Discurso crítico y Modernidad. Ensayos escogidos - gesamtausgabe

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Bolívar Echeverría faltante o estructuralmente restringida. Reinstaló así la necesidad del sacrificio de la individualidad como conditio sine qua non de la vida en sociedad, y lo hizo además multiplicándola, dotándole de una tendencia que era desconocida en los tiempos arcaicos. Repuso el drama “primitivo” de la violencia, el de la esclavitud, pero le quitó su momento dialéctico o de trascendencia y le dejó únicamente su consistencia destructiva; un escenario que no admite solidaridad alguna entre “verdugo” y “víctima” y que no los eleva en un perfeccionamiento sino que los hunde en un deterioro sin fin. En la vida moderna hay sin duda lugares o momentos propicios para la experiencia de la abundancia y la emancipación, pero ellos no se dan gracias a la forma capitalista de la modernidad, sino siempre sólo a pesar suyo. 4. La violencia fundamental en la época de la modernidad capitalista — aquella en la que se apoyan todas las otras, sean éstas heredadas, reactivadas o inventadas— es la “violencia de las cosas mismas”: de las cosas convertidas en “mundo de las mercancías capitalistas” y de las cosas en tanto que medios de producción “subsumidos realmente” a la forma técnica capitalista195. Es, en primer lugar, la violencia de la represión aparentemente natural que ejerce la “vida” del mercado capitalista sobre todo, aquello que le resulta disfuncional. Es la violencia que resuelve instante a instante la contradicción que hay entre la coherencia “natural” del mundo de la vida, esto es, la “lógica” centrada en torno a la reproducción cualitativa de los valores de uso, por un lado, y la coherencia capitalista del mismo, es decir, la “lógica” centrada en torno a la valorización del valor, por otro; la violencia que somete, subordina o “subsume” sistemáticamente la primera de estas dos coherencias o “lógicas” a la segunda. Es la violencia represiva elemental que no permite que se realice efectivamente lo que hay de creación y de promesa de disfrute en los objetos del mundo, si tal realización no sirve como pretexto y vehículo de la acumulación del capital. Es la violencia que encuentra al comportamiento humano escindido y desdoblado en dos actitudes divergentes, contradictorias entre sí — la una atraída por la “forma natural” del mundo y la otra subyugada por su forma mercantil-capitalista— , y que está siempre sacrificando a la primera en favor de la segunda196. 195 Sobre la teoría de la subsunción del trabajo al capital véase: K. Marx, El capital, libro I, Capítulo V I (inédito), Signos, Buenos Aires 1971; también K. Marx, La tecnología del capital, Itaca, México 2005. 196 El ”consumismo”, por ejemplo, esa furia del ingerir satisfactores, esa violencia contra las cosas — que consiste en pasar sobre ellas sin descifrarlas, dejándolas como pequeños montones de residuos, destinados a incrementar una sola inmensa montaña de basura— , puede ser visto como una reacción compensatoria ante [ 320 (

Discurso crítico y m odernidad La violencia de las cosas mismas sobre los seres humanos de la modernidad realmente existente pasa de la sujeción de la vida al mercado capitalista a la estructura misma de los objetos que se producen y consumen bajo esa sujeción, es una violencia que se objetiva en ellos. Los medios de producción y consumo ejercen una violencia por sí mismos en tanto que su estructura técnica ha sido afectada por el hecho de la subsunción del proceso de trabajo natural o concreto al proceso abstracto de autovalorización del valor económico capitalista197. Ya en el diseño de los objetos del mundo de la vida moderna está inscrita su función como vehículos de esa subsunción y su uso como objetos de una actividad de sentido no capitalista les resulta extraño, antifuncional. Las exigencias técnicas que su utilización trae consigo implican ya por ellas mismas la necesidad de que su utiliza- dor se someta a la forma social capitalista inscrita en su consistencia198. La violencia moderna no actúa sobre el individuo singular sólo desde fuera de él, desde los otros individuos singulares o desde la comunidad — como sucede en condiciones no-modernas— , sino que lo hace sobre todo desde dentro de él mismo, en tanto que es un propietario de mercancía que ha interiorizado en su éthos el impulso productivista del capital, dirigido a someter todo brote de “forma natural” que aparezca en el mercado. Esta perversión de su empleo, que junta en uno a la víctima y al verdugo, la incapacidad de disfrutar el valor de uso del que se es propietario, ante la condena a permanecer en la escasez estando sin embargo en la abundancia. 197 El campo instrumental que reúne al conjunto de los medios de producción en esta época tardía de la modernidad capitalista ha interiorizado a tal grado la adicción capitalista a la escasez absoluta artificial, que está a punto de convertir definitivamente al Hombre (al ser humano moderno) en un animal de voracidad sin lím ites, irremediablemente insatisfecho e insaciable, y por lo tanto a la Naturaleza (a lo otro percibido desde la modernidad), en un reservorio constitutivamente escaso, en una simple masa de “recursos no renovables”. Ciertos esquemas de consumo absurdos por insustentables, propios tan sólo de esta modernidad, amenazan con perder su carácter elitista y adquirir uno “democrático”, aparentemente indispensable para sectores considerables de la población de los países del “primer mundo”. Son esquemas de consumo imposibles de ser generalizados, que reafirman el carácter excluyente de la sociedad organizada por el capital. Su satisfacción pone en peligro las posibilidades de reproducción del resto del género humano, cuyos ingresos lo mantienen sistemáticamente lejos del acceso a los mismos. Todo indica que, de seguir la tendencia a la masificación de esos esquemas de consumo, aunque esté acotada al “primer mundo” y sus sucursales, pronto la Tierra será un planeta para pocos, en el que la medida de echar por la borda la “carga humana inútil” comenzará a dejar de parecer escandalosa. 198 En sus Mínima moralia, Aforismo 19, Th. Adorno llega a decir: “... En los movimientos que las máquinas exigen de quienes las operan subyace ya lo violento, lo golpeador, lo interminablemente repetido de los maltratos fascistas...” t 321 ]

<strong>Discurso</strong> <strong>crítico</strong> y m odernidad<br />

La violencia de las cosas mismas sobre los seres humanos de la modernidad<br />

realmente existente pasa de la sujeción de la vida al mercado capitalista<br />

a la estructura misma de los objetos que se producen y consumen<br />

bajo esa sujeción, es una violencia que se objetiva en ellos. Los medios de<br />

producción y consumo ejercen una violencia por sí mismos en tanto que su<br />

estructura técnica ha sido afectada por el hecho de la subsunción del proceso<br />

de trabajo natural o concreto al proceso abstracto de autovalorización<br />

del valor económico capitalista197. Ya en el diseño de los objetos del mundo<br />

de la vida moderna está inscrita su función como vehículos de esa subsunción<br />

y su uso como objetos de una actividad de sentido no capitalista les<br />

resulta extraño, antifuncional. Las exigencias técnicas que su utilización<br />

trae consigo implican ya por ellas mismas la necesidad de que su utiliza-<br />

dor se someta a la forma social capitalista inscrita en su consistencia198.<br />

La violencia moderna no actúa sobre el individuo singular sólo desde<br />

fuera de él, desde los otros individuos singulares o desde la comunidad<br />

— como sucede en condiciones no-modernas— , sino que lo hace sobre todo<br />

desde dentro de él mismo, en tanto que es un propietario de mercancía<br />

que ha interiorizado en su éthos el impulso productivista del capital, dirigido<br />

a someter todo brote de “forma natural” que aparezca en el mercado.<br />

Esta perversión de su empleo, que junta en uno a la víctima y al verdugo,<br />

la incapacidad de disfrutar el valor de uso del que se es propietario, ante la condena<br />

a permanecer en la escasez estando sin embargo en la abundancia.<br />

197 El campo instrumental que reúne al conjunto de los medios de producción en esta<br />

época tardía de la modernidad capitalista ha interiorizado a tal grado la adicción<br />

capitalista a la escasez absoluta artificial, que está a punto de convertir definitivamente<br />

al Hombre (al ser humano moderno) en un animal de voracidad sin lím ites,<br />

irremediablemente insatisfecho e insaciable, y por lo tanto a la Naturaleza (a<br />

lo otro percibido desde la modernidad), en un reservorio constitutivamente escaso,<br />

en una simple masa de “recursos no renovables”. Ciertos esquemas de consumo<br />

absurdos por insustentables, propios tan sólo de esta modernidad, amenazan con<br />

perder su carácter elitista y adquirir uno “democrático”, aparentemente indispensable<br />

para sectores considerables de la población de los países del “primer mundo”.<br />

Son esquemas de consumo imposibles de ser generalizados, que reafirman el<br />

carácter excluyente de la sociedad organizada por el capital. Su satisfacción pone<br />

en peligro las posibilidades de reproducción del resto del género humano, cuyos<br />

ingresos lo mantienen sistemáticamente lejos del acceso a los mismos. Todo indica<br />

que, de seguir la tendencia a la masificación de esos esquemas de consumo,<br />

aunque esté acotada al “primer mundo” y sus sucursales, pronto la Tierra será un<br />

planeta para pocos, en el que la medida de echar por la borda la “carga humana<br />

inútil” comenzará a dejar de parecer escandalosa.<br />

198 En sus Mínima moralia, Aforismo 19, Th. Adorno llega a decir: “... En los movimientos<br />

que las máquinas exigen de quienes las operan subyace ya lo violento,<br />

lo golpeador, lo interminablemente repetido de los maltratos fascistas...”<br />

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