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DESCALZOS EN EL AIRE<br />
AVATARES VIII - AÑO VIII<br />
<strong>Cuentos</strong> y <strong>Poemas</strong>
COMPILADO POR<br />
MARTA ROSA MUTTI<br />
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
<strong>Avatares</strong> VIII - Año VIII<br />
<strong>Cuentos</strong> y <strong>Poemas</strong><br />
Horacio Aranda<br />
Juan Arrate<br />
Teresa Del Valle Baruzzi<br />
Graciela Busto<br />
Dolores Fernández<br />
Carmen Florentín<br />
Mirian Claudia López<br />
Julia Mansi<br />
Edith Migliaro<br />
Patricia Moltedo<br />
Mabel Sobradelo<br />
Olga Tasca<br />
Silvia Mabel Vázquez<br />
Norma Vinciguerra<br />
EDITORIAL DUNKEN<br />
Buenos Aires<br />
2010
Impreso por Editorial Dunken<br />
Ayacucho 357 (C1025AAG) - Capital Federal<br />
Tel/fax: 4954-7700 / 4954-7300<br />
E-mail: info@dunken.com.ar<br />
Página web: www.dunken.com.ar<br />
Hecho el depósito que prevé la ley 11 ֽ 723<br />
Impreso en la Argentina<br />
© 2010 Marta Rosa Mutti (comp.)<br />
e-mail: centroavatares@yahoo.com.ar<br />
ISBN en trámite
MARTA ROSA MUTTI<br />
LOS PAISAJES PASAJES<br />
DE LA PRIMERA PERSONA<br />
Cuando decidimos narrar un texto en primera persona, las interferencias<br />
entre Narrador (el que cuenta la historia), Autor (el que la imagina) y Actor (el<br />
protagonista), provocan una cohesión de miradas y signifi cantes que hacen,<br />
que unos ocupen el lugar de los otros. De tal modo que el personaje, el Actor,<br />
acaba siendo quien toma los hilos de la historia, al punto de que los anteriores<br />
desaparecen.<br />
Tal es el caso que expone, precisamente, el texto: Borges y yo, del Hacedor.<br />
Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre<br />
de falsear y magnifi car…<br />
Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal<br />
a los juegos con el tiempo y con lo infi nito, pero esos juegos son de Borges<br />
ahora tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo<br />
y todo es del olvido, o del otro…<br />
J. L. BORGES<br />
Cuando se impone y se escenifi ca, la situación narrativa desde la primera<br />
persona, la visión que se ofrece al lector es una toma de postura abierta al<br />
subjetivismo real. Un yo de origen, que funciona enunciando la realidad y<br />
siendo: sujeto de la misma. Esta forma, supone mayor verosimilitud y compromiso<br />
con lo que se hace: cercana y creíble.<br />
Ahora bien, el yo protagónico, autorreferencial y subjetivo, no es ajeno<br />
al entorno, por lo que no sólo protagoniza, sino que observa, hecho que lo<br />
transforma en un referente de los roles de los demás.<br />
He aquí que dentro de una trama llevada por la primera voz, podemos<br />
jugar con interesantes elementos y alternar.
8<br />
MARTA ROSA MUTTI<br />
Por ejemplo, desde lo introspectivo subjetivo: el monólogo interior, la<br />
corriente de conciencia, el soliloquio. Dentro de lo participativo, podemos<br />
desarrollar un yo, que al estilo de una cámara de cine, desde su espacio refi era<br />
las acciones de los personajes que componen la acción.<br />
Lo que se puede realizar con modalidades varias. Así como tenemos tipos<br />
diferentes de humor, el yo narrativo puede optar y ser: imperativo, cuando su<br />
circunstancia transcurre por encima del resto. Susurrador, al poner bajo la<br />
mirada del lector una vista general de lo que sucede. Analítico, porque estudia<br />
y califi ca hechos y acciones, situación que hace participar al lector porque en<br />
él, desata la refl exión y el juicio. Descriptivo, cuando crea cierto paisaje humano<br />
y escenográfi co con el que nos mantiene al tanto de lo que acontece y no<br />
se compromete, sólo observa, o actúa según exija el juego dramático, de este<br />
modo establece una referencialidad objetiva-subjetiva. Autodiegético, es decir<br />
cuestiones, y hechos propios de la vida del autor, estableciendo una identidad<br />
entre narrador, autor y personaje, un ejemplo de este tratamiento lo encontramos<br />
en la Novela Cómo me hice Monja de César Aira. O en Casa Tomada,<br />
donde Cortázar, hace coincidir la identidad de la voz que cuenta, con la del<br />
protagonista, (el hermano de Irene), cuyo nombre no lo revela el texto, hecho<br />
que se provoca para marcar el pasaje al paisaje de una simbiosis perfecta.<br />
Sin objeción el manejo de la primera persona en el texto nos posibilita<br />
acercarnos y ser cómplices del lector, porque la acción que se plantea desde la<br />
fi cción, supone una participación tácita pero activa /actuante.<br />
El yo no guía, sino ejecuta, hace, trastoca y por lo tanto involucra. Hoy<br />
no es sufi ciente prestar todos los sentidos frente a la lectura, hoy los sentidos<br />
son sujetos de ella, el hombre no se deja llevar por la historia, sino que le toma<br />
el pulso y la conduce.<br />
MARTA ROSA MUTTI
¿Y EL CUENTO QUÉ?<br />
HORACIO ARANDA<br />
PRÓLOGO<br />
Un director de cine puede rodar una película exitosa, copiarla de otra,<br />
modifi carla y denominarla remake.<br />
Un cuentista puede hacer lo mismo y lo acusarán de plagio. Para evitar<br />
esta acusación debe juntar varios cientos de cuentos, extraer una oración de<br />
cada uno y mezclarlos adecuadamente. Con suerte puede lograr una composición<br />
inolvidable.<br />
Éste es uno de los secretos para escribir un cuento: haber leído un par de<br />
miles, adquirir estilo propio y volcarlo en el papel o en la computadora, más<br />
sencillo aún…<br />
TRES CUENTOS PORDIOSEROS<br />
O EL TALLER DE ANA MARÍA<br />
Daniel había trabajado duramente ese verano. Ambicionaba encontrar su<br />
nombre en la tapa del libro junto al de sus colegas. Se imaginaba en la Feria del<br />
Libro del 2009, recibiendo el premio de la Sociedad Argentina de Escritores<br />
para autores nóveles. Se veía subiendo al estrado con sus mejillas arrebatadas,<br />
aplaudido por los concurrentes y ovacionado por sus compañeros.<br />
Comenzó a escribir a los cincuenta años y dedicaba su tiempo libre a esta<br />
actividad, que se había incorporado a su vida como un vicio. El renombre que<br />
no había podido alcanzar ejerciendo su profesión, suponía que las letras se lo<br />
brindarían.<br />
En aquella época, de ello hará diez años, comenzó a participar en un taller<br />
de La Recoleta. Su profesora, Ana María Cervantes tenía pergaminos sufi cientes<br />
para cubrir las paredes de varios departamentos. Sus alumnos pertenecían<br />
a lo más selecto de la sociedad porteña y la presentación de sus publicaciones<br />
eran esperadas como acontecimiento literario. El taller de Ana María daba
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HORACIO ARANDA<br />
prestigio y ella, artesanalmente, lograba transformar el sencillo estilo de sus<br />
alumnos en literatura.<br />
Daniel despidió el año viejo escribiendo. Si le faltaba inspiración, la reemplazaba<br />
por dedicación, empeñado en terminar unos cuentos breves a los<br />
que denominaba “cuentos pordioseros”. Había concluido con el segundo y<br />
necesitaba un tercero para dar mayor consistencia a su producción. Finalmente,<br />
el seis de enero le envió a Ana María sus cuentos.<br />
Tres días después suena el teléfono en el taller.<br />
–Ana María, habla Daniel.<br />
–Si Daniel, ¿Qué necesitás?<br />
–¿Recibiste el material que te envié por Internet?<br />
–Todavía no abrí mi correo, contestó Ana María.<br />
–¡Ana María te pido por favor que los leas, estoy ansioso esperando tu<br />
opinión!<br />
–Quedate tranquilo Daniel, en la semana te llamo.<br />
Pasaron diez días y Daniel trataba de contactarse con la profesora, que<br />
de acuerdo a la respuesta del contestador telefónico se había ausentado hasta<br />
mediados de febrero.<br />
Exactamente el quince de febrero Daniel ubica a Ana María, quien al<br />
principio en forma evasiva le da a entender que un virus le destruyó el disco<br />
rígido perdiendo no sólo el material de Daniel, también los trabajos del resto<br />
de los cursantes.<br />
Daniel no hizo comentarios y con un frío saludo se despide fi nalizando<br />
la conversación.<br />
A principios de marzo, reinician las clases sin mencionar los trabajos<br />
presentados y el destino que les cupo. Ana María había estado en Río, en Pinamar,<br />
y algunos días en Punta. Un privilegiado en Aspen, Daniel, encerrado<br />
en su escritorio, dio forma a sus historias.<br />
Al terminar la clase deja un sobre en la mesa de trabajo y saluda al grupo.<br />
Ana María levanta los papeles de la mesa y encuentra un sobre que guarda<br />
los siguientes textos…
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
UN FESTIVAL NORTEÑO<br />
(PRIMER CUENTO PORDIOSERO)<br />
Durante las vacaciones de invierno, siguiendo una costumbre que ha perdurado<br />
a través de los años, fui con mi esposa a pasar unos días a las Termas<br />
de Río Hondo.<br />
En esa época del año, en el Teatro General San Martín de la ciudad<br />
termal, presentan espectáculos folclóricos que nos remiten a nuestras raíces<br />
musicales y nos aproximan con nostalgia a los años sesenta; Los Fronterizos,<br />
Los Quilla Huasi, Los Chalchaleros.<br />
En esta ocasión el espectáculo estaba constituido por coros de distintas<br />
provincias del noroeste. Cantarían temas de la región y en algunos casos, música<br />
autóctona, fusionada con ritmos modernos.<br />
El primer conjunto participante era el de los dueños de casa, los santiagueños.<br />
La función debía comenzar a las seis de la tarde. De acuerdo al programa<br />
impreso, iniciaban su actuación con chacareras de los Carbajal, siguiendo con<br />
temas de los hermanos Ávalos y fi nalizando con las hermosas composiciones<br />
de don Julio Jerez.<br />
El maestro de ceremonias tuvo que reconocer que a las siete de la tarde<br />
los integrantes del coro santiagueño, por un error ajeno a la organización no<br />
pudieron hacerse presentes, después de un asado ofrecido a sus huéspedes,<br />
se tiraron a descansar y siguieron de largo. A esa hora y adelantando unos<br />
minutos su participación subió al escenario el presentador cordobés. Con<br />
la simpatía propia de sus coterráneos comenzó contando chistes. Su chispa,<br />
eclipsó al coro que sonó como una pobre imitación de la mona Jiménez. El<br />
público pedía a gritos al cuentero, que tuvo que improvisar toda la hora para<br />
suerte de la concurrencia.<br />
A las ocho de la noche, les tocó, el turno a los salteños; durante toda una<br />
hora recitaron un: “…Ah…”, con ritmo de zamba.<br />
Como cierre del programa, actuaron los tucumanos: se robaron el espectáculo.<br />
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HORACIO ARANDA<br />
UN BASTÓN BLANCO<br />
(SEGUNDO CUENTO PORDIOSERO)<br />
Rogelio se apoyó en mi hombro derecho sollozando como un niño.<br />
–¿Qué te pasa viejo? –pregunté con curiosidad.<br />
–Es una historia larga, contestó Rogelio.<br />
–Contame si querés…<br />
Rogelio es un muchacho cincuentón, exitoso en los negocios, con varios<br />
fracasos sentimentales y a pesar de todo, insiste en la búsqueda de su media<br />
naranja.<br />
Trataré de ser fi el a su relato, con la idea de que quienes lo lean, no incurran<br />
en el mismo error.<br />
Caminaba Rogelio frente a la Plaza Flores y al llegar a la Basílica se sintió<br />
atraído por una joven, que en un pañuelo junto a su muslo derecho juntaba las<br />
monedas que los feligreses arrojaban. Según Rogelio, se acercó piadosamente,<br />
observando que la única carencia de la jovencita era la vista, del resto, había<br />
sobrante. Gentilmente se ofreció a ayudarla y satisfacer las necesidades de la<br />
invidente. Rosita con cierta timidez aceptó el gesto del caballero, quien amorosamente<br />
la alojó en su departamento. El primer día, le compró ropa adecuada<br />
y anteojos oscuros para ocultar esos ojos lechosos que tanto le impresionaban.<br />
La joven demostró en pocos días una enorme capacidad de aprendizaje<br />
desplazándose por la vivienda con absoluta libertad. Cuando Rogelio salía de<br />
compras Rosita prefería esperarlo con la comida caliente, decía que le molestaba<br />
que la gente la mirara con lástima, sintiéndose más feliz en la calidez del<br />
hogar. Pasaron quince días sin un sí ni un no. Rogelio había prescindido de la<br />
medicación para la hipertensión y de los hipnosedantes que de la mesa de luz<br />
pasaron al botiquín del baño.<br />
Una tarde el dueño de casa debió ausentarse para realizar trámites bancarios.<br />
Rosita se aproxima y le pregunta que desea para la noche. Rogelio,<br />
hombre de experiencia le dice: “lo que quieras Rosita, vos todo lo hacés bien”.<br />
Esa noche cenaron canelones a la Rossini y bebieron un delicioso malbec.<br />
A la mañana siguiente Rogelio se levanta con resaca. Al acercarse al<br />
lavatorio se encuentra un estuche con un par de lentes de contacto, un bastón<br />
blanco y unas líneas agradeciéndole los regalos recibidos, en particular los<br />
anteojos ahumados que le quedaban mejor que si ella los hubiera comprado.
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
EL PAYUCA<br />
(TERCER CUENTO PORDIOSERO)<br />
Diez horas de manejo, les habían permitido llegar a los esteros. Pararon<br />
la camioneta 4x4 y bajaron a estirar las piernas.<br />
–Mirá Bobby, justo lo que buscábamos.<br />
Un cartel manuscrito colgado en la puerta del negocio anunciaba:<br />
“Caza y pesca, organice su salida con Belisario Agüero, guía experimentado”<br />
Bobby y Andy se dirigieron al interior del local, golpeando las palmas<br />
de sus manos.<br />
–Hola Bolu… ¿hay alguien aquí?<br />
–Buenos días señores, ¿en qué puedo ayudarlos?<br />
–Bolu, queríamos salir a conocer los esteros, cazar algún bicho y comer<br />
un asadito.<br />
–Para eso estoy, pero quiero aclararles que mi nombre es Belisario, mis<br />
amigos me dicen Beli, no Bolu.<br />
–Está bien Bolu, digo Beli, no te ofendas, nosotros somos así de afectuosos<br />
con todo el mundo.<br />
Subieron a la camioneta y comenzaron la travesía. Belisario no abría la<br />
boca limitándose a contestar con monosílabos. Le molestaba la gente de la<br />
ciudad que deseando parecer pícara resultaba grosera, pero él estaba acostumbrado<br />
a los animales chúcaros, tiraba de la rienda y con el talero transformaba<br />
al bravo cimarrón en un perro faldero.<br />
Andy y Bobby seguían con sus chistes que tenían como blanco a Belisario.<br />
Dos horas después de haber partido, Bobby dice:<br />
–Bolu, paremos que me hago encima.<br />
–Espere que lleguemos a aquella arboleda, ahí atrás nadie los va a ver.<br />
–Bolu, trajiste papel higiénico, acotó Andy.<br />
–No hay problema, traje de todo.<br />
Tal como les había anunciado el guía al llegar a la arboleda caminaron<br />
unos metros encontrándose en un campito despoblado con el agua en los<br />
tobillos.<br />
–¿Dónde nos trajiste Bolu? ¡Nos estamos hundiendo! Gritó Bobby.<br />
–¡Belisario tiranos una soga! Agregó Andy con el barro a la altura de los<br />
muslos.<br />
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HORACIO ARANDA<br />
–¡Tomen muchachos! Espero que sirva y acompañando la acción con las<br />
palabras, arrojó una soga de dos metros de largo con sus extremos libres.<br />
Unos gorgoritos en el barro fue la despedida.<br />
Belisario subió a la camioneta y continuó su viaje a Paraguay.<br />
DESTINO PORDIOSERO<br />
“Espero tener mejor suerte y que el disco rígido no se deteriore”.<br />
Cariños: Daniel.<br />
Llegó el mes de abril y con él la Feria ansiada. El sueño de Daniel se estaba<br />
cumpliendo: Ana María emperifollada como una madonna, las compañeras<br />
audazmente vestidas y los varones armados de seducción. Daniel de traje<br />
oscuro y corbata subió al escenario, se aclaró la garganta y leyó sus cuentos<br />
utilizando una copia con las letras grandes y espaciadas evitando el uso de los<br />
anteojos. La emoción embargaba su voz y un cerrado aplauso celebraba cada<br />
uno de sus minicuentos. Las lágrimas, visibles con la luz lateral daban mayor<br />
emotividad al acto. Daniel agradeció a los espectadores, invitándolos a fi rmar<br />
sus ejemplares al fi nalizar la presentación. Bajó del estrado y se abrazó con<br />
compañeros y directivos. En el fondo del salón su esposa e hijos no podían<br />
contener las lágrimas. Vislumbró un futuro diferente, un contrato en una revista<br />
literaria, vivir sin sobresaltos económicos y adquirir un respaldo que le<br />
permitiera hacer exclusivamente aquello que amaba.<br />
Siguió concurriendo al taller de Ana María quien delicadamente esmerilaba<br />
sus escritos. Sin embargo algo se había fragmentado en su relación, un<br />
vínculo invisible había comenzado a debilitarse meses antes de la feria y sólo<br />
faltaba un ligero tirón para escindirlo. Ambos prefi rieron ignorarlo.<br />
Una mañana de agosto suena el timbre del departamento, el cartero pregunta<br />
por Daniel A. quien se acerca al escuchar su nombre. El cartero previa<br />
fi rma del interesado le hace entrega de una carta documento donde se lee el<br />
nombre del remitente: Dr. Alves de Souza –Abogado– Avda. Getulio Vargas<br />
2050 - Río de Janeiro.
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
¡QUÉ SIRVA DE EJEMPLO!<br />
“Ruido de frenos, un automóvil sin control y dos personas gravemente<br />
heridas. El conductor se da a la fuga. Quienes lo vieron manifestaron que era<br />
un hombre mayor en un moderno coche europeo. La patente comenzaba con<br />
H y el último dígito era 0. Además del aporte de los testigos del hecho, las<br />
cámaras ubicadas en esa esquina registraron al desaprensivo conductor, que<br />
abandonando a sus víctimas se alejaba velozmente del lugar”.<br />
Este artículo de apenas diez renglones apareció en los diarios de la ciudad.<br />
Quienes leyeron el texto probablemente pensaron en un accidente causado por<br />
el tráfi co alocado o un conductor alcoholizado.<br />
No fue así. Esta historia había comenzado varios meses atrás, siendo el<br />
factor desencadenante la muerte de un entrañable amigo.<br />
A usted que está leyendo estas líneas: ¿Concurrió alguna vez a un velatorio<br />
donde el difunto está acompañado de fl ores y sillas vacías? Hace poco<br />
tiempo viví esa situación, por eso mi pregunta. ¿No le gustaría saber cuánta<br />
gente fue a su velorio? ¡Sí!, al suyo.<br />
La respuesta inmediata es que va a ser imposible. Esa no es la respuesta<br />
a mi pregunta, probablemente no fui claro, la voy a reiterar de otra forma; mi<br />
inquietud es saber la capacidad de convocatoria que tendré en el momento<br />
de abandonar el mundo de los vivos. ¿Quiénes demuestran dolor? ¿Quiénes<br />
disfrutan anticipadamente mi ausencia?<br />
Ricardo, después de sufrir una corta enfermedad que lo llevó a la tumba,<br />
fue velado en una casa mortuoria del barrio de Caballito. Su deceso se había<br />
producido a primera hora de la mañana y sus restos ingresaron en la capilla<br />
ardiente a las cinco de la tarde. A esa hora el cajón abierto, que esperaba a<br />
deudos y amigos, tenía como única compañía a la esposa, los hijos y a quien<br />
esto relata. Habían pasado cinco horas cuando aparecieron sus compañeros<br />
de trabajo. Sentí que los recién llegados despedían a un amigo que partía de<br />
vacaciones y no a quien en vida había sido su jefe. Para esos “amigos”, la<br />
obligación era saludar a la viuda, tomar un café, y separarse en grupo a contar<br />
chistes que festejaban ruidosamente. Fue una situación tan desagradable, que<br />
tuve que increparlos.<br />
A las doce de la noche, ante mi pedido, Alejandra y los chicos fueron a<br />
descansar. Al costado del cajón quedé yo solo, acompañado por mis cavilacio-<br />
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HORACIO ARANDA<br />
nes. ¿Cómo era posible que Ricardo tuviera de compañeros en su último viaje<br />
un par de coronas y unas velas? Allí comencé a maquinar mi plan.<br />
Me propuse encontrar la respuesta a aquellos temas obsesivos.<br />
Los artículos vinculados con la muerte aparente, la catalepsia o la suspensión<br />
de los signos vitales pasaron por mis manos y fueron analizados<br />
exhaustivamente.<br />
Para poder lograrlo había varios métodos, algunos muy peligrosos y de<br />
incierto resultado:<br />
El primero de ellos, probablemente el más inocuo, era el profundo conocimiento<br />
de la fi losofía yoga, pero para llegar al nivel de comprensión necesario,<br />
debía dedicar el resto de mi vida a la meditación trascendental, recluirme y<br />
olvidar los placeres de la vida terrenal. Reconozco que a través del viaje a las<br />
profundidades de mi ser, hubiera podido tomar represalias contra todos sin<br />
moverme de mi escritorio o tal vez… los hubiera perdonado.<br />
El segundo método, científi camente aceptable, requería el estudio intensivo<br />
de la farmacología y el metabolismo de algunas drogas psicoactivas.<br />
El resultado fue el exterminio de los perros del barrio. Del instituto Pasteur<br />
acudieron profesionales que buscaban en las vísceras estricnina o arsénico.<br />
Nada de esto hallaron.<br />
En aquella época comencé a hablar en casa sobre el tema de la muerte<br />
aparente. Los miembros de mi familia al principio lo tomaron a la chacota y<br />
manifestaban que no estaba en mis cabales. Pero mi insistencia los obligó a<br />
escucharme. Les obligué a leer un cuento de Allan Poe, que magistralmente<br />
relata un hecho de este tipo y logré sensibilizarlos. Les inculqué que la muerte<br />
era tan natural como la vida, que era una transición inevitable y que era difícil<br />
o imposible encontrar alguien que emitiera opinión al respecto, ya que era un<br />
fenómeno irreversible.<br />
Lo único que exigía era que el cajón que ocupase, llevara la tapa suelta.<br />
No debían enterrarme. Mi ataúd debía ser colocado en una bóveda y previendo<br />
esa situación tan temida, era indispensable, detrás del crucifi jo, colocar una<br />
lata con frutas secas, chocolate y galletas marineras.<br />
Había conseguido a regañadientes el sí de mis hijos, mi esposa no abría<br />
la boca; era un asunto que prefería ignorar. Sólo me preguntó el origen de esa<br />
obsesión. No sé si llegué a convencerla, pero le advertí que dentro del grupo de<br />
amigos que frecuentaba varios habían sufrido muerte súbita y que si ello aconteciera<br />
quería estar preparado por si la misma era más aparente que real.
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
La experiencia adquirida con los perros fue de gran utilidad. Insistí con<br />
las drogas psicoactivas, cuyos nombres prefi ero no mencionar para evitar<br />
imitadores. Un contacto en el gabinete de toxicología de la policía me suministraba<br />
el producto, que yo generosamente retribuía.<br />
Decidí entonces encarar un procedimiento empírico que trataré de explicar:<br />
Estos principios son sumamente activos. La dosis letal es inferior al miligramo<br />
y distinta en cada especie animal. Mi primera tarea era conocer las<br />
dosis subletales que condujeran a la catalepsia. Esto que resulta muy sencillo<br />
de escribir era muy complejo en su desarrollo, pero valía la pena el desafío.<br />
La primera vez que me contacté literalmente con la droga, disponía de<br />
un miligramo de la misma. La disolví en un litro de alcohol y sabía con certeza<br />
que cada mililitro llevaba consigo un microgramo del tóxico. La primera<br />
ingesta fue de un mililitro, con resultados inciertos. Al segundo día doblé la<br />
apuesta y observé un ligero mareo. Los ensayos se prolongaron varios meses,<br />
acompañarlos con whisky o cognac los hacía más llevaderos; incluso observé<br />
sinergismo entre ambos ingredientes.<br />
Aproveché para el ensayo fi nal una semana que mi familia había viajado<br />
al sur. El sábado cuando partieron los despedí en la puerta y corrí presuroso a<br />
la cama, tomé la dosis prevista y me acosté. Una semana después regresaron<br />
los viajeros y se sorprendieron al encontrarme en cama, afortunadamente<br />
despierto. Mi aspecto era deprimente, pero el ensayo había sido un éxito.<br />
Al preguntar por la falta de noticias durante la semana, argumenté que<br />
estaba muy preocupado por mi trabajo al punto de quedarme días y noches en<br />
la ofi cina sin comer ni dormir.<br />
Solamente faltaba un detalle. ¿Cómo iba a hacer para salir de la tumba<br />
una vez enterrado?<br />
Insisto que mi idea era morirme dos veces, una programada, voluntaria y<br />
fi cticia y otra real y defi nitiva; la que más ocupaba mi tiempo era la primera<br />
y perdón la analogía, a los siete días debía resucitar entre los muertos. Finalmente,<br />
mi esposa juró que no sería enterrado, por el contrario mi cuerpo iba a<br />
ser depositado en una bóveda y el cajón se abriría a la menor presión ejercida<br />
desde el interior. Acordó dejarme las provisiones solicitadas y aún más, dejaría<br />
un manojo de llaves en el cual estarían las de contacto y las de casa. Juró<br />
además que no difundiría mi temor y que si regresaba del más allá me estaría<br />
esperando con todo cariño. El tema no se tocó más y me repuse físicamente,<br />
todavía faltaban arreglar algunos detalles menores.<br />
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18<br />
HORACIO ARANDA<br />
Quedó todo acordado como si ello fuera a suceder dentro de quince o<br />
veinte años. No les di el gusto, cuatro meses después de la muerte de mi amigo<br />
Ricardo, recibía la visita de esa lúgubre señora: paro cardio respiratorio<br />
no traumático. El velorio no tuvo nada de original, mis cuñados llamaron por<br />
teléfono justifi cando su ausencia; mi jefe y mi ayudante ni siquiera eso. En<br />
ese momento tomé la determinación, mi venganza se iba a cristalizar en esos<br />
dos sujetos que ya no quiero mencionar. Debo reconocer la presencia de personas<br />
que no esperaba y de algunas lágrimas que me sorprendieron. Suponía<br />
que mi viuda iba a demostrar mayor tristeza, no fue así; resultó una excelente<br />
anfi triona convidando café y mate a los presentes. Recuerdo haber oído las<br />
palabras del sacerdote, que despedía mis restos como si me hubiera conocido<br />
de toda la vida. No tengo presente la existencia del túnel, ni la intensa luz del<br />
fondo, detalles que me trajeron una cierta tranquilidad confi rmándome lo temporal<br />
de mi muerte. Lo que siguió es imaginable, una semana cataléptico, un<br />
cajón que se abre y un muerto de frío abrigado con la mortaja. Me levanté del<br />
ocasional lecho, comí la vianda depositada tras el crucifi jo y en medio de la<br />
oscuridad gané la calle, la gente me miraba como a un estudiante blanqueado<br />
por la harina de los festejos.<br />
Encontré mi vehículo, abrí la puerta y di vuelta la llave, un ruido familiar<br />
me invadió; prendí la calefacción. Esperé sentado que concluyera el horario<br />
de ofi cina y lentamente me acerqué a mi último empleo. En ese momento<br />
caminando como una feliz pareja, salían del edifi cio mi ayudante y el jefe;<br />
ni imaginaron que ese era el fi n de una promisoria carrera. Todavía escucho<br />
algunos gritos:<br />
–Se escapa, se escapa… y la gente corriendo hacia ese amasijo desparramado<br />
en la avenida… Dejé el auto en el mismo lugar. Sé que los ocasionales<br />
espectadores iban a describir con lujo de detalles al auto y su conductor. Sé<br />
también que las huellas encontradas en el volante eran de un difunto, que regresó<br />
a su féretro y que volvió a ingerir una dosis mayor del tóxico y que esta<br />
vez, si vio el largo túnel y la viva luz del fondo, mientras una suave música de<br />
cuerdas lo acompañaba en el trayecto.<br />
Me sentí como un dios.<br />
HORACIO ARANDA
SE PUEDE<br />
JUAN ARRATE<br />
PRÓLOGO<br />
Muy contento de participar en este proyecto cultural, feliz por el aguante<br />
de Diana y los chicos que son pilares fundamentales en este vuelo de papel.<br />
“Ser artista signifi ca no cerrar jamás los ojos”, dijo, Akira Kurosawa, y<br />
este libro tiene que ver para mí un poco con eso, con ver que se puede, que se<br />
puede soñar, se puede decir lo que se piensa y lo que se siente, y empezar a<br />
sentir como los artistas que somos.<br />
Agradezco a todos por la buena onda, y principalmente a Marta Mutti,<br />
mi maestra, por su compromiso en mejorar el mundo en que vivimos todos, y<br />
por luchar para que nunca muera el amor por los libros.
20<br />
JUAN ARRATE<br />
EL DILUVIO<br />
Era tarde para manejar, especialmente en una ruta destruida y a oscuras.<br />
Se muere más gente al volante que en una guerra mundial. Afuera, en la playa,<br />
el mar rugía de sueño, y él se preguntó cómo sería el fi n del mundo.<br />
Estaba cansado, tenía pantalones largos de jeans y un pullóver livianito.<br />
Las únicas luces prendidas eran las de su auto, pero la sensación de manejar<br />
de noche no conseguía matar del todo la angustia de estar solo.<br />
Porque, en realidad, no estaba ahí descansando sino defi niendo. Aunque<br />
ya no tenía la presión del trabajo, ni de su ex suegra.<br />
Para calmarse, para traer el sueño, estacionó el auto en la playa, puso la<br />
radio en bajo volumen, e hizo una fogata. Viviría sus últimas horas frente al<br />
mar.<br />
Mientras tanto, a lo mejor su ex mujer lo llamaría por teléfono y le pediría<br />
perdón por haber tirado un cuarto de siglo a la basura. Una noche podía ser<br />
mucho tiempo en algún lugar, un día casi toda una vida.<br />
Entonces oyó algo en el bosque, en esa inmensidad de árboles negros,<br />
tuvo miedo, pero decidió ir a ver qué estaba pasando. Entonces la vio; joven,<br />
desnuda, hablaba con los árboles, de mediana estatura, cabellos claros, la cara<br />
como lavada por la sal del mar, la boca espesa.<br />
Él no se sorprendió, ni pensó que todo era imaginación suya, simplemente<br />
la levantó, sin decir nada y la llevó cerca del fuego.<br />
Sólo tenía una hoja que le cubría su parte y un medallón con inscripciones<br />
ilegibles que colgaba sobre sus pechos albinos.<br />
Juan Cruz preguntó sonriendo:<br />
–¿Quién eres?<br />
–Soy yo.<br />
La joven tomó sus rodillas y suspirando miró el cielo que para ese entonces<br />
explotaba de estrellas, mientras la luna se refl ejaba en el mar como Narciso<br />
en la fuente.<br />
–¿Te traigo algo para tomar o comer? ¿Un abrigo? Ella negó con la cabeza<br />
ambas ofertas.
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
–Va a llover en cualquier momento –dijo.<br />
Y habló sin que los labios parecieran moverse:<br />
Vengo de una isla que no está en el mapa, un temporal destrozó la barca<br />
en que escapábamos, somos hijas del rey de Atenas.<br />
Juan Cruz pensó en salir corriendo pero su cuerpo no hizo caso a ningún<br />
estímulo, estaba como atornillado al tronco. Para relajarse, pensó que no iba<br />
a pisar nunca más la playa, y mucho menos de noche.<br />
La joven continúo su relato:<br />
Tereo, hijo de Ares evitó que Atenas caiga a manos de los bárbaros, mi<br />
padre en agradecimiento ofreció a mi hermana para que sea su esposa, él<br />
aceptó con gusto.<br />
Era un hombre fuerte, de cabellos largos y oscuros, cara ancha y maciza.<br />
Esa misma noche, luego del banquete la desfl oró. No pude evitar verlos<br />
sin sentir la necesidad de tocarme una y otra vez, hasta que sus ojos se posaron<br />
en mí, no me detuve, mientras tocaba mis pechos, Tereo la penetraba a Moira,<br />
y me desfl oraba, y juntas entrábamos en él.<br />
Esto no puede ser pensó Juan Cruz, estoy frente a una ninfómana, promiscua,<br />
que quiere divertirse a costa mía, lo que me falta, una cámara oculta,<br />
y gente riéndose de mi erección.<br />
A partir de allí comenzamos una vida de a tres, fuimos felices hasta que<br />
Tereo enloqueció, mató a nuestro padre y eso lo convirtió en el rey del mundo.<br />
Nos hizo sus esclavas y cada tanto se servía de nosotras.<br />
Como fruto de los abusos y de la violencia nació mi sobrino, tenía la cabeza<br />
gigante y el cuerpo pequeño. Moira no pudo soportar tanta oscuridad.<br />
–Si supieras la cantidad de cosas que hice para volver a vos.<br />
La joven sintió en su cara el calor de una lágrima. Juan Cruz se inclinó<br />
hacia adelante y la miró fi jo como queriendo reconocerla.<br />
El mar también lloraba sus desperdicios.<br />
–Con vos hubiera sido todo más fácil.<br />
Una noche preparamos un banquete para Tereo, Moira le acercó el manjar<br />
principal en una gran fuente de plata, el comió, y comió, hasta quedarse<br />
dormido para siempre.<br />
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JUAN ARRATE<br />
Se cumplió la venganza, Tereo se había comido al hijo, ahogándose con<br />
su sangre intoxicada. Fuimos perseguidas, los días y la tormenta hicieron el<br />
resto. Juan Cruz desvió los ojos y miró el medallón. Se quedaron callados un<br />
rato, hasta que ella dijo:<br />
Observa. Una luz se posó sobre sus cabezas, como si el sol hubiera salido<br />
de golpe, venía del medallón, era una proyección. La joven siguió contando<br />
su historia.<br />
De mi hermana no se supo nada, en el mar aprendí a sobrevivir. Los piratas<br />
me encontraron y me llevaron con ellos, pude apreciar la relación entre<br />
el agua y la noche, durante el viaje me expusieron a injurias y vejaciones. Era<br />
gente bruta, ladrones de poca monta, sus mayores placeres pasaban por emborracharse,<br />
pelear y dormir.<br />
El tiempo se deslizaba, los siglos transcurrían en segundos, entendía todas<br />
las voces que escuchaba y me adaptaba a las civilizaciones y sus costumbres. Juan<br />
Cruz estaba en blanco, la proyección era nítida, la historia del mundo pasaba frente<br />
a sus ojos en alta defi nición y encima la joven estaba en todas las fotos.<br />
Ahí estoy con los cruzados, quienes no me prestaron mucha atención, y<br />
ahí con los musulmanes, que no se podían ni ver con los cruzados, gente ruda<br />
y bárbara. Ese es un convento en el que tomé los hábitos, allí nadie me tocó<br />
un pelo, los sacerdotes pasaban el tiempo entre niños y rezos.<br />
Allí estoy posando para un pintor muy famoso que fue perseguido y<br />
ejecutado por amar a otro hombre. Ese es el día que nació Napoleón, asistí al<br />
parto y viví un tiempo con ellos hasta que comenzaron las guerras y la ambición<br />
de poder.<br />
Ahí pesaba 30 kilos, cada tanto venían ofi ciales alemanes y me daban<br />
de comer carne podrida y palazos en el lomo, a los que ya no se movían los<br />
tiraban en una fosa.<br />
Después de tantos siglos, entendí que la lucha siempre es por sobrevivir<br />
y que tarde o temprano la vida es un volver a empezar.<br />
–Ahora quiero pedirte algo –dijo la joven.<br />
Juan Cruz a esa altura estaba de espaldas a ella, mirando el mar, el cielo<br />
se había puesto de un negro carbón.<br />
Se viene el fi n del mundo, pensó él.<br />
Las olas comenzaron a crecer, parecía que tocaban el cielo. Las primeras<br />
gotas se incrustaron en la arena, las últimas gotas, en las primeras piedras.
–Dame la mano.<br />
Él lo dudó un instante.<br />
–¿No me has dicho tu nombre?<br />
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
–Dame la mano y lo sabrás.<br />
Juan Cruz tomó su mano, una sensación de paz y seguridad le inundó el<br />
pecho, como un bálsamo para el alma. Miró el medallón, que para ese entonces<br />
quemaba la piel de la joven y pudo leer la inscripción en arameo que decía:<br />
“Adán y Eva, el fi nal es un puente hacia el comienzo”.<br />
Ambos respiraron hondo, tomados de la mano y caminaron, las olas tocaban<br />
el cielo que se derrumbaba, el mar se partió al medio formando un puente,<br />
un puente hacia el comienzo.<br />
OLAG, EL ENANO<br />
Encontré al enano en el bosque, malherido.<br />
El sol se incrustaba en la tierra como una gran bola de fuego. El cielo<br />
acartonado mostraba sus primeros pliegues oscuros.<br />
Le costaba respirar, como pez fuera del agua. Entre suspiros de dolor<br />
me dijo que lo había mordido la víbora del árbol, cuando intentó robarle la<br />
manzana prohibida.<br />
Tenía la risa como gastada, le pregunté si había visto mi medalla de plata,<br />
respondió que no con la cabeza y el mentón hundido.<br />
Lo levanté del suelo y lo llevé a la cabaña, donde pude quitarle el líquido<br />
que lo estaba matando. Le hice una camita con almohadones y le ofrecí una<br />
gaseosa, terminó sentado en mi sillón tomándose un vodka con hielo.<br />
Las primeras estrellas se colgaban del cielo, el crujir de la leña y el silbido<br />
del viento festoneaban la noche.<br />
Puse un tema de Rata Blanca (el hada y el mago, creo) y él me habló de<br />
triunfos y derrotas. Me dijo que hacía unos años participó en un casting para<br />
ser enano de Blancanieves, y que luego de llenar mil solicitudes, todavía estaba<br />
esperando que lo llamen.<br />
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JUAN ARRATE<br />
Me confesó que fue él (no sé si por diversión o por maldad) quien le robó<br />
el corazón, al hombrecito de madera que le crecía la nariz cada vez que mentía.<br />
Tenía un parecido a Santa Claus, pero en miniatura, sin renos ni trineo. Pude<br />
notar un acento raro entre castellano y ruso (lo deduje, porque tomaba el vodka<br />
como si fuera agua).<br />
También me dijo que años atrás tuvo problemas con la justicia del bosque,<br />
que luego de allanarle la cueva, lo acusaron de cleptómano, pero que se<br />
defendió diciendo ser coleccionista de lujos y que lo único que le faltó para<br />
completar su búsqueda fue la niñez de un hombrecito verde que volaba y reía.<br />
Clavándole la vista en sus achinados ojos celestes, le pregunté nuevamente,<br />
si había visto mi medalla de plata. Sin pestañear, como enojado, dijo que no.<br />
Me agradeció la hospitalidad y se marchó. Rata Blanca se oía cada vez más<br />
fuerte en el ambiente.<br />
Lo seguí, el aire olía a hojas quemadas. El llanto de los árboles delataba la<br />
cercanía del hombre y su hacha. Cuando llegué a la cueva del enano, bajé unas<br />
escaleras hechas con troncos, y no pude creer lo que vi: desde jarrones chinos<br />
hasta dinero de toda época, juguetes caros, vajilla de porcelana, anteojos,<br />
trofeos, medallas… Pero mi medalla de plata no estaba. Le pregunté porqué<br />
robaba, me dijo furioso que no era ningún ladrón, que lo divertía mucho cambiar<br />
las cosas de lugar, que las tenía un tiempo y luego las devolvía. Le dije<br />
entonces, qué hacía todo ese dinero en su cueva, y luego de tartamudear un<br />
rato, no supo qué contestarme y se quedó callado.<br />
Entre un ánimo de sorpresa y resignación, decidí volver a la cabaña.<br />
Entendí que en la vida a veces se encuentra y otras se pierde, que yo había<br />
perdido mi medalla de plata, y que la búsqueda me llevó a ganar un amiguito<br />
muy especial, que fui el único humano en la historia que lo vio (no todos los<br />
días se encuentra uno con el famoso enano que esconde las cosas) y al cual le<br />
contó sus secretos más profundos.<br />
Volteé para confi rmar que la cueva no había sido un sueño, y allí estaba,<br />
saludando, con su bracito levantado, de su bolsillo podía verse refl ejada la<br />
luna, en mi medalla de plata.<br />
CONTRA LA CORRIENTE<br />
Hacía demasiado calor para estar en la cama, especialmente en una casa<br />
alquilada a la que le pegaba el sol todo el día. Afuera, en los techos, las gatas<br />
excitadas, enloquecían a los perros que ladraban sin parar, y él se preguntó
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
cómo podían dormir en los cuartos de arriba, su mujer y los bebés con ese<br />
griterío ensordecedor. No tenía sueño, estaba en short, remera manga corta<br />
y ojotas, calentando la pavita para tomar unos mates, la ventana de la cocina<br />
daba al patio, donde había un cantero repleto de azaleas y jazmines. Tenía una<br />
sensación de angustia y no sabía bien porqué. Aunque era viernes por la noche<br />
y al otro día no trabajaba, aunque no tuviese que hacer nada, salvo sobrevivir,<br />
lucharla, día a día, para que no les falte nada a su mujer y sus hijos y agradecer<br />
por la salud y el amor, mientras otras personas no corren con esa suerte de<br />
sentir el calor de una familia unida. Para no hacer ruido, se sacó las ojotas,<br />
pensó que andar descalzo lo conectaría con la madre tierra y con energías que<br />
cambiarían sus malas ondas. Mañana podía lavar el auto, jugar con los bebés,<br />
hacer el amor con su mujer, y en todo ese tiempo quizá, la angustia se iría y<br />
podría volverse a sentir como cuando era un niño y despertar en la casa de sus<br />
abuelos con ese olor inigualable a tostadas y mate cocido.<br />
Mientras tanto, a lo mejor el dueño de la casa decidía bajarle el alquiler, o<br />
morirse, o desaparecer. Tenía que conseguir un techo seguro para su familia,<br />
sabía lo que era mudarse, y quería que sus hijos se criaran en un sólo lugar,<br />
que fueran al mismo colegio.<br />
Entonces escuchó un ruido en el patio, los gatos se dijo, pasó el agua de la<br />
pavita al termo, apagó la hornalla, abrió despacio la puerta y miró para ambos<br />
lados sin notar nada extraño. Fijó la vista en el reloj: las 2am, se sorprendió<br />
estar tan despierto a esa hora, se sentó en la reposera, cerró los ojos para sentir<br />
la noche, y así poder escuchar el sonido del viento mezclado con el olor de las<br />
plantas. Cuando los abrió se encontró con su madre parada delante. La conocía<br />
por fotos y por lo que le contaban su padre y sus abuelos, ya que había muerto<br />
cuando él tenía dos años. Y en ese momento, supo que era la noche que esperó<br />
toda su vida. Su madre llevaba puesto un vestido, el pelo rubio y bien peinado,<br />
como siempre había visto en fotos, la cara iluminada por una sonrisa. Él dijo:<br />
“Mami, qué hacés acá” no podía moverse, las manos le sudaban, las piernas<br />
le pesaban una tonelada.<br />
Ella le preguntó:<br />
–¿Me puedo sentar?<br />
Sí, sí, claro, por supuesto. –Se acercó, fue a sentarse en la otra reposera y<br />
observó las plantas sonriendo.<br />
–¿Viste?, planté jazmines. La madre asintió con la cabeza.<br />
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JUAN ARRATE<br />
–Papá me contó que adorabas el jazmín.<br />
–Dame la cartera, si querés –la madre negó con la cabeza. Después se<br />
estiró lo que pudo y respiró hondo sin perder la sonrisa.<br />
¡Qué hermosa noche! –dijo.<br />
Sí, lástima que Mara y los nenes duermen.<br />
–Mara y los nenes. Debés tener un montón de cosas para contarme ¿no?<br />
Él sintió que le temblaban las rodillas, nunca la había podido soñar. Muchas<br />
veces con gran esfuerzo intentó conectarse sin éxito, la angustia de no tener<br />
recuerdos, ni vivencias, lo quemaba por dentro.<br />
–Sí claro –dijo–, tengo tanto qué decir.<br />
–Por supuesto no pretendo que me digas cómo está el dólar, ni si subieron<br />
los impuestos. Los chicos me interesan, tu padre, vos, Mara. Quiero que me<br />
hables de ellos, cómo son, qué hacen.<br />
El creía que en el más allá se sabía todo, por ejemplo qué número saldrá<br />
en la quiniela de mañana.<br />
–¿Querés un mate?<br />
–No, gracias. Qué linda casa tenés.<br />
–No es mía, alquilo, igual, en cuanto pueda la compro. –Se cebó otro<br />
matecito, la miró con ternura y sintió unas ganas tremendas de abrazarla y<br />
llorar.<br />
–Yo creí –dijo–, que vos nos veías a todos. La cabeza de su madre se<br />
balanceó hacia ambos lados.<br />
–Yo también pensaba lo mismo, pero es muy distinto a lo que nos imaginamos.<br />
Él miro la planta de jazmín y habló sin frenos, sin pensar lo que decía.
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
–Si supieras, lo orgullosa que te sentirías de mí. Las cosas que hice todos<br />
estos años para ser una persona de bien, lo que te extrañé, y lo que sufrí tu<br />
ausencia. Cuando la conocí a Mara, cuando nacieron los chicos, cuando nos<br />
casamos.<br />
–Nunca supe cómo comunicarme con vos…<br />
La madre se reacomodó en la reposera, y lo miró con cariño.<br />
–Puedo ver que eres un hombrecito hecho y derecho. Vine a despedirme.<br />
¿Adónde te vas?<br />
Para calmarse, se levantó de la reposera y amagó en ir a buscar a Mara y<br />
a los chicos, cuando la madre le dijo:<br />
–No es necesario, no los despiertes, ellos no pueden verme.<br />
–¿Y yo sí? –La madre miró un rato el jazmín. Su cara cambió muy levemente,<br />
hubo una mueca de tristeza.<br />
–Hay ciertas cosas que no tienen explicación.<br />
–¿Por qué no viniste antes?<br />
–Para todo hay un tiempo, ¿o acaso creés que no me hubiese gustado verte<br />
crecer, o conocer a mis nietos? Hizo una pausa y continúo:<br />
–También pensé que podrías contarte que la vida es como nadar contra la<br />
corriente, pero vale la pena el esfuerzo<br />
–¿Nos volveremos a ver?… Se quedaron callados un rato, hasta que ella<br />
dijo:<br />
–Estoy orgullosa de vos.<br />
El sintió como la angustia en su pecho fue desapareciendo. Pasó una<br />
noche con su madre. Tomando mate. Hablando de la vida. Sintiendo su olor.<br />
Su olor a jazmín.<br />
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JUAN ARRATE<br />
POESÍA<br />
DISTANCIA<br />
Hoy hace un mes, que no la veo<br />
Y la tormenta es sumamente gris.<br />
Y es un gris oscuro, tan oscuro y feo,<br />
porque no es blanco ni negro su matiz.<br />
Mi dolor es un dolor sin juez<br />
en el cuerpo lejano de mujer,<br />
aunque las voces pasan sin saber<br />
que hace un mes,<br />
y aunque la tormenta ignora su gris del ayer.<br />
ESTOY EN EL BAR<br />
Estoy en el bar de tus cartas de novia,<br />
tu viejo lugar tristemente igual,<br />
aunque yo ya no estoy,<br />
y aunque tú ya no estás…<br />
CÁLLATE<br />
Yo te amo, tú mientes<br />
tú hablas conmigo, yo con nadie<br />
tú tienes mi respeto, yo tu lástima<br />
yo te creo, tú me engañas.<br />
El tiempo arrasa irremediable con todo.<br />
Cállate, cierra tu boca con la mía.<br />
JUAN ARRATE
TERESA DEL VALLE BARUZZI<br />
PRÓLOGO<br />
…SENCILLOS COMO EL PAN ELABORADO EN CASA<br />
De mis padres aprendí los primeros pasos. Mi madre maestra, me enseñó<br />
las primeras letras y los primeros palotes y juntas caminamos de la mano y en<br />
mi corta edad, aprendí a saber lo que es el trabajo diario.<br />
Fui su más leal y noble CAMPANERA de la mañana. Mi misión era<br />
hacer sonar la campana, colgándome de la soga, con piruetas en el aire, me<br />
balanceaba, haciéndola sonar, con lluvia o con sol, siempre tenía que hacerlo,<br />
llamando a los niños a la Escuela.<br />
Ella me enseñó a ver cada detalle, a jugar con los árboles, disfrazados de<br />
hadas y hasta las pequeñas gotas de rocío que formaban collares de diamantes,<br />
eran mi tesoro que me regalaba en cada fría mañana, cuando cruzábamos el<br />
alambrado hasta llegar a la Escuela.<br />
En el camino, nos encontrábamos con los niños y la fantasía nuevamente<br />
comenzaba a dibujarse. Todo era hermoso, lo básico, la enseñanza de ella, que<br />
luego transformó mi vida.<br />
Mi padre me enseñó el amor a las letras, la bohemia, el deslizar de horas<br />
en agradable ocio, pero era la entrada al mundo mágico de la fantasía, que me<br />
hacía ser una niña…<br />
Ha pasado mucho tiempo…<br />
Transito esta maravillosa vida, junto a mi esposo David, que es el encargado<br />
de manejar los hilos mágicos, aún de esa fantasía inagotable que baila<br />
en mi cabeza, me enseña siempre que EL AMOR, transportado a las letras,<br />
nace y muere como una fl or, dejando a su paso la fragancia puesta en ellas, lo<br />
transforma y es allí donde nace, la escritura, de mis cuentos, mis poemas.<br />
Mis hijos son mis maestros, ellos me dicen que los poemas, son un canto a<br />
la vida… sencillos como el pan elaborado en casa. Todos me hacen sentir bien,<br />
más aún, cuando tomo la pluma, comienzo a garabatear y paso a ser parte de<br />
ésta Creación Maravillosa, que me toca vivir.
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TERESA DEL VALLE BARUZZI<br />
Con humildad, agradezco a DIOS, mi LUZ, por permitirme día a día<br />
aprender, ¿Por qué no?, esta profesión de “trapecista de letras”, ejecutada con<br />
hilos mágicos, viajera sin edades a cielos no explorados.<br />
Gracias a mis padres LUISA y AURELIO en el Cielo, ausentes temporariamente.<br />
A mi fi el esposo DAVID.<br />
A mis amados hijos AURELIO DAVID, DARÍO EXEQUIEL y SANDRA<br />
CECILIA DEL VALLE.<br />
Mis ángeles: AYE, LI y ESTEBAN.<br />
A MARTA ROSA MUTTI, por permitirme creer que la realidad puede<br />
transformarse en una bella fantasía o viceversa, Gracias Marta.<br />
GRACIAS a los muchos amigos que tengo, me alientan y sostienen en<br />
el cariño y a mis colegas, por siempre confi ar en mí. Mil Gracias.<br />
EL AMOR SIN DESTINO<br />
La tarde era fría, ventosa, cuando bajé del ómnibus que me traía desde la<br />
capital federal. Violentos remolinos de polvo se alzaban en la calle principal<br />
del pueblo: Santo Pipó. ¡Santo cielo! ¡Qué frío! ¿Y esto es el ardiente trópico?<br />
Lo mejor que puedo hacer es buscar un lugar limpio y comer algo caliente. Reconozco<br />
que no me sentía feliz al llamado de mi padre para controlar el envío<br />
de rollizos con destino a los grandes aserraderos que tenía. Entré a la fonda a<br />
comer algo, no había mucha gente, sólo un grupo de jóvenes que no dejaban<br />
de mirarme, con asombro e insolente curiosidad. De pronto como elevada en<br />
una nube hizo su aparición… ella. De mirada inexpresiva, ojos celestes, fríos,<br />
indiferentes, pensé que esta hermosa mujer de la que ignoraba su nombre<br />
hasta el momento debía de tener sentimientos frisados. Detiene mi asombro<br />
la llegada oportuna del capataz de mi padre don Nelson Maidana.<br />
Mi padre Juan Suart, era propietario de las madereras más importantes<br />
de Santo Pipó y pueblos aledaños, además era amigo de larga data de Nelson<br />
Maidana hombre fuerte y de palabra, oriundo de Corrientes. El recibimiento<br />
de mi padre, fue para ponerme en alerta sobre el retiro del negocio, e ir aprendiendo<br />
el manejo del mismo, por ello de inmediato me conecta con su socio de<br />
nombre Pedro Salinas, hombre de cincuenta y pico de años, modales teatrales,
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
estudiados, un poco amanerado para ser hombre de campo. Era culto podía ser<br />
agradable, pero casi nunca lo era. Comencé a frecuentarlo e interiorizarme de<br />
las cosas, lo primero que hice fue trasladarme al lugar para ver una “jangada”<br />
maravillosa, espléndido espectáculo. Mis ojos veían cientos de troncos fl otando<br />
en las aguas amarillentas de color oro con el resplandor del sol. El griterío<br />
de la peonada, los motores rugiendo y levantando polvo rojizo del suelo y ese<br />
cielo… dolorosamente azul era mudo espectador de este jubileo único. Trabajamos<br />
todo el día bajo el ardiente sol del trópico, cincuenta troncos de lapachos<br />
viajaban en geográfi cas rutas delimitadas. El calor, los mosquitos, el excesivo<br />
trabajo, nos dejó extenuados y el hambre nos mataba. Acudimos a la misma<br />
fonda que me recibió cuando llegué. Nos atendió una señora, de edad, muy<br />
amable, atenta, con acento europeo al hablar. Comimos opíparamente, una<br />
comida deliciosa, condimentada en su justa medida, al igual que su cocción,<br />
estaba todo tan rico. En ese intervalo de ensoñación que merece uno después<br />
de tan delicioso almuerzo, apareció ella, (aún no sabía su nombre) le pregunté a<br />
Pedro Salinas… ambos se conocían, ella abre la puerta lo recibe con un saludo<br />
poco habitual “qué hace el rey del cinismo en éste lugar”, Elena nunca tomó<br />
en serio los galanteos que desde siempre decía Salinas. Entre los dos existía<br />
una dualidad muy secreta, allí se hace la presentación: Él, Mauricio Suart,<br />
ella Elena Bergman. Ella me manifi esta que conoce a Salinas hace mucho<br />
tiempo, que es una persona muy solidaria, pero era para mantenerlo alejado.<br />
Yo no entendía nada, me sentía turbado ante tamaña confesión. Salinas saluda<br />
amablemente, se retira a su ofi cina y quedan fl otando en el aire las palabras de<br />
Elena. A solas con ella, me cuenta que llegó de Suecia a los tres años, estaba<br />
con sus padres y una tía a la cual quiere entrañablemente, (es la señora que<br />
atiende la fonda), me cuenta que el papá era artesano relojero, muy querido<br />
en el lugar y falleció hace algún tiempo, al recordarlo sus ojos se nublan con<br />
dolor, la mamá está postrada en la cama presa de una enfermedad que trajo de<br />
su lejano país. Atiende la fonda la tía Ruth, me dice que ella trabaja de maestra<br />
en un lugar llamado Las 500, es un sitio de una belleza agreste, rodeado de<br />
animales salvajes, habituados a la presencia de sus habitantes. Allí mismo vive<br />
una reducción de indígenas que son alfareros y elaboran cosas lindísimas que<br />
luego viajan hasta Posadas y las venden. Ella se siente a gusto con los niños,<br />
con sus compañeros y con la Portera una señora de edad, polaca, que hacía<br />
una rica feyoada y alegraba con sus cuentos, sus anécdotas teñidas de historia<br />
con hilachas de un pasado no mejor al actual. Por la noche estudiaba en la Universidad<br />
en la Capital y viajaba tres veces por semana. Nos despedimos y me<br />
marché a mi pensión. Esa noche tenía en mi cabeza miles de interrogantes. Al<br />
día siguiente se desprendió del cielo una tormenta tremenda, el alud de agua<br />
era enorme y ya el frío comenzaba a notarse. Apenas amainó el agua, me puse<br />
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TERESA DEL VALLE BARUZZI<br />
el capote y junto al perro que encontré en la calle, emprendimos camino a la<br />
fonda. Leche caliente y carne, de pronto aparece Elena se fi ja con ternura en el<br />
perro y una brillante sonrisa surge en su rostro, a las claras se nota cuánto ama<br />
a los animales. Consumimos y nos marchamos, ella se iba a la universidad. La<br />
despedí, la seguí con la mirada largamente, dibujando en mi mente miles de<br />
proyectos, mientras ella subía al ómnibus, sentía sensaciones hermosas, mariposas<br />
en la panza, por primera vez, feliz, contenido en mis propias emociones.<br />
De pronto apareció Salinas y le pregunté el horario de salida de las clases y ahí<br />
mismo decidí ir a buscarla. Era un mundo de estudiantes, era hermosa, casi<br />
infantil, con sus textos apoyados sobre su pecho, al distinguirla entre todos<br />
la llamé por su nombre y caminamos por la rambla juntos, ella sorprendida,<br />
intuía yo que estaba enamorándome. Elena estaba radiante de felicidad, me<br />
contaba todo lo acontecido, se mostraba muy locuaz, nada que ver con la otra<br />
Elena hosca y extraña. Volví a sentirme confundido, pero a esta altura su nombre<br />
estaba incorporado en todo mi ser, hasta el viento frío que araba el suelo<br />
y mordía la tierra roja acompañaba en melodías su nombre. Salinas, me alertó<br />
sobre ella diciéndome que era una mujer muy extraña, diferente a todas las<br />
mujeres del pueblo. Que reconocía que era culta, muy inteligente sumamente<br />
sensible (lo comprobé con el perro), que jamás se le conoció novio o festejante<br />
alguno, debido a su carácter muy cambiante. Que Elena le había manifestado<br />
que por sobre todas las cosas amaba su libertad, le escapaba al amor y para<br />
escapar del amor hay que hacer daño. Sin hacer caso de ello, la invité al cine,<br />
luego fuimos a caminar a orillas del río, la noche estaba plácida, la luna nos<br />
invitaba al diálogo, pronuncié su nombre y ya no tuve dudas de que la amaba,<br />
ella me confesó, que está perdidamente enamorada que es muy grande el dolor<br />
que siente en el alma, piensa que la van a seducir, para luego abandonarla. Me<br />
invita esa misma noche a su casa. El viento soplaba tan fuerte, trayendo aromas<br />
de agua y maderos, nos castigaba la cara, nos lastimaban los silencios del<br />
alma. Al llegar a la casa nos sentíamos más seguros físicamente, nos sentamos<br />
cómodamente en mullidos sillones, nos miramos intensamente, aliviamos<br />
nuestra sed bebiendo un exquisito licor casero, lo saboreamos despaciosamente,<br />
era un noble elixir que nos desataba la lengua, hablábamos de nuestras<br />
cosas cotidianas, nos sorprendimos de tanta confesionalidad. Reímos tanto,<br />
tanto, que de pronto, nos invadió un silencio, una furia incontrolable, deseos<br />
muy grandes de pertenencias físicas, comenzamos a cubrirnos de besos, casi<br />
con desesperación, con deseos acumulados, respondimos al unísono, complacidos,<br />
felices, ambos nos entregábamos a las caricias, a un punto tal de sentirnos<br />
transportados, cuando de pronto sus manos con un violento empujón, me<br />
rechazan, Elena se incorpora, adquiere nuevamente la compostura, comienza<br />
a hablar, aún casi jadeante, me pide que no le haga preguntas de nada y cuando
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
emite el juicio, más sangrante de imaginar: “no vernos más”, “separarnos”,<br />
no entendía nada. Con hondo dolor me asomé a la ventana, el viento afuera<br />
golpeaba con más furia y arrancaba las hojas de los árboles, que revoloteaban<br />
como pájaros espantados, en mi silencio me preguntaba ¿por qué?, ¿por qué?,<br />
ella me respondía, no deseo hablar más, “me prometiste no preguntar nada”, no<br />
entendía nada, ¿qué es lo que estaba pasando con esta mujer, en su mente y en<br />
su corazón?, salí desolado de esa casa. Me preguntaba ¿Por qué?… ¿por qué?…<br />
¿por qué? Me susurraban sus palabras al oído “Me prometiste no preguntar<br />
nada”. Caminé más solo que nunca, junto al helado y solitario río. Mis pies<br />
no soportaban más el peso de mi cuerpo dolorido. Pasaron muchos días de mi<br />
encierro, hasta que un día decidí mirar el sol, saludar a la vida y continuarla.<br />
Me encontré con Salinas y por primera vez hablé del tema, vi su rostro<br />
llenarse de tristeza. Me contaba que Elena tenía miedo de amarme de que yo<br />
la sedujera y me marchara. A partir de ese momento viré el timón de mi actos,<br />
comencé a salir con otras mujeres, a mirar otros ojos, a oler otras pieles,<br />
a aturdirme de pasiones ingobernables que calmaban mi cuerpo no así mi<br />
alma, estos viejos remedios no curaban mi herida era en vano todo intento,<br />
estaba Elena presente en todos los ardores míos, en toda la ensoñación que<br />
me provocaba. El sufrimiento era atroz, comparable a latigazos de silicios,<br />
castigando mi atormentado cuerpo. ¿Por qué mi Dios?, ¿Por qué?, si el amor<br />
es el primer mandamiento que honra tu nombre ¿Cuál fue o ha sido el acto<br />
que lo modifi có?<br />
Salinas una noche me invita a una cena de gala en el Club Regatas, no<br />
quería ir, pero los ruegos terminan por convencerme, en el baile volví a verla,<br />
radiante, bella, admirada por todos, nuestros saludos fueron de una frialdad<br />
de porcelana que se hace añicos en mil pedazos, en esa noche tan feliz para<br />
otros. Sin medir más palabras que silencios nos despedimos. A partir de ese<br />
día me dediqué a tapar uno a uno los miles de agujeros de dolor, me volqué<br />
al trabajo, me aturdía junto a los obreros, con el ruido estridente de las motosierras<br />
con el grito de las “jangadas”, pero la muchacha me perseguía a<br />
cada instante, siempre lo mismo sus respuestas inconclusas, me martillaban<br />
el cerebro. Absorto estaba en ella, que no alcancé a divisar el guinche que<br />
levantaba un tronco, corrí al lugar equivocado. No vi nada. Sentí en todo mi<br />
cuerpo una explosión y el cerebro se rompía. Me encontré mirando en un<br />
cielo azul que se iba borrando y el calor de la sangre me bañaba el cuerpo.<br />
Desperté después de muchos días en el Hospital de Oberá, piernas, brazos,<br />
todo roto, conmoción cerebral, según los médicos tenía para mucho allí. Una<br />
tarde aparece Salinas a visitarme, ahora sí curiosamente avejentado. A duras<br />
penas, mantenía conversación alguna, hablábamos de cosas triviales, pero lo<br />
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34<br />
TERESA DEL VALLE BARUZZI<br />
notaba intranquilo, desasosegado. Me inquieté tanto y le pregunté por Elena,<br />
¿por qué razón no vino a visitarme? Abrió desmesuradamente sus ojos, contestándome<br />
atropelladamente que apenas le entendía. “Cuando Elena supo de<br />
tu accidente salió corriendo a la calle. El hospital, está a la vuelta de su casa,<br />
de allí salió la ambulancia para buscarte, ella no miró al cruzar la calle y la<br />
ambulancia, ella… ella…<br />
Sentí, que el corazón se me paralizaba y un temblor convulsivo se apoderó<br />
de mí, le grité a Salinas que se fuera de allí, mientras exteriorizaba mi dolor,<br />
con gritos hasta romper la garganta, ¿Por qué? ¿Por qué?<br />
Seguí en el hospital por muchos meses, las ramas de un roble que me<br />
acompañaban en la ventana, estaban peladas en el invierno, húmedas y erizadas<br />
de púas de hielo. Ahora, llenas de brotes pequeños, me cuesta mucho<br />
llegar a ellas, aún mis piernas no están curadas. Pero siento un tonto consuelo<br />
de apoyar las yemas de los dedos en su corteza, y sentir la vida que corre a<br />
través de la savia. Atrás queda el viento frío, el obraje, Atrás está el río amarillo,<br />
color oro con las “jangadas” nuevamente. Llega el viento susurrante y ella,<br />
ella, con su voz… me habla, me dice de su amor ¿o a mí me parece?<br />
EL NIÑO Y LA ESCOBA<br />
La bondad es una prenda preciosa, sólo concedida como privilegio a las<br />
personas educadas espiritualmente.<br />
Casi todos los días llueva, truene, corra viento o haya sol, VISERA,<br />
sale a recorrer junto a las vías del tren, en la Estación de San Andrés y busca<br />
cosas que pudiera él y su abuela Dodó, sacarle provecho para pasar el día,<br />
son pobres, de una pobreza limpia, sin manchas. Todo el barrio los conocía,<br />
los obreros que trabajan en las vías, siempre le convidan trozos de asado, el<br />
verdulero de la esquina empaqueta en un diario verduras un poco marchitas y<br />
frutas carcochadas, salvables por cierto, para llevarle a la abuela Dodó. VISE-<br />
RA, siempre le sonríe a la vida, le guapea a los momentos amargos y siendo<br />
niño despierta la admiración de todos, por su gran inteligencia, dueño de una<br />
fantasía muy grande, que desborda hasta lo ridículo.<br />
Cierta tarde de regreso a su casa encuentra en la vereda de unos departamentos,<br />
una escoba vieja, que fue descartada por sus dueños. La toma entre
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
sus manos, la mira con infi nita dulzura, le dibuja en el aire un par de alas, se<br />
coloca una fl or en su infaltable visera y comienza a volar.<br />
Vuela, tanto… tanto… que alcanza a ver los edifi cios más altos de Buenos<br />
Aires, la ribera del Río de la Plata, con cientos de lanchas y veleros, se convierte<br />
en un niño pájaro, feliz. Muy de noche regresa a su casita.<br />
Dodó preocupada sale a recibirlo con una gran sonrisa que le ilumina el<br />
rostro, renegaba ella misma de sus piernitas enfermas y de no poder acompañarlo.<br />
VISERA siempre le traía a su abuela lo que conseguía, esta vez, la<br />
mochilita estaba llena de caramelos, dulces, biscochos, leche, cositas para<br />
“entretener” el estómago, ya que Dodó y su nieto, se “alimentaban” siempre<br />
de fantasías, hermosos cuentos, casi siempre inventados por ella. Esta noche la<br />
abuela supo de la existencia de la escoba y los dos salieron a volar, por el cielo,<br />
escoltados por ángeles protectores, contemplaban extasiados la belleza y por<br />
otro lado la destrucción que había en el planeta, sintiéndose así muy tristes,<br />
buscando la forma a su regreso de trabajar para mejorar desde su lugar. De<br />
pronto comenzó a llover torrencialmente, tenían miedo de sucumbir, porque se<br />
encontraban a miles y miles de kilómetros de su casita. Se agarraron fuerte de<br />
la escoba, en ese preciso momento, el cielo se llena de luces de todos colores,<br />
por los relámpagos que lo iluminaban, VISERA, jadeando de emoción le pregunta<br />
a la abuela ¿por qué no ideó DIOS una manera de aprovecharlos?, con<br />
la mejor de su sonrisa y su alma de niña, le responde la abuela: ¡sí, VISERA,<br />
sí lo hizo!… ¡Dios está impresionándonos…!<br />
YO RECUERDO<br />
En las apacibles tardes de invierno, en mi pueblo del sur: Bariloche.<br />
Siempre a nuestra casa llegaban a visitarnos familias amigas de mis padres,<br />
acompañados con sus hijos. Todo era algarabía, la casa se vestía de fi esta. Mis<br />
padres eran alegres, felices, siempre con los brazos abiertos al recibirles. Se<br />
preparaban ricos mates, tortas fritas, rosquitas dulces y muchas, muchas palomitas<br />
de maíz, que reventaban de alegría llenando de regocijo a los pequeños<br />
visitantes. La cocina a leña era el monumento al calor, siempre rindiéndole<br />
culto y alimentándola con pequeños leños, bellotas y piñas, testigo mudo de<br />
miles de anécdotas inventadas, unas reales, otras no.<br />
Siempre me llamaba la atención de ¡cuán diferentes eran los padres de<br />
mis amigos!, se acariciaban, se decían cosas bonitas, se besaban suavemente<br />
en las mejillas y a veces fugaces besitos en los labios.<br />
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36<br />
TERESA DEL VALLE BARUZZI<br />
Todo ello me parecía a mí, sacado de las películas de amor, de los cuentos<br />
románticos. A mis padres yo jamás los vi así, no se decían cosas bonitas y<br />
menos besarse. Eso representó para mí, una desolación. Un día, en primavera,<br />
ocurrió algo que jamás había pasado en muchísimos años, se desbordó el<br />
arroyo “Casa de Piedra” (lugar donde vivíamos), y nuestra casa que estaba<br />
muy cerca de él, se inundó incluyendo la leñera, lugar donde atesorábamos lo<br />
más preciado.<br />
Los tambores con combustibles, nadaban por el río. Nuestro pequeño auto,<br />
con el agua hasta la mitad de sus puertas, el más feo y triste recuerdo. Mis<br />
padres me subieron al ático para estar a salvo, me quedé temblando de miedo<br />
y de frío, mientras el agua subía y azotaba los cimientos.<br />
Tuve tanto miedo, que sentí que debía arrimarme a la pequeña ventanita<br />
para mirar hacia afuera, no se veía nada, nada, hasta que el latigazo de un relámpago,<br />
me hizo ver a mamá y a papá, hundidos en el agua, casi hasta la cintura,<br />
en esa agua turbulenta, caminando con sus cabezas bajas, protegiéndose<br />
del feroz viento y luchando hombro a hombro, juntos, los dos. Mamá sacaba<br />
lo que podía, trozos de leña, parte de nuestros alimentos, los animalitos que<br />
había rescatado del gallinero, papá extenuado cargaba con dulzura a “overa”,<br />
mi ovejita hermosa, que había nacido hace poco.<br />
A partir de éste cuadro grabado en mi retina, siendo niña, nunca más<br />
volví a preocuparme, porque no se comportaban como las parejas enamoradas<br />
del cine. Sabía que ellos compartían algo muy fuerte…
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
POESÍA<br />
NADA EXTRAÑO<br />
Nada extraño sostiene la eterna<br />
epopeya que se labra.<br />
Ebrio está el sol ante tanto<br />
ardor humano.<br />
Amo las raíces<br />
de mi sublime mestizaje<br />
desde infi nitos tiempos<br />
fi leteados en plata,<br />
sudores, dolor.<br />
Encuentros<br />
y desencuentro de tantos hermanos.<br />
Amo las raíces<br />
desde infi nitos tiempos<br />
suspendidos en esperanzas<br />
de traer una estrella que nos guíe.<br />
El Arte se guarda<br />
en los arcones del olvido<br />
por traiciones y egoísmos<br />
deteniendo los tiempos y estaciones.<br />
Cada rezo es a DIOS<br />
por amor del hombre<br />
al hombre, la poesía es y será<br />
la letra mensajera más hermosa.<br />
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38<br />
TERESA DEL VALLE BARUZZI<br />
EL BELLO OTOÑO<br />
Se ha recostado el sol<br />
sobre los ocres brillantes<br />
de las hojas<br />
que rodean en un círculo<br />
de luz.<br />
En el esplendor<br />
de otoño,<br />
todo parece claro.<br />
Hasta el aire transparente<br />
que penetra en mis<br />
poros.<br />
Sentada, muda<br />
contemplo:<br />
Que soy todo y nada<br />
UN PERDÓN<br />
No llevaré más piedras<br />
del camino<br />
que cada uno sepa<br />
agachar sus hombros<br />
si no es tullido<br />
pero el Templo de DIOS<br />
levantaré<br />
con lágrimas vertidas<br />
en sangre y suspiros<br />
cuando con gritos<br />
de misericordia<br />
oiré brotar<br />
de labios enfurecidos<br />
un perdón al CRISTO<br />
eternamente<br />
Redimido.<br />
TERESA DEL VALLE BARUZZI
GRACIELA BUSTO<br />
PRÓLOGO<br />
CAMINO DE ESPUMAS Y CARACOLAS<br />
A mis padres…<br />
En la pequeña casa una luz penetra por la ventana de la habitación. No<br />
existe agua que refl eje su fi gura como espejo. Se toma un respiro y recuerda<br />
el cuerpo caminando por la playa “¿En qué mundo te encuentras ahora?”, se<br />
pregunta.<br />
Esa luz abrupta la enceguece. Sus ojos desmayados arrojan un libro.<br />
Escucha que sube la marea y llega sin rumbo fi jo hacia una playa. Busca y<br />
no siente su presencia. El mar mueve las olas y una fl or vuelve en uno de sus<br />
tantos caminos de espuma y caracolas…<br />
La toma y aspira su perfume está fresca como recién cortada. Todavía<br />
guarda el recuerdo de la mano que la cortó y envía un aviso. “¿Pero qué desea?”<br />
¿Acaso es un llamado del mar?”, se pregunta.<br />
Camina y se introduce hasta lo más profundo. Siente alas que la elevan<br />
en busca del amor perdido. Recuerda sus palabras y va hacia donde encuentre<br />
algún silencio.<br />
La espera donde mueren los ecos de sirenas que cuentan donde fue en<br />
otro vuelo.<br />
“¡Allí donde estés también iré!”, le grita.<br />
La luz nuevamente enceguece. El refl ejo de su sombra observa desde<br />
donde miran los ojos del recuerdo.<br />
¿Ha sido un sueño ó tal vez el reencuentro de sus almas?…
40<br />
GRACIELA BUSTO<br />
EL ESPEJO<br />
Me mira desde el interior. Devuelve su imagen. Me sobresalta, la observo.<br />
Desde un rincón la niña me mira. Da saltos, corre, llora, ríe, se coloca los<br />
zapatos de su madre. Cierro los ojos. Pienso, no la reconozco. Al día siguiente<br />
me llama. Pide que la acompañe, que no puede estar sola. Me invade su perfume<br />
con aromas a jazmín que se expande por la habitación.<br />
“Dame tu mano, no me dejes”, insiste.<br />
Miro hacia ambos lados, no me refl ejo, sólo está ella que tiende su mano.<br />
La tomo, la aprieto. Cruzo el límite que permite el espejo. Estoy allí viendo<br />
sus libros, los juguetes, sus fotos. La veo arreglada para dormir. El camisón<br />
largo, trenzas con moñitos, el conejo que había pedido de regalo.<br />
“¿Lo recuerdas?”, me pregunta.<br />
“Tuve uno igual”, le contesto.<br />
Se aferra fuerte a mí. Me besa.<br />
“¿Qué cambiada estás?”, me dice.<br />
“¿Me conoces?”, digo asombrada.<br />
“Desde siempre”.<br />
“No lo creo”, ¿cómo?”, pregunto.<br />
“Soy el espejo de tu vida. Guardo tus formas, tus recuerdos.<br />
Ahora necesito que recobres un poco de mí”.<br />
“¿Un poco de niña?”.<br />
“Sí, para volver a empezar con ilusiones. Ellas también están aquí conmigo<br />
y te miran ¿las ves?”<br />
“No… no puedo…”.<br />
“¡Cree en tus ilusiones, guarda un poco de mí!”.<br />
“¿Todas.?”.<br />
“Sí, todas. Cree en ellas, y que sean luz y memoria”. Me da su mano.<br />
Cruzo el espejo, y me miro. La veo sonreírme. En el fondo del cristal otras<br />
imágenes conocidas también me sonríen.
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
PIES DESCALZOS<br />
Sacudía sus pies descalzos y caminaba sobre la arena rumbo al puerto.<br />
Miraba de lejos a los barcos pesqueros que mandaban sus saludos con silbatos<br />
y él les sonreía.<br />
Sólo, sin familia vagaba todo el día. Pedía monedas, y limpiaba vidrios. Por<br />
las noches los perros lo seguían, era su única compañía, uno más en su jauría.<br />
Comía pecados que le regalaban. Dormía en el muelle junto a un parador.<br />
No sabía cuándo había partido de su casa ó si tal vez lo dejaron en el puerto a<br />
la deriva. Un viejo marino llamado Lobo era su amigo. Era un pescador maltrecho<br />
que trabajaba sin recibir más que algunos pesos por la pesca del día. Le<br />
contaba historias y le daba algo de comida. También dormía junto a él en la<br />
escollera. En compañía del rumor del mar miraba cada día el horizonte. Los<br />
pescadores al verlo tan dispuesto lo invitaron a subir al barco pesquero.<br />
Se sintió el capitán de tantas soñadas aventuras. El balde y el lampazo lo<br />
esperaban y luego mate cocido con pan fresco.<br />
Barrió y limpió. Luego fue lava platos, ayudante de cocinero. Las delicias<br />
llenaron su boca que nada conocía de comidas en los mediodías. Estaba decidido,<br />
jamás se bajaría de ese sueño realizado.<br />
Al cumplir los dieciocho, por casualidad una red se atoró, lo llamaron<br />
para que ayudara y fue pescador por días. Con los años tuvo su propia barco,<br />
ayudantes, cocineros y chicos que como él venían a pedir trabajo. Recordó<br />
que era Pies Descalzos, como lo llamaban y nunca olvidó sus orígenes. Siempre<br />
dudó de su procedencia. Preguntaría de dónde venía, quiénes habían sido<br />
sus padres. El viejo Lobo, su amigo, seguro le contaría la historia. Escuchó<br />
atentamente y supo su verdad. Se dirigió a la casa humilde con chimenea<br />
humeante y vio por la ventana a una anciana que no podía caminar. Golpeó y<br />
entró sin pedir permiso. Algo le era familiar en la habitación. Sólo pronunció<br />
unas palabras:<br />
–Madre, ¿por qué me abandonaste?<br />
Ella miró y dijo: –¿Pies Descalzos? ¡Me enteré de tus logros, junto a mí<br />
serías un mendigo!<br />
–¿Sabías y no me buscaste?<br />
–El viejo Lobo, me contaba…<br />
–Pero… pude morir de hambre, de frío.<br />
–¿Quién es mi padre? ¿Tampoco lo sabes?<br />
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42<br />
GRACIELA BUSTO<br />
–Lo conoces. ¿Él no te contó toda la historia?<br />
Salió dando un portazo, se maldijo y la maldijo. Volvió, le dio un abrazo<br />
grande y se marchó a pedir a Lobo, la verdadera historia.<br />
MI MARIDO ES UN VIKINGO<br />
Un hechizo extraño se apoderó de ella cuando miraba el anillo que le<br />
había regalado su esposo.<br />
–Nunca recuerda la fecha de nuestro aniversario, se dijo y siguió lavando<br />
los platos del mediodía.<br />
El anillo relucía cada vez más, cuanto más fregaba, más relucía.<br />
Un aire marino recorrió su espalda. Al volverse un hombre con ropas<br />
vikingas le reprochaba, parecía su esposo.<br />
–Mujer, deja tus labores debemos acudir al castillo, se casan nuestros<br />
parientes. Recoge lo necesario para el viaje y partamos que nos esperan.<br />
–No estoy preparada, no me avisaste, – contestó asombrada.<br />
¿Cuál de nuestros parientes se casa? ¿Vamos a una fi esta temática?<br />
–Qué dices ¿has tomado licor? Rápido, debes vestirte para la boda<br />
–No tengo nada que ponerme.<br />
–Buscaré alguna ropa en el arcón que no hayas usado en tu última fi esta.<br />
–¿Te sientes bien querido?…<br />
–Aquí tienes. Es lujosa, nunca la has usado.<br />
–Es bellísima, para una princesa ¿La habrás comprado en una casa de<br />
disfraces?<br />
–Debemos apurarnos y llegar al castillo del árbol. Los godos y vikingos<br />
están reunidos para festejar. Sabes que los Volsungos son guerreros y se enojan<br />
con facilidad.<br />
–Bueno, ¡qué familiares!, suerte que me avisaste, pondré cara de alegría<br />
al verlos.<br />
–¿Estará tía Francisca que mira a los que llegan tarde?<br />
–Qué dices. Nos espera Sigmund… nuestro primo.<br />
Al llegar todo en Branstock relucía. El festín había comenzado. Vieron a<br />
un anciano de fantasmagórica fi gura. Cuando la fi esta estaba animada sacó<br />
una espada y amenazó. Luego desafi ó al más valiente para sacarla del árbol.
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
–Te dije que la gente se posesiona de sus personajes en estas fi estas. El<br />
anciano es inofensivo y está alegre, no podría dar un sólo paso.<br />
–Mujer es Odín convertido en mago que nos desafíó. Si nadie saca la espada<br />
nuestro futuro será incierto. Nosotros los Vikingos dueños de los mares<br />
debemos lograrlo.<br />
–Verás que podré obtener la espada para ti. Tengo fuerzas en mis brazos<br />
por fregar tanto. Señores vikingos… permiso… sacaré la espada.<br />
Mientras, Sigmund la mira asombrado y reprocha.<br />
–Señora ha cambiado la historia, el héroe debería ser yo.<br />
–Claro, lo tenía pautado con los que invitó a su fi esta. Como nadie se atrevía<br />
lo hice yo. El anciano reía en un rincón transformado con ropas vikingas,<br />
levantó su mano y entregó el anillo brilloso tan buscado por los Volsungos.<br />
–¡Mujer qué has hecho!…<br />
–En toda fi esta debemos llevarnos un recuerdo. Me lo han regalado. ¿Pero<br />
quién se casa?<br />
–Tú… con Odín. Me has deshonrado ante mi pueblo. Ahora partiré la<br />
espada en mil pedazos.<br />
–Eres insensible, partamos y dejemos a esta gente tan extraña. ¡No me<br />
casaré con nadie!<br />
Una ráfaga marina le toca la espalda y sigue lavando platos, el anillo ya<br />
no brilla más. Al darse vuelta su esposo ha llegado y la besa.<br />
Ella lo abraza y dice –¡Mi vikingo adorado!<br />
SÓLO UN ÁRBOL<br />
Los árboles la aguardan con su canción otoñal y la sorprenden desprovista<br />
de caricias. Presiente su mala suerte. Es más que una pesadilla. Los fantasmas<br />
del recuerdo acechan con dudas. La pelea ha sido grave, llena de malos entendidos.<br />
Él la ha abandonado, se perdió en discusiones sin sentido.<br />
Ella se ha marchado con su auto a la deriva. En el camino una ráfaga de<br />
viento mezclado con tierra y polvo la detienen. Sólo un árbol en un costado es<br />
su única compañía, mientras teje y desteje pensamientos.<br />
Las ramas acarician con brisas que seducen. Cada tanto observa el balanceo<br />
incesante. Presiente la protección que le extiende su follaje.<br />
Su auto a pasos la aguarda. Está tranquila en ese lugar para pensar sobre<br />
su destino. El viento trae aromas a tierra mojada, la tormenta se avecina. Un<br />
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GRACIELA BUSTO<br />
búho con su ulular la saca de sus delirios. Algunas hojas vuelan rodeándola<br />
con presagios de dolor compartido. Todavía no está decidida, si hubiera notado<br />
su ausencia. Pero ni un llamado. Debe partir no sabe dónde.<br />
Ante sus ojos la sobresalta un campo con cruces abandonadas, mientras<br />
algunas aves vuelan en círculos con chillidos. Sonido extraños llegan llamándola,<br />
sombras grises se mezclan con voces que el viento repite.<br />
Su celular llama emite palabras confusas, después el clásico deje su<br />
mensaje.<br />
–¿Quién es, quién está allí’? –grita.<br />
La señal se pierde y no da lugar para conversar. Sólo el árbol ofrece la<br />
rama más alta como invitándola a subir. Danzan en torno a ella formas difusas,<br />
sonrientes que esperan su decisión fi nal. Ella no encuentra consuelo, todo<br />
es incertidumbre. Toma el pañuelo de seda regalado para su cumpleaños, lo<br />
aspira, lo besa, todavía guarda su perfume. Las ramas se agitan esperándola.<br />
Un sonido fuerte retumba en el campo, la luz pulveriza al árbol de ramas<br />
engañosas. La tormenta ha pasado, el pañuelo queda anudado en su mano y<br />
gira todo en torno a su cabeza. Suena el celular y la voz conocida pide que lo<br />
perdone. Ella acepta todavía aturdida. Al partir observa al árbol derribado que<br />
humea. A veces los rayos perdonan.<br />
PAREDES DE CRISTAL<br />
A través de las paredes de su casa se podían escuchar, murmullos, llantos<br />
y palabras subidas de tono. Al parecer tenía paredes de cristal.<br />
Todo lo sabía o intentaba saberlo de los demás. Primero fue curiosidad,<br />
luego vicio desmedido que se convirtió en obsesión.<br />
Era viuda y la soledad la visitaba a menudo. El día la sorprendía intentando<br />
saber un poco de la vida de sus vecinos. Sigilosa caminaba por su pequeño<br />
departamento. A un lado y al otro siempre había algo que escuchar.<br />
Durante las noches tejía mantas para sus perros a quienes cuidaba como<br />
niños. Les hablaba todo el tiempo, al igual que a sus plantas.<br />
Hacia su derecha vivía Olga, su vecina, que conversaba con el esposo en<br />
voz alta. Momento sublime en el que tomaba un vaso y lo apoyaba en la pared<br />
lindante. Podía escuchar reproches, susurros, y hasta noches de amor.<br />
El otro lado de su comedor daba a una familia con adolescentes. El ruido<br />
de la música se colaba por las paredes y no le interesaba.
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
Pero esa noche fue distinta… Escuchó a su vecina Olga, al parecer luchaba<br />
con alguien que la atacaba. Primero gritos, luego gemidos y vidrios en el<br />
piso. Luego silencio.<br />
Esperó unos instantes y llamó por teléfono. Golpeó la puerta del departamento<br />
y nadie contestaba, Llamó al encargado que vino con un juego de<br />
llaves maestras. Al abrir la sorpresa fue para los dos. Nadie los esperaba, sólo<br />
el televisor a todo volumen con una trasnoche de cine de terror. A partir de<br />
ese momento se dedicó solamente a su tejido para perros y a sus plantas. Se<br />
volvió sorda para sus paredes de cristal que le mentían.<br />
LUNA LLENA<br />
Sonó el timbre del teléfono. No quise atenderlo. Afuera la luna llena resplandecía<br />
y llamaba. No llevé más que el pedido de mi cuerpo.<br />
Deseos de huir hacia el río cercano. Fui a nadar, las aguas refrescaban mis<br />
sentidos. En el recodo del río lo vi sentado debajo de un árbol. ¡Qué hipócrita!,<br />
dejó sobre la mesa una carta diciendo que se marchaba.<br />
Los árboles guardaban refl ejos de luz, pero todavía no había advertido mi<br />
presencia que lo observaba fumando y mirando hacia la nada.<br />
Contuve los pensamientos y llegué hacia él suprimiendo mis desvaríos.<br />
Como ninfa salí al encuentro. Sólo me cubría la noche y el deseo de poseerlo.<br />
Lo sorprendí no podía creer que hubiera nadado de esa manera y en<br />
lugar de bienvenida escuché reproches.<br />
–¿Si no era yo, el que contemplaba?<br />
El acero de sus palabras fueran directo a la vehemencia contenida.<br />
–Pensé que era otro el que esperaba.<br />
–¿Otro?, me respondió.<br />
–Sí, que llenó mis sueños.<br />
–Me dejaron confundido tus actitudes, ¿podemos compartir algo esta<br />
noche?<br />
–¡Seguro!, es luna llena.<br />
–Románticos tus detalles.<br />
–Es cierto, pero no los creas.<br />
–Creo, que me estabas buscando.<br />
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46<br />
GRACIELA BUSTO<br />
–Seguro, extrañaba tu cuerpo, tu cuello…<br />
–¿Pero… qué haces?…<br />
–Dejo fl uir mis instintos contenidos…<br />
Mientras la luna acompaña mis mandatos para que no olvide a su loba.<br />
LO PROHIBIDO<br />
Me encuentro con él y presiento estar en la nada. Miro el mundo que nace<br />
ante mí. Sus ojos me habitan, ¿por qué me siento tentada?<br />
La vida como soplo de luz desborda mi cuerpo. La tentación fruta prohibida<br />
avanza. Soy nuevamente un solo cuerpo en el momento sublime y<br />
prohibido. Insensatez, delirio ¿qué he hecho? Sólo la noche me cubre, libre y<br />
despojada del paraíso. Camino, deambulo. Él me toma de la mano y surge la<br />
condenación.<br />
¿Por qué, condenada?, me pregunto. Pago con el dolor que heredarán ellas<br />
cuando conozcan el fruto. ¿Serán juzgadas por la misma equivocación?<br />
¿Cómo viviremos en un mundo deshabitado? Todo es y debe ser así, me<br />
digo. El ser debe continuar su destino. Presiento que ocupo un lugar en la tierra<br />
y su memoria. Lucho por mí y las otras Evas que una y mil veces comerán de<br />
la manzana. Mi alma ama a Dios, y él lo sabe.<br />
EL MALABARISTA<br />
Durante el viaje su ánimo se llenó de ilusión y lo hizo sobre sueños mágicos.<br />
El invierno duro lo recibió deambulando por los cafés de Buenos Aires y<br />
trabajando en sus veredas. La tarde caía lenta y callada, lo que estaba oculto se<br />
hizo verdad. Temblaron sus largos dedos en malabares, y sus pies se enterraron<br />
en el asfalto frío. Cada semáforo una pirueta, una sonrisa, una moneda.<br />
No era lo que pensaba pues soñaba con el éxito.<br />
¿Dónde andarían sus compañeros del circo? Arriesgó todo al dejarlos pero<br />
era su oportunidad de fama.<br />
Las pruebas se repetían. Cada día los malabares salían mejor, su entusiasmo<br />
se acrecentaba e incorporó llamas en los aros que iban y venían. No dudó
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
en repetir su prueba día tras día. El recuento de las monedas no coincidía con<br />
sus gastos. A veces se distraía, su mirada vagaba entre los autos que ignoraban<br />
su presencia y reían. Se sintió un perdedor, un don nadie grotesco en sus<br />
piruetas y pintura de payaso que más que reír lloraba con dejo de tristeza. Ese<br />
día preparó como siempre su rutina pero la sorpresa fue para todos.<br />
Los carros del circo pasaron delante de él y realizó ante ellos su mejor<br />
actuación. Todos lo vieron. “Había triunfado”.<br />
Partieron cuando el semáforo cambió su luz y se quedó absorto mirando<br />
cómo se iban entre gritos de admiración. Un gran impulso lo invadió y corrió<br />
detrás de ellos. Trepó al último vagón del circo mientras lo despedían las luces<br />
de la ciudad llena de incomprensión.<br />
LA REINA DE LOS PÁJAROS<br />
Alondra era la Reina de todos los Pájaros. Si bien su color pardusco y su<br />
collar negro no la distinguían en plumaje, su canto era maravilloso y apreciado.<br />
Pero a ella no le gustaba estar en su trono real todo el día, y salía a volar<br />
por los sembradíos cercanos, dejando a sus pájaros enjaulados. Cierto día voló<br />
cerca del río y escuchó un silbido que se hizo cada vez más fuerte.<br />
Temerosa se acercó a la fi gura que saltaba, se movía y elevaba como<br />
queriendo llegar a ella. Decidida le preguntó:<br />
–¿Por qué me llamas? ¿Quién eres?<br />
–Soy un pez que está aburrido de nadar sin rumbo, de aquí para allá.<br />
¡Feliz de ti que puedes volar!…<br />
–No lo creas. Yo vuelo porque soy la Reina de los Pájaros. Debo velar por<br />
mi reino. Pero si quieres volar, yo puedo dar por cumplido tu deseo.<br />
–Te lo agradezco. Quisiera conocer tu palacio y a tus pájaros.<br />
Feliz se asomó el pez. Salió de su río y voló. Por primera vez observó con<br />
dicha todo el paisaje y exclamó:<br />
–¡Jamás volveré a mi río!…<br />
–¡Veremos si te gusta tu jaula real!<br />
–¡Jaula! ¿Qué es eso?<br />
Al llegar al palacio su desilusión fue grande. Vio que todos los pájaros<br />
volaban en hermosas jaulas. Estaban entre rejas, y alegres cantaban.<br />
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48<br />
GRACIELA BUSTO<br />
La Reina tomó al pez y lo colocó en hermosa celda de oro. Así lo mostró<br />
a muchos, que se burlaban de él por ser un poco raro.<br />
Aburrido, cansado de tantos trinos, el pez comenzó a llorar. Sus silbidos<br />
eran de angustia y de soledad. La Reina arrepentida lo devolvió a su río. Pero<br />
antes le preguntó si no había sido feliz.<br />
–No quiero ser un pájaro. Yo nací para ser pez, para nadar por el inmenso<br />
río y disfrutar.<br />
Así la reina Alondra pensó que era egoísta. Volvió al palacio real y abrió<br />
todas las jaulas.<br />
MICROFICCIONES<br />
EL FANTASMA<br />
Estaba sentada en el sillón y fumaba cigarros. A veces caminaba por los<br />
pasillos. Otras se sentaba en su hamaca. No pude soportarla más y le arrojé sus<br />
sábanas para que se fuera. Ahora deambula luciendo sus transparencias.<br />
LA CITA<br />
Se pondría su mejor vestido y acudiría a la cita. La esperaría en su auto<br />
junto a la ruta. El encuentro tuvo un brusco fi nal por sus intentos. Se preguntó<br />
si los muertos iban desnudos al cielo.<br />
MARCHA<br />
La marcha indica que la función terminó. Los hilos dejan de mover el<br />
cuerpo. Las voces enmudecen y las luces se apagan. Con tristeza vuelve al<br />
baúl donde la espera la soledad de otra<br />
INDISCRECION<br />
Al abrir la ventana, sus gritos pregonaron la soledad de su alma.<br />
GRACIELA BUSTO
MI SIGNO<br />
DOLORES FERNÁNDEZ<br />
PRÓLOGO<br />
Mi signo es, andar el camino que me conduce al encuentro con la inspiración.<br />
Cuando llego a destino, dibujo historias.<br />
Príncipes, en búsqueda de jóvenes descalzas o soñadoras que mordieron<br />
un dulce durazno.<br />
Pálidas y frágiles heroínas que parten en brazos de Nosferatu, rumbo a<br />
oscuras catacumbas, donde el amor, se escribe con sangre.<br />
Valientes personajes que traspasan las barreras del tiempo y pelean a lomo<br />
de briosos caballos, lanza en mano, por amor a la patria. Guerreros Galácticos<br />
que cruzan el espacio en la era de acuario.<br />
Hombres y mujeres desolados, que buscan, detrás del azogue su destino,<br />
del otro lado de la línea, vestida de negro, espera, la eterna compañera, invitándolos<br />
a un baile sensual.<br />
Los mitos se instalan en nuestro tiempo y Apolo es convertido en bonsái.<br />
Mis palabras crean imágenes. Mi misión, conquistar al lector. Mis armas,<br />
palabras sólo palabras.
50<br />
DOLORES FERNÁNDEZ<br />
LA SOPA, EL VERANO, LAS SOMBRAS<br />
El sol, cae a plomo. La Hermana Úrsula, arruga la cara que seca con el<br />
antebrazo pálido. Tiene manos grandes, igual que los pies. Es grande, hosca, le<br />
pesan los años, aunque son pocos. Algunas alumnas murmuran que nació monja.<br />
Ya terminó su tarea, más que tarea penitencia; controlar la cocina del convento.<br />
Se ha castigado muchas veces, por esos pensamientos, está segura que es la<br />
antesala del infi erno. Verano en Montevideo, 40ª grados a la sombra. Cocineras<br />
malhumoradas, olores, que se enroscan en los cuerpos, pegoteándolos.<br />
El convento se levanta macizo e impenetrable, frente al río como mar. Lejano<br />
y cercano, prohibido y deseado. Mientras en la cocina la orden es: Sopa,<br />
como primer plato, todos los días del año.<br />
Se despega de la entrada y casi corre a protegerse a la sombra de los tilos.<br />
Si fuera por ella, se quedaría allí, la espalda contra la caricia áspera de los<br />
troncos. Envuelta en el perfume que la adormece, casi sonríe, al recordar las<br />
aladas cofi as que usaban. Amplias, duras de almidón, incapaces de volar.<br />
Debe cruzar los patios solitarios. Siente brasas, que atraviesan los toscos<br />
zapatos y las medias de algodón. Las aulas de puertas abiertas, bostezan su<br />
soledad de vacaciones. Un esfuerzo más y llegará al comedor de las hermanas,<br />
fresco y confi able. El próximo patio, al que pronto regresarán los obreros después<br />
del descanso. Puede cortar camino entrando por el ala clausurada, donde<br />
se cambian los hombres las ropas salpicadas de cal y pintura. Está prohibido<br />
ingresar a monjas y alumnado, algunos, han quedado sin vacaciones, prisioneros<br />
del verano y el menú inamovible de la madre superiora.<br />
La sombra fresca del interior, la envuelve cómplice. Sube con cuidado,<br />
enceguecida aún, por la luz implacable. Apoya las manos en la pared, para<br />
guiarse, un piso más y estará a pasos del comedor, libre, hasta la hora de la<br />
cena. El calor, ya se estará ventilando, por la rambla que costea el Río de la<br />
Plata, Las ventanas, aspirarán ansiosas la frescura. Un piso más y estará a<br />
salvo. Pierde el apoyo de la pared, trastabilla. Se extraña, una puerta entreabierta.<br />
El vaivén leve de una mecedora la sobresalta. Pero en el convento, no<br />
hay mecedoras. Rígida, expectante. Recuerda, el suave roce de la seda, de su<br />
primera enagua. Solo una vez la usó. Su madre, conservadora en extremo,<br />
determinó que el lienzo era más útil. Autoritaria. Infl exible. Adicta a la sopa<br />
durante todo el año. Debe confesarse, sus pensamientos la alteran. Sabe, que<br />
no debe recordar con rencor.
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
El roce sedoso retumba en sus oídos. ¿O es la piel? Su piel es áspera. Un<br />
murmullo apagado, tensa su espalda como arco a punto, de lanzar la fl echa.<br />
Olfatea fl ota en el aire el olor animal. Palpita su cuerpo húmedo. Las piernas<br />
temblorosas, casi no la sostienen. El vaivén se acrecienta. Un ronroneo suave<br />
la electriza, clava sus dientes hasta sangrar. Llega una pequeña muerte que<br />
la hunde en el infi erno y la eleva a la gloria. Hasta pronunciar su nombre en<br />
vano.<br />
Una sombra fugaz cierra la puerta. Húmeda, temblorosa, culpable, sube<br />
los escalones. Debe llegar al comedor. Estará a salvo.<br />
ÉL EN MI CABEZA<br />
Todo comenzó, en una caliente tarde de noviembre. Día de los Santos Difuntos.<br />
Katy o Catalina como la llama su mamá, clamaba para que la acompañase<br />
al cementerio. No tenía ningún pariente allí, su excusa: era el único lugar,<br />
donde se libraría, de las larvas astrales, que la perseguían en sus sueños. Yo<br />
no confi aba mucho en la salud mental de mi amiga. Bastaba con leer las frases<br />
que se tatuó en los brazos. No quiero que me miren pero quiero que me vean.<br />
¿Quién soy?, ¿para qué vine al mundo? Pero es blanca, casi transparente, con<br />
labios escarlata, olorcito a duraznos maduros. El inconveniente era su eterno<br />
coqueteo con los temas de ultratumba. En este momento transitaba la etapa<br />
gótica. Para conquistarla, le regalé un ojo de Ra y un pentáculo invertido, que<br />
ella, colgó de su cuello, junto con la medallita de Santa Catalina.<br />
En el Jardín de Paz, el silencio estaba a punto de estallar, bastaba un gorjeo<br />
o el balanceo de una rama perfumada, para que los puntos suspensivos se<br />
apresurasen y la historia corriese en estampida.<br />
Katy se había quitado los zapatos, mientras me contaba las terribles<br />
pesadillas donde la perseguían para matarla con humeantes revólveres. Le<br />
expliqué que sus sueños giraban alrededor del sexo, que las armas son un<br />
símbolo fálico, me miró asombrada. No me creyó. Yo era el más indicado para<br />
el diagnóstico. Cursé cuatro años el ingreso a Psicología. Ella siguió, tironeándose<br />
las medias negras, que parecían gordos gusanos ansiosos de fundirse<br />
en la tierra. No me contestó, pero estaba tan linda en su esfuerzo, que no me<br />
molestó, solo agregué, que las larvas, se contraen en un viaje astral. Nada más<br />
lejano a su cultura oscura.<br />
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52<br />
DOLORES FERNÁNDEZ<br />
De pronto el pájaro cantó. La rama se meció y todo cobró vida. Los dolientes<br />
dieron una última mirada a su parcela y apresuraron el paso, temerosos<br />
que el olor dulzón que sube desde el mundo subterráneo los contaminase.<br />
–¿Qué hacemos? Pregunté.<br />
–Dormiremos con los muertos. Contestó mientras me mostraba una botella<br />
de ajenjo. Me convenció. Recodé al poeta maldito:<br />
… entonces, Ho mi belleza dile al gusano / que te comerá a besos / que<br />
he guardado la forma y la esencia divina / de mis amores descompuestos…<br />
Charles Baudelaire, te rendiré culto.<br />
El guardián, recorría los senderos apurando a los rezagados. Corrí a esconderme<br />
detrás de un árbol y mi nariz estalló contra una rama. Unas manos<br />
frías y cerosas me contuvieron, me guiaron, mientras me echaba la cabeza hacia<br />
atrás, taponó mi nariz y con una voz cavernosa, poblada de extraños ecos,<br />
me tranquilizaba. Catalina, corría desesperada detrás de nosotros. Descalza<br />
y arrastrando una media. Asustada, como cuando era más niña y la madre la<br />
llamaba.<br />
Faltan pocos días para Navidad. Mi vida ha cambiado Salgo de mi habitación<br />
por las noches. Leo obituarios. Me abro paso en las sombras.<br />
Katy me deja mensajes escritos en papel negro con letras rojas, dice que<br />
moja la pluma en su sangre. Liberada de los parásitos astrales, se prepara para<br />
su iniciación. Mi madre, enojada, murmura detrás de la puerta. En el mensaje<br />
de hoy, mi amiga me hizo preguntas. Antes de marcharse sentenció.<br />
–Tienes un muerto en la cabeza.<br />
Es cierto. Hoy, él se animó contarme su historia. Amaba con locura a<br />
su amante, vivían su amor sin importarles nada. Hasta que una enfermedad<br />
terminal, fue consumiéndole los días. Durante la noche, caminamos hasta una<br />
casa silenciosa, detrás de la ventana, una mujer triste, perdida en su propio<br />
abrazo. Regresamos, callados, dolientes. Él me mira desde sus ojosos opacos,<br />
fi jos. No quiere dejarme, teme convertirse en cenizas al vuelo sobre el río. El<br />
enojo de mi madre crece. En nuestro jardín, pájaros negros, de picos como<br />
garfi os persiguen a los gusanos gordos que desuellan los jazmines.
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
Estoy cansado, quiero abrir las ventanas, pero me da pena abandonarlo.<br />
Catalina, dejó un sobre blanco. Él ha terminado de contar su historia, estoy<br />
asombrado, asustado. Durante su enfermedad, un amigo les contó, para animarlos,<br />
que en Suiza, crean diamantes con las cenizas de los difuntos. Hizo<br />
todos los trámites. No quedaba mucho tiempo. Un diamante perfecto, sobre el<br />
cuello tibio de la amada. Juntos por siempre. Llegó el momento, todas sus precauciones,<br />
chocaron con la burocracia. Deambuló entre los muertos, haciendo<br />
tiempo. Buscando un cuerpo y me encontró el día de los Santos Difuntos.<br />
La ventana está abierta, ella, se coloca una fl or sujetando el cabello. Los<br />
bronceados hombros, son una tentación. Ríe y se pinta de rojo la boca. Un<br />
viento caliente vuela la falda de la noche, el aire se perfuma de almizcle. Regresamos<br />
con la cabeza gacha. El miedo, quedó detrás de la puerta, que separa<br />
mi cuarto de la realidad.<br />
Me despierta el resplandor de la mañana. Desde el cielo raso, caen cenizas<br />
amargas, aún tibias. Katy, deslizó otro sobre blanco, al abrirlo, un din don dan<br />
me recordó, que llegó el tiempo. En el jardín brotan las mariposas, el pino, se<br />
prepara para vestirse de gala. Mi amiga dejó su iniciación para el invierno. Mi<br />
madre, murmura, al entrar a mi cuarto.<br />
–Bastará con pasar la aspiradora.<br />
¿QUÉ VES, CUANDO ME VES?<br />
Esta mañana, he visto a un perro dormir bajo la lluvia. A una mujer,<br />
despertar, bajo el techo de una galería comercial, indiferente a las riquezas<br />
que muestran sus vidrieras. Ajena al raudo paso de los coches. Vi a las gotas,<br />
sollozar, hasta caer en el asfalto. Vi a un niño, prenderse, al pecho generoso<br />
de su madre y a ella, colgar la mirada, más allá, de las copas de los añosos<br />
árboles. Añorando, una casa pequeña y un perro dormido, debajo del alero. Esa<br />
vereda, donde se cobija la miseria, será más tarde, el paso obligado, el rápido<br />
ir y venir de otra gente.<br />
Los habitantes de la noche, guardarán el colchón y los cartones, en un<br />
lugar privado. Extenderán las manos, quizá, alguien deje caer una moneda,<br />
para lavar una mínima culpa.<br />
Vi un perro dormir bajo la lluvia y me sentí culpable. Vi el despertar de<br />
una madre, y cerré la memoria.<br />
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54<br />
DOLORES FERNÁNDEZ<br />
BUSCANDO SUS OJOS<br />
Pasó frente a mí y no me llamó la atención su escote profundo, ni sus<br />
caderas vertiginosas, ni el augurio de una vida plena.<br />
En cambio, me atrapó su compañera, de huesos delineados y cráneo perfecto.<br />
Enamorado, me perdí en las cuencas, en busca de sus ojos y entonces,<br />
respiré profundo y me marché con ella.<br />
DE VUELOS<br />
Hoy, aspiré una dosis, que me hizo volar alto, muy alto. Desde la cima,<br />
comprobé que no alcanzaba para el viaje de vuelta. Por eso, me dejé ir, tratando<br />
de recordar, cual fue y porqué, mi primer viaje.<br />
AÑO NUEVO<br />
Hoy di a luz un nuevo año, me corté las venas y dejé caer, doce gotas<br />
rojas. Perfectas. Espesas. Una por cada campanada. Una por cada deseo transgresor.<br />
Fue una buena manera de marcharme.<br />
A LAS DIEZ EN PUNTO Y EN AYUNAS<br />
Esta mañana, a las 10 en punto y en ayunas, dejé retazos de mi amor, en<br />
una herrumbrada camilla de un ignoto lugar. Hoy, renuncié a la dicha de contar<br />
los deditos de sus pies. Decidí, no sembrar besos. Te condené, me condené<br />
a ignorar de qué color eran sus ojos. Te liberé, me liberé, de dar nombre y<br />
apellido. Fue esta mañana, a las 10 en punto y en ayunas.
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
CRECE<br />
Insomne, con la certeza, de que ya sólo acudirán, espejismos sombríos.<br />
Dentro de mí, lento, pero seguro, crece y me consume. Marchita mi piel. Doblega<br />
mi impulso.<br />
Trato de olvidar. Dibujo sonrisas saladas, del verano pródigo. Fogatas de<br />
otoño, donde se retuercen, las hojas con restos de savia, con restos de vida.<br />
Invierno. ¿Estrenaré la bufanda que tejiste? ¿Es esto, lo que sienten las futuras<br />
madres?<br />
Late y crece día a día. Me sorprendo, con la mano apoyada en el vientre.<br />
¿Cuánto tardará, en invadir el resto de mi cuerpo? ¿Cuánto, en demostrar<br />
que él es el que manda? ¿Qué será del verano y las fogatas de otoño? ¿Cuánto<br />
dolerá mi invierno?<br />
El avanza, lo siento. Lo huelo. El día en que me gane la partida, despertaré<br />
con olor a cenizas. Trato de defenderme con quimeras, pinto el cerco, programo<br />
excursiones de pesca. Proyecto volver a correr por las mañanas. Mirar las<br />
piernas, de las jóvenes, que trotan frente a mí. Saborear un Malbec, sin sentir,<br />
ese gusto metálico, de las cápsulas, de las seis de la tarde.<br />
Él crece sin pedir permiso. Pasa el tiempo, no me atrevo a sembrar el<br />
amor en tu cuerpo. Te deseo, mis manos, hambrientas, de tu cuerpo caliente,<br />
se mueren de frío. Pero no debo. No puedo permitirle, que posea tu cuerpo,<br />
ni un segundo. Basta con que devore mis urgencias. Basta, con que cierre mi<br />
boca, al borde de la risa. Basta, ya basta.<br />
TESTIGOS<br />
La noche, abrió la boca en un bostezo oscuro. El coro de perros, interrumpió<br />
su ensayo. Las nubes se escondieron. Ufana, apareció la luna llena. Juan,<br />
aplastó el cigarrillo en el plato de postre. Sin mirar, supo que ella movía la<br />
mano de izquierda a derecha, como pálido abanico.<br />
Noche tras noche, repetían los mismos gestos, sin mediar palabra Ella,<br />
seguía espantando la tristeza. Él, como quien, quiere atrapar, un mosquito molesto,<br />
aguzó la mirada prendiéndola, en el dedo anular desnudo y provocador<br />
que desafi aba.<br />
–¿Qué hiciste con la alianza? –La voz subió áspera, inquisidora.<br />
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DOLORES FERNÁNDEZ<br />
–¿No oíste?<br />
Ella se encogió de hombros. La rutina de siempre. Se perdió, en el trajinar<br />
de la cocina. Luego, las penumbras avanzaron por el pasillo.<br />
Repiqueteó la lluvia tibia. Después, el zumbido de moscardón, del secador<br />
de pelo. El chirrido molesto de la puerta que se abre. ¿Cuántas veces reclamó<br />
enojada?<br />
–¿Cuándo vas a engrasar estas bisagras?<br />
Trató de recordar. Fue el invierno pasado. Él le cerró la boca con un beso,<br />
ella, prefi rió disfrutarlo. Las ventanas abiertas, devoraban el cielo. La luna<br />
fi sgoneaba. Ellos, ofrecían la danza de sus cuerpos, implacables, ardientes.<br />
Arrebujados luego, en el rescoldo de una ternura antigua, ocultos, en espirales<br />
de sueños. Las fogosas noches, se esfumaron como el humo y ella no lleva<br />
alianza.<br />
–Me vas a explicar lo que pasa, dijo amenazante.<br />
En ese momento, la noche olvidó su bostezo. El coro de aulladores, continuó<br />
su ensayo. Las nubes, ocultaron la luna, que apenas, distinguió dos fi guras<br />
en llamas, en el último abrazo. Esta vez, él no apagó el cigarrillo.<br />
EL OJO DEL AGUA<br />
Desde la casa, no pueden verlo. Está escondido detrás del montecito de<br />
naranjos disfrutando su lugar preferido, sentado en el borde del aljibe, con los<br />
pies refl ejados en el ojo del agua. Lo tienta el aroma que llega de la casa. Se<br />
le hace agua la boca, pero se demora. La vista, clavada en el fondo negro y<br />
misterioso, con sueños niños enredados entre las pestañas.<br />
La voz de la abuela lo obliga a dejar su atalaya. Sale raudo, persiguiendo<br />
el olor a manzanas. El cuerpo fl aco y bronceado, los ojos brillantes, la sonrisa<br />
blanca. Seis años ansiosos de juegos y caricias.<br />
Cruza el montecito con los bolsillos cargados de buñuelos y la gomera en<br />
la cintura. La lleva porque era del padre. No le gusta matar pájaros.<br />
Como todos los días va hacia la quinta abandonada.<br />
En la quinta se trepa al árbol más alto. A lo lejos ve las tierras secas y los<br />
árboles achaparrados que parecen islas de sombras donde el ganado fl aco rumia<br />
el hambre. Así son los veranos. Frutas, pájaros en vuelo, cielos candentes,<br />
y el aljibe, donde él habla con su Ángel de la Guarda.
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
El aljibe le trae recuerdos chiquitos, cuando todavía estaba su papá y la<br />
abuela lo llevaba prendido a la pollera y le enseñaba canciones mientras sacaba<br />
el balde del pozo.<br />
Era el tiempo de la risa. Cuando sus padres caminaban abrazados.<br />
Después lloraron por el abuelo. El Vasco le contó un día que las tierras de<br />
la familia se extendían mas allá de donde podía llegar la mirada.<br />
Del abuelo, sólo tiene presente, una cruz, a la que la abuela le cuenta cosas.<br />
Recuerda que los hombres hablaban de las cosechas, las mujeres lloraban.<br />
Su padre se marchó. Lo recuerda parado al lado del aljibe, la cabeza apoyada<br />
en el brocal. La madre olvidó la risa y las palabras. La abuela dejó de cantar.<br />
Se terminó la plata. Quedó la casa y un pedazo de campo. Para ese entonces<br />
el Vasco, que fue el comprador de las tierras, se cayó del eucalipto más alto.<br />
Desde entonces arrastra la pierna. La quinta quedó abandonada. Los animales<br />
del campo y él fueron los únicos propietarios. Tiene que volver a la casa, antes<br />
del regreso de la madre.<br />
La abuela repite su queja:<br />
–Tenés, que estar antes de que ella llegue. Se enoja. No se puede estar en<br />
la casa con ese humor de perros. Él la ha escuchado gritar.<br />
–No puedo trabajar y cuidarlo.<br />
La madre sabe que es injusta. Los abuelos la recibieron con la panza<br />
cargada. El padre, casi un niño, la trajo de la mano. Ella era la hija menor de<br />
un peón de la quinta. El Vasco se lo contó. Fue bien recibida en la casa de los<br />
ricos del pueblo.<br />
Pero ahora trabaja en la Envasadora, trae la plata y lo hace notar.<br />
Sale a la madrugada pedaleando la bicicleta que se desarma en los surcos<br />
del camino. Él ha olvidado las caricias de su madre. Ella se ha vuelto árida.<br />
No sabe qué hacer, con la mujer que la reclama por dentro.<br />
Se revela con la suegra. Cómo se atreve esa anciana a derrochar consuelo.<br />
El niño recuerda cuando al pueblo llegó el circo.<br />
Escuchó los gritos. No entendía que tenía de malo el circo, o el pueblo;<br />
que sólo era un grupo de casas viejas, la escuelita y un pedazo de campo seco<br />
con hamacas rotas, que llamaban plaza. En el invierno, él iba a la escuela, en<br />
la chatita de Marcial, el dueño del tambo.<br />
¿Por qué tanto alboroto?<br />
El circo estaba en la plaza. La abuela se puso fi rme, hablaba de que él no<br />
podía estar en una jaula. No sabía qué era una jaula. Conoció el circo.<br />
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DOLORES FERNÁNDEZ<br />
Se pararon frente a una ventanita. La abuela entregó el anillo y le dieron<br />
las entradas. Se sentaron en primera fi la, tan cerca, que podía ver los zapatos<br />
rotos del payaso y las lágrimas blancas de la mujer barbuda.<br />
Supo qué era una jaula: ahí estaba el león con las costillas fl acas, desdentado<br />
y con marcas de dolor, en el lomo pelado. Esta mañana, se subió al árbol<br />
más alto. Desde allí ve el camino, espera ansioso el regreso de la madre, que<br />
hoy cumple años.<br />
La esperan, para que en un soplo, pida tres deseos.<br />
En el camino, aparece la chatita de Marcial. Ella baja, el pelo suelto, la<br />
risa desnuda. Seguro que tuvo noticias del padre. Quiere bajar, alcanzarla. Se<br />
detiene, al ver el gesto. Adelantando el abrazo al cuerpo de Marcial.<br />
Aprieta los párpados, las lágrimas abren surcos. Duelen Él conoce el<br />
camino de memoria.<br />
Quiere llegar al ojo de agua, que del otro lado, escuchen su grito. O llegar<br />
al fondo, donde se refl eja la luna.<br />
POESÍA<br />
FALIBLE<br />
A veces la tristeza, me viste con harapos<br />
y recorro caminos, de miserias y penas,<br />
suplicando mendrugos, durmiendo bajo puentes,<br />
en donde penitentes, se dan licencia,<br />
para olfatear quimeras y los desesperados<br />
se acercan a la barca con pasaje de ida.<br />
A veces bailo, vestida de princesa<br />
y bebo en copa de cristal, las buenas nuevas.<br />
Pero hay momentos, en que fl oto en la brisa,<br />
como una pluma leve, son los momentos<br />
en que dibujo sueños y regalo certezas.<br />
Arrimo el horizonte a los que están cansados.<br />
Traigo niños al mundo, les dibujo una estrella.<br />
A veces, la tristeza, me hace cambiar el rumbo<br />
y recorro caminos, de miserias y penas.<br />
DOLORES FERNÁNDEZ
A PESAR DE TODO<br />
CARMEN FLORENTÍN<br />
PRÓLOGO<br />
A pesar de todo sale el sol<br />
A pesar de todo llega la primavera<br />
A pesar de todo hay sonrisas<br />
A pesar de todo hay abrazos<br />
A pesar de todo hay perdones<br />
A pesar de todo alguien nace<br />
A pesar de todo renacemos<br />
A pesar de todo avanzamos<br />
A pesar de todo nos enamoramos<br />
A pesar de todo hay ilusiones<br />
A pesar de todo hay amigos<br />
A pesar de todo vuelve la calma<br />
A pesar de todo apostamos a la vida<br />
A pesar de todo sentimos PAZ.<br />
A pesar de quien no espera el mañana y quiere alcanzar a la FELICI-<br />
DAD.<br />
Para mi MADRE que a pesar de<br />
todo me pintó un MUNDO FELIZ.
60<br />
CARMEN FLORENTÍN<br />
EL OFICIO PROPIO<br />
Una mujer vendía distracciones, las publicaba en el diario los domingos<br />
por la mañana, porque ese día la relajación de los músculos, el descanso de<br />
los ojos (bien dormidos) y el cerebro predispuesto para comenzar un buen día,<br />
hacen que todos compren demás.<br />
El aviso decía: Vendo distracciones a personas, a personas serias, no tan<br />
serias, pillines, malhumorados. Abstenerse mujeres histéricas y buchonas,<br />
hombres machistas y gente con poca moral que vende su honra en menos que<br />
canta un gallo.<br />
Así fue que llegó un hombre muy infi el hasta su casa, comprándole alguna<br />
distracción para sus viajes inesperados, partidos de futbol, pinchaduras de<br />
gomas, borracheras amnésicas, etc.<br />
La distraccionista le contó su plan… ella iría en forma personal a hacerle<br />
a la dueña de casa una limpieza de cutis gratis prohibiéndole que reciba o haga<br />
ningún tipo de llamadas durante tres horas para la mejor relajación de los músculos<br />
maxilares superiores o inferiores y para asegurarse un buen resultado<br />
general debía ser colocarse una máscara ultra-tensora que no le permita decir<br />
ni siquiera “acá estoy”. Así, todos obtuvieron lo que deseaban. El esposo una<br />
aventura más (creyendo que eso era la felicidad), la mujer una súper mascarilla<br />
(gratis) y la vendedora dinero para distraer a su esposo diciéndole que se iba<br />
de Shopping…<br />
ALMAS EN PENAS<br />
Julio Sánchez Aroldo había sido designado Director de PAMI, ascenso<br />
que celebró en un Restó de Puerto Madero.<br />
Juan se levantó esa fría mañana a las 3 de la madrugada, afuera garuaba<br />
lo sufi ciente para transformar la calle en charcos pantanosos, si hubiera tenido<br />
botas no se hubieran mojado sus viejas alpargatas.<br />
Julio llegó a su nueva ofi cina y se interiorizó de quién sería su nueva secretaria,<br />
y le pidió sus nuevas tarjetas de Director. Miró por la ventana pero la vista<br />
no fue de su agrado desde allí se podía ver a los abuelos hacer largas colas.
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
Al llegar al Sanatorio, a Juan, ya todo mojado, nadie le supo decir cuál de<br />
las tres fi las era para pedir un turno para el oculista, se puso en la más cercana<br />
a la pared, allí sentiría menos frío.<br />
Julio, pidió que bajen la calefacción central, sentía mucho calor y eso lo<br />
ponía de mal humor, su enojo se disipó al ver a su secretaria con una sonrisa<br />
tan seductora como esa diminuta pollera que llevaba. Ella lo convidó con un<br />
café con voz afectiva e informal anunciándole que ya tenía los legajos revisados<br />
y sólo restaba que él los fi rmara.<br />
Cerca de la 7, Juan casi entumecido, sintió que se habría una puerta y<br />
alguien con voz altanera gritaba, el que no tenga número no será atendido,<br />
pegó un salto y entre las marañas de manos pudo barajar el 17 (¡uy pensó!…<br />
la desgracia).<br />
Julio recibió el llamado de su mujer, le recordaba que el sábado era su<br />
aniversario y que esperaba una joya ya que las pieles ya no estaban de moda,<br />
también le recordó que el domingo era el día del padre para que reserve en<br />
algún lado ya que hacía años que no cocinaba. Hacía muchos años que no<br />
sabía nada de su padre, ya que su apego familiar duró a duras penas hasta el<br />
velatorio de su madre.<br />
Juan al llegar a la computadora, los ojitos achinados por el frío se agrandaron<br />
para ver donde había puesto la Oblea, ya que no la encontraba, pero sólo<br />
fue un susto que lo hizo transpirar, la encontró y la entregó con la ilusión de<br />
un niño, del otro lado una voz le dijo abuelo vuelva mañana ya no hay más<br />
turnos.<br />
Julio terminó su primer día agotador y necesitaba antes de ir a cenar con<br />
unos amigos, un poco de relax para ello llenó el jacuzzi con sales esenciales y<br />
prendió la TV, se sorprendió al ver las noticias decían: Los Sanatorios no atenderán<br />
a Pami por la falta de pagos, a esa altura se volvió a relajar pensando en<br />
el nuevo auto que se compraría, en eso estaba cuando escuchó: Corrupción en<br />
el Pami renunció el Director General y con él serían removidos de sus cargos<br />
los nuevos asignados. Esto lo paralizó de sólo pensar que sería el hazmerreír<br />
de sus amigos al no poder tener el auto último modelo que describió con lujos<br />
de detalles y de sólo pensar que volvería a Buzios de vacaciones escuchando<br />
las quejas de su mujer porque le habría prometido que serían en CANCÚN.<br />
Juan al llegar a su casa tomó unos mates para entrar en calor y ver si podía<br />
levantarse más temprano era su única oportunidad para parar ese maldito<br />
glaucoma que avanzaba sobre sus ojos pero sobre su alma, ya que esa noche<br />
se durmió pensando: qué suerte, Julito pudo estudiar, no tendrá que pasar por<br />
todo esto y se durmió más aún pensando: Él sí va a ser FELIZ.<br />
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CARMEN FLORENTÍN<br />
DECISIÓN<br />
Se le hacía tarde me dijo y se puso su gabán gris sobre su camisa ya arrugada.<br />
Se miró de reojo en el espejo como buscando alguna mancha delatora.<br />
El agua para el té que había puesto para los dos hervía, cayendo gotitas en<br />
forma de llanto sobre la pava.<br />
–Me voy te veré la semana que viene.<br />
–La semana que viene es navidad.<br />
–Cierto, entonces será luego de las fi estas.<br />
–Acuérdate, después te tomas tus merecidas vacaciones en familia, donde<br />
lo disponga ella.<br />
El fuego se acaba de apagar con tantas gotas cayéndose de la pava.<br />
–Chau, dijo dándome unas palmaditas en el muslo.<br />
–Chau, le dije mirándolo como nunca lo había hecho.<br />
Me senté y pensé, el egoísmo y la lujuria son pertenecientes al género<br />
masculino, la lealtad, el respeto, la compasión y la valentía nos diferenciarán,<br />
para que cuando vuelva encuentre todo vacío.<br />
PERLAS GRASA MORTAJA<br />
María Trinidad Álzaga Unzué adoraba sus collares de perlas tanto o más<br />
que a su marido. Presidenta de la Asociación Amigos en el Arte, estaba apurada<br />
como siempre pero esta vez más, ya que exponía su última colección de<br />
cuadros a la que había denominado “Llevo Arte en las Venas”. Juan Basualdo<br />
subió a su viejo colectivo cuyo recorrido era Aldo Bonsi-Constitución.<br />
El calor sofocante le hacía sentir las gotas gordas de transpiración cayendo<br />
por la espalda mojando sus pantalones, sus genitales estaban húmedos y su<br />
entrepierna empezaba a pasparse. Aplicó dos gotas de su perfume Givenchy<br />
detrás de cada oreja, sabía que afuera hacía calor, cosa que detestaba tanto<br />
como al sol por haberle generado esas dos malditas manchas en su rostro y<br />
arrugado sus ojos, a los que cubrió con sus anteojos Dolce & Gabana. Ese día<br />
estaba preocupado sabía que las gomas estaban muy lisas y gastadas. No era su<br />
única preocupación tenía dos días para dejar la pensión, la plata no le alcanzaba,<br />
el choripán que comió sabía a grasa, más el chimichurri fermentado al sol<br />
fue mucho. Al doblar la esquina se fi jó la hora en su Rolex, pero al levantar la
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
vista esa mole se le vino encima, levantándola por el aire. Derrapando por el<br />
capot y atravesando el parabrisas su rostro ensangrentado pegó en el abdomen<br />
de Juan. Luego se mezclaron la transpiración, las perlas, el chorizo en forma<br />
de vómito. En la cochería prepararon dos mortajas iguales.<br />
UN DÍA DE ESTOS VOY<br />
A DETENERME FRENTE AL ESPEJO<br />
Un día de estos voy a detenerme frente al espejo, no vaya a ser que no<br />
me reconozca. Desde que ocurrió aquello que no me miro. Porque los espejos<br />
siempre refl ejan el alma y no mienten.<br />
POR MI CULPA<br />
El rosal de mi casa no ha dado rosas, porque no lo podé. Para ser podado<br />
debía salir al jardín que da junto al de ella ¿Qué culpa tenía el rosal?, si yo<br />
quería olvidarla.<br />
LA DESEOSA<br />
Deseo que llegue él, cada mañana caliento el hogar en invierno, cada<br />
verano lo espero debajo del sauce, el lugar más fresco, en otoño dejo las hojas<br />
para sentir sus pisadas al llegar y en primavera lleno la casa de NO ME OL-<br />
VIDES, así recuerda que lo estoy esperando.<br />
¿QUÉ ES AMAR?<br />
Miles de espadas me atravesaron la carne, uno que otro puñal, también<br />
tuve una tarde de felicidad, mil cafés endulzados con culpas. Pero si me preguntas,<br />
¿Qué es amar? Te diré amar es el mar, pero yo siempre me quedé jugando<br />
con la arena haciendo castillos y nunca me metí en el agua por miedo.<br />
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CARMEN FLORENTÍN<br />
LA MUERTE<br />
Sé que vas conmigo a todas partes y que me odìas cuando digo que te<br />
deseo. Porque eres feliz cuando llamas a alguien y ves pánico en sus ojos.<br />
ALMA<br />
Te he mostrado cada centímetro de mi cuerpo y te he contado que pienso<br />
cada segundo. Pero nunca te diré que siento para que no sepas nunca quien<br />
soy.<br />
LA ÚLTIMA CENA (BÍBLICA)<br />
Una mesa larga llena de amigos deseos y sonrisas por doquier, debajo de<br />
la mesa comen la traición y la injusticia ¿Quién come mejor?<br />
JUEGO AMOROSO<br />
Es la primera vez que no mido las consecuencias, cuando siempre medí<br />
mis impulsos, mis circunferencias y hasta la casta social que nos tocó en suerte.<br />
Esta vez mido tus respiraciones, tus jadeos y las veces que me dices que no<br />
pare y es ahí cuando disfruto porque paro y veo en tu mirada lo vulnerable y<br />
dependiente que son los hombres.<br />
DIOS Y LA CONCIENCIA<br />
Dios dame la conciencia de un animal, la belleza de una fl or, la dureza de<br />
una roca, la fuerza de una ola, pero por sobre todas las cosas hazme ver que<br />
soy la mitad de un grano de arena.
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
CONFIANZA<br />
Entró al mar y cuando estaba en lo profundo sonrió, sabía que la voz no<br />
podía nadar.<br />
UN BESO<br />
Si hay un mundo irreal que todos desean ese eres tú, de variadas formas<br />
y pulsaciones, de culpa, de amor, de rechazo, de revancha… Con los años vas<br />
tratando de perfeccionarte pero jamás serás como el primero.<br />
VIAJE INTERMINABLE<br />
Nadie nos dice cómo y cuándo nos iremos, por eso sólo llevaremos amor,<br />
sensaciones, emociones como único equipaje. Cuanto más llevemos a pesar de<br />
la ley de la gravedad más alto volaremos. Allí donde habita ÉL.<br />
PIMBILUZ<br />
El Polipino natividad también llamado Bichopi compasivo o Pimbiluz<br />
generosum, era un árbol que sólo crecía en el mes de diciembre, en el hogar<br />
más humilde de la vecindad, siendo admirado y visitado por todos los vecinos,<br />
tenía la particularidad que aquel que lo deseara de corazón hacía brotar de<br />
sus raíces otro igual. De esa manera en todos los hogares habría un árbol de<br />
navidad gracias a la generosidad del pino y los bichitos de luz.<br />
MUJER CORAJE<br />
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Antitrama contestación al cuento de<br />
Borges, “El amenazado”.<br />
Sólo existe el tiempo cuando estoy contigo, temo a aquellos que odian la<br />
felicidad del otro. Desde que dijiste amarme no me has nombrado y te paraliza
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CARMEN FLORENTÍN<br />
la idea de ser feliz, la costumbre cubrió tu piel volviéndote insensible, pasas<br />
tus horas sembrando fl ores mientras tu corazón se marchita, levantando paredes<br />
que te dejan preso y huyendo a toda velocidad de lo que no te atreves, en<br />
cambio yo curo mis heridas con sólo pensarte.<br />
SIMETRÍAS, REPETICIÓN A TRAVÉS DE LA HISTORIA<br />
SALVAR EL HONOR<br />
El Sargento Cabral salvó a su General y lo hizo con honra, sabía que ese<br />
era su deber. ¿Quién te crees que salvó a tu mujer? ¿Tú? Pobre iluso, pude utilizar<br />
todas mis armas y ganar la batalla. Pero preferí matarme yo, los nobles<br />
no sabemos vivir con la conciencia sucia.<br />
LAS MUJERES Y LOS PANTANOS<br />
Las mujeres y los pantanos en algo nos parecemos. Sólo dejamos entrar a<br />
quienes nosotras queremos. Algunos hombres se pierden y no regresan jamás<br />
con sus queridas esposas. Otros nos recorren descubriendo un mundo único.<br />
Unos cuantos desaparecen y muchos huyen por temor a ser atrapados.<br />
MARCHA FÚNEBRE DE UNA MARIONETA<br />
La marcha fúnebre de esa marioneta movilizó a todo el pueblo, siendo<br />
muy llamativo su colorido cajón. Su mortaja de color amarillo contrastaba con<br />
el color violáceo de su rostro. Entre sus manos llevaba una carta que nadie<br />
se atrevió a leer. Su viuda se reía a carcajadas. Pobre Mario siempre supimos<br />
que era una marioneta de su mujer. Pero como nos hacía reír nadie hizo caso<br />
al auxilio de su mirada.
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
GARGANTA<br />
Dejé en su garganta, sólo el silencio. Palabras rotas. El abecedario hecho<br />
pedazos. Tizas y pizarrones desaparecieron. Cansada de la espera fui a otro<br />
cuerpo. La esperanza tomó el tren con su valija vacía. Enterré su alma antes<br />
que su cuerpo en el jardín de paz de los amores muertos.<br />
POESÍA<br />
LA CASA DE ARENA<br />
La casa de arena<br />
se deshace ante el silencio.<br />
Su dueña con llaves<br />
no puede abrir puertas.<br />
Su dueño con suspiros<br />
habilita rincones.<br />
Todos se acomodan.<br />
Las fl ores se abren.<br />
Los pájaros cantan.<br />
La esperanza se adueñó del sauce.<br />
Las ilusiones hicieron nido en los rosales.<br />
El viejo roble albergó los besos.<br />
Todos esperan que el destino<br />
llegue con ella.<br />
PENSÉ<br />
Pensé toda la noche<br />
al encontrarte qué te diría.<br />
Cortando las rosas de mi jardín<br />
te vi pasar con ella, de ahora en más<br />
dormiré sin pensar.<br />
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CARMEN FLORENTÍN<br />
CONCIENCIA EQUIVOCADA<br />
Una voz que duerme en su oreja siempre le dice lo mismo:<br />
Quiso fumar… está prohibido<br />
Quiso tomar… está prohibido<br />
Quiso soltarse… está prohibido<br />
Quiso soñar… está prohibido<br />
Quiso soñar… está prohibido<br />
Quiso amar… está prohibido.<br />
RETRATO EN BLANCO<br />
Esperaba el amor<br />
pintando un cuadro.<br />
Pintó corazones<br />
con rojo pasión.<br />
Besos y abrazos.<br />
Figura de un hombre llegando.<br />
Flores y bombones.<br />
Anillos y un vals de ilusión.<br />
Terminó el cuadro.<br />
Pero él no llegó.<br />
Pintó el cuadro de blanco<br />
y se relajó.<br />
Cuando encontró el amor<br />
solo pintó un mar calmo<br />
y un barco seguro sin rumbo.<br />
El amor y el destino<br />
no se pueden pintar.<br />
CARMEN FLORENTÍN
¿POR QUÉ ESCRIBO?<br />
MIRIAN CLAUDIA LÓPEZ<br />
PRÓLOGO<br />
Porque al hacerlo se abre en mí un universo mágico y delirante.<br />
Porque me adueño de historias y doy vida a personajes, a veces reales y<br />
otras veces fi cticios.<br />
Porque juego y me divierto.<br />
Porque simplemente me hace bien y siento placer en hacerlo.<br />
Quiero agradecer a Carlos que me dio el dato del Centro <strong>Avatares</strong> donde<br />
aprendo y mi imaginación vuela sin límites. A Marta, que me dedica su tiempo<br />
y sabiduría. La que más de una vez me habló como mamá.<br />
A mis hermanas de sangre, Celia y Silvia; y a las hermanas que me regaló<br />
la vida, María Rosa y Sandra, gracias por estar siempre.<br />
A Ricardo que, sin saberlo, fue más de una vez fuente de inspiración<br />
A todas las personas que creyeron en mí y me dieron fuerzas para hacer<br />
lo que me gusta.<br />
Especialmente a “Mis Soles”, lo más hermoso que me pasó en la vida.<br />
Siempre estuvieron ahí, escuchando mis borradores y soportando mis delirios.<br />
¡Qué paciencia!<br />
A esos soles que brillan en mi hogar cada día les digo: “No dejen de soñar,<br />
los sueños se hacen realidad”.
70<br />
MIRIAN CLAUDIA LÓPEZ<br />
LA MUDANZA<br />
Diciembre. El calor agobia, no deja respirar. Los rayos del sol caen perpendiculares<br />
como espadas clavándose en el árido suelo. El clima no ayuda<br />
con la inevitable labor.<br />
A lo largo de mi vida tuve que enfrentar varias mudanzas. Camiones<br />
cargando todo lo que tenía; movilizarme kilómetros; llegar a un lugar desconocido<br />
y empezar de nuevo. Pero ésta fue la más triste, la más dolorosa, la<br />
más desgarradora…<br />
Mi experiencia hizo que armar las cajas fuese un trámite rápido. Llenarlas,<br />
cerrar, pasar cinta, rotular… y va la otra. Los muebles fue tema aparte.<br />
“No lleven todo, dijo alguien, sólo lo que vaya a necesitar”. Bien. ¿Qué parámetros<br />
tengo para hacer la selección? ¡Que Dios me ayude!<br />
Poco a poco se fue organizando todo. Las cajas acomodadas en el baúl<br />
del auto, el televisor envuelto en frazadas en el asiento trasero. Mesas, sillas,<br />
cama… en una camioneta ridícula que ofi ciaba de fl ete. A pesar de la selección,<br />
hubo que hacer más de un viaje.<br />
Él observaba todo el movimiento y, de cuando en cuando, daba alguna<br />
orden. No podía con su genio. Siempre fue así.<br />
De pronto, casi sin darme cuenta, la casa comenzó a quedar vacía. Sentí<br />
el mismo vacío en mi corazón. Pero mi armadura de mujer superada lo ahogó<br />
instantáneamente.<br />
Los muebles que quedaron fueron a dar al galpón del fondo. Ese lugar de<br />
la casa que fue protagonista de historias, fi estas, risas y cómplice en el llanto<br />
y la tristeza. Ahora devenido en depósito de muebles que “no va a necesitar”,<br />
pero que ya comenzaron a enmarañar recuerdos.<br />
Último viaje del auto. Va casi vacío.<br />
–Andá, yo termino de cerrar todo y te alcanzo– le dije disimulando la<br />
angustia.<br />
–No, me quedo y te espero.<br />
–Dale, aprovechá el viaje. Yo me tomo después un remis y me llevo estas<br />
bolsas que quedan.<br />
–No –fue rotundo–. Te espero.<br />
Comprendí que no debía insistir. Me fui hacia el fondo para controlar<br />
candados, cerraduras, ventanas. Iba desandando camino y cerrando paquetes
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
de mi propia vida. El galpón, ya está. Cierro el lavadero, la puerta del patiecito<br />
(así la llamamos siempre), ventanas cerradas. Listo. Vuelvo al comedor.<br />
Me paralicé, la imagen frente a mis ojos me abofeteó sin piedad. Tuve<br />
miedo de respirar. Nunca lo había visto así. Pequeño, indefenso, abatido.<br />
Sentado en una silla desvencijada, intencionalmente olvidada en el inmenso<br />
espacio. Las piernas entreabiertas servían de marco a sus brazos que caían<br />
derrotados, sus dedos entrelazados con fuerza me hablaron de impotencia. La<br />
cabeza inclinada hacia abajo permitía visualizar claramente su tristeza.<br />
Me acerqué silenciosa y le acaricié el cabello blanco, plateado, suave.<br />
Levantó su mirada, me habló sin palabras. Lo dijo todo. Nunca la podré borrar<br />
de mi memoria. Me paré entre sus piernas y abracé su cabeza en mi regazo. Él<br />
se aferró a mi cintura y lloró, lloró, lloró…<br />
MIS SOLES<br />
Así los rebauticé. Por la misma razón que el Sol es Sol. Vida, energía,<br />
calor… Son mi razón y la fuerza que me empuja a seguir. Cada uno brilla de<br />
forma distinta, con luz propia. Los observo y su resplandor me llena de mimos<br />
el alma. A veces, aparecen las nubes que opacan el esplendor. Pero mis<br />
soles dejan entrever su claridad. Y cuando la tormenta desaparece, cuando las<br />
nubes dejan de llorar, ellos me marcan con el arco iris el camino. Volvemos<br />
a brillar juntos.<br />
Vida, amor, energía, calor… Juan y Francisco: Mis Soles.<br />
SOLTAR AMARRAS<br />
Bar sencillo. Sentada a una de sus mesas, miro girar el café mientras me<br />
revuelvo en mi propio lodo. Llega una pareja. Se ubican a mis espaldas. El<br />
hombre cuenta sobre su pasión. Mis pensamientos sumergidos en un negro<br />
pozo despiertan súbitamente. Relata los hechos con tanto entusiasmo que no<br />
pude más que escuchar.<br />
Cuando embarcamos aún no amanece, preparamos todo lo necesario y<br />
soltamos amarras. Puede que el día esté pintado de sol y una suave brisa te<br />
acaricie. Relajación y disfrute. En otras ocasiones, te sorprende una tormenta<br />
o quizás el viento se adueña del lugar. Ahí sí que corre adrenalina, tenés que<br />
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MIRIAN CLAUDIA LÓPEZ<br />
dominar la vela, hacer contrapeso para que tu velero no encalle. Buscar el<br />
equilibrio. Estar preparado para enfrentar y vencer la tempestad. Es verdaderamente<br />
apasionante. Sólo tienes que estar dispuesto a soltar amarras.<br />
Pagué mi café. Al pasar por la mesa de mis ocasionales vecinos, les regalé<br />
una sonrisa agradecida. No comprendieron. Caminé pensativa hacia la salida.<br />
Decidi soltar amarras.<br />
LA PROMESA<br />
Julián Gómez llegó a su pueblo natal después de poco más de dos décadas.<br />
Aún recordaba algunos nombres: Doña Jacinta, Don Alberto y Atilio Funes.<br />
El paisaje de montaña le activó su memoria emotiva. Es realmente hermoso el<br />
lugar, un sitio soñado. Recordó su infancia feliz, libre, pura como el aire que<br />
hoy respiraba. Vivía en la ciudad, junto con sus padres ya entrados en años.<br />
Fue criado casi como único hijo, ya que su hermanita menor había fallecido<br />
en un trágico y morboso episodio. Fue en ese momento que decidieron irse<br />
del pueblo. Pero por más que cambiaron de ámbito, la imagen ultrajada de la<br />
pequeña se instaló para siempre en su memoria. La ciudad no lo sedujo, pero<br />
no tenía otra alternativa. Siempre recordaba su pueblo, algunos nombres y el<br />
hecho trágico.<br />
Hoy por hoy estaba allí. Después de ensayar planes y estrategias, llegó<br />
el momento. Desde el principio, para los pueblerinos fue “el forastero”. Mejor<br />
así, nadie lo reconocería. Podía cumplir paso a paso su plan sin levantar<br />
sospechas. Igualmente se levantaron mitos y leyendas alrededor de su fi gura<br />
urbana. Gente de pueblo. Se dirigió hacia lo de Doña Jacinta, dueña de una<br />
especie de pensión. Dio datos falsos y adujo estar de paso en plan de descanso.<br />
La dueña del lugar le dio lo mejorcito que tenía, no estaba mal. La ventana<br />
permitía ver las enigmáticas montañas que mezclaban distintos colores. El sol,<br />
que apenas alcanzaba a entibiar, refl ejaba haces de luces en las nieves eternas.<br />
Ciertamente un paisaje soñado. Sus padres habían quedado en la ciudad. Julián<br />
no dio demasiadas explicaciones sobre su viaje. Ni siquiera podían sospechar<br />
su destino.<br />
Después de acomodar un poco sus ropas, decidió salir a caminar. Así lo<br />
hizo durante las mañanas que duró su estadía. Se mostraba amable y simpático.<br />
Poco a poco la gente del pueblo dejó de mirarlo como “el bicho de ciudad”.<br />
Por las noches iba al bar de Don Alberto, donde se juntaban los hombres<br />
a beber una que otra ginebra y jugar unos partiditos de truco.
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
Solía sentarse en una mesa solo, cerca del mostrador. Observaba, bebía y<br />
escuchaba. Todo servía. Era cuestión de tener paciencia y esperar.<br />
Una noche, irrumpió en el lugar un personaje por él desconocido. Gritos,<br />
insultos e improperios le hicieron de presentación. En el bar reinó por un<br />
momento una tensa calma. Miraron al recién llegado y luego siguieron con<br />
lo suyo.<br />
Julián alcanzó a escuchar una conversación entre dos paisanos.<br />
–Otra vez acá.<br />
–Ya sabés cómo es Funes, se lleva al mundo por delante.<br />
–Se cree que con gritos, amenazas y billetes soluciona todo. Bah, siempre<br />
fue así.<br />
–Algún día se le va a acabar. Dale te toca repartir.<br />
Julián se quedó mirando al tal Funes. Bastante achacado pero prepotente<br />
y amenazador como siempre. Desde ese momento, se lo cruzó todas las noches<br />
en el bar. La escena era más que cotidiana, se embriagaba hasta el punto de no<br />
poder sostener su humanidad. Algunas veces lo sacaban entre dos y lo dejaban<br />
en el sendero. Dormía la mona y a la noche regresaba.<br />
Al día siguiente, Julián realizó como siempre sus caminatas. Al atardecer,<br />
ordenó su cuarto transitorio, guardó sus pertenencias y repasó los pasos a<br />
seguir. Noche sin luna, oscura, tenebrosa.<br />
Se dirigió al bar y esperó. Como de costumbre Llegó Atilio Funes. Gritos,<br />
insultos, prepotencia. Al cabo de un rato, Julián se acercó al mostrador para<br />
pagar su cuenta.<br />
–¿Cómo? ¿Se va tan temprano?– preguntó Don Alberto.<br />
–Sí, mañana al amanecer sigo viaje. Debo descansar. Me dio mucho gusto<br />
conocerlo.<br />
–Vuelva cuando quiera, este es un lindo lugar.<br />
–Hasta siempre.<br />
Al amanecer, Julián fue hasta el cementerio del pueblo. Buscó desesperadamente<br />
hasta encontrarla. Allí estaba:<br />
“Lucía Gómez, siempre serás nuestro ángel”. 1980-1987.<br />
Le habló en silencio. Se hizo justicia. Nuestro angelito duerme en paz.<br />
Elevó una plegaria y se marchó.<br />
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MIRIAN CLAUDIA LÓPEZ<br />
A media mañana encontraron el cuerpo alcoholizado de Atilio Funes.<br />
Debió haber perdido el equilibrio y su cabeza golpeó violentamente contra una<br />
roca. Murió instantáneamente. A nadie pareció importarle.<br />
LA DECISIÓN<br />
Pareja armoniosa y feliz como pocas. Cristian y Ana mostraban sin pudor<br />
su amor, no escatimaban caricias ni arrumacos.<br />
¿Cómo sucedió? ¿Desde cuándo? Él no lo podía precisar con seguridad.<br />
Se dejó seducir, creyó que era un juego. Su romance con Sonia comenzó con<br />
miradas inocentes, comentarios con doble sentido, frases cómplices… Hasta<br />
que su situación de amigos se transformó en condición de amantes.<br />
Los encuentros clandestinos en un hotelucho de Once invadían su cuerpo<br />
de adrenalina, el gusto de lo prohibido. La inocencia de Ana no sospechó nunca<br />
la infi delidad que existía a su alrededor. No percibió la manipulación de su<br />
amiga, ni siquiera los horarios desordenados de su marido.<br />
Ahora Cristian no podía controlar la situación. Amenazas, reproches y<br />
extorsión hicieron jaque mate a los encuentros amorosos. No sabía hasta dónde<br />
era capaz de llegar. Pero estaba dispuesto a terminarlo defi nitivamente.<br />
Su amante manejaba esta situación de manera morbosa. Disfrutaba tenerlo<br />
bajo su control. La eterna rivalidad con Ana hoy tenía una ganadora. Estaba<br />
satisfecha, aunque esto implicara el derrumbe de la pareja. ¡Qué más da! Él<br />
planifi có todo para poner punto fi nal. “Muerto el perro, se acabó la rabia”.<br />
Pensaba una y otra vez.<br />
Amanecer. Lluvia y viento. Perfecto, el clima acompañaba. No pasaría<br />
de hoy.<br />
–Amor, me voy volando, es retarde. –Ana se despidió con un beso y desordenó<br />
con gracia su cabello.<br />
–Bueno linda. Yo termino el cafecito y me voy.<br />
–Chau, nos vemos a la noche. Te amo.<br />
–Yo a vos –fue realmente sincero, la amaba.
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
Quedó jugueteando con una tostada y ordenando en su mente los pasos<br />
a seguir. Peligrosamente absorto. El sonido del celular lo volvió de golpe a la<br />
realidad. Llamada entrante de… ¿Luis? Pensó no contestar, hizo lo contrario.<br />
No habría por qué levantar sospechas.<br />
El aparato se desangró en gritos, reproches, histeria. Oídos sordos y una<br />
respuesta apagada. “Bien. Donde siempre”. No cumplió el horario total de su<br />
trabajo. Estaba ansioso por comenzar y terminar. Al retirarse, Luis le hizo un<br />
guiño cómplice. Él le devolvió una sonrisa sin vida. Llegó al hotelucho y el<br />
dueño (que hacía las veces de conserje, portero y encargado) lo recibió con la<br />
confi anza del cliente conocido.<br />
–¡Qué día hoy! Este clima me tiene podrido.– Decía mientras buscaba la<br />
llave del cuarto reservado.<br />
Cristian sólo asintió con la cabeza y se dirigió como autómata a la habitación<br />
de siempre. La podría reconocer entre miles. Ridículamente modesta,<br />
húmeda, oscura, deprimente… Comenzó a prepararse. Hoy todo terminaría.<br />
La detonación coincidió con el ringtone de su celular. No lo escuchó. Se desplomó<br />
y un charco de sangre comenzó a recorrer el opaco parquet.<br />
Llamada entrante de Ana. “Cuando escuche la señal deje el mensaje…”.<br />
–Amor, pasó algo terrible. Sonia tuvo un accidente. Murió en el acto. Me<br />
voy al Italiano. Nos vemos allá. Te amo.<br />
SERMÓN<br />
–¿Viniste?<br />
–Sí, te traje…<br />
–No me interesa lo que trajiste. Buscate un lugar cómodo, aunque verás<br />
que aquí no hay mucho para ofrecer. Me vas a escuchar.– El monólogo continuó.<br />
–Te miro y no comprendo que estás haciendo de tu vida. No sé dónde<br />
querés llegar. Te vas hundiendo en un pozo que construiste inútilmente. Si<br />
querés terminar como yo (depresión, tristeza, aislamiento) bravo, lo estás<br />
consiguiendo.<br />
–Pero mamá…<br />
–Pero mamá nada, me vas a escuchar y te voy a hablar como jamás lo<br />
hice. Mirá un poco a tu alrededor, vivís en la queja interminable, dando lás-<br />
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76<br />
MIRIAN CLAUDIA LÓPEZ<br />
tima, victimizándote, desparramando culpas sin hacerte responsable de tu<br />
propia debilidad. Te miro y no te reconozco, ¿en qué te convertiste?<br />
Escuchabas con vergüenza las palabras de tu propia madre. Tu cuerpo<br />
parecía cada vez más pequeño. Posición fetal. Muy signifi cativo.<br />
–Mami te quería decir…<br />
–Nada, aún no terminé. Tenés miles de motivos para ser feliz. Una familia<br />
preciosa, hijos que son un encanto y que más de una vez sentiste llenarte de<br />
orgullo por ellos. Tu salud te ayuda, tenés trabajo y a tu alrededor hay personas<br />
que te quieren y te admiran. ¿Qué pretendés hacer con tu vida? Seguí cavando<br />
el pozo. Vas a lograr caer vos y todo lo bueno que te rodea. Poné las cosas en<br />
la balanza y priorizá lo que es verdaderamente importante. Te sorprenderás al<br />
saber que es más lo que estás perdiendo que lo que ganás dando lástima.<br />
La boca se te secó, nudo en la garganta, te pusieron de frente a la realidad.<br />
–Madre, debo irme…<br />
–Sí, ya sé… tus obligaciones. No importa, ya dije lo que tenía que decir.<br />
Alguien debía hacerlo. No hace falta que vengas hasta aquí, sabés donde encontrarme.<br />
No olvides que te amo con todo mi corazón de mamá.<br />
Cómo pudiste te incorporaste. Tu cabeza parecía explotar, pero ahora<br />
tenías claro lo que hay que hacer.<br />
Dos lágrimas rodaron y humedecieron tus mejillas. Dejaste las fl ores<br />
prolijamente acomodadas en la tumba y te marchaste.<br />
LA NOVIA<br />
Eres tan hermosa, tus ojos almendrados despiden luz y paz. En tu níveo<br />
rostro se dispersan pequeñas pequitas que te hacen inocente e infantil. Tu<br />
pelo rizado, del cual tantas veces renegaste, cae cual cascada enmarcando tu<br />
carita. Eres bella. Demás está decir que estoy profundamente enamorado. No<br />
puedo entender tu decisión. Nuestros eternos diálogos sobre el tema siempre<br />
terminaban con un…<br />
–Te amo.<br />
–Te quiero –pero sé que eso no es amor.<br />
La cita fue en un lugar alejado de la ciudad. Éramos muchos. Tu familia,<br />
tus amigos y yo, como queriendo dar vuelta el destino. Estabas sentada en los
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
primeros lugares, siguiendo concentradísima cada paso del ritual. Yo observaba<br />
de lejos, imposible dejar de hacerlo.<br />
En un momento, nos permitieron despedirnos. Para eso hicimos una hilera<br />
que se me antojó interminable. Preferí quedar último, con la inútil esperanza<br />
de que todo esto fuese irreal. Cuando te tuve enfrente, otra vez tu mirada<br />
cautivadora, tus infantiles pecas, tu cabello… Creí enloquecer de impotencia.<br />
Lo dije por última vez “te amo”. La misma respuesta “te quiero”. Tus labios<br />
se posaron suavemente en mis manos temblorosas. Me miraste y sonreíste.<br />
Sentí que no había nadie alrededor. Todo lo que tenía se me escabullía entre<br />
los dedos. No pude retenerte y me quedé solo. Diste media vuelta y caminaste<br />
lentamente. Tenías un jumper gris que se ajustaba con una especie de lazo a<br />
tu cintura. Tu cuerpo grácil y delgado, el que tantas veces imaginé desnudo<br />
entre mis brazos ahora caminaba hacia otro destino. Cruzaste una especie de<br />
tranquera que dividía “las elegidas” del resto de los mortales. Todas ellas estaban<br />
muy felices. Una mujer mayor, con un atuendo parecido al tuyo pero con<br />
su cabello cubierto, te coronó con fl ores blancas y te abrazó maternalmente.<br />
Tomaste la guitarra y continuaste cantando las canciones de la misa. Decidiste<br />
que tu futuro sería el Convento de Clausura.<br />
Se te vio feliz, elegida de Dios. Yo tuve que aceptar. ¡Pavada de rival!<br />
POESÍA<br />
PARA RUBÉN<br />
Y de repente todo fue nada…<br />
Sólo preguntas que retumban<br />
en mi corazón sin sentido alguno.<br />
¿Por qué? ¿Para qué?<br />
No hay respuestas.<br />
Difícil se hace aceptar la muerte<br />
si reinaba en vos un caudal de vida.<br />
Y miles de veces me pregunto…<br />
¿Apagaron tu sol o sos el sol que<br />
nos invita a luchar cada día?<br />
¿Enmudecieron tu voz<br />
o sos la canción y la risa<br />
que vibra en nuestros oídos?<br />
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78<br />
MIRIAN CLAUDIA LÓPEZ<br />
¿Impidieron tu vuelo<br />
o sos el ave que sobrevuela<br />
nuestra esperanza?<br />
¿Por qué? ¿Para qué?<br />
No hay respuestas. Sin embargo…<br />
Sé que eres nuestro sol, nuestra canción,<br />
nuestra alegría. Préstame tus alas y tu risa.<br />
Te siento cerca. No apagaron tu corazón,<br />
aún sigue latiendo muy cerca del mío<br />
para decirnos una y mil veces:<br />
¡Te quiero y vos lo sabés!<br />
A QUIEN CORRESPONDA<br />
No te odio.<br />
Aunque sobran los motivos.<br />
Sabes que en mí no hay<br />
maldad ni venganza.<br />
No es esa mi esencia.<br />
Y mi esencia… está intacta.<br />
No me pidas que cambie,<br />
sería casi imposible.<br />
Quizás no sea la mujer de tus sueños.<br />
Pero estoy segura que fui<br />
lo mejor que te pasó en la vida.<br />
MIRIAN CLAUDIA LÓPEZ
ECLOSIÓN<br />
JULIA MANSI<br />
PRÓLOGO<br />
La palabra escrita tiene cuerpo, fuerza y poder. Tiene alma. No muere.<br />
Perdura en el tiempo e infl uye en los cambios de nuestras actitudes y decisiones.<br />
Desea que posemos los ojos en ella para vibrar en nuestra vida. ¡Qué<br />
lindo es comunicarnos y compartir nuestros escritos!<br />
Ellas forman frases románticas, célebres, poéticas y llegan al corazón o<br />
nos dejan pensando, como ésta: “Todo lo que es terrenal muere”.<br />
“¿Qué pasa con el amor, se muere con nosotros?”.<br />
El amor late en cada momento compartido, en el lugar donde nos desenvolvemos,<br />
en esa caricia, en ese gesto, en esa sonrisa, en ese apretón de manos,<br />
en una mesa servida, en ese sabor, en ese color, hay amor.<br />
El que entregamos desde el corazón a todas las cosas y en toda ocasión.<br />
Somos polvo y a la tierra volvemos, el amor no. Sigue y palpita. El ser<br />
mismo de Dios es Amor, nosotros creados a su imagen y semejanza nacemos<br />
de Su esencia. Lo alimentamos día a día y lo dejamos eclosionar para que salpique<br />
a todos los de nuestro alrededor y más allá. El amor derrite toda dureza<br />
hasta las imposibles corazas de hierro.<br />
Gracias Marta por este delirio… Gracias Renée por esta eclosión.<br />
Gracias a todos… Daniel, Mariano, Daniela, María Belén, Mamá… los<br />
amo.<br />
“Amar”, un poema para que vibre nuestra vida.<br />
Despojarnos de nuestra piel y…<br />
Amar hasta la locura sin entendimientos.<br />
Amar despacio con éxtasis hasta el cansancio.<br />
Amar con la mirada limpia y amar en sueños.<br />
Amar con el corazón al que nos ama y al que nos odia.<br />
Amar con el alma rota y tener compasión.<br />
Amar a todos y a ti. Entre risas y llantos.<br />
Amar luchando. Amar sufriendo. Amar festejando.<br />
Amar pariendo y muriendo. Amar construyendo.<br />
Amar todos los días y las noches. Amar la vida.<br />
Amar al amor. Amar al ser. Amar al que nos creó.<br />
Desnuda y con el alma en brasas… amar.
80<br />
JULIA MANSI<br />
MARTÍN, LA PASIÓN Y LAS MUJERES SALTEÑAS<br />
Es una fría noche en el monte, descansa el Padre de los pobres, junto al fogón.<br />
Con sus nobles hombres, los paisanos, mulatos, negros, gente gaucha con<br />
mucha fuerza. Descalzos, con harapos y el estómago vacío, siguen al jefe.<br />
Hay una meta en común, la lucha por la independencia. Está orgulloso<br />
de todos ellos y de las mujeres de Salta. Se siente acompañado. Entre luchas<br />
y pasiones la jujeña está cerca de él.<br />
Con aspecto de hombre monta a caballo, va camufl ada para registrar los<br />
movimientos del enemigo. De vez en cuando en algún bailecito se pone pollera<br />
y una blusa, resalta su belleza femenina. Al principio pasa desapercibida, cosa<br />
que en poco tiempo, cambia la situación.<br />
–Mi general ya entregué el comunicado, por esta noche puede descansar,<br />
quédese tranquilo y mire a esa luna sonriente, parece que lo quiere abrigar.<br />
–Todos podemos descansar.<br />
–¿No está contento con las batallas ganadas?<br />
–¿Por qué lo preguntás?<br />
–Se lo ve apenado. Porque no me cuenta, largue el rollo jefe se sentirá<br />
aliviado.<br />
–Hoy enterramos mientras usted cumplía su misión, al hijo de la viuda,<br />
ese gran pequeño valiente. En su potranca vino, estaba por caerse y su madre<br />
corrió para abrazarlo. Logró decirle que el enemigo se prepara para darnos<br />
el remate con mil hombres. No quiero más muertes y menos de pequeños.<br />
Mañana voy a hablar con mi gente, para ponerlos al tanto. Necesitamos otro<br />
golpe de suerte y de justicia para poder devolverlos.<br />
–No se castigue con tormentos. Todos estamos dando nuestra sangre, por<br />
libertad. Le parece poco jefe.<br />
–No me llames jefe, ahora no.<br />
–Bueno si usted lo dice, y como le debo llamar.<br />
–No quiero vueltas, las cosas pintan de esta manera.<br />
–Le parece, te parece que nadie se dio cuenta de que me arrastras el ala.<br />
–Las cosas que decís, necesito del calor de una mujer, muy lejos tengo a<br />
la mía.<br />
–Sólo por eso. ¿No hay nada más?<br />
–¿Qué me quéres sacar?
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
–Necesito que me digas sin sobresaltos porqué lo hiciste. Porqué Carmen<br />
si no…<br />
–Shshshshs no sea cosa que despiertes duendes esta noche y vayan con<br />
cuentos. La soledad en el alma es como un puñal helado, entra despacito, lo<br />
más despacio para que mayor sea el sufrimiento. Carmen tiene a mis hijos, su<br />
calor, sus besos, sus risas, escucha decirles mamá. Yo aún no sé como suena.<br />
–Te entiendo.<br />
–Nada entendés, estabas encerrada entre paredes y pensé que tu ausencia<br />
sería para siempre. ¿Podés imaginar eso?<br />
Los triunfos sin tu presencia, no serían lo mismo. Las llamas de la fogata<br />
tiemblan ante tanta pasión.<br />
–¿Qué querés decir que no me he comportado como un valiente gaucho<br />
en todo este tiempo?<br />
–Te has comportado como eso y mucho más. Eres una dama, no te trataron<br />
como tal. No fueron demasiado inteligentes para no saberlo.<br />
–Y cuando te diste cuenta vos –acentúa el vos.<br />
Le saca una sonrisa al general. Su mirada recorre las sierras pintadas de<br />
rojo, el humo romántico va por detrás de los hombros sensuales de Juana, la<br />
embellece.<br />
–Mirá las cosas lindas que me ha dado esta vida manoseada por la sangre.<br />
–Una esposa, hijos… –ella enumera con los dedos.<br />
–Una compañera en días tristes, en días cargados de lluvias en soledad.<br />
Una compañera que me abriga y cura mis heridas. Calienta el frío de las penas.<br />
Escucha la noche, sus ruidos, los sollozos ahogados del dolor, del desgarro de<br />
la carne viva, no hay ayuda de los superiores. Hay impotencia. La asfi xia de<br />
las carencias respira en un sueño. El sueño de su compañera, el de todo un<br />
pueblo y el suyo. Martín comparte el cigarro con ella. También cuando está en<br />
ronda con su gente, de boca en boca lo pasan. El campamento parece inmovilizarse.<br />
La luna baña el valle. Se encuentran envueltos por el aroma de hierbas<br />
y del tabaco diluido por los frescos vientos. Hay un encuentro. El crepúsculo<br />
se despoja de todo pensamiento.<br />
Sólo ellos están despiertos. Martín calma sus temblores, en busca de su<br />
boca, retira los pequeños bucles de su cara, ella apaga sus grisáceos faroles y<br />
las lenguas vivas hablan en mil idiomas.<br />
El horizonte retumba en pequeños estruendos. Luchan las pequeñas llamitas<br />
del fuego por permanecer un rato más. El amanecer se asoma. El jefe con<br />
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JULIA MANSI<br />
su barba acaricia la espalda desnuda. La nube de pólvora los marea, el aroma<br />
de poleo y tomillo desaparecen. Pierden sensaciones. Sus labios sonríen en<br />
paz. Ganaron todas las batallas, a otros les tocarán ganar la guerra fi nal de<br />
libertad.<br />
Juana Moro Era una dama jujeña radicada en Salta. Durante las invasiones<br />
realistas vestía de gaucho y se trasladaba a caballo para registrar el<br />
movimiento del enemigo, fue apodada “La emparedada”.<br />
FIDELIDAD DORMIDA<br />
Mi conciencia late perturbada, comienzo a tener noción de que existe.<br />
Me levanto como todos los días, tomo el desayuno con Alma mi joven<br />
mujer, siempre lo va a ser, le llevo demasiados años, nunca me di cuenta de<br />
ello. Juani toma su jugo de naranja, café con leche, vainillas y parte para su<br />
año en CBC.<br />
Mi escritorio colmado de proyectos me reclama, me obsesiono con tantos<br />
planes, quiero dejarle un buen pasar a mis hijos. Mi mirada se extiende más<br />
allá de la ventana y recorre un camino conocido. Con quiebres, valles y grandes<br />
montañas de rocas. Pero acá estoy, lucho porque todos mis planes pasaron<br />
de un estado sólido a líquido o más bien a gaseoso.<br />
Me consideré siempre el rey de la noche, un Casanova, el que todo lo<br />
tiene bajo control. Paso a ser un casero empedernido, obsesionado en compras<br />
inmobiliarias sumo cuentas en el banco para poder irme tranquilo. Soy un<br />
hipócrita y ella me clava esta lanza que nunca me va a dejar de lastimar. Ella<br />
me traslada de lo cómodo a vivir en familia, con todo lo que ocasiona esto<br />
sin acostumbrarme totalmente. Alma vuelve tan contenta del ginecólogo, en<br />
la mano unos análisis, No la abracé, no le dije todo lo que la amaba, al contrario,<br />
la defraudé. Insultos, gritos y peleas con toda mi razón y ella con la<br />
suya. Porqué no te cuidaste, porqué lo planeaste sola, un embarazo que en las<br />
circunstancias dadas no es mío. Me derrumbas, caigo y no puedo sostenerme.<br />
Lo triste es que te amo y lo nuestro ya toca fi n. Lo analizo y no comprendo<br />
como en segundos todo lo construido, desaparece.<br />
Todo lo tenía calculado para un buen pasar con viajes, cenas a luz de<br />
velas, en lugares exóticos y con un hijo ya casi independiente. De mis manos<br />
se escapa este hogar, en el cual empezaba a sentirme cómodo. Las canas pue-
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
blan casi toda mi cabeza y ahora rompo toda relación de trabajo anterior para<br />
ganarle al tiempo con otros adinerados sueños.<br />
El cielo me aplasta, todo sucumbe, mi mujer me traiciona y trae a este<br />
mundo a alguien que no lleva mi sangre.<br />
“Porqué tan seguro que no es tuyo”. “Yo te lo afi rmo, no es mío”.<br />
“No puedo creer tanta desconfi anza, me estás hiriendo”.<br />
“Sabes por qué, a esta altura que ya todo está perdido, te lo voy a decir,<br />
me hice una vasectomía, no te lo dije, porque no lo hubieses aceptado”.<br />
“No lo puedo creer”. No pude soportar tu llanto, di un portazo y partí<br />
a comer a Eliseo, nuestro lugar preferido, cálido, acogedor, necesitaba aún<br />
sentirte mía. Mi Alma, con quien compartías esos malditos momentos cuando<br />
trataba de superarme económicamente. Mis manos tiemblan huecas, mi<br />
corazón lo arrancaste y te bañaste con deleite en sus cascadas tornasoladas.<br />
Un ADN está en camino por tus insistencias y yo, no sé realmente, ya no creo<br />
ni en mí mismo.<br />
Suena el teléfono, levanto enseguida y vos desde tu habitación también.<br />
“Los análisis dan un cien por ciento que es tuyo Lautaro”. Corto y hago<br />
otra llamada. “Hay probabilidades en uno por mil, porque queda un fi lamento…”.<br />
Corto la llamada porque ya no tengo voz, esa voz que necesito para<br />
pedirte mil veces perdón, seguir hasta obtenerlo. Siento tus suaves pasos por<br />
la escalera, los vidrios del ventanal me proyectan una fi gura elegante y embarazada.<br />
Apoyas las manos en mis hombros, inclinas tu cabeza sobre la mía,<br />
tus labios apenas se abren.<br />
“Yo voy a saber educarlos”. “Juntos lo vamos a hacer”, mientras la beso.<br />
“Ahora necesito de un tiempito para confi rmar un negocio”.<br />
La casa tiene otros perfumes, abro la habitación de mi pequeña, Alma se<br />
quedó dormida junto a ella, las contemplo no sé por cuánto tiempo.<br />
LA VENTANA QUEDA ABIERTA<br />
Entreabro un ojo, luego muy despacio el otro, siento mucho frío, quiero<br />
dormir y seguir en el sueño. Lo deseo y lo anhelo con arduo dolor.<br />
Trato de ponerme en pie, se mueve el piso. Abro una y otra puerta hasta<br />
encontrarlo. Me espera con un gran desayuno, me va a agasajar. No recuerdo<br />
la fecha de nada importante. Me miras, me extiendes los brazos y no me alcan-<br />
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JULIA MANSI<br />
zas. Corro hacia ti y la distancia en vez de acortarse se alarga. Hay un camino<br />
infi nito que nos separa con mucha agua salada y embravecida.<br />
Cuando comienza a sucederme esto, puntualmente no lo recuerdo. O no<br />
quiero. Sólo los ansiolíticos ponen un freno a esta tempestad que se desata en<br />
mí. Me levanto de la cama, descorro las cortinas y observo el mar. No hay sudestada.<br />
Es un espejo donde brotan pequeñas llamitas en un equivocado amanecer.<br />
Mis manos dejan de temblar. Mis gestos insensibles dejan de latir. Estoy<br />
abatida. Hoy puede ser. No tengo que dar explicación a nadie. Ya no. Termino<br />
de tomar el agua del vaso que todas las noches lleno y me acurruco nuevamente.<br />
Entre sábanas de tristes fl ores, te nombro una y mil veces, tomo aire y grito,<br />
nadie me escucha. Exhalo un suspiro, quizás el último. Doy un salto, me repito<br />
no puede ser, me estiro, los brazos llegan a rozar el techo, me saco el pijama y<br />
llego hasta la ventana. Apoyo los brazos sobre el marco y me río.<br />
Río de las cosas que hago para demostrarme que estoy viva. Hay un camino<br />
por conquistar. Sólo un camino, ahora sé que tiene una sola mano.<br />
Cuando me atrapaste. Aquella noche en el boliche o cuando tu fi rme voz<br />
me dijo, te tengo que dejar pero te espero.<br />
El amor es muy loco, nos enamoramos de la persona con la que más problemas<br />
vamos a tener. Hoy mi destino sería otro pero estoy atrapada.<br />
Tomo un pañuelo y me seco los ojos sin lágrimas. Me siento en el borde<br />
del ventanal. Estaría navegando con el capitán del crucero Esperanza, habrá<br />
ya, encontrado consuelo en otros puertos. En su última carta me dice que me<br />
tiene preparado un gran desayuno con fl ores no tan hermosas como yo. Que<br />
me anime a esta aventura que podría ser la última. Está en todo su derecho. Y<br />
el mío, donde llora amordazado.<br />
Todo iba a ser distinto si actuaba con lealtad. Siempre rodeado de mujeres<br />
y yo una más. Que como yo ninguna, son sólo palabras cautivadoras.<br />
Llega mi hora. Me doy vuelta lentamente, primero con una mano y luego<br />
la otra, me suelto. Pero antes miro hacia la cama y me despido de mi cuerpo<br />
dormido. Me dirijo hacia el camino con un rumbo, puedo concretar un arrepentido<br />
deseo.<br />
UNA VIDA EN PROMESA<br />
Es invierno, los níveos rayos me abrazan y me lastima el perfume de los<br />
recuerdos. Un encuentro entre nostalgias, desbordes y contrastes de sentimien-
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
tos. Una y otra vez dan vueltas y se acoplan sobre la mirada que está tiesa en la<br />
rosa. Es la misma que clavó sus espinas en mi alma. Una rosa azul, única muy<br />
costosa y sin perfume. A mí no me perfuma. Declinan las fuerzas, el desánimo<br />
me atrapa, me eleva y me tira, caigo como una rama desecada. La promesa<br />
que late. Tuve mi tiempo, no fue más que varios suspiros. La vida descose lo<br />
que hilvanan nuestros pensamientos. La mañana me acaricia aún con restos de<br />
sueño, resplandece el brillo de tu mirada en la mía. Es la luz que me amarra a<br />
ti y es lo único que me mantiene vivo. Fue por mi insistencia que en la nursery<br />
se apiadaron y pude ver tu carita. El tiempo intensifi có tus facciones en mis<br />
pensamientos. Tus ojos color mar se encontraron con los míos, los salpicaste<br />
con tus lágrimas y desde ese entonces, no paro de buscarte porque quiero que<br />
me reconozcas. Cuando deje esta injusta prisión, la lluvia caerá sobre los dos,<br />
nos mojaremos pero juntos. Mis arrugas en la cara, me devuelven una visión<br />
a la que nunca quise llegar a conocer. La eterna juventud se evaporó. Qué risa<br />
me da. Aún estallan en mi memoria los cuentos infantiles, los tengo todos<br />
guardados para contártelos.<br />
No es dilema, si pudiera regresar tiempos idos… son sólo palabras, sería<br />
todo lo mismo. Desembolsar ahogadas penas es empantanarme en lacras que ya<br />
no valen la pena. Me levanto, salgo al jardín, las palomas acompañan mi congoja,<br />
la última rosa se está por secar. Demasiado tiempo para seguir en el rosal.<br />
Espero la última acción de mis cansadas piernas. Alzo las manos, me<br />
arrodillo, bajo mi pesada cabeza, cierro los ojos, todo se diluye.<br />
–¿Necesito saber adónde la llevaron, dónde está viviendo?<br />
–Jamás lo sabrá, ellos no saben lo que hacen, sólo quieren a la pequeña<br />
lejos de usted –dice una vecina.<br />
–No entiendo esta obsesión de criarla sin el padre.<br />
–Y sin la madre.<br />
–¿Qué me quiere decir?<br />
–A ella la llevaron a un lugar donde no puede tener visitas y sólo si su<br />
comportamiento es bueno podrá salir a la mayoría de edad.<br />
–¿Qué dice?<br />
–Que se terminó todo entre ustedes y toda la familia.<br />
–Pero sigue en pie lo que le prometí.<br />
–¿Que irían a vivir juntos a su regreso? Jamás baje los brazos pero eso<br />
puede llegar a ser un milagro.<br />
Una niña adolescente, ya sola, recorre recuerdos y vuelve hacia un pasado<br />
vivo en busca de sus verdaderos padres. Encuentra a una madre presa en la locura,<br />
pero feliz sostiene su canosa cabeza. Sus ansias siguen hasta conseguir lo<br />
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JULIA MANSI<br />
que tanto desea. Una inesperada noticia acomoda la realidad. Sacude, renueva<br />
y estabiliza el perfume de las rosas que por algún tiempo lo perdieron. La vida<br />
cose algunos hilvanes que han rescatado los pensamientos.<br />
COMPORTAMIENTO OSCURO<br />
Mauricio con una herencia importante en las manos logra acrecentar sus<br />
negocios. Su padre un funcionario del municipio, cuando muere le deja valores<br />
materiales, ninguno lo dignifi ca como ser humano. Al poco tiempo muere su<br />
madre y con ella se van todos sus recuerdos.<br />
Un capital que sube y al mismo tiempo pierde fuerzas entre su hogar y mujeres<br />
perdidas. Detrás de su escritorio, dueño de una excelente empresa medita.<br />
Recuerda sin nostalgias a sus dos ex esposas con un hijo cada una. Actualmente<br />
tiene una compañera con una hija y trabajan en el mismo lugar. No pasa por<br />
un gran momento, tiene enfrentamientos con acreedores, no llegan a acuerdos.<br />
Abogados que reclaman y los juicios comienzan a apilarse. Baja el sueldo a<br />
todos los operarios y nunca cobran cuando debiera ser. Un caos en una enorme<br />
riqueza. Están ricos en trabajos y tan pobres en plata. No se entiende.<br />
Llama a Mauri, uno de sus hijos y le dice que si no quiere quedar en la<br />
calle, tiene que cobrar todo lo que le deben los empresarios del campo.<br />
Sale Mauri con poco ánimo, a la mañana siguiente antes de despuntar el<br />
alba. Obedece órdenes porque sabe que su padre cumpliría la promesa. No se<br />
da cuenta cuando paró el coche y estacionó en la banquina para dirigirse en<br />
un llano cubierto de hojas entre amarillas y pardas.<br />
Se encuentra apoyado con la espalda en el tronco de un eucalipto.<br />
–¿Necesita ayuda? –alguien dice. Se da vuelta y no divisa a nadie. Busca<br />
detrás del árbol, siente ruido de hojas secas cada vez más cerca. Aparece un<br />
anciano con una mediana barba blanca.<br />
–Sí, yo soy el que te habla –se acerca más– estás preocupado.<br />
–Lo estoy, pero quién es usted para interesarse de mis penas.<br />
–Con el tiempo lo sabrás. ¿Te puedo ayudar?<br />
–Si aún no sabe mi nombre ni yo el… suyo.<br />
–Soy un sabio anciano y sé que te llamas Mauri hijo de Mauricio González.<br />
–Todavía no sé cómo me conoces tanto y de dónde vienes con esa ropa.<br />
–Digamos que vengo de muy lejos, caminando… la túnica y la capucha<br />
me resguardan del frío, del viento y de la lluvia.
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
–Supongamos que le creo, ¿cómo me puede ayudar?<br />
–Lo debes cuidar más que a tu vida, toma este anillo, tiene historia pero<br />
no es para contártela ahora.<br />
–¿Por qué brilla tanto?<br />
–Es un brillo exclusivo de él.<br />
–Y cómo sé que me puede ayudar.<br />
–Tiene poder y sabiduría. Tiene poder sobrenatural sobre el resto de los<br />
seres. El anillo te convierte en un dios, pero a su vez te esclaviza y no puedes<br />
deshacerte de él. Te va a corresponder en todo lo que necesites siempre que<br />
obres el bien. Se dieron la mano y cuando quiere saber si se lo tiene que devolver,<br />
medio aturdido como borracho sin haber tomado, arranca el motor y<br />
se desliza por la carretera, cree lo que no puede ser. Decidido va a enfrentar a<br />
esa gente muy presumida y a conseguir el pago de las deudas. Unos días son<br />
sufi cientes para cobrar un caudaloso capital. Se presenta ante su padre y sobre<br />
el escritorio abre un maletín con billetes verdes. Asombrado le pregunta cómo<br />
lo hizo. Le responde que lo importante es que pudo cobrarlo.<br />
–Seguirás en la empresa con un alto sueldo, pero es que no puedes hablar<br />
de esto a nadie.<br />
–¿Con qué objetivo?<br />
–Con el mismo que hasta ahora me manejé.<br />
–No te puedo creer.<br />
–Creelo y seguirás con tu sueldo.<br />
–No puedo.<br />
–¿Qué es lo que no puedes?<br />
–Seguir con toda esta farsa.<br />
–Puedes irte cuando quieras pero antes debes darme ese anillo que me<br />
corresponde.<br />
–No es tuyo.<br />
–Ni tuyo.<br />
–No es de nadie salvo de aquel anciano que me lo dio.<br />
–No vengas con cuentos, lo quiero ver.– Forcejean, los golpes en la puerta<br />
se intensifi can. Alguien entra sin permiso y va directamente hacia el anillo.<br />
Mauricio aprovecha la distracción del hijo y se lo arrebata. Una vez en su<br />
poder, se lo calza en el dedo.<br />
–Ahora es mío.<br />
–No sabes lo que dices –agrega el extraño.<br />
–Yo doy todo lo que tengo y tú ¿quién eres? –dice el hijo.<br />
87
88<br />
JULIA MANSI<br />
–Ya cumpliste tu tiempo con él, te dejo libre.<br />
En el dedo del padre el anillo comienza a perder brillo, ya no lo quiere<br />
pero tampoco puede sacarlo del dedo.<br />
–Sólo podrás dejarlo ir cuando restablezcas tus cosas y las pongas en<br />
orden.<br />
–¿Pero qué clase de anillo es éste?<br />
–Es un anillo con historia y si quieren se la puedo contar.<br />
–¿Eres el anciano que encontré en el bosque? –dice Mauri.<br />
–El mismo de capa y barba. Pero ahora estoy joven y sin barba.<br />
Se dan la mano y comienza a relatarles la historia.<br />
Hay una búsqueda de anillos que nació antes de las pirámides de Egipto<br />
y de los Muros de Babilonia. Hace unos cinco mil años que este anillo mágico<br />
comienza a usarse. Sobrevivió a la gloriosa civilización griega, al poderoso<br />
Imperio Romano y siguió subsistiendo a la aparición de los íconos fundadores<br />
de las religiones más importantes, Cristo, Buda y Mahoma. La historia del<br />
mundo se sigue tejiendo y con ella la del anillo perdido. Se quedan dormidos<br />
en una placentera siesta, en un tiempo mágico y cuando despiertan hay muchos<br />
cambios que los toman por sorpresa.<br />
–Señores, todos están muy contentos al recibir el sueldo por adelantado y<br />
los premios que nunca fueron pagados –dice el contador.<br />
En un abrazo impensado terminan ambos, padre e hijo. Hace mucho<br />
tiempo que se lo deben. Cuando comienzan a recordar lo ocurrido como una<br />
anécdota pasada, entra la señora del padre, luce un anillo en el único dedo<br />
desocupado. Abraza a su esposo y le agradece el magnífi co regalo. Le dice<br />
que jamás le había regalado uno igual, con tanta brillantez. Cuando Mauricio<br />
le quiere explicar que él no había sido, su hijo se adelanta y le dice que su padre<br />
se lo había comprado para el aniversario, como no le había regalado nada,<br />
dejando de lado el cheque en blanco, ahora le daba esa joya.<br />
–Sí –le dice Mauricio satisfecho– quiero que lo tengas.<br />
La sonrisa de ella comienza a diluirse cuando el resplandor de la joya se<br />
transforma en algo vulgar.<br />
JULIA MANSI
IMPROVISANDO CADA PASO<br />
EDITH MIGLIARO<br />
PRÓLOGO<br />
En este sueño maravilloso de vivir, transito improvisando a cada paso.<br />
He tenido pesadillas, oscuras y terribles, como todos. Y he tenido momentos<br />
inolvidables.<br />
Ahora los puedo volcar en un papel, quizás no de la mejor manera, pero<br />
que trasciendan de mí esos seres sorprendentes que me han acompañado, para<br />
que el mundo los conozca, aunque el mundo sea una sola persona, es lo más<br />
cercano a la dicha que se puede estar.<br />
Qué importaría amar si no pudiéramos hacer sentirse amado al otro, qué<br />
importaría haber tenido hijos si no los arrancáramos del corazón para dejarlos<br />
gozar del mundo, del amor y compartir sus proyectos e ilusiones, qué importaría<br />
tener amigos si no les dijésemos que son como el aire para nosotros, o<br />
tener profesores y no hacerlos saber que con lo que nos han enseñado ahora<br />
somos más felices.<br />
Qué importaría vivir, sin estas pequeñas grandes cosas.
90<br />
EDITH MIGLIARO<br />
DRAMA EN LA REDACCIÓN<br />
La joven mujer se acostó en la mullida y amplia cama. Sonidos inconexos<br />
llegaban desde la ventana abierta, prestó atención, el silencio de la noche ocultaba<br />
miles de sonidos: un ladrido, la alarma de un auto, una frenada. La luz de<br />
la luna menguante iluminaba parte de la pared, dentro de la habitación, más<br />
ruidos, el tic-tac del reloj, los crujidos de la cama al moverse.<br />
Encendió un cigarrillo y dejó el atado que él había olvidado sobre la mesa<br />
de luz, se adormeció. Le pareció escuchar pasos en la escalera, el aire de la<br />
habitación quedó inmóvil, como una pausa entre un segundo y otro, sintió un<br />
frío intenso en la espalda, un dolor que le atravesó desde la espalda hasta el<br />
corazón.<br />
Sus ojos se abrieron más y así quedaron, el cigarrillo apenas consumido<br />
cayó de su mano y se apagó en el charco de sangre que se formó junto a la<br />
cama. No, no, no. Esto está mal, se dijo a sí misma en voz alta, cliqueó todo y<br />
lo envió a la papelera. Empecemos otra vez.<br />
El la amaba profundamente, amaba todo de ella, su cuerpo, sus ojos, su<br />
manera de hablar, su independencia. No le importaba lo que ella pudiera sentir,<br />
sólo lo que él sentía. Caminó en la noche iluminada por la luna menguante,<br />
desesperado de angustia, ahogado de dolor, utilizó la llave que ella le había<br />
dado y entró en su casa. Tomó el cuchillo más grande que encontró en la<br />
cocina, subió vacilante hasta el dormitorio. No podía aceptar que a ella no le<br />
bastara su amor de medio tiempo. –Divórciate o terminamos– había dicho ella.<br />
Sintió que los escalones se hundían a su paso, entró en la habitación. Ella de<br />
espaldas a la puerta fumaba acostada, silenciosamente clavó el cuchillo. Dio<br />
un paso atrás, y contempló el cuerpo inerte, corrió escaleras abajo, corrió al<br />
salir de la casa y siguió corriendo hasta ser tragado por la noche.<br />
Peor –gritó– esto es peor. Pensemos, serenidad: atenerse a los hechos<br />
comprobados, discreción, sencillez y veracidad. Dónde, cuándo y cómo.<br />
En el barrio de Villa Devoto, la policía ha descubierto el cadáver de una<br />
mujer de mediana edad. La muerte fue provocada por un arma blanca, presuntamente<br />
un cuchillo de cocina que le atravesó la espalda hasta el corazón.<br />
Las autoridades no descartan ninguna hipótesis, pero cobra fuerza la teoría de<br />
un crimen pasional, no faltaría ningún objeto de valor del inmueble. Algunas<br />
fuentes sostienen que la mujer era visitada por varios caballeros<br />
Ahora sí, imprimo
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
–Señor, he redactado la noticia de la mujer muerta en Devoto –dijo extendiéndole<br />
la hoja impresa.<br />
–No está mal, pero le falta imaginación, no solo es contar los hechos, hay<br />
que crear una historia –le dijo el editor después de leerla rápidamente– Algún<br />
día lo lograrás.<br />
Ya había escuchado eso durante cinco años.<br />
–Sigue redactando el horóscopo, procura que no se repitan las predicciones,<br />
al que le fue bien en trabajo hoy que mejore en el amor, ya sabes.<br />
Pensaba que esta vez lo había hecho bien.<br />
–Y tráeme una taza de café, en eso sí eres buena –sonrió.<br />
En la cocina llenó una taza de café, le agregó dos sobres y pensó: el<br />
cuerpo del editor fue hallado por una de sus colaboradores, recostado en el<br />
escritorio junto a una taza de café, que días después se comprobó, estaba envenenado.<br />
Dejó la taza de café sobre el escritorio del editor sonriendo, él ni la<br />
miró. Se fue murmurando…<br />
Géminis: Problemas respiratorios. Cuídese de los celos. Libra: Dejará su<br />
trabajo. No abuse del café. Sagitario: …<br />
Mi querida:<br />
CARTA<br />
91<br />
Buenos Aires, 16 de febrero de 1950<br />
Cómo explicarle que agonizo por su ausencia. Sé que no le importa, que<br />
desprecia mi amor, que se burla.<br />
Desde que se fue a esa estancia, no encuentro consuelo, ahogo mi tristeza<br />
en copas de champagne en los bailes del Club de Leones, a los que asisto solamente<br />
para cumplir mis compromisos sociales o en vasos de caña en los más<br />
baratos piringundines a los que soy arrastrado por mis compañeros de polo.<br />
Trato de dominar mi insomnio con agotadoras jornadas de póker, para<br />
castigarme por esas noches en las que me abandono en los brazos maliciosos<br />
de mujeres perdidas para olvidarla, y luego me dejo yacer miserablemente<br />
durmiendo hasta el medio día.
92<br />
EDITH MIGLIARO<br />
Como sin hambre, para no morir, aunque le aseguro que a los postres es<br />
cuando más la recuerdo.<br />
Las desesperantes tardes las dedico a vagar taciturno sin rumbo por la<br />
ciudad, si ocasionalmente me encuentro con amigos para no dar lástima acepto<br />
ir a tomar el té a Las Violetas o a jugar al críquet. En los fi nes de semana, ya<br />
emocionalmente agotado, voy al hipódromo a descargar mi tristeza gritándole<br />
a algún matungo, le diré que el domingo pasado gané 100 pesos que compensan<br />
los 200 que perdí en el casino.<br />
¡Ingrata! Su prima me informó que se quedará allí siete u ocho meses, y<br />
también inocentemente mencionó que estaba engordando, ¿la Buena Vida?<br />
Espero que haya mejorado de los malestares que sufrió últimamente. Es<br />
injusta esta vida, Usted de vacaciones en la paz del campo y yo sufriendo en<br />
la ciudad. Igualmente no le guardo rencor, cuando regrese, si aún estoy con<br />
vida, hablaremos.<br />
Siempre suyo<br />
Isidoro<br />
EL POETA<br />
En la oscuridad de sus poemas, se podía reconocer una personalidad atormentada.<br />
Alguien raro, un genio, un loco, un artista. Desconocía por completo<br />
su historia y no podía preguntar; pero me atraía esa mente oscura, profunda y<br />
confundida que fraccionada dejaba escapar en sus escritos.<br />
Tendría que haber estudiado psicología para comprender los mecanismos<br />
que utilizaba su subconsciente para mostrarse. Pero… lo admiraba.<br />
EL CIELO Y EL INFIERNO<br />
En algo debía triunfar, su sucesión de supuestos fracasos ya no despertaban<br />
ni lástima. Cerró los ojos para poder concentrarse y se quedó dormido.<br />
Soñó que había muerto y llegado al cielo, igual al que aparece en todos<br />
las películas y describen en todos los libros, no tenía imaginación para crear<br />
una versión original del más allá.
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
Había dos puertas y sobre cada una un letrero EXITOSOS en una y FRA-<br />
CASADOS en la otra, dudó cual abrir, se decidió por la primera y entró. Lo<br />
recibió un ángel sonriente y lo condujo hasta un hermoso jardín con glorietas<br />
fl oridas un profundo aroma a jazmines y una brisa suave y agradable.<br />
Miró desorientado al ángel y éste le dijo: “solamente trata de ser feliz”.<br />
Arrepentido salió rápidamente del jardín, y abrió la segunda puerta, lo<br />
recibió otro ángel sonriente y lo condujo a un jardín casi idéntico al anterior,<br />
y el ángel solamente le dijo: “ahora serás feliz”. Se despertó, ya no sentía ni el<br />
apremio del triunfo ni el peso del fracaso.<br />
LA BELLA<br />
Era un pueblo casi abandonado, los pocos negocios que sobrevivieron a la<br />
gran migración, se alineaban en la polvorienta avenida principal que desembocaba<br />
en la plaza seca y arrumbada. Dos o tres viejos conversaban tratando<br />
de tolerar el hastío.<br />
Ella, con su pesada mochila de su otrora belleza, caminaba soberbia y<br />
sombría, toda vestida gris como su cabeza, como su vida.<br />
Él, recién llegado y ajeno a las leyendas, la saludó bajando levemente el<br />
ala de su sombrero.<br />
Ella inclinó ligeramente su cabeza.<br />
La escena se repitió durante varios días, mientras la muerte expectante<br />
esperaba ser invitada a la cita –mira directo a los ojos y sin importarle si estás<br />
preparado, te lleva.<br />
Hasta que él decidió hablarle, ella sonrió lo miró con la mirada más hermosa<br />
y fría que se pudiera imaginar, él que ya no pudo bajar la vista, sintió<br />
que se le helaba el alma pero era imposible detenerse.<br />
Juntos de la mano, caminaron hasta el fi nal de la calle, cruzaron la plaza<br />
cuando los últimos rayos de sol se despedían sobre sus espaldas y se perdieron<br />
en el bosque, él gozaría de su amor y ella añadiría uno más a su lista.<br />
Algunos vecinos los vieron, ya sabían la historia repetida.<br />
Al día siguiente ella, con su pesada mochila de su otrora belleza, caminaba<br />
soberbia y sombra, toda vestida gris como su cabeza, como su vida.<br />
93
94<br />
EDITH MIGLIARO<br />
LA PUERTA Y LA MUJER<br />
Un obstáculo que impedía seguir su camino. Pero encontró la manera de<br />
sortearlo, no sin gran esfuerzo. Tendría por delante más obstáculos.<br />
HOMBRE Y MUJER EN LA VENTANA<br />
Sorprendido y temeroso vio escapar el amor de su vida y lo dejó ir. La<br />
mujer asomada a la ventana, se dejaba contemplar por el paisaje, sin atreverse<br />
a formar parte el él.<br />
INTERMITENCIAS<br />
Y aunque lo niegues, fui por una noche, tu esclava y tu doncella.<br />
I<br />
II<br />
Corrió un trecho, caminó lento, otro. Lloró suavecito y en silencio río con<br />
alegría, y rió con ironía. Disfrutó su presencia, añoró su pasado y dudó de su<br />
futuro.<br />
III<br />
Era una planta no muy bella pero creció fuerte, tuvo retoños y fl oreció.<br />
Sus semillas volaron de sus tallos, unas cerca otras lejos muy lejos. Todas<br />
germinaron y fueron plantas mucho más bellas.<br />
IV<br />
La noche era húmeda y calurosa, ella disfrazada de vampiresa espera,<br />
en la esquina algún amor. En su cabeza ha hecho la cuenta de cuántas noches<br />
debían pasar para reunir el dinero necesario. Ya había reunido varias veces esa<br />
suma, pero qué otra cosa sabía hacer. Por eso seguía parada en la esquina.
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
PODER<br />
En el tumulto de mis sentamientos, camino sin destino, sólo necesito<br />
cansarme lo sufi ciente para no pensar. Sé que mi mente puede recrear el escenario<br />
que desee.<br />
Puedo sentir la arena caliente bajo mis pies descalzos y el aire salado, puedo<br />
sentir el frío del viento, ver salir el sol o la claridad detrás de las nubes.<br />
Puedo estar en la montaña y gozar de la fatiga en mis piernas al trepar<br />
entre las piedras, mi respiración entrecortada y el miedo embriagador a la<br />
caída.<br />
Puedo zigzaguear entre la gente en la calle asfi xiante de la ciudad, en el<br />
laberinto de negocios edifi cios, sentir la humedad e indiferencia.<br />
Puedo, sentada en una galería, disfrutar una tarde de verano y contemplar<br />
el campo vasto.<br />
Puedo perderme en las estrellas, y a solas, sentir el vacío infi nito apresado<br />
en mi cuerpo.<br />
Puedo pero no quiero.<br />
Y NUNCA CAMBIAN<br />
Habían compartido sus divertidos y controvertidos años de adolescencia,<br />
y después de encuentros fortuitos, tres amigos deciden rememorar la perdida<br />
juventud en un fi n de semana de pesca.<br />
Alquilarían una lancha en el amarradero de la posada.<br />
–El gordo avisó que venía, pero más tarde, tiene que resolver un problema<br />
de un pobre diablo empleado de su fábrica –dijo el primero.<br />
–Por eso no tiene nada –dijo en segundo.<br />
–En el colegio era el conciliador.<br />
–Yo siempre me ocupé y me ocupo solamente de mis cosas y nada más–<br />
dijo en segundo.<br />
–Ni qué lo digas –contestó el primero, tanteándose los bolsillos– Pagás<br />
vos que olvidé la billetera en la habitación.<br />
95
96<br />
EDITH MIGLIARO<br />
Y mientras reunía el dinero siguió diciendo el segundo:<br />
–Yo siempre estoy atento a lo que pasa, no dejo que me sorprendan, por<br />
eso dejé a mi mujer.<br />
–Tenía entendido que se fue con otro…<br />
–No, estaba destrozada cuando le dije que todo había terminado y por<br />
revancha se fue con ese fulano –dijo casi orgulloso– y el gordo ¿sigue casado<br />
con esa feuchita?<br />
–Si, tiene cuatro hijos, seis nietos. Por teléfono parecía feliz.<br />
–Yo odio la rutina, tengo un paladar muy fi no, pruebo un poco de cada<br />
plato– respondió divertido el segundo.<br />
–Como en el colegio, fuiste el único que fue solo al baile de graduación.<br />
–Sí, el soltero más codiciado.<br />
–Ahí viene el gordo.<br />
Se les unió, sonriente y apurado.<br />
–Qué alegría de verte –dijo el primero.<br />
–Bienvenido ganador –y lo abrazó el segundo.<br />
Y los tres se fueron a disfrutar de su reencuentro de nostalgia y amistad.<br />
PROGRAMA DE RADIO<br />
RSA, Radio Verdad transmite desde el 181.0 del dial.<br />
–No hay novedades en el caso de los medicamentos “truchos”. El Fiscal<br />
citaría nuevamente al responsable del Área.<br />
Tanda comercial<br />
“Con yogurt Vida Sana Usted está protegido y no necesitará medicamentos”.<br />
Desde otro ángulo de la información<br />
“El índice de desempleo dado por el Indec es sospechosamente inferior<br />
que el calculado por las encuestadoras independientes”.
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
Tanda comercial<br />
“Si quiere jubilarse sin haber aportado nunca llame a García & asociados,<br />
tienen la solución”.<br />
Información Internacional<br />
–El Congo, el país africano con la mayor producción de oro del mundo,<br />
es también el que tiene uno de los mayores índices de mortandad infantil por<br />
desnutrición,<br />
Tanda comercial<br />
El ejercitador manual “Siempre en Forma” reduce tu cintura sin esfuerzo,<br />
sé tan fl aca como tu modelo favorita.<br />
“Si maneja no tome mucho y si toma mucho no maneje”.<br />
Éste en un mensaje de la Dirección Nacional de tránsito que siempre está<br />
atento a su seguridad.<br />
Por último:<br />
“Seamos responsables de lo que hacemos y lo que decimos”.<br />
SANDRO BOTICELLI<br />
Posa, simple y ajena a la relevancia del papel que debe representar, una<br />
muchacha con un niño en brazos, sentada en un pedestal que asemeja un rincón<br />
de la nave de una iglesia. A su lado cuatro niños, ángeles custodios. Más<br />
abajo, sobre el piso, formando dos grupos de tres personas, su corte.<br />
En el extremo más alejado una mujer, quizás la madre del niño, expectante<br />
y atenta observa; en el otro, un soldado con fi gura y rasgos femeninos, la<br />
ternura de la fuerza o la debilidad de las armas. En medio de cada grupo dos<br />
hombres mayores con barbas blancas simbolización de experiencia y sabiduría,<br />
cardenales u obispos, con los ojos cerrados rezando, meditando o abstrayéndose<br />
del mundo terrenal. A la derecha de la virgen el más cercano vigilante y<br />
soberbio, mirando por encima de los demás, el rey. Y a la izquierda enjutado,<br />
triste o abatido observando todo, un pensador.<br />
97
98<br />
EDITH MIGLIARO<br />
La fe, lo celestial, el poder, las armas, el amor maternal, la indiferencia y<br />
la refl exión. Un cuadro religioso o ¿una postal de la sociedad?<br />
POESÍA<br />
LEJANÍAS<br />
Elegiste otro cielo, otra frontera<br />
y lo respeto<br />
pero es difícil prescindir de tu presencia.<br />
No lo sabes, no lo digo<br />
presientes mi nostalgia<br />
tu destino está distante,<br />
mi amor está presente,<br />
cómo disimular cuánto te extraño.<br />
Desconozco tus penas,<br />
solo cuentas cosas buenas.<br />
Decidiste conocer el mundo,<br />
yo te cuido tu lugar<br />
tu alegría es mi quebranto<br />
y aunque el llanto<br />
se escape por mi mirada<br />
es añoranza, no tristeza.<br />
Me alegra tu ventura<br />
ser feliz es tu destino<br />
y el mío.<br />
EDITH MIGLIARO
SENTIMIENTO<br />
PATRICIA MOLTEDO<br />
PRÓLOGO<br />
La sorpresa de ver en letras de molde lo que alguna vez fue química en mi<br />
cerebro, la misma sorpresa de ser, humildemente, leída. Que mi historia, la de<br />
todas las mujeres, sea refl ejada en esas letras y se trasformen en mariposas de<br />
colores, y ¡ojalá! Se reproduzcan, en benefi cio de todos y todas.<br />
¡SORPRESA!<br />
Edelmiro llegó a su casa, estacionó el coche, abrió la reja, pasó el porche,<br />
abrió la puerta de entrada con su llave y penetró al living – comedor. Y allí<br />
fue que vio todo el piso goteado de sangre y pensó – otra vez María Lucrecia<br />
con hemorragia – Siguió pensando –Podría ser más cuidadosa.<br />
Caminó, en dirección al resto de las habitaciones. La llamó: –¡Lucre!<br />
¡Lucre!<br />
Y nada. Lucrecia no respondía, ni aparecía por ningún lado.<br />
Siguió el rastro de sangre y repentinamente, recordó. Hoy Lucrecia, tenía<br />
un cliente para los masajes. La huella lo fue llevando al jardín, todo fl orido,<br />
húmedo; las hojas tenían gotas, que las adornaban. –Claro –pensó– acaba de<br />
llover.<br />
Pero vio que las gotas eran de un tono oscuro, muy distintas a las de agua.<br />
Se dijo, que tendría que consultar al oculista, cada día veía peor. Al fondo, otro<br />
cantero de fl ores, tenía la tierra removida.<br />
Y mirando con atención, algo blanco asomaba por entre los terrones.<br />
Tomó un trozo de madera movió el objeto blanco. ¡Oh! Eran… dedos, y luego<br />
vio la mano entera. Tomó una pala y sin considerar la mata de fl ores, comenzó<br />
a cavar. Entonces… entonces… Apareció el cuerpo de…<br />
¿De quién? Él, al principio, creyó que escucharía, carcajadas, tranquilizadoras,<br />
a sus espaldas.
100<br />
PATRICIA MOLTEDO<br />
Pero, no. Era, efectivamente, el cuerpo de Lucre. Y lo más llamativo,<br />
a su entender, era la expresión de sorpresa del semblante femenino. Como<br />
si… Como si no esperara tal cosa. Como si la muerte la hubiese tomado por<br />
sorpresa.<br />
UNA MUJER, TODAS LAS MUJERES<br />
–Andate ¡Qué te vayas! ¡Estás robando! ¡Mostrame la cartera!<br />
–Estás loca, china loca, ¡volvete a tu país! ¡Comés acá y me decís esas<br />
cosas!<br />
La tarde mostraba el largo y cálido sol, la china comentaba a los clientes<br />
y al cielo:<br />
–¡Hay gente mala! ¡Hay gente mala!<br />
El humo todo lo ahogó y quemó. Sacaron a la china.<br />
TARDES A MEDIA LUZ<br />
–Yo opino…, decía el abuelo y nunca terminaba la frase. Era cuando tocábamos<br />
el tema de Francisca y Tadeo que se habían ido al sur. A veces contaba<br />
la historia de dos gánsteres que a fi nes del siglo XIX fueron a vivir también al<br />
Sur. Eran dos cowboys malhechores que terminaron mal, que por un tiempo<br />
trataron de corregir sus acciones, y luego volvieron a sus correrías.<br />
Historias del abuelo que andaba viejo y medio perdido.<br />
Tarde a media luz, la puerta enrejada que nos dejaba pasar luego que<br />
mamá la abriera. Un gran altar enmantelado nos recibe, al igual que el nauseabundo<br />
olor.<br />
–Nena, no es nada, es que deben haber traído a uno nuevo.<br />
Miro a mi alrededor, todo forrado en mármol beige claro, las escaleras<br />
que iban abajo, bastante incomodas, de barandas de hierro forjado, como un<br />
grueso encaje negro.<br />
–Hola, mamá, hola papá, hola a todos.-Saludaba mi mamá a sus seres<br />
queridos en ese lugar.
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
101<br />
Tal vez hubiera un gran Cristo crucifi cado. Todo prolijo, limpio. Los bronces<br />
brillantes. El mármol inmaculado. Dejaba mi madre un ramo de fl ores en<br />
el fl orero que había buscado en el piso superior, bajaba por la escalera, hacia<br />
un lugar oscuro. Nunca le habían gustado las fl ores cortadas.<br />
Rezaba, un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria. Yo hacía lo mismo.<br />
Recogíamos nuestros pasos, cerraba ella la puerta y me decía:<br />
–No tenés que tener miedo, son nuestros parientes, y a todos nos va a<br />
llegar.<br />
Yo desde mis siete años, miraba las baldosas, tan parecidas a las de<br />
nuestra vereda pero no eran vainillas, formaban cuadraditos y todo era color<br />
sepia. No sé dónde íbamos luego. Yo miraba la arquitectura de aquellas calles<br />
dormidas para siempre, antiquísimas y extrañas. Tal vez hiciera alguna pregunta.<br />
Todavía no había visto la enorme tumba de una mujer que dice: Aquí<br />
yace quien hizo lo que hizo…<br />
No sé porque tanto auto bombo… todo enmarcado en hojas de metalizado<br />
laurel eterno. Eterno como el mueble de la Nonna que era mágico. La madera<br />
de los bordes iba y venía, se retorcía en fi nas volutas, danzaba al ritmo del<br />
vals, trayendo tiempos remotos, mueble hechicero de cajones que se abrían pequeños,<br />
escondiendo reliquias con olor a violetas divulgando secretos en signos<br />
sagrados. El cepillo guardaba blancas cepilladas entre sus cerdas amarillas.<br />
Múltiples, abullonadas, mullidas escardadas, silenciosas y esperanzadas.<br />
Las violetas, a un costado, secas mustias, igual que la historia de la mujer.<br />
HUYÓ, ¿Y NUNCA LO ENCONTRARON?<br />
Huyó, corría, huía. Decían, dijeron muchas cosas de esa persona, que<br />
estaba loco, que era divorciado que era mujeriego, que estaba metido quien<br />
sabe en qué. Algo habrá habido de cierto, algo habrá sido mentira. Pero sus<br />
besos no, su deseo, fue verdad. Al cielo llegamos juntos. Pero allá arriba nos<br />
separamos. Y quedé en suspenso, detenida en el tiempo. Sin encontrar, sin<br />
buscar, donde, a quién.<br />
Lo buscaban, ¿lo buscaban?
102<br />
PATRICIA MOLTEDO<br />
ESO<br />
Las paredes del claustro refrescan su frente, horas de rezo, no sabe si es<br />
escuchada. Sólo le queda… eso. Eso y cumplir con la Orden, Las Capuchinas,<br />
las indicaciones son bastantes claras: A partir de ese momento, eran Divinas,<br />
expresado por la boca de la Superiora. Nunca más vería a su familia y tampoco a<br />
su Amor. A su familia… podía dejar de verla, … una esquela de vez en cuando.<br />
Pero a su Amor. Sólo podía suponer, sólo podría tenerlo en el alma, tal vez ni así.<br />
Pronto sería la esposa del Señor. Sólo a Él pertenecería. A Él y a la Orden.<br />
La estancia se ve gris, la vida en blanco y negro. Un velo blanco, que la<br />
haría servir a todos. Ya le habían explicado, todas las actividades eran dignas<br />
para ella, limpiar el piso, la vajilla, las ollas, el retrete, atender a las enfermas.<br />
Eso la haría meritoria del cielo. El Cielo, que no vería, ¿lo sentiría? Otra vez su<br />
Amor, la razón de que estuviera internada. Su hermana también está internada,<br />
pero lleva velo negro, con la dote había sido sufi ciente. Por lo que se dedicará a<br />
rezar, orar por todas las almas, la de ella incluida, lo hará por siempre, tal vez<br />
bordará, tal vez coserá. Por siempre en el hueco del claustro. Era eso o casarse<br />
con el viejo Capitán. Pero, para Ella y su Amor, no había opciones. Para ellos<br />
que se aman con seguridad. El Jefe de familia, su padre. No tuvo tolerancia,<br />
no lo entendió, ni lejanamente. Y ahora, ella ve la madrugada pasar por el<br />
ventanal en fi nos y fulgurantes rayos de luz, que la rodean. Baja la cabeza, y<br />
siente su pecho húmedo. Afuera, los caballos llevan al carruaje y a su padre.<br />
Amén.<br />
Personajes<br />
EL CLUB DE LAS AMIGAS<br />
OBRA DE TEATRO<br />
Liz: dueña de casa, ama de casa casada con hijos<br />
Tapú: profesional soltera sin hijos<br />
Susy: profesional casada con hijos<br />
Lilia: enfermera soltera con hijos<br />
Pau: empleada divorciada con hijos
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
ÚNICO ACTO<br />
103<br />
Liz en escena, tiene un plumero en una de sus manos, habla con alguien<br />
fuera de la escena.<br />
–Romi tenemos que mantener ordenada la casa, hoy vienen las chicas. Sabés<br />
que odio limpiar. –Para sus adentros– Y hoy me jugué –en voz alta– Mariano<br />
cerrá la canilla y la puerta del jardín, que no entre el perro.<br />
Se escuchan ruidos en la puerta de entrada.<br />
–¿Quién es? –y comenta para sus adentros– Deben ser las chicas. –Mirando<br />
hacia la izquierda –¡Hola!<br />
–¡Susy! Siempre en hora, cómo se debe, ¡Qué bien! Qué alegría, vení,<br />
sentémonos en el sofá, herencia de mamá. La vieja lo dejó… Deja pasar un<br />
momento.<br />
–Se mudó y quedó aquí. El marido no lo quiere ni regalado. Pero es cómodo.<br />
Vení.<br />
Susy entra en escena:<br />
–¡Hola! No, no tiene importancia, que bueno verte. Si, tomemos asiento.<br />
¿Tardarán mucho en llegar?<br />
–No, no creo. Pero la última va a ser Tapú. Tiene su propia escala de valores.<br />
¡Esperemos! ¿Tomamos algo fresco?<br />
–Sin gas, por favor.<br />
–Voy a la cocina, ya vengo.<br />
Susy, se entretiene mirando alrededor, pone gesto de nada, no trasluce ni<br />
placer, ni desagrado. Pronto vuelve Liz con dos vasos de trago largo con un<br />
líquido amarillo.<br />
–Es lo mejor que hay en el comercio, está muy publicitado.-La expresión<br />
de Liz muestra lo contenta que está por su propio comentario.<br />
–Con este calor viene muy bien, ¡Gracias! He tenido un día. Y después<br />
volver a casa.<br />
–¿Muchas cosas por hacer?<br />
–Imaginate, los chicos que ya son grandes, pero siempre dejan algo, el<br />
marido, el perro, la muchacha… ¡es una lucha!<br />
–Los chicos: nunca te hacen caso.<br />
–Y con el servicio doméstico, sabés, no te podés confi ar y todo lo hacen<br />
por la mitad.<br />
–¿No digas? ¿Y no le podés decir nada?<br />
–Si, le decís, pero es inútil, imaginate que el otro día…
104<br />
PATRICIA MOLTEDO<br />
–Disculpame, escucho la puerta… Mirando hacia la puerta de calle<br />
–¡Un momentito! Hacia Susy –Debe ser Lilia.<br />
Entra una mujer corpulenta, se sienta, mientras dice:<br />
–Susy, qué bueno que estés por aquí, y vengo directamente del hospi.<br />
Después me esperan en casa, viste que Flopi tuvo un bebé, imaginate que está<br />
sola y no sé si lo va a poner en la guardería o qué.<br />
Susy, con cariño y una expresión de cuasi lástima.<br />
–¡Hola! Gordi, amor, cuánta responsabilidad para vos sola.<br />
–Imaginate. Y la nena es muy chica. Fue una travesura. Pero yo le digo,<br />
ahora te hacés cargo –toma aire– y bueno, así estamos.<br />
Liz, desde atrás:<br />
–¿Algo para tomar?<br />
Lilia –Si por favor, lo que sea y mucho.<br />
Se retira Liz. Vuelve casi enseguida con otro vaso trago largo con el<br />
líquido amarillo.<br />
–Tomá.<br />
–Gracias.<br />
Liz atenta:<br />
–¡Timbre!<br />
Todas, mirando hacia la puerta de entrada:<br />
–¡Qué linda que estás!<br />
Pau, la que va entrando:<br />
–Sí, después de tantas cesáreas, me hice la lipo y la otra… ¿cómo se<br />
llama?<br />
Susy-No importa, estás bellísima, parecés la hermana de tu hija.<br />
–¡Ay! ¡Callate! El otro día, creyeron que yo era la hermana de Heta.<br />
–¿Jeta? –pregunta Liz.<br />
–No, Heta, la hija mayor-Aclara Lilia.<br />
–¿Nietos, para cuándo?<br />
–¡Ay! No me asustés. No, por ahora, creo que no.<br />
La nombrada, entrando, dice a los gritos y sonriendo:<br />
–Cierto ¡increíble!, Todo lo que me pasó, no se puede creer.<br />
–¡Conseguiste novio!<br />
–¡No! ¡Qué va! ¡Colectivos, barro, gente mal educada!<br />
¿Qué les voy a contar? –Toma aire– a todo esto, Pau, ¿fuiste al médico?<br />
–Si, ¿No me ves distinta?
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
105<br />
–Estás bellísima. Pero, yo digo para el chequeo.<br />
–El chequeo, me lo hicieron para la operación, me encontraron como una<br />
nena.<br />
Todas: –¿no digas?<br />
–Bueno, casi…<br />
Susy: –¡yo ando con esos calores!!!!!!!<br />
–¿Hablaste con tu gine?<br />
–Sí, pero…<br />
Pau, no importándole la charla:<br />
–Che ¿qué hay para comer?<br />
Liz, sobresaltada:<br />
–Claro, voy para la cocina y traigo. Preparé unos sanguchitos.<br />
Susy –Hablando de todo un poco, no les conté: me enamoré.<br />
Todas –¿Y él lo sabe?<br />
Susy –No sé, pero últimamente, vivo enamorándome. Siempre distinto.<br />
Lilia –¿Y?<br />
Susy –Y nada. Por ahora, nada.<br />
Lilia –Ya va a caer alguno. Pero, vos tenés marido.<br />
Susy –Pero, yo me enamoro…<br />
Liz –Acá están los sanguchitos. –Aparece con fuentes repletas de emparedados.<br />
Todas elogian lo oportuno del refrigerio.<br />
Liz –Sírvanse, está para comer… ¡Ah! Ahora vengo, falta la bebida.<br />
Liz hace mutis para la cocina.<br />
Tapú la sigue con los ojos, mira todo, pero no hace ningún comentario,<br />
habla con su mirada.<br />
Tapú, al grupo:<br />
–Escucharon hablar de las ferhormonas.<br />
Lilia –es cuando te sentís atraída por alguien y no sabés porqué, si hace<br />
cinco minutos que lo conocés.<br />
Tapú –Si, dicen que es culpa de las hormonas.<br />
Lilia –¡Cómo de mi gordura!<br />
Ríen todas.<br />
Vuelve Liz, cargada de botellas de plástico con un líquido amarillo dentro.<br />
Liz –Acá traigo la bebida.<br />
Tapú –Y la juventud, lo nuevo, lo lejano.<br />
Pau –Pero, esto es muy caro.
106<br />
PATRICIA MOLTEDO<br />
Tapú –¿Lo pago él?<br />
Pau –Claro, se lo hice pagar.<br />
Riendo, Tapú –¿Y tus ferhormonas?<br />
Pau –Voy a tener que revisarlas.<br />
Liz –¿cómo la están pasando?<br />
Pau –Rebomba, che.<br />
Susy –no saben lo que vi. Vengo espantada. Vi a un viejo y a una vieja<br />
chapando en la parada de colectivo. No se puede creer. ¿qué se les puede pedir<br />
a los chicos, si los abuelos obran así?<br />
Desde el montón se escucha:<br />
–Y vos ¿qué hacés?<br />
Susy –Yo!!! Eeeeeeeeh… –muestra sorpresa. –Que mal debo estar que<br />
me gusta el “cana” –suspira y comenta– todo por la huelga de Rinocerontes.<br />
¿O era la veda?<br />
Otra piensa –Habla raro esta mujer ¿Quién la entiende?<br />
–Yo te entiendo –contesta otra, como si leyera los pensamientos. –El otro<br />
día me enamoré de un bombón de dos metros de alto, perfecto de cara y cuerpo,<br />
un pelo para acariciar, pero tenía una o dos en contra: no me dio bolilla,<br />
era muy joven para mí y… –hace una pausa– esto no me lo van a creer, tenía<br />
los brazos inválidos.<br />
Lilia– Dejámelo a mí, que no reparo en necedades.<br />
–Ja, ja, ja. –Ríen todas.<br />
Susy– ¡Ah! Tienen que ver a mi nena, que bueno, no es tan nena, ella sí<br />
que tiene ojo, sabe lo que quiere. No sé de quién o de donde lo sacó.<br />
Lilia –¿De quién lo va a sacar? De vos, siempre supiste lo que querías.<br />
Pau –Tenés que ver como vienen los chicos ahora, se saben todas, imposible<br />
seguirles el paso. Más cuando estás sola, o como si estuvieras.<br />
Lilia –No, no se les puede seguir el paso, mirá lo que me pasó a mí con<br />
la mía.<br />
Pau –Si, Heta, es una diva, pero no pongo las manos en el fuego<br />
Desde el fondo del sillón se levanta Tapú.<br />
Tapú –Todo muy lindo, pero me tengo que ir.<br />
Liz, ¡No digas!<br />
Tapú –Si, los horarios me persiguen, y llego tarde a todos lados.<br />
Todas –¡Qué lástima!
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
107<br />
Tapú saluda a cada una con un beso y hace mutis por el foro, la acompaña<br />
Liz, que vuelve rápidamente mientras tanto las demás siguen charlando, sobre<br />
los hijos, la ropa y lo que cuesta todo.<br />
Liz –Yo también, estoy muy ocupada con los chicos, la casa, los animales<br />
domésticos.<br />
Lilia –¿Y el placer? ¿Para cuándo?<br />
Liz –No puedo, creeme que no puedo.<br />
Pau –Y tu marido ¿Qué hace?<br />
Lía –Trabaja, pobre. Hace lo que puede.<br />
Susy –¿Y el dulce? ¿Para cuándo?<br />
Liz –¡Ah! Ya lo traigo.<br />
Va Liz a la cocina y vuelve con las confi turas.<br />
Lilia –La bebida, el líquido.<br />
Lía, Pau y Susy –¡El líquido! ¿Cuándo brindamos?<br />
Liz –De veras, ¿Cuándo brindamos? Pues, les cuento, la negra esclava, no<br />
vino, vino la tarada, pero, se acaba de avivar, ¡Me cansé! ¡Se van!<br />
Todas– ¿Qué cosa? ¡¿Qué decís?!<br />
Liz –¡Qué se van! ¡Fuera!<br />
Todas, tomando sus cosas, –Estás loca, totalmente loca. Y olvidate, de los<br />
regalos, de la próxima reunión.<br />
Liz –Ni me interesa, toda la tarde estuve corriendo de aquí para allá y<br />
ninguna se levantó a darme una mano, ni preguntó si necesitaba algo. ¡Chau!<br />
¡Qué le garue fi nito!<br />
Lilia –¡Qué antigüedad!<br />
Liz –Sí, soy anticuada, me gusta que todas colaboremos, chau otra vez.<br />
El grupo se dirige rápidamente hacia la puerta de salida, van desapareciendo<br />
por allí.<br />
A solas, Liz por el celular– Tapú ¿Por qué te fuiste? ¿Qué estabas ocupada?<br />
¿De veras? No sabés la que se armó. ¿Por qué? Yyyyy… Me cansé. Se<br />
va alejando hacia la cocina-¿Qué te aburriste de la conversación? No digas…<br />
Desaparece entrando a la cocina.<br />
Baja el telón.
108<br />
PATRICIA MOLTEDO<br />
POESÍA<br />
LA BRUJA<br />
En un pueblo, tallado entre las piedras<br />
de dos cerros y un arroyo.<br />
De casas con techos a dos aguas<br />
y algunas, de dos plantas.<br />
El herrero, el carpintero, el tabernero.<br />
El escribiente del escribiente del escribiente… Y el séquito.<br />
En una cueva, una mujer.<br />
Los cabellos sueltos, ensortijados y canosos.<br />
Solía llevar un bonete y ropas sueltas oscuras.<br />
El escribiente del escribiente, del escribiente la increpó:<br />
–¿Cómo te atreves a anunciar tu nombre a mi hijo?<br />
¿Cómo lo menos precias de esa manera?<br />
¿A quién le importa tu nombre?<br />
¿Qué crees? ¿Qué el niño es tonto?<br />
¡Vete! ¡Vete! No quiero saber más de ti.<br />
Nadie maltrata a mi hijo.<br />
La mujer, contestó: ¿Qué te pasa?<br />
Tan sólo le dije mi nombre.<br />
¿Tu padre te maltrató?<br />
¿Sientes que descuidas a tu hijo?<br />
Yo no tengo la culpa. El pueblo escuchaba.<br />
Más de uno pensó: “¡Caramba!”.<br />
“¿Cómo puede saberlo?”. “Mejor, dejarla de lado,<br />
No sea cosa, que adivine”.<br />
Siguieron, cada cual, con su tarea.<br />
La mujer se alejó, ayudada por su cayado,<br />
paso a paso, atravesando el caserío,<br />
por la ancha y única avenida.<br />
PATRICIA MOLTEDO
MUCHO MÁS<br />
MABEL SOBRADELO<br />
PRÓLOGO<br />
Por lo siguiente…<br />
mis queridos lectores<br />
sepan que se puede<br />
y, mucho más<br />
de lo que se cree.<br />
A mis amadísimos hijos Rodrigo y<br />
Valentín.
110<br />
MABEL SOBRADELO<br />
POESÍA<br />
ESTA VEZ<br />
Tres rosas<br />
roja, amarilla y blanca<br />
cada mañana negra deseaba,<br />
roja, alégrate corazón<br />
amarilla, resiste a la desilusión<br />
blanca descansa<br />
día tras día.<br />
De velos oscuros<br />
negra y más negra<br />
qué tristeza, doncella.<br />
Rosa blanca<br />
lo deseaste.<br />
Los días pasan<br />
y qué rosa tomas<br />
esta vez<br />
escógela y hazla tuya.<br />
Tu alma aún no descansa<br />
qué camino elegirá.<br />
Sabia de raíces deseosas<br />
jilguero de dulce aletear<br />
tú sabrás.<br />
CUERPOS CONJUGADOS<br />
El mar por tus cabellos rozaba<br />
humedecía tu rostro de cristal.<br />
Tus ojos vacilaban<br />
deseaban todo aquello.<br />
Secreto pensamiento<br />
déjalo ir<br />
como el agua de aquel mar<br />
qué más quieres<br />
mi verdad
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
orgullo de mi alma<br />
que llora lo que no grita.<br />
Temor a tus olas<br />
te tomo, te suelto<br />
marea tormentosa<br />
arena escurridiza entre mis pies<br />
duerme conmigo<br />
sueña como aquel marinero<br />
llegar a la costa.<br />
Duerme y despierta, ahí estaré.<br />
Sueña con aquella estrella,<br />
la tocaremos.<br />
Y nuestros cuerpos conjugados<br />
descenderán sobre el mar<br />
meciéndonos sin destino<br />
barca de papel<br />
llévanos donde quieras<br />
pero no nos devuelvas<br />
hasta que salga el sol.<br />
POESÍA A UN PADRE<br />
Aquella letra enmarañada<br />
que creías era de poeta<br />
vaga tu fi gura<br />
aquel papel escrito sobre la mesada<br />
varias fueron tus cartas<br />
que por allí rodaron<br />
nunca entendí por qué<br />
las dejabas<br />
pero ahí estaban, cuando despertaba,<br />
amaba leerlas.<br />
I<br />
111
112<br />
MABEL SOBRADELO<br />
II<br />
Mirando la nada<br />
caballero mustio<br />
tu faz oscura<br />
moribundo errante<br />
dejaste la tierra<br />
con semillas si regar,<br />
gracias a su voluntad crecieron<br />
cuando la negrura te cubrió<br />
marchaste en paz<br />
sin mirar atrás<br />
sobrevolaste la vida<br />
estrella fugaz.<br />
No te apiadaste en la salida<br />
te llevaste tu cuerpo<br />
lleno de escaras<br />
como el alma de tus semillas<br />
las dejaste dolientes<br />
te otorgaste sólo el derecho,<br />
no miraste hacia atrás<br />
te fuiste…<br />
¿por dónde andarás?<br />
NO ARROJES ESA FLOR<br />
Puedo sentir el grito<br />
como ver tu balcón en fl or<br />
belleza de madrugada.<br />
Aletea suave<br />
no despiertes a la mujer<br />
déjala tranquila.<br />
Tibia oscuridad<br />
no te vayas<br />
no arrojes esa fl or<br />
blanca dorada<br />
siempre presente.<br />
Ahora te busco<br />
te necesito
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
sólo veo tu balcón en fl or<br />
no estás.<br />
Triste este amor<br />
tu vida es brisa<br />
tu risa fl or<br />
tus ojos tigres.<br />
Ya no estás amor<br />
dejaste ese balcón en fl or<br />
paloma blanca<br />
paloma negra<br />
vuela, tráela<br />
deposítala en este arcón.<br />
La cuidaré<br />
velaré toda su oscuridad.<br />
No la dejen sola<br />
triste amargura sin fl or.<br />
Aquí estás<br />
alma solitaria<br />
violáceo en la madrugada<br />
no dejes este amor.<br />
Camino solitario<br />
de alelíes sin fl or<br />
sólo tú puedes<br />
brotar este amor<br />
que a lo lejos se desvanece<br />
como camino sin fl or.<br />
AGUA DESESPERADA<br />
Para mi deseo sólo estás tú<br />
dulcemente indiferente<br />
de ese lado te quedas<br />
anhelo de pasión<br />
como aquella agua de aquel cántaro<br />
que sólo tú llenaste.<br />
Llévalo de aquí para allá<br />
nunca sabrás el lugar<br />
mente enredada<br />
claridad con oscuridad<br />
déjame llevar el cántaro.<br />
113
114<br />
MABEL SOBRADELO<br />
Entrega esa agua desesperada<br />
río revuelto<br />
superfi cie calmada<br />
nunca sabrás de tu profundidad.<br />
Pecho en llamas<br />
cara apagada<br />
nunca tendrás olas, sencillo río no llores<br />
por tu superfi cie calmada.<br />
LLÉVATELO EN LA SOLAPA<br />
Sentir se siente<br />
cálida alma mía.<br />
Noche de fuego<br />
fuego añorado<br />
fuego de deseo<br />
jamás encontrado<br />
fuego de intriga<br />
fuego de ilusiones.<br />
Buscar se busca<br />
sentir se siente<br />
pero jamás encontrado.<br />
En qué parte andarás<br />
deseo malvado.<br />
Difícil la sensación.<br />
Grande tú<br />
donde andarás<br />
amor despojado<br />
ríete<br />
ya te encontraré.<br />
Cenizas se dejarán<br />
en aquella tarde embrujada<br />
sólo tú te quedarás,<br />
fl ores de mi deseo<br />
y te evaporarás<br />
como rocío de madrugada.<br />
Loco puñal<br />
será mío, será tuyo<br />
déjame vivir el deseo
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
no más de una tarde.<br />
Sufre el desapego<br />
disfruta el lazo<br />
aprehende del momento<br />
y llévalo en la solapa<br />
bella fl or de aquella tarde.<br />
ADELANTE, NADA<br />
¿Querrás hablarme antes que parta?<br />
Ya casi todo preparado<br />
el viejo reloj ya no anda<br />
el péndulo cansado<br />
decidió ya no<br />
tantos años de lo mismo.<br />
Unos cuántos libros sobre la mesa<br />
miro tu foto, un rosario de rosa de palo<br />
te rodea,<br />
Santa Teresita nos mira.<br />
Mírenla y sonrían.<br />
Tú que siempre tu mano benevolente me extendías<br />
¿por qué no hablas?<br />
Hermosa tu fi gura, esbelta, musculosa.<br />
Abrázame, dime algo…<br />
Tomo el bolso los libros y parto<br />
ya no te veo<br />
cierro la puerta, el paso está dado.<br />
Adelante nada.<br />
POESÍAS A SAN ANTONIO DE ARECO<br />
SIN PERMISO<br />
La tarde va cayendo<br />
sobre el río San Antonio.<br />
Los árboles lo esconden<br />
celosos de miradas<br />
ni la brisa se le atreve<br />
115
116<br />
MABEL SOBRADELO<br />
a mover su silueta,<br />
viejas ramas que caen<br />
sobre tus aguas<br />
nadan sin permiso<br />
con tu generosa calma.<br />
Tres pequeños pájaros te sobrevuelan<br />
río San Antonio.<br />
Aquel viejo barco<br />
desteñido por los años<br />
largo surco te marca<br />
y luego la calma<br />
mis ojos ya no te ven.<br />
PASOS<br />
Y así llego<br />
en la búsqueda de lo profundo<br />
capitán de olas salvajes<br />
buscando un lugar<br />
descanso de jilgueros<br />
buscando un lugar<br />
placeres desconocidos<br />
huelen a Paraísos<br />
angostas calles<br />
pasos deseosos de más<br />
un lugar y otro<br />
barrotes de espuma<br />
dibujaron tu pasado<br />
el paisaje lo presente.<br />
HISTORIAS<br />
Calles arequenses<br />
perfume de paraísos,<br />
cuentan historias<br />
de amor suave.<br />
Titilante se pasea el aire<br />
romance de muchachas<br />
olor de tus campos
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
que dirá la casada<br />
de aquella señorita soltera<br />
que alegre pasea<br />
por la vereda que San Antonio<br />
vigila sigilante<br />
tu plaza prolija<br />
¿dónde estará el jilguero que canta?<br />
pregunta la casada,<br />
la soltera despierta alborotada<br />
con su amado soñado<br />
con el corazón encumbrado<br />
porque juró amarte<br />
frente a la iglesia<br />
que San Antonio vigila.<br />
La soltera la mira<br />
respira enamorada<br />
como lo hacía la señora casada.<br />
El aroma de sus fl ores<br />
que ya no cuelgan de los barrotes<br />
de aquel balcón con triste casa,<br />
mira a la soltera caminando,<br />
y recuerda,<br />
tan sólo un suspiro atrás<br />
tú esos pasos mostrabas.<br />
CON EL SOL MARCADO<br />
El reloj parecía detenerse,<br />
en las fachadas<br />
seres desencajados de aquella pintura.<br />
Ay, si don Segundo lo viera<br />
qué diría de aquel viejo almacén<br />
de ramos generales<br />
hoy coqueto restaurante.<br />
Sentimiento gaucho<br />
cretinas manos mancharon<br />
vieja tradición dónde has quedado<br />
tus paredes cuentan historias<br />
ya casi no se escuchan<br />
117
118<br />
MABEL SOBRADELO<br />
de todo aquello algún recuerdo ha quedado.<br />
Amarillos cuadros que reclaman cuidado,<br />
nadie se atreva a romper su pasado<br />
sólo recuerdos postreros,<br />
corazones ingratos amen sus paredes.<br />
Cuentan relatos<br />
de aquellos viejos gauchos<br />
con el sol marcado apaciguaban su sed<br />
en aquel lugar sagrado deseosos de refrescar<br />
sus entrañas resecas de polvo seco sin agua.<br />
Hoy después de tanto pasado<br />
algunos tejen historias<br />
cuentos como los que contaba<br />
el señor Güiraldes.<br />
TU TIERRA<br />
Hoy acá mañana allá<br />
cuántos lugares por recorrer<br />
y gente por conocer,<br />
rutas vuelos de pájaros<br />
paredes viejas<br />
que mis pupilas aman<br />
corre el viento, vuela la tierra<br />
loco el destino<br />
Güiraldes como tu muerte<br />
allá en París<br />
cómo te atreviste a dejarte allí<br />
tu gente te lloró<br />
y la tierra te reclamaba.<br />
Sombra dejaste regada<br />
hoy aquí vibra la Pampa<br />
te guarda tu historia<br />
tu lugar Areco<br />
tu tierra te canta y celosa te ama.<br />
MABEL SOBRADELO
ALGÚN DÍA, ALGUIEN…<br />
OLGA TASCA<br />
PRÓLOGO<br />
Me pregunto qué me pasa…<br />
En mi interior hay una fuerza que parte del cerebro y del corazón.<br />
Que me hace escribir en el papel, buscando expresar con palabras, amor,<br />
felicidad, amistad, respeto por el prójimo, lealtad y verdad.<br />
En un tiempo tan vertiginoso donde reina el individualismo y se esconden<br />
los sentimientos.<br />
El camino de la escritura es arduo, lleno de secretos, pero apasionante.<br />
Desearía poder dejar constancia de ellos a quien algún día los encuentre,<br />
muy sencillos por cierto, como mis huellas al pasar.<br />
Como escribiera el poeta Antonio Machado:<br />
“Caminante no hay caminos,<br />
se hace camino al andar”.
120<br />
OLGA TASCA<br />
PASADO & PRESENTE<br />
Días de sol y buen tiempo ayudaron para descansar. Ana y Carlos jugaban<br />
con sus pequeños hijos en la playa pensando que era el último día de sus<br />
vacaciones. Este es el hermoso recuerdo que tendrían al regresar a su hogar.<br />
Carlos comenzó con problemas de salud y tuvo que hacerse una serie de análisis<br />
y radiografías.<br />
Lamentablemente los resultados no fueron buenos. Comenzó entonces a<br />
sumarse una serie interminable de problemas ya que se demostró que tenía<br />
una enfermedad maligna. Su estado de salud fue desmejorando día a día, y a<br />
pesar de todos los cuidados, fallece.<br />
El dolor al tratar de que los niños lo superaran no tenía medida, fue muy<br />
difícil.<br />
Las deudas mientras tanto se acumulaban hasta que llegó el momento de<br />
no poder pagarlas.<br />
La casa con el hermoso jardín, que ella cuidaba con cariño y esmero,<br />
donde jugaban los pequeños Rosita y Jorge, estaba hipotecada y nada pudo<br />
detener el remate.<br />
Una pensión y un jardín maternal de tiempo completo fueron hogar y<br />
refugio para la ahora pequeña familia que no entendía a la vida.<br />
Pero el tiempo no perdona y no abriga, Ana tiene que sobrevivir y llevar<br />
adelante a sus niños, cosía muy bien, de hecho siempre arreglaba la ropa que<br />
compraba o la que le hacían hasta dejarla perfecta. Ella comenzó a trabajar<br />
fuertemente de costurera.<br />
Pasaron los años y consiguió su objetivo: ver crecer a sus hijos y lograr un<br />
futuro para ellos. Ahora Rosita tiene 22 años, se ha casado, su esposo trabaja<br />
en Chile, como siempre, unidos, se trasladan allí todos, Ana, su hermano…<br />
En diálogos entre Ana y su hija, a pesar del tiempo transcurrido, no deja<br />
de extrañar su casa y su jardín, Rosita no recuerda… era muy pequeña.<br />
Es tanta la insistencia de su recuerdo que Rosita y su esposo, que por su<br />
trabajo debía trasladarse, seguido a Buenos Aires, deciden en el primer viaje<br />
que deban realizar buscar una casa que reúna algo de lo que su madre extraña<br />
y ansía. Las recorridas siguiendo avisos y las visitas a inmobiliarias se suceden.<br />
Por fi n encuentran una casa cómoda con jardín y deciden comprarla.
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
121<br />
Regresan a Chile, y cuánta es la emoción para Ana, la casa era para ella,<br />
allí podría volver a tener su jardín y ellos se alojarían en sus viajes, alternando<br />
entre Chile y Buenos Aires.<br />
Quizá porque ya sería la última cosa que harían juntos, todos preparan<br />
entre excitados y nerviosos la mudanza.<br />
El día es de sol, como hacía mucho no lo eran para Ana que es la más<br />
inquieta, pero los nervios le juegan mal y al ver la casa, se pone a llorar sin<br />
poder decir una palabra.<br />
Sólo avanza y recorre al jardín, sus pasos guardan memoria… la casa<br />
era la que muchos años antes, tuvo necesidad de rematar. La tantas veces<br />
recordada…<br />
ANHELOS<br />
¡Huy! ¡Huy!, cuántos truenos, relámpagos y lluvia fuerte en estos días.<br />
Mayo se anuncia inquieto. Los leños se han mojado y me da mucho trabajo<br />
encender las brasas para el brasero. Quiero tener agua bien calentita para ofrecer<br />
mates con trocitos de cáscara de naranjas bien azucaradas. Los patriotas<br />
reparten cintas celestes y blancas a todos los vecinos. No les importa el viento,<br />
el aguacero ni el frío, luchan por un amanecer glorioso en esta tierra que quiere<br />
ser libre. Con mis mates quiero darles calor y compañía. ¡Bueno… bueno!,<br />
parece que se acercan. Escucho voces y ruidos de carruajes y cascos.<br />
A empezar la ronda del mate, fi el amigo, llegan vecinos y patriotas. Entre<br />
mates y pastelitos bien criollos, cada uno irá sumando sueños y anhelos de<br />
libertad.<br />
AMANECER<br />
Llegaron las vacaciones. Julia y sus padres acomodaron el equipaje y una<br />
caja que ella preparó en el baúl del auto. Llevaba también un cachorro ovejero<br />
alemán para regalarle a su amiga Mariela y partieron hacia las sierras. Quería<br />
que el cachorro ayudara a Mariela en su trabajo diario; cuidar sus ovejas y
122<br />
OLGA TASCA<br />
organizar el rebaño para que ninguna se perdiera. Sin inconvenientes en el<br />
viaje llegaron a destino.<br />
Se encontraron las dos amigas, Mariela, muy contenta con el regalo, le<br />
pide que la ayude a ponerle un nombre al cachorro. Deciden bautizarlo con el<br />
nombre de Sultán.<br />
Deciden salir bien temprano al día siguiente y ver el amanecer como era<br />
su costumbre. Van con las ovejas y Sultán. Julia lleva consigo la caja que había<br />
traído en el auto. Sultán es quien se encarga de las ovejas. Julia y Mariela,<br />
saltan y juegan entre las piedras. Mariela intenta enseñarle a Julia a saltar con<br />
las dos piernas hacia delante pero Julia no lo consigue.<br />
Los pájaros, revolotean a su alrededor y alegran con sus cantos el paisaje.<br />
Mariela los imita, gorjea y trina a la par de ellos, le dice entonces a Julia que<br />
sueña con ser cantante. Julia aprovecha ese momento para abrir la caja que<br />
traía y le muestra a Mariela lo que hay en su interior. Una especie de arco de<br />
fútbol en miniatura. Dos palos verticales y un travesaño, de éste cuelgan siete<br />
botellas con distinta cantidad de agua separadas entre sí por distancias iguales.<br />
Julia clavó los palos en el suelo y con una vara comenzó a percutir las botellas<br />
poniéndole música al canto de los pájaros de Mariela y le confi esa a su amiga<br />
que quiere ser pianista y compositora.<br />
Las vacaciones llegan a su fi n y las amigas se prometen un encuentro.<br />
Pasaron los años, Julia ganó un concurso de composición y canto y recibió<br />
el premio el teatro Colón.<br />
Fiel a su costumbre y descansando de una gira de conciertos por distintos<br />
lugares paseaba todos los días, muy temprano, por la playa viendo el amanecer.<br />
En esos paseos veía entre las rocas a una joven que también esperaba el<br />
amanecer, luego tomaba sol y fi nalmente se iba. El último día de su descanso<br />
vio que la joven se retiraba saltando entre las rocas con las dos piernas para<br />
adelante, alejándose rápidamente.<br />
De regreso al hotel donde se alojaba preguntó al conserje por la joven.<br />
“Una cantante famosa”.<br />
“Se marchó”.<br />
“Debuta esta noche en el Colón” Las respuesta no se demoraron, Julia<br />
tampoco, preparó su equipaje y partió de inmediato.<br />
Tenía que buscar una caja y preparar el mejor acompañamiento.
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
ANSIAS FRESCAS<br />
123<br />
Sentada en el patio me lleno de recuerdos. Esos chicos corriendo y mirándome<br />
de reojo y sus risas. Esos chicos ignorándome y deshaciéndome son<br />
mis trofeos al fi n y al cabo. Mi madre pertenecía a una típica familia ganadera.<br />
Provenía de una familia castiza y la unieron en matrimonio con un criollo de<br />
menos alcurnia que sus padres, pero de fortuna. Cada quien se llevó en eso su<br />
parte y mi madre al hombre pero no al amor.<br />
Mamá era una mujer bella, elegante, rubia de ojos claros que a partir de<br />
su casamiento perdió la ilusión de poder volver a su Castilla natal. Mi padre<br />
administraba con su familia las estancias pues era un buen ganadero. Ausente<br />
de su hogar y muy mujeriego, no le dio ni le hizo conocer amor, o siquiera algo<br />
de afecto, mamá entonces nos volvió sus rehenes. Distante, fría y exigente. Mi<br />
hermana, la segunda, fue la que le regaló alegrías perdidas, era rubia de ojos<br />
claros como ella y creía que tantos sinsabores se habían ido. Para ella tuvo ella<br />
tuvo caricias, mimos, atenciones, juegos compartidos y alegría después cada<br />
uno de los que siguieron, yo entre ellos, fuimos criados por mulatas que estaban<br />
en la casa, con los hijos propios, naturales, decían ellas como si crecieran<br />
un día solos, claro, naturalmente del amo que las tomó para pasar una siesta o<br />
una borrachera o del amor de sus vidas, esclavos, claro, como ellas. En alguno<br />
creí ver algo familiar, hasta reconocí algo de mis hermanos.<br />
A Encarnación Ezcurra… eso no me iba a pasar, escribo en mi cuaderno<br />
de notas, el lugar por donde escapo y donde suelto mis sentimientos. Fuimos<br />
cinco, yo la quinta y tres hermanos y hermanastros no reconocidos. Será<br />
porque me ignoraron que me hice de fuerte, rebelde. Yo era la que dominaba<br />
a mis hermanos, por el medio que fuera, la mirada, o el golpe asestado sin<br />
miramiento. Jugábamos en la Recova o en la Plaza Mayor, casi siempre regresaba<br />
feliz, pues a alguien había dejado tendido por el camino a fi n de ganar en<br />
los juegos, las ropas sucias sabían de mis peleas revolcadas y furiosas sobre el<br />
suelo polvoriento. Con los años dejé de pelear y arrastrarme, no me interesaba<br />
mucho el arreglo y la coquetería pero tuve que aceptarlo, era una muchacha<br />
a la que la volvían locas las charlas de política y los sucesos de la ciudad. Por<br />
estos tiempos me dije que con fuerte convencimiento que después de tanto desamor<br />
si me casaba algún día me casaba lo haría sólo si estaba es enamorada.<br />
Conocí a una señora, única heredera de campos, su hijo mayor entre siete<br />
que tuvo, administraba los campos de su padre. El día que lo vi me enamoré<br />
como uno lo hace de la propia vida. Sentí que me pertenecía. Mi corazón perdió
124<br />
OLGA TASCA<br />
los frenos, galopaba en mi pecho sin saber hacia dónde, perdido en la visión de<br />
ese hombre elegante, altivo, risueño, de ojos celestes y cabellos claros.<br />
Sin embargo la realidad decía que yo no estaba dentro de los planes de la<br />
familia, era cosa de poca monta. Comencé a dejarle esquelas. Primero palabras<br />
sueltas. Como luz, espera, agua, tú. Después frases… hasta ahora nadie, más<br />
que un beso perdido, amar como el mar, dejarte la luna. Después fueron cartas.<br />
Construí murallas de pasión y fuego, todo el amor que guardaba, que nunca<br />
dejé salir buscaba un lecho donde permanecer, alguien a quien pertenecer. Era<br />
él o perdía la vida. Las cartas se sucedían, sabía que la criada se las entregaba<br />
en mano, la curiosidad, los veinte años de él y los diecisiete míos soltando los<br />
sentidos hicieron el resto. Sin peleas, sin vestidos llenos de barros y rodillas<br />
sucias gané mi mejor pelea. Mentimos para casarnos, él dijo a su madre que<br />
estaba embarazada, había que cubrir las circunstancias.<br />
Vivimos en la casa de mi suegra, a poco se dio cuenta, los síntomas no<br />
aparecían y los días se tornaron difíciles. Por fi n mi vientre se anuncia pero<br />
el niño llega a vivir. Partimos en busca de caminos propios, lejos del azar<br />
que me signaba desde niña. Sólo buscábamos amarnos. Después vinieron los<br />
otros hijos, Manuela y el varón y yo como mi madre, los dejé en manos de las<br />
mulatas, debía suplirte en los saladeros y campos. Habías militarizado a la<br />
gauchada y eras cada vez más importante.<br />
Yo no me quedé atrás, ¿dónde estaba aquella niña de antaño?, quería<br />
que te preguntaras. Formé grupos de hombres dispuestos a lo que fuera, hice<br />
apedrear las casas de los unitarios por las noches, muchas familias se fueron<br />
a vivir al Uruguay. Te mandé cartas por emisarios que no contestaste. Llené<br />
las mazmorras con los infi eles.<br />
Ahora tienes todo lo que querías, te han dado los poderes especiales. Mis<br />
veinte de años de lucha no fueron vanos. Acá estoy, sentada en el patio, has<br />
traído con la tropa más de una veintena de niños.<br />
Corretean y me espían. Tienen cabellos claros y ojos celestes, caminan<br />
como tú y ríen como tú, claro la piel no. Ellas, las madres también andan<br />
cerca, escucho sus cuchicheos alegres de labios que saben esperar guardando<br />
ansias frescas. Yo también guardo las mías como cuando era pequeña.<br />
Sólo que ahora no peleo buscando ganar, no hace falta, con sólo mirarlos<br />
tiemblan de miedo. Ya ves, cada quien tiene lo suyo, también Manuela y… ya<br />
ves, tienen los ojos y el pelo castaño.
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
POESÍA<br />
HUELLAS<br />
Huellas al<br />
andar en<br />
la arena seca.<br />
Se profundizan<br />
al llegar a<br />
la orilla húmeda.<br />
Las olas toman<br />
altura, rompen,<br />
y se suavizan.<br />
Al llegar a la<br />
orilla con su<br />
cálida espuma.<br />
Borra las<br />
huellas que había<br />
en la orilla.<br />
COLORES ETERNOS<br />
Negro como el carbón<br />
en la inmensidad<br />
del espacio sideral.<br />
Oscuridad que poco<br />
poco se va<br />
transformando en<br />
un gris plomizo.<br />
Gris que va<br />
dejando a<br />
un violeta<br />
para que lo<br />
vaya cubriendo…<br />
Sin embargo<br />
con ímpetu<br />
llega el rojo y<br />
lo quiere anular.<br />
125
126<br />
OLGA TASCA<br />
Pero con rapidez,<br />
avanza el naranja<br />
quien ayuda a<br />
dar luz y paso.<br />
Al amarillo fuerte,<br />
de calor eterno a<br />
la tierra con sus<br />
dorados rayos.<br />
Atravesando un denso<br />
colchón de nubes<br />
blancas se vislumbra<br />
por fi n…<br />
el celeste fi rmamento.<br />
CANTAR<br />
Cantar al llegar al trabajo.<br />
Cantar bajo la ducha.<br />
Cantar alegremente.<br />
Cantar desafi nando.<br />
Cantar cocinando.<br />
Cantar fuerte.<br />
Cantar al bebé.<br />
Cantar plegarias.<br />
Cantar festejando cumpleaños.<br />
Cantar internamente para felicidad propia<br />
y de quienes nos rodean.<br />
Cantar esperando.<br />
DESAYUNO<br />
Con ilusión preparó<br />
el desayuno de un<br />
amanecer lluvioso.<br />
Deseando conversar entre dos,<br />
los proyectos de ambos<br />
siempre dilatados…<br />
Con tristeza se convenció,<br />
de que todo era inútil ya.
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
PÁJARO<br />
Pintar barrotes imitando<br />
Una jaula con puerta abierta.<br />
Pintar algo bello<br />
que sea útil al pájaro<br />
y colocar la tela en<br />
un alegre jardín con árbol.<br />
Esperar con alegría y esperanza<br />
la llegada del pájaro.<br />
Quizás tarde años en llegar…<br />
Quizás llegue rápido.<br />
Esperar que el pájaro,<br />
entre en la jaula.<br />
Cerrar con el pincel<br />
la jaula enseguida.<br />
Borrar todos los barrotes.<br />
Pintar una rama de árbol<br />
con verde follaje,<br />
la brisa del viento,<br />
el calor del sol,<br />
la bravura del mar,<br />
la luminosidad de la luna,<br />
la belleza y aroma de las fl ores.<br />
Esperar que el pájaro cante,<br />
al hacerlo: arráncale una pluma<br />
y escribe en un rincón de la tela:<br />
… ha llegado el amor.<br />
127
128<br />
OLGA TASCA<br />
AMIGO OMBÚ<br />
La luna está alta<br />
las estrellas forman<br />
un techo que ilumina el inmenso campo.<br />
Voy arrastrando mis penas,<br />
sin esperanza y sosiego<br />
alma y cuerpo doloridos<br />
por las heridas de fl echas recibidas.<br />
A lo lejos te vislumbro<br />
está desmontando el alba<br />
y el brillo de febo me acerca a ti<br />
en tanta soledad que me rodea.<br />
Qué hermoso es cobijarse<br />
en tu frondoso follaje<br />
color verde intenso<br />
sombra bienhechora junto a tus raíces.<br />
Tan fuertes, robustas y solidarias<br />
que parecen brazos que nos acunan<br />
en la inmensidad de nuestra Pampa.<br />
A través del tiempo a gauchos e indios<br />
has protegido ofreciendo descanso y alivio como amigo,<br />
para que puedan seguir su camino previsto<br />
o su ruta hacia Dios, amigo ombú.<br />
OLGA TASCA
SOBRE EL PAPEL<br />
SILVIA MABEL VÁZQUEZ<br />
PRÓLOGO<br />
Recuerdos, colores, sensaciones. Encuentro y desencuentros, locuras y<br />
deseos.<br />
Cuando las alas de la imaginación se liberan y se posan sobre el papel, se<br />
transforman en relatos, en poemas.<br />
Dejo de ser yo, para convertirme en la protagonista de cada uno de<br />
ellos.<br />
La oscuridad se vuelve luz y me envuelve en los tules de la fantasía. Este<br />
es, pues, mi desafío: abrir el corazón y ser parte de cada historia.<br />
Dedico esto pequeños logros a mis hijos, a mi esposo y a quienes guiaron<br />
mis sueños hacia este mágico camino de las letras.
130<br />
SILVIA MABEL VÁZQUEZ<br />
EL DUENDE<br />
Apareció de repente en el barrio, por demás bullicioso. El colectivo que<br />
va y viene todo el día, la gente que charla de vereda a vereda…<br />
Nunca habíamos tenido un personaje así. Dicen que los duendes viven<br />
alejados de los hombres, tal vez por temor a que los dañen, tal vez porque el<br />
hombre no cree en ellos y los ignora. Se dice también que ellos mismos moldean<br />
su forma, si es así, él estuvo poco tiempo ocupado en eso.<br />
No hacía mucho que habitaba la casa despintada y abandonada de la<br />
vuelta. A los duendes les gusta vivir rodeados de plantas y fl ores, pero no era<br />
este el caso (a menos que en su cabecita vivieran las anémonas de las que tanto<br />
hablaba cuando andaba por la calle). Su casa era gris, con rejas oxidadas y un<br />
paredón desvencijado cuyo único adorno eran los gatos que se paseaban por<br />
encima. No tenía luz, ni gas, por eso compraba velas una vez a la semana en<br />
el almacén de la esquina.<br />
Era bastante alto. Su cara joven estaba cubierta por una espesa y larga<br />
barba, por cierto desprolija. El pelo revuelto, ondeado y castaño, le llegaba<br />
a los hombros. Usaba siempre un jean verde oscuro, una remera negra, y un<br />
suéter verde del revés, que le quedaba bastante grande.<br />
No sé qué poder mágico tenía escondido, pero desparramaba alegría simplemente<br />
al caminar, moviendo su cabeza de un costado a otro y bamboleando<br />
su cuerpo delgado y exageradamente descolocado.<br />
Solía revolver la basura al atardecer, intentando buscar vaya a saber uno<br />
qué cosa útil, y llevarla a su mansión.<br />
Muchas veces vi a una anciana golpeando la puerta, intentando sin suerte<br />
que le abriera, esperando sentada en el cordón de la vereda hasta que a él se le<br />
ocurriera salir, sin ningún apuro.<br />
Por las tardes, escribía cartelitos en hojas blancas, que colgaba de las rejas<br />
de la entrada: “Al duende lo cuida su ángel de la guarda”, “Josefi na me cuida”,<br />
“Los altos cielos me guían mi camino” y cosas parecidas.<br />
La gente le temía, decían que estaba loco, y les molestaba porque se entretenía<br />
revolviendo las prolijas bolsas, y porque apilaba en la vereda trastos<br />
viejos e inútiles.<br />
La gente siempre dice cosas, algunas veces ciertas, y otras no tanto. El<br />
duende hacía caso omiso de todo eso.
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
131<br />
¿Leyenda urbana? En eso se estaba transformando… En su mundo sólo<br />
estaban sus gatos, la extraña literatura de sus carteles y Josefi na, que ya a esta<br />
altura de la historia, sé que es su madre, quien anida dentro de su cabeza, al<br />
menos en la parte de cordura que manifi esta de vez en cuando.<br />
La he visto muchas veces esperando en la calle, convenciéndolo de que<br />
era su mamá, hasta que cansada, tomaba el colectivo y volvía con un patrullero,<br />
intentando de buena manera que se abriera la puerta de rejas de la casa<br />
de la vuelta.<br />
Una tarde, mientras hablaba con los gatos, y desanudaba las bolsas, juntó<br />
varias cajas de cartón que estaban enfrente, y las desarmó con una prolijidad<br />
exagerada. Revolvió la basura que estaba sobre las baldosas y rescató una botella<br />
de gaseosa a medio tomar, la puso bajo su brazo y emprendió la retirada<br />
con su valiosa carga.<br />
A la mañana siguiente, volvió a pasar por casa. Nuevamente, buscó en la<br />
basura algo que le sirviera, y mordiendo cada tanto un pedazo de pan, le daba<br />
el último vistazo al montón de cajas apiladas.<br />
El duende se convirtió en un protagonista inesperado del cuento que hacía<br />
rato quería escribir. Su aparición me intrigaba y lo seguía con la mirada cada<br />
vez que lo veía por la calle.<br />
Después de no ver su cartelera de mensajes por unos días, algo llamó mi<br />
atención:<br />
“Comparto alquiler con mujer soltera o madre”.<br />
Estaba escrito con su acostumbrada tinta roja y colgado con un clip, que<br />
habría encontrado por ahí.<br />
Me intrigaba qué cosas podrían pasar por su cabeza, si realmente estaba<br />
tan ido como parecía, si lo que necesitaba era alguien que lo escuche y se meta<br />
por un momento dentro de su mundo de fantasía, del cual solo se apartaba<br />
cuando su contacto con los demás lo obligaba.<br />
Pensé, que si quería compartir su casa, realmente necesitaba alguien más<br />
que su madre, quién sabe si esa persona también lo estaría buscando a él…<br />
Dejé pasar los días, para enterarme si por fi n había encontrado a esa “mujer”<br />
con quien compartir el alquiler que no existía, y sólo compartir el abandono<br />
y oscuridad de la casa de la vuelta. Otro día, el cartel rezaba simplemente:<br />
“El ángel Josefi na, Nacional 75”.<br />
Una vez más Josefi na estaba dentro de su cabeza, y seguramente, algún<br />
cabulero curioso, tomó en cuenta los números para probar su suerte.
132<br />
SILVIA MABEL VÁZQUEZ<br />
Nada había cambiado, ni mujer en la casa, ni nuevas andanzas, hasta que<br />
una nochecita de frío, lo había llevado nuevamente a recorrer las calles, en<br />
busca de algún sorprendente tesoro. Buscó en los canastos, revolvió las bolsas,<br />
las volvió a anudar, y de repente, vi que su cara se transformaba. Una alegría<br />
inusual le había sonrojado los pómulos pálidos y agitaba los brazos como si<br />
quisiera volar.<br />
Sospecho que había sacado algo muy valioso para él. Caso contrario no<br />
hubiera tenido esa expresión… Me detuve por un instante, y espié su actitud<br />
cuidadosamente como queriendo adivinar qué era lo que había encontrado.<br />
Acercó algo a su cara, lo revisó, y ahí fue cuando me quedé un rato largo<br />
mirándolo con cuidado.<br />
Sus manos estaban vacías, pero acariciaban quien sabe qué cosa que hacía<br />
que su rostro se viera feliz.<br />
Corrí a ponerme los lentes, y comprobé que efectivamente no había nada<br />
en sus manos, pero él, como si tuviera el tesoro más preciado, seguía contemplándolo<br />
con asombro. Se lo acercaba, lo daba vueltas, lo volvía a mirar…<br />
Me intrigaba saber qué era lo que lo ponía tan feliz, y sin pensarlo, salí a<br />
la calle, crucé y le dije:<br />
–¿Qué encontraste?<br />
–¡La felicidad! –me respondió. Volvió a anudar la bolsa, y volvió a su casa<br />
sin dejar de sonreír…<br />
KM 680<br />
Una densa polvareda le impedía ver con claridad el tamaño del pueblo. A<br />
medida que la camioneta se acercaba a la entrada, se podían divisar las casuchas<br />
bajas despeinadas por el viento. Eran todas iguales, con el mismo color<br />
que aparecía en esa foto vieja que tenía guardada en la guantera. La foto se la<br />
había dado su abuelo, cuando él aún era un pibe y no entendía mucho eso de<br />
querer irse al interior y no ser uno más en la ciudad.<br />
–Consérvala –le dijo– alguna vez lograrás cumplir mi sueño, cuando<br />
cumplas con el tuyo.<br />
Le hizo caso, sin saber por qué. Valentín se acomodó un poco el pelo<br />
ensortijado por el viento. El calor aumentaba. Se cerró la camisa, subió otra
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
133<br />
vez a la camioneta y manejó despacio, como queriendo abarcar todo con la<br />
mirada.<br />
Se detuvo frente a la plaza, respiró profundo, como queriendo tomar todo el<br />
aire de golpe y llenarse los pulmones de pureza y frescura, pero sólo logró que<br />
el polvo se le metiera aún más adentro… Le ganó el cansancio y decidió ir hasta<br />
la casa. Independencia 41, apareció de golpe frente a su vista. La casita estaba<br />
un poco descuidada, pero le gustó eso del jardincito adelante. Tenía el frente de<br />
ladrillos, unos yuyos que alguna vez fueron pastitos bien arreglados era todo lo<br />
que quedaba del antiguo jardín. Un arbusto enorme contra la pared de un costado,<br />
tapaba un poco la ventana de lo que se suponía, sería un dormitorio.<br />
Respiró hondo otra vez, abrió el portoncito apenas enganchado con un<br />
alambre, y entró. Sin prisa, buscó las llaves en su el bolsillo y abrió la puerta<br />
del frente. Todo estaba ordenado, miró alrededor. Le gustó. Bajó su valija, los<br />
bolsos repletos de ilusiones y el grabador que lo había acompañado en tantas<br />
noches de vigilia, entre libros y apuntes de la facu, café de por medio y con<br />
música de fondo de algún buen programa nocturno. Lo primero que hizo fue<br />
sacarle la tierra al escritorio, y apoyar ahí el cuadro con su diploma nuevito<br />
Decidió ahí nomás que el consultorio estuviera al frente, era chico, pero<br />
luminoso, lo necesario como para ver desde la ventana la plaza<br />
El cuarto del fondo sería el suyo, y allí llevó su ropa. Encendió el calefón,<br />
se dio un baño y comenzó a ordenar, con la parsimonia que increíblemente<br />
ya se estaba contagiando. Casi al anochecer, terminó de sacar las muestras<br />
de medicamentos que le habían dado en Buenos Aires, y las puso por orden<br />
alfabético en la vitrina, la cerró con el candadito y se sentó en el enorme sillón<br />
del comedor.<br />
Cuando estaba preparando el agua para tomar un café, se dio cuenta de<br />
que la alacena estaba vacía. Tomó las llaves de la camioneta, y apenas salió al<br />
patio, escuchó unas manos fuertes golpear en el frente.<br />
–Doctor Valentín Valle, soy Jacinto Moro, ¿puedo pasar?<br />
–Sí, claro –le respondió, estaba por salir a comprar algo para aprovisionarme.<br />
¿Cómo supo que había llegado?<br />
–Ah, no se preocupe, que ni bien entra alguien desconocido al pueblo,<br />
enseguida se corre la voz, además lo estábamos esperando, y por la alacena,<br />
descuide, acá le traigo algo como para empezar, si no le molesta.<br />
Y le entregó una caja con algunas cosas básicas, hasta que pudiera ir él<br />
mismo a la despensa a surtirse.
134<br />
SILVIA MABEL VÁZQUEZ<br />
–Debe estar cansado por el viaje, seguramente, pero le cuento que yo<br />
vivo acá al ladito y que ya mañana a primera hora tiene sus pacientitos para<br />
atender. Verdaderamente lo necesitábamos doctor… Desde que Don Juan<br />
falleció, estamos un poco abandonados a la mano de Dios. Bendito sea quien<br />
lo envió acá.<br />
Todo era como lo había soñado, ser médico rural, desde que comenzó la<br />
Universidad, y lo iba a lograr. ¿Cómo lo recibiría la gente?<br />
Volvió a tomar un baño, esta vez tratando de ocupar el tiempo necesario<br />
para disfrutarlo, ya que en Buenos Aires siempre lo hacía apurado, muchas<br />
veces mirando el reloj para no llegar tarde a alguna clase o a alguna práctica<br />
del hospital.<br />
Había elegido clínica general, aunque la pediatría era lo que lo fascinaba.<br />
Todo era útil, más si la idea de irse al campo estaba dando vueltas en<br />
su cabeza, ya desde ese tiempo. Había terminado hacía un mes apenas, y su<br />
título estaba ya enmarcado para ser colgado en su nuevo lugar, esperando el<br />
llamado que le indicara cuando viajar a ese pueblito del sur, el de la foto del<br />
abuelo, aunque supiera que el viaje era largo y tedioso, pero con la convicción<br />
de comenzar algo interesante y comprometido. Atendió el primer golpe en la<br />
puerta. La abrió, y la carita de su primer paciente lo sorprendió.<br />
–Doctorcito, bienvenido. El es mi hijo el Ismael, necesito que lo vea porque<br />
anoche no nos dejó dormir. Me parece que son los oídos, y como ahora<br />
tenemos doctorcito en el pueblo, no quise ponerle los remedios caseros de la<br />
abuela, ¿hice bien?<br />
Respiró hondo, eso de ponerle artículos a los nombres propios era una<br />
costumbre que él no tenía, pero sintió que era el comienzo de algo bueno, y<br />
agradeció haber tomado la decisión de abandonar la ciudad. Seguramente lo<br />
extrañarían, pero pronto vendrían algunos de sus amigos a visitarlo, y el los<br />
recibiría con un matecito recién preparado y una tortita casera quizá, regalada<br />
por algún vecino…<br />
LA PAREJA<br />
Los pies me dolían bastante. Las cuadras que había caminado por Cabildo<br />
se me hicieron demasiado largas. La tarde, poco bulliciosa, a pesar de la hora,<br />
estaba calurosa, agobiante. Me decidí a entrar al barcito de la esquina.
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
135<br />
Me senté en una mesa al lado de la vidriera. Era una de las pocas que<br />
estaban vacías, no tuve mucho para elegir.<br />
El lugar era luminoso, amplio y las mesas de madera bien lustrada, con<br />
mantelitos color beige, que le daban ese toque delicado.<br />
Miro hacia afuera y veo pasar a una pareja. Ella vestía un pantalón marrón,<br />
y una camisa estampada al tono, con unos voladitos en las mangas, estaba<br />
apenas maquillada con un labial clarito, tenía el pelo rubio, que escondía<br />
las incipientes canas que se asomaban en las sienes.<br />
Era delgada, alta, nada encorvada por los años. La llevaba del brazo un<br />
joven anciano, canoso y de bigotes espesos, de pelo rigurosamente lacio y<br />
corto, con un saco de lana gris, pantalón negro y una camisa a cuadritos.<br />
Él gentilmente le abrió la puerta del bar, para que ella pasara primero.<br />
Ella, agradeciendo con la cabeza, entró.<br />
Se sentaron frente a mi mesa, acomodaron unas cosas sobre una silla, y<br />
simplemente se miraron, tan hondamente que no se dieron cuenta de que el<br />
mozo estaba esperando el pedido, como una estatua.<br />
Él sonrió, y le dijo: – Dos tecitos, por favor.<br />
En ese momento, el mundo desapareció para ellos. Cruzaron las miradas<br />
más íntimas que jamás había visto antes, clavaron los ojos uno en el otro, y<br />
tomados de las manos, se dijeron al unísono “Te quiero”.<br />
Duró segundos ese momento. Una lágrima se deslizó por el rostro de<br />
ella, como una catarata de dolor. Él, con ternura, la secó con el pañuelo recién<br />
planchado, que sacó de su bolsillo.<br />
–No te preocupes. Todo va a salir bien.<br />
Les volvió la sonrisa a los dos. Sin soltarse de las manos, siguieron mirándose<br />
embelesados.<br />
SOMBRA PARTIDA<br />
Nunca me animé a molestarlos. Ni siquiera me atrevía a saludarlos cuando<br />
estaban sentados en el banco frío de la costanera los jueves a la tarde.<br />
Estaban pendientes uno del otro. Se miraban, ausentes absolutos del<br />
mundo a su alrededor. Sobraban las palabras. Sólo existían ellos y el brillo de<br />
sus ojos oscuros como una sola sombra cobijada bajo los sauces lánguidos a la
136<br />
SILVIA MABEL VÁZQUEZ<br />
orilla del río. Tomados de la mano caminaban desde el puerto hasta la entrada<br />
del parque de los chicos. No se soltaban ni un segundo. Volvían cuando bajaba<br />
el sol y apuraban el paso para llegar a su casa antes que caiga la noche.<br />
Aquel día se repitió la rutina. Cuando volvían de su paseo, ni bien cruzaron<br />
el puentecito, vieron un grupo de pibes alrededor de un auto abandonado.<br />
Le estaban sacando las cuatro ruedas. No estaba ahí cuando pasaron bien<br />
temprano en la tarde.<br />
Dos de ellos se dieron vuelta al verlos.<br />
–¿Qué te pasa, viejo? No nos mires.<br />
Ella le tiró del brazo y lo llevó hasta la vereda de enfrente.<br />
–Te dije que no nos mires, viejo –repitió.<br />
Ahí nomás, el más alto, de pelo enrulado, sacó un arma de entre sus ropas<br />
y le disparó. Cayó como una bolsa pesada sobre el asfalto. Ella gritó pero no<br />
la escucharon. Su grito mudo no pudo evitar que corrieran hacia el otro lado<br />
cuando a sirena del patrullero apareció en la esquina.<br />
Rogó, imploró ayuda. Tres de los agentes se dieron vuelta y corrieron<br />
hacia el grupo, el otro, llamaba por radio a una ambulancia.<br />
Él, gimiendo, entreabrió los ojos ya sin brillo, le tomó la mano y le sonrió.<br />
Un jueves más, ella caminaba sola. Se sentaba en el banco frío de la<br />
costanera.<br />
Los sauces lloraban sobre sus hombros. El atardecer se imponía y ella con<br />
la cabeza baja, volvía desde el puerto hasta el parque. Su sombra, desde aquel<br />
jueves, se había partido a la mitad.<br />
LA SEGUNDA DEL SUR<br />
Los ecos de la segunda del sur aún estaban vibrando en los cerebros de la<br />
gente. Si bien el día perfi laba soleado, todavía se olía el humo sucio y gris de<br />
los mirages que anoche taparon el cielo.<br />
Por fortuna, los que traían los víveres no fueron atrapados por los “kelpies”<br />
que merodeaban en cada esquina de Florida, agazapados esperándonos.<br />
Éramos buenas presas y nuestros órganos, su alimento preferido.
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
137<br />
Atacaban clavando sus garras en el medio del pecho, paralizando y arrancando<br />
el corazón sin el mayor esfuerzo. No se privaban de nada.<br />
Ya había logrado escabullirme por la escalera del subte “B”. Era un buen<br />
refugio el viejo taller de reparaciones cerca de Lacroze.<br />
En un par de días, ya éramos cuatro los que compartíamos el almuerzo<br />
entre ruedas pesadas y olor a grasa.<br />
Los negocios tenían sus vidrieras rotas y podíamos servirnos sin que<br />
nos vieran, las pizzas que quedaron en los freezers del Imperio, y si teníamos<br />
suerte, alguna medialuna y masitas sobrantes en la heladera.<br />
Caminé despacio para estirar las piernas. Volví temprano ese día, para<br />
aprovechar la caída del sol desde el techo de la bóveda de los Vilela en el primer<br />
pasillo de Chacarita.<br />
Acomodé los colchones viejos dentro del ataúd superior y nuevamente<br />
compartí con ella la noche. Aunque no nos conocíamos demasiado, recordamos<br />
nuestra infancia en Agronomía, escabulléndonos entre las plantas secas<br />
de maíz al lado de las vías.<br />
Esa noche pude dormir en paz. Mi madre me había preparado de postre<br />
el arroz con leche.<br />
Quién sabe si mañana algún “kelpy” clavará sus garras en mi pecho y de<br />
una vez por todas moriré, esta vez, defi nitivamente…<br />
POESÍA<br />
El árbol es mujer y en su follaje<br />
oigo rodar el mar bajo la tarde.<br />
PROPUESTA<br />
Asomaba la tarde entre los pinos<br />
del patio de baldosas rojas.<br />
El olor a peperina, inundaba el aire,<br />
los recuerdos silabeaban en la conciencia.<br />
El sol, resignado,<br />
espiaba entre los algodones tibios del cielo<br />
OCTAVIO PAZ
138<br />
SILVIA MABEL VÁZQUEZ<br />
y los pájaros de espuma<br />
bajaban a comer las manzanas con canela<br />
apoyadas sobre la mesa.<br />
Y de pronto se abrió la puerta del frente:<br />
él entró, como lo hacía siempre,<br />
con la sonrisa clavada en mi mirada,<br />
un ramo de jazmines en una mano,<br />
y el libro de Neruda bajo el brazo.<br />
Nos sentamos bajo la sombra<br />
de la vetusta parra.<br />
Me tomó de las manos<br />
(jamás lo había hecho)<br />
y momentos después<br />
la brisa de la tarde<br />
fue testigo,<br />
entre mates y poemas,<br />
de su propuesta de amor.<br />
ACOMPÁÑAME<br />
Acompáñame con tus alas de ángel.<br />
No puedo emprender este viaje sola.<br />
Si tú sabes cómo extraño la ternura de tus manos,<br />
tu sonrisa infi nita, tu cuerpo a mi lado.<br />
Enséñame a soñar con pájaros blancos y nubes eternas.<br />
Sólo si vivo en tus labios me siento completa…<br />
SILVIA MABEL VÁZQUEZ
ESTILOS<br />
NORMA VINCIGUERRA<br />
PRÓLOGO<br />
El siglo XXI comienza con la conjunción de distintos estilos. La mezcla<br />
de lo pasado con lo futuro nos permite deslizarnos en las diferentes épocas.<br />
Con tal suerte que podemos dar rienda suelta a cuánta fantasía se nos presente<br />
y, ubicarnos en cualquier situación.<br />
En sortilegio los personajes se cruzan en la actualidad. Una mujer que<br />
pierde todo y un hechicero aparece trayéndole la solución. En cambio en<br />
mensaje instantáneo la temática tiene que ver con lo cibernético. Aquí la computadora<br />
predice la muerte de la protagonista. Distinto es en besos de sangre<br />
que comienza anunciando el desenlace fi nal.<br />
En la vida cotidiana encontramos todos estos seres. La diferencia consiste,<br />
que en literatura juegan y se mueven de una manera más recreativa, espero,<br />
por eso quise ofrecerles algunos. Hagamos de este menjunje algo provechoso,<br />
sin olvidarnos de los magos y los vampiros…
140<br />
NORMA VINCIGUERRA<br />
MENSAJE INSTANTÁNEO<br />
El rayo rompe el cristal. Estoy frente al hogar mientras se desata la tormenta.<br />
Las llamas merman su intensidad en aquel momento. Sola en la casa<br />
que fuera pensada para dos. La computadora anuncia la entrada de un mensaje<br />
instantáneo. Me acerco a leerlo. Quien lo envía es desconocido, no está dentro<br />
de mis contactos. No recuerdo haber dado mi dirección. Pregunta –¿cómo<br />
estás? Le contesto: –¿quién sos?<br />
Él: –Alguien que te observa.<br />
Yo: –No me interesa. No te conozco.<br />
Él: –Es conveniente que te interese.<br />
Hago un clic con el mause y cierro. El agua entra por el cristal roto. Lo<br />
cubro con un hule que encuentro en el sótano. Lucho. El viento entorpece mi<br />
trabajo. Nuevamente el correo. Lo ignoro. Vibra el celular. Atiendo. La voz<br />
me dice que mire, que él castiga la indiferencia. Esta vez no era un mensaje<br />
de texto, sino un video con fondo negro y una calavera, le doy play y tras una<br />
cortina de fuego aparece la imagen de una mujer que corre y grita. Sube una<br />
escalera. Está oscuro. Al fi n la alcanza, alza el cuchillo, ella se defi ende. Se lo<br />
clava en el brazo, dos, tres veces, por último lo hunde con fuerza en el estómago.<br />
Ella cae envuelta en sangre y horror.<br />
–Que mal gusto, no me causa gracia– Le digo.<br />
–No es una broma, es muy serio lo que acabas de ver– Contesta y corta.<br />
El fi lm vuelve a reproducir, repite la misma escena esta vez con un poco más<br />
de luz, pero no veo su rostro ni quien la ataca. Un fogonazo hace estallar las<br />
fl amas. De golpe se extinguen. Otra vez el video. Estoy molesta. Apago la<br />
máquina. La corriente arranca el plástico que cubre la ventana. Voy a colocarlo<br />
de nuevo. La sala está helada y húmeda. Oigo ruidos. Son pasos. El teléfono<br />
suena. Dudo en atender. Insiste. Descuelgo. –Quiero que lo pongas desde el<br />
principio–. La pantalla se enciende. Me acerco. Tengo miedo. Las imágenes<br />
comienzan. Un rayo rompe el cristal. Empieza a llover. La mujer está frente al<br />
hogar. Las llamas disminuyen. Un golpe seco abre la puerta. Entre las sombras,<br />
veo el brillo del acero. Corro. Grito. Subo las escaleras.
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
SORTILEGIO<br />
141<br />
Revisaba la carta una y otra vez. Recordar era la manera de llenar la soledad.<br />
No tenía explicación, en pocos meses se casarían, se lo dejó todo escrito,<br />
no tuvo el valor de mirarla a los ojos.<br />
Los golpes de la puerta la exaltaron, ¿Vuelve?, ¿Qué se piensa?, tengo<br />
orgullo, no voy a perdonarlo, mejor no atiendo, que piense que no estoy. Pero<br />
sonaron más fuertes, como si quisieran derrumbarla. Asomó el ojo por la<br />
mirilla y una barba blanca sobre un fondo azul estaba detrás. No parece un<br />
mendigo, ¿Qué quiere?, Creo que estoy perdido, ¿A quién busca?, A Arturo,<br />
¿Quién?, Arturo. Pobre viejo loco, ¿de qué asilo se escapó?, mejor llamo a la<br />
policía. Cuando llegó al teléfono y levantó el tubo, el anciano estaba adentro.<br />
Dio vuelta sobre sí y observó, las ventanas, las cortinas, los sillones, la mesa,<br />
todo aquel recinto le resultó ajeno. Podría ser un ladrón o un sicópata. ¿Cómo<br />
diablos entró?, ¿Qué quiere?, plata no tengo, Perdón señorita, yo no necesito<br />
ningún metal precioso, tengo sufi ciente, déjeme hacerle una pregunta, ¿Cuál?,<br />
Siendo usted una bella dama ¿por qué lleva atuendos de caballero?, No sé de<br />
qué país viene, pero lo que tengo puesto son calzas y aquí es ropa de mujer,<br />
Pues que vestimenta extraña. Vestimenta extraña, a mí me dice, vestimenta<br />
extraña ¿Y él qué?, con esa túnica hasta los pies color azul eléctrico y la capucha<br />
cubriéndole la cabeza parece un monje antiguo, no hay duda este viejo<br />
está chifl ado. Todavía no contestó como entró en mi casa, Puedo entrar a<br />
donde quiera, ¿imagínese? una persona como yo, que no encuentre el camino,<br />
¿Y usted quién es?, Entiendo que no me conozca, aún es muy joven, pero su<br />
rostro refl eja tristeza, tiene los ojos hinchados, ¿es por llorar?, No es asunto<br />
suyo, Se equivoca, yo uní a muchas parejas, Arturo es Rey gracias a mi ayuda.<br />
El hombre cerró los ojos, en un lenguaje desconocido pronunció las palabras<br />
que hicieron bajar de la nada una esfera brillante. Mientras fl otaba entre sus<br />
brazos, la rodeó sin tocarla con las manos. Esta mujer es su enemiga, ¿La<br />
conoce?, acérquese, véala. A pesar de los rayos luminosos que la bola desplegaba,<br />
logró reconocerla. A ella le debía las pérdidas. Puedo hacer que el mal<br />
le vuelva. Ojo por ojo, sería perfecto. La vería sufrir, quedarse sola, sin nada,<br />
sin recursos, sin amparo. ¿Cómo?, Tengo mis recetas, Los resultados; ¿son<br />
rápidos, efectivos?, Hasta ahora no fallé, cuánto tiempo no sé, no depende de<br />
mí, ¿De quién entonces?, Del destino, No estoy dispuesta a esperar mucho,<br />
La venganza, jovencita, cuanto más lenta más dulce es, Está bien hágalo, De<br />
acuerdo, pero necesito que me guíe el regreso. El hombre sacó de sus mangas<br />
un frasco pequeño de vidrio y una bolsita de arpillera, en un recipiente volcó
142<br />
NORMA VINCIGUERRA<br />
un líquido verde y unas hierbas moradas. Casi se arrepiente cuando empezó a<br />
brotar un humo espeso hasta cubrir la habitación. Lo hecho, hecho está.<br />
Las hojas de la ventana se abrieron. Del vacío salió un lienzo de gasa<br />
dorada, extendiéndose como una alfombra. Ahí está, esa es mi senda, fue un<br />
placer. Después de besarle la mano, con los pies elevados del piso, se alejó.<br />
Gracias, ¿cuál es su nombre?, Me llamo Merlín. Dijo antes de desaparecer por<br />
siempre.<br />
BESOS DE SANGRE<br />
Estaba tendida en sus brazos. Pálida, indefensa, con la mirada cautiva.<br />
En el más puro acto de devoción le entregó su cuello y él, con dominante<br />
ternura posó los viriles labios. Lanzó un grito agudo de dolor que después se<br />
fue apagando hasta quedar en suspiro. La sangre brotó y él bebió, bebió hasta<br />
saciar su apetito.<br />
De niñas siempre nos atraparon las historias de terror, teníamos una especial<br />
seducción por las películas de vampiros. La infl uencia fue tal que en la<br />
adolescencia toda indumentaria, maquillaje y tono de pelo era negro. Lo que<br />
para nosotras era un juego para los adultos signifi caba la entrada a un mundo<br />
tenebroso.<br />
Lucy, mi amiga, se enamoró perdidamente del profesor de historia. Un<br />
hombre maduro de cabello castaño oscuro y ojos color miel. Nuestro tema<br />
de conversación se concentraba en descifrar la vida enigmática de éste. Un<br />
día decidimos seguirlo. Al terminar la clase, que siempre era nocturna, nos<br />
escondimos en el coche hasta que lo vimos partir. Íbamos detrás manteniendo<br />
distancia, como veíamos en las películas. Anduvimos varios kilómetros fuera<br />
de la ciudad. Se detuvo frente a un portón, que abrió con el control remoto.<br />
El lugar estaba rodeado de un paredón de gran altura que no dejaba ver el interior.<br />
Con la insistencia de Lucy bajamos a explorar la posibilidad de entrar.<br />
Casi imposible lograrlo. Pero en un costado algunos de los ladrillos estaban<br />
fl ojos. Con esfuerzo los movimos. La estructura en ruinas demostraba que la<br />
casa reunía más de dos siglos.<br />
–Mejor nos vamos ya es tarde –le dije.<br />
–¿Justo ahora que estamos cerca? –contestó.
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
143<br />
Traté de convencerla, pero seguía forcejeando con los ladrillos. Seguíamos<br />
discutiendo hasta que una imagen nos hizo callar. Lo vimos en una de las<br />
ventanas con el torso desnudo, los brazos abiertos, un rugido se desprendió de<br />
él cuando incorporó su cabeza.<br />
–Nos vio, vamos, vamos. Y me la llevé a los tirones de la ropa mientras<br />
se reía. Para ella seguía siendo un juego.<br />
Quise persuadirla, pero la obsesión por seducirlo superaba los límites de<br />
la cordura. Empezaron las miradas cómplices, los susurros al oído, el quedarse<br />
después de clase sin justifi cación. Siempre la esperaba fuera para volver juntas<br />
a nuestras casas. Hasta que él la llevó en su auto. Desde esa vez Lucy no fue<br />
la misma. Si bien al principio denotaba alegría, en poco tiempo comencé a<br />
notar cierta debilidad.<br />
–Deberías ver un médico.<br />
–No hace falta, estoy bien.<br />
–No parece, estás ojerosa, no te concentrás, no querés salir, siempre tenés<br />
sueño.<br />
–Es la presión por los exámenes.<br />
Ese fue uno de los pretextos. No comprendí la razón de sus sentimientos<br />
hasta que él se paró frente a mí, e inexplicablemente me despertó cierta<br />
atracción.<br />
Sus ojos penetraron en los míos. Entre la culpabilidad y el deseo acepté<br />
la invitación. El portal de entrada se abrió antes que tocara la aldaba. A los<br />
muebles los cubrían sabanas blancas. Las enormes arañas de cristal que pendían<br />
del techo estaban apagadas. Sobre la mesa de roble había enseres para<br />
tres comensales, en el centro un candelabro de oro donde sólo una de las velas<br />
permanecía encendida. La cena transcurrió en medio de la subyugante conversación<br />
del anfi trión que seguíamos atentas. El sirviente llenó las copas con<br />
un borgoña de sabor espeso. Como en un carrusel las pinturas daban vueltas.<br />
Lucy y él lujuriosos se abrazaron y besaron. Las carcajadas retumbaron hasta<br />
dolerme la cabeza. El sueño me doblegaba. Más se reían, más sometida en el<br />
descanso me encontré. Todavía con jaqueca, desperté entre lienzos de brocal<br />
color carmín.<br />
Me levanté, quería encontrar a mi amiga y salir de allí. Por momentos las<br />
naúseas me detenían. Me faltaba el aire. Al fi nal del corredor se oían gemidos.<br />
El pasillo me pareció interminable, todo era oscuro, húmedo y viejo. Empujé la<br />
puerta de la habitación entreabierta. La miré con horror, no sé si ella lo supo.
144<br />
NORMA VINCIGUERRA<br />
EL SUEÑO<br />
Las nubes cubren el cielo. Un viento tormentoso sacude las ramas del tilo<br />
que pegan contra el vidrio de la ventana. Agita las cortinas que por momentos<br />
rozan los pies de la cama donde duerme Laura.<br />
El reloj marca las doce. Su relajado cuerpo envuelto en las sábanas, la<br />
cabeza hundida en la almohada, confi rman la sensación de ausencia de la<br />
realidad. Su mente vaga por el espacio, se ve a sí misma enfrente de un velo<br />
de humo blanco. Insegura comienza a caminar alejando aquella niebla con las<br />
manos. Una mujer obesa vestida con una túnica clara sentada detrás de una<br />
mesa redonda, que con un gesto la invita a acomodarse.<br />
Su rostro se refl eja en el cristal que posa en el centro. –Dame tus manos–<br />
Dice y extiende las suyas primero. Permanece unos segundos acariciándole<br />
las palmas con los ojos cerrados, los abre y observa las líneas una a una, le<br />
habla sobre su pasado y su presente. La mira fi jo a los ojos y anuncia la tragedia.<br />
Laura las quita rápidamente. Tira la mesa con su cuerpo al levantarse, el<br />
cristal se rompe y estalla contra el suelo, quiere escapar, pero el vaho es cada<br />
vez más espantoso.<br />
Se despierta de un sobresalto. Un rayo ilumina la mesa de luz. Las agujas<br />
señalan las tres. Inquieta cierra las ventanas. Desvelada y sedienta decide salir<br />
de la alcoba para beber agua. Baja las escaleras lentamente, su corazón todavía<br />
palpita acelerado, en su mente quedan algunas imágenes borrosas de aquel<br />
sueño absurdo. Los muebles de la sala parecen lejanos entre tanta oscuridad.<br />
Sin embargo puede oír el movimiento del picaporte, no caben dudas, alguien<br />
quiere entrar. Rápido va a la cocina. Extrae un cuchillo de hoja ancha y fi losa<br />
para defenderse. La puerta se abre en su totalidad y en ella la sombra de un<br />
hombre que no titubea a entrar.<br />
Ciega por el miedo, se lanza sobre aquella masa mojada. De un golpe seco<br />
y violento clava el puñal en el pecho, hasta que logra tirarla. Por un momento<br />
los relámpagos le dejan ver la cara del muerto. Los truenos no tapan los gritos<br />
de dolor. Quiere revivirlo, lo abraza contra su cuerpo. Empapa su ropa con la<br />
sangre. Llora hasta que sus lágrimas se confunden con el líquido rojo.<br />
La vi correr por la calle desierta, en la madrugada, bajo la lluvia, sin<br />
rumbo, intentando huir.
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
LA NIÑA, EL GATO, EL ANCIANO<br />
Y LA ESTRELLA FUGAZ<br />
I<br />
145<br />
A través de la ventana vi una luz que cruzó la noche cerrada, internándose<br />
en la cavidad oscura. ¿Dónde irá? ¿Quién conducirá ese puntito brillante?<br />
¿En qué sitio se detendrá? Otros seres tal vez lo estarán esperando, o quizá<br />
va montado en él aquel pequeño Príncipe en busca de su rosa amada. Curiosa<br />
decidí acercarme, con la ilusión de tomarla por la cola y viajar a una inmensidad<br />
desconocida. Una voz me alejó de la fantasía de explorar otros mundos:<br />
–A lavarse las manos, está lista la cena.<br />
II<br />
Cansado de mi larga travesía, busco un lugar donde sentarme. Las últimas<br />
brisas de la noche acarician mi cara, el sueño hace entrecerrar mis ojos. De<br />
pronto, algo acapara mi atención, una luz irradia en la oscuridad. Me agazapo,<br />
vigilo, observo como cruza fugaz por encima de mí, casi roza mi cabeza. No la<br />
pierdo de vista, la sigo con todos mis sentidos. Se aleja por completo abriendo<br />
camino entre las estrellas. Un poco más relajado, pienso que es sufi ciente tanta<br />
aventura. Bajo de un salto a la calle, ya es tiempo de volver a casa.<br />
III<br />
Sacude el viento suavemente los rosales. Me acerco para impregnar mi<br />
olfato de su aroma antes de dormir. Miro al cielo y la veo. Esa estrella fugaz<br />
trae a mi mente aquellas noches de verano, donde en este mismo jardín se amparaban<br />
mis esperanzas. Colmado de voces y risas infantiles. Por ese tiempo<br />
las rosas eran aún pimpollos sin abrir, la idea de la soledad estaba lejos. El<br />
futuro se veía expectante y ahora sólo quedan los recuerdos atesorados que se<br />
disparan uno a uno uniéndose a la luz de mis deseos, los que me hacen sentir<br />
que la vida es tan fugaz como una estrella.<br />
EL BAR DE LOS SOLITARIOS<br />
Ella entró al bar. Se acomodó en la barra. Pidió un trago. Con una sonrisa<br />
en sus labios rojos, sin pronunciar palabra, lo miró. Él se incorporó en su
146<br />
NORMA VINCIGUERRA<br />
asiento, llamó al mozo y le entregó una nota. Ella respondió dándole lugar y<br />
hora para la cita. Se retiró sin terminar su bebida. Él la siguió dispuesto a correr<br />
el riesgo. Ella, con el cuerpo recostado sobre una pared, lo esperaba en la<br />
calle sin salida. Se acercaron, se tocaron, se besaron, se amaron y, en el rigor<br />
de la noche se marcharon.<br />
EL BRASERO<br />
El brasero calienta la cocina del pequeño mundo donde viven. En sus<br />
rostros se dibuja una sonrisa amarga de felicidad. Pronto el hedor del carbón<br />
anunciará un largo sueño.<br />
EL DISCURSO<br />
Solemne, elegante el candidato ideal para pronunciar las palabras en la despedida<br />
de año. Cerró con un discurso de reconocimiento con sabor a tarde.<br />
POESÍA<br />
EL ÁNGEL DEL INFIERNO<br />
Apareció.<br />
Con el rostro<br />
siniestramente angelical,<br />
con la silueta oscura,<br />
los ojos fríos<br />
y los labios tórridos.<br />
Se acercó.<br />
Con oculta pasión,<br />
con amarga sonrisa.<br />
Acarició mi pelo,<br />
mi cuerpo, mi alma.<br />
Sació mi sed<br />
hasta ahogarme en su savia.
DESCALZOS EN EL AIRE<br />
Iluminó mis noches<br />
hasta cegarme.<br />
Encendió el fuego de la vida<br />
hasta alzarme al infi erno.<br />
Abrió mi pecho,<br />
besó mi corazón y se lo llevó.<br />
CUADRO NOCTURNO<br />
La luna se sumerge<br />
en el cuadro de la noche.<br />
Tan llena, tan redonda.<br />
Sólo ella conoce<br />
mis íntimos secretos.<br />
Mi testigo y confi dente.<br />
Mi cómplice y consejera.<br />
Ella que todo lo ve.<br />
Vio mis lágrimas<br />
por no tenerte.<br />
Vio mi instinto suelto.<br />
Vio mi hambre y mi agonía.<br />
Ella que todo lo oye.<br />
Oyó mis aullidos<br />
en el bosque,<br />
Oyó mi pensamiento<br />
en la penumbra.<br />
Ella, sólo ella sabe cuánto te amo.<br />
TU AUSENCIA<br />
Te busco<br />
en las tinieblas de la tierra,<br />
en las nebulosas,<br />
en el canto del agua,<br />
en las grietas de los muros.<br />
147
148<br />
NORMA VINCIGUERRA<br />
Te busco entre los muertos.<br />
Te sueño entre los vivos.<br />
Te siento en el espacio.<br />
Te huelo en el éter de la noche.<br />
Te acerco en la distancia.<br />
Te recorro en mi mente.<br />
Toco tu sombra.<br />
Oigo tu llanto.<br />
Veo tu pena y,<br />
me ahogo en tu ausencia.<br />
RETRATO<br />
Abismo, dolor, ternura.<br />
Alma, voluntad, valor.<br />
Trabajo, sudor, esperanza.<br />
Río, canto, locura.<br />
Mente, terquedad, candor.<br />
Llanto, sufrimiento, dulzura.<br />
Cielo, agonía, estupor.<br />
Palabra, belleza, censura.<br />
Rostro, lealtad, amor.<br />
Hombre, fuerza, blancura.<br />
Signo, justicia, y honor.<br />
NORMA VINCIGUERRA
ÍNDICE
Marta Rosa Mutti ............................................................................................ 7<br />
Horacio Aranda ............................................................................................... 9<br />
Juan Arrate .................................................................................................... 19<br />
Teresa Del Valle Baruzzi .............................................................................. 29<br />
Graciela Busto ............................................................................................... 39<br />
Dolores Fernández ........................................................................................ 49<br />
Carmen Florentín .......................................................................................... 59<br />
Mirian Claudia López ................................................................................... 69<br />
Julia Mansi .................................................................................................... 79<br />
Edith Migliaro ............................................................................................... 89<br />
Patricia Moltedo ............................................................................................ 99<br />
Mabel Sobradelo ......................................................................................... 109<br />
Olga Tasca ....................................................................................................119<br />
Silvia Mabel Vázquez ................................................................................. 129<br />
Norma Vinciguerra ......................................................................................139
Se terminó de imprimir en Impresiones Dunken<br />
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Noviembre de 2010