br />

OLGA TASCA<br />

AMIGO OMBÚ<br />

La luna está alta<br />

las estrellas forman<br />

un techo que ilumina el inmenso campo.<br />

Voy arrastrando mis penas,<br />

sin esperanza y sosiego<br />

alma y cuerpo doloridos<br />

por las heridas de fl echas recibidas.<br />

A lo lejos te vislumbro<br />

está desmontando el alba<br />

y el brillo de febo me acerca a ti<br />

en tanta soledad que me rodea.<br />

Qué hermoso es cobijarse<br />

en tu frondoso follaje<br />

color verde intenso<br />

sombra bienhechora junto a tus raíces.<br />

Tan fuertes, robustas y solidarias<br />

que parecen brazos que nos acunan<br />

en la inmensidad de nuestra Pampa.<br />

A través del tiempo a gauchos e indios<br />

has protegido ofreciendo descanso y alivio como amigo,<br />

para que puedan seguir su camino previsto<br />

o su ruta hacia Dios, amigo ombú.<br />

OLGA TASCA


SOBRE EL PAPEL<br />

SILVIA MABEL VÁZQUEZ<br />

PRÓLOGO<br />

Recuerdos, colores, sensaciones. Encuentro y desencuentros, locuras y<br />

deseos.<br />

Cuando las alas de la imaginación se liberan y se posan sobre el papel, se<br />

transforman en relatos, en poemas.<br />

Dejo de ser yo, para convertirme en la protagonista de cada uno de<br />

ellos.<br />

La oscuridad se vuelve luz y me envuelve en los tules de la fantasía. Este<br />

es, pues, mi desafío: abrir el corazón y ser parte de cada historia.<br />

Dedico esto pequeños logros a mis hijos, a mi esposo y a quienes guiaron<br />

mis sueños hacia este mágico camino de las letras.


130<br />

SILVIA MABEL VÁZQUEZ<br />

EL DUENDE<br />

Apareció de repente en el barrio, por demás bullicioso. El colectivo que<br />

va y viene todo el día, la gente que charla de vereda a vereda…<br />

Nunca habíamos tenido un personaje así. Dicen que los duendes viven<br />

alejados de los hombres, tal vez por temor a que los dañen, tal vez porque el<br />

hombre no cree en ellos y los ignora. Se dice también que ellos mismos moldean<br />

su forma, si es así, él estuvo poco tiempo ocupado en eso.<br />

No hacía mucho que habitaba la casa despintada y abandonada de la<br />

vuelta. A los duendes les gusta vivir rodeados de plantas y fl ores, pero no era<br />

este el caso (a menos que en su cabecita vivieran las anémonas de las que tanto<br />

hablaba cuando andaba por la calle). Su casa era gris, con rejas oxidadas y un<br />

paredón desvencijado cuyo único adorno eran los gatos que se paseaban por<br />

encima. No tenía luz, ni gas, por eso compraba velas una vez a la semana en<br />

el almacén de la esquina.<br />

Era bastante alto. Su cara joven estaba cubierta por una espesa y larga<br />

barba, por cierto desprolija. El pelo revuelto, ondeado y castaño, le llegaba<br />

a los hombros. Usaba siempre un jean verde oscuro, una remera negra, y un<br />

suéter verde del revés, que le quedaba bastante grande.<br />

No sé qué poder mágico tenía escondido, pero desparramaba alegría simplemente<br />

al caminar, moviendo su cabeza de un costado a otro y bamboleando<br />

su cuerpo delgado y exageradamente descolocado.<br />

Solía revolver la basura al atardecer, intentando buscar vaya a saber uno<br />

qué cosa útil, y llevarla a su mansión.<br />

Muchas veces vi a una anciana golpeando la puerta, intentando sin suerte<br />

que le abriera, esperando sentada en el cordón de la vereda hasta que a él se le<br />

ocurriera salir, sin ningún apuro.<br />

Por las tardes, escribía cartelitos en hojas blancas, que colgaba de las rejas<br />

de la entrada: “Al duende lo cuida su ángel de la guarda”, “Josefi na me cuida”,<br />

“Los altos cielos me guían mi camino” y cosas parecidas.<br />

La gente le temía, decían que estaba loco, y les molestaba porque se entretenía<br />

revolviendo las prolijas bolsas, y porque apilaba en la vereda trastos<br />

viejos e inútiles.<br />

La gente siempre dice cosas, algunas veces ciertas, y otras no tanto. El<br />

duende hacía caso omiso de todo eso.


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

131<br />

¿Leyenda urbana? En eso se estaba transformando… En su mundo sólo<br />

estaban sus gatos, la extraña literatura de sus carteles y Josefi na, que ya a esta<br />

altura de la historia, sé que es su madre, quien anida dentro de su cabeza, al<br />

menos en la parte de cordura que manifi esta de vez en cuando.<br />

La he visto muchas veces esperando en la calle, convenciéndolo de que<br />

era su mamá, hasta que cansada, tomaba el colectivo y volvía con un patrullero,<br />

intentando de buena manera que se abriera la puerta de rejas de la casa<br />

de la vuelta.<br />

Una tarde, mientras hablaba con los gatos, y desanudaba las bolsas, juntó<br />

varias cajas de cartón que estaban enfrente, y las desarmó con una prolijidad<br />

exagerada. Revolvió la basura que estaba sobre las baldosas y rescató una botella<br />

de gaseosa a medio tomar, la puso bajo su brazo y emprendió la retirada<br />

con su valiosa carga.<br />

A la mañana siguiente, volvió a pasar por casa. Nuevamente, buscó en la<br />

basura algo que le sirviera, y mordiendo cada tanto un pedazo de pan, le daba<br />

el último vistazo al montón de cajas apiladas.<br />

El duende se convirtió en un protagonista inesperado del cuento que hacía<br />

rato quería escribir. Su aparición me intrigaba y lo seguía con la mirada cada<br />

vez que lo veía por la calle.<br />

Después de no ver su cartelera de mensajes por unos días, algo llamó mi<br />

atención:<br />

“Comparto alquiler con mujer soltera o madre”.<br />

Estaba escrito con su acostumbrada tinta roja y colgado con un clip, que<br />

habría encontrado por ahí.<br />

Me intrigaba qué cosas podrían pasar por su cabeza, si realmente estaba<br />

tan ido como parecía, si lo que necesitaba era alguien que lo escuche y se meta<br />

por un momento dentro de su mundo de fantasía, del cual solo se apartaba<br />

cuando su contacto con los demás lo obligaba.<br />

Pensé, que si quería compartir su casa, realmente necesitaba alguien más<br />

que su madre, quién sabe si esa persona también lo estaría buscando a él…<br />

Dejé pasar los días, para enterarme si por fi n había encontrado a esa “mujer”<br />

con quien compartir el alquiler que no existía, y sólo compartir el abandono<br />

y oscuridad de la casa de la vuelta. Otro día, el cartel rezaba simplemente:<br />

“El ángel Josefi na, Nacional 75”.<br />

Una vez más Josefi na estaba dentro de su cabeza, y seguramente, algún<br />

cabulero curioso, tomó en cuenta los números para probar su suerte.


132<br />

SILVIA MABEL VÁZQUEZ<br />

Nada había cambiado, ni mujer en la casa, ni nuevas andanzas, hasta que<br />

una nochecita de frío, lo había llevado nuevamente a recorrer las calles, en<br />

busca de algún sorprendente tesoro. Buscó en los canastos, revolvió las bolsas,<br />

las volvió a anudar, y de repente, vi que su cara se transformaba. Una alegría<br />

inusual le había sonrojado los pómulos pálidos y agitaba los brazos como si<br />

quisiera volar.<br />

Sospecho que había sacado algo muy valioso para él. Caso contrario no<br />

hubiera tenido esa expresión… Me detuve por un instante, y espié su actitud<br />

cuidadosamente como queriendo adivinar qué era lo que había encontrado.<br />

Acercó algo a su cara, lo revisó, y ahí fue cuando me quedé un rato largo<br />

mirándolo con cuidado.<br />

Sus manos estaban vacías, pero acariciaban quien sabe qué cosa que hacía<br />

que su rostro se viera feliz.<br />

Corrí a ponerme los lentes, y comprobé que efectivamente no había nada<br />

en sus manos, pero él, como si tuviera el tesoro más preciado, seguía contemplándolo<br />

con asombro. Se lo acercaba, lo daba vueltas, lo volvía a mirar…<br />

Me intrigaba saber qué era lo que lo ponía tan feliz, y sin pensarlo, salí a<br />

la calle, crucé y le dije:<br />

–¿Qué encontraste?<br />

–¡La felicidad! –me respondió. Volvió a anudar la bolsa, y volvió a su casa<br />

sin dejar de sonreír…<br />

KM 680<br />

Una densa polvareda le impedía ver con claridad el tamaño del pueblo. A<br />

medida que la camioneta se acercaba a la entrada, se podían divisar las casuchas<br />

bajas despeinadas por el viento. Eran todas iguales, con el mismo color<br />

que aparecía en esa foto vieja que tenía guardada en la guantera. La foto se la<br />

había dado su abuelo, cuando él aún era un pibe y no entendía mucho eso de<br />

querer irse al interior y no ser uno más en la ciudad.<br />

–Consérvala –le dijo– alguna vez lograrás cumplir mi sueño, cuando<br />

cumplas con el tuyo.<br />

Le hizo caso, sin saber por qué. Valentín se acomodó un poco el pelo<br />

ensortijado por el viento. El calor aumentaba. Se cerró la camisa, subió otra


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

133<br />

vez a la camioneta y manejó despacio, como queriendo abarcar todo con la<br />

mirada.<br />

Se detuvo frente a la plaza, respiró profundo, como queriendo tomar todo el<br />

aire de golpe y llenarse los pulmones de pureza y frescura, pero sólo logró que<br />

el polvo se le metiera aún más adentro… Le ganó el cansancio y decidió ir hasta<br />

la casa. Independencia 41, apareció de golpe frente a su vista. La casita estaba<br />

un poco descuidada, pero le gustó eso del jardincito adelante. Tenía el frente de<br />

ladrillos, unos yuyos que alguna vez fueron pastitos bien arreglados era todo lo<br />

que quedaba del antiguo jardín. Un arbusto enorme contra la pared de un costado,<br />

tapaba un poco la ventana de lo que se suponía, sería un dormitorio.<br />

Respiró hondo otra vez, abrió el portoncito apenas enganchado con un<br />

alambre, y entró. Sin prisa, buscó las llaves en su el bolsillo y abrió la puerta<br />

del frente. Todo estaba ordenado, miró alrededor. Le gustó. Bajó su valija, los<br />

bolsos repletos de ilusiones y el grabador que lo había acompañado en tantas<br />

noches de vigilia, entre libros y apuntes de la facu, café de por medio y con<br />

música de fondo de algún buen programa nocturno. Lo primero que hizo fue<br />

sacarle la tierra al escritorio, y apoyar ahí el cuadro con su diploma nuevito<br />

Decidió ahí nomás que el consultorio estuviera al frente, era chico, pero<br />

luminoso, lo necesario como para ver desde la ventana la plaza<br />

El cuarto del fondo sería el suyo, y allí llevó su ropa. Encendió el calefón,<br />

se dio un baño y comenzó a ordenar, con la parsimonia que increíblemente<br />

ya se estaba contagiando. Casi al anochecer, terminó de sacar las muestras<br />

de medicamentos que le habían dado en Buenos Aires, y las puso por orden<br />

alfabético en la vitrina, la cerró con el candadito y se sentó en el enorme sillón<br />

del comedor.<br />

Cuando estaba preparando el agua para tomar un café, se dio cuenta de<br />

que la alacena estaba vacía. Tomó las llaves de la camioneta, y apenas salió al<br />

patio, escuchó unas manos fuertes golpear en el frente.<br />

–Doctor Valentín Valle, soy Jacinto Moro, ¿puedo pasar?<br />

–Sí, claro –le respondió, estaba por salir a comprar algo para aprovisionarme.<br />

¿Cómo supo que había llegado?<br />

–Ah, no se preocupe, que ni bien entra alguien desconocido al pueblo,<br />

enseguida se corre la voz, además lo estábamos esperando, y por la alacena,<br />

descuide, acá le traigo algo como para empezar, si no le molesta.<br />

Y le entregó una caja con algunas cosas básicas, hasta que pudiera ir él<br />

mismo a la despensa a surtirse.


134<br />

SILVIA MABEL VÁZQUEZ<br />

–Debe estar cansado por el viaje, seguramente, pero le cuento que yo<br />

vivo acá al ladito y que ya mañana a primera hora tiene sus pacientitos para<br />

atender. Verdaderamente lo necesitábamos doctor… Desde que Don Juan<br />

falleció, estamos un poco abandonados a la mano de Dios. Bendito sea quien<br />

lo envió acá.<br />

Todo era como lo había soñado, ser médico rural, desde que comenzó la<br />

Universidad, y lo iba a lograr. ¿Cómo lo recibiría la gente?<br />

Volvió a tomar un baño, esta vez tratando de ocupar el tiempo necesario<br />

para disfrutarlo, ya que en Buenos Aires siempre lo hacía apurado, muchas<br />

veces mirando el reloj para no llegar tarde a alguna clase o a alguna práctica<br />

del hospital.<br />

Había elegido clínica general, aunque la pediatría era lo que lo fascinaba.<br />

Todo era útil, más si la idea de irse al campo estaba dando vueltas en<br />

su cabeza, ya desde ese tiempo. Había terminado hacía un mes apenas, y su<br />

título estaba ya enmarcado para ser colgado en su nuevo lugar, esperando el<br />

llamado que le indicara cuando viajar a ese pueblito del sur, el de la foto del<br />

abuelo, aunque supiera que el viaje era largo y tedioso, pero con la convicción<br />

de comenzar algo interesante y comprometido. Atendió el primer golpe en la<br />

puerta. La abrió, y la carita de su primer paciente lo sorprendió.<br />

–Doctorcito, bienvenido. El es mi hijo el Ismael, necesito que lo vea porque<br />

anoche no nos dejó dormir. Me parece que son los oídos, y como ahora<br />

tenemos doctorcito en el pueblo, no quise ponerle los remedios caseros de la<br />

abuela, ¿hice bien?<br />

Respiró hondo, eso de ponerle artículos a los nombres propios era una<br />

costumbre que él no tenía, pero sintió que era el comienzo de algo bueno, y<br />

agradeció haber tomado la decisión de abandonar la ciudad. Seguramente lo<br />

extrañarían, pero pronto vendrían algunos de sus amigos a visitarlo, y el los<br />

recibiría con un matecito recién preparado y una tortita casera quizá, regalada<br />

por algún vecino…<br />

LA PAREJA<br />

Los pies me dolían bastante. Las cuadras que había caminado por Cabildo<br />

se me hicieron demasiado largas. La tarde, poco bulliciosa, a pesar de la hora,<br />

estaba calurosa, agobiante. Me decidí a entrar al barcito de la esquina.


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

135<br />

Me senté en una mesa al lado de la vidriera. Era una de las pocas que<br />

estaban vacías, no tuve mucho para elegir.<br />

El lugar era luminoso, amplio y las mesas de madera bien lustrada, con<br />

mantelitos color beige, que le daban ese toque delicado.<br />

Miro hacia afuera y veo pasar a una pareja. Ella vestía un pantalón marrón,<br />

y una camisa estampada al tono, con unos voladitos en las mangas, estaba<br />

apenas maquillada con un labial clarito, tenía el pelo rubio, que escondía<br />

las incipientes canas que se asomaban en las sienes.<br />

Era delgada, alta, nada encorvada por los años. La llevaba del brazo un<br />

joven anciano, canoso y de bigotes espesos, de pelo rigurosamente lacio y<br />

corto, con un saco de lana gris, pantalón negro y una camisa a cuadritos.<br />

Él gentilmente le abrió la puerta del bar, para que ella pasara primero.<br />

Ella, agradeciendo con la cabeza, entró.<br />

Se sentaron frente a mi mesa, acomodaron unas cosas sobre una silla, y<br />

simplemente se miraron, tan hondamente que no se dieron cuenta de que el<br />

mozo estaba esperando el pedido, como una estatua.<br />

Él sonrió, y le dijo: – Dos tecitos, por favor.<br />

En ese momento, el mundo desapareció para ellos. Cruzaron las miradas<br />

más íntimas que jamás había visto antes, clavaron los ojos uno en el otro, y<br />

tomados de las manos, se dijeron al unísono “Te quiero”.<br />

Duró segundos ese momento. Una lágrima se deslizó por el rostro de<br />

ella, como una catarata de dolor. Él, con ternura, la secó con el pañuelo recién<br />

planchado, que sacó de su bolsillo.<br />

–No te preocupes. Todo va a salir bien.<br />

Les volvió la sonrisa a los dos. Sin soltarse de las manos, siguieron mirándose<br />

embelesados.<br />

SOMBRA PARTIDA<br />

Nunca me animé a molestarlos. Ni siquiera me atrevía a saludarlos cuando<br />

estaban sentados en el banco frío de la costanera los jueves a la tarde.<br />

Estaban pendientes uno del otro. Se miraban, ausentes absolutos del<br />

mundo a su alrededor. Sobraban las palabras. Sólo existían ellos y el brillo de<br />

sus ojos oscuros como una sola sombra cobijada bajo los sauces lánguidos a la


136<br />

SILVIA MABEL VÁZQUEZ<br />

orilla del río. Tomados de la mano caminaban desde el puerto hasta la entrada<br />

del parque de los chicos. No se soltaban ni un segundo. Volvían cuando bajaba<br />

el sol y apuraban el paso para llegar a su casa antes que caiga la noche.<br />

Aquel día se repitió la rutina. Cuando volvían de su paseo, ni bien cruzaron<br />

el puentecito, vieron un grupo de pibes alrededor de un auto abandonado.<br />

Le estaban sacando las cuatro ruedas. No estaba ahí cuando pasaron bien<br />

temprano en la tarde.<br />

Dos de ellos se dieron vuelta al verlos.<br />

–¿Qué te pasa, viejo? No nos mires.<br />

Ella le tiró del brazo y lo llevó hasta la vereda de enfrente.<br />

–Te dije que no nos mires, viejo –repitió.<br />

Ahí nomás, el más alto, de pelo enrulado, sacó un arma de entre sus ropas<br />

y le disparó. Cayó como una bolsa pesada sobre el asfalto. Ella gritó pero no<br />

la escucharon. Su grito mudo no pudo evitar que corrieran hacia el otro lado<br />

cuando a sirena del patrullero apareció en la esquina.<br />

Rogó, imploró ayuda. Tres de los agentes se dieron vuelta y corrieron<br />

hacia el grupo, el otro, llamaba por radio a una ambulancia.<br />

Él, gimiendo, entreabrió los ojos ya sin brillo, le tomó la mano y le sonrió.<br />

Un jueves más, ella caminaba sola. Se sentaba en el banco frío de la<br />

costanera.<br />

Los sauces lloraban sobre sus hombros. El atardecer se imponía y ella con<br />

la cabeza baja, volvía desde el puerto hasta el parque. Su sombra, desde aquel<br />

jueves, se había partido a la mitad.<br />

LA SEGUNDA DEL SUR<br />

Los ecos de la segunda del sur aún estaban vibrando en los cerebros de la<br />

gente. Si bien el día perfi laba soleado, todavía se olía el humo sucio y gris de<br />

los mirages que anoche taparon el cielo.<br />

Por fortuna, los que traían los víveres no fueron atrapados por los “kelpies”<br />

que merodeaban en cada esquina de Florida, agazapados esperándonos.<br />

Éramos buenas presas y nuestros órganos, su alimento preferido.


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

137<br />

Atacaban clavando sus garras en el medio del pecho, paralizando y arrancando<br />

el corazón sin el mayor esfuerzo. No se privaban de nada.<br />

Ya había logrado escabullirme por la escalera del subte “B”. Era un buen<br />

refugio el viejo taller de reparaciones cerca de Lacroze.<br />

En un par de días, ya éramos cuatro los que compartíamos el almuerzo<br />

entre ruedas pesadas y olor a grasa.<br />

Los negocios tenían sus vidrieras rotas y podíamos servirnos sin que<br />

nos vieran, las pizzas que quedaron en los freezers del Imperio, y si teníamos<br />

suerte, alguna medialuna y masitas sobrantes en la heladera.<br />

Caminé despacio para estirar las piernas. Volví temprano ese día, para<br />

aprovechar la caída del sol desde el techo de la bóveda de los Vilela en el primer<br />

pasillo de Chacarita.<br />

Acomodé los colchones viejos dentro del ataúd superior y nuevamente<br />

compartí con ella la noche. Aunque no nos conocíamos demasiado, recordamos<br />

nuestra infancia en Agronomía, escabulléndonos entre las plantas secas<br />

de maíz al lado de las vías.<br />

Esa noche pude dormir en paz. Mi madre me había preparado de postre<br />

el arroz con leche.<br />

Quién sabe si mañana algún “kelpy” clavará sus garras en mi pecho y de<br />

una vez por todas moriré, esta vez, defi nitivamente…<br />

POESÍA<br />

El árbol es mujer y en su follaje<br />

oigo rodar el mar bajo la tarde.<br />

PROPUESTA<br />

Asomaba la tarde entre los pinos<br />

del patio de baldosas rojas.<br />

El olor a peperina, inundaba el aire,<br />

los recuerdos silabeaban en la conciencia.<br />

El sol, resignado,<br />

espiaba entre los algodones tibios del cielo<br />

OCTAVIO PAZ


138<br />

SILVIA MABEL VÁZQUEZ<br />

y los pájaros de espuma<br />

bajaban a comer las manzanas con canela<br />

apoyadas sobre la mesa.<br />

Y de pronto se abrió la puerta del frente:<br />

él entró, como lo hacía siempre,<br />

con la sonrisa clavada en mi mirada,<br />

un ramo de jazmines en una mano,<br />

y el libro de Neruda bajo el brazo.<br />

Nos sentamos bajo la sombra<br />

de la vetusta parra.<br />

Me tomó de las manos<br />

(jamás lo había hecho)<br />

y momentos después<br />

la brisa de la tarde<br />

fue testigo,<br />

entre mates y poemas,<br />

de su propuesta de amor.<br />

ACOMPÁÑAME<br />

Acompáñame con tus alas de ángel.<br />

No puedo emprender este viaje sola.<br />

Si tú sabes cómo extraño la ternura de tus manos,<br />

tu sonrisa infi nita, tu cuerpo a mi lado.<br />

Enséñame a soñar con pájaros blancos y nubes eternas.<br />

Sólo si vivo en tus labios me siento completa…<br />

SILVIA MABEL VÁZQUEZ


ESTILOS<br />

NORMA VINCIGUERRA<br />

PRÓLOGO<br />

El siglo XXI comienza con la conjunción de distintos estilos. La mezcla<br />

de lo pasado con lo futuro nos permite deslizarnos en las diferentes épocas.<br />

Con tal suerte que podemos dar rienda suelta a cuánta fantasía se nos presente<br />

y, ubicarnos en cualquier situación.<br />

En sortilegio los personajes se cruzan en la actualidad. Una mujer que<br />

pierde todo y un hechicero aparece trayéndole la solución. En cambio en<br />

mensaje instantáneo la temática tiene que ver con lo cibernético. Aquí la computadora<br />

predice la muerte de la protagonista. Distinto es en besos de sangre<br />

que comienza anunciando el desenlace fi nal.<br />

En la vida cotidiana encontramos todos estos seres. La diferencia consiste,<br />

que en literatura juegan y se mueven de una manera más recreativa, espero,<br />

por eso quise ofrecerles algunos. Hagamos de este menjunje algo provechoso,<br />

sin olvidarnos de los magos y los vampiros…


140<br />

NORMA VINCIGUERRA<br />

MENSAJE INSTANTÁNEO<br />

El rayo rompe el cristal. Estoy frente al hogar mientras se desata la tormenta.<br />

Las llamas merman su intensidad en aquel momento. Sola en la casa<br />

que fuera pensada para dos. La computadora anuncia la entrada de un mensaje<br />

instantáneo. Me acerco a leerlo. Quien lo envía es desconocido, no está dentro<br />

de mis contactos. No recuerdo haber dado mi dirección. Pregunta –¿cómo<br />

estás? Le contesto: –¿quién sos?<br />

Él: –Alguien que te observa.<br />

Yo: –No me interesa. No te conozco.<br />

Él: –Es conveniente que te interese.<br />

Hago un clic con el mause y cierro. El agua entra por el cristal roto. Lo<br />

cubro con un hule que encuentro en el sótano. Lucho. El viento entorpece mi<br />

trabajo. Nuevamente el correo. Lo ignoro. Vibra el celular. Atiendo. La voz<br />

me dice que mire, que él castiga la indiferencia. Esta vez no era un mensaje<br />

de texto, sino un video con fondo negro y una calavera, le doy play y tras una<br />

cortina de fuego aparece la imagen de una mujer que corre y grita. Sube una<br />

escalera. Está oscuro. Al fi n la alcanza, alza el cuchillo, ella se defi ende. Se lo<br />

clava en el brazo, dos, tres veces, por último lo hunde con fuerza en el estómago.<br />

Ella cae envuelta en sangre y horror.<br />

–Que mal gusto, no me causa gracia– Le digo.<br />

–No es una broma, es muy serio lo que acabas de ver– Contesta y corta.<br />

El fi lm vuelve a reproducir, repite la misma escena esta vez con un poco más<br />

de luz, pero no veo su rostro ni quien la ataca. Un fogonazo hace estallar las<br />

fl amas. De golpe se extinguen. Otra vez el video. Estoy molesta. Apago la<br />

máquina. La corriente arranca el plástico que cubre la ventana. Voy a colocarlo<br />

de nuevo. La sala está helada y húmeda. Oigo ruidos. Son pasos. El teléfono<br />

suena. Dudo en atender. Insiste. Descuelgo. –Quiero que lo pongas desde el<br />

principio–. La pantalla se enciende. Me acerco. Tengo miedo. Las imágenes<br />

comienzan. Un rayo rompe el cristal. Empieza a llover. La mujer está frente al<br />

hogar. Las llamas disminuyen. Un golpe seco abre la puerta. Entre las sombras,<br />

veo el brillo del acero. Corro. Grito. Subo las escaleras.


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

SORTILEGIO<br />

141<br />

Revisaba la carta una y otra vez. Recordar era la manera de llenar la soledad.<br />

No tenía explicación, en pocos meses se casarían, se lo dejó todo escrito,<br />

no tuvo el valor de mirarla a los ojos.<br />

Los golpes de la puerta la exaltaron, ¿Vuelve?, ¿Qué se piensa?, tengo<br />

orgullo, no voy a perdonarlo, mejor no atiendo, que piense que no estoy. Pero<br />

sonaron más fuertes, como si quisieran derrumbarla. Asomó el ojo por la<br />

mirilla y una barba blanca sobre un fondo azul estaba detrás. No parece un<br />

mendigo, ¿Qué quiere?, Creo que estoy perdido, ¿A quién busca?, A Arturo,<br />

¿Quién?, Arturo. Pobre viejo loco, ¿de qué asilo se escapó?, mejor llamo a la<br />

policía. Cuando llegó al teléfono y levantó el tubo, el anciano estaba adentro.<br />

Dio vuelta sobre sí y observó, las ventanas, las cortinas, los sillones, la mesa,<br />

todo aquel recinto le resultó ajeno. Podría ser un ladrón o un sicópata. ¿Cómo<br />

diablos entró?, ¿Qué quiere?, plata no tengo, Perdón señorita, yo no necesito<br />

ningún metal precioso, tengo sufi ciente, déjeme hacerle una pregunta, ¿Cuál?,<br />

Siendo usted una bella dama ¿por qué lleva atuendos de caballero?, No sé de<br />

qué país viene, pero lo que tengo puesto son calzas y aquí es ropa de mujer,<br />

Pues que vestimenta extraña. Vestimenta extraña, a mí me dice, vestimenta<br />

extraña ¿Y él qué?, con esa túnica hasta los pies color azul eléctrico y la capucha<br />

cubriéndole la cabeza parece un monje antiguo, no hay duda este viejo<br />

está chifl ado. Todavía no contestó como entró en mi casa, Puedo entrar a<br />

donde quiera, ¿imagínese? una persona como yo, que no encuentre el camino,<br />

¿Y usted quién es?, Entiendo que no me conozca, aún es muy joven, pero su<br />

rostro refl eja tristeza, tiene los ojos hinchados, ¿es por llorar?, No es asunto<br />

suyo, Se equivoca, yo uní a muchas parejas, Arturo es Rey gracias a mi ayuda.<br />

El hombre cerró los ojos, en un lenguaje desconocido pronunció las palabras<br />

que hicieron bajar de la nada una esfera brillante. Mientras fl otaba entre sus<br />

brazos, la rodeó sin tocarla con las manos. Esta mujer es su enemiga, ¿La<br />

conoce?, acérquese, véala. A pesar de los rayos luminosos que la bola desplegaba,<br />

logró reconocerla. A ella le debía las pérdidas. Puedo hacer que el mal<br />

le vuelva. Ojo por ojo, sería perfecto. La vería sufrir, quedarse sola, sin nada,<br />

sin recursos, sin amparo. ¿Cómo?, Tengo mis recetas, Los resultados; ¿son<br />

rápidos, efectivos?, Hasta ahora no fallé, cuánto tiempo no sé, no depende de<br />

mí, ¿De quién entonces?, Del destino, No estoy dispuesta a esperar mucho,<br />

La venganza, jovencita, cuanto más lenta más dulce es, Está bien hágalo, De<br />

acuerdo, pero necesito que me guíe el regreso. El hombre sacó de sus mangas<br />

un frasco pequeño de vidrio y una bolsita de arpillera, en un recipiente volcó


142<br />

NORMA VINCIGUERRA<br />

un líquido verde y unas hierbas moradas. Casi se arrepiente cuando empezó a<br />

brotar un humo espeso hasta cubrir la habitación. Lo hecho, hecho está.<br />

Las hojas de la ventana se abrieron. Del vacío salió un lienzo de gasa<br />

dorada, extendiéndose como una alfombra. Ahí está, esa es mi senda, fue un<br />

placer. Después de besarle la mano, con los pies elevados del piso, se alejó.<br />

Gracias, ¿cuál es su nombre?, Me llamo Merlín. Dijo antes de desaparecer por<br />

siempre.<br />

BESOS DE SANGRE<br />

Estaba tendida en sus brazos. Pálida, indefensa, con la mirada cautiva.<br />

En el más puro acto de devoción le entregó su cuello y él, con dominante<br />

ternura posó los viriles labios. Lanzó un grito agudo de dolor que después se<br />

fue apagando hasta quedar en suspiro. La sangre brotó y él bebió, bebió hasta<br />

saciar su apetito.<br />

De niñas siempre nos atraparon las historias de terror, teníamos una especial<br />

seducción por las películas de vampiros. La infl uencia fue tal que en la<br />

adolescencia toda indumentaria, maquillaje y tono de pelo era negro. Lo que<br />

para nosotras era un juego para los adultos signifi caba la entrada a un mundo<br />

tenebroso.<br />

Lucy, mi amiga, se enamoró perdidamente del profesor de historia. Un<br />

hombre maduro de cabello castaño oscuro y ojos color miel. Nuestro tema<br />

de conversación se concentraba en descifrar la vida enigmática de éste. Un<br />

día decidimos seguirlo. Al terminar la clase, que siempre era nocturna, nos<br />

escondimos en el coche hasta que lo vimos partir. Íbamos detrás manteniendo<br />

distancia, como veíamos en las películas. Anduvimos varios kilómetros fuera<br />

de la ciudad. Se detuvo frente a un portón, que abrió con el control remoto.<br />

El lugar estaba rodeado de un paredón de gran altura que no dejaba ver el interior.<br />

Con la insistencia de Lucy bajamos a explorar la posibilidad de entrar.<br />

Casi imposible lograrlo. Pero en un costado algunos de los ladrillos estaban<br />

fl ojos. Con esfuerzo los movimos. La estructura en ruinas demostraba que la<br />

casa reunía más de dos siglos.<br />

–Mejor nos vamos ya es tarde –le dije.<br />

–¿Justo ahora que estamos cerca? –contestó.


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

143<br />

Traté de convencerla, pero seguía forcejeando con los ladrillos. Seguíamos<br />

discutiendo hasta que una imagen nos hizo callar. Lo vimos en una de las<br />

ventanas con el torso desnudo, los brazos abiertos, un rugido se desprendió de<br />

él cuando incorporó su cabeza.<br />

–Nos vio, vamos, vamos. Y me la llevé a los tirones de la ropa mientras<br />

se reía. Para ella seguía siendo un juego.<br />

Quise persuadirla, pero la obsesión por seducirlo superaba los límites de<br />

la cordura. Empezaron las miradas cómplices, los susurros al oído, el quedarse<br />

después de clase sin justifi cación. Siempre la esperaba fuera para volver juntas<br />

a nuestras casas. Hasta que él la llevó en su auto. Desde esa vez Lucy no fue<br />

la misma. Si bien al principio denotaba alegría, en poco tiempo comencé a<br />

notar cierta debilidad.<br />

–Deberías ver un médico.<br />

–No hace falta, estoy bien.<br />

–No parece, estás ojerosa, no te concentrás, no querés salir, siempre tenés<br />

sueño.<br />

–Es la presión por los exámenes.<br />

Ese fue uno de los pretextos. No comprendí la razón de sus sentimientos<br />

hasta que él se paró frente a mí, e inexplicablemente me despertó cierta<br />

atracción.<br />

Sus ojos penetraron en los míos. Entre la culpabilidad y el deseo acepté<br />

la invitación. El portal de entrada se abrió antes que tocara la aldaba. A los<br />

muebles los cubrían sabanas blancas. Las enormes arañas de cristal que pendían<br />

del techo estaban apagadas. Sobre la mesa de roble había enseres para<br />

tres comensales, en el centro un candelabro de oro donde sólo una de las velas<br />

permanecía encendida. La cena transcurrió en medio de la subyugante conversación<br />

del anfi trión que seguíamos atentas. El sirviente llenó las copas con<br />

un borgoña de sabor espeso. Como en un carrusel las pinturas daban vueltas.<br />

Lucy y él lujuriosos se abrazaron y besaron. Las carcajadas retumbaron hasta<br />

dolerme la cabeza. El sueño me doblegaba. Más se reían, más sometida en el<br />

descanso me encontré. Todavía con jaqueca, desperté entre lienzos de brocal<br />

color carmín.<br />

Me levanté, quería encontrar a mi amiga y salir de allí. Por momentos las<br />

naúseas me detenían. Me faltaba el aire. Al fi nal del corredor se oían gemidos.<br />

El pasillo me pareció interminable, todo era oscuro, húmedo y viejo. Empujé la<br />

puerta de la habitación entreabierta. La miré con horror, no sé si ella lo supo.


144<br />

NORMA VINCIGUERRA<br />

EL SUEÑO<br />

Las nubes cubren el cielo. Un viento tormentoso sacude las ramas del tilo<br />

que pegan contra el vidrio de la ventana. Agita las cortinas que por momentos<br />

rozan los pies de la cama donde duerme Laura.<br />

El reloj marca las doce. Su relajado cuerpo envuelto en las sábanas, la<br />

cabeza hundida en la almohada, confi rman la sensación de ausencia de la<br />

realidad. Su mente vaga por el espacio, se ve a sí misma enfrente de un velo<br />

de humo blanco. Insegura comienza a caminar alejando aquella niebla con las<br />

manos. Una mujer obesa vestida con una túnica clara sentada detrás de una<br />

mesa redonda, que con un gesto la invita a acomodarse.<br />

Su rostro se refl eja en el cristal que posa en el centro. –Dame tus manos–<br />

Dice y extiende las suyas primero. Permanece unos segundos acariciándole<br />

las palmas con los ojos cerrados, los abre y observa las líneas una a una, le<br />

habla sobre su pasado y su presente. La mira fi jo a los ojos y anuncia la tragedia.<br />

Laura las quita rápidamente. Tira la mesa con su cuerpo al levantarse, el<br />

cristal se rompe y estalla contra el suelo, quiere escapar, pero el vaho es cada<br />

vez más espantoso.<br />

Se despierta de un sobresalto. Un rayo ilumina la mesa de luz. Las agujas<br />

señalan las tres. Inquieta cierra las ventanas. Desvelada y sedienta decide salir<br />

de la alcoba para beber agua. Baja las escaleras lentamente, su corazón todavía<br />

palpita acelerado, en su mente quedan algunas imágenes borrosas de aquel<br />

sueño absurdo. Los muebles de la sala parecen lejanos entre tanta oscuridad.<br />

Sin embargo puede oír el movimiento del picaporte, no caben dudas, alguien<br />

quiere entrar. Rápido va a la cocina. Extrae un cuchillo de hoja ancha y fi losa<br />

para defenderse. La puerta se abre en su totalidad y en ella la sombra de un<br />

hombre que no titubea a entrar.<br />

Ciega por el miedo, se lanza sobre aquella masa mojada. De un golpe seco<br />

y violento clava el puñal en el pecho, hasta que logra tirarla. Por un momento<br />

los relámpagos le dejan ver la cara del muerto. Los truenos no tapan los gritos<br />

de dolor. Quiere revivirlo, lo abraza contra su cuerpo. Empapa su ropa con la<br />

sangre. Llora hasta que sus lágrimas se confunden con el líquido rojo.<br />

La vi correr por la calle desierta, en la madrugada, bajo la lluvia, sin<br />

rumbo, intentando huir.


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

LA NIÑA, EL GATO, EL ANCIANO<br />

Y LA ESTRELLA FUGAZ<br />

I<br />

145<br />

A través de la ventana vi una luz que cruzó la noche cerrada, internándose<br />

en la cavidad oscura. ¿Dónde irá? ¿Quién conducirá ese puntito brillante?<br />

¿En qué sitio se detendrá? Otros seres tal vez lo estarán esperando, o quizá<br />

va montado en él aquel pequeño Príncipe en busca de su rosa amada. Curiosa<br />

decidí acercarme, con la ilusión de tomarla por la cola y viajar a una inmensidad<br />

desconocida. Una voz me alejó de la fantasía de explorar otros mundos:<br />

–A lavarse las manos, está lista la cena.<br />

II<br />

Cansado de mi larga travesía, busco un lugar donde sentarme. Las últimas<br />

brisas de la noche acarician mi cara, el sueño hace entrecerrar mis ojos. De<br />

pronto, algo acapara mi atención, una luz irradia en la oscuridad. Me agazapo,<br />

vigilo, observo como cruza fugaz por encima de mí, casi roza mi cabeza. No la<br />

pierdo de vista, la sigo con todos mis sentidos. Se aleja por completo abriendo<br />

camino entre las estrellas. Un poco más relajado, pienso que es sufi ciente tanta<br />

aventura. Bajo de un salto a la calle, ya es tiempo de volver a casa.<br />

III<br />

Sacude el viento suavemente los rosales. Me acerco para impregnar mi<br />

olfato de su aroma antes de dormir. Miro al cielo y la veo. Esa estrella fugaz<br />

trae a mi mente aquellas noches de verano, donde en este mismo jardín se amparaban<br />

mis esperanzas. Colmado de voces y risas infantiles. Por ese tiempo<br />

las rosas eran aún pimpollos sin abrir, la idea de la soledad estaba lejos. El<br />

futuro se veía expectante y ahora sólo quedan los recuerdos atesorados que se<br />

disparan uno a uno uniéndose a la luz de mis deseos, los que me hacen sentir<br />

que la vida es tan fugaz como una estrella.<br />

EL BAR DE LOS SOLITARIOS<br />

Ella entró al bar. Se acomodó en la barra. Pidió un trago. Con una sonrisa<br />

en sus labios rojos, sin pronunciar palabra, lo miró. Él se incorporó en su


146<br />

NORMA VINCIGUERRA<br />

asiento, llamó al mozo y le entregó una nota. Ella respondió dándole lugar y<br />

hora para la cita. Se retiró sin terminar su bebida. Él la siguió dispuesto a correr<br />

el riesgo. Ella, con el cuerpo recostado sobre una pared, lo esperaba en la<br />

calle sin salida. Se acercaron, se tocaron, se besaron, se amaron y, en el rigor<br />

de la noche se marcharon.<br />

EL BRASERO<br />

El brasero calienta la cocina del pequeño mundo donde viven. En sus<br />

rostros se dibuja una sonrisa amarga de felicidad. Pronto el hedor del carbón<br />

anunciará un largo sueño.<br />

EL DISCURSO<br />

Solemne, elegante el candidato ideal para pronunciar las palabras en la despedida<br />

de año. Cerró con un discurso de reconocimiento con sabor a tarde.<br />

POESÍA<br />

EL ÁNGEL DEL INFIERNO<br />

Apareció.<br />

Con el rostro<br />

siniestramente angelical,<br />

con la silueta oscura,<br />

los ojos fríos<br />

y los labios tórridos.<br />

Se acercó.<br />

Con oculta pasión,<br />

con amarga sonrisa.<br />

Acarició mi pelo,<br />

mi cuerpo, mi alma.<br />

Sació mi sed<br />

hasta ahogarme en su savia.


DESCALZOS EN EL AIRE<br />

Iluminó mis noches<br />

hasta cegarme.<br />

Encendió el fuego de la vida<br />

hasta alzarme al infi erno.<br />

Abrió mi pecho,<br />

besó mi corazón y se lo llevó.<br />

CUADRO NOCTURNO<br />

La luna se sumerge<br />

en el cuadro de la noche.<br />

Tan llena, tan redonda.<br />

Sólo ella conoce<br />

mis íntimos secretos.<br />

Mi testigo y confi dente.<br />

Mi cómplice y consejera.<br />

Ella que todo lo ve.<br />

Vio mis lágrimas<br />

por no tenerte.<br />

Vio mi instinto suelto.<br />

Vio mi hambre y mi agonía.<br />

Ella que todo lo oye.<br />

Oyó mis aullidos<br />

en el bosque,<br />

Oyó mi pensamiento<br />

en la penumbra.<br />

Ella, sólo ella sabe cuánto te amo.<br />

TU AUSENCIA<br />

Te busco<br />

en las tinieblas de la tierra,<br />

en las nebulosas,<br />

en el canto del agua,<br />

en las grietas de los muros.<br />

147


148<br />

NORMA VINCIGUERRA<br />

Te busco entre los muertos.<br />

Te sueño entre los vivos.<br />

Te siento en el espacio.<br />

Te huelo en el éter de la noche.<br />

Te acerco en la distancia.<br />

Te recorro en mi mente.<br />

Toco tu sombra.<br />

Oigo tu llanto.<br />

Veo tu pena y,<br />

me ahogo en tu ausencia.<br />

RETRATO<br />

Abismo, dolor, ternura.<br />

Alma, voluntad, valor.<br />

Trabajo, sudor, esperanza.<br />

Río, canto, locura.<br />

Mente, terquedad, candor.<br />

Llanto, sufrimiento, dulzura.<br />

Cielo, agonía, estupor.<br />

Palabra, belleza, censura.<br />

Rostro, lealtad, amor.<br />

Hombre, fuerza, blancura.<br />

Signo, justicia, y honor.<br />

NORMA VINCIGUERRA


ÍNDICE


Marta Rosa Mutti ............................................................................................ 7<br />

Horacio Aranda ............................................................................................... 9<br />

Juan Arrate .................................................................................................... 19<br />

Teresa Del Valle Baruzzi .............................................................................. 29<br />

Graciela Busto ............................................................................................... 39<br />

Dolores Fernández ........................................................................................ 49<br />

Carmen Florentín .......................................................................................... 59<br />

Mirian Claudia López ................................................................................... 69<br />

Julia Mansi .................................................................................................... 79<br />

Edith Migliaro ............................................................................................... 89<br />

Patricia Moltedo ............................................................................................ 99<br />

Mabel Sobradelo ......................................................................................... 109<br />

Olga Tasca ....................................................................................................119<br />

Silvia Mabel Vázquez ................................................................................. 129<br />

Norma Vinciguerra ......................................................................................139


Se terminó de imprimir en Impresiones Dunken<br />

Ayacucho 357 (C1025AAG) Buenos Aires<br />

Telefax: 4954-7700 / 4954-7300<br />

E-mail: info@dunken.com.ar<br />

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Noviembre de 2010

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