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Discurso crítico y Modernidad. Ensayos escogidos - gesamtausgabe

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Bolívar Echeverría<br />

tectan, en ciertas zonas y en ciertos modos de su comportamiento, indicios<br />

de que ella, sin abandonar la modernidad que la constituye, ha comenzado<br />

a vivir lo moderno trascendiéndolo. Tal fue el caso de la “revolución del<br />

arte moderno”: la novedad que introdujo en la tradición occidental consistió<br />

en gran parte en la exploración de determinadas vías de acceso a<br />

la experiencia estética que ponían en entredicho la comprensión del arte<br />

como un representar (Vor-stellen), una comprensión que es característica<br />

de la modernidad. Pero aunque para muchos y con mucha frecuencia<br />

sea invivible, la modernidad del siglo XX parece ser también insuperable;<br />

se repone una y otra vez de los intentos que la cultura europea hace<br />

de abandonarla, de dejar que se agote y no salga de alguna de sus crisis<br />

periódicas, que sea sustituida por un esquema diferente de organización<br />

de la vida. Uno más de estos episodios de postmodernidad — que<br />

en su entusiasmo primero, hace ya unos quince años, quiso verse más<br />

como una “condición” ya alcanzada que como un intento falible— parece<br />

llegar a su fin en nuestros días. Se trata del menos escandaloso de ellos<br />

pero sin duda no del menos radical. Centrado en torno a la experiencia<br />

cada vez más directa de la amenaza de catástrofe que se cierne sobre el<br />

desenvolvimiento “espontáneo” de muchos de los rasgos esenciales de la<br />

modernidad, este último acceso de postmodernidad no se inflama ya en<br />

el revolucionamiento de todos los valores ni se empeña en la reconquista<br />

de las ciudadelas perdidas por el Occidente en su decadencia, sino<br />

que se encuentra a sí mismo en el desinterés radical frente a lo que más<br />

preocupa al espíritu moderno: la ausencia de sistematicidad en el mundo<br />

de los valores y el desfallecimiento de las metas unificadoras de la<br />

historia humana. La señal más inconfundible de que este capítulo de la<br />

cultura europea está por concluir lo da el cambio de su apariencia: tan<br />

atractiva para todos en un principio (por universal y liberadora), las<br />

circunstancias la han obligado a volverse particular y restrictiva. La<br />

postmodernidad ha tropezado — y el forcejeo la agota y desaliña— con<br />

la imposibilidad de cuestionar uno de los rasgos más característicos de<br />

la modernidad realmente existente: su eurocentrismo.<br />

No es otra cosa que una impresión difusa; pero recibe cada vez más<br />

apoyos, y más convincentes: el “espíritu postmoderno” ha pasado imperceptiblemente<br />

a formar parte de un fenómeno de la historia cultural con<br />

el que no sólo negaba toda afinidad, sino que era ubicado por él justamente<br />

en sus antípodas. Me refiero a un hecho que pareció primero marginal<br />

e insignificante, pero que ahora, alcanzando sus proporciones verdaderas,<br />

se muestra central y abrumador; algo que podría verse como el equivalente<br />

europeo del resurgimiento del “fundamentalismo religioso” en el<br />

mundo periférico, es decir, del retorno militante a la fe en una “fuente de<br />

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