Discurso crítico y Modernidad. Ensayos escogidos - gesamtausgabe
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Bolívar Echeverría tuario más protegido de la identidad arcaica, que ha sido siempre el de la cultura tecnológica. Ha sido igualmente el factor básico de la posibilidad de la abundancia, de que el desarrollo de las fuerzas productivas haya invertido la relación arcaica de inferioridad estructural que ellas tenían con la naturaleza, anulando así el núcleo justificador de la agresión a ésta que se encuentra en todas las estrategias arcaicas de supervivencia humana y por tanto en todos los diseños de identidad cultural tradicional. Expulsadas de su autismo y privadas de su piso antinatural, las múltiples “humanidades” premodernas no alcanzan ya, con sus historias paralelas, a ofrecer una figura adecuada para la unidad del género humano. Pero la historia económica profunda y de ritmo lento, examinada críticamente por Marx, tiene algo más que sugerir al respecto. Antes que la riqueza, lo que la economía mercantil sobredeterminada por el capitalismo reproduce prioritariamente es una relación social de explotación en calidad de mediación necesaria de la relación productiva entre el hombre y el medio de producción. Para que esto sea posible, para que se mantenga una presión adecuada de los trabajadores sobre la oferta de plazas de trabajo, reinstala en la función de la escasez que fue vencida por la modernidad a una escasez artificial que renace una y otra vez, incansablemente. De instrumento de la abundancia, # la revolución técnica se vuelve, en manos del capitalismo, generadora de escasez. Se vuelve, por lo tanto, una fuerza retrógrada que, después de destruir las “humanidades” arcaicas, insufla a sus cadáveres un dinamismo de autómata que ni las deja morir del todo ni les permite transformarse y dialogar parar intentar vivir el universalismo concreto de una humanidad al mismo tiempo unitaria e incondicionalmente plural. II En el ensayo de Walter Benjamín Sobre el lenguaje en general y el lenguaje humano150 domina una idea que ha demostrado ser central en la historia del pensamiento del siglo XX y sin la cual la aproximación social y semiótica al problema de la identidad quedaría incompleta: en el caso del ser humano, éste no sólo habla con la lengua, se sirve de ella como instrumento, sino, sobre todo, habla en la lengua, es el ejecutor de uno de los innumerables actos de expresión con los que el lenguaje completa su perspectiva de verdad sobre el ser, se cumple como una sola sabiduría siempre finita. En principio, en toda habla singular es la lengua la que 150 En “Angelus Novus”, Ausgewáhlte Schriften 2, Suhrkamp, Frankfurt a. M. 1966, p. 10. [ 224
Discurso crítico y m odernidad se expresa. Pero también — y con igual jerarquía— toda habla singular involucra a la lengua en su conjunto. El lenguaje entero está en juego en cada uno de los actos de expresión individuales; lo que cada uno de ellos hace o deja de hacer lo altera esencialmente. El mismo no es otra cosa que la totalización del conjunto de las hablas. Según esto, la lengua humana — tanto el código lingüístico como la “subcodificación” en la que está marcada su identidad— sólo puede existir bajo el modo de la evanes- cencia: arriesgándose, poniéndose en crisis en los actos del habla. ¿Puede pensarse la identidad de otro modo que no sea el de la evanescencia? Una realidad sólo es idéntica a sí misma en medio del proceso en el que o bien gana su identidad o bien la pierde; mejor, en el que a un tiempo la gana y la pierde. Toda identidad es, por ello, en igual medida efésica — porque dice que la substancia es el cambio y la permanencia su atributo— que eleática — porque dice, al contrario, que la substancia es la permanencia y el cambio su atributo. Contra la prescripción última o primera del ter- tium non datur, la identidad practica la ambivalencia: es y no es. Si existe, tiene que existir bajo el modo de la evanescencia, de un condensarse que es a un tiempo esfumarse, de un concentrarse que es difuminarse; de aquello que al perderse se gana o al ganarse se pierde. La identidad sólo ha sido verdaderamente tal o ha existido plenamente cuando se ha puesto en peligro a sí misma entregándose entera en el diálogo con las otras identidades; cuando, al invadir a otra, se ha dejado transformar por ella o cuando, al ser invadida, ha intentado transformar a la in- vasora. Su mejor manera de protegerse ha sido justamente el arriesgarse. Puede decirse, por ello, que la historia de las muchas “humanidades” reales ha sido la historia de un mestizaje cultural permanente que ha acompañado — no siempre en el mismo sentido— a la guerra económica, política y militar de las naciones y a la conquista y la sumisión de unos pueblos por otros. El mestizaje cultural ha consistido en una “códigofa- gia” practicada por el código cultural de los dominadores sobre los restos del código cultural de los dominados. Ha sido un proceso en el que el de- vorador ha debido muchas veces transformarse radicalmente para absorber de manera adecuada la substancia devorada; en el que la identidad de los vencedores ha tenido que jugarse su propia existencia intentando apropiarse la de los vencidos. Hace ya más de un siglo que algo así como una “sensación de posmodernidad” acosa periódicamente a la cultura europea. Los intelectuales de [ 225 )
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<strong>Discurso</strong> <strong>crítico</strong> y m odernidad<br />
se expresa. Pero también — y con igual jerarquía— toda habla singular<br />
involucra a la lengua en su conjunto. El lenguaje entero está en juego<br />
en cada uno de los actos de expresión individuales; lo que cada uno de<br />
ellos hace o deja de hacer lo altera esencialmente. El mismo no es otra<br />
cosa que la totalización del conjunto de las hablas. Según esto, la lengua<br />
humana — tanto el código lingüístico como la “subcodificación” en la que<br />
está marcada su identidad— sólo puede existir bajo el modo de la evanes-<br />
cencia: arriesgándose, poniéndose en crisis en los actos del habla. ¿Puede<br />
pensarse la identidad de otro modo que no sea el de la evanescencia? Una<br />
realidad sólo es idéntica a sí misma en medio del proceso en el que o bien<br />
gana su identidad o bien la pierde; mejor, en el que a un tiempo la gana<br />
y la pierde. Toda identidad es, por ello, en igual medida efésica — porque<br />
dice que la substancia es el cambio y la permanencia su atributo— que<br />
eleática — porque dice, al contrario, que la substancia es la permanencia<br />
y el cambio su atributo. Contra la prescripción última o primera del ter-<br />
tium non datur, la identidad practica la ambivalencia: es y no es. Si existe,<br />
tiene que existir bajo el modo de la evanescencia, de un condensarse<br />
que es a un tiempo esfumarse, de un concentrarse que es difuminarse; de<br />
aquello que al perderse se gana o al ganarse se pierde.<br />
La identidad sólo ha sido verdaderamente tal o ha existido plenamente<br />
cuando se ha puesto en peligro a sí misma entregándose entera en el diálogo<br />
con las otras identidades; cuando, al invadir a otra, se ha dejado transformar<br />
por ella o cuando, al ser invadida, ha intentado transformar a la in-<br />
vasora. Su mejor manera de protegerse ha sido justamente el arriesgarse.<br />
Puede decirse, por ello, que la historia de las muchas “humanidades”<br />
reales ha sido la historia de un mestizaje cultural permanente que ha<br />
acompañado — no siempre en el mismo sentido— a la guerra económica,<br />
política y militar de las naciones y a la conquista y la sumisión de unos<br />
pueblos por otros. El mestizaje cultural ha consistido en una “códigofa-<br />
gia” practicada por el código cultural de los dominadores sobre los restos<br />
del código cultural de los dominados. Ha sido un proceso en el que el de-<br />
vorador ha debido muchas veces transformarse radicalmente para absorber<br />
de manera adecuada la substancia devorada; en el que la identidad<br />
de los vencedores ha tenido que jugarse su propia existencia intentando<br />
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Hace ya más de un siglo que algo así como una “sensación de posmodernidad”<br />
acosa periódicamente a la cultura europea. Los intelectuales de<br />
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