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Discurso crítico y Modernidad. Ensayos escogidos - gesamtausgabe

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<strong>Discurso</strong> <strong>crítico</strong> y m odernidad<br />

fuese indispensable, del pseudouniversalismo arcaico — de ese localismo<br />

amplificado que mira en la otredad de todos los otros una simple variación<br />

o metamorfosis de la identidad desde la que se plantea. El desarrollo<br />

de una economía mundial realmente existente, es decir, basada en la<br />

unificación tecnológica del proceso de trabajo a escala planetaria, vuelve<br />

impostergable la hora de una universalización concreta de lo humano.<br />

Cada vez se vuelve más evidente que la humanidad del “hombre en general”<br />

sólo puede construirse con los cadáveres de las humanidades singulares.<br />

Y la cultura política de la modernidad establecida se empantana en<br />

preguntas como las siguientes: ¿las singularidades de los innumerables<br />

sistemas de valores de uso — de producción y disfrute de los mismos—<br />

que conoce el género humano son en verdad magnitudes négligeables que<br />

deben sacrificarse a la tendencia globalizadora o “universalizadora” del<br />

mercado mundial capitalista? Si no es así, ¿es preciso más bien marcarle<br />

un límite a esta “voluntad” uniformizadora, desobedecer la “sabiduría del<br />

mercado” y defender las singularidades culturales? Pero, si es así, ¿hay<br />

que hacerlo con todas? ¿O sólo con las “mejores”?<br />

El fundamentalismo de aquellas sociedades del “tercer mundo” que<br />

regresan, decepcionadas por las promesas incumplidas de la modernidad<br />

occidental, a la defensa más aberrante de las virtudes de su localismo,<br />

tiene en el racismo renaciente de las sociedades europeas una correspondencia<br />

poderosa y experimentada. Ambas son reacias a concebir la posibilidad<br />

de un universalismo diferente.<br />

La figura derrotada de la Malintzin histórica pone de relieve la miseria<br />

de los vencedores; el enclaustramiento en lo propio, originario,<br />

auténtico e inalienable fue para España y Portugal el mejor camino al<br />

desastre, a la destrucción del otro y a la autodestrucción. Y recuerda<br />

a contrario que el “abrirse” es la mejor manera del afirmarse, que la<br />

mezcla es el verdadero modo de la historia de la cultura y el método<br />

espontáneo, que es necesario dejar en libertad, de esa inaplazable universalización<br />

concreta de lo humano.<br />

Como figura mítica, que en realidad se encuentra apenas en formación,<br />

figura que intenta superar la imagen nacionalista de “Malinche, la traidora”<br />

— la que desprecia a los suyos, por su inferioridad, y se humilla ante la<br />

superioridad del conquistador (según R. Salazar Mallén)— , la Malintzin<br />

hunde sus raíces en un conflicto común a todas las culturas: el que se da<br />

entre la tendencia xenofóbica a la endogamia y la tendencia xenofílica a<br />

la exogamia, es decir, en el terreno en el que toda comunidad, como todo<br />

ser singularizado, percibe la necesidad ambivalente del Otro, su carácter<br />

de contradictorio y complementario, de amenaza y de promesa. Frente a<br />

los tratamientos de este conflicto en los mitos arcaicos, que, al narrar el<br />

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