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Discurso crítico y Modernidad. Ensayos escogidos - gesamtausgabe

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<strong>Discurso</strong> <strong>crítico</strong> y m odernidad<br />

hecho mismo de la comunicación entre ellas. Pero implicaba también, en<br />

segundo lugar, tener un acceso privilegiado — abierto por la importancia<br />

y la excepcionalidad del diálogo entablado— al centro del hecho comunicativo,<br />

a la estructura del código lingüístico, al núcleo en el que se definen<br />

las posibilidades y los límites de la comunicación humana como instancia<br />

posibilitante del sentido del mundo de la vida.<br />

En efecto, ser intérprete no consiste solamente en ser un traductor<br />

bifacético, de ida y vuelta entre dos lenguas, desentendido de la reacción<br />

metalingüística que su trabajo despierta en los interlocutores. Consiste<br />

en ser el mediador de un entendimiento entre dos hablas singulares, el<br />

constructor de un texto común para ambas.<br />

La mediación del intérprete parte necesariamente de un reconocimiento<br />

escéptico, el de la inevitabilidad del malentendido. Pero consiste sin embargo<br />

en una obstinación infatigable que se extiende a lo largo de un proceso<br />

siempre renovado de corrección de la propia traducción y de respuesta<br />

a los efectos provocados por ella. Un proceso que puede volverse desesperante<br />

y llevar incluso, como llevó a la Malintzin, a que el intérprete intente<br />

convertirse en sustituto de los interlocutores a los que traduce.<br />

Esta dificultad del trabajo del intérprete puede ser de diferente grado<br />

de radicalidad o profundidad; ello depende de la cercanía o la lejanía, de<br />

las afinidades o antipatías que guardan entre sí los códigos lingüísticos<br />

de las hablas en juego. Mientras más lejanos entre sí los códigos, mientras<br />

menos coincidencias hay entre ellos o mientras menos alcancen a cubrirse<br />

o coincidir sus respectivas delimitaciones de sentido para el mundo de la<br />

vida, más inútil parece el esfuerzo del intérprete. Más aventurada e interminable<br />

su tarea.<br />

Ante esta futilidad de su esfuerzo de mediación, ante esta incapacidad<br />

de alcanzar el entendimiento, la práctica de la interpretación tiende<br />

a generar algo que podría llamarse “la utopía del intérprete”. Utopía que<br />

plantea la posibilidad de crear una lengua tercera, una lengua-puente,<br />

que, sin ser ninguna de las dos en juego, siendo en realidad mentirosa<br />

para ambas, sea capaz de dar cuenta y de conectar entre sí a las dos simbolizaciones<br />

elementales de sus respectivos códigos; una lengua tejida de<br />

coincidencias improvisadas a partir de la condena al malentendido.<br />

La Malintzin tenía ante sí el caso más difícil que cabe en la imaginación<br />

para la tarea de un intérprete: debía mediar o alcanzar el entendimiento<br />

entre dos universos discursivos construidos en dos historias cuyo<br />

parentesco parece ser nulo. Parentesco que se hunde en los comienzos de<br />

la historia y que, por lo tanto, no puede mostrarse en un plano simbólico<br />

evidente, apropiado para equiparaciones y equivalencias lingüísticas inmediatas.<br />

Ninguna sustancia semiótica, ni la de los significantes ni la de<br />

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