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Discurso crítico y Modernidad. Ensayos escogidos - gesamtausgabe

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Bolívar Echeverría<br />

dispositivo en virtud del cual el individuo trabajador “se salva y se condena”.<br />

Al comportarse como vendedor-comprador, se socializa en tanto que<br />

propietario privado, es decir, en términos de igualdad frente a los otros<br />

“ciudadanos”, aunque el logro de esa condición implique para él al mismo<br />

tiempo una autocondena a la inferioridad en tanto que “burgués”, a la sumisión<br />

frente a aquellos individuos no-trabajadores que son propietarios<br />

de “algo más” que de su simple fuerza de trabajo. Propietario privado, el<br />

trabajador no pierde esa calidad, aunque su propiedad sea nula, por cuanto<br />

detenta de todas maneras la posesión de su cuerpo, es decir, el derecho<br />

de ponerlo en alquiler. Cuando se comporta como trabajador, el ciudadano<br />

moderno inaugura un nuevo comportamiento de la persona humana respecto<br />

de su base natural, del “espíritu” respecto a la “materia”. Coma tal,<br />

el ser humano no es su cuerpo, sino que tiene un cuerpo; un cuerpo que le<br />

permite mantener ese mismo status de humano justo en la medida en que<br />

es objeto de su violencia.<br />

El esclavo antiguo podía decir: “En verdad soy esclavo, pero estoy o<br />

existo de hecho como si no lo fuera”. La violencia implícita en su situación<br />

sólo estaba relegada o pospuesta; la violación de su voluntad de disponer<br />

de sí mismo estaba siempre en estado de inminencia: podía ser vendido,.<br />

podía ser ultrajado en el cuerpo o en el alma. La relación de dependencia<br />

recíproca que mantenía con el amo hacía de él en muchos casos un servo<br />

padrone; el respeto parcial que le demostraba el amo era una especie de<br />

pago por el irrespeto global que le tenía (y que se volvía así perdonable),<br />

una compensación de la violencia profunda con que lo sometía. A la inversa,<br />

el “esclavo” moderno dice: “En verdad soy libre, pero estoy o existo<br />

de hecho como si no lo fuera”. La violencia implícita en su situación está<br />

borrada, es imperceptible: su voluntad de disponer de sí mismo es inviolable,<br />

sólo que el ejercicio pleno de la misma (no venderse como “fuerza de<br />

trabajo”, por ejemplo) requiere de ciertas circunstancias propicias que no<br />

siempre están dadas. Aquí el “amo”, el capital, es en principio impersonal<br />

— no reacciona al valor de uso ni a la “forma natural” de la vida— y en<br />

esa medida no depende del “esclavo” ni necesita entenderse con él; prosigue<br />

el cumplimiento de su “capricho” (la autovalorización) sin tener que<br />

compensar nada ni explicar nada ante nadie.<br />

Una cosa era asumir la violencia exterior, aceptar y administrar el<br />

hecho de la desigualdad como violencia del dominador, disculpándolo como<br />

mecanismo necesario de defensa ante la amenaza de “lo nuestro” por<br />

“lo ajeno”; disimulándolo y justificándolo como recurso ineludible ante la<br />

agresión de la naturaleza o la reticencia de Dios a mediar entre la Comunidad<br />

y lo Otro. Muy diferente, en cambio, es des-conocer la violencia del<br />

explotador e imputar cualquier efecto de la misma a la presencia directa

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