El negro del Narciso - Descarga Libros Gratis

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E L N E G R O D E L “ N A R C I S O ” J O S E P H C O N R A D Ediciones elaleph.com

E L N E G R O D E L<br />

“ N A R C I S O ”<br />

J O S E P H C O N R A D<br />

Ediciones elaleph.com


Editado por<br />

elaleph.com<br />

Traducción: Pilar de Luzarreta<br />

© 2000 – Copyright www.elaleph.com<br />

Todos los Derechos Reservados


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

PRÓLOGO<br />

Pocas cosas en la vida dejan el recuerdo profundo,<br />

lleno de melancolía y de encanto de un viaje. <strong>El</strong><br />

recuerdo de un viaje, es algo tan duradero como la<br />

vida misma, y si es cierto que el tiempo lo esfuma y<br />

atenúa, deja persistir en cambió y avalora<br />

indudablemente la visión de conjunto, como se<br />

funden y cobran relieve a la distancia, los contornos<br />

de un cuadro.<br />

Unas horas en Budapest o unos días en<br />

Constantinopla, hace años, no son ya, el nombre de<br />

las calles por las cuales pasamos, de los edificios ante<br />

los que nos detuvimos; hemos olvidado todo eso.<br />

Hemos olvidado, por fortuna, las explicaciones <strong>del</strong><br />

guía. No sabemos ya, si el Templo de San Matías,<br />

ocupa el centro o las afueras de Budapest (pero ¡qué<br />

maravillosos los muros de piedra que lo guardan<br />

3


JOSEPH CONRAD<br />

celosamente de las miradas importunas) ni hacia qué<br />

lado de Constantinopla cae el Gran Bazar, ni<br />

siquiera el nombre aquella mezquita que veíamos,<br />

semioculta entre un bosquecillo de laureles, desde la<br />

ventana de nuestro cuarto de hotel. Con el tiempo lo<br />

hemos olvidado todo; hasta las piastras o los<br />

gúldenes diarios que ese cuartito nos costaba... pero<br />

en cambio no olvidaremos jamás la visión de<br />

“ciudad ensueño” envuelta en los vapores <strong>del</strong><br />

Danubio y centelleante de las luces de sus cafés y<br />

“restaurantes”, que a media noche presenta<br />

Budapest, su calles oscuras, silenciosas, que de<br />

pronto vibran de una lejana música que trae el aire<br />

no se sabe de dónde, ni menos aún el pesado oleaje<br />

diamantino <strong>del</strong> Bósforo o el aspecto fantástico <strong>del</strong><br />

gran puente a mediodía, bajo ese sol terrible de<br />

Constantinopla, al que se pudren millares de cascos<br />

de melones, sandías y pimientos y sobre los que<br />

pasan con riesgo de resbalar quince veces en dos<br />

minutos, ridículos y sudorosos europeos con el<br />

sombrero en una mano y el pañuelo en la otra,<br />

turcos amables y cetrinos, judíos que visten aun la<br />

sucia hopalanda de seda de sus antepasados <strong>del</strong> siglo<br />

dieciocho, lindas turquitas que muestran el rostro<br />

oliváceo y van a la Universidad, matronas cubiertas<br />

4


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

por un dominó de tela negra, que tienen lunares<br />

postizos pegados entre las cejas, y tobillos<br />

monstruosos rematados por un zapato de bebé,<br />

árabes vendedores de dátiles, españoles con reliquias<br />

de Tierra Santa, grupos de norteamericanas con<br />

libretas “Kodaks” y un guía, automóviles, carros,<br />

coches, carneros y borricos...<br />

Esa impresión de conjunto más brillante cuanto<br />

más lejana es en cierto modo la que dan los libros de<br />

Joseph Conrad y su encanto indefinido es el encanto<br />

<strong>del</strong> recuerdo de un viaje. De un viaje que no hemos<br />

realizado nunca y que no realizaremos nunca quizá,<br />

pero que su lectura parece despertar nítido, brillante,<br />

cuajado de detalles, <strong>del</strong> fondo de muestra<br />

imaginación.<br />

Sus personajes no son hombres y mujeres de<br />

tierra firme, creados por su mente. Al encontrarles<br />

en la páginas, como en un estación, como en un<br />

hotel o a bordo de un barco, no sabemos nada de<br />

ellos. Conrad no explica nada; será a través <strong>del</strong><br />

libro, o <strong>del</strong> viaje, cuando ellos mismos se darán a<br />

conocer por gestos, por palabras, por miradas...<br />

Quizá, uno entre todos, condescienda a contaros<br />

algo de su propia existencia, o un tercero os informe<br />

tal vez, pero será en forma entrecortada por los<br />

5


JOSEPH CONRAD<br />

hechos corrientes de la vida; habrá en esos relatos<br />

fallas y contradicciones, gestos y palabras que harán<br />

que vosotros forméis un juicio propio sin tomar<br />

demasiado en cuenta la explicación que se os da.<br />

Es sin duda por eso mismo, y por la minuciosidad<br />

con que están descriptos sus gestos, por lo que<br />

parecen seres vivos a través de la vida. No son<br />

completamente buenos ni absolutamente malos, no<br />

tienen, como los héroes de las novelas de caballería,<br />

un poder o un valor invariable; son cobarde a veces,<br />

a veces mezquinos y a veces pródigos, como los<br />

hombres, esos modestos marineros, esos ambiciosos<br />

habitantes de la islas que son los verdaderos tipos de<br />

Conrad.<br />

La sensación <strong>del</strong> viaje está tan fuertemente dada<br />

en algunas de sus novelas, que después de leerlas<br />

cuesta esfuerzo convencerse que no fue uno mismo<br />

quien sufrió las peripecias de la travesía por el<br />

archipiélago o el Pacífico, tiempo atrás, en busca de<br />

colmillos de elefante o con un cargamento de arroz<br />

y té destinado a Sambir o a Macassar.<br />

Tiene el don de familiarizar a sus lectores con la<br />

vida exótica de las colonias, de hacer asequible y<br />

fácil el viaje espiritual que se sigue a través de sus<br />

páginas, de descubrir la para nosotros misteriosa<br />

6


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

vida de esa profusión de razas que pueblan el sur de<br />

Asia.<br />

Los hombres, las plantas, el cielo, la atmósfera,<br />

hasta el agua de los ríos es “distinta” en esas<br />

afiebradas tierras de sol, pero en su estilo claro y<br />

neto, lleno de “humor” y altivez, bien sopesados y<br />

dosificados, tenemos la visión perfecta lo que se<br />

conoció y se recuerda. Porque los libros de Conrad,<br />

como el recuerdo de los viajes, son quizá, mejor que<br />

los viajes mismos...<br />

Pilar de Lazarreta.<br />

7


JOSEPH CONRAD<br />

EL NEGRO DEL “NARCISO”<br />

I<br />

Mr. Baker, segundo <strong>del</strong> barco, “<strong>Narciso</strong>”,<br />

franqueó de un paso el umbral de su cabina<br />

iluminada y se encontró en la oscuridad <strong>del</strong> alcázar<br />

de popa. Sobre su cabeza, en el frontón de la toldilla,<br />

el sereno dio dos campanadas. Eran las nueve.<br />

Mr. Baker, hablando desde abajo preguntó:<br />

-¿Todo el mundo a bordo, Knowles?<br />

<strong>El</strong> hombre bajó rengueando la escalera y dijo<br />

reflexivamente:<br />

- Me parece sir: los viejos ya han venido y<br />

muchos de los nuevos también. Deben estar todos.<br />

- Dile al patrón que los mande a popa, continuó<br />

Mr. Baker, y hazme traer una buena lámpara. Voy a<br />

pasar lista a nuestra gente.<br />

Había una gran oscuridad en popa; por las<br />

8


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

puertas abiertas <strong>del</strong> alcázar de proa dos franja de<br />

viva luz dardeaban las tinieblas de la noche serena<br />

que envolvía el navío.<br />

Oíase un zumbido de voces, mientras que, a<br />

babor y a estribor, en el rectángulo luminoso de las<br />

puertas, móviles siluetas, aparecían un instante,<br />

negras, sin relieve, como recortadas en hojalata. <strong>El</strong><br />

barco estaba pronto para zarpar. <strong>El</strong> carpintero había<br />

encajado la última cuña que condenaba la gran<br />

escotilla y tirando su maza se había, enjugado la<br />

frente con lentitud <strong>del</strong>iberada, al darse el toque de<br />

las cinco. Se habían barrido los puentes y aceitado<br />

los molinetes antes de levar el ancla; el fuerte cabo<br />

de remolque yacía a lo largo <strong>del</strong> puente, sobre el<br />

costado, en anchos dobles, una punta alzada y<br />

colgando sobre la serviola pronto para ser tendido al<br />

remolcador que llegaría, golpeando el agua,<br />

vomitando con estrépito, cálido y humeante en la<br />

límpida y fresca paz de la aurora. <strong>El</strong> capitán estaba<br />

en tierra a fin de completar el registro; y concluido el<br />

trabajo <strong>del</strong> día, los oficiales de a bordo se mantenían<br />

apartados, felices de respirar un instante. Poco<br />

después de la caída de la tarde, algunos francos y los<br />

recién embarcados, comenzaron a llegar en los botes<br />

venidos de tierra, cuyos remeros, asiáticos vestidos<br />

9


JOSEPH CONRAD<br />

de blanco, reclamaban con irritados gritos su salario,<br />

antes de abordar a la escala de pasamano. <strong>El</strong> febril y<br />

ruidoso balbuceo de Oriente luchaba con los<br />

acentos viriles de los marineros ebrios, rebatiendo<br />

las cínicas reivindicaciones y las deshonestas<br />

esperanzas en un lenguaje sonoro y profano. La<br />

serenidad esplendente de la estrellada noche oriental<br />

fue lacerada por jirones impuros, por alaridos de<br />

rabia y clamores de lamentación, lanzados a<br />

propósito de sumas variantes entre cinco annas y<br />

media rupia; y nadie, a bordo de ningún barco, en el<br />

puerto de Bombay ignoró que el “<strong>Narciso</strong>” estaba<br />

reuniendo su nueva tripulación.<br />

Poco a poco, el ruido ensordecedor fue<br />

calmándose. Los botes no llegaban ya agitando las<br />

olas, por grupos de tres o cuatro; arribaban uno a<br />

uno, con un murmullo ahogado de recriminaciones,<br />

cortadas de pronto por un: “¡Ni un centavo más,<br />

vete al demonio!” de labios de algún marinero que<br />

trepaba a trancos pesados por la escala real, sombra<br />

gibosa, con un gran saco al hombro.<br />

En el interior <strong>del</strong> alcázar de proa, los recién<br />

llegados, poco seguros sobre sus piernas entre los<br />

baúles atados y los líos de las literas, trababan<br />

conocimiento con los viejos, que se acomodaban,<br />

10


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

sentados en las dos filas de tarimas, examinando a<br />

sus futuros camaradas con ojo crítico pero amistoso.<br />

Las dos lámparas <strong>del</strong> alcázar, alta la mecha, esparcían<br />

una intensa claridad; los duros sombreros de fieltro<br />

se mantenían en equilibrio en la coronilla, o rodaban<br />

por la cubierta, entre los cables cadenas; los cuellos<br />

blancos, desabrochados, alargaban sus puntas<br />

almidonadas a entrambos lados de las caras rojas, los<br />

brazos musculosos gesticulaban fuera de las mangas<br />

de la camisa; sobre el gruñir continuo de voces, sonaban<br />

explosiones de risa y roncas llamadas: “¡Anda,<br />

camastrón, toma este catre!”... “Prueba un poco, a<br />

ver!”... “¿Tu último viaje?... “Sí, ya lo conozco”...<br />

“Hace tres años en Puget Sound”... “Te digo que<br />

esta litera se inunda”... “¿No hay uno de vosotros,<br />

los de tierra, que haya traído una botella?... “Larga<br />

un poco de tabaco”... “Lo he conocido a tu capitán,<br />

se mamaba hasta reventar... era un rico tipo”... “Pues<br />

yo te digo que te has embarcado en un brick<br />

holandés, donde sacan el dinero <strong>del</strong> sudor <strong>del</strong><br />

pobrecito Jack“... Un hombrecillo llamado Craik,<br />

Belfast de mote, difamaba el barco con vehemencia,<br />

inventando a placer, para preocupar a los recién<br />

llegados. Archie, sentado al sesgo sobre su cofre,<br />

con las rodillas juntas, clavaba con regularidad la<br />

11


JOSEPH CONRAD<br />

aguja, a través <strong>del</strong> remiendo blanco en un pantalón<br />

azul. Hombres con traje <strong>negro</strong> y cuello duro se<br />

mezclaban a otros descalzos, arremangados, con<br />

camisas de color abiertas sobre el pecho velludo<br />

apretados unos con otros en medio <strong>del</strong> alcázar.<br />

Todos hablaban a la vez jurando cada dos palabras.<br />

Un finlandés con camisa amarilla a rayas rosa miraba<br />

al vacío con ojos soñadores bajo una mata de pelo<br />

revuelto. Dos jóvenes gigantes, con caras tersas de<br />

bebé, dos escandinavos, se ayudaban mutuamente a<br />

desatar sus colchones, mudos y sonriendo con<br />

placidez a la tempestad de imprecaciones vacías de<br />

sentido y de cólera. <strong>El</strong> viejo Singleton, decano de los<br />

marineros de a bordo, estaba en cubierta, apartado<br />

de todos, bajo las lámparas, desnudo hasta la cintura<br />

y tatuado como un cacique de caníbales, sobre toda<br />

la superficie de su poderoso pecho y sus enormes<br />

bíceps.<br />

Entre las viñetas rojas y azules, su piel blanca<br />

lucía como el raso; la espalda desnuda se apoyaba al<br />

pie <strong>del</strong> bauprés y tenía al final <strong>del</strong> brazo, un libro<br />

ante la ancha faz curtida de sol. Con sus anteojos y<br />

la blancura de su barba venerable, parecía un docto<br />

patriarca de salvajes, la encarnación de una sabiduría<br />

bárbara que se mantenía serena entre el estrépito de<br />

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EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

un mundo blasfemador. Su lectura lo absorbía<br />

profundamente y a medida que volvía las páginas,<br />

una expresión de sorpresa pasaba por sus rudas<br />

facciones. Leía “Pelham”.<br />

La popularidad de Buldwer Lytton en el alcázar<br />

de los barcos que navegan por lo mares <strong>del</strong> Sur,<br />

constituye un raro y maravilloso fenómeno. ¿Qué<br />

ideas puede despertar su frase pulida y tan<br />

cuidadosamente desprovista de sinceridad, en el<br />

espíritu simple de los niños grandes que pueblan<br />

esos oscuros e inciertos reductos <strong>del</strong> mundo? ¿Qué<br />

sentido pueden dar sus almas ingenuas a la elegante<br />

verbosidad de su prosa? ¿Qué interés, qué olvido?<br />

¡Misterio! ¿Es una fascinación incomprensible, el<br />

encanto de lo inabordable? O bien, ¿esos seres que<br />

viven al margen de la vida encuentran en sus<br />

narraciones, la enigmática revelación de un mundo<br />

resplandeciente, de un mundo más allá de las<br />

fronteras de infamia y desperdicios, de la orilla de la<br />

fealdad, <strong>del</strong> hambre, de la miseria y la depravación<br />

que llega por todas partes al océano incorruptible y<br />

que es todo lo que saben de la vida, todo cuanto han<br />

visto <strong>del</strong> mando inabordable, esos cautivos <strong>del</strong> mar?<br />

¡Misterio!<br />

Singleton, que seguía el derrotero de las escalas<br />

13


JOSEPH CONRAD<br />

<strong>del</strong> Sur, desde los doce años, que durante los últimos<br />

cuarenta y cinco, hicimos la cuenta sobre sus<br />

papeles, no había vivido más de cuarenta meses en<br />

tierra, el viejo Singleton que se alababa con la<br />

modesta arrogancia de largos años de trabajo, que,<br />

ordinariamente, desde el día que desembarcaba hasta<br />

el que volvía a bordo estaba, por casualidad en<br />

condiciones de distinguir el día de la noche, el viejo<br />

Singleton, sentado, imperturbable, entre el tumulto<br />

de voces y gritos, <strong>del</strong>etreando “Pelham”<br />

trabajosamente, se hundía en una concentración<br />

profunda semejante al hipnotismo. Cada vez que sus<br />

enormes manos ennegrecidas volvían la página, los<br />

músculos de sus sólidos brazos blancos, rodaban un<br />

poco bajo la piel tersa. Ocultos por el bigote blanco,<br />

los labios manchados de jugo de tabaco que goteaba<br />

su barba, se movían silenciosos. Los ojos, algo<br />

lagrimeantes se fijaban en el libro a través de los<br />

cristales <strong>negro</strong>s. Frente a él, al nivel de su rostro, el<br />

gato de a bordo se mantenía sobre el tambor <strong>del</strong><br />

cabrestante en postura de esfinge sentada y<br />

parpadeando sus ojos verdes miraba al viejo amigo.<br />

Parecía estar pensando en dar un salto a las rodillas<br />

<strong>del</strong> anciano, por sobre la espalda curvada <strong>del</strong><br />

grumete, sentado a los pies de Singleton.<br />

14


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

<strong>El</strong> joven Charley, era flaco de cuerpo y largo de<br />

cogote. Los salientes de sus vértebras, parecían, bajo<br />

la vieja camisa, una cadena de montañas. Su rostro<br />

de chico de la calle, rostro precoz, sagaz e irónico,<br />

surcado por dos arrugas profundas a los lados de la<br />

boca fina y grande, tocaba casi sus huesosas rodillas.<br />

Aprendía a hacer un nudo aplastado con un pedazo<br />

de soga vieja. Gotas de sudor mojaban su frente<br />

bronceada; resoplaba a veces, con fuerza, echando<br />

una mirada de través, al viejo marinero indiferente,<br />

y, embarazado, murmuraba contra su trabajo.<br />

<strong>El</strong> ruido creció. <strong>El</strong> pequeño Belfast parecía<br />

hervir de furia facciosa. Sus ojos danzaban; en el<br />

carmesí de su rostro cómico<br />

como una careta, la negra boca babeaba en extrañas<br />

muecas. Frente a él, un hombre medio desnudo se<br />

sujetaba los costados y con la cabeza vuelta, se reía<br />

hasta humedecer las pestañas.<br />

Sentados y plegados en dos, sobre las literas altas,<br />

los fumadores chupaban sus cortas pipas<br />

balanceando los pies, desnudos y morenos, sobre la<br />

cabeza de los que abajo, echados en los cofres,<br />

escuchaban con sonrisas de ingenuidad o de duda.<br />

Sobre los blancos bordes de las literas se<br />

alargaban las cabezas de ojos parpadeantes, pero las<br />

15


JOSEPH CONRAD<br />

líneas <strong>del</strong> cuerpo se perdían en la oscuridad de<br />

aquellas cavidades semejantes a nichos que se<br />

hubieran abierto en un osario iluminado y blanqueado<br />

de cal. Las voces bordoneaban más alto.<br />

Archie con los labios cerrados se encogió<br />

pareciendo reducirse y continuó cosiendo<br />

industrioso y mudo. Belfast, chillaba como un<br />

derviche en éxtasis “Entonces... ¿sabéis lo que le<br />

digo, muchachos? pues le digo, con respeto, al<br />

segundo aquel, <strong>del</strong> barco”... “<strong>El</strong> ministro debía estar<br />

mamado el día que te largó el certificado”... ¿Qué<br />

me dices, maldito? Grita viniéndoseme encima<br />

como un toro... y yo, que levanto el tarro <strong>del</strong><br />

alquitrán y se lo planto todo sobre su condenada<br />

cara bonita y su terno blanco... ¡Toma esto! le digo,<br />

¡yo sé navegar por lo menos, so inservible, lame<br />

patas, husmeador, puerco cable de pasarela!... ¡Es<br />

conmigo que tienes este asunto!... Había que verlo<br />

saltar, muchachos, chorreando, ciego de alquitrán...<br />

Entonces...<br />

-¡No le creáis, no le tiró una gota! Yo estaba allí,<br />

gritó uno.<br />

Los dos noruegos, juntos uno a otro sobre el<br />

mismo cofre, iguales y plácidos parecían dos<br />

inseparables cotorras sobre el mismo palo, abriendo<br />

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EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

inocentemente sus redondos ojos; el finlandés, entre<br />

el rumor de gritos y el rodar de risas, permanecía sin<br />

chistar, inerte y pesado como un paralítico. A su<br />

lado, Archie sonreía a su aguja. Un recién llegado,<br />

ancho de espaldas y de ojos tardos, se dirigió<br />

<strong>del</strong>iberadamente a Belfast, durante una calma.<br />

-Yo, me pregunto, cómo quedan oficiales aquí,<br />

con un valiente tomo tú, a bordo. Me parece que<br />

ahora estarán más finos si eres tú quien lo has<br />

domesticado, camastrón...<br />

-¡No está mal! ¡No está mal! ¡Gritó Belfast, si uno<br />

no los oliera siempre!... No son malos cuando uno<br />

no quiere... ¡Dios condene sus corazones <strong>negro</strong>s!...<br />

Echaba espuma, hacía molinetes con los brazos;<br />

después, sonrió súbitamente sacando <strong>del</strong> bolsillo un<br />

rollo de tabaco <strong>negro</strong> y separó un pedazo de una<br />

dentellada afectadamente feroz.<br />

Otro de los nuevos, ojos ariscos en una cara<br />

amarilla y flaca como el filo de un cuchillo, que<br />

escuchaba hacía rato con la boca abierta, observó<br />

con voz ruda: “Eso no importa, es el viaje de vuelta.<br />

Buenos o malos ¿a mí qué, mientras esté seguro que<br />

vuelvo?... En cuanto a mis derechos, ya los haré<br />

respetar. Verán”...<br />

Todas las cabezas se volvieron hacia él.<br />

17


JOSEPH CONRAD<br />

Solamente el grumete y el gato no hicieron caso.<br />

Estaba con los puños sobre las caderas, era<br />

pequeñuelo y con las pestañas blancas. Parecía haber<br />

conocido todas las degeneraciones y todos los<br />

furores. Tenía el aire de haber sido abofeteado,<br />

hecho a rodar a patadas en el barro; parecía haber<br />

recibido zarpazos, vomitivos, haber sido lapidado de<br />

inmundicias... y sonreía con seguridad, a todos los<br />

rostros circundantes.<br />

Las caídas de una gorra deformada aplastaban sus<br />

orejas, los faldones de una levita negra colgaban<br />

como dos pingajos de su cintura. Desabrochó los<br />

dos únicos botones que le quedaban y se vio que no<br />

llevaba ni rastro de camisa. Desgracia característica,<br />

esos guiñapos a los cuales nadie se ocupa en atribuir<br />

un posesor, tomaban en él el aspecto de ser robados.<br />

Tenía el cuello largo y flaco, los párpados<br />

enrojecidos, el pelo en claros sobre las mejillas, los<br />

hombros puntiagudos y caídos como las alas rotas<br />

de un pájaro. Su lado izquierdo, lleno de costras de<br />

barro, hablaba de una noche reciente en el lodo de<br />

un foso. Después de haber salvado sus maltratados<br />

huesos de la destrucción violenta, desertando de un<br />

barco americano a bordo <strong>del</strong> cual, en un momento<br />

de olvidadiza locura había osado engancharse, pasó<br />

18


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

quincena en tierra, recorriendo el barrio indígena,<br />

muriéndose de hambre, durmiendo sobre las basuras<br />

y errando al sol. Parecía salir de una pesadilla. Allí<br />

estaba, sonriendo en el silencio súbito. <strong>El</strong> puesto de<br />

la tripulación, limpio, blanco, arreglado, le ofrecía un<br />

refugio. Su pereza podía revolcarse y nutrirse,<br />

maldiciendo el pan de su boca. Un campo se abría a<br />

sus talentos para esquivar su tareas, para trampear y<br />

mendigar; allí encontraría sin duda, alguno a quien<br />

embaucar y alguno de quien burlarse. Todos le<br />

conocían. ¿Hay un lugar en la tierra donde tal<br />

hombre sea desconocido, eterna mezcla de mentiras<br />

e impudicias?<br />

Un personaje taciturno de brazos largos y<br />

ganchudos dedos, que había estado fumando de<br />

espaldas en su litera se volvió a contemplarlo<br />

distraídamente. Después, lanzó por sobre su cabeza<br />

hacia la puerta, un largo chorro de saliva<br />

transparente. ¡Todos le conocían! Era el hombre que<br />

no sabe timonear ni hacer un empalme, que<br />

escabulle el trabajo en las noches sombrías, que en el<br />

aparejo, enreda frenéticamente las piernas y los<br />

brazos jurando contra el viento, la helada y la<br />

oscuridad. <strong>El</strong> hombre que maldice el mar, mientras<br />

los otros penan; el último en salir y el primero en<br />

19


JOSEPH CONRAD<br />

volver a la llamada de: “¡Todos al puente!” <strong>El</strong><br />

incapaz de hacer tres cuartos de las cosas, y que no<br />

quiere hacer lo que puede, el niño mimado de los<br />

filántropos y de los marineros de agua dulce, sus<br />

iguales. <strong>El</strong> simpático y meritorio individuo celoso de<br />

todos sus derechos pero incapaz de paciencia y<br />

coraje, de la confianza ni de los tácitos pactos que<br />

unen a los seres de una tripulación. <strong>El</strong> vástago<br />

engañoso de la miserable licencia callejera, llena de<br />

desdén y de odio por la austera servidumbre <strong>del</strong> mar.<br />

Alguien le gritó:<br />

-¿Cómo te llamas?<br />

-¡Donkin! Respondió descarado, pero jovial.<br />

-¿Y qué es lo que haces? Preguntó otro.<br />

-¡Toma! <strong>El</strong> marinero como tú viejo...<br />

<strong>El</strong> tono se inclinaba a la cordialidad, pero sólo<br />

llegaba a la impudicia.<br />

-¡Lléveme el diablo si no estás más rotoso que un<br />

fogonero arruinado!... comentó otro a media voz<br />

con tono convencido.<br />

Charley alzó la cabeza y chifló insolente: Es un<br />

hombre y es un marino... Después ,enjugándose la<br />

nariz con el revés de la mano se inclinó, industrioso<br />

sobre un pedazo de cor<strong>del</strong>. Algunos rieron. Otros<br />

miraban perplejos al intruso. <strong>El</strong> harapiento se<br />

20


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

indignó:<br />

- ¡Vaya el modo de recibir a un camarada! ¿Sois<br />

hombres o caníbales sin corazón?...<br />

- No vayas a perder la camisa por una palabra<br />

suelta, compañero. ¡Esto no vale un pito! Exclamó<br />

Belfast parándose de un salto ante él, furibundo,<br />

amenazante y amistoso a la vez.<br />

-¿Es ciego? Preguntó el mamarracho mirando en<br />

torno suyo con aire de sorpresa fingida. ¿No ve que<br />

no tengo camisa?<br />

Extendió los brazos en cruz sacudiendo los<br />

harapos que cubrían sus huesos, con gesto<br />

dramático.<br />

-¿Y por qué? Continuó muy alto, los puercos<br />

yanquis han querido dejarme con las tripas al aire<br />

porque defendía mis derechos como un bravo. Yo<br />

hoy inglés ¡qué diablos! Se me echaron encima y me<br />

largué. Esa es la causa. Vosotros ¿no habéis visto<br />

nunca un hombre en la mala? ¿No? Entonces ¿qué<br />

es este maldito barco?... Estoy reventado sin nada.<br />

Sin saco, ni cama, ni manta, ni camisa, ni un<br />

condenado trapo más que lo que llevo encima, pero<br />

al menos, no he cedido ante esos puercos yanquis<br />

¿no hay aquí uno que tenga un par de calzones<br />

viejos para un compinche?<br />

21


JOSEPH CONRAD<br />

Sabía por qué medios seducir el sencillo instinto<br />

de la multitud. De golpe, le otorgaron, embustera,<br />

despreciativa o brusca, su compasión, que tomó la<br />

forma de una manta arrojada a su cabeza; ante ellos,<br />

la piel blanca de sus miembros atestiguaba su<br />

humanidad fraternal a través de la negra fantasía de<br />

sus pingajos. Después, un par de zapatos viejos vino<br />

rodando hasta sus embarrados pies. Con el grito de:<br />

¡guarda, atrás! un pantalón arrollado, pesado de<br />

manchas de alquitrán le golpeó la espalda. <strong>El</strong> hálito<br />

de su bondad, levantó una ola de piedad sentimental<br />

en sus corazones indecisos. Su propia espontaneidad<br />

para aliviar las miserias de uno de ellos los llenaba de<br />

enternecimiento. Algunas voces gritaron “¡ya te<br />

equiparemos viejo!” Los murmullos se cruzaban:<br />

“Nunca visto” “Pobre infeliz”... “Yo tengo un<br />

chaleco viejo ¿te sirve?... “Tómalo hombre es mi<br />

colchón”...<br />

<strong>El</strong> objeto de tales larguezas, las juntó con el pie<br />

desnudo, en un montón, mientras su mirada circular<br />

mendigaba aún. Sin emoción Archie añadió<br />

concienzudamente un casquete con la visera<br />

arrancada.<br />

<strong>El</strong> viejo Singleton, perdido en las regiones serenas<br />

de la ficción, continuaba leyendo sin dignarse ver<br />

22


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

nada. Charley, despiadado, con la sabiduría de la<br />

juventud, chilló:<br />

- Si quieres botones dorados, para tu uniforme<br />

nuevo, tengo dos.<br />

- <strong>El</strong> infecto tributario de la caridad universal<br />

blandió el puño sobre el mozuelo.<br />

-Tú, ya verás si abro el ojo para que tengas limpio<br />

el suelo. ¡Insecto! Dijo agresivamente. ¡No tengas<br />

miedo, ya te enseñaré a ser amable con un verdadero<br />

marinero, pedazo de borrico ensillado!<br />

Sus ojos brillaban perversamente, pero habiendo<br />

visto a Singleton cerrar el libro, sus pupilas, como<br />

cuentas relucientes, comenzaron a errar de una litera<br />

a otra.<br />

- Coje aquella, cerca de la puerta; no es mala<br />

sugirió Belfast.<br />

<strong>El</strong> interpelado juntó los dones amontonados a su<br />

pies, y los hizo una pelota contra el pecho, después<br />

de echar una ojeada al finlandés, de pie, a su lado,<br />

con la mirada perdida en el vacío como si siguiese<br />

una de los visiones maléficas que obsedan a los<br />

hombres de su raza.<br />

- Sal de ahí, me molestes, cerdo alemán, dijo la<br />

víctima de las brutalidades yankees.<br />

<strong>El</strong> finlandés no se movió; no había entendido.<br />

23


JOSEPH CONRAD<br />

- Desamarra, hombre de Dios, chilló otro<br />

empujándole con el codo, desamarra pedazo de<br />

idiota, sordomudo, chocho, ¡ala!<br />

<strong>El</strong> hombre titubeó, volvióse y miró al que le<br />

hablaba, sin decir palabra.<br />

-¡Estos condenados extranjeros! Está pidiendo a<br />

gritos que lo aplasten, opinó el amable Donkin, está<br />

pidiéndolo para la buena instrucción <strong>del</strong> alcázar... Si<br />

no se les pone en su lugar se os suben a las barbas...<br />

Arrojó el total de sus bienes a la litera vacía,<br />

midió de una segunda ojeada los peligros de la<br />

aventura y se precipitó hacia el finlandés inmóvil,<br />

pensativo y torpe.<br />

- Ya te enseñaré a obstruir el camino, gritó. ¡Voy<br />

a cerrarte un ojo, maldito, cabeza cuadrada!<br />

La mayor parte de los hombres ocupaban ya sus<br />

literas y la pareja tenía para sí el alcázar por campo<br />

cerrado. Donkin el indigente convertido en nuevo<br />

personaje, despertó el interés general. Danzaba<br />

hecho jirones ante el finlandés espantado,<br />

esbozando puñetazos en dirección al pesado rostro<br />

al que no alteraba ninguna emoción. Dos o tres<br />

espectadores animaron el juego con un: “¡Anda,<br />

Whitechapel!”, instalándose voluptuosamente en la<br />

cama, para contemplar a lucha. Otros gritaban ¡La<br />

24


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

boca! ¡Ciérrala! Volvía a recomenzar el estrépito.<br />

De pronto, una sucesión de golpes dados con un<br />

espique, sobre sus cabezas, resonó como una<br />

pequeña descarga, en todo el alcázar. Después, la<br />

voz <strong>del</strong> contramaestre, se elevó tras la puerta con<br />

una nota de mando en su acento pesado:<br />

-¿Habéis oído, los de abajo? ¡Todo el mundo a<br />

popa para la lista!<br />

Hubo un momento de perplejo silencio. Después,<br />

el suelo <strong>del</strong> alcázar desapareció bajo los hombres<br />

que saltaban de sus literas con un ¡flac! de pies<br />

descalzos. Se buscaban las gorras entre los pliegues<br />

de las mantas desarregladas; algunos, bostezando se<br />

abrochaban la cintura <strong>del</strong> pantalón. Las pipas a<br />

medio fumar, se vaciaban golpeando contra la<br />

baranda, antes de desaparecer tras de la oreja. Las<br />

voces gruñían: ¿Qué hay? ¿No se puede dormir?<br />

Donkin chilló: si es así como uno lo pasa aquí, habrá<br />

que ve y que ver... Dejadme, ya lo arreglaré...<br />

Nadie le hacía caso. Salían por grupos de dos o<br />

tres, marinos mercantes que no saben franquear una<br />

puerta tranquilamente como las gentes de tierra.<br />

Singleton pasó el último, metiéndose la tricota,<br />

macizo y paternal, alta su cabeza de sabio, batida en<br />

las tormentas, sobre su cuerpo de viejo atleta.<br />

25


JOSEPH CONRAD<br />

Solo Charley quedó en la blancura cruda de la<br />

pieza vacía sentado entre las dos hileras de maletas<br />

de hierro cuya perspectiva se perdía en la sombra.<br />

Tiraba violentamente de las puntas de la cuerda para<br />

acabar el nudo comenzado. Súbitamente, se levantó<br />

y arrojando el hilo a las narices <strong>del</strong> gato se largó tras<br />

él que, en pequeños saltos franqueaba los<br />

compresores de la cadena, con la cola tiesa en el aire<br />

como el cañón de una escopeta.<br />

Los marineros, pasaron de la luz brutal y de la<br />

cálida atmósfera que reinaba en el alcázar, a la<br />

serenidad de una noche purísima. Su aliento<br />

tranquilizador los envolvió, tibio aliento que<br />

destilaba bajo las estrellas innumerables suspendidas<br />

sobre el tope, como una fina nube de polvo<br />

luminoso.<br />

En dirección a la ciudad, la negrura <strong>del</strong> agua se<br />

rayaba de viras de fuego, suavemente ondulantes, al<br />

compás de las olas de la superficie, semejantes a<br />

filamentos que flotaran sujetos a la costa.<br />

Ringleras de luces, se hundían a lo lejos, derechas<br />

entre los huecos de los edificios muy altos, pero <strong>del</strong><br />

otro lado <strong>del</strong> golfo las negras colinas arqueaban sus<br />

oscuras vértebras, en las que, el punto luminoso de<br />

alguna estrella, semejaba una centella caída <strong>del</strong><br />

26


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

firmamento. A lo lejos en Bycullah, los focos<br />

eléctricos a la entrada los docks, balanceaban en la<br />

cima de los frágiles soportes, su claror frígido, como<br />

espectros cautivos de lunas malditas.<br />

Esparcidos por todo el azabache brillante de la<br />

rada, los barcos anclados flotaban perfectamente<br />

inmóviles bajo la débil claridad de los fanales <strong>del</strong><br />

fondeadero, espejismos opacos surgidos como de<br />

extrañas y monumentales estructuras abandonadas<br />

por los hombres a eterno reposo.<br />

Ante la cabina <strong>del</strong> capitán, Mr. Baker, pasaba<br />

lista. A medida que los hombres, a trancos pesados e<br />

inciertos, llegaban a la altura <strong>del</strong> gran mástil,<br />

percibían en la popa su cara ancha y redonda, un<br />

papel blanco ante los ojos, y contra el hombro la<br />

cabeza soñolienta de párpados pesados, <strong>del</strong> grumete,<br />

que tenía al final <strong>del</strong> brazo levantado, el globo<br />

luminoso de una linterna. <strong>El</strong> blando ruido de los<br />

pies desnudos sobre las tablas no había cesado aún<br />

cuando el segundo comenzó la lista. Articulaba<br />

distintamente, con tono serio, como correspondía a<br />

la llamada que apelaba los hombres a la inquieta<br />

soledad, a la lucha oscura y sin gloria, o a la<br />

resistencia, más dolorosa aún, de las pequeñas<br />

privaciones y odiosos menesteres. A cada nombre<br />

27


JOSEPH CONRAD<br />

pronunciado, un hombre respondía: ¡Sí, señor! o<br />

“presente”, y se separaba <strong>del</strong> grupo de cabezas que<br />

obstruía la sombra <strong>del</strong> baluarte de estribor,<br />

avanzando hacia el centro de claridad, para entrar<br />

luego, en dos pasos mudos, en las tinieblas <strong>del</strong> otro<br />

lado de la cubierta. Respondían en tonos diversos;<br />

murmullos pastosos, voces claras que sonaban<br />

francamente, y algunos como si aquello fuese una<br />

injuria a su dignidad adoptaban un tono ofendido: la<br />

disciplina no es demasiado estricta en los barcos<br />

mercantes, y el sentido de la jerarquía no es muy<br />

fuerte, allí donde, todos se sienten iguales; ante la<br />

inmensidad desdeñosa <strong>del</strong> mar y las exigencias sin<br />

tregua el trabajo. Mr. Baker leía lentamente: Hansen,<br />

Campbell, Smith, Wamibo... ¿Y bien Wamibo por<br />

qué no responde Vd.? siempre hay que llamarle dos<br />

veces...<br />

<strong>El</strong> finlandés dio al fin un gruñido inarticulado y<br />

pasó a la zona de luz, alto, flaco y con cara de<br />

persona recién despierta.<br />

<strong>El</strong> segundo continuó más a prisa: Craik,<br />

Singleton, Donkin... ¡cielos!, dejó escapar ante la<br />

inconcebible y calamitosa aparición que se reveló a<br />

la luz. Esta, se detuvo mostrando los encías pálidas y<br />

los largos dientes de la mandíbula superior, en una<br />

28


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

sonrisa torcida.<br />

-“¿Qué pasa, conmigo, señor segundo?”, se oyó.<br />

Una punta de insolencia se notaba en la voluntaria<br />

simplicidad de la pregunta. De los dos extremos <strong>del</strong><br />

puente llegaron risas sofocadas: “Suficiente. Vaya a<br />

su puesto”, gruñó Mr. Baker lanzando al nuevo<br />

ayudante la clara mirada de sus ojos azules. Y<br />

Donkin, eclipsándose súbitamente entró al grupo<br />

oscuro, para recibir amistosos golpecitos en la<br />

espalda y oírse decir cosas halagadoras, en voz baja.<br />

A su alrededor se murmuraba: “No tiene miedo”<br />

“Hay que ver”... “Ese polichinela ¿has visto al<br />

segundo?, estaba asombrado, Dios me condene”<br />

<strong>El</strong> último hombre había respondido y hubo un<br />

momento de silencio en que el segundo escrutó la<br />

lista: “Dieciséis, diecisiete... murmuraba. Me falta<br />

uno, contramaestre, dijo alto. <strong>El</strong> guapo<br />

contramaestre que estaba junto a él, moreno y<br />

barbado de <strong>negro</strong> como un gigante español, dijo en<br />

un bajo profundo: No queda ni uno en proa, sir, he<br />

mirado por todas partes y no está, pero quizá llegue<br />

antes <strong>del</strong> día.<br />

Puede que sí y puede que no, comentó el<br />

segundo. <strong>El</strong> último nombre no se entiende hay un<br />

borrón aquí... con éste se completa la cuenta ... ¡Eh,<br />

29


JOSEPH CONRAD<br />

vosotros, abajo!<br />

<strong>El</strong> grupo confuso, inmóvil hasta entonces, se<br />

separó deshaciéndose y se dirigió o proa.<br />

-¡Wait! 1 , gritó una voz llena y resonante. Todos se<br />

detuvieron. Mr. Baker, que estaba bostezando, dio<br />

media vuelta con la boca abierta. Después, furioso<br />

estalló.<br />

-¿Qué pasa, quién dice que espere? Quién...<br />

Se percibió una alta silueta de pie sobre la<br />

batayola. Esta descendió abriéndose camino entre la<br />

tripulación; los pasos marchaban hacia la linterna <strong>del</strong><br />

alcázar. De nuevo la voz sonora repitió con<br />

insistencia: “¡Wait!” La lámpara iluminó al individuo.<br />

Era alto, la cabeza se perdía en la sombra qué<br />

proyectaban las embarcaciones. Lució la blancura de<br />

sus dientes y de sus ojos, pero no pudo verse el<br />

rostro. Las manos grandes estaban enguantadas.<br />

Mr. Baker avanzó intrépido: ¿Quién es Vd.?<br />

¿Cómo se atreve?... comenzó.<br />

<strong>El</strong> grumete, estupefacto como todos, levantó la<br />

linterna hasta la cara <strong>del</strong> hombre: Era <strong>negro</strong>. Un<br />

rumor asombrado, semejante al murmullo de la<br />

palabra “<strong>negro</strong>” corrió a lo largo de la cubierta y se<br />

perdió en la noche.<br />

1 Wait, “espere” en inglés.<br />

30


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

Pero él, pereció no oír nada. Se plantó en su sitio,<br />

marcando un tiempo con gesto rítmico y dijo con<br />

calma: Wait, me llamo James Wait.<br />

-¡Ah!... hizo Mr. Baker.<br />

Después, tras un momento de silencio que<br />

presagiaba tormenta estalló:<br />

-¡Ah!... ¿Vd. se llama Wait? ¿Y qué? ¿Qué es lo<br />

que quiere? ¿Qué le pasa para llegar desgañitándose<br />

así?<br />

<strong>El</strong> <strong>negro</strong>, estaba sereno, frío, dominador,<br />

soberbio. Los hombres se habían aproximado tras él<br />

en masa compacta. Pero le pasaba a todos, más de<br />

media cabeza; dijo: Soy <strong>del</strong> barco.<br />

Pronunciaba claramente, con dulce precisión. Los<br />

acentos profundos y brillantes de su voz, recorrieron<br />

el puente sin esfuerzo. Era naturalmente desdeñoso,<br />

condescendiente sin afectación, como hombre que,<br />

desde lo alto de sus seis pies, tres pulgadas, hubiese<br />

medido la inmensidad de la locura humana y tomado<br />

el partido de ser indulgente.<br />

Continuó: “<strong>El</strong> capitán me ha embarcado esta<br />

mañana, no he podido venir más temprano y, como<br />

he visto a todo el mundo en popa, al subir la escala,<br />

he comprendido inmediatamente que se estaba<br />

pasando lista. Por eso he dicho mi nombre. Creí que<br />

31


JOSEPH CONRAD<br />

lo tendría Vd. en la lista y que comprendería: Vd. no<br />

se fijó”...<br />

Se detuvo. La estupidez circundante estaba,<br />

confundida. <strong>El</strong> tenía razón, como siempre y como<br />

siempre estaba dispuesto a perdonar. La expresión<br />

de su desdén había desaparecido y permanecía<br />

resoplando entre todos aquellos blancos. Había<br />

levantado en alto la cabeza a la luz de la linterna, una<br />

cabeza vigorosamente mo<strong>del</strong>ada en planos de<br />

sombra y luminosos relieves, una cabeza poderosa y<br />

deforme con cara chata y atormentada, patética y<br />

brutal; la máscara trágica misteriosa y repulsiva <strong>del</strong><br />

alma negra.<br />

Mr. Baker, recobraba su sangre fría, interrogó el<br />

papel prestamente.<br />

-¡Ah sí, perfectamente! Está bien Wait. Lleve su<br />

maleta a proa.<br />

De pronto, los ojos <strong>del</strong> <strong>negro</strong> rodaron como<br />

enloquecidos. Llevó la mano al costado, tosió dos<br />

veces con tos metálica, hueca y formidablemente<br />

sonora. Sus toses resonaron como dos explosiones<br />

en una cripta, la bóveda <strong>del</strong> cielo repercutió y las<br />

paredes de hierro <strong>del</strong> navío parecieron vibrar al<br />

unísono; después avanzó con los otros. Los oficiales<br />

rezagados cerca <strong>del</strong> puente <strong>del</strong> cuadro pudieron oírle<br />

32


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

decir:<br />

-¿No hay quien me de una mano? Tengo un cofre<br />

y un saco.<br />

Estas palabras de entonación igual y sonora<br />

corrieron por toda la extensión <strong>del</strong> navío y la<br />

pregunta alejaba cualquier veleidad de negativa. Los<br />

pases prietos y cortos de dos hombres llevando un<br />

fardo, se alejaron hacia proa, pero la alta silueta <strong>del</strong><br />

<strong>negro</strong> permaneció junto al gran cuadro rodeada de<br />

un auditorio de otros más pequeños. Se le oyó<br />

preguntar de nuevo: “Vuestro cocinero ¿es un<br />

gentleman de color?” Después un: “Ah hum”...<br />

desdeñoso y desaprobador acogió la información<br />

que el cocinero no era sino un blanco. Sin embargo<br />

cuando descendían todos juntos hacia el alcázar de<br />

proa, se dignó pasar la cabeza por la puerta de la<br />

cocina y clarinear un magnífico “¡Buenas noches,<br />

doctor!” que hizo vibrar las cacerolas.<br />

En la semioscuridad, el cocinero dormitaba sobre<br />

el cofre <strong>del</strong> carbón. Saltó en el aire como azotado<br />

por una fusta y se precipitó al puente, sin ver más<br />

que las espaldas que se alejaban sacudidas de risa.<br />

Más tarde, cuando entraba en el capítulo de este<br />

viaje solía decir: <strong>El</strong> infeliz me dio miedo; creí ver a<br />

Satán en persona.<br />

33


JOSEPH CONRAD<br />

Hacía siete años que el cocinero navegaba en el<br />

mismo barco y con el mismo capitán. Era un<br />

hombre de aspecto serio, provisto de mujer y de tres<br />

chicos. Gozaba de su sociedad un mes cada doce<br />

más o menos. En esas circunstancias, llevaba a la<br />

iglesia a su familia, dos veces cada domingo. En el<br />

mar, dormíase todas las noches con la lámpara<br />

encendida, la pipa entre los dientes y la Biblia abierta<br />

en la mano. Era preciso, ir durante la noche, a<br />

apagarle la lámpara, a retirarle el libro de la mano y<br />

la pipa de la boca.<br />

- Porque, se lamentaba Belfast fastidiado, viejo<br />

gallo estúpido, tú acabarás tragándote el pito una<br />

noche de estas y nos quedaremos sin cocinero.<br />

-¡Ah, hijo, yo estoy pronto para responder al<br />

llamado <strong>del</strong> Creador... quisiera que lo estuvieran<br />

todos!... respondía el otro con mansedumbre serena,<br />

a la vez estúpida y conmovedora.<br />

Belfast, en la puerta de la cocina pataleaba de<br />

enervamiento. ¡Santo idiota, no quiero que te<br />

mueras!, gruñía levantando el rostro furioso, de<br />

labios torcidos y ojos llorosos. ¡Maldito hereje,<br />

cabeza de palo ya te llevará el diablo demasiado<br />

pronto... pero piensa en nosotros, en nosotros en<br />

¡Nosotros! Y se marchaba pataleando y lanzando un<br />

34


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

gargajo asqueado, crispado, mientras el otro<br />

franqueaba el umbral con una sartén en la mano,<br />

fumando plácidamente y siguiendo con sonrisa de<br />

superioridad llena de piadosa suficiencia, la espalda<br />

de su “caro hombrecillo” todo estremecido de<br />

cólera. Eran grandes amigos.<br />

Mr. Baker, perezosamente apoyado contra el<br />

cordaje, absorbía la humedad de la noche en<br />

compañía <strong>del</strong> oficial.<br />

- Arrogantes y grandes esos <strong>negro</strong>s de las<br />

Antillas, ¿verdad?, dijo, espléndido hombrote ese,<br />

Mr. Creighton, se le sentiría en la punta de una<br />

amarra eh... prr... Lo tomaré para mi guardia...<br />

Probablemente...<br />

<strong>El</strong> oficial, un joven, dijo gruñendo entre cada<br />

palabra, vamos, no hay que ser tan goloso... Vd. Ha<br />

tenido al finlandés en el otro viaje. Quiero ser justo,<br />

le dejo los escandinavos y yo... prr... yo me quedo<br />

con el <strong>negro</strong> y con... prr... ese desvergonzado<br />

mercachifle <strong>del</strong> levitón. Será preciso... prr... que<br />

marche derecho, o mi nombre... prr... no es Baker,<br />

prr... prr... prr...<br />

Gruñó tres veces seguidas ferozmente. Era un tic<br />

suyo eso de gruñir entre palabras y al fin de la frases.<br />

Un gruñido apagado y fuerte que iba muy bien con<br />

35


JOSEPH CONRAD<br />

el acento de amenaza con que profería las sílabas,<br />

con su pesado torso y su cuello de toro, con sus<br />

asperezas súbitas y arrolladoras, su rostro lleno de<br />

costurones, sus ojos fijos y su boca sardónica. Pero<br />

hacía ya tiempo que aquello no impresionaba a<br />

nadie. Todos lo querían. Belfast, que se sabía el<br />

favorito le remedaba a su misma espalda. Charley,<br />

también, pero más discretamente, imitaba su modo<br />

de andar.<br />

Algunas de sus frases habían cobrado la<br />

importancia de sentencias consagradas y cotidianas.<br />

¡<strong>El</strong> colmo de la popularidad! Además todos<br />

convenían en que, el segundo podía “remacharle el<br />

clavo a un tipo al verdadero estilo americano”<br />

En aquel momento daba sus últimas órdenes.<br />

-¡Prr... tú, Knowles, haz subir a todo el mundo a<br />

las cuatro. Quiero... prr... virar cortó, antes de la<br />

llegada <strong>del</strong> remolcador. Abrid el ojo, por el capitán...<br />

Voy a acostarme vestido... prr... Llamadme cuando<br />

veáis llegar el bote... prr... prr... <strong>El</strong> patrón tendrá sin<br />

duda algo que decirme cuando llegue, hizo notar a<br />

Mr. Creighton. Bien, buenas noches... prr... <strong>El</strong> día<br />

será largo mañana prr... más vale acostarse<br />

temprano... prr... prr...<br />

Una franja de luz rayó la negrura <strong>del</strong> puente; una<br />

36


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

puerta golpeó y Mr. Baker desapareció en su limpia<br />

cabina.<br />

<strong>El</strong> joven Creighton permanecía apoyado en la<br />

barandilla, la mirada soñadora hundida en la noche<br />

oriental. Seguía la perspectiva de un camino abierto<br />

en la campiña; los rayos de sol danzaban entre las<br />

hojas inquietas; y veía estremecerse las ramas de los<br />

viejos árboles cuyo arco encuadraba el tierno y<br />

acariciante azul de cielo de Inglaterra. Bajo la curva<br />

de las ramas, una muchacha con traje claro<br />

sonriendo bajo su sombrilla parecía estar de pie<br />

sobre el cielo mismo<br />

A la otra punta <strong>del</strong> barco, el alcázar donde no<br />

ardía más que una lámpara, parecía dormir en un<br />

espacio oscuro atravesado de ronquidos y breves<br />

suspiros.<br />

En doble hilera, las camas bostezaban negras,<br />

como tumbas habitadas por inquietos muertos. Aquí<br />

y allá una cortinilla de cretona a grandes flores<br />

agresivas marcaba el puesto de un sibarita. Una<br />

pierna, colgaba de una litera muy blanca e inerte. Un<br />

brazo alzaba al techo una palma negra, donde se<br />

curvaban los dedos gruesos.<br />

Dos discretos ronquidos dialogaban en un<br />

contrapunto barroco.<br />

37


JOSEPH CONRAD<br />

Singleton, el torso desnudo, el viejo sufría<br />

horriblemente de erupciones de calor, se mantenía<br />

con la espalda al aire en el vano de la puerta, con los<br />

brazos cruzados sobre el historiado pecho.<br />

<strong>El</strong> <strong>negro</strong>, medio desnudo, se ocupaba se<br />

ocupaba en desamarrar las cuerdas de su cofre, y en<br />

extender su colchón sobre una litera alta.<br />

Paseaba en silencio tu alta talla, en zapatillas y<br />

con un par de ligas sueltas golpeándole los talones.<br />

Entre las sombras <strong>del</strong> montante y <strong>del</strong> bauprés,<br />

Donkin mascaba un mendrugo de galleta seca,<br />

sentado sobre cubierta y con los pies al aire. Tenía la<br />

galleta asida ante la boca y le daba rabiosos<br />

mordiscos. Las migas caían entre sus piernas<br />

separadas. Levantándose preguntó con voz<br />

contenida: ¿Dónde está el agua?<br />

Singleton, sin saber, hizo un gesto con su fuerte<br />

mano, donde ardía la pipa corta y gruesa. Donkin se<br />

inclinó, bebió en el jarro de estaño, goteando el<br />

suelo, tornóse y vio al <strong>negro</strong> que lo miraba por<br />

encima <strong>del</strong> hombro, sereno y altísimo.<br />

-¡Qué espléndida comida!, susurró con amargura.<br />

Mi perro en casa, la rechazaría, pero es demasiado<br />

para nosotros... Lo mismo que semejante alcázar<br />

para un barco tan grande. Y ni un triste pedazo de<br />

38


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

carne en los tachos. He rebuscado en todos los<br />

cajones.<br />

<strong>El</strong> <strong>negro</strong> le contempló con la mirada de un<br />

hombre al cual se dirige uno de improviso en un<br />

lenguaje desconocido. Donkin cambió de tono:<br />

Pásame un cacho de tabaco, camarada, dijo<br />

confidencialmente:<br />

- Hace un mes que no fumo ni lo masco y tengo<br />

unas ganas locas... Una buena acción, anda viejo.<br />

- Es Vd. muy familiar, dijo el <strong>negro</strong>. Donkin,<br />

rebotó y cayó sentado sobre un cofre vecino.<br />

- Nunca hemos guardado chanchos en compañía,<br />

continuó James Wait, moderando su buen timbrada<br />

voz de barítono.<br />

- Tome su tabaco.<br />

Después, tras una pausa preguntó: ¿Qué barco?<br />

-“Golden State” murmuró Donkin<br />

mordisqueando el tabaco al mismo tiempo.<br />

¿Desertor? dijo el <strong>negro</strong> cortésmente.<br />

Donkin, con la mejilla inflada hizo seña que sí.<br />

- He desertado, masculló. Habían matado a<br />

patadas a un mozo de Dago, después me hubiera<br />

tocado a mí el turno. Me largué.<br />

-¿Dejando su abarrote?<br />

- <strong>El</strong> abarrote y los cuartos, respondió Donkin,<br />

39


JOSEPH CONRAD<br />

levantando la voz. No tengo nada; ni ropa, ni cama.<br />

<strong>El</strong> patizambo irlandés me ha dado una manta.<br />

Parece que tendré que acostarme en el foque esta<br />

noche.<br />

Salió arrastrando tras sí el cobertor por una<br />

punta. Sin embargo, sin una mirada se apartó para<br />

dejarle paso.<br />

<strong>El</strong> <strong>negro</strong> juntó sus atavíos de tierra y ya en traje<br />

de tareas se sentó sobre el cofre, un brazo alargado<br />

sobre las rodillas.<br />

Después de haber contemplado a Singleton largo<br />

rato, preguntó con énfasis: ¿Qué tal es el barco?<br />

Bueno ¿eh?<br />

Singleton no se movió, Después dijo con rostro<br />

impasible: ¿<strong>El</strong> barco? Hum... los barcos todos son<br />

buenos, pero los hombres... Y continuó fumando su<br />

pipa, en silencio. La sabiduría de medio siglo pasado<br />

en escuchar el rumor de las olas, había hablado<br />

inconscientemente, por sus labios. Entonces, James<br />

Wait tuvo una quinta tos, rajante y rugiente que lo<br />

sacudió como huracán, arrojándolo sobre el cofre<br />

anhelante, con los ojos fuera de la órbitas.<br />

Algunos hombres se despertaron. Uno con voz<br />

adormilada gritó desde su litera:<br />

-¡Eh! ¿Quién mete ruido?<br />

40


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

- Estoy resfriado, resopló James Wait.<br />

-¿dices que resfriado?, gruñó el otro, yo te<br />

apuesto a que...<br />

- Lo que quieras, respondió el <strong>negro</strong> ya derecho,<br />

con su estatura y desdén reaparecidos.<br />

Trepó a su litera y comenzó a toser con<br />

persistencia, mientras alargaba el cuello para espiar<br />

con serena mirada a la tripulación. No se elevó<br />

ninguna otra protesta. Entonces, dejóse caer sobre<br />

las almohadas y a poco pudo oírse el silbido rítmico<br />

de su respiración, semejante a la de un hombre<br />

oprimido por un mal sueño.<br />

Singleton permanecía a la entrada, de cara a la luz.<br />

Y solo, en la vacía penumbra <strong>del</strong> alcázar de proa,<br />

parecía más grande, colosal, muy viejo; viejo como el<br />

tiempo, padre de las cosas, venido allí, a ese sitio<br />

más mudo que un sepulcro, a contemplar con<br />

paciente mirada la corta victoria <strong>del</strong> sueño<br />

consolador. Y, sin embargo, no era más de un hijo<br />

<strong>del</strong> tiempo, reliquia solitaria de una generación<br />

devorada y de la que nadie se acordaba ya. Allí<br />

estaba, vigoroso aún, vacío de pensamiento, entre su<br />

hueco pasado y lo incierto <strong>del</strong> porvenir, sus<br />

impulsos de niño y sus pasiones de hombre ya<br />

muertas bajo el pecho tatuado. Los hombres capaces<br />

41


JOSEPH CONRAD<br />

de comprender su silencio habían desaparecido, los<br />

que conocieron el secreto de vivir más allá de la vida<br />

y cara a la eternidad. Habían sido fuertes, con la<br />

fuerza <strong>del</strong> que no conoce ni la duda ni la esperanza.<br />

Habían sido impacientes y sufridos, turbulentos y<br />

adictos, insumisos y fíeles.<br />

Fueron los hijos de la privación y <strong>del</strong> trabajo, de<br />

la violencia y de la crápula, pero no conocieron el<br />

miedo ni guardaron el odio en sus corazones.<br />

Difíciles de conducir, pero fáciles de seducir;<br />

siempre mudos, pero lo bastante hombres para<br />

despreciar en su alma la sensiblería de los que<br />

deploran la rudeza de su suerte. ¡Suerte única la suya!<br />

La fuerza de sufrirla parecíales privilegio de elegidos.<br />

Eran los hijos siempre jóvenes <strong>del</strong> mar misterioso;<br />

sus sucesores no son sino hijos envejecidos de una<br />

tierra descontenta. Menos díscolos, pero menos<br />

inocentes, menos profanos, pero quizá menos<br />

creyentes y que sí aprendieron a hablar, aprendieron<br />

también a gemir. Pero los otros, los fuertes, los<br />

silenciosos, fueron como cariátides de piedra que en<br />

la noche sostuvieran las salas resplandecientes de un<br />

edificio glorioso.<br />

Estaban ya lejanos ahora. <strong>El</strong> mar, como la tierra,<br />

es infiel a sus hijos. Una verdad, una fe, una<br />

42


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

generación que pasa, se olvida y nada significa,<br />

excepto, quizá, para los que creyeron esa verdad,<br />

profesaron esa fe o amaron a esos hombres.<br />

La brisa se alzó. <strong>El</strong> navío se osciló y súbitamente<br />

bajo una sacudida más fuerte, el cabo de la cadena,<br />

entre el argüe y el machón, tintineó, se deslizó una<br />

pulgada y se elevó suavemente, sugiriendo de un<br />

modo vago la idea de una vida insospechada<br />

escondida en loa moléculas <strong>del</strong> hierro. En los<br />

escobenes, las anillas de la cadena chocaban<br />

produciendo el gemido sordo de un hombre<br />

abrumado por un fardo.<br />

La tensión se prolongó hasta el argüe, la cadena,<br />

tensa como una cuerda, vibró, y la manga de freno<br />

movióse con breves oscilaciones.<br />

Singleton avanzó.<br />

Hasta entonces había permanecido meditativo y<br />

sin pensamiento, lleno de calma y vacío de<br />

esperanza, rostro austero e impasible, niño de<br />

sesenta años, hijo <strong>del</strong> mar misterioso. Todos sus<br />

pensamientos, desde la cuna podían haberse expresado<br />

en seis palabras, pero el movimiento de esas<br />

cosas que formaban parte de su yo como el latir <strong>del</strong><br />

corazón, despertaron un relámpago de alerta en su<br />

inteligencia. La llama de la lámpara vacilaba y el<br />

43


JOSEPH CONRAD<br />

viejo, frunciendo la maraña de sus cejas se inclinó<br />

sobre el freno vigilante e inmóvil.<br />

Pronto, el navío, obediente a la llamada <strong>del</strong> ancla,<br />

corrió hacia arriba, aflojando la cadena. <strong>Descarga</strong>da,<br />

curvóse y tras un balanceo imperceptible, cayó de<br />

golpe sobre las duras planchas de maderas. Singleton<br />

asió la alta palanca y de un violento empuje de todo<br />

su cuerpo, dio media vuelta al guindalete. Se<br />

contuvo, respiró hondo y quedó luego largo rato<br />

contemplando con ojos irritados el compacto<br />

aparato echado sobre el puente, a sus pies, como un<br />

extraño monstruo prodigioso y domado.<br />

- Ahí tienes, le gruñó como un amo, entre la<br />

inculta barba enmarañada.<br />

44


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

<strong>El</strong> “<strong>Narciso</strong>” zarpó al amanecer.<br />

Una bruma ligera velaba el horizonte. A lo lejos,<br />

la inconmensurable llanura líquida extendíase<br />

brillante como un pavimento de pedrería, y vacía<br />

como el cielo.<br />

<strong>El</strong> remolcador <strong>negro</strong> se apartó a barlovento,<br />

como de costumbre, largó la amarra y paró la<br />

máquina; titubeó un instante a lo largo <strong>del</strong> anca,<br />

mientras que, esbelto y largo, el casco <strong>del</strong> barco<br />

oscilaba lentamente bajo las velas. La tela floja<br />

hinchábase de brisa redondeándose blandamente<br />

con perfiles semejantes a los de blancas nubes<br />

ligeras, presas en la red de cuerdas. Después las velas<br />

fueron cazadas y las vergas izadas el barco tornóse<br />

una alta y solitaria pirámide que se deslizaba,<br />

brillante de blancura, a través de la niebla luminosa.<br />

45<br />

II


JOSEPH CONRAD<br />

<strong>El</strong> remolcador dio media vuelta sobre su estela y<br />

volvióse a tierra. Veintiséis pares de ojos siguieron, a<br />

ras <strong>del</strong> agua, su trasera achaparrada, que rampaba<br />

sobre la marea lisa, entre las ruedas que giraban a<br />

prisa azotando el agua con golpes precisos y<br />

rabiosos. Parecía un enorme escarabajo acuático,<br />

sorprendido por la luz, deslumbrado por el sol y<br />

afanándose en penosos esfuerzos por ganar la<br />

sombra lejana de la costa. Tras él, quedó en el cielo<br />

una estela de humo, y en el agua dos rayas de<br />

esfímera espuma. En el lugar donde se había vuelto,<br />

quedaba una mancha negra y redonda de hollín, que<br />

ondulaba con la marea, semejante a un lugar<br />

manchado por un reposo impuro.<br />

Abandonado a sí mismo, el “<strong>Narciso</strong>”, rumbo al<br />

sur, pareció enderezarse, resplandeciente y como<br />

inmóvil sobre el mar sin reposo y bajo el sol viajero.<br />

Flecos de espuma resbalaban a lo largo de sus<br />

flancos y el agua chocaba en rápidas oleadas; la tierra<br />

perdíase de vista esfumándose; algunos pájaros<br />

gritaban, planeando sobre los mástiles con las alas<br />

extendidas. Pero pronto la costa desapareció,<br />

volaron los pájaros hacia el oeste y la vela<br />

puntiaguda de un Dhaw árabe que iba hacia Bombay<br />

apareció sobre la línea <strong>del</strong> horizonte, sólo un<br />

46


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

instante, para desvanecerse súbitamente como un<br />

espejismo.<br />

Después la estela <strong>del</strong> barco prolongóse inflexible<br />

y larga a través de un día de infinita soledad. <strong>El</strong> sol<br />

poniente parecía abrasar las olas y ardía rojo, bajo la<br />

negrura de pesadas nubes de lluvia. La borrasca <strong>del</strong><br />

atardecer, llegando a la zaga, se fundió en breve y<br />

ceñido diluvio. Dejó al barco reluciente desde la bola<br />

de los mástiles hasta la línea de flotación, pero con<br />

las velas opacas. Corría a prisa ante el soplo igual <strong>del</strong><br />

monzón, con la cubierta libre para la noche y fiel<br />

consigo mismo, mezclaba el susurro <strong>del</strong> monótono<br />

golpetear de las olas al murmullo sofocado de la voz<br />

de los hombres reunidos en popa para el arreglo de<br />

los turnos, a la queja corta de alguna rondana o, a<br />

veces, al fuerte suspiro de la brisa.<br />

Mr. Baker, saliendo de su cabina, gritó<br />

agudamente el primer nombre de la lista, antes de<br />

cerrar la puerta tras sí.<br />

Iba a hacerse cargo <strong>del</strong> puente.<br />

Es un viejo uso marítimo que, durante el viaje de<br />

regreso, el segundo de a bordo tome la primera<br />

guardia nocturna desde las ocho hasta las doce.<br />

Es por eso que Mr. Baker, tras haber oído el<br />

último “presente”, dijo pensativo: “Relevad al<br />

47


JOSEPH CONRAD<br />

timonel y al vigía” y trepó pesadamente la escala de<br />

popa a barlovento. Poco después, Mr. Creighton<br />

bajó silbando suavemente y entró en la cabina. En el<br />

umbral de la puerta, el ranchero ambulaba en<br />

pantuflas, meditativo y con las mangas de la camisa<br />

arrolladas hasta el sobaco. Sobre el puente el<br />

cocinero, que cerraba las puertas <strong>del</strong> fogón, tenia un<br />

altercado con el joven Charley, a propósito de un<br />

par de calcetines. Oíase su voz elevarse<br />

dramáticamente en la oscuridad:<br />

- Pero tú no soportas que uno te haga un favor...<br />

te los pongo a secar y sales quejándote de los<br />

agujeros. Si yo fuera un hereje como tú, rufiancillo,<br />

ya te fregaría la cara.<br />

Los hombres permanecían pensativos en grupos<br />

de tres o cuatro, o marchaban silenciosos a lo largo<br />

de los baluartes <strong>del</strong> combes. <strong>El</strong> primer día de<br />

actividad de un viaje recaía en la paz monótona de la<br />

rutina. En popa, sobre la toldilla, Mr. Baker<br />

marchaba arrastrando los pies y gruñendo solo, en el<br />

intervalo de su pensamiento; en proa, el vigía, de pie<br />

entre los brazos de las dos anclas, tarareaba un aire<br />

interminable, los ojos fijos en la ruta, con vacía<br />

mirada. Una multitud de estrellas surgiendo en la<br />

noche clara pobló la vaciedad <strong>del</strong> cielo. Irradiaban<br />

48


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

como vivientes, sobre el mar que circundaba el<br />

navío en marcha; más intensas que los ojos de una<br />

atenta multitud y más escrutadora, que las almas en<br />

el fondo de la mirada humana.<br />

<strong>El</strong> viaje había comenzado. <strong>El</strong> navío, como un<br />

fragmento desprendido de tierra, huía, frágil y rápido<br />

planeta solitario. En torno suyo los abismos <strong>del</strong> cielo<br />

y <strong>del</strong> mar juntaban sus intangibles fronteras. Una<br />

vasta soledad esférica movíase con el barco siempre<br />

igual en su aspecto majestuoso y jamás monótono.<br />

De tiempo en tiempo otra vela vagabunda,<br />

cargada de vidas humanas, aparecía a lo lejos, un<br />

instante, siguiendo la ruta de su propio destino. <strong>El</strong><br />

sol iluminaba su camino todo el día, y todas las<br />

mañanas abría, abrasador y redondo, su ojo<br />

insatisfecho de curiosidad. Esa casa flotante tenía su<br />

propio porvenir; vivía con la vida de todos los seres<br />

que poblaban sus puentes; semejante a la tierra que<br />

la había entregado al mar llevaba una carga<br />

intolerable de recuerdos y esperanzas. Llevaba,<br />

vivientes la verdad tímida y la mentira audaz y como<br />

la tierra, estaba desprovista de conciencia, agradable<br />

a la vista, condenada por el hombre a innoble suerte.<br />

La augusta soledad de su ruta daba dignidad a la<br />

sórdida inspiración de su peregrinaje. Navegaba<br />

49


JOSEPH CONRAD<br />

hacia el sur, espumando, como guiada por el coraje<br />

de un alto propósito. La sonriente inmensidad <strong>del</strong><br />

mar parecía reducir la medida <strong>del</strong> tiempo. Los días,<br />

corrían unos después de otros, brillantes y rápidos<br />

como los rayos de un faro y las noches accidentadas<br />

y breves parecíancese a sueños fugaces.<br />

La tripulación estaba en su puesto y dos veces<br />

por hora la campaña regulaba su vida de labor<br />

incesante. Noche y día la cabeza y los hombros de<br />

un marino se alzaban en la popa recortándose sobre<br />

el sol o el cielo estrellado, inmóviles sobre los<br />

inquietos rayos de las ruedas <strong>del</strong> timón. Los rostros<br />

cambiaban, sucediéndose en orden inmutable.<br />

Jóvenes barbudos, <strong>negro</strong>s, serenos o atormentados,<br />

todos se asemejaban, llevando la marca fraternal, la<br />

misma expresión atenta para observar la brújula o la<br />

vela. <strong>El</strong> capitán Allistoun, serio, una vieja bufanda<br />

roja alrededor <strong>del</strong> cuello, ocupaba el día entero la<br />

toldilla. De noche, a veces, ocurría emerger de las<br />

tinieblas, como un espectro de su tumba, y quedaba<br />

vigilante y mudo contemplando las estrellas, con la<br />

camisa de noche flotante como una bandera;<br />

después, sin emitir una sílaba, volvía a hundirse de<br />

nuevo.<br />

Había nacido en la costas de Pentlad Firth. En su<br />

50


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

juventud fue arponero en los balleneros de<br />

Peterhead. Cuando hablaba de aquellos tiempos sus<br />

móviles ojos grises volvíanse fijos y helados.<br />

Más tarde, por cambiar, viajó por lo mares de la<br />

India. Comandaba el “<strong>Narciso</strong>” desde su<br />

construcción y le amaba, pero le lanzaba sin<br />

compasión poseído por un anhelo secreto: hacerle<br />

cumplir algún día una brillante y pronta travesía que<br />

mencionaran las gacetas marítimas.<br />

Acompañaba con sonrisa sardónica el nombre<br />

de su armador, hablaba raramente a los oficiales y<br />

reprobaba las faltas con tono suave, pero palabras<br />

tajantes hasta lo vivo. Sus cabellos gris hierro,<br />

encuadraban un rostro duro, color cordobán. Todos<br />

los días de su vida, afeitábase, a las seis (salvo<br />

cuando fue tomado por el huracán a ochenta millas<br />

al sudoeste de Mauricio, y tres veces consecutivas<br />

faltó) No temía sino a un Dios sin misericordia y<br />

aspiraba a acabar su días en una casita rodeada de un<br />

palmo de terreno, lejos en el campo, donde no se<br />

viese el mar.<br />

<strong>El</strong>, regente de ese mundo minúsculo, descendía<br />

rara vez de las alturas olímpicas de la toldilla. Más<br />

abajo, a sus pies, por decirlo así, los mortales<br />

comunes arrastraban su trabajosa existencia. De una<br />

51


JOSEPH CONRAD<br />

punta a la otra <strong>del</strong> barco, Mr. Baker gruñía<br />

sanguinario e inofensivo metiendo la nariz en todo<br />

ya que estaba, como él mismo lo dijera una vez,<br />

pagado precisamente para eso.<br />

Los que trabajaban en el puente tenían un<br />

aspecto sano y contento como la mayor parte te los<br />

marinos una vez en el mar.<br />

La verdadera paz de Dios comienza no importa<br />

dónde, a cien leguas de la tierra más próxima, y<br />

cuando envía mensajeros de su poder no es para<br />

perseguir terriblemente el crimen de la presunción o<br />

la locura, sino con el fin de reunir, fraternalmente,<br />

corazones simples e ignorantes que desconozcan la<br />

vida y no latan de envidia ante la alegría y los bienes<br />

de otros.<br />

De noche, la cubierta recogida cobraba un<br />

tranquilo aspecto semejante al <strong>del</strong> otoño terrestre. <strong>El</strong><br />

sol descendía al abismo de su reposo envuelto en un<br />

manto de cálidas nubes. En proa, el contramaestre y<br />

el carpintero, sentados sobre el extremo de los<br />

mástiles de cambio, permanecían con los brazos<br />

cruzados; cerca, el maestro velero achaparrado y<br />

corto había, navegado en un barco de guerra,<br />

contaba entre dos chupadas de pipa, historias<br />

increíbles sobre algunos almirantes.<br />

52


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

Las parejas andaban de largo a largo guardando el<br />

paso y el equilibrio sin esfuerzo a pesar <strong>del</strong> estrecho<br />

espacio. Los cerdos gruñían en su chiquero. Belfast,<br />

soñador, de codos sobre la barandilla,<br />

comunicábase, con ellos por medio <strong>del</strong> silencio de<br />

su meditación. Los grumetes, con la camisa abierta<br />

sobre el pecho tostado, se alineaban sobre el cordaje<br />

de las amarras o los tramos de las escalas <strong>del</strong> alcázar<br />

de proa.<br />

Al pie <strong>del</strong> mástil de mesana un grupo discutía<br />

sobre los rasgos característicos que distinguen a un<br />

“gentleman”. Una voz dijo: “Es la menega”... Otro<br />

corrigió: “No, hombre, el modo de hablar”.<br />

Knowles, el cojo, avanzando su cara mugrienta,<br />

gozaba de la distinción de ser el peor lavado de<br />

todos, y mostrando algunos huesos amarillos en una<br />

sonrisa de superioridad dijo que él “les había visto<br />

los pantalones”...<br />

Los fondillos, decía, están más finos que un<br />

papel a fuerza de rozar con las sillas de la oficina, sin<br />

que por eso, a primera vista, se note nada ni la tela<br />

deje de durar.<br />

- Es endemoniadamente fácil ser “gentleman”<br />

cuando se tiene un oficio así toda la vida.<br />

Discutieron hasta el infinito, obstinados y<br />

53


JOSEPH CONRAD<br />

pueriles, gritando argucias sorprendentes con la cara<br />

congestionada, mientras la blanda brisa,<br />

desbordando en remolinos de la enorme cavidad de<br />

la mesana bombeada sobre sus cabezas, removía sus<br />

cabellos despeinados con soplo ligero y fugitivo<br />

como una indulgente caricia.<br />

Olvidaban su trabajo, se olvidaban a sí mismos.<br />

<strong>El</strong> cocinero acercóse para escuchar y se quedó<br />

radiante de la íntima de la íntima luz de su fe, como<br />

un santo infatuado y siempre enceguecido por la<br />

corona prometida.<br />

Donkin, solitario y rumiando sus penas en la<br />

punta <strong>del</strong> alcázar, acercóse para seguir el hilo de la<br />

discusión que proseguía abajo. Tornó su cara<br />

amarillenta hacia el mar y sus finas narices aletearon<br />

husmeando la brisa al bajar negligentemente a la<br />

batayola.<br />

En la luz dorada, los rostros brillaban<br />

apasionados por el debate, los dientes irradiaban y<br />

centelleaban los ojos. Los paseantes deteníanse de<br />

dos en dos, interesados un momento. Un marinero<br />

que estaba inclinado sobre un cubo, se enderezó<br />

fascinado, con flecos de jabón chorreándole de los<br />

brazos.<br />

Hasta los tres oficiales subalternos escuchaban<br />

54


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

con aire superioridad apoyados en la proa y con la<br />

espalda bien guardada.<br />

Belfast se detuvo a tirarle la oreja a su cerdo<br />

preferido, la boca abierta y la mirada impaciente<br />

aguardando el momento de meter la cucharada.<br />

Levantó los brazos gesticulantes y descarnados. De<br />

lejos, Charley gritó a los disputadores:<br />

- Sobre “gentleman” yo se más que ninguno de<br />

vosotros. He sido como chancho con ellos... les<br />

lustraba las botas.<br />

<strong>El</strong> cocinero, que alargaba el cogote para oír<br />

mejor, quedó escandalizado.<br />

- Ten la lengua cuando hablen los mayores,<br />

renegado, lengua larga.<br />

- Se hace lo que se puede, viejo ¡Aleluya!... no te<br />

enfades, respondió Charley.<br />

Una opinión <strong>del</strong> sucio Knowles, emitida con aire<br />

de sobrenatural astucia, despertó una risita que<br />

corrió, se hinchó como la onda y desbordó de<br />

pronto formidablemente. Golpeaban con los pies,<br />

alzaban al cielo los rostros rugientes de alegría,<br />

muchos, incapaces de hablar, se golpean los muslos,<br />

mientras uno o dos plegados como un acordeón, se<br />

sofocaban sujetándose el cuerpo con los brazos<br />

como en un ataque de dolor. <strong>El</strong> carpintero y el<br />

55


JOSEPH CONRAD<br />

patrón conservaban la misma actitud, sacudidos en<br />

su sitio por una risa enorme. <strong>El</strong> maestro velero,<br />

preñado de una anécdota a propósito de un<br />

comodoro, avanzaba un beso. baboso.<br />

<strong>El</strong> pinche se enjugaba los ojos con un trapo<br />

pringado de grasa; y la sorpresa de su propio éxito<br />

alargaba una lenta sonrisa en la fisonomía <strong>del</strong> cojo,<br />

de pie en medio de ellos.<br />

De pronto, la faz de Donkin, apoyado en el<br />

guarda cuerpo, tornóse grave; un crescendo ronco se<br />

alzaba tras la puerta <strong>del</strong> alcázar. Llegó a convertirse<br />

en un rumor y terminó en un suspiro. <strong>El</strong> hombre <strong>del</strong><br />

cubo metió los brazos bruscamente en el agua; el<br />

cocinero se quedó cabizbajo como un apóstata<br />

desenmascarado, el patrón alzó los hombros con<br />

fastidio, el carpintero se levantó de un salto y se<br />

marchó, mientras el maestro velero parecía sacrificar<br />

en su fuero interno la historia <strong>del</strong> comodoro y se<br />

ponía a chupar su pipa con sombría dedicación. En<br />

la negrura de la puerta entreabierta un par de ojos<br />

lucieron grandes, blancos y giratorios; después la<br />

cabeza de James Wait apareció como sujeta en el<br />

espacio, por dos manos que la asieran de ambos<br />

lados. <strong>El</strong> pompón de su bonete de lana azul caía<br />

hacia a<strong>del</strong>ante, danzando alegremente sobre su ceja<br />

56


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

izquierda. Salió con paso incierto. Vigoroso de<br />

aspecto como antes, mostraba, sin embargo, en su<br />

marcha una extraña y afectada falta de seguridad, el<br />

rostro parecía un poco demacrado, y los ojos<br />

asombraban por su prominencia.<br />

Hubiérase dicho que precipitaba, por su sola<br />

presencia, la caída <strong>del</strong> sol declinante, que se hundió<br />

de pronto, como si huyese ante el <strong>negro</strong>; una<br />

sombría influencia emanaba de su persona, un no sé<br />

qué de lúgubre y helado, que se exhalaba y posaba<br />

en todos los rostros una especie de crespón de<br />

duelo.<br />

La risa expiró en los labios curtidos. No se<br />

profirió una palabra. Algunos dieron media vuelta<br />

con afectada indiferencia; otros, con la cabeza<br />

inclinada, deslizaban a su pesar miradas oblicuas,<br />

más semejantes a criminales conscientes de su<br />

crimen, que a hombres honestos turbados por la<br />

duda.<br />

Sólo dos o tres no esquivaron la mirada de James<br />

Wait, y la encararon con la boca abierta. Todos<br />

esperaban que hablase y parecían saber de antemano<br />

lo que iba a decir. <strong>El</strong> apoyó la espalda en el<br />

montante de la puerta, y su pesados ojos aplastaron<br />

contra nosotros una mirada envolvente,<br />

57


JOSEPH CONRAD<br />

dominadora y apenada, como la de un tirano<br />

enfermo, martirizando a una multitud de esclavos<br />

abyectos, pero poco seguros.<br />

- Ninguno se fue, aguardaban como presa de su<br />

fascinadora angustia. Irónico, con hipos<br />

entrecortando las frases, dijo:<br />

- Gracias... camaradas... Sois muy amables y<br />

tranquilos... no cabe duda... de desgañitaros así...<br />

ante la puerta.<br />

Hizo una pausa más larga, durante la cual, como<br />

en el esfuerzo exagerado de una respiración<br />

laboriosa, sus costados palpitaban fuertemente.<br />

Aquello resultaba intolerable, los pies golpeteaban el<br />

suelo. Belfast dejó escapar un gemido de opresión,<br />

pero Donkin, en lo alto, pestañeó con sus párpados<br />

siempre irritados por misteriosa ceniza y sonrió con<br />

amargura sobre la cabeza <strong>del</strong> <strong>negro</strong>.<br />

Este continuó con tranquilidad. No jadeaba y su<br />

voz sonó hueca y timbrada como si hablase desde<br />

una caverna vacía. Se irritaba despreciativamente: He<br />

tratado de dormir, sabéis que no pego los ojos en<br />

toda la noche y venís a jalear a la puerta como un<br />

maldito montón de viejas. ¿Y os tenéis por buenos<br />

compañeros? ¿Verdad? ¡Bah!, qué os importa de un<br />

hombre que revienta!<br />

58


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

Belfast hizo una pirueta, saliendo <strong>del</strong> chiquero.<br />

- Jimmy, tú no estarías más enfermo que yo si...<br />

-¿Qué? Métete con tus iguales. Déjame en paz, no<br />

tendrás mucho que esperar. Voy a morirme y estará<br />

todo arreglado.<br />

A su alrededor los hombres permanecieron<br />

inmóviles, jadeando un poco, con la ira en los ojos.<br />

Era eso mismo lo que esperaban las palabras que les<br />

colmaban de horror; la idea de una muerte<br />

emboscada que se les echaba a la cara, muchas veces<br />

al día, jactancia y amenaza a la vez en boca de aquel<br />

<strong>negro</strong> importuno. Parecía orgulloso de esa muerte<br />

que hasta ahora no hacía sino proveerlo de todas las<br />

comodidades de la vida; era arrogante, como si<br />

ningún otro ser en el mundo tuviese intimidad con<br />

tal compañera. Hacía exhibición de ella ante<br />

nosotros con persistencia tan llena de unción, que<br />

resultaba igualmente difícil negarla que percibirla.<br />

¡Ningún hombre ha sido nunca sospechoso de tal<br />

amistad! ¿Era una realidad o una superchería aquella<br />

siempre esperada visitante de Jimmy? Dudábamos<br />

entre la compasión y la desconfianza, mientras él, a<br />

la provocación más leve, respondía exhibiendo a<br />

nuestros ojos los huesos de su molesto e infame<br />

esqueleto. No se cansaba de decirle. Hablaba de ella<br />

59


JOSEPH CONRAD<br />

como si estuviese ya ahí mismo, como si se acostase<br />

en la litera vacía o fuera a sentarse con nosotros para<br />

la comida. La mezclaba a diario al trabajo, al<br />

descanso a las distracciones.<br />

Nada de cantos ni de música a la noche, porque<br />

Jimmy (le llamábamos tiernamente Jimmy para<br />

esconder el odio, que nos inspiraba su cómplice)<br />

había venido a destruir el equilibrio, gracias a su<br />

futuro deceso, hasta <strong>del</strong> mismo Archie. Archie<br />

tocaba el acordeón, pero después de una o dos de<br />

las acres homilías de Jimmy se rehusó a hacerlo.<br />

Nuestros cantores se abstuvieron a causa <strong>del</strong><br />

moribundo Jimmy. Y por lo mismo, nadie, Knowles<br />

reparó en ello, “se atrevió a plantar un clavo en los<br />

tablones para colgar sus pilchas” sin hacerlo motejar<br />

de enormidad ya que eso turbaba los interminables<br />

últimos momentos de Jimmy. Por la noche, en vez<br />

<strong>del</strong> grito jovial de: “¡Arriba, arriba! ¿Has oído el<br />

llamado?, se despertaba para los cuartos, hombre<br />

por hombre despacito, tratando de no interrumpir el<br />

sueño, quizá el último sobre la tierra, de Jimmy.<br />

A decir verdad, el <strong>negro</strong> estaba siempre<br />

despierto, y se las arreglaba, mientras nos<br />

esquivábamos al puente de puntillas, para arrojarnos<br />

a la espalda alguna frase mordiente que nos<br />

60


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

convencía de nuestra brutalidad, hasta el momento<br />

que empezábamos a encontrarnos idiotas. En el<br />

alcázar, hablábamos en voz queda como en la iglesia.<br />

Comíamos temerosos y callados, porque Jimmy se<br />

mostraba fantástico en el capítulo de la nutrición y<br />

denunciaba amargamente a la cocina, al té, a la<br />

galleta, como sustancias inconvenientes al consumo<br />

de los seres vivientes, cuanto más a los de un<br />

moribundo.<br />

Decía:<br />

-¿No hay medio, entonces, de encontrar un<br />

pedazo de carne pasable para un enfermo que no<br />

puede quedarse en su casa para curarse o reventar?<br />

Pero qué... vosotros la robarías, si la hubiese... Me<br />

envenenarías... ¡Mira lo que me habéis dado!...<br />

Le servíamos en la cama con rabia y humildad,<br />

igual que los viles cortesanos de un detestado<br />

príncipe; él nos pagaba con sus críticas implacables.<br />

Había descubierto el infalible resorte de la<br />

imbecilidad humana; tenía el secreto de la vida aquel<br />

maldito moribundo, y se había adueñado de cada<br />

minuto de nuestra existencia.<br />

Reducidos a la desesperación, permanecíamos<br />

sumisos. <strong>El</strong> impulsivo Belfast estaba siempre a mitad<br />

de camino entre las vías de hecho y las lágrimas. Una<br />

61


JOSEPH CONRAD<br />

noche le confesó a Archie:<br />

- Por medio penique le arrancaría su asquerosa<br />

cabeza negra a ese cuentero <strong>del</strong> tío...<br />

Y Archie, corazón leal, pareció quedar<br />

escandalizado. Tanto pesaba el maleficio lanzado<br />

sobre nuestra ingenuidad por aquel <strong>negro</strong><br />

aventurero. Pero la misma noche, Belfast robaba en<br />

la cocina la torta de frutas de la mesa de oficiales, a<br />

fin de despertar el apetito herido de Jimmy.<br />

Era poner en peligro no sólo su larga amistad con<br />

el cocinero, sino también su salud eterna. <strong>El</strong><br />

cocinero quedó aterrado de dolor. Sin conocer al<br />

culpable, era ya mucho que el mal florecía, y que<br />

Satán desencadenado estaba entre nosotros a<br />

quienes él consideraba, en cierto modo, bajo su<br />

dirección espiritual.<br />

Le era bastante ver tres o cuatro en grupo para<br />

dejar fogones y correr con una plegaria en lo labios.<br />

Le huíamos y sólo Charley, que conocía al ladrón, le<br />

afrontaba con cándidos que irritaban al hombre de<br />

bien.<br />

- Es de ti de quien dudo, gemía lamentable, una<br />

mancha de hollín en el mentón. Eres tú... hueles a<br />

sacarina... no volverás a secar tus medias a mi fuego,<br />

¿entiendes?<br />

62


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

Pronto se extendió, oficiosa, la nueva, que en<br />

caso de reincidir, nuestra mermelada de naranja, un<br />

“extra” a razón de media libra por cabeza, sería<br />

suprimida.<br />

Mr. Baker dejó de fastidiar con sus reproches a<br />

sus marineros preferidos y distribuyó entre la<br />

tripulación entera, equitativamente, sus sospechosos<br />

gruñidos.<br />

Los ojos fríos <strong>del</strong> capitán lucieron con<br />

desconfianza, desde lo alto de la toldilla, siguiendo<br />

nuestra pequeña tropa al ir a atar las drizas de las<br />

vergas, para asegurar, según la costumbre de toda las<br />

noches los cordajes <strong>del</strong> halar avante. Esa clase de<br />

robo, a bordo de un barco de comercio, es difícil de<br />

evitar y puede interpretarse como una declaración de<br />

guerra de la tripulación a la oficialidad.<br />

Es un mal síntoma. Sabe Dios qué querella puede<br />

ocasionar un día.<br />

La confianza mutua que reinaba en el “<strong>Narciso</strong>”,<br />

estaba rota aunque durase la paz. Donkin no<br />

disimulaba su dicha. Nosotros permanecíamos<br />

estúpidos. <strong>El</strong> ilógico Belfast cubrió de injurias y<br />

reproches al <strong>negro</strong>. James Wait, acodado en su<br />

almohada, estrangulado y jadeante respondió: ¿Te la<br />

había pedido yo, que la escamotearas, su famosa<br />

63


JOSEPH CONRAD<br />

torta maldita? ¡<strong>El</strong> diablo se la lleve, la porquería esa,<br />

y buen mal que me ha hecho, irlandés loco!...<br />

Belfast la cara roja y los labios temblorosos se<br />

precipitó sobre él. Todos los presentes lanzaron un<br />

solo grito. Hubo un momento de salvaje tumulto y<br />

una voz taladrante gritó:<br />

-¡Muy bien, muy bien!<br />

Se esperaba ver a Belfast retorcerle el cuello.<br />

Voló una nube de polvo, y a través de ella la tos <strong>del</strong><br />

<strong>negro</strong> hizo oír sus estallidos metálicos semejantes a<br />

los de un “gong”. La claridad mostró a Belfast<br />

inclinado sobre el <strong>negro</strong> diciéndole:<br />

- No hagas eso, Jimmy, no lo hagas, no seas así.<br />

Un ángel no te soportaría por enfermo que estés.<br />

Nos lanzó una mirada circular de pie sobre la<br />

litera de Jimmy, con los ojos llenos de lágrimas;<br />

después se esforzó por arreglar los cobertores<br />

revueltos. <strong>El</strong> incesante murmullo <strong>del</strong> mar llenaba el<br />

alcázar. ¿James Wait estaba asustado, conmovido o<br />

contrito? Permaneció de espaldas, oprimiéndose el<br />

costado con una mano, inmóvil como si la esperada<br />

visitante, hubiera llegado, al fin. Belfast corrido,<br />

movía los pies diciendo: Ya lo sabemos, tú no andas<br />

bien, pero... no tienes más que decir lo que quieras<br />

y... ya sabe que estás mal, muy mal.<br />

64


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

No, decididamente James Wait no estaba ni<br />

conmovido ni contrito. A la verdad parecía un poco<br />

sorprendido. Se enderezó sobre su asiento con<br />

facilidad y ligereza.<br />

-¡Ah! me encontráis mal ¿no es verdad?, dijo<br />

lúgubremente con su más clara voz de barítono (al<br />

oírlo hablar nadie hubiera dicho que estaba enfermo)<br />

¿eh? Y bueno, haced lo que se debe, entonces.<br />

¡Decir que no hay entre vosotros uno bastante vivo<br />

para extender una manta derecha sobre un enfermo!<br />

¡Bah! no vale la pena ¿verdad? ya reventaré como<br />

pueda.<br />

Belfast se volvió blandamente, con gesto<br />

descorazonado. Donkin articuló: Bueno ¡maldita<br />

sea!, y sonreía. Wait quedóse mirándole. Lo miró<br />

con ojos, palabra de honor, amistosos. No podíamos<br />

comprender lo qué le agradaría a nuestro<br />

incomprensible enfermo, pero el desprecio de<br />

aquella burla nos pareció insoportable.<br />

La posición de Donkin en el alcázar de proa era<br />

distinguida pero incierta, eminente tan sólo por la<br />

general antipatía que inspiraba. Se le evitaba y su<br />

aislamiento concentraba su mente en los temporales<br />

<strong>del</strong> Cabo de Buena Esperanza, y su deseo de los<br />

calientes trajes encerados que nosotros estábamos<br />

65


JOSEPH CONRAD<br />

provistos. Nuestras botas, nuestros impermeables<br />

eran para él otros tantos objetos de amarga<br />

meditación. No poseía nada y por instinto sentía que<br />

nadie iba a ofrecérselo.<br />

Bajamente servil con nosotros se mostraba, por<br />

sistema, insolente con los oficiales. Descontaba para<br />

sí mismo los mejores resultados de esta línea de<br />

conducta, y se engañaba.<br />

Tales seres, olvidan que, en caso de excesiva<br />

provocación, los hombres son injustos. La<br />

insolencia de Donkin hacia el sufrido Mr. Baker,<br />

llegó a sernos intolerable, y la oscura noche en que el<br />

segundo lo zarandeó de lo lindo, nos alegramos<br />

verdaderamente.<br />

Aquello se hizo con limpieza y decencia y casi sin<br />

ruido. Acababan de llamarnos, poco antes de media<br />

noche, para orientar las vergas y Donkin, según su<br />

costumbre, emitió opiniones injuriosas. Mientras<br />

mal despiertos nos manteníamos alineados, la braza<br />

de la mesana en la mano, esperando las órdenes<br />

siguientes, salió de la oscuridad un rumor de golpes,<br />

de pies arrastrados, una exclamación de sorpresa,<br />

sonar de patadas y porrazos, de palabras<br />

entrecortadas que silbaban: “¿Ves?... “¡Basta, basta!...<br />

“Ándate”... “¡Oh, oh!”. Siguió una sucesión de<br />

66


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

blandos choques mezclado de tintinear de cadenas,<br />

como la caída de un cuerpo inerte, entre las<br />

escotillas de popa. Antes que nos diéramos cuenta<br />

de lo que pasaba, la voz de Mr. Baker, elevóse<br />

próxima y con un ligero tono de impaciencia:<br />

- Vamos, vosotros sujetad esa cuerda. Y<br />

nosotros, sujetarnos, en efecto, con gran celeridad.<br />

Como si tal cosa, el segundo continuó orientando<br />

las vergas con su habitual crispadora minuciosidad.<br />

De Donkin, nada por el momento, y nadie se<br />

cuidó de él. <strong>El</strong> segundo podía haberle tirado por la<br />

borda y nadie hubiese dicho siquiera: ¡Vaya, ya se ha<br />

marchado!<br />

En suma, no ocurrió gran cosa, aunque el<br />

episodio costara a Donkin uno de los dientes de<br />

a<strong>del</strong>ante. Lo advertimos por la mañana y guardamos<br />

un ceremonioso silencio. La etiqueta de alcázar nos<br />

condenaba a ser ciegos y mudos, y en tales casos<br />

nosotros velábamos por la compostura más<br />

celosamente de lo que suelen hacerlo en tierra el<br />

común de las gentes. Charley con una falta<br />

sorprendente de “savoir vivre” exclamó:<br />

-¿Has ido al dentista? ¿Te ha dolido mucho?<br />

Le respondió un sopapo de mano de su mejor<br />

amigo. <strong>El</strong> muchacho, sorprendido, se mantuvo<br />

67


JOSEPH CONRAD<br />

enfadado durante tres horas. Nosotros sufrimos por<br />

él, pero su actitud exigía mayor disciplina aún que la<br />

de los maduros.<br />

Donkin sonreía envenenadamente. Desde aquel<br />

día no tuvo piedad y trató de echar de lado a Jimmy<br />

dándonos a entender que nos tenía por un montón<br />

de idiotas, primos cotidianos <strong>del</strong> primer <strong>negro</strong> caído<br />

<strong>del</strong> cielo. ¡Y sin embargo, Jimmy parecía quererle!<br />

Singleton vivía lejos <strong>del</strong> contacto y de se<br />

emociones humanas. Taciturno y serio respiraba en<br />

medio de nosotros, en eso únicamente igual al resto<br />

de los hombres.<br />

Nos esforzábamos en mostrarnos valientes pero<br />

el trabajo nos parecía duro, balanceándonos entre el<br />

deseo de ser buenos y el miedo a resultar ridículos.<br />

Queríamos librarnos de las angustias <strong>del</strong><br />

remordimiento, pero en cuanto a pasar por víctimas<br />

de nuestra caridad, no estábamos dispuesto a ello.<br />

La detestable compañera de Jimmy parecía haber soplado<br />

con su impuro aliento, sutilezas desconocidas<br />

en nuestro corazón.<br />

Fuimos cobardes, estábamos turbados y no lo<br />

ignorábamos...<br />

Singleton parecía no enterarse de nada. Hasta<br />

entonces le tuvimos por tan inteligente como<br />

68


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

parecía, ahora llegamos a acusarle de ser presa de la<br />

idiotez senil.<br />

Un día, en la comida, mientras estábamos<br />

sentados en nuestros cofres alrededor de un plato de<br />

hierro blanco, posado en el puente en medio <strong>del</strong><br />

círculo de nuestros pies, Jimmy expresó su disgusto<br />

general por los hombres y por las cosas, en términos<br />

particularmente disgustados. Nosotros callamos.<br />

<strong>El</strong> viejo, hablando a Jimmy preguntó: ¿Vas a morirte?<br />

Así apostrofado, James Wait tomó un aire<br />

horriblemente sorprendido y fastidiado. Nos<br />

estremecimos: quedamos con la boca abierta,<br />

pestañeando y el corazón sobresaltado; un tenedor<br />

de hierro escapado de una mano golpeó el fondo <strong>del</strong><br />

plato; un marinero se levantó como para salir, y<br />

quedó allí. En menos de un segundo Jimmy se<br />

recobró.<br />

-¿Eh, qué? ¿No se nota acaso? respondió con<br />

seguridad.<br />

Singleton quitó de sus labios un trozo de galleta<br />

remojada, sus dientes, como él decía, habían perdido<br />

el filo de antaño.<br />

- Entonces, alégrate, repuso con mansedumbre<br />

venerable, y no hagas tanto comercio con nosotros<br />

69


JOSEPH CONRAD<br />

porque ¡qué quieres que hagamos!<br />

Jimmy cayó de nuevo en su cama, permaneció<br />

tranquilo largo tiempo, moviéndose sólo para<br />

enjugarse el sudor <strong>del</strong> mentón. Le sacaron los platos<br />

a prisa. Sobre la cubierta se comentaba, el incidente<br />

con voz queda. Algunos reventaban en risas<br />

sofocadas. Wamibo al salir de sus períodos de<br />

idiotez o de ensueño esbozaba sonrisas que al nacer<br />

morían y uno de los jóvenes escandinavos,<br />

barrenado por duda, tuvo la audacia, durante la<br />

guardia de seis a diez, de abordar a Singleton, el<br />

viejo no nos animaba a ello por cierto , y de<br />

preguntarle ingenuamente:<br />

-¿Vd. cree que él va morirse?<br />

- Seguramente, morirá, dijo con resolución.<br />

Aquello fue decisivo. <strong>El</strong> que había consultado al<br />

oráculo dio a todos, sin tardanza, parte de lo<br />

sucedido. Tímido y apremiante llegaba a cada uno<br />

con los ojos vagos y recitaba la fórmula: “<strong>El</strong> viejo<br />

Singleton dice que morirá”.<br />

¡Alivio inmenso! Sabíamos al fin que nuestra<br />

compasión no se excitaba en vano, podíamos de<br />

nuevo sonreír sin doble intención.<br />

Pero no contábamos con Donkin. Donkin no se<br />

dejaba impresionar por “esos puercos extranjeros”.<br />

70


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

Respondió con voz perversa:<br />

-¡Tú también reventarás, cabeza de holandés!<br />

Convendría que reventarais todos en vez de<br />

quitarnos nuestro dinero para llevároslo a vuestro<br />

país de muertos de hambre.<br />

Quedamos consternados. Después de todo era<br />

preciso darse cuenta que la respuesta de Singleton<br />

no significaba nada. Y le odiábamos por haberse<br />

burlado de nosotros; toda nuestra seguridad<br />

flaqueaba.<br />

La relación con los oficiales era cada vez más<br />

tirante; el cocinero, con su sorda guerra nos<br />

abandonaba a nuestra perdición; habíamos oído al<br />

contramaestre motejarnos de “montón de<br />

maricones”. Al menor desvío de nuestra humilde<br />

vida, surgía Jimmy altanero, cortándonos el camino,<br />

de bracete con su compañera terrorífica y velada. Un<br />

peso nos oprimía como si tuviésemos la suerte<br />

echada.<br />

Aquello había empezado ocho días después de<br />

nuestra partida de Bombay. Cayó sobre nosotros de<br />

improviso, poco a poco, como todas las grandes<br />

calamidades. Habíamos observado la flojera de<br />

Jimmy en el trabajo, pero lo considerábamos como<br />

resultado de su concepto <strong>del</strong> universo.<br />

71


JOSEPH CONRAD<br />

Donkin decía: “Lo que es tú, no haces más fuerza<br />

que una pulga en la punta de la amarra”. Le<br />

despreciaba. Belfast, en guardia para un posible<br />

pugilato gritaba provocador:<br />

-¿No tienes ganas de matarte trabajando, viejo?<br />

-¿Y tú?, retrucaba el <strong>negro</strong> con tono de inefable<br />

desprecio.<br />

Belfast callaba. Cierta mañana, durante el lavado,<br />

Mr. Baker lo llamó:<br />

-¡Trae acá esa escoba, tú, Wait!<br />

<strong>El</strong> interpelado obedeció lánguidamente.<br />

-¡Arrea... prr... gruñó Mr. Baker con sus ojos<br />

saltones audaces y tristes: “No son las piernas, dijo,<br />

son los pulmones”<br />

Todo el mundo paró las orejas.<br />

-¿Y qué tienes? preguntó Mr. Baker.<br />

Los de guardia estaban allí, en la cubierta mojada,<br />

la escoba o el balde en la mano. Wait dijo<br />

lúgubremente: “Eso me mata ¿no ve Vd. que estoy a<br />

la muerte?”<br />

Mr. Baker dijo repugnado:<br />

-¿Y entonces para que diablos te has embarcado?<br />

- Hay que ganarse la vida hasta que uno revienta ¿<br />

no es así?<br />

Algunas risas se dejaron oír.<br />

72


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

-¡Ándate de aquí, sal de mi vista! gritó el segundo.<br />

La aventura le había desconcertado. No conocía<br />

otra igual en todos sus años de experiencia.<br />

James Wait haciendo gala de obediencia dejó su<br />

escoba y se marchó hacia proa con lentitud. Un<br />

estallido de risas iba siguiéndole. Todos reían, reían...<br />

¡Ah!...<br />

Se convirtió en verdugo de todos nuestros<br />

instantes, fue peor que una pesadilla. Imposible<br />

descubrir en él traza externa de su mal.<br />

Sin ser muy grueso, ciertamente, no parecía<br />

sensiblemente más <strong>del</strong>gado que otros <strong>negro</strong>s a<br />

quienes conocíamos. Verdad, que tosía con<br />

frecuencia, pero cualquiera podía advertir que la<br />

mayor parte de las veces, tosía en el momento<br />

oportuno.<br />

No podía o no quería ocuparse <strong>del</strong> trabajo, pero<br />

rehusaba guardar cama.<br />

Un día subió al baluarte con los mejores de<br />

nosotros y se encontró enfermo, allá arriba; fue<br />

preciso bajar, con peligro de nuestras vidas, su<br />

cuerpo inerte y blando. Le llevábamos al capitán; él<br />

protestaba, amenazaba, sermoneaba, adulaba. Mr.<br />

Allistoun lo mandó a su cabina. Corrieron locos<br />

rumores; se dijo que tanta zalamería había<br />

73


JOSEPH CONRAD<br />

perturbado al viejo, se afirmó que tenía miedo.<br />

Charley mantuvo que el “patrón llorando, había<br />

dado al <strong>negro</strong> su bendición y un tarro de dulce.”<br />

Jimmy, arrimado a los muebles se quejó de la<br />

brutalidad e incredulidad generales, y había<br />

terminado por toser de ancho a largo, sobre los<br />

diarios meteorológicos <strong>del</strong> patrón que yacían<br />

abiertos sobre la mesa.<br />

Fuera lo que fuera, Wait volvió a proa sostenido<br />

por el mayordomo que con voz conmovida dijo:<br />

-¡Hola! ¡Sujetadlo uno de vosotros! Es preciso<br />

que guarde cama.<br />

Jimmy tragó un cuartillo de café y después de<br />

algunas palabras groseras a unos y a otros se acostó.<br />

Allí permaneció la mayor parte <strong>del</strong> tiempo pero<br />

subía a cubierta según su capricho.<br />

Arrogante, perdido en sus pensamientos miraba<br />

el mar, y nadie habría podido resolver el enigma que<br />

mantenía a aquella figura aislada en su actitud de<br />

meditación, inmóvil como un mármol <strong>negro</strong>.<br />

Rehusaba firmemente todo remedio. Sagus y<br />

harinas nutritivas volaron borda abajo, hasta que el<br />

mayordomo se cansó de traerlas. Pidió elixir<br />

paregórico. Le mandaron una botella enorme, capaz<br />

de envenenar todo un jardín de infantes. <strong>El</strong> la<br />

74


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

guardó entre los colchones y la pared <strong>del</strong> barco sin<br />

que nadie le viese jamás tomar una gota.<br />

Donkin lo injuriaba en sus propias narices,<br />

bromeando a su costa, y al rato, Wait le prestaba su<br />

abrigada tricota. Una vez, tras haberle mortificado<br />

media hora por el recargo de trabajo suplementario<br />

que su simulación motivaba, coronó su discurso<br />

llamándole “chancho con cara negra”. Bajo la<br />

maldita influencia que nos ligaba, permanecimos<br />

helados de horror. Pero Jimmy parecía <strong>del</strong>eitarse<br />

positivamente con aquellos insultos. Estaba<br />

satisfecho y Donkin vio caer a sus pies un par de<br />

botas viejas acompañadas de un sonoro:<br />

-Toma, basura de barrio, para ti.<br />

Al fin, Mr. Baker se vio obligado a avisar al<br />

capitán que James Wait turbaba el buen orden <strong>del</strong><br />

barco: “Disciplina perdida... prr... a eso<br />

llegaremos”... gruñía.<br />

Efectivamente, los hombres de estribor,<br />

rehusaron obedecer una mañana que el patrón dio<br />

orden de baldear el alcázar. Jimmy no soportaba la<br />

humedad y nosotros estábamos en tren de<br />

compasión aquel día. Pensábamos que el patrón era<br />

un bruto y de hecho se lo dijimos. Sólo el <strong>del</strong>icado<br />

tacto de Mr. Baker evitó una completa rebelión. No<br />

75


JOSEPH CONRAD<br />

quiso tomarnos en serio. Llegó apresurado a la<br />

proa, nos llamó varias cosas no <strong>del</strong> todo amables<br />

pero con el tono cordial de un verdadero “lobo de<br />

mar”. En realidad le considerábamos demasiado<br />

buen marino para molestarlo conscientemente. <strong>El</strong><br />

alcázar fue limpiado aquella mañana, pero durante el<br />

día se instaló un cuarto de enfermo sobre la cubierta.<br />

Era una linda cabinita, abierta sobre el puente, con<br />

dos camas. Se transportaron a ella todos los efectos<br />

de Jimmy y después a Jimmy mismo a pesar de sus<br />

protestas. Dijo que no podía andar y cuatro<br />

hombres le llevaron sobre una manta. Se quejaba de<br />

que querían dejarle morir solo como a un perro.<br />

Nosotros participábamos de su disgusto, pero nos<br />

alegraba desembarazarnos de él en el alcázar.<br />

Además le cuidamos como antes.<br />

De la cocina, por la puerta <strong>del</strong> lado, el cocinero<br />

entraba varias veces al día. <strong>El</strong> humor de Wait mejoró<br />

un poco. Knowles afirmaba haberle oído reír a<br />

carcajadas estando solo. Otros le habían visto de<br />

noche paseando sobre cubierta. Su pequeño retiro,<br />

en el cual el gancho de la puerta la mantenía semi<br />

cerrada, estaba siempre lleno de humo de tabaco.<br />

Por la reja de la puerta le lanzábamos burlas e<br />

insultos al pasar para los quehaceres. Nos fascinaba.<br />

76


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

Jamás permitió a uno detenerse.<br />

Invulnerable en la promesa de su próxima muerte<br />

hollaba con sus pies nuestra propia estima y nos<br />

demostraba, cada día, nuestra falta de valor moral:<br />

corrompía la simplicidad de nuestra sana existencia.<br />

Si hubiésemos sido un puñado de miserables<br />

inmortales condenados a ignorar siempre la<br />

esperanza y la pena, no hubiese podido dominarnos<br />

con más noble superioridad, ni afirmar más<br />

implacablemente su sublime privilegio.<br />

77


JOSEPH CONRAD<br />

78<br />

III<br />

Entre tanto, el “<strong>Narciso</strong>”, salió a toda vela <strong>del</strong><br />

franco monzón. Después, siguió lentamente,<br />

durante unos pocos días de brisas juguetonas,<br />

haciendo oscilar la aguja de la brújula en grandes<br />

círculos. Bajo las cálidas gotas de breves chubascos<br />

los hombres descontentos hacían virar de borda a<br />

borda las pesadas vergas, empuñando las sogas<br />

empapadas, jadeando y soplando, mientras los<br />

oficiales, huraños y chorreando lluvia, impartían<br />

órdenes sin fin, con voz cansada.<br />

Durante los cortos intervalos, los hombres<br />

mirábanse las palmas de las manos hinchadas y<br />

desolladas y se preguntaban amargamente: “¡Quién<br />

sería marinero si pudiera cultivar su tierra!” Los<br />

caracteres se agriaban, y nadie hacía caso de lo que<br />

se decía. Una oscura noche en que los de la guardia,


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

jadeantes de calor y traspasados de agua, acababan<br />

durante cuatro mortales horas de bracear las<br />

cuerdas, Belfast declaró “que dejaría el mar para<br />

siempre embarcándose en un vapor”. Palabras<br />

excesivas sin duda.<br />

<strong>El</strong> capitán Allistoun , siempre dueño de sí mismo,<br />

decía tristemente a Mr. Baker: “No está tan mal, no<br />

está tan mal”, cada vez que lograba, a fuerza de<br />

astucia y maniobras, sacar de su barco sesenta millas<br />

cada veinticuatro horas. Desde el umbral de su<br />

pequeña cabina Jimmy, el mentón en la mano, seguía<br />

nuestra árida labor con mirada insolente y triste.<br />

Nosotros le hablábamos con dulzura pronta a<br />

cambiar en agria sonrisa.<br />

Después, de nuevo con viento propicio, y bajo un<br />

claro cielo azul, el navío comenzó a dar cuenta de las<br />

latitudes australes. Pasó a lo largo de Madagascar y<br />

Mauricio sin ver tierra. Se doblaron las ligaduras de<br />

los mástiles de cambio y se revisó la barra de la<br />

escotilla. En sus ratos perdidos, el mayordomo, con<br />

aire preocupado, trataba de ajustar las tablillas en la<br />

puerta de las cabinas. Se envergaron cuidadosamente<br />

las telas sólidas. Hacia el oeste, los ojos ansiosos<br />

buscaban el cabo de las tormentas . <strong>El</strong> barco<br />

inclinóse al sudoeste y el cielo dulcemente luminoso<br />

79


JOSEPH CONRAD<br />

de las bajas latitudes tomó día a día sobre nuestras<br />

cabezas un reflejo más duro: alta bóveda redondeada<br />

sobre el navío, como una cúpula de acero, donde<br />

resonaba la voz profunda de los vientos helados. Un<br />

frío sol, lucía sobre las crines blancas de las negras<br />

ondas. Bajo el fuerte soplo de los granizos <strong>del</strong> oeste,<br />

el barco con el velamen aligerado se acostaba<br />

levemente, obstinado pero dócil. Corría de aquí para<br />

allá trabajosamente, decidido a trazarse una ruta, a<br />

través de la invisible violencia de los vientos; se<br />

echaba de cabeza en la negra y hueca tersura de las<br />

grandes olas fugitivas; rodaba sin reposo como si<br />

sufriera, respondía a la voluntad <strong>del</strong> hombre, y sus<br />

mástiles esbeltos trazaban sin cesar semicírculos rápidos,<br />

semejando pedir en vano clemencia al<br />

tempestuoso cielo.<br />

<strong>El</strong> invierno fue malo en la zona <strong>del</strong> cabo, aquel<br />

año. Los timoneles, a la hora <strong>del</strong> relevo, llegaban al<br />

alcázar golpeando los pies y soplándose los dedos<br />

helados y enrojecidos. Los de guardia en el puente,<br />

soportaban mal que mal, el aguijón de la bruma,<br />

apiñados en los rincones, siguiendo con pesados<br />

ojos las altas olas que ceñían al barco, furiosas e<br />

inexorables. <strong>El</strong> agua chorreaba en cataratas entre las<br />

puertas <strong>del</strong> alcázar y era precisa atravesar de un salto<br />

80


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

el lago para llegar a la cama húmeda. Los marineros<br />

entraban mojados, y salían yertos de sus tricotas<br />

empapadas, para hacer frente a las implacables y<br />

redentoras exigencias de su destino oscuro y<br />

glorioso. En popa, escrutando las nubes y el viento,<br />

los oficiales aparecían a través de jirones de bruma.<br />

De pie, asidos a la batayola, derechos y brillantes; en<br />

sus barnizados capotes, veíanse por intervalos a<br />

merced de las olas zambullidas <strong>del</strong> barco, muy altos,<br />

atentos, violentamente sacudidos en actitudes<br />

inmóviles sobre la línea gris <strong>del</strong> horizonte cargado<br />

de nubes. Observaban el tiempo y el navío con la<br />

mirada de los hombres de tierra que siguen las<br />

fluctuaciones desesperantes de la fortuna.<br />

<strong>El</strong> capitán Allistoun estaba en cubierta, como si<br />

formase parte de los aparejos <strong>del</strong> barco. De tiempo<br />

en tiempo, el mayordomo, tiritando pero siempre en<br />

mangas de camisa, trepaba oscilante y fastidioso,<br />

hasta él, con una taza de café caliente en la mano.<br />

La tempestad llevábase la mitad antes que tocara<br />

los labios <strong>del</strong> patrón, que se bebía el resto<br />

gravemente, de un solo trago, mientras la pesada<br />

espuma azotaba con brusquedad la tela encerada de<br />

su abrigo y la resaca de las olas se acumulaba<br />

alrededor de sus altas botas; jamás sus ojos perdían<br />

81


JOSEPH CONRAD<br />

de vista al barco; espiaba cada gesto. La mirada de<br />

un amante no queda más sujeta sobre la mujer querida,<br />

vida <strong>del</strong>icada y sumisa que tiene para él, todos<br />

los sentidos y la alegría <strong>del</strong> mundo.<br />

Nosotros también, observábamos nuestro barco;<br />

su belleza no carecía de fragilidad. Pero no le<br />

queríamos menos por eso. Admirábamos sus<br />

cualidades pavoneándonos con ellas como si se<br />

tratase de algo nuestro y el secreto de su única<br />

debilidad, lo envolvíamos en el silencio de un afecto<br />

profundo. Había nacido entre los truenos de los<br />

forjadores de hierro, entre <strong>negro</strong>s remolinos de<br />

humo, bajo el cielo gris al borde <strong>del</strong> Clyde. Su<br />

corriente sombría y clamorosa, da vida a seres de<br />

belleza que se van flotando en el resplandor <strong>del</strong><br />

mundo y son amados por los hombres. <strong>El</strong> “<strong>Narciso</strong>”<br />

era de pura raza. Menos perfecto que sus hermanos,<br />

quizá, era nuestro, y nada podía comparársele.<br />

Estábamos orgullosos de él. En Bombay, las<br />

despreciables gentes de tierra decían: “ese bonito<br />

barco gris”... ¡Bonito! ¡Estúpido elogio! ¡Nosotros le<br />

teníamos por el más magnífico buque marinero que<br />

se hubiese lanzado jamás!. Tenía sus exigencias y sus<br />

manías. En el momento de cargar y maniobrar hacía<br />

falta estar alerta, pues nadie sabía a punto fijo cuánto<br />

82


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

cuidado haría falta. ¡Tan corta es la ciencia humana!<br />

Y él que lo sabía, corregía a veces la presunción de<br />

tanta ignorancia por la sana disciplina <strong>del</strong> miedo.<br />

Inquietantes historias corrían a cuenta de sus<br />

anteriores travesías. <strong>El</strong> cocinero (marino sin<br />

verdadera definición náutica) el cocinero, bajo la<br />

desmoralización súbita de alguna desgracia, como la<br />

caída de una marmita, refunfuñaba sombríamente,<br />

secando el suelo: “Vaya, ya se ve que sigue haciendo<br />

de las suyas; en una de estas nos hundirá, ya veréis.<br />

A lo que el mayordomo, venido allí para hurtar<br />

un momento de reposo a su azarosa vida respondía<br />

filosóficamente: “Los que lo vean no podrán<br />

comentarlo; yo no espero verlo”.<br />

Nosotros nos burlábamos de sus miedos. <strong>El</strong><br />

corazón iba hacia el viejo, cuando forzaba el barco,<br />

encarnizado en hacerle dar todo cuanto pudiese,<br />

disputando ásperamente al viento cada pulgada;<br />

cuando, bajo las tres velas repletas lo mandaba,<br />

embistiendo de lado, al asalto de las olas enormes.<br />

Los hombres, amontonados en popa, el oído<br />

alerta a la primer orden <strong>del</strong> oficial de guardia,<br />

admiraban su valentía. La borrasca les hacía<br />

pestañear; las mejillas tostadas goteaban agua más<br />

amarga que las lágrimas. Las habas y bigote,<br />

83


JOSEPH CONRAD<br />

colgaban empapados, informes como algas, y con<br />

sus altas botas y el pelo pegado como un casco,<br />

oscilaban, zarandeados dentro de sus lucientes<br />

impermeables, semejantes a extraños aventureros,<br />

fabulosamente ataviados.<br />

Cada vez que el “<strong>Narciso</strong>” se elevaba sin esfuerzo<br />

sobre alguna glauca y vertiginosa cima, los codos<br />

golpeaban los costados, los caras se iluminaban y<br />

murmurábamos: “¡Muy bien! ¿verdad? Mientras<br />

todas las cabezas volvíanse siguiendo con sonrisa<br />

sardónica la ola desquiciada, huyendo bajo el viento,<br />

toda blanca de la espuma de su monstruoso furor.<br />

Pero, cuando por falta de prontitud se dejaba<br />

sorprender, empuñábamos las cuerdas y elevando<br />

los ojos a las estrechas bandas de tela, pensábamos<br />

en nuestro corazón: “Nada famoso, el pobre”.<br />

<strong>El</strong> día treinta y dos, después de la salida de<br />

Bombay comenzó bajo malos auspicios.<br />

Por la mañana, una de las olas destrozó la puerta<br />

de la cocina; nos precipitamos. Allí estaba el<br />

cocinero, empapado y furioso con el barco.<br />

“Empeora día a día ¿lo veis? Ahora quiere<br />

inundarme los fogones”.<br />

Le calmamos, mientras el carpintero zarandeado<br />

por las olas, trataba de componer la puerta. Como<br />

84


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

resultado <strong>del</strong> accidente, nuestro almuerzo se retrasó,<br />

pero poco importaba a fin de cuentas porque<br />

Knowles, que aquel día estaba de servicio, fue<br />

volteado por una oleada y dejó escapar la comida<br />

por la borda.<br />

<strong>El</strong> capitán Allistoun, el aire más severo y los<br />

labios más finos que nunca, se obstinó en bogar a<br />

toda vela, empeñándose en no ver que con sus<br />

exigencias, el barco iba perdiendo fuerza. Resollaba<br />

al levantarse y abría hoscamente su ruta a través de<br />

las olas. Dos veces, como ciego o cansado de vivir,<br />

hundióse de proa <strong>del</strong>iberadamente, en medio de una<br />

gruesa ola que barrió la cubierta de un extremo al<br />

otro. <strong>El</strong> patrón hizo observar con aire de disgusto,<br />

mientras nosotros nos lanzábamos a la caza de un<br />

fugitivo balde de lejía que “toda maldita chuchería<br />

<strong>del</strong> barco iba a largarse al agua ese día”...<br />

<strong>El</strong> venerable Singleton rompió su acostumbrado<br />

silencio para decir con los ojos en alto: “<strong>El</strong> viejo está<br />

enojado con el tiempo pero ¿para qué sirve<br />

encolerizarse con los vientos <strong>del</strong> cielo?...<br />

Jimmy, naturalmente, había cerrado su puerta.<br />

Nos lo imaginábamos seco y cómodo en su<br />

cabinita y esta seguridad nos llenaba, en nuestra<br />

sinrazón, a la vez de placer y de rabia. Donkin se<br />

85


JOSEPH CONRAD<br />

hurtaba al trabajo sin ningún pudor, inquieto y<br />

lamentable. Decía: “Tener que morirse de frío aquí<br />

afuera, con estos pingajos empapados, mientras ese<br />

<strong>negro</strong> puerco se regodea con su cofre lleno, ¡maldita<br />

sea!<br />

No le hacíamos caso, apenas pensábamos un<br />

poco en Jimmy y en su compañera, porque no<br />

podíamos perder el tiempo sondeando nuestros<br />

corazones. <strong>El</strong> viento arrancaba las velas; las amarras<br />

cedían. Temblorosos y empapados rodábamos de<br />

una punta a la otra tratando de reparar las averías. Y<br />

el barco furiosamente sacudido danzaba como un<br />

juguete en manos de un loco.<br />

<strong>El</strong> sol se puso cuando nos disponíamos a recoger<br />

el velamen ante la amenaza de una siniestra nube<br />

cargada de granizo. Bruscamente la borrasca golpeó<br />

como un puñetazo. <strong>El</strong> barco, descargado a tiempo<br />

de la vela, lo recibió valientemente: cedió poco a<br />

poco a la violencia <strong>del</strong> asalto y levantándose con un<br />

balanceo majestuoso mantuvo el mástil al viento, en<br />

las fauces mismas de la borrasca.<br />

La sombra de abismo de la negra nube, vomitó<br />

entonces un torrente de granizo que crepitaba en el<br />

maderamen, caía a puñados de lo alto de las vergas,<br />

acribillada la cubierta, redondo y opalino, como un<br />

86


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

diluvio de perlas. La nube pasó. <strong>El</strong> sol, dardeó<br />

horizontalmente, durante un momento una luz<br />

siniestra, entre las altas colinas de agua. Después, la<br />

noche precipitóse salvajemente, desvaneciendo con<br />

un grito de furor el resto de un día de tempestad.<br />

No se durmió a bordo . La mayor parte de los<br />

marinos recordaban dos o tres noches de su vida,<br />

pasadas como aquella. Parecía que de todo el<br />

universo no quedaran sino tinieblas y clamor, la furia<br />

y el barco. Semejante al último vestigio de una<br />

oración extinguida, llevaba sin embargo, la angustia<br />

de un puñado de culpables, a través <strong>del</strong> caos, <strong>del</strong><br />

tumulto, de la agonía de un espanto vengador. En el<br />

alcázar, la lámpara de hierro colado, describía<br />

amplios círculos de humo con la punta de su larga<br />

mecha. Los trajes mojados, salpicaban con manchas<br />

oscuras el suelo brillante bajo la <strong>del</strong>gada capa de<br />

agua móvil que oscilaba en cada balanceo. En las<br />

camas, los hombres calzados, permanecían ex<br />

tendidos, con los ojos abiertos. Dos impermeables<br />

colgados, zarandeándose de aquí para allá,<br />

semejaban espectros inquietantes de marineros<br />

decapitados, danzando en la tempestad.<br />

Escuchábamos en silencio. Fuera la tempestad<br />

sollozando y rugiendo era acompañada por un rodar<br />

87


JOSEPH CONRAD<br />

continuo, como el lejano redoble de innumerables<br />

tambores. Gritos agudos desgarraban el aire. Bajo<br />

los formidables choques, el barco temblaba y las<br />

olas, abatiéndose sobre cubierta lo aplastaban con su<br />

peso formidable. A veces se arrancaba suspendido<br />

en el aire; todos los corazones dejaban de latir, y<br />

solo recobraban su ritmo, al sentir el espantoso<br />

choque previsto y súbito. Después de cada sacudida<br />

Wamibo de boca en la almohada, exhalaba una queja<br />

como la de un mundo condenado. De tiempo en<br />

tiempo, durante una fracción intolerable de segundo,<br />

el barco en el desencadenamiento más feroz <strong>del</strong><br />

tumulto, permanecía sobre el flanco vibrante e<br />

inmóvil, en una inmovilidad más terrible que todas<br />

las sacudidas. Entonces, un estremecimiento de<br />

angustia pasaba por los cuerpos jadeantes. Un<br />

hombre alargaba el cuello con ansiedad y un par de<br />

ojos relucían en la luz oscilante, ojos llenos de terror.<br />

Algunos estiraban las piernas como para saltar al<br />

suelo. Pero la mayor parte, de espaldas e inmóviles,<br />

fumaban nerviosos, con chupadas cortas, los ojos<br />

fijos en el techo, y ansiosos de un poco de<br />

tranquilidad.<br />

A media noche vino la orden de bracear el tope<br />

de la vela.<br />

88


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

Con inmensos esfuerzos nos izamos a los<br />

mástiles; azotados por implacables golpes salvamos<br />

la tela y descendimos extenuados para soportar de<br />

nuevo, en imponente silencio, el cruel flagelamiento<br />

de las olas.<br />

Por primera vez quizá en la historia de la marina<br />

mercante, el turno relevado no abandonó la cubierta,<br />

fijo allí por la extraña fascinación de aquella<br />

violencia que parecía nutrida de envenenado rencor.<br />

A cada nuevo golpe, los hombres apiñados se<br />

decían: “Ya no puede ser más fuerte”... y al<br />

momento el huracán los desmentía con desgarrado<br />

clamor que les cortaba la respiración. Una ráfaga<br />

furibunda pareció desgarrar de pronto la inmensa<br />

copa de vapores de hollín y tras los celajes de las<br />

nubes laceradas, pudo verse por relámpagos, la luna<br />

alta precipitada en retroceso a través <strong>del</strong> cielo con<br />

sorprendente ligereza, derecho hacia la tempestad.<br />

Muchos bajaban la cabeza asegurando “que<br />

aquello trastornaba”. Pronto las nubes volvieron a<br />

cerrarse y el mundo fue otra vez una ciega y<br />

frenética tiniebla que gritaba azotando a la solitaria<br />

embarcación con sus salpicaduras y celliscas.<br />

Hacia las siete y media, la negrura de brea que<br />

nos envolvía se debilitó volviéndose de un gris<br />

89


JOSEPH CONRAD<br />

lívido, y supimos que el sol se levantaba. Ese día<br />

insólito y amenazante que nos mostraba nuestros<br />

ojos espantados y nuestras espectrales no hizo sino<br />

añadir un horror más a los ya sufridos.<br />

<strong>El</strong> horizonte parecía estar a una braza <strong>del</strong> barco.<br />

En ese estrecho círculo las olas furiosas, llegaban<br />

atronando, golpeando y huyendo. Una lluvia de<br />

pesadas gotas amargas, volaba oblicua como la<br />

bruma.<br />

<strong>El</strong> gran mástil nos reclamaba a todos, con<br />

resignado embrutecimiento fuimos a escalar la<br />

arboladura; pero los oficiales gritaban rechazando a<br />

los hombres y al fin comprendimos que no dejarían<br />

ya subir a la vergas más gavieros que aquellos que<br />

exigiese la estricta necesidad.<br />

Como a cada instante los mástiles peligraban ser<br />

arrancados, comprendimos que el capitán no quería<br />

vernos en el mar, a todos de un solo golpe. Era<br />

justo. Los de guardia conducidos por Mr. Creighton<br />

comenzaron a subir penosamente.<br />

<strong>El</strong> viento los arrojaba contra el cordaje, después,<br />

cediendo un poco los dejó subir dos tramos; y para<br />

mejor una borrasca súbita de lo alto de los<br />

obenques, los precipitó en actitud de crucificados.<br />

Otro se hundió en la cubierta para cargar la vela.<br />

90


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

Las cabezas humanas emergían de la superficie<br />

<strong>del</strong> agua irresistible que los arrastraba de aquí para<br />

allá. Mr. Baker en medio de nosotros distribuía<br />

gruñidos animosos, chapoteando y soplando entre el<br />

cordaje enredado como una enérgica marsopa.<br />

A favor de una fatídica y sospechosa calma, el<br />

trabajo se acabó sin perder a nadie de las vergas ni<br />

de la cubierta. Durante un momento la tempestad<br />

pareció debilitarse y el barco, como reconocido de<br />

nuestros esfuerzos, cobró coraje e hizo mejor cara a<br />

la tormenta.<br />

A las ocho, los hombres relevado espiando el<br />

momento propicio, se lanzaron corriendo a través<br />

de la cubierta inundada en dirección al alcázar de<br />

proa, para tomar algún reposo.<br />

La otra mitad de la tripulación, quedó en popa:<br />

cada uno a su turno para “acompañarlo en su pena”<br />

como decían. Los dos oficiales apremiaban al<br />

capitán a abandonar la toldilla y descansar. Mr.<br />

Baker le gruñía en la oreja.<br />

- Prr... sin embargo... seguro... confianza en<br />

nosotros... prr... nada que hacer... que siga o que<br />

pase... prr... prr...<br />

Desde lo alto de sus pies, el joven Creighton<br />

sonreía con buen humor.<br />

91


JOSEPH CONRAD<br />

- <strong>El</strong> barco es sólido, duerma una hora sir... La<br />

mirada de piedra de los ojos enrojecidos por el<br />

insomnio, lo contemplaba fijamente. Sus párpados<br />

tenían un ribete encarnado y movía sin cesar la<br />

mandíbula como si máscara goma; sacudió la cabeza<br />

y dijo: No se ocupen de mí. Necesario que vea el fin,<br />

necesario que lo vea.<br />

Consistió sin embargo en sentarse un instante<br />

cara al viento. <strong>El</strong> mar se la azotaba; estoico dejaba<br />

que el agua le corriese como si llorara. A barlovento,<br />

en la toldilla, los de guardia amarrados a los<br />

obenques de mesana y unos a otros, trataban de<br />

decirse palabras de aliento. Singleton, desde el<br />

timón, gritó: ¡tención!<br />

-¡Atención!<br />

Su voz llegó reducida a un murmullo de alerta.<br />

Una enorme ola espumosa salió de la bruma. Se<br />

venía sobre nosotros rugiendo con salvajismo, tan<br />

terrible en el afán con que se precipitaba, como un<br />

loco blandiendo un hacha.<br />

Uno dos marineros se precipitaron al<br />

maderamen gritando. La mayor parte, convulsos y<br />

jadeantes se mantuvieron en su puesto.<br />

Singleton apretó las rodillas bajo la rueda y<br />

ablandó cuidadosamente el timón para aliviar la nave<br />

92


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

que cabeceaba, mas sin sacar los ojos de la ola que<br />

llegaba. Vertiginosa y cercana, se alzó como un<br />

muro de cristal verde empenachado de nieve. La<br />

embarcación alzóse como si tuviera alas, y un<br />

momento quedó sobre la espumosa cimera,<br />

semejante a un gran pájaro marino.<br />

Antes que perdiéramos el aliento, una pesada<br />

ráfaga lo golpeó, otra sacudióle traidoramente bajo<br />

la proa y cayó de golpe, mientras el agua inundaba la<br />

cubierta.<br />

De un salto, el capitán Allistoun se puso en pie<br />

y cayó. Archie rodó por detrás gritando: “¡Se vuelve<br />

a levantar!” Un segundo bandazo le abatió de nuevo.<br />

Rodábamos sobre la toldilla inclinada y viendo al<br />

barco sumergir el flanco en el mar, clamamos todos<br />

juntos: “¡Nos ahogamos!” En proa, las puertas <strong>del</strong><br />

alcázar se abrieron violentamente y los hombres<br />

acostados precipitábanse uno a uno con los brazos<br />

en el aire, para caer sobre las manos y las rodillas y<br />

trepar en cuatro patas a lo largo de la cubierta, más<br />

inclinada que la techumbre de una casa.<br />

Las olas lanzábanse en su persecución, mientras<br />

ellos, vencidos en aquella lucha desigual huían como<br />

ratas ante la creciente; subían a fuerza de puño, uno<br />

después de otros, medio desnudos con las pupilas<br />

93


JOSEPH CONRAD<br />

dilatadas, y ni bien en alto resbalaban en bloque con<br />

los ojos cerrados que se detenían al choque brutal<br />

de sus cuerpos contra los barrotes de la batayola;<br />

después entre gemidos rodaban en montón confuso.<br />

<strong>El</strong> inmenso volumen de agua proyectado hacia<br />

proa, por la última oscilación <strong>del</strong> barco, había<br />

arrancado la puerta <strong>del</strong> alcázar. Vieron sus cofres,<br />

sus literas, o sus mantas, sus ropas, salir flotando al<br />

mar; esforzábanse de nuevo para alzarse a<br />

barlovento y miraban el desastre consternados. Las<br />

pellizas bogaban a alta borda, los cobertores<br />

ondulaba extendidos, mientras los cofres medio<br />

vacíos y dando tumbos rodaban pesadamente antes<br />

de hundirse como la cáscara vacía de un huevo. <strong>El</strong><br />

grueso sobretodo de Archie pasó flotando, con las<br />

mangas cruzadas, semejante a un hombre, con la<br />

cabeza hundida.<br />

Los marineros resbalaban intentando aferrarse<br />

con las uñas en los intersticios de las planchas.<br />

Todos gritaban sin parar: “¡Los mástiles! ¡Los<br />

mástiles, cortadlos! Una borrasca negra mugía en el<br />

cielo bajo, sobre el barco acostado, los extremos de<br />

la verga de babor apuntaban a las nubes, mientras<br />

los grandes mástiles, casi perpendiculares al<br />

94


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

horizonte parecían de desmesurada largura.<br />

<strong>El</strong> carpintero se desasió, rodó contra la claraboya<br />

y se puso a gatear a la entrada de la cabina, donde,<br />

para casos semejantes se guardaba un hacha.<br />

En aquel momento, el tope de la vela cedió. En<br />

lo alto chocó el extremo de la cadena y mezcladas<br />

con la espuma descendieron las chispas rojas. La<br />

vela golpeaba con sacudidas que parecían<br />

arrancarnos el corazón a través de los dientes<br />

apretados, y en un instante convirtióse en un fleco<br />

de estrechas tiras que flotaron mezcladas y<br />

anudadas, cayendo pronto inertes a lo largo de la<br />

verga.<br />

<strong>El</strong> capitán logró dirigir la cabeza hacia cubierta,<br />

donde los hombres pendían, como ladrones de<br />

nidos al borde de un risco. Uno de sus pies se<br />

afirmaba sobre el pecho de un marinero. En el<br />

rostro púrpura los labios se agitaban. Gritaba<br />

también, curvado en dos: “¡No, no!”<br />

Mr. Baker sujetándose a la bitácora con una<br />

pierna, rugió:<br />

-¿Ha dicho Vd. que no? ¿Qué no se corte? <strong>El</strong><br />

otro sacudió la cabeza frenéticamente.<br />

-¡No, no!<br />

<strong>El</strong> carpintero le oyó y dejóse caer tranquilo en el<br />

95


JOSEPH CONRAD<br />

ángulo de la claraboya. Las voces repetían la<br />

prohibición:<br />

-¡No, no!<br />

Después todo quedó mudo. Esperaban que el<br />

barco se volviese <strong>del</strong> todo vaciándose en el mar, y<br />

entre el terrible rumor <strong>del</strong> agua y el viento, no se<br />

elevó ni el más ligero murmullo de protesta de<br />

aquellos hombres de los cuales, cada uno, habría<br />

dado varios años de vida por “ver aquellos<br />

condenados palos irse por la borda”. La única<br />

probabilidad de salud terminaba en eso. Pero un<br />

hombrecillo de pelo gris sacudía la cabeza y gritaba<br />

¡No!, sin darles siquiera la explicación de una mirada.<br />

Mudos, resoplaban. Asieron las barras atándose a<br />

ellas por debajo de los sobacos, entrecruzaron los<br />

tobillos, juntándose en montón donde podían,<br />

sujetándose con los pies, con los brazos con la<br />

barbilla, con los codos, con los dientes: algunos,<br />

incapaces de arrancarse prestamente de donde<br />

habían sido arrojados, sentían crecer el mar a medida<br />

que subían golpeándoles la espalda.<br />

Singleton permanecía en el timón y sus cabellos<br />

volaban al viento; la tempestad parecía empuñar por<br />

la barba a su viejo adversario y retorcerle la cabeza<br />

¡no cejaba! Y con las rodillas incrustadas entre los<br />

96


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

rayos de la rueda, danzaba en alto, en bajo, cual si<br />

estuviese en una rama.<br />

Como la muerte no parecía próxima los hombres<br />

se atrevieron a mirar a su alrededor; Donkin<br />

enganchado por un pie a un ojal <strong>del</strong> cordaje, yacía<br />

cabeza abajo y nos gritaba en la cara, al ras de la<br />

cubierta: “¡Cortad, cortad!” Dos hombres se<br />

deslizaron con precauciones hasta él; otros estiraban<br />

la cuerda, lo cogieron dejándole en lugar más seguro<br />

mientras él, amenazaba al patrón mostrándole el<br />

puño, con juramentos terribles, y aplastándonos con<br />

sus palabras abyectas.<br />

-¡Cortad, no tengáis en cuenta a ese asesino<br />

idiota! ¡Cortad!<br />

Uno de sus salvadores le tapó la boca de un<br />

revés. Su cabeza golpeó en la cubierta y se quedó<br />

tranquilo, las mejillas lívidas, los labios entreabiertos<br />

y goteando sangre, jadeando sin ruido. A barlovento,<br />

otro hombre cayó desmayado, La arboladura<br />

impidió que las olas lo arrebatasen. Era el<br />

mayordomo. Fue preciso amarrarlo como a un fardo<br />

pues el miedo le paralizaba. Al sentir inclinarse la<br />

embarcación, había subido de la despensa como una<br />

flecha con un tarro de leche en la mano crispada. Se<br />

lo arrancamos con trabajo. No se había roto. Viendo<br />

97


JOSEPH CONRAD<br />

el objeto en nuestras manos preguntó con voz<br />

temblorosa: “¿De dónde lo habéis sacado?”<br />

Su camisa pendía en jirones, las mangas rajadas<br />

colgaban como alas. Atado fuertemente parecíase a<br />

un paquete de trapos mojados.<br />

Mr. Baker gateaba entre los hombres<br />

preguntando “¿Están todos?” e inspeccionaba a cada<br />

uno. Algunos parpadeaban atónitos, otros tiritaban.<br />

La cabeza de Wamibo colgaba sobre el pecho, y en<br />

actitudes dolorosas, los otros se aferraban jadeando<br />

penosamente.<br />

Sus labios crispados se abrían como para gritar a<br />

cada cabezazo <strong>del</strong> trastornado barco. <strong>El</strong> cocinero,<br />

abrazado a un puntal repetía inconscientemente una<br />

plegaria. En cada intervalo <strong>del</strong> infernal tumulto, le<br />

veíamos, sin gorra ni botas, implorando al Dueño de<br />

nuestras vidas, que le librase de tentación. Pero hasta<br />

él mismo calló al fin. Entre aquel montón de<br />

hombres hambrientos y helados a la espera de una<br />

muerte violenta, no se levantó ni una voz, mudos,<br />

pensativos y sombríos, escuchaban llenos de horror<br />

las imprecaciones <strong>del</strong> huracán.<br />

Pasaron horas. A pesar <strong>del</strong> abrigo que ofrecía<br />

contra el viento la fuerte inclinación <strong>del</strong> navío,<br />

glaciales chaparrones turbaban a veces la calma <strong>del</strong><br />

98


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

precario refugio. Entonces bajo la prueba de aquel<br />

nuevo martirio, los hombres se crispaban<br />

ligeramente. <strong>El</strong> tiempo amainó. Un claro sol brillaba<br />

sobre el barco. Las olas deshechas en minúsculas<br />

hebras tras cada topetazo, formaban centelleantes<br />

arcos iris de brillante espuma, sobre el casco<br />

desviado. La tempestad terminaba en una brillante y<br />

fuerte brisa que bajaba como un cuchillo. Entre dos<br />

viejas barbas, Charley, atado con una bufanda a una<br />

anilla de cubierta lloraba lágrimas de estupor, de<br />

hambre has y de frío. Uno de sus vecinos le dio un<br />

puñetazo en el costado preguntándole: “¿Qué has<br />

hecho de tu audacia?” “Con buen tiempo no se<br />

puede uno entender contigo, sapito”... Con<br />

torsiones prudentes, se despojó <strong>del</strong> saco y lo echó<br />

sobre el muchacho.<br />

<strong>El</strong> marinero <strong>del</strong> otro lado decía: “Esto hará de ti<br />

un hombre, buena pieza”. Extendieron los brazos y<br />

se apretaron contra él. Charley alzó los pies y cerró<br />

los ojos. Después comenzaron a oírse suspiros, a<br />

medida que los hombres empezaban a dudar de<br />

“ahogarse ahí no más”. Se ensayaron posturas más<br />

cómodas. Mr. Creighton que se había herido en la<br />

pierna yacía entre nosotros con los labios apretados.<br />

Algunos de los de su guardia se creyeron en el<br />

99


JOSEPH CONRAD<br />

deber de sujetarle más fuertemente. Sin una palabra,<br />

sin una mirada, levantó los brazos, uno después de<br />

otro, para facilitar la operación y no movió ni un<br />

músculo de su rostro joven y varonil.<br />

-¿Va mejor?, le preguntaron solícitos.<br />

Respondió cortesmente: mejoraré.<br />

Era inflexible en el servicio pero más de uno<br />

confesaba quererle “por sus modos de gran señor<br />

para mandarte desde cubierta”.<br />

Otros, incapaces de discernir esos matices<br />

respetaban la corrección de sus maneras y de su<br />

traje. Por primera vez desde que el barco había<br />

zarpado, el capitán Allistoun echó una ojeada sobre<br />

sus hombres. Se mantenía casi derecho, un pie sobre<br />

la claraboya y una rodilla en cubierta y la punta de la<br />

barra de mesana alrededor de la cintura, oscilaba de<br />

popa a proa con la vista fija como un vigía que<br />

espera la señal.<br />

Ante sus ojos, el barco con media cubierta<br />

hundida en el agua se levantaba y caía alzado por las<br />

gruesas olas que bullían bajo su masa, para huir<br />

luego, centelleando al frío sol.<br />

Algunas voces ulularon:<br />

-“<strong>El</strong> arreglará el negocio, muchachos”...<br />

Belfast gritó con fervor:<br />

100


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

-¡Daría un mes de paga por una chupada de pipa!<br />

Uno de nosotros, pasándose la lengua áspera<br />

sobre los labios salados masculló algo parecido a:<br />

“¡Agua!”<br />

<strong>El</strong> cocinero, como inspirado, alzó el pecho sobre<br />

el barril de popa y miró. Había un poco dentro, gritó<br />

agitando los brazos y dos hombres se pusieron a<br />

gatear pasando el tarro de la leche. Cada uno bebió<br />

un buen trago. Cuando llegó el turno de Charley,<br />

uno de sus vecinos gritó: “<strong>El</strong> condenado se ha<br />

dormido”. Dormía como si le hubieran narcotizado.<br />

Le dejaron. Singleton conservó una mano en el<br />

timón mientras bebía, curvado para hurtar sus labios<br />

al viento. Fue preciso golpear y sacudir a Wamibo,<br />

antes que viese el tarro ante sus ojos. Knowles<br />

observó con sagacidad: “Mejor que una pinta de<br />

ron”.<br />

Mr. Baker gruñó: “Gracias”.<br />

Mr. Creighton bebió e hizo una imperceptible<br />

seña con la cabeza.<br />

Donkin tragó glotonamente, revolviendo sus ojos<br />

perversos sobre el borde <strong>del</strong> tarro. Belfast nos hizo<br />

reír cuando gritó con su boca torcida:<br />

- Mandadlo, que por aquí somos ¡tayttotlers! 2 ...<br />

2 Teatotallers, los que se abstienen de beber alcohol.<br />

101


JOSEPH CONRAD<br />

<strong>El</strong> patrón a quien un hombre agachado<br />

presentaba el recipiente, gritándole: “Todos han<br />

bebido, capitán”, extendió la mano a tientas para<br />

tomarlo y lo devolvió con gesto rápido como si<br />

temiese robar media mirada a su barco. Las caras<br />

estaban radiantes. “¡Bravo, doctor!”, gritamos al<br />

cocinero.<br />

Él, que se mantenía a estribor, agarrado, <strong>del</strong><br />

barril, contestó abundantemente; pero las<br />

rompientes hacían en aquel momento un formidable<br />

estrépito y no cogimos sino jirones de frases; aquello<br />

sonaba a : “Providencia”... y “Nacer dos veces”...<br />

Rezaba.<br />

Le hicimos gestos de burla amistosa y él desde<br />

abajo, serio y apostólico, extendía su brazo suelto<br />

para contener la tormenta.<br />

Súbitamente alguien gritó: ¿Dónde está Jimmy? Y<br />

de nuevo la consternación se extendió entre<br />

nosotros.<br />

Al final <strong>del</strong> grupo el contramaestre inquirió con<br />

voz precisa: “¿Le habéis visto salir? Voces<br />

desesperadas clamaron: “¡Se habrá ahogado!” “¡No!”<br />

“¡En su cabina!” “¡Cielos, como un ratón en la<br />

trampa!”... ¡Sin poder abrir la puerta!... ¡<strong>El</strong> agua lo ha<br />

bloqueado!... ¡Pobre diablo!... No hay nada que<br />

102


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

hacer... Hay que ir a ver... ¡Dios me condene! ¿Y<br />

quién?, chilló Donkin.<br />

Nadie te habla, refunfuñó un vecino. Tú no eres<br />

una persona sino una cosa.<br />

-¿Hay una probabilidad de encontrarlo?<br />

Preguntaron dos o tres voces a un tiempo.<br />

Belfast se desató con un arranque de ciega<br />

impetuosidad y más rápido que el relámpago rodó a<br />

barlovento.<br />

Nosotros lanzamos un grito de angustia pero las<br />

piernas, que habían pasado entre la borda lo<br />

sostenían. Pidió a grandes gritos una soga.<br />

En el extremo en que estábamos, nada podía<br />

parecernos terrible; lo encontramos grotesco,<br />

manoteando allá lejos con su cara asombrada. Uno<br />

se puso a reír, y contagiados de histérica alegría,<br />

todos comenzaron a reír formidablemente como<br />

una fila de locos, sujetos al muro.<br />

Mr. Baker dejándose resbalar de su sitio tendió<br />

una pierna a Belfast. Este trepó desconcertadísimo,<br />

encomendándonos en términos atroces a todos los<br />

diablos de Erin.<br />

- Eres... prr... eres... un maldito boca sucia Crack,<br />

gruñó Mr. Baker. <strong>El</strong> otro respondió babeando de<br />

indignación. “Pero Mr. Baker... ha visto Vd. ...<br />

103


JOSEPH CONRAD<br />

montón de puercos... burlarse de un compañero en<br />

peligro.. ¡Y eso se llaman hombres! ...<br />

Pero <strong>del</strong> frente de la toldilla el contramaestre<br />

gritó: “¡Por aquí!” y Belfast se marchó en cuatro<br />

patas.<br />

Los cinco hombres colgados, con el cuello<br />

estirado sobre la borda de la toldilla, trataban de<br />

descubrir un camino seguro para la exploración da la<br />

proa.<br />

Dudaban. <strong>El</strong> capitán parecía no ver. Hubiérase<br />

dicho que era su mirada la que sostenía al barco, a<br />

costa de una sobrehumana concentración de energía.<br />

Silbaba el viento, columnas de espuma subían muy<br />

altas y en los mariposeos de los arcos iris temblaron<br />

sobre el casco <strong>del</strong> barco, los hombres descendían<br />

circunspectos y desaparecían de nuestra vista con<br />

gestos <strong>del</strong>iberados.<br />

Iban balanceándose <strong>del</strong> pomo a la cornamusa<br />

chapoteando bajo las olas que azotaban la cubierta<br />

medio sumergida. Los dedos de los pies se aferraban<br />

al suelo. Golpes de helada agua verdosa rodaban<br />

sobre sus cabezas por encima <strong>del</strong> baluarte.<br />

Permanecían suspendidos un instante con el<br />

aliento entrecortado por el choque, las muñecas<br />

dislocadas y los ojos cerrados. Después, asidos por<br />

104


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

una mano se lanzaban cabeza abajo, tratando de<br />

aferrarse a una cuerda o un puntal más distante.<br />

<strong>El</strong> contramaestre, avanzaba rápido asiéndose a las<br />

cosas con sus largos brazos atléticos, recordando al<br />

mismo tiempo alguno de los pasajes de la última<br />

carta de “su vieja”.<br />

<strong>El</strong> pequeño Belfast se apresuraba rabiosamente<br />

repitiendo: “Puerco <strong>negro</strong>”. La lengua de Wamibo<br />

colgaba de excitación, mientras Archie intrépido y<br />

tranquilo, se afirmaba a todo. Una vez sobre la<br />

cabina, se soltaron y cayeron de boca uno tras otro,<br />

aplastándose sobre la lisa superficie de madera de<br />

teca.<br />

A su alrededor, la resaca se amontonaba<br />

espumosa y crujiente. Todas las puertas estaban<br />

convertidas en trampas. La de la cocina se reconoció<br />

la primera. La cocina misma, iba de borda a borda y<br />

dentro de ella se oía chapotear el agua con notas<br />

huecas y sonoras. La otra puerta era la <strong>del</strong> taller <strong>del</strong><br />

carpintero. La levantaron y miraron al fondo. La<br />

pieza parecía haber sufrido los estragos de un<br />

temblor de tierra. Todo había rodado contra el<br />

tabique opuesto a la puerta y detrás de ese tabique,<br />

estaba Jimmy, muerto, sin duda. La mesa, un cofre a<br />

medio hacer, el cepillo, las tenazas, la tijera, los<br />

105


JOSEPH CONRAD<br />

cables de hierro, las pinzas, las hachas se<br />

amontonaban sobre un tapiz de clavos esparcidos.<br />

Una aguda azuela, mostraba su filo que brillaba<br />

peligrosamente como una perversa sonrisa. Los<br />

hombres sondearon con la mirada aquel vacío,<br />

atados unos a otros. Un barquinazo estuvo a punto<br />

de mandarles en paquete por la borda abajo.<br />

Belfast gritó: “Al diablo” y saltó.<br />

Siguió Archie que enganchándose en los<br />

escalones que cedían bajo sus pies, se derrumbó con<br />

estrépito de maderas astilladas.<br />

Dentro había apenas espacio para tres hombres.<br />

En el cuadro luminoso y azul de la puerta, la figura<br />

<strong>del</strong> contramaestre sombría y barbuda y la de<br />

Wamibo ruda y lívida, se inclinaba espiando.<br />

En coro llamaron: Jimmy... Jim... En lo alto, la<br />

gruesa voz <strong>del</strong> patrón gritó también: ¡Wait, caramba!<br />

En una pausa, Belfast imploró ¡Jimmy, querido!<br />

¿estás vivo? Y el patrón: “Vamos, todos juntos<br />

muchachos! Clamamos frenéticamente. Wamibo<br />

dejaba oír sonidos como los de un ladrido fuerte.<br />

Belfast golpeaba sobre el suelo con un pedazo de<br />

hierro.<br />

Todo cenó bruscamente; más, un ruido de gritos<br />

y golpes entrecortados continuó distinto y breve, tal,<br />

106


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

un solo tras coros ¡Vivía!<br />

Atacamos con la energía de la desesperación el<br />

abominable amontonamiento de cosas pesadas,<br />

difíciles de manejar. <strong>El</strong> contramaestre se marchó a<br />

gatas en busca de un pedazo de cuerda, y Wamibo<br />

retenido por los gritos de: “No saltes... no te metas<br />

aquí cabeza de palo”, permanecía revolviendo los<br />

ojos saltones, con los colmillos relucientes y el pelo<br />

enmarañado. Parecía un demonio medio bestia,<br />

<strong>del</strong>eitándose ante la extraordinaria agitación de lo<br />

condenados. <strong>El</strong> patrón nos conminó a<br />

“despacharnos”. Descendió una cuerda; atábamos a<br />

ella los objetos que arrastrados por el un<br />

desaparecían para siempre.<br />

No poseyó un frenesí de arrojarlo todo al mar.<br />

Trabajábamos furiosos, destrozándonos los dedos,<br />

con palabras brutales para dirigirnos unos a otros.<br />

Y Jimmy continuaba su concierto enloquecedor:<br />

gritos punzantes de mujer martirizada, golpes de<br />

pies y manos. <strong>El</strong> exceso de su terror acongojaban<br />

nuestro corazón hasta el punto que nos tentaba a<br />

abandonarle, a salir de aquel sitio profundo como un<br />

pozo y vacilante como un árbol, a ganar al fin la<br />

toldilla donde podríamos tirarnos a esperar la<br />

muerte en infinito reposo.<br />

107


JOSEPH CONRAD<br />

Le gritábamos: ¡Calla, calla, maldita sea!<br />

Y él redoblaba. Creía tal vez que no le oíamos.<br />

Nos lo imaginábamos encogido al borde de la<br />

litera alta, golpeando a dos puños en la pared, con la<br />

boca abierta por ese grito incesante y en la más<br />

completa oscuridad.<br />

¡Odiosos instantes! Una nube pasó sobre el sol<br />

entenebreciendo como una amenaza la abertura de<br />

la puerta. Cada bandazo <strong>del</strong> barco nos<br />

proporcionaba un nuevo sufrimiento. Y nos<br />

debatíamos al azar, sofocados por la falta de aire y<br />

presa <strong>del</strong> más terrible malestar. <strong>El</strong> patrón nos decía<br />

desde lo alto: “Despachaos, despachaos o nos<br />

vamos al agua los dos si no os apuráis”... Tres veces<br />

una ola trepó sobre flanco más alto y vertió cataratas<br />

de agua sobre nuestras cabezas. Entonces Jimmy,<br />

espantado por el choque se detuvo un momento,<br />

esperando quizá que el barco se hundiera. Después<br />

recomenzó más y mejor.<br />

Al fondo, los clavos formaban una capa de varias<br />

pulgadas de espesor. Era espantoso. Todos los<br />

clavos <strong>del</strong> mundo, escapados de todas partes,<br />

parecían haberse dado cita en aquel taller <strong>del</strong><br />

carpintero. Había de todas clases; restos de la<br />

provisión de siete travesías: tachuelas de estaño,<br />

108


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

tachuelas de cobre (con puntas como agujas), clavos<br />

de popa con una gran cabeza como hongos de<br />

hierro, clavos sin cabeza (horribles), clavos franceses<br />

esbeltos y pulidos yacían en masa más inabordables<br />

que un erizo de acero. Titubeamos ansiando una<br />

pala, mientras bajo nosotros Jimmy se desgañitaba<br />

como un despellejado vivo.<br />

Gimiendo metimos los dedos entre los fierros<br />

para sacudir inmediatamente puntas y gotas rojas.<br />

Pasábamos al contramaestre las gorras repletas de<br />

clavos, y él como el sacerdote de un rito pacífico y<br />

místico los echaba al rodar desencadenado de las<br />

olas.<br />

Al fin llegamos al tabique. ¡Buena plancha<br />

aquella! Perfecto en todos sus detalles el “<strong>Narciso</strong>”<br />

no cedía. Jamás tablón de barco alguno tuvo más<br />

resistente corazón de madera, al menos eso<br />

supusimos. Y entonces nos dimos cuenta que en<br />

nuestro aturdiéndolo, habíamos tirado al mar todas<br />

las herramientas.<br />

<strong>El</strong> absurdo y pequeño Belfast quiso oradar el<br />

obstáculo con su propio peso y comenzó a saltar<br />

con los pies juntos como un springbok 3 maldiciendo<br />

las construcciones de Clyde por su trabajo<br />

3 Antílope <strong>del</strong> Cabo.<br />

109


JOSEPH CONRAD<br />

demasiado bien hecho. Incidentalmente exterminó a<br />

toda la Gran Bretaña <strong>del</strong> norte, el resto de la sierra,<br />

el mar y los compañeros.<br />

Juraba, dejándose caer pesadamente sobre los<br />

talones, que él no había tenido nada que ver con<br />

aquellos imbéciles “tan idiotas que no sabían<br />

distinguir la rodilla <strong>del</strong> codo”.<br />

A fuerza de golpes, consiguió poner en fuga los<br />

últimos restos de sangre fría que Jimmy conservaba<br />

aún.<br />

Pudimos oír al objeto de nuestras solicitudes<br />

rodar de un lado a otro por el suelo.<br />

Su voz forzada habíase roto al fin, solo gemidos<br />

lamentables se escapaban de su garganta. Su espalda,<br />

a no sor que fuese la cabeza, golpeaba en los<br />

tablones, tan pronto aquí como allá de una manera<br />

grotesca. Era más insoportable aún que los gritos.<br />

Súbitamente, Archie sacó un alicate; lo había<br />

puesto de lado con una hachita. Nosotros dimos<br />

gruñidos de satisfacción.<br />

Asestó un golpe formidable y menudas astillas<br />

nos saltaron al rostro. Desde lo alto el patrón<br />

gritaba: “Cuidado no le matéis, despacio por Dios”...<br />

Wamibo con la cabeza colgando nos estimulaba<br />

con gritos de demencia: ¡Hon, golpead, hon, hon!...<br />

110


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

Por miedo que cayera aplastándonos rogamos al<br />

patrón: ¡Tírelo usted al agua!<br />

Después todos juntos gritamos sobre los listones:<br />

¡Sal de abajo Jim, hacia proa!<br />

No se oía sino el bordonear intenso <strong>del</strong> viento<br />

sobre nuestras cabezas, el gruñir de las olas<br />

mezclado al chirrido de la resaca. <strong>El</strong> barco se<br />

zarandeaba inerte y el vértigo de aquel rumor<br />

insólito zumbaba en nuestros cráneos. Belfast<br />

clamó:<br />

- Por amor de Dios Jimmy, ¿dónde estás? Viejo,<br />

golpea... ¡Puerco negrucho maldito, golpea!...<br />

<strong>El</strong> otro permanecía más callado que un muerto<br />

en su tumba, y nosotros como hombres al borde de<br />

una fosa, estábamos próximos a llorar lágrimas de<br />

vejación, de cansancio, donde se mezclara nuestro<br />

deseo de acabar, de partir, de ver el peligro cara a<br />

cara y respirar el aire libre.<br />

Archie gritó: “¡Plaza!” Agachados tras él,<br />

protegiéndonos la cabeza vimos al hierro atacar la<br />

juntura de los tablones. Un crujido y luego<br />

súbitamente el trozo desapareció entre los picos <strong>del</strong><br />

orificio oblongo. Debió errar la cabeza de Jimmy<br />

por menos de una pulgada.<br />

Archie se apartó y aquel <strong>negro</strong> infame se<br />

111


JOSEPH CONRAD<br />

precipitó a la abertura gritando: ¡Socorro! Con voz<br />

casi extinguida, apretando la cabeza contra la madera<br />

como si tratase de salir por aquel hueco de una<br />

pulgada de ancho por tres de largo.<br />

Aquello nos paralizó súbitamente. Parecía<br />

imposible llegar a sacarle jamás. Hasta el mismo<br />

Archie perdió su sangre fría.<br />

-¡Si no te quitas de ahí, te clavo la herramienta en<br />

la cabeza!, gritó resuelto a todo.<br />

Lo hubiera hecho como lo decía y su seriedad<br />

preció impresionar a Jimmy, que desapareció al<br />

momento. Nosotros atacamos los listones,<br />

desquijando, arrancando, con la furia de hombres<br />

agredidos por un enemigo mortal.<br />

La madera se hundía, crujía, cedía. Belfast,<br />

introdujo por la abertura la cabeza y los hombros y<br />

tanteó.<br />

-Ya lo tengo, ya lo tengo, gritaba. ¡Ah, ah! se me<br />

escapa. Ya lo tengo. Tiradme de las piernas.<br />

Wamibo gritaba; el patrón impartía órdenes:<br />

-¡Cógelo <strong>del</strong> pelo Belfast.! Levantadlos a peso...<br />

¡firmes!<br />

Tiramos a plomo. Habíamos sacado a Belfast y lo<br />

dejamos caer con rabia. Sobre su sitio, la cara<br />

empurpurada, lloraba desesperado: ¡No hay medio<br />

112


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

de agarrarlo de su maldita lana rizada!<br />

De pronto la cabeza y el busto de Jim<br />

aparecieron. Se le veía de medio cuerpo con los ojos<br />

saltones y echándonos espumarajos a los tobillos. Le<br />

asaltamos con la brutalidad de la impaciencia,<br />

arrancándole la camisa de la espalda, tirándole de las<br />

orejas y jadeando sobre él; de pronto le sentimos<br />

ceder a nuestro impulso, como si le hubieran soltado<br />

las piernas. Lo sacamos. Su respiración silbaba. Sus<br />

pies golpearon nuestras caras vueltas hacia arriba, se<br />

asió a dos brazos que se le tendieron arriba de su<br />

cabeza y mientras le izábamos se nos deslizó de las<br />

manos con tanta precipitación como un globo de<br />

gas.<br />

Chorreando sudor, trepamos por la cuerda en<br />

racimo, y de nuevo golpeados por el áspero soplo<br />

<strong>del</strong> viento nos quedamos con la respiración cortada<br />

como si nos hubiéramos sumergido en el agua.<br />

Tiritábamos hasta la médula, con las mejillas<br />

afiebradas; y nunca la tormenta, nos pareció más<br />

espantosa, más enloquecido el mar, ni el sol más<br />

burlón, ni la postura <strong>del</strong> barco más desesperada.<br />

Cada uno de sus movimientos presagiaba el fin<br />

de su agonía y el comienzo de la nuestra. Salimos de<br />

la puerta temblando y un golpe de agua nos echó a<br />

113


JOSEPH CONRAD<br />

todos juntos en montón. <strong>El</strong> muro de la cabina era<br />

más liso que un cristal; no había más asidero que un<br />

gran gancho de bronce que servía para mantener<br />

abierta la puerta.<br />

Wamibo se aferró a él y nosotros asimos a<br />

Wamibo, sujetando a nuestro Jimmy que en aquel<br />

momento estaba anonadado. No se le hubiese<br />

creído con fuerzas ni para cerrar una mano. Le<br />

sujetábamos, ciegos y fieles. No había temor que<br />

Wamibo largara su presa, nos acordábamos que el<br />

muy bruto tenía más fuerza que otros tres de la<br />

tripulación juntos, pero temíamos que el gancho<br />

cediese, y además creímos que el barco se volvía <strong>del</strong><br />

todo.<br />

<strong>El</strong> patrón lanzó espuma y estas palabras:<br />

- Arriba y salgamos. La cosa marcha. A popa<br />

todos o reventamos aquí dentro.<br />

Nos enderezamos rodeando a Jimmy; le<br />

implorábamos que se levantase, que se sostuviera al<br />

menos y él, horrorizado, daba vuelta los ojos, mudo<br />

como un pez, todo resorte de energía roto en su<br />

esqueleto.<br />

Rehusaba ponerse en pie o sujetarse a nuestro<br />

cuello. Parecía une fría envoltura de piel negra, mal<br />

rellena de arena blanda; brazos y piernas colgaban<br />

114


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

dislocados, la cabeza rodaba de aquí para allá, el<br />

belfo caído y norme... Apretamos contra él nuestros<br />

cuerpos protectores, balanceándose peligrosamente<br />

en una sola masa. Al borde mismo de la eternidad<br />

dudábamos, con absurdos gestos como un grupo de<br />

hombres borrachos embarazados por un cadáver<br />

robado.<br />

Había que hacer algo. Llevarle a popa costara lo<br />

que costara. Le pasamos una cuerda por los sobacos<br />

y con peligro de nuestras vidas le enganchamos en la<br />

gorra de mesana.<br />

Nada salió de sus labios; presentaba el lamentable<br />

y ridículo aspecto de una muñeca de afrecho, medio<br />

vacía; nosotros nos pusimos en camino hacia<br />

nuestro peligroso viaje al otro lado de la cubierta,<br />

arrastrando a nuestro calamitoso, desmayado y<br />

desgarbado fardo. No era muy pesado, pero así lo<br />

hubiese sido una tonelada, no le habríamos<br />

encontrado difícil de llevar.<br />

Pasaba literalmente de mano en mano. A veces,<br />

necesitábamos suspenderlo de alguna cabilla<br />

oportuna para resoplar y volver a formar la cadena.<br />

Roto el maimonete, Jimmy hubiera partido para<br />

el océano austral por toda la eternidad. Después de<br />

un rato pareció advertirlo, gimió sordamente y con<br />

115


JOSEPH CONRAD<br />

gran esfuerzo articuló algunas palabras. Escuchamos<br />

ávidamente. Nos reprochaba la negligencia que lo<br />

exponía a semejantes riesgos: ¡Ahora que he salido<br />

de allí!, allí era su cabina, era él quien había salido:<br />

nosotros no contábamos para nada. ¡Qué importaba!<br />

Continuamos dejándolo sufrir los azares inevitables,<br />

pero simplemente porque no podíamos hacer otra<br />

cosa<br />

Porque nosotros que debíamos aborrecerle más<br />

que nunca, más que todo, no hubiésemos<br />

consentido en perderle. Hasta entonces, mal que<br />

mal, habíamos ido salvándole, y aquello era ya<br />

asunto personal entre el mar y nosotros.<br />

Hubiéramos, ¡loca hipótesis!, gastado tanto esfuerzo<br />

y energía por un barril vacío, si ese barril fuera para<br />

nosotros tan precioso como él. Más precioso aún<br />

pues, seguramente, no hubiéramos tenido motivo<br />

para aborrecerle, y nosotros aborrecíamos a James<br />

Wait.<br />

Nunca pudimos arrancarnos la maldita<br />

suposición que aquel se burlaba de nosotros,<br />

obstinado en su impostura cara a cara de nuestro<br />

trabajo y de nuestra paciencia y ahora, hasta de la<br />

abnegación y la muerte misma.<br />

Por imperfecto y vago que fuese, nuestro sentido<br />

116


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

moral se sublevaba de asco ante la villanía de una<br />

mentira tan cobarde. Pero él se emperraba... ¡Si!<br />

Indudablemente era un moribundo. La acrimonia de<br />

su humor provenía tan sólo de la incurable y<br />

exasperante obsesión de esa muerte que sentía a su<br />

cabecera... ¿Pero entonces, por qué dudábamos?<br />

¿Qué clase de hombres éramos?<br />

La indignación y la duda se mezclaban<br />

enloqueciendo nuestros mejores sentimientos. Y nos<br />

osábamos despreciarle con sinceridad ni insultarle<br />

sin que la dignidad sufriera.<br />

Gritábamos: “¿Lo tienes?” “¡Si!” “¡All right”!<br />

“¡Lárgalo!” E iba así balanceado de un enemigo a<br />

otro, haciendo alarde de tanta vitalidad como<br />

pudiera un viejo leño.<br />

Los ojos barrenaban con dos estrechos huecos<br />

blancos su rostro <strong>negro</strong>. Respiraba lentamente y el<br />

aire que expulsaba de su boca salía con un ruido de<br />

fuelle.<br />

Al fin alcanzamos la escala de la tordilla y como<br />

el sitio podía pasar por relativamente abrigado,<br />

deshechos de cansancio nos acostamos allí un<br />

momento.<br />

Él comenzó a murmurar. Aguardábamos con<br />

insaciable deseo de oírle.<br />

117


JOSEPH CONRAD<br />

Gimió agresivo. Os habéis tomado tiempo para<br />

venir... yo me creía que con todo lo excelentes<br />

marineros que sois os habríais marchado por la<br />

borda. ¿Qué es lo que os detenía, el miedo? ¿eh?<br />

Nos contuvimos: suspirando recomenzamos la<br />

tarea de subirle. <strong>El</strong> ardiente y secreto deseo de<br />

nuestros corazones hubiera sido golpearle<br />

rabiosamente con los puños en plena cara, y<br />

nuestras manos lo palpaban tan suavemente como si<br />

fuera de vidrio.<br />

Cuando por fin alcanzamos la toldilla parecíamos<br />

nómades volviendo tras largos años de exilio en<br />

pueblos marcados por la desolación de los tiempos.<br />

Débiles murmullos se alzaban: ¿Le traéis? Y las<br />

caras bien conocidas, parecían extrañas y familiares,<br />

ajadas y sucias con las facciones de fiebre y de<br />

cansancio. Todos parecían haber enflaquecido<br />

durante nuestra ausencia, como si después de largos<br />

días en absurdas actitudes, hubieran padecido las<br />

angustias <strong>del</strong> hambre.<br />

<strong>El</strong> capitán con una lazada de soga enrollada al<br />

puño, una rodilla plegada, oscilaba. Nada vivía en su<br />

faz inmóvil y helada y sus ojos, con los que sostenía<br />

el barco sobre el abismo, parecían no mirar a nadie.<br />

Se puso a James Wait en lugar seguro. Mr. Baker,<br />

118


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

trepando y rampando prestó su mano poderosa. Mr.<br />

Creighton, de espaldas muy pálido, murmuró:<br />

“Buena maniobra”. Repartió entre Jimmy, el cielo y<br />

nosotros una mirada desdeñosa, después cerró lo<br />

ojos, lentamente. Aquí o allá, alguno se movía, pero<br />

la mayor parte permanecían apáticos, en posturas<br />

penosas murmurando entre los dientes que<br />

catañeaban.<br />

<strong>El</strong> sol se hundía. Un sol enorme, sin una nube<br />

sobre su órbita roja, declinando en el horizonte<br />

como si se inclinase para mirarnos a los ojos. <strong>El</strong><br />

viento silbaba entre sus rayos oblicuos,<br />

resplandecientes y fríos que caían de lleno en las<br />

dilatadas pupilas sin hacer pestañear los párpados.<br />

<strong>El</strong> pelo y las barbas separados en mechones,<br />

estaban blancos de sal marina. Un tinte terroso<br />

cubría los rostros y los cercos <strong>negro</strong>s de las ojeras se<br />

prolongaban esfumados hasta las flacas mejillas.<br />

Los labios lívidos se apretaban, parecían moverse<br />

con esfuerzo como si estuvieran sujetos por los<br />

dientes. Algunos sonreían tristemente al crepúsculo,<br />

sacudidos de frío. Otros permanecían inmóviles.<br />

Charley vencido por la revelación de la<br />

insignificancia de su juventud, lanzaban miradas de<br />

terror.<br />

119


JOSEPH CONRAD<br />

Los noruegos, con la cara enflaquecida, parecían<br />

dos niños decrépitos y babeaban estúpidamente.<br />

Bajo el viento, al extremo horizonte olas negras<br />

saltaban hacia el sol de brasa. Se ensombrecía<br />

lentamente llameando, y la cresta de las olas<br />

salpicaba el borde de su disco . Uno de los<br />

noruegos pareció advertirlo, extremecióse y<br />

comenzó a hablar. Los otros, sorprendidos por la<br />

voz movían la cabeza o volviéndose trabajosamente<br />

le miraban con sorpresa y rabia en completo<br />

silencio. <strong>El</strong> hombre peroraba al sol poniente,<br />

balanceándose mientras las olas inmensas se<br />

desplegaban sobre el globo carmesí; y sobre las<br />

millas de agua turbulenta, los sombríos oleajes<br />

ponían una máscara de tiniebla fugaz en la palidez<br />

de los rostros humanos.<br />

Encrespada de espuma, una rompiente cayó con<br />

gran estrépito de agua, y el sol como una llama<br />

ahogada, desapareció. <strong>El</strong> balbuceo <strong>del</strong> hombre<br />

tronchóse, extinguiéndose de golpe con la luz, se oía<br />

suspirar. En la breve calma que sigue al rumor de<br />

una rompiente hundida, alguien dijo en voz baja:<br />

-“Mira ese condenado alemán que pierde la<br />

chaveta”...<br />

Un marinero atado por la mitad <strong>del</strong> cuerpo<br />

120


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

golpeaba en la cubierta con la palma de la mano, sin<br />

detenerse, a golpes rápidos. Entonces en la<br />

penumbra <strong>del</strong> día declinante una silueta robusta se<br />

levantó en popa y comenzó a andar en cuatro patas,<br />

con los movimientos de un circunspecto animal.<br />

Era Mr. Baker inspeccionando a sus hombres.<br />

Gruñía de un modo reconfortante sobre cada uno,<br />

probando sus ataduras. Algunos, con los ojos<br />

entreabiertos, resoplaban como oprimidos de calor,<br />

otros repetían maquinalmente: “Sí señor; sí”.<br />

<strong>El</strong> decía: “Le sacaremos”... y con estallido de<br />

abrasante cólera se puso a sacudir a Knowles por<br />

haber cortado un pedazo de cuerda <strong>del</strong> aparejo <strong>del</strong><br />

timón.<br />

-¡Prr! ... no te da vergüenza... aparejo <strong>del</strong> timón...<br />

no sabes eso ...<br />

<strong>El</strong> cojo confundido balbucía:<br />

- Necesitaba una amarra para atarme, sir...<br />

- Prr... una amarra... para ti... qué eres, ¿qué eres,<br />

sastre o marinero?... prr... se puede necesitar ese<br />

aparejo ahora mismo... le hace más falta al barco que<br />

a tu armatoste de patizambo...prr...guardala;<br />

guardala; ahora ya está hecho.<br />

Se alejó rampando sin prisa, mormoteando cosas<br />

de sus hombres “casi peor que chicos”.<br />

121


JOSEPH CONRAD<br />

La filípica nos volvió el alma al cuerpo. Se<br />

cambiaron exclamaciones contenidas:<br />

-“¡Hola! “¿Qué tal?”<br />

Los dormidos, despertaban sobresaltos,<br />

convulsos de dolorosos sueños, preguntando: “¿Qué<br />

pasa?” Un tono de buen humor inesperado sonó en<br />

las respuestas: “¡<strong>El</strong> segundo que le está mojando el<br />

bautismo al cojo, no sé porqué!...”<br />

-“¡Te burlas!”<br />

Alguien rió. Un aliento de esperanza nos refrescó;<br />

algo así como el recuerdo de los pasados días de<br />

seguridad. Donkin hasta entonces idiotizado de<br />

espanto volvió en sí de pronto y se puso a vociferar:<br />

-“Escuchadle, así es como os hablan... ¿Por qué<br />

no le retorcéis el gañote? ¡Dale, dale! ¡Maldita sea!<br />

Nos ahogamos... Para componerla. Después de<br />

haber chillado de hambre sobre este bote podrido,<br />

ahora hay que tragar agua por el susto de estos<br />

asesinos, verdugos, perros. ¡Dale!”<br />

Su voz desgarraba la oscuridad, sollozaba,,<br />

pataleaba entre sus gritos de “¡Dale!”. La rabia y el<br />

odio ante la injuria hecha a su derecho de vivir hería<br />

nuestros corazones más que las negras sombras<br />

amenazantes en el curso <strong>del</strong> incesante clamor de la<br />

noche. Se oyó en popa Mr. Baker: “¿No hay uno por<br />

122


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

ahí que le haga callar?... Tendré que ir yo...”<br />

-¡Cállate, cierra el pico!, gritaron voces<br />

exasperadas y temblonas.<br />

- Te voy a atravesar algo en el gaznate, dijo uno;<br />

eso le evitará trabajo al segundo.<br />

Calló y quedó en paz.<br />

En el cielo <strong>negro</strong>, las estrellas aparecidas brillaban<br />

sobre un mar de tinta, que, salpicado de espuma les<br />

enviaba la evanescente y pálida claridad de un<br />

blancura deslumbradora, nacida de la negra<br />

turbamulta de las olas. Lejanas, desde lo profundo<br />

de su eterna calma lucían duras y frías sobre el<br />

tumulto terrestre. Por todas partes, circundaban al<br />

barco vencido, más crueles que los ojos de una<br />

multitud triunfante y más lejanas que corazones<br />

mortales.<br />

<strong>El</strong> viento helado <strong>del</strong> sur, ululaba con exaltación<br />

bajo el sombrío esplendor <strong>del</strong> cielo, y el frío nos<br />

sacudía con irresistible violencia como si tratase de<br />

hacernos pedazos. Algunos se quejaban a media voz<br />

de “no sentirse de la cintura para abajo” y los que<br />

tenían los ojos cerrados se imaginaban llevar el hielo<br />

en bloques sobre el pecho. Otros, alarmados por no<br />

sentir dolor en los dedos golpeaban en la cubierta<br />

con suavidad y obstinación.<br />

123


JOSEPH CONRAD<br />

Wamibo miraba ante sí con vagos ojos llenos de<br />

ensueños. Los escandinavos seguían mascullando<br />

palabras sin sentido. Los escoceses, a fuerza de<br />

voluntad, se empeñaban en tener quieta la<br />

mandíbula inferior. Los <strong>del</strong> oeste yacían aplastados y<br />

pálidos tras la muralla de su silencio de brutos. Uno,<br />

bostezaba y juraba alternativamente; otro, jadeaba<br />

con un estertor en la garganta. Dos viejos y duros<br />

lobos de mar, atados juntos se murmuraban<br />

lúgubremente cuentos sobre cierto patrón de<br />

“boarding house” de Sunderland que ambos<br />

conocían.<br />

Exaltaban su corazón de madre y su liberalidad;<br />

trataron de hablar de asado de vaca y <strong>del</strong> fuego que<br />

ardía en la cocina baja. Las palabras desfallecientes<br />

expiraban en los labios con ligeros suspiros. Una voz<br />

gritó de pronto en la noche fría: “¡Dios mío”! Nadie<br />

cambió de posición ni tomó en cuenta aquel grito.<br />

Uno o dos, se pasaban la mano por la cara, con<br />

gesto vago y repetido, pero la mayoría estaban<br />

inmóviles.<br />

A veces, abrupta e inesperada una exclamación<br />

respondía al llamado extraño de alguna ilusión;<br />

después tranquilos y en silencio contemplaban los<br />

rostros y los objetos familiares. Recordaban los<br />

124


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

rasgos de compañeros olvidados y prestaban<br />

atención a las órdenes de un patrón muerto años<br />

atrás. Oían el ruido de las calles entre los picos de<br />

gas o veían el sol tórrido de los días de calma.<br />

Mr. Baker dejó su peligroso puesto y se arrastró<br />

haciendo altos de vez en cuando, a lo largo de la<br />

toldilla. En cuatro patas, en la oscuridad, parecía un<br />

carnívoro olfateando cadáveres. Al llegar al frontón,<br />

sostenido de un puntal a barlovento, echó una<br />

ojeada a la cubierta. Parecióle que el navío mostraba<br />

tendencia a enderezarse un poco. <strong>El</strong> huracán amainaba,<br />

pero el mar estaba más bravo que nunca. Las<br />

olas espumaban con rabia y el costado de cubierta a<br />

sotavento desaparecía bajo una blancura sibilante<br />

como la leche hirviendo, mientras el maderamen<br />

vibraba sosteniendo una nota de bajo profundo, y a<br />

cada oscilación <strong>del</strong> barco para levantarse el viento se<br />

precipitaba con clamor entre sus mástiles. Mr. Baker<br />

miraba sin decir palabra. A su lado, un hombre<br />

comenzó a emitir extraños balbuceos, como si el frío<br />

le hubiese transido de parte a parte: Ba... ba... ba...<br />

brr... brr... ba...<br />

-¡Cállate!, dijo Mr. Baker palpando en la<br />

oscuridad.<br />

-¿Quieres callarte?” Continuó sacudiéndole la<br />

125


JOSEPH CONRAD<br />

pierna que tenía en la mano.<br />

-¿Qué hay, sir?, musitó Belfast con el tono de un<br />

hombre que se despierta sobresaltado. ¿Lo cuidan a<br />

ese maldito Jimmy?<br />

- Ah, ¿eres tú? por... no hagas ruido entonces,<br />

quien está contra ti.<br />

- Soy yo, sir, el contramaestre; tratamos de<br />

calentar al pobre diablo.<br />

- Bueno, bueno, dio Mr. Baker; habrá que hacerlo<br />

más despacio. Quiere que lo tengan sobre la<br />

batayola, continuó el patrón irritado; dice que no<br />

puede respirar bajo las tricotas.<br />

- Si lo levantan, lo dejarán caer, dijo otra voz; uno<br />

no se siente las manos...<br />

- No me importa, me ahogo, dijo James Wait con<br />

voz clara.<br />

- Eso no, pillastre, exclamó el patrón desesperado;<br />

tú no te irás antes que nosotros esta nochecita.<br />

- Ya veréis otras peores, murmuró Mr. Baker con<br />

buen humor.<br />

- Pero esto no es juego de niños, sir, respondió el<br />

patrón; hay muchos en la popa que no están<br />

pasando una noche de bodas.<br />

- Si hubieran cortado los malditos mástiles, ahora<br />

iríamos con la quilla abajo, como en todo barco que<br />

126


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

se respete, y al menos tendríamos una probabilidad<br />

de salvarnos, suspiró uno.<br />

- <strong>El</strong> viejo no quiere. Para lo que importa de<br />

nosotros, murmuró otro.<br />

- ¡De vosotros!, gritó Mr. Baker encolerizado. ¿Y<br />

por qué le va a importar de vosotros que no servís<br />

para nada? ¿Sois un grupo de señoritas o qué?<br />

Estamos aquí para ocuparnos <strong>del</strong> barco, prr... ¿Qué<br />

habéis hecho de asombroso para que uno se ocupe<br />

de vosotros?... ¡si hay algunos que no aguantan el<br />

aire sin llorar!...<br />

- De todos modos... sir... uno vale algo, protestó<br />

Belfast con voz cortada por los estremecimientos;<br />

nosotros no somos...<br />

- ¡Entonces!, gritó el segundo alargando los brazos<br />

hacia la forma indecisa, ¡entonces!... ¡Pero si está en<br />

camisa! ¿Qué es lo que has hecho?<br />

Le he puesto mi impermeable y mi abrigo a ese<br />

<strong>negro</strong> moribundo y él dice que se ahoga, explicó<br />

Belfast apenado.<br />

- No me hablaríais así si no estuviese reventado,<br />

¡irlandés patas sucias! atronó Wait con energía.<br />

-Y tú... b... tú no serías más blanquito aunque<br />

estuvieras sano... brr... Me pegaría contigo al sol con<br />

una mano atada a la espalda... brr...<br />

127


JOSEPH CONRAD<br />

-¡Yo no quiero tus trapos, quiero aire!, musitó el<br />

otro débilmente como si sus fuerzas disminuyeran.<br />

Las espumas barrían el puente silbando y crepitando<br />

y los hombres sorprendidos en su apacible torpeza<br />

por aquel rumor de querella, gemían mascullando<br />

juramentos.<br />

Mr. Baker se apartó un poco a sotavento hacia la<br />

pipa <strong>del</strong> agua cuya masa mostraba a sus pies algo<br />

blanco.<br />

-¿Eres tú, Podmore?, interrogó.<br />

- Sí, sir. Rogaba en mí mismo a fin de obtener<br />

pronto alivio; yo estoy pronto a recibir la llamada ...<br />

- Escucha, interrumpió, Mr. Baker; los hombres<br />

se mueren de frío.<br />

- De frío, repitió lúgubremente el cocinero, ya<br />

tendrán calor dentro de poco.<br />

-¿Qué?, preguntó Mr. Baker con la mirada fija<br />

hacia la extremidad de la cubierta en la oleada<br />

fosforescente de agua espumosa.<br />

- Son pecadores, respondió Podmore con<br />

solemnidad, pero con voz segura. No hay peor<br />

tripulación en este pícaro mundo. Lo que es por mí,<br />

temblaba tan fuerte que apenas podía hablar; su<br />

puesto era de los más peligrosos, y con camisa de<br />

algodón y pantalón <strong>del</strong>gado, recibía en la espalda el<br />

128


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

fustazo de las gotas lancinantes y saladas, lo que es<br />

por mí... a toda hora... Mi hijo mayor, Mr. Baker, un<br />

muchacho inteligente... mi último domingo en tierra<br />

antes de este viaje, no quería ir a la iglesia, sir. Le<br />

dije: “Anda a arreglarte o ya verás”. ¿Adivine lo que<br />

hizo? <strong>El</strong> estanque, sir, se metió en el estanque <strong>del</strong><br />

jardín todo arreglado con el traje bueno. ¿Un<br />

accidente? No pasa, hijo, aunque seas tan sabio<br />

como tus libros... Verás el accidente. Le di una soba,<br />

sir, hasta no poder levantar los brazos.<br />

La voz se debilitó.<br />

- Una soba, dijo castañeteando los dientes.<br />

Después, tras una pausa, dejó escapar una especie<br />

de lúgubre letanía, mitad queja, mitad ronquido. Mr.<br />

Baker le sacudió por los hombros.<br />

-¡Eh, cocinero, despierta! ¿Hay agua para beber<br />

en la cuba de la cocina? <strong>El</strong> barco da menos de<br />

banda, tengo ganas de ir a proa. Un poco de agua les<br />

haría bien... ¡Atención, cuidado!<br />

<strong>El</strong> cocinero se debatía:<br />

-¡Usted no, sir, usted no!<br />

Se puso a rampar a barlovento.<br />

-¡La cocina, eso me pertenece!, gritó.<br />

-¡<strong>El</strong> cocinero se ha vuelto loco!, dijeron algunos.<br />

<strong>El</strong> vociferó:<br />

129


JOSEPH CONRAD<br />

-¿Yo? ¿Yo, loco? ¡Yo estoy más pronto que<br />

ninguno a salvar mi alma! ¡Más próximo que<br />

oficiales y todo! ¡Mientras estemos a flote no<br />

abandono mis fogones! Voy a haceros café.<br />

-¡Eres un encanto! lloró Belfast.<br />

Pero el cocinero trepaba ya la escala; hizo alto un<br />

instante para gritar desde la toldilla:<br />

-¡Mientras estemos a flote no dejo mis fogones!<br />

Después desapareció. Los hombres que le habían<br />

oído prorrumpieron en un ¡hurra! Aquello sonó<br />

como un vagido de criatura enferma. Una hora<br />

después, quizá más, alguien dijo: se ha ido al otro<br />

mundo.<br />

- Probablemente, declaró el patrón; estaba tan<br />

seguro en sus pies, sobre cubierta, como una vaca<br />

lechera en su primer viaje. Habrá que ir a ver...<br />

Nadie se movió. Las horas lentas se deslizaban a<br />

través de las sombras y Mr. Baker se arrastró varias<br />

veces de una punta a otra de la toldilla.<br />

Algunos creyeron oírle cambiar, con el patrón,<br />

palabras en voz baja, pero en aquel momento los<br />

recuerdos habían cobrado una importancia superior<br />

a todo lo actual y nadie estaba seguro de haber oído<br />

esos murmullos, en el momento o años atrás.<br />

No intentaron profundizar. ¿Qué importaba una<br />

130


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

palabra mas o menos?<br />

Hacía demasiado frío para tomarse el cuidado de<br />

tener curiosidad o esperanza. Les parecía imposible<br />

robar un instante o un pensamiento a la única<br />

operación mental que los absorbía: el deseo de vivir<br />

y el ansia de vivir, los mantenía vivos, apáticos y<br />

aguerridos, bajo la cruel persistencia <strong>del</strong> viento y <strong>del</strong><br />

frío.<br />

Apretados unos contra otros, creían estar solos.<br />

Oíanse, sostenidos y sonoros, extraños rumores;<br />

después de nuevo se experimentaba el horror de<br />

vivir durante horas de silencio. Veían el sol, sentían<br />

su calor, y de pronto despertaban sobresaltados<br />

desesperando de que el alba no llegase jamás al<br />

glacial universo. Unos oían risas o escuchaban<br />

cantos; otros, cerca <strong>del</strong> extremo de popa, creían oír<br />

débiles lamentos humanos y al abrir los ojos, se<br />

sorprendían de seguir oyéndolos aunque muy débiles<br />

y muy lejanos.<br />

Entonces el patrón dijo:<br />

- Parece que el cocinero se mueve abajo.<br />

<strong>El</strong> mismo no creía en sus palabras ni se reconocía<br />

la voz. Transcurrió un largo espacio de tiempo.<br />

Golpeó con el puño al hombre que estaba a su lado<br />

y dijo:<br />

131


JOSEPH CONRAD<br />

- Nos llama.<br />

Muchos no comprendieron y a los otros, ¿qué les<br />

importaba? La mayoría no se dejaban convencer;<br />

pero el patrón y el otro marinero tuvieron el coraje<br />

de enderezarse para ver a proa; parecía que se<br />

hubiesen marchado hacía horas. Se les olvidó<br />

enseguida. Después, súbitamente, los hombres<br />

hundidos en una resignación si esperanza se<br />

sintieron ansiosos de golpear, de molestar; se<br />

atacaban entre ellos a puñetazos. En la oscuridad<br />

martillaban con el puño toda cosa elástica que<br />

estuviese a su alcance y son más trabajo que para<br />

gritar, murmuraban: Tienen café caliente... el<br />

patrón... No... ¿Dónde?... Lo traen. <strong>El</strong> cocinero lo ha<br />

hecho.<br />

Wait gimió. Donkin pateaba furioso sin fijarse<br />

dónde, deseo que los oficiales no participaran de la<br />

sorpresa.<br />

<strong>El</strong> café llegó en una lata donde cada uno bebió un<br />

trago a su turno. Estaba caliente y abrasaba los<br />

paladares ávidos, que no podía creerlo. Los labios<br />

suspiraban al arrancarse <strong>del</strong> caliente estaño. ¿Cómo<br />

lo ha hecho? Alguien gritó débilmente: “¡Bravo,<br />

doctor!”<br />

Lo había hecho de un modo o de otro. Más tarde,<br />

132


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

Archie declaró que en aquello había un milagro.<br />

Durante muchos días nos maravillamos <strong>del</strong> prodigio<br />

y fue el tema siempre nuevo de nuestras<br />

conversaciones hasta el final <strong>del</strong> viaje. En el buen<br />

tiempo preguntábamos a Podmore qué había<br />

experimentado al ver sus hornillos patas arriba.<br />

Mientras el alisio <strong>del</strong> noroeste afirmaba la seguridad<br />

de los días, indagábamos si habría tenido que<br />

ponerse cabeza abajo para restablecer el orden de la<br />

cocina. Sugerimos el empleo de la tabla <strong>del</strong> pan<br />

como balsa, desde la cual cómodamente hubiera<br />

atiborrado el hornillo, haciendo todo lo posible por<br />

esconder nuestra admiración tras un barniz de fina<br />

ironía.<br />

Él afirmaba no saber nada, acogía nuestra<br />

ligereza, se declaraba con solemne animación<br />

favorecido por la providencia para amparar nuestras<br />

vidas pecadoras. En principio decía la verdad, pero<br />

no tenía para qué insistir con tan insoportable<br />

énfasis, ni que insinuar tan frecuentemente que sin<br />

él, meritorio y puro, presto a recibir la inspiración y<br />

la fuerza, nos las hubiéramos visto negras.<br />

Si hubiésemos debido la salud a su imprudencia o<br />

a su agilidad tal vez nos acostumbráramos, pero<br />

admitirla por su virtud o su santidad nos costaba<br />

133


JOSEPH CONRAD<br />

tanto como a cualquiera.<br />

Como muchos bienhechores de la humanidad, el<br />

cocinero se tomaba demasiado en serio, y<br />

recolectaba la burla en derredor. ¡Y, sin embargo, no<br />

éramos ingratos! Su palabra, la única y grande,<br />

palabra de su vida, volvióse proverbial en boca de<br />

los hombres, como la de los sabios y los<br />

conquistadores. Después, cuando alguno de<br />

nosotros estaba embarcado en un trabajo y era<br />

conjurarlo a abandonarle, expresaba su resolución de<br />

perseverar y conseguirlo por estas palabras:<br />

“Mientras esté a flote no dejo mis fogones.”<br />

<strong>El</strong> brebaje caliente volvió menos penosas las<br />

terribles horas que precedían al alba. <strong>El</strong> cielo, al ras<br />

<strong>del</strong> horizonte, teñíase suavemente de rosa y de<br />

amarillo, como el interior de una preciosa concha. Y<br />

más alto, en la zona que llenaba un claror nacarado,<br />

apareció una pequeña nubecilla negra, fragmento<br />

olvidado de la noche, engarzado en oro resplandeciente<br />

Los rayos luminosos rebotaban en las crestas de<br />

las olas: las miradas se volvían hacia el oriente. <strong>El</strong> sol<br />

inundó los rostros cansados. Se abandonaban a la<br />

fatiga como si hubieran terminado en trabajo para<br />

siempre.<br />

134


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

La sal desecada brillaba como escarcha sobre el<br />

impermeable <strong>negro</strong> de Singleton. Y él permanecía<br />

asido a la rueda <strong>del</strong> timón con los ojos fijos y<br />

muertos. <strong>El</strong> capitán Allistoun miró de frente el sol.<br />

Sus labios se movieron por primera vez en<br />

veinticuatro horas, y con voz clara y firme mandó:<br />

-¡A virar!<br />

<strong>El</strong> neto acento de la orden estimuló nuestra<br />

torpeza como un brutal golpe de látigo. Después,<br />

inmóviles donde yacían, algunos por costumbre lo<br />

repitieron en un murmullo.<br />

<strong>El</strong> capitán bajó los ojos hacia la tripulación y<br />

muchos con los dedos endurecidos, con gestos<br />

torpes, trataron de librarse de las cuerdas que los<br />

sujetaban. <strong>El</strong> repitió la orden con impaciencia.<br />

-¡A virar, viento en popa! Vamos, Mr. Baker, haga<br />

mover los hombres. ¿Qué les pasa?<br />

-¡A virar! ¿Entendéis?<br />

-¡A virar!, atronó de pronto el patrón. Su voz<br />

pareció romper un encantamiento mortal.<br />

Los marineros comenzaron a moverse, a<br />

arrastrarse.<br />

-¡Quiero que icéis al tope la vela pequeña, y<br />

pronto!, dijo muy alto.<br />

- Si no podéis hacerlo de pie, lo haréis acostados.<br />

135


JOSEPH CONRAD<br />

Ya está listo. Despachad.<br />

-Vamos, démosle al barco una probabilidad de<br />

salvarse, apoyó.<br />

-¡Sí, sí, virad!, exclamaron algunas voces.<br />

Los marineros <strong>del</strong> bauprés se prepararon a<br />

marchar, de mala gana. Mr. Baker, a cuatro patas y<br />

gruñendo, mostró el camino y ellos siguieron sobre<br />

el frontón. Los otros quedaban sin moverse, en el<br />

corazón la vil esperanza de no tener que cambiar de<br />

sitio hasta ser salvados o morir.<br />

Al cabo, pudo vérseles en proa, sobre el alcázar,<br />

aparecer uno a uno en posturas peligrosas, colgados<br />

de la batayola, rampando sobre las anclas, besando<br />

las crucetas, o abrazando el cabrestante. Con<br />

extrañas contorsiones, sin detenerse, agitaban los<br />

brazos, se arrodillaban, se levantaban oscilantes<br />

como si tratasen, con todas sus fuerzas, de caerse<br />

borda abajo. Un pedazo estrecho de tela blanca les<br />

golpeaba con frecuencia; agrandóse chocando al<br />

viento su fino cabo y ascendiendo a sacudidas, se<br />

enderezó hinchada al sol.<br />

-¡Ya está!, gritaron de proa.<br />

<strong>El</strong> capitán desató la soga arrollada a su muñeca y<br />

se precipitó de cabeza a sotavento. Se le vio echar<br />

atrás los brazos, mientras la resaca de olas la<br />

136


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

inundaba.<br />

-¡Orientad el cuadro de la verga!, nos gritó desde<br />

abajo, mientras le mirábamos asombrados y<br />

titubeábamos.<br />

-¡<strong>El</strong> escotillón de la braza, hombres, de una<br />

manera o de otra, acostaos de espaldas y vamos!,<br />

vociferó medio sumergido bajo nosotros.<br />

No pensamos poder maniobrar la gran verga<br />

pero los más fuertes y los menos acobardados<br />

trataron de obedecer. Los otros, a disgusto, miraban.<br />

Los ojos de Singleton flamearon cuando asía de<br />

nuevo las manillas de la rueda. <strong>El</strong> capitán volvió<br />

luchando contra el viento:<br />

-¡Vamos, muchachos, tratad de moveros! ¡Vamos,<br />

ayudad al barco!<br />

Los músculos temblaban en su duro rostro<br />

encendido de rabia.<br />

-¿Va eso, Singleton?, gritó.<br />

- Nada aún, sir, raspó la voz horriblemente ronca<br />

<strong>del</strong> viejo.<br />

- Cuidado con el timón, Singleton, clamoreó el<br />

patrón mascando agua salada.<br />

- ¡A ver muchachos! No tenéis más fuerza que las<br />

ratas. Vamos: ¡a ganarse el pan!<br />

Mr. Creighton, de espaldas; con la pierna<br />

137


JOSEPH CONRAD<br />

hinchada y el rostro blanco como el papel, cerró a<br />

medias los ojos crispando los labios azules. En su<br />

loca precipitación los hombres golpeaban su pierna<br />

herida, arrodillándose sobre su pecho. Y él<br />

permanecía tranquilo, chirreando los dientes, sin un<br />

gemido, sin un suspiro.<br />

<strong>El</strong> ardor <strong>del</strong> capitán, y sus gritos de hombre<br />

habitualmente mudo, nos dieron coraje. Fuimos<br />

colgándonos de las grapas de la cuerda. Oímos al<br />

patrón retar violentamente a Donkin, que abyecto,<br />

yacía boca abajo.<br />

-Te voy a hacer saltar los sesos con esta cabilla si<br />

no empuñas la cuerda.<br />

Y aquella víctima de la injusticia humana,<br />

imprudente y poltrona, gemía:<br />

-¿Es que ahora van a asesinarnos?, mientras que<br />

con un impulso desesperado se enganchaba a la<br />

cuerda.<br />

Los hombres jadeaban, silbaban palabras sin<br />

sentido. Las vergas se alzaron mirando lentamente,<br />

cuadrándose al viento que cantaba sonoro en sus<br />

puntas.<br />

-¡Nos movemos!, gritó Singleton. ¡<strong>El</strong> barco marcha!<br />

-¡Una vuelta, una vuelta!, decía el patrón.<br />

138


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

Mr. Creighton, medio sofocado e incapaz de un<br />

movimiento, hizo un inmenso esfuerzo y con la<br />

mano izquierda logró fijar la cuerda.<br />

-¡Amarrada!, gritó uno.<br />

<strong>El</strong> cerró los ojos como si desfalleciera, mientras<br />

en grupo, rodeando el escotillón, esperábamos con<br />

ojos asustados lo que ahora iba a hacer el barco.<br />

Se levantaba lentamente; parecía cansado y sin<br />

ánimo, como los hombres de a bordo. Se dejó llevar<br />

gradualmente, nos ahogábamos a fuerza de contener<br />

la respiración, y al viento de popa se decidió y partió<br />

con el latir de nuestros corazones.<br />

Era sorprendente verle a medio zozobrar y en<br />

marcha, arrastrando a través <strong>del</strong> agua su flanco<br />

sumergido.<br />

La mitad inferior de cubierta llenóse de oleadas y<br />

de remolinos fantásticos; y la larga línea de la<br />

batayola hundida aparecía por intervalos trazada en<br />

<strong>negro</strong> entre el aborregamiento de un campo de<br />

espuma tan resplandeciente y blanco como si<br />

estuviese nevado.<br />

<strong>El</strong> viento azotaba los palos y a la menor<br />

oscilación esperábamos verle volverse sobre nuestra<br />

espalda y hundirnos en el abismo.<br />

Una vez el viento al anca, el “<strong>Narciso</strong>” esbozó su<br />

139


JOSEPH CONRAD<br />

primera tentativa de enderezarse y nosotros le<br />

animamos con un gruñido débil y discordante.<br />

Una gran ola llegándonos por detrás recurvó un<br />

instante sobre nosotros su cresta suspendida, antes<br />

de estallar y desparramarse a ambos lados de la<br />

escota en un tapiz de crujiente espuma.<br />

Singleton anunció:<br />

-¡Bogamos!<br />

Tenía los pies fuertemente plantados y la rueda<br />

tornaba rápida, a medida que aflojaba el timón para<br />

aligerar al barco.<br />

- Vira a babor y tenlo firme, mandó el patrón,<br />

enderezándose sobre sus piernas flageladas, el<br />

primero en pie entre aquel montón postrado que<br />

éramos.<br />

Muy lejos, en proa, Mr. Baker y otros tres se<br />

dibujaban, derechos y <strong>negro</strong>s, sobre el cielo claro,<br />

los brazos en alto y la boca abierta como si gritasen<br />

todos juntos.<br />

<strong>El</strong> barco temblaba tratando de enderezarse y cayó<br />

en un chapuzón blando, pareciendo renunciar;<br />

después, súbitamente, con un sobresalto inesperado<br />

se echó violentamente a barlovento como si se<br />

arrancase de una extinción mortal.<br />

Todo el enorme volumen de agua levantado por<br />

140


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

la cubierta, rodó a estribor, de un solo golpe.<br />

Dejáronse oír crujidos sonoros, las baterías de hierro<br />

desfondadas atronaron ensordecedoras.<br />

<strong>El</strong> agua se precipitó sobre la batayola de estribor<br />

con el ansia de una cascada franqueando un dique.<br />

<strong>El</strong> mar sobre el puente y las cubiertas se mezcló a un<br />

ruido atronador. Y el barco rodaba violentamente.<br />

Nos levantamos rebotando, zarandeados como<br />

trapos, desgañitándonos: “¡La cubierta se larga, el<br />

barco se libra!<br />

Levantado por una montaña líquida, el navío<br />

dejóse llevar un segundo, mientras el agua salía a<br />

barlovento por todas las aberturas de sus flancos<br />

destrozados. Las brazas, sacadas o arrancadas de sus<br />

pernos, dejaban oscilar hacia proa las pesadas vergas<br />

de un lado al otro, con espantosa velocidad , a cada<br />

bandazo.<br />

Los hombres, agazapados aquí y allá, dirigían<br />

miradas de espanto hacia los mástiles, que daban<br />

vueltas sobre el agua.<br />

La vela desgarrada y los cabos de tela rota batían<br />

al viento como mechas flotantes.<br />

A través <strong>del</strong> claro sol y <strong>del</strong> brillante tumulto de<br />

olas, el barco corría ciegamente desordenado,<br />

derecho, como huyendo por salvar su vida; y sobre<br />

141


JOSEPH CONRAD<br />

la toldilla, nosotros rodábamos, errantes,<br />

inconscientes.<br />

Hablábamos todos a la vez, con un débil<br />

balbuceo, con cara de enfermos y gestos de<br />

maniáticos. Sobre la sonrisa de los rostros flacos y<br />

como espolvoreados de tiza, los ojos brillaban<br />

extraños y grandes.<br />

Golpeábamos con pies y manos, próximos a<br />

saltar, a hacer cualquier maniobra, y en realidad<br />

apenas capaces de mantenernos en pie.<br />

<strong>El</strong> capitán Allistoun, desde lo alto de la toldilla,<br />

gesticulaba locamente, dirigiéndose a Mr. Baker.<br />

-¡Apoyad las vergas de mesana, apoyadlas bien!<br />

Sobre cubierta, los hombres, animados por los<br />

gritos, azotaban el agua, se precipitaban al azar, aquí<br />

y allá en la espuma, hundiéndose hasta las caderas.<br />

Aparte, solo en popa y junto al timón, el viejo<br />

Singleton había recogido resueltamente su barba<br />

blanca bajo el botón alto de su brillante chaqueta.<br />

Balanceado sobre el tumulto de las olas, todo el<br />

largo <strong>del</strong> navío proyectado sobre el bandazo de una<br />

loca huida ante sus viejos ojos agudos, permanecía<br />

rígido, inmóvil, olvidado, con la cara atenta.<br />

Ante la figura erecta sólo se movían los brazos,<br />

moderando o precipitando con su pronta dirección<br />

142


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

oportuna el juego vivo de los rayos de la rueda.<br />

Singleton timoneaba con cuidado.<br />

143


JOSEPH CONRAD<br />

<strong>El</strong> mar inmortal confiere a los hombres<br />

agraciados de su desdeñosa piedad el completo<br />

privilegio de no reposar nunca.<br />

A través de la perfecta sabiduría de su gracia, les<br />

rehusa el ocio de meditar sobre el acre y complicado<br />

sabor de la vida, por miedo a que recuerden, y quizá<br />

añoren, el premio de una copa de amargura<br />

inspiradora, tan frecuentemente probada y arrancada<br />

de sus labios ya rugosos pero rebeldes siempre.<br />

Deben justificar sin tregua su derecho de vivir, a<br />

la eterna misericordia que ordena al trabajo, ser rudo<br />

desde el alba al crepúsculo y <strong>del</strong> crepúsculo al<br />

amanecer; hasta que la interminable sucesión de<br />

noches y días turbados por el obstinado clamor de<br />

los sabios pidiendo el derecho a la felicidad bajo un<br />

cielo sin promesas, sea al fin recuperada por el vasto<br />

144<br />

IV


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

silencio de pena y labor, por el temor mudo y el<br />

mudo coraje de los hombres oscuros, olvidados y<br />

sumisos.<br />

<strong>El</strong> patrón y Mr. Baker se encontraron frente a<br />

frente y se contemplaron un momento con la mirada<br />

intensa y estupefacta de personas que se ven de<br />

improviso, tras muchos años de infortunio. Uno y<br />

otro habían perdido la voz y cambiaron cuchicheos<br />

confusos.<br />

-¿No falta nadie?, preguntó el capitán.<br />

- No, están todos.<br />

- ¿Heridos?<br />

- Sólo el oficial.<br />

- Voy a verlo ahora mismo. Tenemos<br />

probabilidades.<br />

- Muchas, articuló débilmente Mr. Baker.<br />

Sus manos se crispaban sobre la batayola y hacía<br />

rodar los ojos inyectados. <strong>El</strong> hombrecillo grisáceo<br />

hizo esfuerzo por levantar la voz sobre el murmullo<br />

átono y miró a su segundo con ojos fríos, cortantes<br />

como dardos.<br />

- Haga izar las velas, dijo con tono de<br />

autoridad, en un chasquido de los labios finos. Lo<br />

más pronto posible. <strong>El</strong> viento es bueno.<br />

- Enseguida, sir.<br />

145


JOSEPH CONRAD<br />

- No de a los hombres tiempo de pensarlo. Si se<br />

sienten fatigados, con los brazos rígidos, no habrá<br />

medio... y es preciso marchar.<br />

Osciló con un bandazo y la batayola se hundió en<br />

el agua luciente que silbaba. <strong>El</strong> se asió a un obenque<br />

y chocó con el segundo, de improviso.<br />

- Ahora que tenemos un buen viento, al fin... ¡A<br />

toda vela!<br />

Su cabeza rodaba de un hombro a otro, sus<br />

párpados movíanse rápidamente...<br />

- Y las bombas, las bombas, Mr. Baker.<br />

Parpadeaba como si el rostro a un pie <strong>del</strong> suyo<br />

hubiera estado a millas de distancia.<br />

- Mantenga la gente en movimiento para marchar<br />

firme, murmuró con el tono de un hombre que se<br />

adormece. Recobrándose de nuevo: No me quedo,<br />

no puedo hacer nada, y esbozó penosamente una<br />

sonrisa.<br />

Se alejó por el declive <strong>del</strong> barco, corrió a pasos<br />

cortos hasta chocar con la bitácora, y anclado allí,<br />

echó una mirada vacía de objeto a Singleton, que sin<br />

prestarle atención observaba con ojo alerta la punta<br />

<strong>del</strong> botalón <strong>del</strong> bauprés.<br />

-¿<strong>El</strong> timón gobierna bien?, preguntó.<br />

En la garganta <strong>del</strong> viejo lobo de mar se produjo<br />

146


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

un rumor como si antes de salir, las palabras se<br />

entrechocaran en el fondo.<br />

- Gobierna... como una lanchita, dijo al fin con<br />

tono de ronca ternura, sin dirigir al patrón ni<br />

siquiera el esbozo de una mirada.<br />

Después, siempre vigilante, dio una vuelta, apoyó<br />

e hizo retroceder la rueda de nuevo.<br />

<strong>El</strong> capitán Allistoun se arrancó a las <strong>del</strong>icias de<br />

sujetarse a la bitácora y comenzó a recorrer la<br />

toldilla, oscilando, y pataleando para mantener el<br />

equilibrio.<br />

La vara de las bombas saltaba a sacudones y con<br />

gran ruido, acompasando el girar igual y rápido de<br />

los volantes, al pié <strong>del</strong> gran mástil y echando de proa<br />

a popa y de popa a proa con rítmica impetuosidad<br />

dos racimos de hombres temblorosos, suspendidos<br />

de las manivelas.<br />

Se abandonaban, balanceando el torso sobre las<br />

caderas, con las facciones convulsas y ojos de piedra.<br />

<strong>El</strong> carpintero, braceando de vez en vez, exclama<br />

maquinalmente:<br />

- Estirad, no aflojéis.<br />

Mr. Baker, incapaz de hablar, encontró, no<br />

obstante, fuerzas para gritarnos, y bajo el aguijón de<br />

sus amenazas, contamos las amarras, sacamos<br />

147


JOSEPH CONRAD<br />

nuevas velas, y persuadidos que no podíamos<br />

movernos, izamos la polea al mastiaje y visitamos las<br />

maderas. Subimos con esfuerzos espasmódicos; la<br />

cabeza nos daba vuelta mientras cambiábamos los<br />

pies de sitio, afirmándolos a ciegas sobre las vergas,<br />

cual si marcháramos en la noche, o confiándonos a<br />

la cuerda más próxima, con la negligencia de las<br />

fuerzas extinguidas.<br />

Al evitar una caída, el corazón no latía más a<br />

prisa; en los oído debilitados resonaba como un<br />

ruido <strong>del</strong> otro mundo el rodar de las oleadas que<br />

rugían bajo nosotros. Y con el rostro chorreando y<br />

los cabellos en desorden subíamos y bajábamos<br />

entre el cielo y el mar cabalgando en los cabos de las<br />

vergas, en cuclillas sobre las relingas, abrazando las<br />

amantillos para tener las manos libres, o<br />

enderezados contra la ostaga de cadena.<br />

<strong>El</strong> pensamiento vago flotaba entre el deseo de<br />

reposo y el ansia de vivir, mientras los dedos torpes<br />

largaban las relingas, tanteando en la faja en busca<br />

de los cuchillos o se asían de la tela flotante en los<br />

violentos choques.<br />

Cambiábamos miradas feroces; hacíamos gestos<br />

frenéticos; la vida de cada uno dependía <strong>del</strong> otro y<br />

desde lo alto mirábamos la estrecha franja <strong>del</strong><br />

148


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

puente inundado de espuma y gritábamos a<br />

sotavento: “¡Aflojad, vamos, ahoraaa!”<br />

Temblaban los labios y los ojos parecían salirse<br />

de las órbitas en su furioso deseo de ser<br />

comprendidos, pero el viento dispersaba las palabras<br />

sobre el tumulto <strong>del</strong> mar.<br />

En la exageración de un intolerable e<br />

interminable esfuerzo, sufríamos como hombres a<br />

los que un terrible sueño lanzara en una atmósfera<br />

de hielo o de fuego.<br />

Innumerables agujas laceraban nuestras pupilas<br />

como en la humareda de un incendio; la cabeza<br />

amenazaba estallar con cada grito, y dedos de hierro<br />

parecían oprimir la garganta.<br />

Mr. Baker vagaba desfalleciente de aquí para allá,<br />

gruñendo inflexible como si fuese de hierro;<br />

mandaba, animaba: “¡Vamos, al gran mástil ahora,<br />

poneos sobre ese andarivel, no os quedéis ahí sin<br />

hacer nada!”<br />

-¿Entonces, no vamos a descansar nunca?,<br />

rezongaron algunas voces.<br />

Se volvió rabiosamente: “No, nada de descanso<br />

hasta que el trabajo esté hecho, trabajad hasta caer,<br />

para eso estáis aquí”.<br />

A su lado, un hombre doblado en dos rió<br />

149


JOSEPH CONRAD<br />

brevemente:<br />

- Anda o revienta, dijo <strong>del</strong> fondo de su seca<br />

garganta.<br />

Después, golpeando con sus manazas, alzó los<br />

brazos sobre la cabeza y empuñando el cable lanzó<br />

un grito suplicante y lúgubre:<br />

-¡Ahora, todos juntos!<br />

Una oleada tomó de flanco el alcázar de popa y<br />

envió el grupo de boca a sotavento. Los gorros, los<br />

espeques, flotaron.<br />

Aquí y allá veíanse manos cerradas, piernas, una<br />

cara por cuya boca salía un chorro de agua salada,<br />

partiendo el blanco chirrear de la onda espumosa.<br />

Mr. Baker caído como los otros, gritó:<br />

-¡No dejéis la cuerda; sostenedla!<br />

Y todos, torturados por el brutal asalto, tiramos<br />

como si hubiésemos sostenido el destino de nuestra<br />

vida.<br />

<strong>El</strong> barco corría. Altas crestas coronadas alzaban,<br />

pasando de babor a estribor, sus resplandecientes<br />

penachos blancos. Se restañaron las bombas y los<br />

tres mástiles de mesana fueron restablecidos.<br />

<strong>El</strong> “<strong>Narciso</strong>” se deslizaba ligero al golpe de las<br />

olas. Y desbastado, maltratado, mutilado, corría<br />

hacia el norte, lanzando espuma y como inspirado<br />

150


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

por la audacia de una alta empresa.<br />

<strong>El</strong> alcázar no era sino húmeda desolación. Los<br />

marineros contemplaron aterrados su albergue.<br />

Viscoso, repugnante, sonaba a hueco, y despojos<br />

informes cubrían el suelo, como en una caverna<br />

abierta a baja marea, cerca de la costa y golpeada por<br />

la tormenta.<br />

A cada vaivén, pensábamos: “Esta vez lo largo y<br />

nos vamos al agua.” Y zarandeados en los mástiles,<br />

gritábamos: “¡Atención aquí, atrapa esa cuerda, pasa,<br />

vira esta polea!”<br />

Sacudíamos la cabeza desesperados, moviendo las<br />

facies moribundas. “¡No, de abajo hacia arriba!” Y<br />

nos mirábamos unos a otros con la expresión de un<br />

mortal aborrecimiento.<br />

<strong>El</strong> inmenso deseo de acabar una vez por todas<br />

nos roía el pecho y el ansia de terminar bien el<br />

trabajo consumíanos como un fuego vivo.<br />

Desdeñamos la vida maldiciendo la suerte y<br />

consumimos nuestras fuerzas en lanzarnos unos a<br />

otros terribles maldiciones.<br />

<strong>El</strong> maestro velero, con su desnudo cráneo al aire,<br />

trabajaba ardorosamente olvidado de su amistad con<br />

los almirantes. <strong>El</strong> contramaestre trepando a la verga<br />

cargando pasadores, de pelotas de meollar y de<br />

151


JOSEPH CONRAD<br />

rodillos, veía pasar precisas y breves visiones: su<br />

vieja y sus chicos en una casita de tierra adentro.<br />

Muchos habían perdido cuanto poseían en el<br />

mundo, pero la mayor parte de los de estribor,<br />

consiguieron salvar sus cofres, que destilaban por<br />

todas las rendijas finísimos hilos de agua. Las camas<br />

estaban arrancadas, las mantas desplegadas y<br />

retenidas por algún clavo se amontonaban a los pies.<br />

Retiraban los trapos mojados de los sitios<br />

malolientes y una vez escurridos, los reconocían.<br />

Algunos sonrieron tristemente, otros, idiotizados y<br />

mudos, paseaban en torno suyo la mirada. Hubo<br />

gritos de alegría sobre viejos chalecos y gemidos de<br />

dolor lloraron los informes deshechos prendidos<br />

entre las astillas de los travesaños destrozados.<br />

Se descubrió una lámpara encajada en el bauprés.<br />

Charley lloriqueaba, Knowles, arrastrando su pata<br />

torcida de aquí para allá, protestaba huroneando en<br />

los rincones oscuros, en busca de las cosas salvadas.<br />

Vació de agua sucia una bota y se creyó en el deber<br />

de encontrar al titular. Agobiados por sus pérdidas,<br />

los más damnificados permanecían sentados en el<br />

proel con los codos en lo rodillas y un puño<br />

hundido en cada mejilla. <strong>El</strong> cojo les mostró la bota.<br />

- Una bota, está buena... ¿Es vuestra?<br />

152


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

Los otros gruñían:<br />

- No, déjanos en paz.<br />

Uno dijo:<br />

- Mándala al diablo.<br />

<strong>El</strong>, pareció sorprendido:<br />

-¿Por qué? Es buena...<br />

Después, al recuerdo súbito de sus bienes<br />

perdidos, dejó caer el objeto y se puso a jurar.<br />

Un hombre entró y con los brazos colgando,<br />

repetía: “Este sí que es un bonito golpe...”<br />

Otros registraban los cofres en busca de tabaco.<br />

Soplaban, gritaban, perdían la cabeza.<br />

-¡Mira aquí, Jack! ¡He, Sam, mira mis vestidos de<br />

tierra, perdidos para siempre!<br />

Un marinero blasfemaba con voz temblorosa de<br />

lágrimas y levantaba unos pantalones chorreantes.<br />

Nadie le miró.<br />

<strong>El</strong> gato apareció de pronto. Se le hizo una<br />

ovación. Pasó de mano en mano ahogado de caricias<br />

en un murmullo de amistosos diminutivos. Nos<br />

preguntábamos dónde habría pasado la tempestad.<br />

Se trabó una disputa sobre el punto. Dos hombres<br />

entraron trayendo un cubo de agua fresca y todos<br />

nos apiñamos alrededor, pero Tom, flaco, con, los<br />

pelos erizados y maullando, llegó y bebió el primero,<br />

153


JOSEPH CONRAD<br />

Una pareja de marineros partió a popa en busca<br />

de galleta y aceite.<br />

Entonces, en los intervalos de descanso, al lavar<br />

la cubierta a la luz amarillenta <strong>del</strong> crepúsculo,<br />

decidimos soportar con resignación nuestra suerte y<br />

mascamos alegremente las duras cortezas.<br />

Ocupamos las camas de a dos. Se establecieron<br />

turnos para el transporte de las botas e<br />

impermeables. Nos llamábamos “viejo” y “buena<br />

pieza”, con voces regocijadas. Se oyeron palmadas<br />

amistosas. Algunos, extendidos sobre la húmeda<br />

cubierta, hacían almohada con el brazo doblado;<br />

otros fumaban sentados en la escotilla.<br />

Los otros alterados, aparecían a través de la ligera<br />

niebla azul, tranquilos, con los ojos brillantes.<br />

<strong>El</strong> contramaestre asomó la cabeza por la puerta<br />

entreabierta.<br />

-¡Relevad el timón! gritó.<br />

- Son las seis, y me juego algo a que el viejo<br />

Singleton está allí hace treinta horas. Sois de lo más<br />

amables.<br />

Golpeó la batiente.<br />

-¡<strong>El</strong> de turno, arriba!, gritó uno.<br />

-¡Eh, Donkin, es tu hora de relevo!, dijeron dos o<br />

tres voces juntas.<br />

154


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

Donkin yacía inmóvil sobre el tablero de una<br />

litera.<br />

-¡Donkin, tu turno de timón!<br />

Nadie respondió.<br />

- Se ha muerto, sopló uno.<br />

- Hay que rematar sus cosas, respondió otro.<br />

- Donkin, si no vas a tomar tu maldito turno de<br />

timón nos repartimos tus cosas, gruñó otro.<br />

-No irá, dijo una voz despreciativa. Davis, es tu<br />

turno.<br />

<strong>El</strong> interpelado gimió desde el fondo <strong>del</strong> <strong>negro</strong><br />

hueco. Se quejaba lastimosamente de dolor en los<br />

miembros.<br />

<strong>El</strong> joven marinero se levantó penosamente,<br />

estirando los brazos. Donkin estiró el cuello y a la<br />

luz amarillenta apareció huraño y frágil.<br />

Te daré un paquete de tabaco en cuanto lo tenga,<br />

palabra, lloriqueó con voz vacilante.<br />

Davis de un revés hizo desaparecer la cabeza.<br />

- Iré, dijo, pero me lo pagarás.<br />

Marchó inseguro pero resuelto.<br />

- Como lo oyes, continuó Donkin apareciendo<br />

tras él súbitamente. Palabra que lo haré, un gran<br />

paquete, tres chelines cuesta...<br />

Davis abrió la puerta bruscamente.<br />

155


JOSEPH CONRAD<br />

- Lo pagarás a lo que valga, cuando estemos<br />

seguros, exclamó por encima <strong>del</strong> hombro.<br />

Uno, desabrochándose prestamente el gabán, se<br />

lo echó a la cabeza:<br />

- Toma, Taffy; coge eso, ladrón.<br />

-¡Gracias! gritó el otro desde la oscuridad,<br />

chapoteando en el agua vagabunda. Se le oyó<br />

rezongar; una oleada se embarcó resonando y<br />

chocando.<br />

- Lo que es ese, no ha tardado en tomar su ducha,<br />

pronunció un viejo lobo de mar.<br />

-¡Hum, hum! gruñeron otros.<br />

Después, tras un silencio, Wamibo emitió<br />

extraños gargarismos. .: ,<br />

-¡Eh! ¿Qué te pasa?, le preguntaron.<br />

- Dice que él hubiera ido en lugar de Davis,<br />

explicó Archie que hacía ordinariamente las<br />

funciones de intérprete <strong>del</strong> finlandés.<br />

- Ya lo creo, tú no te haces mala sangre, viejo<br />

holandés... tú eres un verdadero hermano, cabeza de<br />

madera, pero tu guardia vendrá prontito, no tardarás<br />

en ser feliz.<br />

Callaron y todos a una volvieron el rostro hacia la<br />

puerta: Singleton entraba. Dio dos pasos, y quedó de<br />

pie oscilando ligeramente.<br />

156


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

<strong>El</strong> mar silbaba, desplegándose rugiente de una a<br />

otra parte <strong>del</strong> entrabe y el alcázar se estremecía lleno<br />

de rumores profundos; la lámpara, balanceada como<br />

un péndulo, echaba llamaradas humeantes.<br />

Singleton miraba con ojos de ensueño y de<br />

perplejidad como incapaz de distinguir los hombres<br />

inmóviles de sus sombras inquietas.<br />

-Y bien, ¿cómo marcha la cosa?<br />

Los marineros, sentados en la escotilla,<br />

levantaron los ojos, y el más viejo de a bordo,<br />

después <strong>del</strong> mismo Singleton, se entendían aquellos<br />

dos, aunque no cambiasen tres palabras al día,<br />

contempló a su amigo, y retirándose de la boca su<br />

corta pipa se la tendió sin una palabra.<br />

Singleton alargó el brazo para cogerla, falló en su<br />

intento y súbitamente se desplomó hacia a<strong>del</strong>ante,<br />

rígido y de cabeza, como un árbol desarraigado.<br />

Hubo un corto tumulto. Los hombres gritaban,<br />

precipitadamente: “Se ha rendido” “Mirad” “Vamos<br />

espacio”.<br />

Bajo la multitud de afligidos rostros que se<br />

inclinaban hacia el suyo, yacía en el suelo mirando al<br />

techo con fijeza intolerable.<br />

En el silencio de las respiraciones en suspenso,<br />

destacó un murmullo ronco: “Esto marcha”. E hizo<br />

157


JOSEPH CONRAD<br />

gestos para asirse a un apoyo.<br />

Le pusieron en pie, él rezongaba con tono<br />

afectado:<br />

-¡Eh, qué queréis, me hago viejo... viejo!...<br />

-¿Viejo tú?, gritó Belfast con tacto espontáneo.<br />

-¿Está mejor?, le preguntaban.<br />

<strong>El</strong> les dirigió a través de las pestañas la mirada<br />

brillante de sus <strong>negro</strong>s ojos, mientras, por el pecho,<br />

se extendía la blancura enmarañada de su larga y<br />

espesa barba.<br />

-Viejo, viejo, repetían severidad.<br />

Le ayudaron y alcanzó su litera. Había dentro un<br />

montón blando que olía a marea baja rodeada <strong>del</strong><br />

légamo de la costa: era su jergón deshecho.<br />

Se alzó con esfuerzos convulsivos y en la<br />

oscuridad <strong>del</strong> reducido espacio se le oyó gruñir con<br />

rabia como una fiera irritada en su cubil: “Por una<br />

ráfaga de aire... por un poco de trabajo, no tenerse<br />

firme... Demasiado viejo.”<br />

Al fin se durmió. Respiraba fuertemente, alto,<br />

con las botas puestas, la gorra en la cabeza y el traje<br />

de tela encerada, sonaba a cada suspiro con el cual se<br />

movía en su sueño.<br />

Los hombres hablaban de él cuchicheando<br />

discretos: “No se levantará más”... “Fuerte como un<br />

158


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

toro”<br />

- Sí, pero ya no es lo que era.<br />

Los tristes murmullos le abandonaban a su<br />

suerte. Y, sin embargo, a media noche, se presentó<br />

para su guardia como si nada hubiera ocurrido y<br />

respondió al llamado de su nombre con un<br />

“¡Presente!” melancólico.<br />

Con el rostro ensombrecido, y más solo que<br />

nunca, rumiaba su silencio.<br />

Durante años, habíase oído llamar “el viejo<br />

Singleton” y aceptó aquel calificativo con el corazón<br />

sereno, como un tributo acordado a quien, durante<br />

medio siglo, midió su fuerza con los furores <strong>del</strong> mar.<br />

Su ser mortal jamás le mereció un pensamiento.<br />

Vivía indemne, como si hubiese sido indestructible,<br />

dócil a todas las tentaciones, arrostrando todas las<br />

tempestades. Jadeó al sol, tiritó al frío, sufrió<br />

hambre, sed y destemplanza, pasó por infinitas<br />

pruebas y soportó todos los furores. ¡Viejo! Parecíale<br />

estar domado al fin. Y como un hombre<br />

traidoramente amarrado durante el sueño, se<br />

despertaba agarrotado por la larga cadena de los<br />

años, de los que, indiferente, nunca llevó cuenta.<br />

Le era preciso levantar de una sola vez el fardo de<br />

toda su existencia; carga demasiado pesada,<br />

159


JOSEPH CONRAD<br />

parecíale, para sus músculos de hoy. ¡Viejo!<br />

Movió los brazos, la cabeza, palpándose las<br />

piernas. Envejecer... ¿y luego?<br />

Contempló el mar, despierto de pronto por la<br />

turbia percepción de su implacable poder; lo vio<br />

como cambiado, <strong>negro</strong> y manchado de espuma bajo<br />

la eterna vigilancia de las estrellas; oyó su voz<br />

impaciente que le llamaba desde el fondo de su<br />

infinito, lleno de tumulto, de caos y de espanto.<br />

Miró a lo lejos, y no vio sino inmensidad<br />

atormentada, ciega, lamentable, furiosa, reclamando<br />

su vida, y que al cabo reclamaría de esa vida el<br />

cuerpo gastado hasta la médula, de su esclavo<br />

impenitente.<br />

<strong>El</strong> mal tiempo había cesado. Cambió el viento, y<br />

vino <strong>del</strong> sudoeste, pesado aún de vapores <strong>negro</strong>s,<br />

mas pronto se aplacó, no sin haber dado al navío un<br />

buen golpe de hombro hacia el norte y las latitudes<br />

soleadas, donde reina el alisio. Rápido y blanco, el<br />

“<strong>Narciso</strong>” corría hacia la costa natal en línea recta<br />

bajo el cielo azul y sobre la superficie azul <strong>del</strong> mar.<br />

Llevaba la madura sabiduría de Singleton, a Donkin<br />

y a su <strong>del</strong>icada susceptibilidad, y a la presuntuosa de<br />

nosotros todos.<br />

Olvidadas las horas de tormenta, ninguna alusión<br />

160


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

al terror y a la angustia entristeció la paz radiante de<br />

los bellos días. Y, sin embargo, nuestra vida parecía<br />

datar de entonces, como si, muertos una vez,<br />

hubiéramos resucitado.<br />

La primera parte <strong>del</strong> viaje, el océano Indico, el<br />

otro lado <strong>del</strong> Cabo se perdían en la bruma como el<br />

sueño de alguna vida anterior.<br />

Esa vida había tenido su término, después horas<br />

pesadas en un hueco <strong>negro</strong>, algo difundido en un<br />

halo lívido, y de nuevo la vida. Singleton, dueño de<br />

una triste verdad; Mr. Creighton con una pierna<br />

lastimada; el cocinero, rico de gloria, de la que<br />

abusaba sin pudor en todas las ocasiones; Donkin<br />

contando un agravio más.<br />

Repetía con insistencia:<br />

“-Te haré saltar los sesos”, me dijo. ¿Lo oísteis?<br />

Ahora nos asesinarán por cualquier cosa...<br />

Y nosotros comenzamos a decirnos que en<br />

verdad aquello resultaba demasiado duro.<br />

Estábamos orgullosos de nosotros mismos. Nos<br />

alabábamos de nuestra obstinación, de nuestra<br />

capacidad para el trabajo y de nuestra energía.<br />

Recordábamos episodios halagadores de nuestra<br />

abnegación, nuestra indomable perseverancia, tan<br />

orgullosos como si nuestros propios esfuerzos, sin<br />

161


JOSEPH CONRAD<br />

ayuda, lo hubiesen hecho todo. Recordábamos el<br />

peligro, el trabajo, y a propósito sabíamos olvidar el<br />

terrible miedo. Despreciamos a los oficiales, “que no<br />

habían hecho nada” y prestamos oídos al sedicioso<br />

Donkin.<br />

La indecible afrentosidad de nuestras palabras, el<br />

desdén de nuestras miradas, no pudieron desanimar<br />

su interés por la vigilancia de los derechos de sus<br />

camaradas.<br />

Le despreciábamos y no obstante no podíamos<br />

dejar de escuchar a aquel consumado artista. <strong>El</strong> nos<br />

dijo que éramos valientes, de verdad, sin cuento. ¿Y<br />

quién lo sabía? ¿No era una “vida de perros a dos<br />

libras diez chelines por mes” la que hacíamos?<br />

¿Juzgábamos a ese mezquino salario como una<br />

compensación al riesgo de perder toda la ropa? “¡No<br />

tenéis ni un hilo!”, gritaba . Nosotros olvidamos que<br />

él, no había perdido nada de sus propios bienes, al<br />

menos en aquella causa.<br />

Los jóvenes le escuchaban pensando: “Este<br />

galopín de Donkin ve claro, aunque no sea un<br />

hombre, eso es”<br />

Los escandinavos le molestaban. Wamibo no<br />

entendía y los marineros más viejos sacudían<br />

gravemente la cabeza, donde los pendientes de oro<br />

162


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

brillaban en los lóbulos carnosos de las velludas<br />

orejas. Tostados y severos, se inclinaban sobre sus<br />

antebrazos tatuados. Sus puños nudosos, surcados<br />

de gruesas venas, guardaban en su hueco la blanca<br />

arcilla bien bruñida de sus pipas medio fumadas, e<br />

impenetrables, ruda espalda y anchos hombros,<br />

escuchaban en completo silencio. Donkin hablaba<br />

con calor irrefutable y difamador. Su pintoresca y<br />

grosera facundia filtrábase como el flujo turbio de<br />

una fuente envenenada. Sus ojillos <strong>negro</strong>s como dos<br />

granos de asfalto, danzaban espiando a derecha e<br />

izquierda, alertas a la proximidad <strong>del</strong> oficial.<br />

A veces, Mr. Baker venía a proa para echar un<br />

vistazo al velamen y hacía rodar su pesado desgano<br />

entre el súbito silencio de los hombres, o bien era<br />

Mr. Creighton quien llegaba arrastrando la pierna, el<br />

rostro terso y juvenil, pero más intratable que nunca,<br />

a traspasar nuestro breve mutismo con un solo<br />

golpe derecho de sus ojos claros.<br />

Tras él, Donkin recomenzaba:<br />

“Ese es uno, hay aquí muchos que lo amarraron<br />

el otro día” ¡Para lo que él lo ha agradecido! Os hace<br />

pasear como antes. Si lo hubieseis dejado... ¿Por qué<br />

no? Eso hubiese costado menos... ¿por qué no?<br />

Confidencial se inclinaba hacia a<strong>del</strong>ante y<br />

163


JOSEPH CONRAD<br />

retrocedía para apreciar sus efectos oratorios;<br />

cuchicheaba, clamaba, agitando los brazos<br />

miserables no mucho más grueso que el tubo de una<br />

pipa, estiraba el cuello farfullando. En las pausas de<br />

su elocuencia arrebatada, el viento suspiraba dulcemente<br />

en la arboladura y la calma <strong>del</strong> mar, a lo largo<br />

<strong>del</strong> barco elevaba a nuestra desatenta multitud un<br />

murmullo de advertencia.<br />

Por abominable que encontráramos al individuo,<br />

¿cómo negar la clara verdad de sus amonestaciones?<br />

Aquello saltaba a la vista. Buenos marinos,<br />

indudablemente que lo éramos, ricos de mérito y<br />

pobres de sueldo. Nuestro esfuerzo había salvado al<br />

barco y sería el capitán quien tuviera el premio.<br />

¿Qué había hecho él? Queríamos saberlo. Donkin<br />

preguntaba:” ¿Cómo se las hubiera compuesto sin<br />

nosotros?” Y no sabíamos qué contestarle.<br />

Oprimidos por la injusticia <strong>del</strong> mundo,<br />

sorprendidos al advertir desde cuánto tiempo su<br />

fardo nos pesaba sin que jamás resolviéramos<br />

nuestro deplorable estado, sufrimos de una sospecha<br />

y de un malestar: el de nuestra obtusa estupidez que<br />

no había sabido ver nada. Donkin nos aseguraba que<br />

la cansa era “nuestro buen corazón”, pero<br />

rehusábamos dejamos convencer por tan pobre<br />

164


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

sofisma.<br />

Eramos aún demasiado dignos de llamarnos<br />

hombres para convenir valientemente en la<br />

insuficiencia de nuestro intelecto; desde aquel día sin<br />

embargo, nos abstuvimos de propinar al héroe<br />

puntapiés, torniscones y empujones accidentales,<br />

amén de torsiones de nariz que en los últimos<br />

tiempos, después de la travesía <strong>del</strong> Cabo, habían<br />

proporcionado a nuestros ocios una distracción<br />

eminentemente popular. Davis cesó de hablarle con<br />

aire de desafío de “ojos a la manteca negra, o narices<br />

en tortilla”; Charley, muy moderado desde la<br />

tormenta, no se chanceó más. Knowles, deferente y<br />

con aire astuto, arriesgaba preguntas como esta: ¿No<br />

sería posible que comiésemos lo mismo que los<br />

oficiales, un suponer; que uno rehuse embarcarse<br />

hasta haberlo obtenido?... Y después, ¿qué será lo<br />

primero que habrá que pedir?...<br />

<strong>El</strong> otro respondía largamente con aire de<br />

superioridad despreciativa, metiéndose las manos en<br />

los bolsillos <strong>del</strong> saco, tan grande, que con él, parecía<br />

disfrazado adrede. Eran generalmente trajes de<br />

Jimmy, porque Donkin, nada orgulloso, lo aceptaba<br />

todo de cualquiera; pero nadie, salvo Jimmy, tenía<br />

con qué mostrarse generoso.<br />

165


JOSEPH CONRAD<br />

Su abnegación con él no tenía límites: a todas<br />

horas, hacía incursiones en su cabinita previniendo<br />

las necesidades <strong>del</strong> enfermo, soportando sus<br />

caprichos, cediendo a sus exigencias, riendo con él<br />

frecuentemente. Nadie hubiera podido apartarle de<br />

la obra pía de visitar a los que sufren, sobre todo<br />

cuando había algún pesado golpe de halaje que hacer<br />

sobre cubierta.<br />

Dos veces, Mr. Baker le extrajo de allí por la piel<br />

<strong>del</strong> cogote con nuestro indecible escándalo. ¿Hay<br />

que abandonar un hombre que sufre? ¿Nos<br />

maltrataban porque cuidábamos a un camarada?<br />

-¿Qué?, decía Mr. Baker haciendo frente a<br />

nuestros murmullos, con ceño amenazador, y todo<br />

el semicírculo, como un solo hombre, daba un paso<br />

atrás.<br />

-¡Izad la boneta, vamos, arriba! Donkin, coge<br />

esas cargas, ordenó el segundo con vez inflexible.<br />

Golpea la cargadera. ¡Despachémonos!<br />

Después, la vela en su sitio, se fue lentamente a<br />

popa y permaneció largo rato mirando el compás,<br />

preocupado, pensativo y respirando fuerte, como<br />

sofocado por el tufo de aquella incomprensible mala<br />

voluntad que invadía el barco. “¿Qué mosca les<br />

pica?, pensaba. No comprendo por qué rezongan. Y<br />

166


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

esto de parte de una buena tripulación, para lo que<br />

hoy se encuentra”<br />

En cubierta los hombres cambiaban palabras<br />

amargas, sugeridas por una necia exasperación<br />

contra no sé qué de injusto, de irremediable, que no<br />

soportaba ser puesto en duda y cuyo reproche se<br />

obstinaba en sus oídos largo rato después que<br />

Donkin hubiese callado.<br />

Nuestro pequeño mundo deslizábase sobre la<br />

curva inflexible de su ruta cargado de un pueblo<br />

descontento y ambicioso.<br />

Se reconfortaban sombríamente con el análisis de<br />

su valor desconocido, y ebrios por las prometedoras<br />

doctrinas de Donkin, soñaban con entusiasmo en<br />

los tiempos en que todos los barcos <strong>del</strong> mundo<br />

bogarían sobre un mar siempre tranquilo,<br />

maniobrados por tripulaciones bien pagadas, bien<br />

nutridas y con capitanes satisfechos.<br />

La travesía se anunciaba larga; dejamos tras<br />

nosotros los alisios <strong>del</strong> sudeste, inconstantes y<br />

volanderos; después bajo el cielo gris de los parajes<br />

ecuatoriales, el barco flotó sobre un mar unido<br />

semejante a una loza de vidrio sin bruñir.<br />

Turbonadas tormentosas suspendidas en el<br />

horizonte nos rodeaban de lejos, gruñendo irritadas<br />

167


JOSEPH CONRAD<br />

como un tropel de fieras que no osaran atacar.<br />

<strong>El</strong> sol invisible se filtraba sobre los mástiles<br />

verticales, ponía en las nubes una difuminada<br />

mancha de luz, y la acompañaba con otra mancha<br />

gemela de mustia claridad sobre las superficies de las<br />

aguas mate.<br />

De noche, a través de la impenetrable tiniebla <strong>del</strong><br />

mar y <strong>del</strong> cielo, largas vetas de fuego ondulaban sin<br />

ruido; por medio segundo, el navío tomado en<br />

calma, se dibujaba; mástiles y aparejos, cada vela y<br />

cada cordaje netamente recortado en <strong>negro</strong>, en el<br />

centro de esas llamas celestes, como un barco<br />

calcinado, cautivo en un globo de fuego.<br />

Después, durante largas horas permanecía<br />

nuevamente perdido en un vasto universo de<br />

sombra y de silencio, o suaves brisas errando aquí y<br />

allá como almas en pena hacían palpitar sus velas,<br />

hubiérase dicho de miedo y arrancaban al océano,<br />

<strong>del</strong> fondo de su sudario de sombra, un murmullo<br />

lejano de compasión, voz entristecida inmensa y<br />

frágil.<br />

Una vez apagada la lámpara, volviéndose de lado<br />

sobre su almohada, Jimmy podía ver, por la puerta<br />

abierta, desvanecerse sobre la línea derecha de la<br />

batayola, fugaces y reiteradas las visiones de un<br />

168


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

mundo fabuloso, mezcladas a los fuegos saltarines y<br />

a las aguas dormidas. La claridad se reflejaba en el<br />

fondo de sus grandes ojos tristes, no parecían<br />

consumirse con aquel rojo chisporroteo.<br />

De la tranquila cubierta llegábale a veces el rumor<br />

de unos pasos, el aliento de un hombre al acercarse<br />

al umbral de su cabina, el débil crujir de los mástiles,<br />

o la voz reposada <strong>del</strong> oficial de guardia<br />

repercutiendo arriba, dura y clara, entre las velas<br />

inertes.<br />

Escuchaba con avidez, buscando un alivio a las<br />

fatigosas meditaciones <strong>del</strong> insomnio, en la<br />

percepción de cualquier ruido.<br />

<strong>El</strong> rechinar de una polea le daba coraje; se<br />

esforzaba en espiar los pasos y los murmullos de los<br />

cambios de guardia, tranquilizándose al escuchar el<br />

lento bostezo de algún marinero rendido de sueño y<br />

de fatiga, que se extendía a lo largo, a dormir en<br />

cubierta.<br />

La vida parecía una cosa indestructible.<br />

Continuábase en la sombra, en la luz, en el sueño;<br />

sacudía un ala amiga alrededor de la impostura de<br />

esa próxima muerte. Brillaba como la torcida espada<br />

<strong>del</strong> rago, guardando, sin embargo, tantas sorpresas<br />

como la sombría noche. Y él se sentía a salvo en esa<br />

169


JOSEPH CONRAD<br />

vida palpable, y la calma, la oscuridad o la luz<br />

parecíanle igualmente preciosas.<br />

De tarde, en la guardia de seis a ocho, y aún<br />

después, en la gran guardia de noche, un grupo de<br />

hombres se veía siempre reunido ante la puerta de la<br />

cabina de Jimmy; se sentaban con las piernas<br />

cruzadas, discurrían a caballo sobre el umbral o, por<br />

parejas, se alineaban en cuclillas sobre el cofre,<br />

mientras otros, contra la empavesada a lo largo <strong>del</strong><br />

mástil, cofa de cambio, con sus simples fisonomías<br />

iluminadas por los rayos de la lámpara de Jimmy.<br />

<strong>El</strong> estrecho recinto pintado de blanco, tenía de<br />

noche el brillo de un tabernáculo de plata, santuario<br />

de un ídolo <strong>negro</strong>, muy tieso bajo los cobertores y<br />

que parpadease sus ojos cansados al recibir nuestra<br />

adoración. Donkin oficiaba. Parecía un charlatán<br />

exhibiendo un fenómeno, alguna manifestación<br />

extraña, simple y meritoria, la cual debía ser para los<br />

espectadores una profunda e inolvidable lección:<br />

“¡Miradle, él la conoce, sin vueltas!, exclamaba de<br />

tiempo en tiempo sacudiendo una mano dura y<br />

descarnada como la pata de un pájaro acuático.<br />

Jimmy, de espalda, sonreía con reserva sin mover<br />

un miembro. Afectaba la languidez de la extrema<br />

debilidad, como para manifestarnos claramente que<br />

170


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

nuestro retardo en extirparle de la prisión horrible, y<br />

aquella noche pasada en la toldilla entre nuestra<br />

egoísta negligencia, lo habían acabado. Insistía, y el<br />

sujeto, como es justo nos interesaba siempre.<br />

Hablaba espasmódicamente, por jadeos<br />

intermitentes, cortados, de largas pausas, como<br />

marcha un hombre ebrio: “<strong>El</strong> cocinero acababa de<br />

traerme un jarro de café... lo había puesto así, sobre<br />

el cofre... Después golpeó la puerta al salir... Sentí un<br />

bandazo formidable, trató de salvar mi café... me<br />

quemo los dedos y me caigo de la cama... el agua<br />

entraba por el respiradero... imposible mover la<br />

puerta, todo estaba oscuro como bajo tierra... quiero<br />

subir a la cama... arriba... ratas... Una me mordió...<br />

las oía nadar debajo... creí que no vendrías nunca...<br />

Yo pensaba... todos al agua... no se oía más que el<br />

viento. Entonces llegasteis a buscar el cadáver... Un<br />

poco más y...<br />

- Di, viejo tu hacías un buen barullo allá dentro<br />

¿eh?, observó Archie.<br />

-¡Toma! Con la condenada bulla que metíais<br />

arriba vosotros, golpeando con todo, justo lo que<br />

hubiera hecho un grupo de imbéciles bufones. ¡Para<br />

lo que he ganado! ¡Más valía haberse hundido!<br />

¡Puah!<br />

171


JOSEPH CONRAD<br />

Gemía haciendo castañetear los dientes blancos y<br />

miraba ante sí con aire de vituperio. Belfast le echó<br />

una mirada dolorosa sobre su sonrisa de desgarrado<br />

enternecimiento, y crispó los puños a escondidas.<br />

Archie el de los ojos azules se acarició las rojas<br />

patillas con mano temblorosa; el contramaestre, a la<br />

entrada, guiñó un instante los ojos y desapareció<br />

ahogando una carcajada. Wamibo soñaba, Donkin<br />

tanteó su mentón estéril en busca de algún pelo<br />

aislado y dijo triunfalmente deslizando una mirada<br />

oblicua <strong>del</strong> lado de Jimmy: “¡Miradle, yo quisiera<br />

estar la mitad de bueno que él ,palabra!<br />

Echó su pulgar corto por encima <strong>del</strong> hombro<br />

designando la parte posterior <strong>del</strong> barco: “Este es el<br />

modo de arreglar a esos otros” eruptó con forzado<br />

buen humor.<br />

Jimmy dijo: “No te hagas el idiota”. Knowles,<br />

frotándose contra el jambaje de la puerta advirtió<br />

finamente: “Podríamos fingirnos enfermos todos a<br />

un tiempo, pero sería como una revuelta”.<br />

-¡Una revuelta, vamos!, jaleó Donkin, no hay<br />

reglamentos que te prohiban estar enfermo.<br />

- Te ganarías seis semanas a la sombra por falta<br />

de obediencia, repuso Knowles, yo me acuerdo una<br />

vez en Cardiff, la tripulación de un barco muy<br />

172


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

cargado... ¡Cuando yo digo muy cargado! Era tan<br />

sólo un viejo punto con aire de chocho, con una<br />

barba y un paraguas. Se había estado paseando y<br />

hablando a los hombres. “Una barbarie, una<br />

atrocidad haceros anegar en invierno porque eso<br />

represente unas libras más a la compañía”, decía. Y<br />

lloraba, sin farsa, y siendo lo que era, ¡levitón y<br />

galera de bautizo, nuevitos, qué! Los muchachos<br />

dijeron que no querían saber nada de hundirse en<br />

invierno, contando con el viejo para que les sirviera<br />

de apoyo... Pensaban darse una buena panzada y tres<br />

o cuatro días libres y escaparon seis semanitas,<br />

porque tuvo testigos que el barco no lleva demasiada<br />

carga. En todo caso fue lo que les hicieron creer a<br />

los jueces. Que no había ni un solo barco demasiado<br />

cargado en todo el dock de Penarth. Lo que parece<br />

es que al viejo le pagaban para que buscase barcos<br />

muy cargados, pero él no veía más allá de la punta<br />

de su paraguas.<br />

Los de la pensión donde yo vivo cuando voy a<br />

Cardiff a esperar embarco, querían darle un baño, en<br />

el dock, al viejo charlatán... Estábamos muy alertas<br />

pero él se largó en cuanto olió tribunal, si hijos, seis<br />

semanas.<br />

Escuchaban con curiosidad sacudiendo en las<br />

173


JOSEPH CONRAD<br />

pausas sus rudos rostros pensativos.<br />

Jimmy permanecía extendido con los ojos<br />

abiertos, sin ningún interés. Un marinero emitió el<br />

juicio que tras un veredicto de la más espantosa<br />

parcialidad, los jueces “se van a beber una copa a<br />

cuenta <strong>del</strong> patrón”. Otros con firmaron el hecho.<br />

Saltaba a la vista.<br />

Donkin dijo: “Bueno ¿y qué? seis semanas no<br />

tiene nada de terrible, en la cárcel al menos, uno<br />

duerme todas las noches. Yo las pasaría de cabeza,<br />

tus seis semanas.<br />

-¿Estás acostumbrado, verdad?, preguntó alguno.<br />

Jimmy condescendió a sonreír. Aquello puso a<br />

todo el mundo de excelente humor. Knowles, con<br />

una sorprendente agilidad de espíritu cambió de<br />

tema.<br />

- Si todos nos hiciéramos los enfermos ¿qué seria<br />

<strong>del</strong> barco?<br />

Se rió en rueda.<br />

- Que se... vaya al diablo, no es nuestro.<br />

-¿Qué? ¿dejarlo a la deriva?, insistió Knowles mal<br />

convencido.<br />

- Si y después... continuó Donkin con bonita<br />

inconsciencia.<br />

<strong>El</strong> otro reflexionaba: se acabarían los víveres, no<br />

174


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

llegaríamos nunca a ninguna parte y lo que es peor<br />

¿qué me dices <strong>del</strong> día de paga?<br />

Su voz recobró seguridad con las últimas<br />

palabras.<br />

¿Te gusta eso, Jackot?, di, un buen día de paga,<br />

gritó uno sentado en el suelo.<br />

- Seguro, porque entonces, las muchachas le<br />

ponen un bracito alrededor <strong>del</strong> cuello y otro en el<br />

bolsillo y lo llaman Ducky ¿cierto Jackot?<br />

- Jack, tu eres la perdición de las chicas.<br />

- Se lleva tres a la rastra como los remolcadores<br />

grandes de Watkins con tres goletas a la vez.<br />

-¡Patizambo, eres un mal sujeto!<br />

- Jack, cuenta la historia de aquella que tenía un<br />

ojo azul y uno <strong>negro</strong>.<br />

- Eso es lo que no falta por las calles, chicas con<br />

un ojo <strong>negro</strong>, natural o no...<br />

-¡Ca, esta era una aparte; gorjea Jack! Donkin<br />

tenía un aire severo y disgustado, Jimmy bostezaba,<br />

un lobo de mar, grisáceo movió la cabeza<br />

ligeramente y sonrió al fuego de su pipa,<br />

discretamente divertido. Knowles, corrido, no<br />

sabiendo como hacer frente, bajaba de derecha a<br />

izquierda.<br />

-No, que no se diga, no sabéis estar serios<br />

175


JOSEPH CONRAD<br />

¡siempre de broma!<br />

Se retiró murmurando, púdico y nada disgustado.<br />

Los otros reían a carcajadas alrededor <strong>del</strong> lecho de<br />

Jim, donde, sobre la blanca almohada su <strong>negro</strong> y<br />

huesoso rostro se movía sin tregua.<br />

Una bocanada de viento hizo esparcirse la llama<br />

de la lámpara y fuera, muy alto, las velas se<br />

sacudieron mientras la polea de mesana golpeó con<br />

choque sonoro el pavés de hierro.<br />

Una voz lejana gritó: “¡Timón al viento!” y otra<br />

menos clara: “A todo viento”. Los hombres callaron<br />

aguardando. <strong>El</strong> marinero de pelo gris golpeó su pipa<br />

en el paso de la puerta y se enderezó. <strong>El</strong> barco se<br />

inclinaba muellemente y el mar como despierto se<br />

quejó con murmullo adormecido. Alguien dijo; “Se<br />

levanta un poco de aire. Jimmy se volvió lentamente<br />

para estar frente a la brisa. En la noche una voz<br />

mandó alto e imperiosa: ¡Cazad la cangreja! Donkin<br />

quedó sólo con Jimmy; reinó un silencio agrio y<br />

Jimmy cerró los labios muchas veces como para<br />

tragar ráfagas de aire más fresco; Donkin movía los<br />

pulgares de sus pies desnudos, examinándoselos con<br />

ojos absortos.<br />

-¿Tú no les das allí una manita?, interrogó Jimmy.<br />

- No, si ellos no se las arreglan los seis para cazar<br />

176


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

su podredumbre de cangreja no valen ni lo que<br />

coman, respondió Donkin con una voz blanca e<br />

importunada que parecía llegar desde el fondo de un<br />

agujero.<br />

Jimmy consideró aquel perfil cómico de pico de<br />

pájaro con extraño interés. Inclinado al borde de su<br />

cama, su rostro con expresión de cálculo e<br />

incertidumbre parecía reflejar la reflexión, sobre el<br />

modo de coger a algún ser dañino, capaz de morder<br />

o picar. Pero dijo solamente:<br />

- <strong>El</strong> segundo lo advertirá y habrá una pelotera.<br />

Donkin se levantó para partir.<br />

- Yo le arreglaré las cuentas una noche oscura de<br />

estas, verás si fanfarroneo, dijo por encima <strong>del</strong><br />

hombro.<br />

Jimmy continuó ligero: Tu eres como un loro; un<br />

loro que grita.<br />

Donkin se detuvo e hizo a un lado la cabeza. Las<br />

orejas, demasiado grandes sobresalían transparentes<br />

y venosas semejantes a las membranosas alas de un<br />

murciélago.<br />

-Te oigo, dijo de espaldas a su interlocutor.<br />

- Sí, chillas todo lo que sabes como una cacatúa<br />

blanca.<br />

Donkin esperaba. Oía la respiración lenta y<br />

177


JOSEPH CONRAD<br />

prolongada de Jim, que parecía la de un hombre que<br />

llevase el peso de cien libras sobre el pecho.<br />

Después preguntó muy tranquilo.<br />

-¿Qué es lo que yo sé?<br />

-¿Qué?... Lo que te digo... no mucho. ¿Por qué<br />

hablas de mi salud?<br />

- Es un cuento, un condenado cuento<br />

monumental y de primera... Pero yo no lo trago, no<br />

soy un pipi.<br />

Jimmy no respiraba. Donkin hundió las manos en<br />

los bolsillos y de un solo paso desmadejado se<br />

acercó a la litera.<br />

-Yo hablo ¿y qué? no son hombres, son bestias.<br />

Una tropa a la que uno conduce. Yo te sostengo<br />

¿por qué no? ¿Tienes... moneda?<br />

- Puede... no tengo por qué darte cuenta de eso.<br />

- Entonces muéstrala; que aprendan lo que puede<br />

hacer un hombre.<br />

Yo soy un hombre y conozco su truco.<br />

Jimmy se echó atrás en la almohada; el otro estiró<br />

su cuello flaco y bajó su cara de pájaro hacia el <strong>negro</strong><br />

como si apuntara a sus ojos con un pico imaginario.<br />

- Yo soy un hombre. He contado los clavos de las<br />

puertas de todas las prisiones de colonias antes de<br />

ceder uno de mis derechos.<br />

178


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

- Eres un pilar de la cárcel.<br />

- Y mi alabo. Tú, tú no tienes bastante nervio y<br />

has inventado esta farsa.<br />

Se detuvo. Después, subrayando su oculto<br />

pensamiento acentuó lentamente: No estás enfermo<br />

¿eh?<br />

- No, dijo Jimmy con firmeza.<br />

Su voz cayó de golpe cuando añadía en un<br />

murmullo: un poco mal por momento, como ahora,<br />

este año, eso si...<br />

Donkin cerró un ojo con esto de amistosa<br />

complicidad; cuchicheó: ¿No es la primera vez,<br />

verdad?<br />

Jimmy sonrió; luego, como incapaz de contenerse<br />

dejó escapar.<br />

- En el último viaje, sí. Eso marchó durante la<br />

travesía, era fácil. Me pagaron en Calcuta y el patrón<br />

no dijo ni mus. Tuve mi cuenta. Cincuenta y ocho<br />

días acostado, ¡los imbéciles!... cada penique de mi<br />

cuenta.<br />

Se rió espasmódicamente. Donkin le acompañó.<br />

Después Jimmy tosió con violencia: Estoy mejor<br />

que nunca dijo cuando recobró el aliento.<br />

Donkin tuvo un gesto de burla.<br />

- <strong>El</strong>los no se dan cuenta, afirmó el <strong>negro</strong><br />

179


JOSEPH CONRAD<br />

abriendo la boca como un pescado.<br />

- Pero se tragan otras cosas.<br />

- No charles demasiado, amonestó Jimmy<br />

lentamente.<br />

-¿De qué? ¿de tu farsita?, respondió con<br />

cordialidad.<br />

Después, con tono de brusco disgusto: sólo<br />

piensas en ti, mientras estés contento.<br />

Así acusado de egoísmo, James Wait se levantó el<br />

cobertor hasta el mentón y permaneció tranquilo un<br />

momento. Los pesados labios salientes como un<br />

hocico <strong>negro</strong>: oye, ¿por qué tienes esa manía de<br />

armar camorra?<br />

- Porque lo que pasa es una remaldita vergüenza.<br />

Nos explotan... mala comida... mala paga. Lo que<br />

quiero yo es que los escalden de veras que tengan un<br />

verdadero maldecido escarmiento <strong>del</strong> que se<br />

acuerden. Sacudir a la gente, saltarles los sesos.<br />

¡Habrá que ver! ¿Son hombres?<br />

Su indignado altruismo llameó, luego dijo con<br />

calma:<br />

- He sacado al aire tu ropa.<br />

- Bien, repuso Jimmy con voz lánguida, éntrala.<br />

- Dame la llave de tu cofre, dijo Donkin con<br />

impaciencia amistosa, yo te las guardaré.<br />

180


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

- Tráelas y las guardaré yo mismo, repuso Wait<br />

con severidad. Donkin bajó los ojos y murmuró<br />

algo.<br />

-¿Qué dices, que es lo que dices?, inquirió el<br />

<strong>negro</strong> ansioso.<br />

- Nada. Que se queden colgadas hasta mañana,<br />

repuso Donkin con un temblor insólito en la voz<br />

como si contuviera la risa o la cólera. Jimmy pareció<br />

satisfecho.<br />

- Dame un poco de agua de mi jarro de noche,<br />

allí dijo<br />

Donkin franqueó la puerta: vete a buscarla tu<br />

mismo; puedes cuidar ir si es que no estás enfermo.<br />

- Claro que puedo, pero...<br />

- Entonces hazlo, dijo el otro con perversidad. Si<br />

puedes cuidar tus trapos puedes cuidar tu pellejo.<br />

Se fue hacia la puerta sin una mirada.<br />

Jimmy extendió la mano hacia el jarro. Ni una<br />

gota. Lo pasó de nuevo suavemente.<br />

Se dijo: “Ese bestia de Belfast me traerá agua si se<br />

la pido. Es idiota. Tengo mucha sed”<br />

Hacía calor en la cabina que parecía tornar<br />

lentamente, como desligada <strong>del</strong> barco, con un ritmo<br />

distinto y abrasado por <strong>negro</strong> sol. ¡Inmensidad sin<br />

agua! Nada de agua. Un guardia que se parecía a<br />

181


JOSEPH CONRAD<br />

Donkin trajo un vaso de cerveza al borde de un<br />

pozo vacío y se voló, batiendo las alas. Un barco<br />

con las perillas de los mástiles agujereando el cielo<br />

descargaba grano y el viento hacía remolinear las<br />

cáscaras a lo largo de la rada de un dock en seco.<br />

Jimmy giraba de acuerdo con el fardo amarillo, muy<br />

cansado de ellas. Se sentía más ligero que las<br />

cáscaras mismas y más inmaterial. Infló su pecho<br />

hueco. <strong>El</strong> aire entró arrastrando a su paso una serie<br />

de extraños objetos que parecían casas, árboles,<br />

estaciones, reverberos. ¡No había nada! Ni aire. Y el<br />

no había acabado su aspiración profunda. Estaba<br />

preso. Cerraban los candados. Una puerta golpeó...<br />

dos vueltas de llave... le echaban un cubo de agua<br />

por encima ¡huf! ¿para qué?...<br />

.............................................................................................<br />

Abrió los ojos. La caída le pareció pesada para un<br />

hombre vacío, vacío, vacío. Estaba en su cabina.<br />

¡Ah, todo iba bien! Su rostro chorreaba sudor. Los<br />

brazos le pesaban como plomo. Vio al cocinero, de<br />

pie en el vano de la puerta con una llave de cobre en<br />

una mano y en la otra un brillante jarro de estaño.<br />

-Vengo a cerrar las puertas para la noche, dijo radiante<br />

y benévolo. Acaban de dar las ocho. Te traigo<br />

un poco de café frío para esta noche Jim; hasta le he<br />

182


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

puesto azúcar blanco, de pancitos... el barco no se<br />

ya a hundir por eso...<br />

Entró, fijó el jarro al borde de la cama y<br />

preguntó por escrúpulo de conciencia: ¿Cómo va<br />

eso?<br />

Después se cantó sobre el cofre.<br />

-¡Hum!, gruñó Wait en tono poco complacido. <strong>El</strong><br />

cocinero se secó la frente con un trapo de algodón<br />

sucio que en seguida se anudó al cuello.<br />

- Los fogoneros, hacen así, en los vapores, dijo<br />

con serenidad y satisfecho de si mismo, mi trabajo<br />

es tan duro como el suyo, creo, y me retiene más<br />

tiempo. ¿Tu los has visto alguna vez en el fondo de<br />

su agujero? Parecen diablos que queman, que<br />

queman, que queman, allá abajo.<br />

Mi índice mostraba el suelo. Algún pensamiento<br />

lúgubre oscureció su rostro jovial, sombra de nube<br />

viajera sobre la claridad de un mar en calma.<br />

<strong>El</strong> cuarto de relevo pasó en junto por la claridad<br />

de la puerta con gran ruido de pesadas suelas.<br />

Alguien gritó: “¡Buenas noches!” Belfast hizo alto un<br />

momento, alargó la cabeza hacia Jimmy y quedó<br />

estremecido y mudo como de emoción contenida.<br />

Echó al cocinero una mirada llena de fúnebres<br />

presagios y desapareció.<br />

183


JOSEPH CONRAD<br />

<strong>El</strong> cocinero tosió para aclararse la voz. Jimmy,<br />

con los ojos fijos en el techo no metía más ruido que<br />

uno que se esconde.<br />

Una dulce brisa saturaba la noche clara. <strong>El</strong> barco<br />

daba de banda, ligeramente deslizándose tranquilo<br />

sobre un mar sombrío, hacia el inaccesible esplendor<br />

de un horizonte <strong>negro</strong> acribillado de puntos de<br />

fuego. Sobre los mástiles la curva resplandeciente de<br />

la vía láctea, cabalgaba en el cielo, arco triunfal de<br />

eterna luz, arrojada sobre la tierra y sus senderos<br />

tenebrosos.<br />

En el extremo <strong>del</strong> alcázar, uno silbaba con<br />

insistencia un aire de jiga mientras se oía vagamente<br />

a otro golpear los pies a compás. Un murmullo<br />

confuso de voces llegó de proa: risas, canciones... <strong>El</strong><br />

cocinero sacudió la cabeza espiando a Jimmy con<br />

ojo oblicuo y comenzó a gimotear: Sí, sí, bailar y<br />

cantar, no piensan más que en eso. Yo no sé como<br />

la Providencia no se cansa. Olvidan el día que<br />

vendrá fatalmente mientras que tú...<br />

Jimmy tragó un buche da café precipitadamente<br />

como si lo hubiese robado y se agazapara bajo sus<br />

cobertores, apoyándose de lado sobre el muro. <strong>El</strong><br />

cocinero se levantó, cerró la puerta, volvió a sentarse<br />

y articuló netamente.<br />

184


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

- Cada vez que atizo mi fogón pienso en<br />

vosotros, jurando, robando, mintiendo y aun peor,<br />

como si no existiera el otro mundo y sin embargo<br />

no sois malos, concedió con voz lenta; divagó unos<br />

instantes deplorando esas cosas, y luego recomenzó<br />

con tono resignado:<br />

-¿Qué hacer? Será por su culpa si es que pasan<br />

calor algún día. ¿Calor, digo? Las calderas de un<br />

paquebot de Whith Star, no son nada en<br />

comparación. Se detuvo durante algunos momentos.<br />

Un gran tumulto removía su cerebro. Visión confusa<br />

de siluetas brillantes, concierto exaltado de cantos<br />

entusiastas, de torturas y gemidos. Sufría, gozaba,<br />

admiraba, aprobaba. Se sentía contento, espantado,<br />

elevado sobre si mismo como aquella otra vez, la<br />

sola vez de su vida veintisiete años antes, de la cual<br />

gustaba recordar la fecha, en que, aun joven, le había<br />

ocurrido, encontrándose en mala compañía,<br />

intoxicarse en un café cantante de Est-End.<br />

Un flujo de súbita emoción lo transportó, lo<br />

arrojó de golpe fuera de su carne mortal. Contempló<br />

cara a cara, un segundo el secreto <strong>del</strong> más allá.<br />

Secreto encantador, excelente. Lo amaba como a si<br />

mismo, como a toda la tripulación y a Jimmy. Su<br />

corazón desbordaba ternura y simpatía, deseo de<br />

185


JOSEPH CONRAD<br />

mezclarse a las cosas, inquietud por el alma de aquel<br />

<strong>negro</strong>, orgullo ante la cierta eternidad. ¡Oh, tomarlo<br />

en sus brazos, lanzarlo a la salud, al lugar divino...<br />

pobre alma negra! más negra que su cuerpo...<br />

podredumbre... demonio.. ¡No, eso no! Había que<br />

hablar fuerte. ¡Sansón!... Un gran ruido como de<br />

címbalos chocando resonó en sus oídos; un<br />

relámpago le reveló una mezcla de rostros radiosos,<br />

de libros santos, de lirios, de alegría supra-terrestre,<br />

de ropa blanca, de arpas de oro, de levitas, de alas...<br />

Vio trajes flotantes, rostros frescos y afeitados, un<br />

mar de claridad y un lago de Vetun. Perfumes suaves<br />

flotaban con olores de azufre, lenguas de fuego rojo<br />

lamiendo una blanca nube.<br />

Una formidable voz atronadora.<br />

Aquello duró tres segundos.<br />

-¡Jimmy! gritó con tono inspirado. Después dudó.<br />

Una chispa compasión humana lucía aún a través de<br />

la infernal vanidad de su hermoso sueño.<br />

-¿Qué?, dijo James Wait de mala gana. Reinó el<br />

silencio. Volvió la cabeza y arriesgó una tímida<br />

mirada. Los labios <strong>del</strong> cocinero se movían sin ruido;<br />

en su rostro iluminado, los ojos estaban fijos en el<br />

techo. Parecía implorar en su fuera interno a las<br />

vigas, al gancho de cobre de la lámpara, a dos<br />

186


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

escarabajos.<br />

- Vete, dijo Wait, quiero dormir, quizá pueda.<br />

-¡Este no es el momento de dormir!, clamó el<br />

cocinero muy alto. Había sacudido devotamente sus<br />

últimos escrúpulos de humanidad. No era más que<br />

una voz, algo sublime e incorpóreo, lo mismo que<br />

aquella otra noche memorable, la noche que<br />

franqueó el mar para hacerles café a esos pecadores<br />

de perdición!<br />

- Este no es el momento de dormir repitió con<br />

voz exaltada, ¿puedo dormir yo acaso?<br />

- Y a mí qué me... dijo Wait con energía fingida,<br />

yo sí puedo. Anda a acostarte.<br />

-¡Jura! Y en las mismas fauces ¿no ves el fuego?<br />

¿no sientes las llamas? ¡Desgraciado, ciego! Buche de<br />

pecados... yo lo veo por ti. ¡Ah, es demasiado! Oigo<br />

noche y dia una voz que me dice: “Sálvale! Jimmy,<br />

déjate salvar.<br />

Palabras de plegaria y amenaza salían de su boca<br />

como un torrente desencadenado. Los escarabajos<br />

huyeron. Jimmy sudaba retorciéndose bajo las ropas.<br />

<strong>El</strong> cocinero vociferó: ¡Tus días están contados!<br />

- Andate de aquí, gritó Wait valientemente.<br />

-¡Reza conmigo!<br />

- No quiero.<br />

187


JOSEPH CONRAD<br />

Un calor de horno reinaba en la pequeña cabina<br />

que contenía una inmensidad de sufrimiento y de<br />

miedo, una atmósfera de gritos, llantos, y rezos<br />

lanzados como blasfemias. Fuera se reunió a la<br />

puerta un grupo de hombres demasiado<br />

sorprendidos para abrir, a quienes Charley había<br />

advertido con acento gozoso “que se había trabado<br />

una disputa en la cabina de Jim”<br />

Estaban todos. <strong>El</strong> cuarto relevado se precipitó en<br />

camisa, sobre cubierta como después de un<br />

abordaje. Se preguntaban unos a otros “¿qué pasa?”<br />

y se respondían: “Escucha”<br />

Los ensordecidos clamores continuaban a más y<br />

mejor:<br />

-¡De rodillas! ¡De rodillas!<br />

-¡Déjame!<br />

-¡Jamás! Me perteneces... Te han salvado la vida...<br />

Designio de Dios.... Misericordia. Arrepentimiento...<br />

-¡Eres un tocado idiota!<br />

-¡Tengo que rendir cuentas de tu alma! no cerraré<br />

los ojos sí...<br />

-¡Déjame!<br />

-¡Piensa en las llamas!<br />

Después una mezcla aguda, apasionada de<br />

palabras que repiqueteaban como un granizo.<br />

188


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

-¡No!, gritó Jimmy.<br />

- Seguro, seguro... no hay nada que hacer, todos<br />

lo saben.<br />

-¡Mientes!<br />

-¡Te veo muerto! <strong>del</strong>ante de mí... cada vez estás<br />

peor.<br />

-¡Socorro!, clamó Jimmy con voz tajante.<br />

- Lejos de este Valle de lágrimas. Mira arriba,<br />

arriba, arriba.<br />

-¡Vete marrano! ¡al asesino! clamó Wait. Su voz<br />

calló. Oyéronse, quejas, murmullos, sollozos.<br />

-¿Qué es lo que pasa? Dijo una voz extraña, atrás,<br />

vosotros, vamos, atrás, repitió.<br />

Mr. Creighton franqueaba severamente el paso al<br />

capitán.<br />

- Ahí está el viejo, murmuraron algunas voces.<br />

- Es el cocinero, gritaban muchos retrocediendo.<br />

La puerta golpeó bruscamente abierta, lanzando<br />

un agresivo rayo de luz sobre los rostros perplejos;<br />

se exhaló una bocanada de aire caliente y viciado.<br />

Los dos oficiales sobrepasaban la cabeza y los<br />

hombros sobre la frágil silueta gris, andando entre<br />

ellos, en traje rapado, dura y angulosa como estatua<br />

de piedra en la impasibilidad de sus facciones. <strong>El</strong><br />

cocinero que estaba de rodillas se alzó. Jimmy,<br />

189


JOSEPH CONRAD<br />

incorporado en su cama apretada la piernas<br />

plegadas. La borla de su bonete azul temblaba<br />

imperceptiblemente sobre sus rodillas.<br />

Contemplaron sorprendidos la larga curva de su<br />

espalda mientras que de perfil, el ojo blanco lucía<br />

ciego, en dirección a ellos. Temía volver la cabeza, se<br />

replegaba en sí; la perfección de esa inmovilidad en<br />

acecho revestía un sorprendente aspecto animal. No<br />

había allí sino una cosa de instinto, la inmovilidad<br />

sin pensamiento de un bruto asustado.<br />

-¿Qué hace Vd. aquí? preguntó Mr. Baker con<br />

tono seco.<br />

- Mi deber, dijo el cocinero con fervor.<br />

- Su...¿qué?, comenzó el segundo. <strong>El</strong> capitán<br />

Allistoun le tocó el brazo suavemente.<br />

- Conozco su manía, dijo a media voz. Fuera de<br />

aquí Podmore.<br />

<strong>El</strong> cocinero juntó las manos y sacudió los puños<br />

sobre su cabeza, los brazos le cayeron luego como si<br />

de pronto se hubiesen vuelto muy pesados.<br />

Permaneció un instante, sin hablar, con la cabeza<br />

colgando.<br />

-¿Qué dice Vd.? Salga en seguida.<br />

- Ya me voy, dijo el cocinero con aire de sombría<br />

resignación. Franqueó el umbral con firmeza,<br />

190


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

titubeó, dio algunos pasos. Todos le contemplaban<br />

en silencio. ¡Os hago responsables! Gritó con<br />

desesperación girando sobre sus talones. Ese<br />

hombre se muere. Os hago res...<br />

-¿Todavía ahí?, indagó el patrón con terrible y<br />

tormentosa voz.<br />

- No, sir, repuso muy ligero y alarmado. <strong>El</strong><br />

contramaestre se lo llevó de un brazo; algunos reían.<br />

Jimmy levantó la cabeza y arriesgó una ojeada<br />

fugitiva; después con un rebote inesperado saltó<br />

fuera de la cama. Mr. Baker le asió al vuelo. <strong>El</strong> grupo<br />

que obstruía la puerta gruñó de sorpresa. <strong>El</strong> <strong>negro</strong> se<br />

doblegó: ¡Miente, habla de demonios...! <strong>El</strong> si que es<br />

un diablo, un diablo blanco... Yo estoy sano.<br />

Se ponía rígido y Mr. Baker probó a dejarle. <strong>El</strong><br />

<strong>negro</strong> se tambaleó, dando uno o dos pasos bajo la<br />

mirada tranquila <strong>del</strong> capitán.<br />

Belfast se precipitó a sostener a su amigo. Esta<br />

no parecía sospechar la presencia de nadie,<br />

permaneció mudo luchando contra una legión de<br />

infinitos temores, entre la mirada ávida de aquellas<br />

curiosidades encendidas que lo observaban de lejos,<br />

solo absolutamente en la imperturbable soledad de<br />

su miedo.<br />

Pesados soplos cruzaban las tinieblas.<br />

191


JOSEPH CONRAD<br />

<strong>El</strong> mar gargareaba a través de los imborneles,<br />

cuando el barco daba de banda bajo una leve ráfaga<br />

de aire.<br />

- Prohibidle venir a molestarme, hizo oír al fin el<br />

barítono sonoro de James Wait mientras se apoyaba<br />

con todo su peso en la nuca de Belfast. Estoy mejor<br />

esta semana, tengo aplomo. Mañana reanudaré mi<br />

servicio; en seguida si usted quiere, capitán.<br />

Belfast recogió su espalda para mantener de pie a<br />

Jimmy.<br />

- No, dijo el patrón mirándole. Bajo la axila de<br />

Jimmy el rojo rostro de Belfast gesticulaba inquieto.<br />

Una fila de ojos brillantes rodeaba la zona de luz, los<br />

hombres se golpeaban con el codo, volvían la<br />

cabeza, cuchicheaban entre ellos. Wait dejó caer la<br />

barbilla sobre el pecho y bajo sus párpados flojos,<br />

lució una mirada de sospecha.<br />

-¿Por qué no?, gritó una voz saliendo de las<br />

sombras. <strong>El</strong> no tiene nada, sir.<br />

- No tengo nada, dijo Wait con calor.<br />

Malestar... pasado... tomar guardias...<br />

Resoplaba.<br />

-¡Santa madre de Dios!, rugió Belfast recogiendo<br />

su espalda. Tente en pie, Jim.<br />

- Andate de aquí, dijo Wait, alejando a Belfast de<br />

192


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

un petulante empujón. Después titubeó y se asió al<br />

borde de la litera. Tenía los pómulos brillantes como<br />

bajo la acción de un barniz; se arrancó el gorro, se<br />

enjugó la cara y lo arrojó a cubierta.<br />

- Salgo, dijo sin moverse.<br />

- No, he dicho, no, mandó el patrón con tono<br />

seco.<br />

Los pies desnudos golpeaban el suelo. Voces<br />

desaprobadoras salieron de varias partes; el patrón<br />

continuó cómo si nada oyera:<br />

- Usted se ha tirado al flanco durante toda la<br />

travesía y ahora quiere salir... Se encuentra<br />

demasiado cerca <strong>del</strong> día de paga... Esto huele a tierra<br />

ya, ¿eh?<br />

- He estado enfermo y ahora voy mejor,<br />

murmuró Jimmy con los ojos brillantes, bajo la luz.<br />

- Usted “se ha hecho” el enfermo, retrucó severamente<br />

el capitán Allistoun, titubeó menos de medio<br />

segundo. Eso salta a la vista. Usted no tiene<br />

absolutamente nada, pero le gusta estar en la cama, y<br />

ahora me gusta a mí que lo esté. Mr. Baker,<br />

encárguese que no se vea salir a cubierta a este<br />

hombre, de aquí hasta el final <strong>del</strong> viaje.<br />

Hubo exclamaciones de sorpresa, de triunfo y de<br />

indignación. <strong>El</strong> oscuro grupo de marineros se<br />

193


JOSEPH CONRAD<br />

a<strong>del</strong>antó a la zona de luz.<br />

-¿Por qué?... Yo te lo había dicho... ¡Si no da<br />

vergüenza!... Esto, por ejemplo, habría que arreglarlo<br />

hablando, insinuó Donkin desde la última fila. ¡Ya<br />

verás, Jimmy, tendrás tu merecido!, gritaron muchas<br />

voces juntas. Un marinero viejo se a<strong>del</strong>antó: Es<br />

decir, sir, preguntó con tono autoritario, ¿qué un<br />

muchacho enfermo no tendrá derecho de curarse en<br />

este barco?<br />

-Tras él, Donkin cuchicheaba rabiosamente entre<br />

una multitud indiferente a él.<br />

Allistoun sacudió el índice ante la faz curtida de<br />

su interlocutor:<br />

- Cállate, dijo a guisa de advertencia.<br />

- No hay nada, gritaron dos o tres de los jóvenes.<br />

-¿Se es una máquina?, preguntaba Donkin con<br />

tono tajante, escurriéndose bajo los codos de<br />

primera fila.<br />

-Ya le haremos ver que no somos grumetes.<br />

- Es un hombre como los demás, aunque sea<br />

<strong>negro</strong>.<br />

-¿Por qué vamos a maniobrar sin su ayuda? Si<br />

Bola de Nieve puede trabajar, que trabaje...<br />

- Eso, y si no la huelga, muchachos, la huelga...<br />

ese es el pepino.<br />

194


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

<strong>El</strong> capitán dijo con voz neta al oficial:<br />

- Calma, Mr. Creighton y permaneció dueño de sí<br />

entre el tumulto, escuchando con una atención<br />

profunda la mezcla de gruñidos y gritos agudos, cada<br />

apóstrofe y cada juramento.<br />

Alguien cerró de una patada la puerta de la<br />

cabina y la sombra llena de amenazantes murmullos<br />

saltó con un crujir seco sobre la raya de luz,<br />

convirtiendo a los hombres en sombras gesticulantes<br />

que gruñían, silbaban, reían con animación.<br />

Mr. Baker dijo a media voz:<br />

- Aléjese de ellos, sir.<br />

La alta figura de Mr. Creighton parecía proteger<br />

la frágil silueta <strong>del</strong> patrón.<br />

- Nos lo hacen ver de todos los colores, durante<br />

esta travesía, y este es el ramillete, gruñó una voz.<br />

-¿Es o no es un camarada?<br />

-¿Somos chicos de teta?<br />

-¡Vosotros no hagáis nada!<br />

Charley, transportado por su ardor, dio un<br />

estridente silbido y largó un:<br />

-¡Es nuestro Jimmy lo que queremos!<br />

La confusión pareció cambiar de tono. Surgió un<br />

nuevo estallido de discordante cólera, y comenzaron<br />

a reñir entre ellos:<br />

195


JOSEPH CONRAD<br />

-¡Sí!<br />

-¡No!<br />

¡Jamás ha estado enfermo!<br />

-¡Entonces pega!<br />

-¡Cállate el pico, zagal, esto es cosa de hombres!<br />

-¿Es posible?, se preguntó el capitán Allistoun<br />

con amargura.<br />

Mr. Baker gruñó:<br />

- Ahora se vuelven locos. Y hace un mes que esto<br />

se viene preparando.<br />

- Había notado, dijo el patrón.<br />

- Mírenlos, golpeándose entre ellos, dijo Mr.<br />

Creighton con desdén. Sería mejor que fuese a popa,<br />

sir. Nosotros los calmaremos.<br />

- Sangre fría, Creighton...<br />

Y los tres hombres se pusieron lentamente en<br />

marcha hacia la puerta de la cabina.<br />

Entre las sombras <strong>del</strong> obenque de proa una masa<br />

negra golpeaba los pies, rodaba, avanzaba o<br />

retrocedía. Se cambiaban palabras, reproches,<br />

alientos, desconfianzas, execraciones. Los más viejos<br />

gruñían en el desarrollo de su cólera la<br />

determinación de acabar con esto y aquello. Los<br />

espíritus avanzados de la joven escuela, exponían su<br />

disgusto y los de Jimmy en clamores confusos, y<br />

196


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

discutían entre ellos. Apretados en derredor de aquel<br />

despojo moribundo, justo emblema de sus<br />

aspiraciones y exhortándose unos a otros, pateaban<br />

en su sitio, afirmando que no se dejarían engañar.<br />

En el interior de la cabina, Belfast, ayudando a<br />

acostarse a Jimmy, se estremecía de ansia de no<br />

perder nada <strong>del</strong> escándalo, su fácil emoción,<br />

contenía las lágrimas a duras penas.<br />

-Te sostendremos, no temas, aseguraba pillando<br />

las mantas a los pies <strong>del</strong> <strong>negro</strong>.<br />

- Saldré mañana por la mañana... será preciso que<br />

vosotros, murmuraba Wait. Será preciso, nada de<br />

patrón que mande aquí...<br />

Levantó un brazo con gran trabajo y se colocó la<br />

mano en la cara.<br />

- No dejéis que el cocinero... sopló.<br />

- No, no dijo Belfast, volviéndose de espaldas a la<br />

cama. Ya verá lo que le pasa si viene...<br />

- Le rompo el cogote, exclamó débilmente James<br />

Wait en su paroxismo de débil rabia. Yo no quisiera<br />

matar a nadie, pero...<br />

Jadeaba muy fuerte, como un perro tras una larga<br />

carrera al sol. Alguien gritó afuera, cerca de la<br />

puerta:<br />

-¡<strong>El</strong> está mejor que cualquiera!<br />

197


JOSEPH CONRAD<br />

Belfast puso la mano en el picaporte.<br />

- Oye, llamó James Wait precipitadamente, con<br />

una voz tan clara que el otro giró con sobresalto.<br />

Extendido, <strong>negro</strong> y cadavérico, en la enceguecedora<br />

luz volvió la cabeza en la almohada. Sus ojos<br />

adjurativos e impúdicos contemplaban a Belfast.<br />

Estoy un poco débil de tanto estar en la cama, dijo.<br />

Belfast asintió con la cabeza.<br />

- Pero me mejoro, insistió Wait.<br />

- Sí, ya me he fijado que estáis mejor desde hace<br />

un mes, respondió mirando al suelo. Y bien, ¿qué<br />

hay? gritó, y salió corriendo.<br />

Inmediatamente fue arrojado contra el tabique de<br />

la toldilla, por dos hombres que lo zarandearon. Una<br />

marejada de disputas pareció envolverle. Se<br />

desentrañó y pudo ver en la sombra tres figuras<br />

aisladas, bajo el arco de la gran vela que subía sobre<br />

sus cabezas como la muralla convexa de un alto<br />

edificio.<br />

Donkin silbaba:<br />

-¡Tirad, es de noche!<br />

<strong>El</strong> grupo se retiró hacia popa; después se detuvo<br />

de golpe. Donkin, ágil y flaco, pasó rozando el suelo;<br />

su brazo derecho describió un molinete, después<br />

hizo alto súbitamente, con los dedos rígidos<br />

198


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

extendidos hacia el cielo.<br />

Se oyó partir, dando vueltas, un objeto pesado,<br />

que voló entre la cabeza de los dos oficiales a lo<br />

largo de la cubierta, golpeó en el cuadro y se detuvo<br />

con un choque recio y sordo. La figura de Mr. Baker<br />

se diseñó pesada y fuerte.<br />

-¡Perdéis el sentido!, dijo, marchando hacia el<br />

grupo estacionado.<br />

-¡Vuelva, Mr. Baker!, ordenó el patrón con voz<br />

tranquila.<br />

<strong>El</strong> segundo obedeció de mala gana. Hubo un<br />

momento de silencio; luego estalló una zarabanda<br />

ensordecedora. Más alta que todas, la voz de Archie<br />

afirmaba enérgica:<br />

-¡Si vuelves a hacerlo, digo que eres tú!<br />

-¡Detente!<br />

-¡Deja eso!<br />

-¡No es eso lo que queremos!<br />

<strong>El</strong> racimo humano de formas negras osciló hacia<br />

los parapetos de las velas y volvió luego hacia la<br />

toldilla. Sombras vagas titubeaban, caían, se alzaban<br />

de golpe. Oíase ruido de hierros.<br />

-¡Larga eso!<br />

-¡Dejadme!<br />

-¡No!<br />

199


JOSEPH CONRAD<br />

-¡Condenado!... Después, bofetadas, pedazos de<br />

hierro cayendo a cubierta, luchas breves, mientras la<br />

sombra de un cuerpo cortó el gran cuadro; con su<br />

marcha rápida y oblicua, ante la sombra de un<br />

puntapié. Una voz que lloraba de rabia, vomitó un<br />

torrente de innobles injurias.<br />

- Ahora, hasta nos tiran cosas... gruñó Mr. Baker<br />

desorientado.<br />

- Es a mi intención, dijo el capitán<br />

tranquilamente. ¿Qué era? ¿Un gancho de hierro?<br />

He sentido el aire en la oreja.<br />

-¡Diablos!, dijo Mr. Creighton.<br />

La voz confusa de los marineros en medio <strong>del</strong><br />

barco se mezclaba al golpeteo de las olas, ascendía<br />

hacia las velas mudas y distendidas, parecía<br />

desbordar hasta más allá <strong>del</strong> horizonte y <strong>del</strong> cielo.<br />

Las estrellas brillaban sin desfallecer sobre los<br />

mástiles inclinados. Estrías de luz rayaban el agua<br />

dividida por el entrenave en marcha, y el barco<br />

temblaba como de miedo al rumoroso mar.<br />

- De tiempo en tiempo, curioso de saber qué<br />

pasaba, el timonel abandonaba la rueda, y curvado<br />

en dos, corría a largos pasos amortiguados hasta el<br />

frontón de la toldilla. <strong>El</strong> “<strong>Narciso</strong>”, abandonado a<br />

sí mimo, se volvió suavemente a barlovento, sin que<br />

200


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

nadie lo advirtiera. Rodó ligeramente; después, las<br />

velas adormecidas se despertaron de pronto y<br />

golpearon los mástiles todas juntas, con un<br />

poderoso choque luego, se hincharon una tras otra<br />

en una rápida sucesión de detonaciones sonoras que<br />

caían de lo alto de las berlingas, hasta que la última,<br />

la gran vela, bombeándose violentamente con el<br />

ruido de un cañonazo, hizo temblar al barco de la<br />

perilla a la quilla. Las velas continuaban crepitando,<br />

como una salva de mosquetería; las escotas de<br />

cadena y los nudos atados tintineaban arriba en<br />

repiqueteo de carrillón. Gemían las poleas.<br />

Hubiérase dicho que una mano invisible sacudía<br />

furiosamente al barco, como para recordar a los<br />

hombres que le poblaban el sentido de la realidad,<br />

de la vigilancia y <strong>del</strong> deber.<br />

-¡<strong>El</strong> timón al viento!, mandó el capitán. Vaya a<br />

popa, Mr. Creighton, a ver qué pasa.<br />

-¡Bajad los foques!, gruñó Mr. Baker. ¡Ayudad las<br />

brazas!<br />

Sorprendidos, los hombres corrían prestamente,<br />

repitiendo las órdenes. <strong>El</strong> cuarto relevado, separado<br />

<strong>del</strong> cuarto de guardia, fue hacia el alcázar de proa<br />

por grupos de dos y tres hombres, en una gritería de<br />

discusiones ardientes.<br />

201


JOSEPH CONRAD<br />

-¡Ya verán mañana!, gritó una gruesa voz, como<br />

para cubrir con una amenaza una retirada sin gloria.<br />

Después, sólo las órdenes, las caídas de los rollos<br />

de cuerdas, el chirrear de las poleas.<br />

La cabeza blanca de Singleton revoloteaba de<br />

aquí para allá, en cubierta, como un pájaro fantasma.<br />

-Ya está, sir, bocineó Mr. Creighton desde popa.<br />

-¡All right!<br />

- Llevad las escuchas de foque, despacito.<br />

Levantad los manubrios, decía Mr. Baker atareado.<br />

Poco a poco se extinguieron los ruidos de pasos,<br />

de voces confusas y coloquios y los oficiales<br />

reunidos en popa discutieron los acontecimientos.<br />

Mr. Baker gruñía en el desarrollo de su pensamiento.<br />

Mr. Creighton rabiaba a pesar de su sangre fría<br />

aparente; pero el capitán Allistoun permanecía<br />

tranquilo y reflexivo. Escuchaba la dialéctica<br />

mezclada de gruñidos de Mr. Baker, mientras sus<br />

ojos fijos sobre cubierta sopesaban la cabilla de<br />

bronce que acababa de errar su cabeza, hacía un<br />

momento, como si en aquello residiera el único<br />

hecho tangible de toda la transacción. Era uno de<br />

esos comandantes que hablan poco, parecen no oír<br />

nada, ni mirar a nadie, y que lo saben todo, oyen el<br />

menor murmullo, disciernen cada sombra fugitiva de<br />

202


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

la vida y de su barco.<br />

La alta estatura de los oficiales dominaba su<br />

magra y corta silueta; se hablaban por sobre su<br />

cabeza, mostrando la turbación de su sorpresa, de su<br />

cólera, mientras que, entre ellos dos, un hombrecillo<br />

tranquilo, parecía sacar su serenidad taciturna de las<br />

profundidades de su vasta experiencia.<br />

Las luces ardían en el alcázar. De cuando en<br />

cuando una ráfaga de gritos y fanfarronadas barría la<br />

cubierta, mas pronto el vocerío perdíase en la noche,<br />

como si, inconscientemente, el barco deslizándose a<br />

través de la gran paz <strong>del</strong> mar dejara tras sí, para<br />

siempre, toda la locura y todo el rencor de la<br />

turbulenta humanidad.<br />

Pero recomenzaban a intervalos; gesticulaban,<br />

agitaban los brazos, babeantes de ira y mostrando,<br />

por la puerta iluminada, los <strong>negro</strong>s puños<br />

amenazadores.<br />

- Sí, convino el patrón, es odioso tener que sufrir<br />

semejante escándalo, sin provocación alguna.<br />

Un tumulto de gruñidos subió hacia la luz y cesó<br />

de pronto... No creía que aquello se agravara por el<br />

momento.<br />

<strong>El</strong> choque de una campana se dejó oír en popa;<br />

otra respondió desde proa con voz más grave y el<br />

203


JOSEPH CONRAD<br />

clamor <strong>del</strong> sonoro metal se extendió alrededor <strong>del</strong><br />

barco en un círculo de amplias vibraciones.<br />

¡Los conocía, sí! Después de tantos años...<br />

Otra clase de tripulaciones que esta, verdaderos<br />

hombres con quienes contar en los malos<br />

momentos, peores que demonios a veces, peores<br />

que todos los demonios <strong>del</strong> infierno... Pts.. ¿Esto?<br />

¡Nada! “Su maldita ferretería me ha errado por una<br />

pulgada al menos”, pensó.<br />

<strong>El</strong> timón se relevó como de costumbre.<br />

-¡Lleno y listo!, dijo muy alto el que partía.<br />

-¡Lleno y listo!, repitió el otro empuñando las<br />

manillas.<br />

- Es a ese viento de proa a lo que yo atiendo,<br />

gritó el patrón golpeando con el pie bajo el peso de<br />

una súbita cólera. ¡Viento de proa! ¿Todo lo demás,<br />

que importaba?<br />

Un segundo le devolvió la calma.<br />

- Vigílenlos esta noche, señores, que sientan que<br />

se les guarda en la mano... suavemente, se entiende...<br />

Usted, Mr. Creighton, cuidado con los juegos de<br />

puño. Mañana les hablaré como un tío de Holanda<br />

¡montón de quincalla! Podría contar los verdaderos<br />

marinos que hay entre ellos con los dedos de una<br />

sola mano.<br />

204


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

Se detuvo.<br />

-¿Usted ha creído que yo me equivocaba, parece,<br />

Mr. Baker?<br />

Se golpeó la frente con el dedo y sonrió.<br />

- Cuando lo he visto de pie allí, muerto a medias,<br />

con las tripas torcidas de miedo... <strong>negro</strong> entre los<br />

otros que abrían la boca mirándolo, sin fuerza para<br />

hacer frente a lo que nos espera a todos... me ha<br />

venido la idea de golpe... sin tiempo para<br />

reflexionarlo. Lo compadezco como, se compadece<br />

a un animal enfermó... Y he pensado que es mejor<br />

dejarlo acabar a su manera... Uno tiene sus<br />

impulsos... Jamás se me hubiera ocurrido que esos<br />

idiotas... En fin; asunto acabado. Ciertamente.<br />

Metió el pedazo de bronce en el bolsillo,<br />

avergonzado de esa expansión. Después, perentorio:<br />

- Si pillan ustedes a Podmore en sus ejercicios<br />

díganle que le haré meter bajo la bomba. Ya lo tuve<br />

que hacer, cierta vez. <strong>El</strong> hombre tiene crisis que se<br />

presentan de cuando en cuando... Buen cocinero,<br />

con todo.<br />

Se alejó rápidamente hacia la lumbrera. Los dos<br />

segundos le contemplaron estupefactos, a la luz de<br />

las estrellas. <strong>El</strong> descendió tres escalones, se detuvo, y<br />

habló con la cabeza a la altura de cubierta:<br />

205


JOSEPH CONRAD<br />

- No me voy a acostar esta noche, llámeme si...<br />

¿Ha visto usted los ojos de ese pobre <strong>negro</strong>, Mr.<br />

Baker? Parecía suplicarme... ¿qué? No hay nada que<br />

hacer... ¡infeliz! Solo en medio de todos nosotros,<br />

mirándome como si hubiese visto el infierno con<br />

todos sus demonios... ¡Miserable de Podmore, vea<br />

usted! Que muera en paz, al menos. Yo soy el amo<br />

aquí, después de todo. Digo lo que me place. Que se<br />

quede donde está... Y eso habrá sido quizá casi un<br />

hombre... ¡Vele usted con cuidado!<br />

Desapareció en las profundidades <strong>del</strong> barco,<br />

dejando a sus dos segundos contemplándose uno al<br />

otro, más impresionados que si hubiesen visto a una<br />

estatua de piedra verter una lágrima sobre las<br />

incertidumbres de la vida y de la muerte.<br />

<strong>El</strong> alcázar de proa parecía más grande que una<br />

gran sala, envuelto en la neblina gris de las espirales<br />

de humo de las pipas.<br />

Entre las vigas <strong>del</strong> techo deteníase una pesada<br />

nube y las llamas de las lámparas, nimbadas de un<br />

halo, ardían muertas, privadas de rayos, en el centro<br />

de una aureola violeta.<br />

Coronas de humo denso, ondulaban en anchos<br />

jirones. Los hombres están echados por tierra,<br />

sentados en posturas negligentes, o bien en pié con<br />

206


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

una rodilla doblada y el hombro apoyado en el<br />

tabique. Los labios se movían, brillaban los ojos, y al<br />

agitar los brazos abrían remolinos claros entre el<br />

humo.<br />

<strong>El</strong> murmullo de las voces parecía hacerse más<br />

compacto en lo alto, como incapaz de escapar<br />

rápidamente por las puertas estrechas. <strong>El</strong> cuarto de<br />

abajo, en camisa, y midiendo la habitación en<br />

pernetas, largas y blancas, parecía una manada de<br />

sonámbulos. Mientras que de tiempo en tiempo, uno<br />

<strong>del</strong> cuarto le arriba, entraba bruscamente,<br />

supervestido por contraste, escuchaba un segundo,<br />

echaba una rápida frase a la luz y se retiraba de<br />

nuevo; pero algunos permanecían cerca de la puerta<br />

como fascinados, con el oído atento a la cubierta.<br />

-¡Hay que mantenerse! ¡Hay que mantenerse,<br />

muchachos!, rugía Davis.<br />

Belfast trataba de hacerse entender. Knowles<br />

bromeaba cazurramente con aire asombrado. Uno,<br />

rechoncho, de espesa barba afeitada, preguntaba<br />

continuamente:<br />

-¿Quién tiene miedo? ¿Quién tiene miedo?<br />

Otro saltó sobre sus pica, fuera de al, lanzó un<br />

rosario de juramentos deshilvanados y se sentó<br />

tranquilamente. Dos discutían con familiaridad,<br />

207


JOSEPH CONRAD<br />

golpeándose el pecho por turno para apoyar sus<br />

argumentos. Otros tres, tocándose la frente de tan<br />

próximos, hablaban confidencialmente; era un<br />

tormentoso caos de discusiones, donde fragmentos<br />

ininteligibles flotaban zarandeados.<br />

Se oía:<br />

- Es mi último embarco...<br />

- ¿Y qué?<br />

- Dice que está mejor...<br />

- No importa...<br />

Donkin, un cuclillas contra el bauprés, las<br />

clavículas a la altura de las orejas, con su nariz<br />

ganchuda colgando hacia abajo, parecía un buitre<br />

enfermo, con las plumas revueltas.<br />

Belfast, con las piernas de aquí para allá, la cara<br />

roja en fuerza de gritar y los brazos levantados, se<br />

parecía a una cruz de Malta. En un rincón, los dos<br />

escandinavos, mudos y consternados, tenían el<br />

aspecto que se nota en los espectadores de un<br />

cataclismo. Y, más allá de la luz, Singleton, de pie en<br />

la humareda, monumental, con la cabeza alcanzando<br />

las vigas, semejaba la efigie de una estatua heroica en<br />

las sombras de una cripta. Dio un paso a<strong>del</strong>ante,<br />

imperturbable y vasto. <strong>El</strong> ruido cesó como se<br />

estrella una ola.<br />

208


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

Pero Belfast gritó aún, sacudiendo el aire con los<br />

brazos:<br />

-¡Os digo que se muere!<br />

Después, se sentó de golpe en el cuadro y se<br />

agarró la cabeza con las manos. Todos observaban a<br />

Singleton que se deslizaba desde los oscuros<br />

rincones de cubierta, volviendo las cabezas curiosas.<br />

Esperaban, ya tranquilos, como si aquel anciano<br />

que no miraba a nadie, poseyera <strong>del</strong> secreto de sus<br />

indignaciones y de sus turbados deseos, una visión<br />

más neta, un más claro deber. Y de pie en medio de<br />

ellos, tenía realmente el aspecto indiferente de un<br />

hombre que ha conocido multitudes de navíos, oído<br />

muchas voces semejantes, contemplado ya, todo lo<br />

que puede ocurrir sobre la extendida inmensidad de<br />

los mares. Oyeron su voz ronca en el pecho ancho,<br />

como si las palabras rodaran sobre sí mismas, en las<br />

profundidades de un áspero pasado.<br />

-¿Qué queréis hacer?, interrogó.<br />

Nadie respondió. Knowles balbuceaba:<br />

- Dua... Dua...<br />

Y otro dijo muy bajo:<br />

- Si no es vergonzoso...<br />

<strong>El</strong> esperaba; hizo un gesto despreciativo.<br />

-Yo he visto motines a bordo, cuando algunos de<br />

209


JOSEPH CONRAD<br />

vosotros no habíais nacido, dijo lentamente; los he<br />

visto, por cualquier cosa o por nada, pero nunca por<br />

algo parecido a esto...<br />

- Puesto que os he dicho que se muere, gimoteó<br />

lúgubremente Belfast, sentado a los pies de<br />

Singleton.<br />

-¡Y por un <strong>negro</strong>!... Yo los he visto morir como<br />

moscas.<br />

Se calló pensativo en el esfuerzo de recordar<br />

cosas siniestras... detalles horribles... hecatombes de<br />

<strong>negro</strong>s. Le miraban fascinados. Era lo bastante viejo<br />

para poder recordar los negreros, las mutilaciones<br />

sangrientas, los piratas quizá. ¿Quién podría decir a<br />

qué violencias y a qué terrores habría sobrevivido?<br />

-¿Qué vais a hacer?, continuó; es preciso que<br />

muera.<br />

Hizo una pausa; su bigote y su barba se agitaron.<br />

Mordía las palabras, murmuraba tras sus<br />

enmarañados pelos blancos, incomprensible y<br />

turbador como un oráculo tras sus velos.<br />

- Quedarse en tierra... hacerse el enfermo... En<br />

vez de eso... traernos ese viento de proa. Miedo... <strong>El</strong><br />

mar quiere su bien. Morirá a la vista de la tierra...<br />

siempre así.. ellos lo saben... largo viaje... más días,<br />

más libras... Quedaos tranquilos. ¿Qué os hace eso?<br />

210


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

No podéis nada.<br />

Pareció salir de un sueño.<br />

- Ni por vosotros ni por él. <strong>El</strong> patrón no es un<br />

tonto, tiene su idea; cuidado, os lo digo yo que le<br />

conozco.<br />

Con los ojos fijos ante sí, volvió la cabeza de<br />

derecha a izquierda como inspeccionando una larga<br />

fila de patrones astutos.<br />

- Ha dicho que me rompería la cabeza, gritó<br />

Donkin con tono desgarrador.<br />

Singleton dirigió la vista al suelo con aire de<br />

atención intrigada, como si no pudiese descubrirle.<br />

-¡Vete al diablo!, dijo renunciando.<br />

Emanaba de una inefable sabiduría, la<br />

indiferencia dura, el helado aliento de la resignación.<br />

A su alrededor el auditorio sentíase en cierto modo<br />

completamente esclarecido por la decepción misma;<br />

y hacían los gestos de comodidad despreocupada de<br />

los seres aptos para discernir el aspecto irremediable<br />

de sus existencias. <strong>El</strong>, profundo de inconsciente<br />

sabiduría, esbozó un movimiento con su brazo y<br />

salió a cubierta sin una sola palabra más.<br />

Belfast se abrumaba en profundas reflexiones,<br />

con los ojos redondos. Uno o dos marineros se<br />

levantaron, trepando a las camas altas y una vez<br />

211


JOSEPH CONRAD<br />

arriba suspiraron; otros se hundían de cabeza en las<br />

literas de pie plano, muy ligero, dándose vuelta<br />

inmediatamente, como una bestia, reintegrándose a<br />

su cueva.<br />

Crujía el raspar de un cuchillo arrancando la<br />

arcilla quemada. Knowles se reía.<br />

Davis dijo con tono de convicción ardiente:<br />

- Entonces, es que el patrón sabe lo que hace.<br />

Archie gruñó:<br />

- Bueno, y se acabó la historia.<br />

- Sí, y la mitad de nuestro cuarto de descanso<br />

perdido de puro gusto, gritó Knowles con tono de<br />

alarma.<br />

Después, reflexionando:<br />

- De todos modos, aún hay dos horas para<br />

dormir; más vale algo que nada, observó, presto<br />

consolado.<br />

Algunos trataban ya de dormir, y Charley,<br />

haciéndolo a pierna suelta, balbuceó algunas<br />

palabras arbitrarias con voz blanca.<br />

- Este condenado chico tiene lombrices, comentó<br />

doctamente Knowles bajo sus mantas.<br />

Belfast se levantó y se aproximó a Archie.<br />

- Fuimos nosotros quienes lo sacamos de su<br />

turno, ¿te acuerdas?, murmuró.<br />

212


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

-¿A quién?, preguntó el otro con humor en su<br />

semisueño.<br />

-Y pronto seremos nosotros mismos los que<br />

tendremos que balancearlo en el mar, continuó<br />

Belfast. Su labio inferior temblaba.<br />

-¿Balancear a quién?, dijo Archie.<br />

- Al pobre Jimmy.<br />

-¡Nos molesta!, repuso Archie brutalmente, sin<br />

convicción y metiéndose bajo las ropas. Todo pasa<br />

por su culpa y sin mí se hubieran asesinado hoy<br />

unos a otros aquí.<br />

- No es él, argumentó Belfast a media voz.<br />

- Yo lo he metido en la cama y te digo que no<br />

pesa más que un barril de conservas vacío, añadió<br />

con lágrimas.<br />

Archie lo miró de frente y se volvió hacia el muro<br />

con resolución. Belfast comenzó a errar por el<br />

alcázar mal iluminado como hombre que ha perdido<br />

su ruta. Pasó sobre Donkin, lo miró y dijo:<br />

-¿No te acuestas?<br />

Donkin levantó la cabeza en el colmo de la<br />

desesperación...<br />

- Ese puerco, hijo de ratero escocés me ha<br />

encajado una patada, gritó desde abajo con tono de<br />

desolación irreparable.<br />

213


JOSEPH CONRAD<br />

-Y ha hecho bien, coroló Belfast siempre<br />

deprimido. Tú has rozado la horca esta noche....<br />

ándate a jugar estos juegos... pero no alrededor de<br />

mi Jimmy; tú no lo has sacado de su turno. Abre el<br />

ojo, porque tengo idea que yo también te haré dar<br />

unas vueltas, se animaba, y si me meto... será a lo<br />

yankee, para romperte algo.<br />

Rozó ligeramente con el dorso de la mano lo alto<br />

<strong>del</strong> cráneo inclinado: Ten cuidado muchacho,<br />

concluyó con buen humor.<br />

¿Es que me venderéis?, preguntó con inquietud<br />

dolorosa.<br />

-¿Qué cosa... vender?, silbó Belfast retrocediendo<br />

un paso, te aplastaría ahora la nariz si no tuviese que<br />

cuidar a mi Jimmy. ¡Por quién nos tomas!<br />

Donkin se levantó y siguió con la vista la espalda<br />

de Belfast que desaparecía a empujones por la puerta<br />

entreabierta.<br />

En todas partes los hombres invisibles dormían y<br />

él, parecía sacar audacia y furor de la infinita paz que<br />

le rodeaba. Venenoso y escuálido en su traje de<br />

deshecho, con los ojos brillantes errando en torno<br />

suyo, como buscando algo que destrozar, sentía<br />

saltarle el corazón locamente en el pecho angosto:<br />

¡Dormían! Le hacían falta cuellos que retorcer, ojos<br />

214


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

que saltar con las uñas, caras que arañar. Sacudía un<br />

sucio par de puños huesosos hacia los pabilos<br />

quemados.<br />

- No sois hombres, gritó.<br />

- No se movió nadie.<br />

- No tenéis el coraje de un ratón. Su voz subía de<br />

tono, enronquecida. Wamibo sacó una cabeza<br />

alborotada y lo miró con ojos de loco.<br />

- Sois basura de barco, os he de ver podridos a<br />

todos antes de estar muertos.<br />

Wamibo parpadeaba sin comprender pero<br />

interesado. Donkin, sentándose pesadamente<br />

soplaba con fuerza a través de las narices<br />

estremecidas, chirreando y castañeteando los<br />

dientes, y, con la barba incrustada en el pecho,<br />

parecía cavar en su carne viva para extinguir su<br />

perverso, corazón...<br />

Aquella mañana, el “<strong>Narciso</strong>”, al alba de un<br />

nuevo día de su vida vagabunda, revistió un aspecto<br />

de suntuosa frescura, como la tierra en días de<br />

primavera. Las lavadas cubiertas, relucían, largas,<br />

espaciosas y claras. <strong>El</strong> sol oblicuo arrancaba a los<br />

cobres amarillos, una salpicadura de chispas,<br />

dardeando con sus rayos las pulidas barras: y las aisladas<br />

gotas de agua de mar olvidadas a lo largo de la<br />

215


JOSEPH CONRAD<br />

batayola, eran tan límpidas como las gotas <strong>del</strong> rocío<br />

y brillaban más que diamantes esparcidos. Las velas<br />

dormían mecidas por una brisa dulce. <strong>El</strong> sol subía<br />

solitario y espléndido en el cielo azul, viendo<br />

deslizarse un barco solitario por el mar azul.<br />

Los hombres se apretaban en tres hileras, bajo el<br />

gran mástil, ante la cabina <strong>del</strong> comandante. Se<br />

balanceaban: tenían expresiones indecisas, rastros<br />

pesados. A cada ligero movimiento, Knowles se<br />

inclinaba bruscamente <strong>del</strong> lado de la pierna corta;<br />

Donkin, detrás de todos, inquieto, y sobre aviso<br />

como un individuo que espera una emboscada,<br />

trataba de ocultarse.<br />

<strong>El</strong> capitán Allistoun salió de pronto. Marchó a lo<br />

largo <strong>del</strong> grupo. Era gris, flaco, alerta, rapado, bajo<br />

el sol, y duro como un diamante. Tenía la mano<br />

derecha en el bolsillo de su casaca, que acusaba <strong>del</strong><br />

mismo lado un objeto pesado. Uno de los marineros<br />

gargareó con solemnidad...<br />

-Yo no os he encontrado aún en falta, dijo el<br />

patrón deteniéndose de pronto. Les enfrentaba, y su<br />

4escrutadora mirada, parecía fijarse a la vez en cada<br />

uno de los veinte pares de ojos posados sobre los<br />

suyos. Tras él, el pesado Mr. Baker gruñía desde el<br />

fondo de su cuello de toro. Mr. Creighton, fresco y<br />

216


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

rozagante, con las mejillas color rosa, tenía un aire<br />

resuelto, presto a cualquier acontecimiento.<br />

- No me quejo de vosotros por el momento,<br />

continuó el patrón, pero yo estoy aquí para conducir<br />

este barco y para que cada marinero a bordo haga<br />

cumplidamente su trabajo. Si vosotros conocierais<br />

vuestro deber como yo conozco el mío, no habría<br />

desórdenes. Os habéis pasado la noche amenazando<br />

con que ya veríamos mañana. ¿Y bien? aquí estoy<br />

¿qué queréis?<br />

Esperaba paseándose a rápidos trancos. Los otros<br />

se bamboleaban en un pie o en otro; algunos<br />

echándose atrás los bonetes se rascaban la cabeza.<br />

¿Qué querían? Habían olvidado a Jimmy; solo en<br />

proa, en su cabina, luchando contra grandes<br />

sombras, sujeto a impúdicas mentiras y sonriendo al<br />

fin de su transparente, impostura. No, nada de<br />

Jimmy; no se le habría olvidado más, aunque<br />

estuviese muerto. Querían grandes cosas... y de<br />

pronto, todas las simples palabras que conocían, les<br />

parecieron perdidas, sin recurso en la inmensidad <strong>del</strong><br />

abrasador y vago deseo.<br />

Sabían que querían pero no encontraban cómo<br />

decirlo. Patearon en su sitio, balanceaban sus brazos<br />

musculosos, sus gruesas manos donde el alquitrán<br />

217


JOSEPH CONRAD<br />

bruñía los dedos deformados. <strong>El</strong> murmullo expiró.<br />

- Qué es ¿la comida?, preguntó el patrón, ya<br />

sabéis que la mitad de los víveres se perdió al pasar<br />

el cabo.<br />

Sobrevino un ofendido silencio. Lo sabemos sir,<br />

dijo un viejo oso barbudo.<br />

-¿Demasiado trabajo? ¿Por encima de vuestras<br />

fuerzas?, preguntó aún.<br />

Nosotros no queremos carecer de mundo, sir, y<br />

ese <strong>negro</strong>... comenzó Davis.<br />

-Basta, gritó el patrón. Permaneció un momento<br />

quieto, escudriñándoles; después, yendo<br />

agitadamente de nuevo de un lado a otro, comenzó<br />

a decirles fríamente con estallidos violentos,<br />

cortantes como la helada brisa de los glaciales mares<br />

que habían conocido su juventud: ¿Deciros lo que<br />

pasa? ¡Demasiado grande para vuestras botas!<br />

Vosotros os creéis asombrosos, conocéis la<br />

obligación a medias y hacéis a medias vuestro<br />

trabajo. ¡Y os parece mucho! Si hicierais diez veces<br />

mas, todavía no sería mucho!<br />

- Lo hacemos lo mejor que uno puede, gritó una<br />

voz sacudida de desesperación.<br />

-¡Lo mejor que podéis! Os dicen lindas cosas en<br />

tierra ¿verdad? Pero no os dicen que vuestro mejor<br />

218


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

no vale dos pitos... Yo sí os lo digo, vuestro mejor<br />

es menos que nada. ¿No podía hacer más? No, ya lo<br />

sé; basta, estoy harto.<br />

Amenazó con el dedo a la tripulación. En cuanto<br />

a ese hombre, levantó la voz, en cuanto a ese<br />

hombre, si saca la nariz a cubierta sin mi permiso, lo<br />

hago sujetar con cadenas.<br />

<strong>El</strong> cocinero le oyó desde proa, salió corriendo<br />

de la cocina con los brazos levantados al cielo,<br />

horrorizado, espantado no creyendo a sus oídos, y<br />

entró de nuevo. Hubo un momento de profundo<br />

silencio durante el cual un marinero de piernas<br />

arqueadas, apartándose gargajeó con decoro en el<br />

imbornal.<br />

Hay otra cosa, dijo el patrón, Esto:<br />

Dio un paso rápido y con un blando movimiento<br />

sacó la cabilla de hierro. <strong>El</strong> gesto, fue tan rápido que<br />

los <strong>del</strong> grupo retrocedieron. Les miraba fijamente y<br />

algunos rostros tomaron una expresión de asombro<br />

como si no hubiesen visto aquello jamas antes de<br />

ahora.<br />

<strong>El</strong> capitán lo levantó: Esto es asunto mío, yo no<br />

pregunto, pero vosotros sabéis lo que quiero decir;<br />

es necesario que esto vuelva a aquel <strong>del</strong> cual vino.<br />

Sus ojos se iluminaron de cólera. <strong>El</strong> grupo se<br />

219


JOSEPH CONRAD<br />

estremecía de malestar, apartaban los ojos de la<br />

cabilla; un embarazo una vergüenza les turbaba,<br />

como ante un objeto repugnante o escandaloso que<br />

chocara la <strong>del</strong>icadeza más vulgar y prohibido por la<br />

decencia, de mostrarse a pleno día. <strong>El</strong> patrón<br />

observaba atentamente:<br />

- Donkin, dijo con tono incisivo.<br />

Donkin se escondía tras uno u otro, pero ellos,<br />

mirando por encima <strong>del</strong> hombro se apartaban. Las<br />

filas abríanse ante él, y cerrábanse detrás, hasta que<br />

al fin apareció sólo ante el patrón como si hubiese<br />

surgido de la cubierta misma. <strong>El</strong> capitán Allistoun se<br />

aproximó. Tenían ambos la misma talla, el patrón le<br />

envolvió con la mirada terrible de sus pequeños ojos<br />

relucientes. Donkin parpadeaba.<br />

-¿Conoces esto?<br />

- No, no lo conozco, respondió titubeando pero<br />

descarado.<br />

- Eres; un perro. Tómalo, ordenó el patrón. Los<br />

brazos de Donkin parecían encolados a los muslos;<br />

permanecía con los ojos a quince pasos, como<br />

empatado en la parada.<br />

- Cójelo, repitió el patrón aproximándose un<br />

paso; sus alientos rozaban los rostros.<br />

- Cójelo, dijo aún el capitán con gesto de<br />

220


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

amenaza.<br />

Donkin se arrancó un brazo <strong>del</strong> flanco contra el<br />

cual lo apretaba.<br />

-¿Por qué me provoca?, murmuró con esfuerzo<br />

como si tuviera la boca llena de papilla.<br />

- Sino te reprimes... comenzó el patrón.<br />

- Donkin asió la cabeza como si fuera a huir, pero<br />

se quedó en su sitio teniéndola como un cirio.<br />

- Vuélvelo al sitio de donde lo sacaste, dijo el<br />

capitán con tono airado.<br />

Donkin retrocedió con los ojos desencajados.<br />

- Anda, pillo, o te ayudaré yo, gritó Mr. Baker,<br />

forzándolo a batirse en retirada, lentamente, ante<br />

una avanzada amenazante.<br />

- Se detuvo, trató de preservar su cabeza con el<br />

peligroso instrumento, en su puño levantado. Mr.<br />

Baker cesó de gruñir un momento.<br />

-¡Bien! “by Jove”, murmuró Mr. Creighton, con<br />

tono de conocedor.<br />

-¡No me toque!, gritó Donkin con fatiga.<br />

-Vete entonces. Ligero<br />

- No me toque o lo denuncio a la justicia.<br />

<strong>El</strong> capitán Allistoun dio un paso y Donkin y<br />

volviendo la espalda, corrió metros, después, se<br />

detuvo y por encima <strong>del</strong> hombro mostró los dientes<br />

221


JOSEPH CONRAD<br />

amarillos.<br />

- Más lejos, obenques de proa, mandó el capitán<br />

con el brazo extendido.<br />

-¿Vais a dejar que me castiguen así?, gritó Donkin<br />

a la tripulación taciturna que le observaba.<br />

<strong>El</strong> capitán marchó resueltamente hacia él. Escapó<br />

de nuevo de un bote, se hundió entre los obenques y<br />

se colocó violentamente la cabilla en su agujero.<br />

- Esto no acaba aquí, ya tendré mi desquite, gritó<br />

a todo el barco; después se eclipsó tras el mástil de<br />

mesana.<br />

<strong>El</strong> capitán Allistoun, dio media vuelta y se dirigió<br />

a popa, las facciones perfectamente tranquilas, como<br />

si hubiera olvidado ya el episodio. Los hombres se<br />

separan ante él, y no mira a nadie.<br />

- Esto bastará Mr. Baker. Haga descender el<br />

cuarto, dijo con calma. Y vosotros marineros,<br />

procurad marchar derechos en el futuro, añadió con<br />

voz igual. Siguió durante uno instantes, con<br />

pensativa mirada a la espalda de la tripulación que se<br />

alejaba impresionada.<br />

-¡La comida, mayordomo!, exclamó con tono<br />

aliviado, por la puerta <strong>del</strong> cuadro.<br />

- Me ha impresionado ¡uf! verle dar la cabilla a ese<br />

buena pieza, sir, observó Mr. Baker, hubiera podido<br />

222


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

partirle... prr... por la cabeza como una cáscara de<br />

huevo.<br />

-¡Oh, eso!, murmuró el patrón con el espíritu<br />

ausente. Extraños muchachos, continuó a media<br />

voz. La cuestión es tener aplomo. Sin embargo<br />

nunca puede decirse, en el día de hoy...<br />

Hace años, yo era joven entonces, durante un<br />

viaje a China, tuve una revuelta. Revuelta abierta,<br />

Baker. Eran sin embargo otros hombres. Yo sabía lo<br />

qué querían: cambalachear la mercadería y llegar a<br />

los vinos. Muy simple. Los encerramos durante<br />

cuarenta y ocho horas y cuando tuvieron su cuenta...<br />

como corderitos. Buena tripulación. Espléndida<br />

travesía. Como no se hace otra.<br />

Miraba al aire, en la dirección <strong>del</strong> vergas.<br />

-Viento de bolina, un día tras otro, dijo<br />

amargamente. ¿No tendremos nunca brisa favorable,<br />

este viaje?<br />

- Servido, Sir, dijo el mayordomo, apareciendo<br />

ante ellos como por magia, con una servilleta sucia<br />

en la mano.<br />

- Ah muy bien. Vamos, Mr. Baker; se ha hecho<br />

tarde con todas estas tonterías.<br />

223


JOSEPH CONRAD<br />

Una pesada atmósfera de opresora quietud<br />

invadía el barco. A la siesta, los hombres erraban,<br />

lavando sus bacacés y tendiéndolos a secar a las<br />

ráfagas poco prósperas, con una languidez<br />

meditativa de filósofos desengañados. Se hablaba<br />

poco. <strong>El</strong> problema de la vida, parecía demasiado<br />

vasto para los límites estrechos <strong>del</strong> lenguaje humano,<br />

y de común acuerdo, se recurría, para resolverlo, al<br />

gran mar que, desde el comienzo, lo había envuelto<br />

en su inmenso abrazo; al mar que todo lo sabe y<br />

revelaría a su hora, infaliblemente, a cada uno, la<br />

sabiduría escondida en todos los errores, la certeza<br />

agazapada en todas las dudas, el reino de la paz y la<br />

seguridad floreciendo más allá de las fronteras <strong>del</strong><br />

miedo y <strong>del</strong> dolor. En la confusa corriente de los<br />

pensamientos impotentes que se creaba y se movía<br />

224<br />

V


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

entre los hombres reunidos, emergía Jimmy,<br />

abriendo la superficie, forzando la atención, como<br />

una negra boya encadenada al fondo de un estuario<br />

fangoso. La mentira triunfaba. Triunfaba por la<br />

fuerza de la duda, de la idiotez, de la piedad, <strong>del</strong><br />

falso sentimiento. Nos impusimos el deber de acabar<br />

aquel triunfo por compasión e inconsciencia.<br />

Le obstinación de Jimmy en su actitud<br />

simuladora, ante la inevitable verdad, tomaba<br />

proporciones de colosal enigma, de manifestación<br />

grandiosa a fuerza de incomprensibilidad, forzando<br />

por momentos, un respeto maravillado, y para<br />

muchos, tenía también algo exquisitamente<br />

extravagante, el engañarlo así, hasta el final de su<br />

propia impostura. Su desconocimiento inopinado de<br />

la única verdad de la que todos, día a día, podemos<br />

convencernos, era tan turbadora como la extinción<br />

de una ley de la naturaleza. Se engañaba tan<br />

totalmente, que uno no podía librarse de sospecharle<br />

el acceso de algún saber sobrehumano. Era absurdo<br />

hasta el punto de parecer inspirado. Aparecía único<br />

y dotado de esa fascinación que sólo puede ejercer<br />

un ser fuera de la humanidad: sus degeneraciones,<br />

parecía echárselas ya, <strong>del</strong> otro lado de la fatal<br />

frontera. Se volvía inmaterial, como una aparición;<br />

225


JOSEPH CONRAD<br />

sus pómulos salían, la frente se aplastaba; el rostro se<br />

volvía hueco, manchado de sombras; y descarnada,<br />

la cabeza parecía un <strong>negro</strong> cráneo exhumado, en<br />

cuyas órbitas rodaran dos bolas móviles de plata.<br />

Nos desmoralizaba. Por su causa nos humanizamos,<br />

hasta el refinamiento, nos volvimos sensibles,<br />

complejos, decadentes hasta el exceso;<br />

comprendíamos la causa de sus disgustos,<br />

participábamos de sus repulsiones, de sus antipatías,<br />

de sus inquietudes, de sus farsas, como si<br />

sufriéramos de una civilización demasiado avanzada,<br />

ya podrida, sin puntos de partida, desde entonces,<br />

sobre el sentido de la vida. Teníamos el aire de<br />

iniciados en infames misterios; con gestos<br />

profundos de conspiradores, cambiábamos miradas<br />

llenas de cosas, palabras breves y significativas.<br />

¡Eramos inexplicablemente viles y estabamos<br />

satisfechos de nosotros mismos! Lo nombrábamos<br />

con gravedad, con emoción, con unción como si<br />

ejecutáramos un turno de pasapasa moral con vistas<br />

a una recompensa eterna.<br />

Respondíamos a sus más extravagantes<br />

aserciones, con un coro afirmativo cómo si él<br />

hubiese sido un millonario, un guardia o un<br />

reformista y nosotros una corte de ambiciosos<br />

226


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

zopencos. Si nos arriesgábamos a poner en duda sus<br />

palabras, era a la manera de obsequiosos sicofantes,<br />

a fin de que su gloria fuese aún realzada por el<br />

halago de nuestro disentimiento. Influía en la moral<br />

de nuestro mundo como si hubiese tenido el poder<br />

de distribuir honores, tesoros o suplicios; ¡él que no<br />

podía darnos nada más que su desprecio! Este era<br />

inmenso; parecía agrandar incesantemente a medida<br />

que su cuerpo se demacraba bajo nuestros ojos. Era<br />

la única cosa suya, por mejor decir, que daba una<br />

impresión de perennidad y de vigor. <strong>El</strong>la hablaba<br />

siempre por la eterna mueca de sus labios <strong>negro</strong>s,<br />

nos espiaba a través de la insolencia de sus grandes<br />

ojos, abultados como los de un crustáceo. Lo<br />

velábamos vigilantes. Nada en él se movía sino eso,<br />

como si él mismo dudara de su aplomo. <strong>El</strong> menor<br />

gesto, podía revelarle, (no podía ser distinto) su<br />

debilidad física y causarle un choque mental.<br />

Economizaba sus movimientos. Extendido a lo<br />

largo, con el mentón sobre el embozo en una<br />

especie de inmovilidad artera y circunspecta, sólo<br />

sus ojos erraban sobre los rostros, sus desdeñosos,<br />

agudos y tristes ojos. Fue en esa época cuando la<br />

abnegación de Belfast, al mismo tiempo que su<br />

pugnacidad, merecieron todos los sufragios. Sus<br />

227


JOSEPH CONRAD<br />

ratos libres los pasaba en la cabina de Jimmy; lo<br />

cuidaba, lo entretenía; dulce como una mujer con la<br />

alegría tierna de un viejo filántropo, y una atenta<br />

sensibilidad frente a su <strong>negro</strong> capaz, de dar celos a<br />

un cumplido tratante en <strong>negro</strong>s. Pero fuera de allí se<br />

mostraba irascible, sujeto a explosiones de<br />

malhumor sombrío, desconfiado y cada día más<br />

brutal a medida que sus disgustos aumentaban. Se<br />

conservaba entre lágrimas y puñetazos: una lágrima<br />

para Jimmy y un puñetazo para cualquiera que<br />

pareciera separarse de una escrupulosa ortodoxia en<br />

la manera de encarar el caso de Jimmy. Nosotros no<br />

hablábamos más que de eso. Hasta los dos<br />

escandinavos discutían la situación, pero con qué<br />

opinión lo ignorábamos, pues, peleaban en su<br />

idioma. Belfast, sospechando alguna irreverencia se<br />

creía en el caso de provocarles. Los otros tomaron<br />

espanto a su truculencia y en a<strong>del</strong>ante vivieron entre<br />

nosotros idiotizados, como una pareja de mudos.<br />

Wamibo no hablaba jamás inteligiblemente, pero ya<br />

no sonreía y parecía estar menos al corriente <strong>del</strong><br />

asunto que el gato de abordo, en consecuencia<br />

estaba a salvo. Además habiendo formado parte de<br />

la falange de salvadores de Jimmy apartaba de sí<br />

toda sospecha. Archie, silencioso en genera pasaba a<br />

228


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

veces hasta una hora charlando con Jimmy<br />

tranquilamente, con aire de propietario. A todo<br />

momento <strong>del</strong> día, y frecuentemente de la noche,<br />

podía verse un hombre sentado sobre el cofre de<br />

Jimmy. Por la tarde de seis a ocho, la cabina estaba<br />

repleta, y con un grupo atento estacionado a la<br />

puerta. Todos miraban al <strong>negro</strong>. Este, se hartaba <strong>del</strong><br />

calor de nuestra solicitud. Sus ojos brillaban irónicos<br />

y con voz débil nos reprochaba nuestra cobardía: “Si<br />

me hubieseis mantenido, a estas horas estaría de<br />

pie”. Nosotros bajábamos la cabeza. “Sí, pero si<br />

creéis que voy a dejarme meter los hierros para<br />

divertiros, caray, no... Esto de estar así acostado me<br />

arruina la salud... Pero a vosotros ¿qué?. Nosotros<br />

nos poníamos más avergonzados que si aquello<br />

hubiese sido verdad. Su magnífico impudor lo barría<br />

todo. No hubiéramos osado revelarnos. Pero la<br />

verdad es que tampoco queríamos. Lo que<br />

queríamos era conservarle la vida hasta el puerto,<br />

hasta el fin <strong>del</strong> viaje.<br />

Singleton como de costumbre se mantenía<br />

apartado, pareciendo despreciar los insignificantes<br />

episodios de una existencia rendida. Una vez<br />

solamente, vino de improviso, e hizo un alto en el<br />

umbral. Examinó a Jimmy en profundo silencio<br />

229


JOSEPH CONRAD<br />

como si deseara unir esa negra imagen a la multitud<br />

de sombras que poblaban sus viejos recuerdos.<br />

Nosotros estábamos intranquilos y durante un largo<br />

rato, Singleton permaneció allí como si viniera a<br />

hacer una visita de ceremonia o a contemplar un<br />

hecho notable. James Wait estaba perfectamente<br />

inmóvil sin consciencia aparente de la mirada que lo<br />

escrutaba, detenida sobre él y llena de atención.<br />

Había una atmósfera de reñida justa. Teníamos la<br />

tensión interior de hombres que asisten a una lucha<br />

representada. Al fin Jimmy con visible aprensión<br />

volvió la cabeza en la almohada.<br />

-Buenas noches, dijo con tono conciliante.<br />

-¡Hum!, respondió el viejo marino bruscamente.<br />

Y continuó un momento contemplándolo con<br />

serena fijeza, y, súbitamente se fue. Durante mucho<br />

rato después de su salida, nadie levantó la voz en la<br />

cabina, aunque respiráramos más libremente, como<br />

cuando se ha escapado de un peligro. Todos<br />

conocíamos las ideas <strong>del</strong> viejo, respecto a Jimmy y<br />

ninguno osaba combatirlas.<br />

Nos inquietaban, nos apenaban y lo peor era que<br />

en su ma, quizá eran justas. Una sola vez hala<br />

condescendido a exponerlas sin resistencia, pero<br />

guardábamos su recuerdo. Dijo que Jimmy era la<br />

230


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

causa de los vientos de bolina. Los moribundos,<br />

mantuvo, viven hasta tener la tierra a vista, después<br />

mueren; Jimmy sabía que la tierra sacaría a su alma el<br />

último suspiro. ¿No pasaba eso en todos los barcos?<br />

¿No lo sabíamos nosotros? Añadió con tono de<br />

austero desdén: ¿Entonces que era lo que sabíamos?<br />

¿De qué íbamos a dudar?<br />

<strong>El</strong> deseo de Jimmy ayudado por nosotros y por<br />

los sortilegios de Wamibo (un finlandés ¿no es<br />

cierto? ¡Muy bien!) conspiraba para retardar la<br />

llegada <strong>del</strong> barco. Hacía falta ser zotes estúpidos<br />

para no darse cuenta. ¿Quién había oído nunca<br />

hablar de tal sucesión de calmas y de vientos<br />

contrarios? Aquello no era natural...<br />

No convinimos; era extraño. Nos sentíamos<br />

incómodos. La frase vulgar: “Más días más dólares”<br />

no nos reconfortaba ya como otras veces, porque<br />

los víveres se acababan. Muchos se habían<br />

inutilizado al doblar el cabo; estábamos a media<br />

ración de galleta. Habíamos acabado los frijoles, el<br />

azúcar y el té hacía tiempo. La carne en conserva iba<br />

a faltar. Teníamos mucho café pero muy poco agua<br />

para hacerlo. Nos apretamos los cinturones un ojal y<br />

seguimos raspando, lustrando y puliendo el barco<br />

desde la mañana hasta la noche. Tuvo pronto el aire<br />

231


JOSEPH CONRAD<br />

de salir de un estuche, pero el hambre habitaba en él.<br />

No completamente el hambre, pero vivo y continuo<br />

el apetito, que mide el puente y duerme en la cabina,<br />

atormentando las vigilias y angustiando los sueños.<br />

Mirábamos <strong>del</strong> lado <strong>del</strong> viento, en busca de un<br />

cambio. A toda hora <strong>del</strong> día y de la noche,<br />

cambiábamos de amura con la esperanza que el<br />

viento llegara de ese lado. Nada. <strong>El</strong> barco parecía<br />

haber olvidado su ruta natal, corría de costado, proa<br />

al noroeste; proa al este; de aquí para allá,<br />

inconsciente, semejante a un ser tímido al pie de un<br />

muro. A veces como rendido a morir, rodaba<br />

languideciendo en la marejada espesa de un mar sin<br />

espuma.<br />

A lo largo de los mástiles balanceados, las velas<br />

golpeaban furiosamente el silencio sofocante de la<br />

calma. Molidos, con el estómago vacío y la garganta<br />

seca, comenzamos a creer a Singleton<br />

permaneciendo fieles, a pesar de todo, a nuestra<br />

comedia frente a Jimmy. Le hablábamos con<br />

alusiones regocijadas, alegres cómplices de un astuto<br />

designio, pero los ojos iban hacia el oeste, sobre la<br />

batayola, en busca de un signo de esperanza, de un<br />

signo de viento favorable, aunque su primer soplo<br />

trajera la muerte para el recalcitrante Jimmy.<br />

232


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

¡Tiempo perdido! <strong>El</strong> universo entero conspiraba<br />

con James Wait Las brisas juguetonas se levantaron<br />

soplando nuevamente <strong>del</strong> norte; el cielo permanecía<br />

como una mancha; y rodeando nuestra fatiga el más<br />

resplandeciente tocado por la brisa, se ofrecía<br />

voluptuoso al gran sol como si hubiese olvidado<br />

nuestra existencia y nuestro temor.<br />

Donkin atisbaba el buen viento, como los otros.<br />

Nadie sabía que veneno guardaba en su<br />

pensamiento. Estaba enflaquecido, como devorado<br />

de rabia interiormente ante la injusticia de los<br />

hombres y de la suerte. Ignorado de todos, no<br />

hablaba a nadie, pero su odio por cada uno, saltaba a<br />

la vista. <strong>El</strong> cocinero le servía de único interlocutor.<br />

Había persuadido al justo de que él, Donkin, era un<br />

ser calumniado y perseguido. De común acuerdo,<br />

ambos deploraban la inmoralidad de la tripulación.<br />

No podían existir peores criminales que nosotros,<br />

cuyas mentiras se unían para precipitar el alma de un<br />

pobre <strong>negro</strong> ignorante a la perdición eterna.<br />

Podmore, preparaba lo que tenía que cocer. Lleno<br />

de remordimientos, ensombrecido por el<br />

pensamiento que aderezando el alimento a tales<br />

pecadores, ponía en peligro su propia salud. “En<br />

cuanto al capitán, hace siete años que navegamos<br />

233


JOSEPH CONRAD<br />

juntos, decía, y no hubiera creído posible que<br />

semejante hombre... lo que es de nosotros... Vea<br />

usted... no hay que darle vueltas... Su buen sentido<br />

trastocado en un instante... Herido en pleno<br />

orgullo... Caen pruebas <strong>del</strong> cielo...”<br />

Donkin, sentado morosamente en el cofre <strong>del</strong><br />

carbón, balanceaba las piernas asintiendo. Pagaba en<br />

moneda de acatamiento servil el privilegio de<br />

sentarse en la cocina; aquel escándalo lo<br />

descorazonaba; compartía la opinión <strong>del</strong> cocinero;<br />

le faltaban palabras lo bastante severas para calificar<br />

nuestra conducta, y cuando en el calor de la<br />

reprobación se le escapaba un juramento. Podmore,<br />

a quien también le hubiera gustado jurar si sus<br />

principios no se lo impidieran, hacía como que no<br />

oía.<br />

Así es que Donkin si miedo a los reproches,<br />

maldecía por dos, mendigaba fósforos, robaba<br />

tabaco, permanecía horas, bien cómodo ante el<br />

fogón.<br />

Desde allí, podía oírnos en el otro lado <strong>del</strong><br />

tabique, hablar con Jimmy. <strong>El</strong> cocinero zarandeaba<br />

las cacerolas, golpeaba la puerta <strong>del</strong> horno,<br />

ronroneaba profecías de condenación para todos; y<br />

Donkin rebelde a toda noción religiosa, salvo a los<br />

234


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

fines de la blasfemia, escuchaba reconcentrado en su<br />

rencor, complaciéndose con ferocidad en las<br />

imágenes de infinito tormento, evocadas ante él,<br />

como los hombres se <strong>del</strong>eitan en las visiones<br />

malditas de crueldad, de venganza, de lucro y de<br />

poder.<br />

En las noches claras, el barco taciturno, bajo la<br />

deslumbrante luminosidad de la luna sin vida,<br />

revestía el embustero aspecto de una calma que no<br />

turbara pasión alguna, semejante a la que sufre la<br />

tierra durante el invierno. Una larga banda de oro<br />

cruzaba el disco <strong>negro</strong> <strong>del</strong> mar. Ecos de pasos<br />

turbaban el silencio de los puentes.<br />

<strong>El</strong> claro de luna se extendía como la escarcha y<br />

las blancas velas parecían conos resplandecientes,<br />

hubiérase dicho de purísima nieve. En la<br />

magnificencia de esos rayos fantasmas la<br />

embarcación aparecía como una visión de ideal belleza,<br />

maravillosa, como un tierno sueño de paz y de<br />

serenidad. Y nada parecía real; nada distinto ni<br />

sólido sino las pasadas sombras, que por los<br />

puentes, incesantes y mudas, se movían<br />

constantemente, más negras que la noche, más<br />

inquietas que el pensamiento.<br />

Ulcerado y solitario, Donkin erraba como una<br />

235


JOSEPH CONRAD<br />

hiena, entre las sombras, pensando que Jimmy<br />

tardaba demasiado a morirse. Aquel día, al<br />

anochecer, el vigía había dicho: Tierra, y el patrón al<br />

tiempo que ajustaba los tubos de su anteojo marino<br />

había hecho observar a Mr. Baker, con tono de<br />

tranquila amargura, que, tras haber luchado, pulgada<br />

a pulgada, contra los vientos de bolina para llegar a<br />

las Azores, no había ya que contar más que con un<br />

período de calma chicha. <strong>El</strong> cielo estaba claro, los<br />

barómetros altos. Con el sol, pasaron las brisas<br />

ligeras y un enorme silencio precursor de una noche<br />

sin viento descendió sobre las calientes aguas <strong>del</strong><br />

océano.<br />

Al despuntar el día, la tripulación reunida en<br />

proa, divisó bajo el cielo oriental la isla de Flores,<br />

que alzaba sus contornos irregulares y quebrados<br />

sobre el liso espacio <strong>del</strong> mar como una triste ruina<br />

sobre la soledad de un desierto.<br />

Era la primera tierra a vista desde hacía cuatro<br />

meses.<br />

Charley no se mantenía en su sitio, y entre la<br />

indulgencia general, se tomaba libertades con sus<br />

superiores. Los marinos exaltados sin saber por qué<br />

hablaban, en grupos alargando los brazos desnudos.<br />

Por primera vez durante la travesía, la ficticia<br />

236


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

existencia de Jimmy parecía olvidada, frente a<br />

palpable realidad. ¡Estábamos allí a pesar de todo!<br />

Belfast discurría citando casos extraordinarios de<br />

cortos regresos, en cuanto anunciaron la isla:<br />

- Las goletillas de naranjas se despachan en cinco<br />

días, afirmaba. ¿Con qué? Con un poco de buena<br />

brisa, eso es todo.<br />

Archie afirmaba que siete días eran el mínimum,<br />

y ambos discutían amigablemente con palabras<br />

injuriosas.<br />

Knowles afirmó que olfateaba ya el puerto<br />

haciendo una pesada vuelta sobre su pierna<br />

demasiado corta, y exponiéndose a romperse un<br />

costado. Un grupo de lobos de mar, con pelo gris,<br />

miró largo tiempo sin decir nada ni cambiar la<br />

expresión absorta de sus duras facciones. Uno dijo<br />

de pronto:<br />

- Londres no está lejos.<br />

- Mi primer día en tierra, pienso mandarme un<br />

bife con cebollas para comer.<br />

- Y una pinta de cerveza, dijo otro.<br />

- Un tonel, di ,exclamó alguien.<br />

- Huevos con jamón, y tres veces por día. ¡Así es<br />

como yo comprendo la vida!, gritó una voz alegre.<br />

- Hubo una confusión de murmullos<br />

237


JOSEPH CONRAD<br />

aprobadores, de ojos brillantes y mandíbulas que<br />

chocaban con risitas nerviosas. Archie sonreía a sus<br />

pensamientos, con reserva. Singleton subió al<br />

puente, echó una ojeada y bajó sin una palabra<br />

como persona que había visto Las Flores<br />

innumerables veces. La noche que avanzaba por el<br />

este, borró <strong>del</strong> límpido cielo la mancha violeta de la<br />

isla montañosa..<br />

- Calma chicha, dijo alguien tranquilamente.<br />

<strong>El</strong> murmullo animado de las conversaciones<br />

decayó súbitamente, extinguiéndose. Los grupos se<br />

deshicieron; los hombres separábanse uno a uno<br />

hacia las bordas, descendiendo las escalas con paso<br />

lento, el rostro serio, como helados por aquel<br />

recuerdo súbito que les marcaba su dependencia de<br />

lo invisible.<br />

Y cuando la gran luna amarilla subió lentamente<br />

sobre el filo neto <strong>del</strong> claro horizonte, encontró un<br />

barco envuelto en silencio y pareciendo dormir<br />

profundamente, sin sueños ni temores en el seno de<br />

un mar adormecido y terrible.<br />

Donkin malquería la paz, el barco, el mar que<br />

extendido en derredor se perdía en el ilimitado<br />

silencio de toda la creación. Se sentía bruscamente<br />

intimado por garras inquietas. Podían haberle<br />

238


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

vencido por la fuerza bruta, pero su dignidad herida<br />

permanecía indomable y nada podría cicatrizar las<br />

llagas de su amor propio lacerado.<br />

Y ya estaba ahí, la tierra, el puerto enseguida, una<br />

flaca cuenta que cobrar, nada de ropas, sería preciso<br />

volver a rodar... ¡Perspectivas desagradables!<br />

¡Tierra! La tierra que toma y bebe la vida y aquel<br />

<strong>negro</strong> provisto de dinero, de ropas y que no quería<br />

morir. La tierra bebía la vida...<br />

¿Era cierto? La tentación de verlo le mordió<br />

súbitamente. Quizá ya... Que suerte sería. Tenía<br />

dinero en el cofre de porquería. Saltó, alerta, de las<br />

sombras al claro de luna y en el mismo instante su<br />

hambrienta cara amarilla volvióse lívida. Abrió la<br />

puerta de la cabina. Un choque violento lo detuvo.<br />

Seguramente, Jimmy había muerto. Estaba inmóvil<br />

como una esfinge yacente, las manos juntas, en el<br />

hueco de una tumba de piedra. Donkin abrió los<br />

ojos ávidos que abrasaban. Entonces Jimmy sin<br />

moverse, parpadeó y Donkin recibió un choque de<br />

nuevo. Aquellos ojos impresionaban a cualquiera.<br />

Cerró tras sí la puerta con un cuidado minucioso y<br />

sin apartar de James Wait su mirada intensamente<br />

fija, como si hubiese entrado allí con gran peligro a<br />

revelar un secreto de sorprendente valor. Jimmy no<br />

239


JOSEPH CONRAD<br />

hizo un gesto, pero <strong>del</strong> ángulo de sus ojos se deslizó<br />

una mirada lánguida.<br />

-¿Calma?, pregunto.<br />

- Sí, dijo Donkin muy corrido, sentándose sobre<br />

el cofre.<br />

Jimmy respiraba con aliento igual. Estaba<br />

habituado a visitas análogas a cualquier hora <strong>del</strong> día<br />

o de la noche. Los hombres se sucedían. Llevaban<br />

voces claras, pronunciaban palabras alegres, repetían<br />

viejas historias, lo escuchaban: y al salir, cada uno<br />

parecía dejar tras si, un poco de su propia vitalidad,<br />

abandonar un poco de su propia fuerza en pago de<br />

la seguridad renovada de la vida que llevaba, de la<br />

vida indestructible. Nuestro paciente no gustaba de<br />

la soledad, porque sólo, no le parecía estar allí. No<br />

sentía nada. Ni dolor ni nada. Estaba perfectamente.<br />

Pero no gozaba de aquel bienestar, sino había allí<br />

alguien para hacerle sentirlo. Este lo haría tan bien<br />

como otro. Donkin lo observaba taimadamente.<br />

- Pronto llegaremos, ahora, hizo notar Wait.<br />

-¿Por qué te tragas las palabras?, preguntó<br />

Donkin con interés, ¿no puedes hablar más fuerte?<br />

Jimmy pareció contrariarse y no contestó,<br />

durante un rato; después, con voz blanca, inanimada<br />

y sin timbre:<br />

240


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

- No tengo necesidad de gritar. Tú no eres sordo,<br />

que yo sepa.<br />

- Claro, yo oigo tanto como cualquiera, respondió<br />

Donkin en voz baja, lo ojos fijos en el suelo.<br />

Pensaba ya en irse cuando Jimmy habló de nuevo.<br />

-Ya es tiempo de llegar. Cuestión de comer a su<br />

hambre... Yo siempre tengo hambre...<br />

Donkin sintió, subir de pronto la cólera.<br />

-¿Qué diré yo entonces?, silbó. Yo tengo hambre<br />

también, y encima trabajo. ¡Hambre tú!<br />

- Lo que es el trabajo no te matará, comentó Wait<br />

débilmente; ahí hay una pareja de galletas en la cama<br />

de abajo, coge una, yo no puedo comer.<br />

Donkin se hundió entre las dos literas, rebuscó<br />

en un rincón y apareció con la boca llena. Jimmy<br />

parecía dormir con los ojos abiertos. Donkin acabó<br />

su galleta y se levantó.<br />

-¿No te vas verdad?, preguntó Jimmy mirando al<br />

techo.<br />

- No, dijo Donkin bajo el golpe de un impulso<br />

súbito, y en lugar de salir calzó con la espalda la<br />

puerta cerrada. Miraba a James Wait, largo, flaco,<br />

desecado, la carne como calcinada sobre los huesos,<br />

en una hornada al blanco. Los dedos descarnados de<br />

una de sus manos se movían ligeramente al borde de<br />

241


JOSEPH CONRAD<br />

la litera ejecutando un aire que no acaba nunca.<br />

Mirarlo, irritaba y cansaba; podía durar aún días y<br />

días ese fenómeno qué no pertenecía<br />

completamente a la muerte ni a la vida, permanecía<br />

perfectamente invulnerable en su especial ignorancia<br />

de una y otra. Donkin se sintió tentado a aclararlo.<br />

-¿En qué piensas?, preguntó<br />

malintencionadamente. James Wait esbozó una<br />

sonrisa que paseó sobre su imposibilidad cadavérica<br />

y huesosa, algo incomprensible y espantoso, como<br />

visto en sueños, la sonrisa súbita en la cara de un<br />

muerto.<br />

- Hay una muchacha, susurró James Wait, una de<br />

Canton Steet... Ha plantado por mí al tercer<br />

mecánico de un barco de Rennie. Y sabe freír las<br />

ostras como a mí me agrada... dice que dejaría a<br />

cualquiera, por un gentleman de color. Ese soy yo.<br />

Yo soy amable con las damas, añadió más alto.<br />

Donkin escandalizado creía apenas a sus oídos.<br />

-¿Verdad? Para lo que harías... dijo sin disimular<br />

su disgusto.<br />

Wait no estaba ya allí para oírle. Se pavoneaba a<br />

lo largo <strong>del</strong> Est India Dock Rood, afable y fastuoso.<br />

“Es mi vuelta”, decía golpeando las puertas de vidrio<br />

con cerradura automática, y deteniéndose con<br />

242


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

soberbio aplomo en la luz <strong>del</strong> gas, sobre un<br />

escritorio de palisandro.<br />

-¿Entonces tú piensas poder bajar a tierra?,<br />

preguntó Donkin rabioso.<br />

Wait se estremeció despertándose.<br />

- Dentro de diez días, respondió aprisa .<br />

Y se reintegró a esas regiones de la memoria que<br />

no saben nada <strong>del</strong> tiempo. Se sentía sin fatiga,<br />

tranquilo, como retirado sano y salvo, de sí mismo,<br />

fuera de la espera de toda grave incertidumbre. En<br />

su lentitud, los momentos de su quietud absoluta se<br />

parecían a los minutos de la eternidad. Y se<br />

complacía de su quietud, entre la vivacidad de los<br />

recuerdos convertidos en mirajes de un indudable<br />

porvenir.<br />

No le importaba de nadie. Donkin sentía aquello<br />

vagamente, como un ciego, podría sentir en su<br />

noche el antagonismo fatal de todas las existencias,<br />

invisibles y deseadas.<br />

Sintió la necesidad de afirmar su importancia de<br />

destrozar y arrasar, de medirse con todo el mundo,<br />

en todo; desgarrar velos, arrancar máscaras,<br />

desnudar las mentiras, de cortarle toda huida...<br />

pérfido atractivo de la sinceridad. Rió burlonamente<br />

vomitando:<br />

243


JOSEPH CONRAD<br />

-¡Diez días! ¡Oh... bah!... ¡Tú estarás en el agua<br />

mañana a estas horas! ¡Diez días!<br />

Espero.<br />

-¡Oyes? ¡Qué me cuelguen si ahora mismo no<br />

pareces un muerto!<br />

Jimmy debió reunir sus fuerzas por que dijo casi<br />

fuerte:<br />

-Tú eres un puerco hediondo de mendigo y de<br />

embustero; todos te conocen.<br />

Se enderezó en su lecho, contra toda<br />

probabilidad, y con gran espanto de su visitante.<br />

Mas al instante, Donkin se recobró, estallando:<br />

¿Quién? ¿Quién? ¿Quién es el embustero? Eres<br />

tú, la tripulación, el capitán, todos. Yo no. ¿Quién?<br />

¿Quién eres tú?<br />

Se sofocaba de indignación.<br />

-¿Quién eres tú para hacerte el bravo?, repitió<br />

temblando de cólera. Agarra una, agarra una, dice,<br />

cuando él no se las puede comer. Voy a empujarme<br />

las dos, vas a ver, tú me lo impedirás, puede.<br />

Se hundió en la litera inferior, rebuscó un<br />

instante, y sacó a la luz otra galleta polvorienta. La<br />

levantó hasta Jimmy, y después mordió con desafío.<br />

-¿Y qué?, preguntó con tono de febril impudicia.<br />

Toma una, que dice. ¿Por qué no las dos? No. Soy<br />

244


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

un perro goloso. Una es bastante. Yo me agarro las<br />

dos. ¿Tú vas a impedírmelo? Ensaya a ver. ¿Qué<br />

esperas?<br />

Jimmy tenía las piernas abrazadas y escondía la<br />

cara entre las rodillas, la camisa le colgaba <strong>del</strong><br />

cuerpo, cada ángulo salía. Un jadeo espasmódico,<br />

estremecía de sacudidas repetidas su enflaquecida<br />

espalda.<br />

-¿No quieres? ¿No quieres? ¿Qué te decía yo?<br />

Prosiguió Donkin ferozmente. Tragó otro bocado<br />

con un esfuerzo que se aceleraba. <strong>El</strong> silencio<br />

desarmado <strong>del</strong> otro, su actitud reflejada lo<br />

exasperaban.<br />

-¡Estás muriéndote! Gritó ¿Quién eres tú para<br />

que uno te mienta, para que te sirvan en cuatro patas<br />

peor que a un maldito emperador? ¡Nadie! ¡No eres<br />

nadie!<br />

Gesticulaba con tal fuerza de convicción infalible<br />

que se sacudía de pies a cabeza, quedándose<br />

vibrando como una cuerda después de estirada.<br />

Jimmy se recobraba. Levantó la cabeza y se<br />

volvió bravamente hacia Donkin.<br />

Este, percibió su rostro extraño, desconocido,<br />

una máscara fantástica torcida de rabia y<br />

desesperación los labios se movían vivamente y<br />

245


JOSEPH CONRAD<br />

sones a la vez huecos, gimientes y sibilantes,<br />

llenaron la cabina con un vago murmullo<br />

amenazador, lastimero y desolado, como el lejano<br />

murmullo de un muerto que se levantara. Wait<br />

movía la cabeza, rodaba los ojos, negaba, maldecía,<br />

amenazaba sin que una palabra tuviera fuerza para<br />

franquear la mueca dolorosa de sus labios <strong>negro</strong>s.<br />

Aquello fue incomprensible y turbador, un borboteo<br />

de emoción, una frenética pantomima de palabra,<br />

tratando de obtener coses imposibles, imaginando<br />

oscuras venganzas. Donkin se calmó súbitamente,<br />

mudóse en vigilancia y acechó.<br />

-¿No puedes piar, eh? ¿Qué es lo que yo te decía?,<br />

dijo lentamente tras un instante de atento examen.<br />

<strong>El</strong> otro continuó sin lograr detenerse y hacerse<br />

entender sacudiendo la cabeza con pasión, con<br />

visajes, donde lucían por momentos, espantosos y<br />

grotescos, los relámpagos de sus grandes dientes<br />

blancos.<br />

Donkin como fascinado por la elocuencia y el<br />

furor mudo de aquel fantasma se aproximó,<br />

estirando el cuello por una curiosidad mezclada de<br />

desconfianza; y súbitamente, parecióle no percibir<br />

sino una sombra humana agachada allí con las<br />

rodillas en los dientes, al nivel de sus ojos<br />

246


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

escrutadores.<br />

-¿A quién? ¿A quién?, dijo.<br />

Parecióles asir la forma de algunas palabras, al<br />

azar, entre aquel balbucir continuo.<br />

-¿Qué, se lo dirás a Belfast? Es probable ¿Eres un<br />

nenito?<br />

Temblaba de rabia y de alarma.<br />

-¡Díselo a tu abuela! Tienes miedo. ¿Quién es más<br />

o menos para tenerle miedo al otro?<br />

<strong>El</strong> sentimiento apasionado de su importancia<br />

barrió un último resto de prudencia.<br />

-¡Di lo que quieras y que Dios te condene! ¡Habla<br />

si puedes! <strong>El</strong>los me han tratado peor que a un perro,<br />

tus puercos lame botas. Fueron ellos los que me<br />

empujaron par volverse contra mí enseguida. ¡Aquí<br />

no hay más hombres que yo! Patadas, puñetazos, eso<br />

es lo que yo he tenido y tú te reías, embetunador de<br />

<strong>negro</strong>s. Ya me las pagarás. ¡<strong>El</strong>los te daban su carne,<br />

su agua, tú me la pagarás a mí, buen Dios! ¿A mí<br />

quién me ha ofrecido un vaso de agua? <strong>El</strong>los te<br />

pusieron sus ropas aquella noche, y a mí, ¿qué me<br />

han dado?, con un pan en el hocico, los gorrinos...<br />

¡Habrá que ver! Tú me la pagarás con tu dinero. Voy<br />

a quitártelo dentro de un rato, en cuanto te hayas<br />

muerto, puerco esqueleto de inservible. ¡Ese es el<br />

247


JOSEPH CONRAD<br />

señor que yo soy!. Tú, tú eres... por falta de otro...<br />

una cosa: ¡Cadáver, anda!<br />

Apuntó a la cabeza de Jimmy con la galleta a la<br />

cual su mano se aferraba, pero no hizo más que<br />

destrozarla. <strong>El</strong> proyectil golpeó fuertemente el<br />

tabique, estallando como una granada de mano en<br />

fragmentos dispersos. James Wait como herido de<br />

muerte cayó de espaldas sobre la almohada. Sus<br />

labios cesaron de moverse y sus pupilas zozobrantes<br />

se inmovilizaron dirigidas hacia el techo con intensa<br />

fijeza. Donkin se sorprendió; se sentó de golpe<br />

sobre el cofre y miró al techo extenuado y lúgubre.<br />

Después de un momento murmuró entre dientes:<br />

- Muere, cerdo, pero muérete. Alguno va a<br />

entrar... Quisiera estar mamado... Dentro de diez<br />

días... las ostras...<br />

Levantó la cabeza y habló alto:<br />

- No hijo, acabado para ti... acabadas las malditas<br />

pécoras que frían ostras. ¡Qué es lo que eres! Por mi<br />

parte... Quisiera estar mamado... Yo te haré la escala<br />

corta allá arriba. Allí es donde irás, con los pies<br />

<strong>del</strong>ante, por la borda ¡Plaf! Y no te veremos más. Al<br />

agua... es para lo único que vales.<br />

La cabeza de Jimmy movióse ligeramente, echó a<br />

Donkin una mirada incrédula, desolada, implorante<br />

248


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

de niño a quien asusta la amenaza de ser encerrado<br />

solo y a oscuras.<br />

Donkin lo observaba desde el cofre, lleno de<br />

esperanza, y sin levantarse probó la cerradura.<br />

Cerrado.<br />

- Quisiera estar mamado...murmuró levantándose<br />

y tendiendo la oreja a un lejano ruido de pasos que<br />

llegaba <strong>del</strong> puente. Alguien bostezó<br />

interminablemente, detrás de la puerta y los pasos se<br />

alejaron, desiguales y perezosos.<br />

<strong>El</strong> corazón de Donkin, apaciguó sus pulsaciones<br />

y cuando dirigió de nuevo los ojos hacia la litera,<br />

Jimmy, miraba las viguetas pintadas de blanco.<br />

-¿Cómo te sientes ahora? Preguntó.<br />

- Mal, sopló Jimmy.<br />

Donkin volvió a sentarse paciente y resuelto.<br />

Cada media hora, las campanas se respondían<br />

sonoras de un extremo al otro <strong>del</strong> barco. La<br />

respiración de Jimmy era tan rápida que no podía<br />

seguírsela, tan débil que no se oía. Sus ojos<br />

aterrorizados parecían contemplar indecibles<br />

horrores, y veíase sobre su rostro cruzar la sombra<br />

de abominables pensamientos. De pronto con voz<br />

increíblemente fuerte y desgarradora sollozó:<br />

-“¡Por sobre la borda.... yo... Dios mío!”<br />

249


JOSEPH CONRAD<br />

Una crispación plegó a Donkin sobre el cofre.<br />

Miró sin gana. Las dos largas manos huesosas<br />

alisaban la manta de abajo a arriba como si él<br />

hubiera tratado de traerla toda bajo el mentón. Una<br />

lágrima, una gruesa lágrima solitaria se escapó <strong>del</strong><br />

ángulo de su ojo, y sin tocar la mejilla hueca, cayó<br />

sobre la almohada. En la garganta había un<br />

ronquido.<br />

Entonces Donkin, espiando el fin de aquel <strong>negro</strong><br />

odiado, sintió la opresión angustiosa de un gran<br />

disgusto, trituraba el corazón la idea que él mismo,<br />

algún día pasaría por aquello, igual quizá. Sus ojos se<br />

humedecieron. “¡Pobre infeliz!” murmuró. La noche<br />

parecíale oír pasar la marcha de los preciosos<br />

minutos. ¿Cuánto se prolongaría esa condenada<br />

historia? Seguramente demasiado. No pudo<br />

contener más; levantándose se aproximó a litera.<br />

Wait no se movía. Sus ojos tan sólo parecían vivir,<br />

mientras las manos continuaban el movimiento<br />

monótono que activaba una horrible e infatigable<br />

industria.<br />

Donkin se inclinó:<br />

- Jimmy, dijo muy bajo.<br />

No hubo respuesta, pero el ronquido calló.<br />

-¿Me ves?, preguntó temblando.<br />

250


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

<strong>El</strong> pecho de Jimmy se hinchó. Donkin apartando<br />

los ojos, juntó su oreja a la boca de Jimmy. Se oía<br />

algo como el roce de una hoja muerta arrastrada<br />

sobre la arena de la playa. Aquello tomó forma en<br />

algo así como:<br />

- Enciende... lámpara.. y... vete.<br />

Donkin, instintivamente, echó por sobre el<br />

hombro una ojeada llama muy alta; después, siempre<br />

sin mirar revolvió por la almohada en busca de la<br />

llave. La encontró presto y durante los minutos que<br />

siguieron se afanó, con mano incierta pero<br />

expeditiva, entre el contenido <strong>del</strong> cofre. Cuando se<br />

alzó su cara, por primera vez en la vida, estaba<br />

teñida de pálida rojez, quizá de triunfo.<br />

Evitando la mirada de Jimmy que no se había<br />

movido, deslizó la llave bajo la almohada.<br />

Volviéndose completamente de espaldas al lecho se<br />

puso en marcha hacia la puerta, como sí tuviese que<br />

andar una milla de camino. Con el segundo paso se<br />

dio en las narices. Asió el picaporte con<br />

precauciones, más en el mismo instante recibió la<br />

impresión irresistible de algo surgiendo a su espalda.<br />

Giró como si le hubiesen golpeado la espalda,<br />

justamente a tiempo de ver los ojos de Jimmy brillar<br />

súbitamente y extinguirse luego como dos lámparas<br />

251


JOSEPH CONRAD<br />

a arrasadas por un golpe tajante. Un hilo escarlata<br />

colgaba de la comisura de los labios al mentón.<br />

Había dejado de respirar.<br />

Donkin cerró la puerta tras sí, sin ruido y con<br />

firmeza. Hombres dormidos en montón bajo los<br />

capotes, formaban jorobas en el puente, evidenciado<br />

por cerros oscuros y deformes que parecían tumbas<br />

mal cuidadas. No habían hecho nada aquella noche;<br />

la ausencia de un marinero había pasado inadvertida.<br />

<strong>El</strong> permanecía inmóvil y confundido al encontrar el<br />

mundo exterior tal cual lo había dejado; todo estaba<br />

allí: el mar, el barco, los hombres dormidos, y se<br />

asombraba absurdamente, como si hubiese esperado<br />

encontrar los hombres muertos, las cosas familiares<br />

desvanecidas para siempre, como si, viajero de<br />

retorno tras muchos años, debiera ser chocado por<br />

los cambios sorprendentes.<br />

Se estremeció ligeramente en la frescura<br />

penetrante <strong>del</strong> aire y se apretó los brazos con aire<br />

abatido. La luna declinante se hundía tristemente el<br />

cielo occidental, como ajada por beso helado de una<br />

pálida aurora. <strong>El</strong> barco dormía y el mar inmortal<br />

extendíase a lo lejos inmensa y brumosa imagen de<br />

la vida reflejante sobre abismos sin luz;<br />

prometedora, ávida, inspiradora, terrible. Donkin le<br />

252


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

echó una mirada de desafío y se esquivó sin ruido<br />

como juzgándose maldito y expatriado por el<br />

augusto silencio de su soberanía.<br />

La muerte de Jimmy, después de todo cayó<br />

como una bomba. Hasta entonces ignorábamos la fe<br />

que habíamos prestado a sus ilusiones. Habíamos<br />

estimado sus probabilidades de vida tantas como la<br />

muerte de una vieja creencia sacudiría la base de<br />

nuestra sociedad. Un lazo común desaparecía: el<br />

poderoso, efectivo y respetable lazo de una mentira<br />

sentimental. Todo aquel día, con el espíritu ausente,<br />

trabajamos con la mirada llena de sospecha y el aire<br />

desengañado. En el fondo de nuestro corazón,<br />

pensábamos que Jimmy en ocasión de su partida<br />

habíase portado de modo pérfido y poco amistoso.<br />

No nos había sostenido como debe hacer un<br />

camarada. Se iba, se llevaba la sombra lúgubre y<br />

solemne donde nuestra locura se había posado con<br />

bien humana fatuidad, como árbitro enternecido de<br />

la suerte. Nosotros veíamos ahora que no había<br />

nada semejante. Aquello se reducía a estupidez<br />

vulgar, a la más idiota e ineficaz injerencia en los<br />

problemas de la más majestuosa gravedad, al menos<br />

si Podmore, decía la verdad, ¿Quizá tendría razón<br />

Podmore? Jimmy muerto, la duda sobrevivía; y<br />

253


JOSEPH CONRAD<br />

como una banda de ladrones, desintegrados por un<br />

golpe de gracia divina, permanecíamos<br />

profundamente escandalizados unos de otros.<br />

Algunos charlaban duramente de sus mejores<br />

compadres. Otros rehusaban hablar. Singleton fue el<br />

único que no se sorprendió:<br />

-¿Muerto, verdaderamente? ¡Pardiez!, dijo<br />

mostrando, a estribor, con el dedo, la isla, por un<br />

hueco, entre nosotros, porque la calma tenía siempre<br />

en vista Las Flores, desde el barco cautivo, por sus<br />

sortilegios. ¡Muerto, pardiez!<br />

No sería Singleton quien se sorprendiera. Allí<br />

estaba la tierra. Sobre el cuadro de proa, esperando<br />

al maestro velero, yacía el cuerpo. La cama y el<br />

efecto. Y por la primera vez en el viaje, el viejo<br />

marinero pareció vivaracho y locuaz, explicando e<br />

ilustrando gracias a las reservas de su experiencia,<br />

como en los casos de enfermedad, la vista de una<br />

isla (aunque fuese pequeña) es frecuentemente más<br />

funesta que la de un continente.<br />

Pero no podía decir la razón.<br />

Las exequias de Jimmy eran para las cinco y el día<br />

nos pareció interminable, tanto por la inquietud<br />

mental como por la molestia física.<br />

No tomábamos interés en el trabajo y éramos<br />

254


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

justamente regañados por ello. En nuestro estado<br />

crónico de irritación y escasez, aquello era<br />

intolerable. Donkin trabajaba con la cabeza atada<br />

por un trapo sucio, el rostro tan abatido que<br />

enternecía. Mr. Baker a la vista de esa paciencia tan<br />

adicta al dolor:<br />

- Chist, et, Donkin, deja el trabajo y anda a<br />

acostarte este cuarto. Tienes cara de enfermo.<br />

- Es verdad, sir, la cabeza, dijo el otro con aire<br />

extenuado y se largó.<br />

Muchos contrariados acusaron al segundo de<br />

estar “de lo más suave hoy”. Veíase sobre la tordilla<br />

al capitán Allistoun, mirando como se cubría el cielo<br />

el sudoeste, y enseguida corrió por los puentes la<br />

nueva de que el barómetro había comenzado a bajar<br />

esa noche y que dentro de poco tendríamos brisa.<br />

Esto por una sutil asociación de ideas, condujo a<br />

una violenta querella, sobre el punto de saber a qué<br />

hora exacta, había muerto Jimmy. ¿Era antes o<br />

después que el barómetro descendiera? Imposible<br />

saberlo, por lo que muchos gruñeron<br />

despectivamente.<br />

De pronto en la proa estalló un gran tumulto.<br />

<strong>El</strong> pacífico Knowles y Davis el afable, habían<br />

venido a las manos. La gente sin cuarto intervino<br />

255


JOSEPH CONRAD<br />

con fogosidad y durante diez minutos una terrible<br />

lucha se estableció alrededor de la escotilla donde a<br />

la móvil sombra de las velas el cuerpo de Jimmy<br />

envuelto en una sábana, yacía bajo la guardia <strong>del</strong><br />

lamentable Belfast desdeñoso de la pelea, en el<br />

exceso de su dolor.<br />

<strong>El</strong> rumor apaciguado, las pasiones pacificadas en<br />

un silencio feroz y descontento, se levantó cerca de<br />

la cabeza <strong>del</strong> cuerpo amortajado y alzando al cielo<br />

los dos brazos, gritó con tono de indignada tristeza:<br />

“Deberíais tener vergüenza...” Era verdad.<br />

Belfast tomó a pecho el disgusto. Dio prueba tras<br />

prueba de inextinguible abnegación.<br />

Fue él, y no otro, quien quiso ayudar al velero a<br />

ataviar los restos de Jimmy para su echada solemne<br />

al mar insaciable. Dispuso cuidadosamente los pesos<br />

alrededor de los tobillos: dos ladrillos y un viejo<br />

perno de ancla, algunos anillos partidos de cadenas<br />

de engranaje. Las arregló primero así luego asá.<br />

- Dios te bendiga, ¿no tienes miedo que se aplaste<br />

el talón?, dijo el maestro velero a quien aquel trabajo<br />

enervaba. Metía la aguja lanzando bufidos rabiosos,<br />

la cabeza entre el humo <strong>del</strong> tabaco, remendando<br />

pedazos de vela, cerrando las costuras, estirando la<br />

tela.<br />

256


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

Levanta los hombros... Tira hacia ti... La... a... a...<br />

¡alto!<br />

Belfast obedecía, tiraba, levantaba, anonadado de<br />

dolor, mojando de lágrimas el hilo alquitranado.<br />

- No aprietes demasiado la tela sobre su pobre<br />

cara, velero, imploró dolorosamente.<br />

- Para qué vas a hacerte bilis. <strong>El</strong> estará bien<br />

cómodo ahora, aseguró el otro cortando el hilo tras<br />

el último punto, exactamente a la altura de media<br />

frente. Enrolló el resto de la tela y guardó las agujas.<br />

-¿Por qué lo tomas tan a pecho?, preguntó<br />

Belfast bajó los ojos hacia el largo paquete de tela<br />

gris.<br />

- Fui yo quien lo sacó la otra vez, dijo sin querer<br />

alejarse. Si yo lo hubiera velado anoche, estaría, vivo<br />

para darme gusto... ¡pero estaba tan cansado!...<br />

<strong>El</strong> maestro velero dio una formidable chupada a<br />

su pipa y refunfuñó:<br />

- Cuando yo estaba... en las Antillas. La fragata<br />

“La Blanca”... fiebre amarilla... se cosían así... veinte<br />

hombres por día muchachos de Partimouth, de<br />

Devonfort, países, uno conocía a los padres, alas<br />

madres, a las hermanas... y no hacíamos caso. Y los<br />

<strong>negro</strong>s, como este... uno no sabe de dónde vienen.<br />

No tienen a nadie. Nadie los necesita... ¿A quién le<br />

257


JOSEPH CONRAD<br />

va a hacer falta?<br />

- A mí. Yo lo saqué la otra vez, gimió Belfast<br />

inconsolable.<br />

Sobre dos tablas colocadas juntas y la apariencia<br />

inmóvil y resignada bajo los pliegues de la Unión<br />

Yack, con borde blanco, James Wait transportado a<br />

proa por cuatro hombres fue depositado,<br />

suavemente, los pies en la dirección de la puerta de<br />

batería. Una marejada se levantó al oeste, y siguiendo<br />

los bandazos <strong>del</strong> barco, el pabellón rojo de<br />

morrona dardeaba sobre el cielo gris como una larga<br />

llama ardiente. Charley hacía sonar el vaso sobre la<br />

campana y cada oscilación hacía estribar todo el<br />

vasto semicírculo de aguas de acero, visibles de<br />

aquel lado, parecían alzarse ávidas, hasta la puerta de<br />

batería como impacientes de atrapar a Jimmy.<br />

Todos estábamos allí, salvo Donkin, demasiado<br />

enfermo para ello. <strong>El</strong> capitán y Mr. Creighton, con la<br />

cabeza descubierta sobre el frontón de la toldilla;<br />

Mr. Baker por orden <strong>del</strong> patrón que le había dicho<br />

gravemente: “Usted tiene más hábito que yo, de esas<br />

cosas”, salió de la puerta <strong>del</strong> cuadro. Andaba ligero,<br />

con un aire de embarazo, el libro de oficios en la<br />

mano. Todos los bonetes desaparecieron. Comenzó<br />

bajo, con su tono habitual de inofensiva amenaza,<br />

258


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

como si reprendiese discretamente, por última vez a<br />

aquel minero muerto a sus pies.<br />

Los hombres escuchaban por grupos, apoyados<br />

en la batayola baja y mirando el puente, el mentón<br />

en la mano, con las fisonomías pensativas, o los<br />

brazos cruzados, una rodilla ligeramente plegada, la<br />

frente baja, el cuerpo derecho en actitud de<br />

meditación. Mr. Baker continuaba gruñendo, reverenciosamente<br />

al volver cada página. La palabras<br />

<strong>del</strong> texto santo, por sobre el corazón inconstante de<br />

los hombres, se alejaban errantes, sin asilo, sobre el<br />

desierto de olas impías y James Wait antes crítico<br />

elocuente, que ya no hablaba, yacía inerte bajo el<br />

murmullo ronco de amenazas y esperanzas.<br />

Dos hombres, esperaban preparados, las<br />

palabras que han enviado a tantos de nuestros<br />

hermanos a su última zambullida. Mr. Baker<br />

comenzó el pasaje: “Atención”, dijo el<br />

contramaestre entre dientes. Mr. Baker leyó “En las<br />

profundidades", e hizo una pausa. Los hombres<br />

levantaron la extremidad de las tablas vecinas al<br />

puente, el contramaestre con una vuelta de mano,<br />

quitó a Unión Yack, pero James Wait no se movió.<br />

“Más alto” gruñó el contramaestre colérico. Todas<br />

las cabezas se habían alzado, un malestar general nos<br />

259


JOSEPH CONRAD<br />

crispaba, pero James Wait no parecía tener intención<br />

de marcharse. Muerto y bajo el sudario que lo<br />

envolvía, parecía aún aferrarse al navío con una<br />

obstinación de miedo, sobreviniéndole, a sí mismo.<br />

-¡Mas alto, arriba! Silbó la voz rabiosa <strong>del</strong><br />

contramaestre.<br />

- No quiere, balbuceó uno de los hombres<br />

temblando, y ambos parecieron a punto de<br />

abandonarlo todo.<br />

Mr. Baker esperaba, el rostro sepultado en el<br />

libro, y cambiando los pies de sitio con un<br />

movimiento nervioso. Todos teníamos un aire<br />

completamente descompuesto. De en medio de los<br />

hombres subió un rumor débil, como un bordonear<br />

que ganara volumen.<br />

-¡Jimmy!, gritó Belfast, con tono de lamento...<br />

-¡Jimmy, sé hombre!, conjuró su voz aguda<br />

apasionada.<br />

Todas las bocas babeaban, no se movía un<br />

párpado. Los ojos de Craik salían de las órbitas, todo<br />

su cuerpo estaba crispado; se echó hacia a<strong>del</strong>ante<br />

como si se curvara por la fascinación <strong>del</strong> horror.<br />

- Anda, gritó sacudiendo el brazo tendido hacia<br />

a<strong>del</strong>ante, Anda Jimmy... Jimmy... ¡Anda!<br />

Sus dedos tocaron la cabeza <strong>del</strong> cadáver y el fardo<br />

260


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

gris se movió después de golpe, desapareció a lo<br />

largo de las tablas inclinadas con la rapidez de un<br />

relámpago.<br />

La tripulación, cómo un solo hombre dio un paso<br />

a<strong>del</strong>ante Un ¡Ah!... profundo vibró desde el fondo<br />

de los anchos pechos. <strong>El</strong> barco rodó como libre de<br />

una carga legítima. <strong>El</strong> velamen golpeó. Belfast,<br />

sostenido por Archie pataleaba histéricamente; y<br />

Charley que quería ver a Jimmy dar el último<br />

chapuzón se precipitó a la barandilla, llegando<br />

demasiado, tarde para ver, nada más que en el agua<br />

ligeramente arrugada un círculo que se ensanchaba<br />

hasta borrarse.<br />

Mr. Baker, sudando, recitó la última plegaria en<br />

un profundo sobreexcitado de su voz y entre el<br />

golpear de las velas. “Amén” concluyó con un<br />

gruñido mal seguro y cerró el libro.<br />

-¡Bracead el cuadro!, atronó una voz sobre él.<br />

Todo el mundo se sobresaltó, dos o tres gorros<br />

cayeron al puente.<br />

- <strong>El</strong> viento se levanta, dijo el capitán, bracead el<br />

cuadro a prisa.<br />

Mr. Baker se metió el libro en el bolsillo...<br />

-¡A proa, vosotros! ¡largad la amarra de mesana!,<br />

exclamó alegremente con la cabeza, descubierta y<br />

261


JOSEPH CONRAD<br />

animado. ¡A la verja de trinquete, los de estribor!<br />

-¡Buen viento! ¡Buen viento!, gritaban los<br />

hombres corriendo a la maniobra.<br />

-¿Qué decía yo?, refunfuñaba el viejo Singleton<br />

añadiendo un gesto enérgico y vivo, una espiral de<br />

cable tras otra en un montón de cuerda a sus pies;<br />

yo lo sabía. Se ha ido, y ya tenemos brisa.<br />

Llegó con el ruido de un suspiro poderoso,<br />

descendiendo de las alturas. Las velas se hincharon,<br />

el barco tomó aire y el mar, despierto comenzó a<br />

murmurar con voz soñolienta canciones de regreso<br />

en el oído de los marineros.<br />

Aquella noche, mientras el barco corría<br />

espumando, hacia el norte, ante la fresca brisa, el<br />

carpintero, solazó su corazón en el cuadro de los<br />

oficiales marineros.<br />

- Ese muchacho, no nos dio más que disgustos<br />

desde que puso el pie a bordo. ¿Se acuerdan ustedes,<br />

aquella noche, en Bombay? Después de haber<br />

insultado de alto a bajo a esta tripulación de pollos<br />

mojados, y de haberse insolentado con el viejo,<br />

tuvimos que hacer los idiotas en el barco medio<br />

hundido por salvarle la vida. Por él todavía, un<br />

comienzo de revuelta y encima el segundo que me<br />

ha propinado una reprimenda como un ladrón<br />

262


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

porque me olvidé de engrasar las tablas... sin contar<br />

con que yo, lo había hecho... “pero podías haberte<br />

fijado en no dejar una punta de clavo afuera eh,<br />

Maestro Viruta”<br />

-Y eso arriba de largarme al agua todas mis<br />

herramientas por él, como a un aprendiz el<br />

carpintero refunfuñó con tono moroso y ahora,<br />

añadió con rencor que duraba hasta el fin.<br />

- En la escuadra, en China me acuerdo una vez<br />

que el almirante me dijo así... comenzó el velero.<br />

Una semana más tarde el “<strong>Narciso</strong>” surcaba<br />

aguas de La Mancha.<br />

Bajo sus alas blancas rozaba el mar azul como un<br />

gran pájaro cansado que se posa sobre su nido. Las<br />

nubes viajaban con la perilla de sus mástiles; veíanse<br />

sus masas blancas levantarse en la proa, llegar de un<br />

vuelo hasta el cenit y continuar su fuga, escapando<br />

por la amplia curva <strong>del</strong> cielo y precipitarse de cabeza<br />

en las olas; nubes más rápidas que el navío, también<br />

más libres, y que no se esperan en ningún puerto. La<br />

costa para darle la bienvenida, llegó hasta él en el sol.<br />

Las altas rocas, mostraban en el mar sus<br />

promontorios soberanos, las anchas bahías sonreían<br />

de luz, las sombras de las nubes errantes, corrían a lo<br />

largo de las planicies sobradas, saltando los valles,<br />

263


JOSEPH CONRAD<br />

trepando ágiles, a las colinas, rodando en las<br />

vertientes y el sol las perseguía con jirones de<br />

claridad. Sobre él, el frente de las sombrías rocas, los<br />

blancos faros, resplandecían en columnas de luz. La<br />

Mancha centelleaba como un manto azul, tejido con<br />

hilos de oro y que estelaba la plata <strong>del</strong> mar<br />

cabrilleante. <strong>El</strong> “<strong>Narciso</strong>” volaba pasando cabos y<br />

bahías. Otros barcos en marcha contraria, cruzaban<br />

la ruta, dando de banda, los mástiles desnudos por<br />

la lucha arrasante con el áspero sudoeste. Y cerca de<br />

tierra, un rosario de vaporcillos humeantes,<br />

roncaban, apretando la costa, como una emigración<br />

de monstruosos anfibios, desconfiados de las olas<br />

turbulentas. De noche, las altas tierras retrocedían,<br />

mientras las bahías avanzando formaban un muro de<br />

tinieblas. Las luces de la tierra se mezclaban a las <strong>del</strong><br />

cielo; y dominando las linternas zarandeadas de una<br />

flotilla de pesca, un gran faro elevaba su ojo fijo<br />

semejante al enorme fanal de fondeadero de algún<br />

barco fabuloso. Bajo su igual claridad, la costa cuya<br />

línea derecha se borraba en la noche, parecía la<br />

borda alta de un navío colosal, inmóvil sobre el mar<br />

inmortal y sin frenos. La sombría tierra mecía su<br />

soledad, en medio de las aguas como un barco<br />

costelado, que llevase el peso de millones de vidas,<br />

264


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

cargado de escarios y de joyas, de oro y de acero. Su<br />

mole descansaba inmensa y fuerte como una torre,<br />

guardiana de tradiciones sin precio y de dolores sin<br />

historia, asilo de recuerdos gloriosos, de olvidos<br />

degradantes, de innobles virtudes y de rebeliones<br />

sublimes. ¡Venerable embarcación! Durante siglos, el<br />

océano golpeó sus flancos, anclado allí desde los<br />

tiempos en que el mundo, más vasto, tenía más<br />

promesas, y en que el mar potente y misterioso, no<br />

comerciaba la gloria y el botín de sus audaces hijos.<br />

Barco histórico, madre de flotas y naciones, gran<br />

barco almirante de la raza, más fuerte que las<br />

tempestades y con el ancla en plena mar.<br />

<strong>El</strong> “<strong>Narciso</strong>” , inclinado por las rachas dobló el<br />

South Foreland, atravesó las dunas, y, remolcado<br />

entró al río. Despejado de la gloria de sus alas<br />

blancas, seguía dócil al remolcador, a través de los<br />

meandros de canales invisibles. Los barcos de carga<br />

a su paso, oscilan en sus amarras, pareciendo, un<br />

instante, huir prestamente con el flujo, quedaban<br />

después, atrás distanciados, perdidos. Las gruesas<br />

boyas en punta de los barcos de hierro, se deslizaban<br />

al ras de la corriente, vueltas a su sitio, atormentaban<br />

las cadenas como perros furiosos. La tierra se<br />

aproximaba al barco. Este, remontó el río sin<br />

265


JOSEPH CONRAD<br />

desviarse de su ruta. Sobre las pendientes ribereñas<br />

las casas, aparecidas por grupos rodaban por los<br />

declives <strong>del</strong> terreno, hubiérase dicho que por verle<br />

pasar, y, detenidas por la greva de limo se<br />

amontonaban sobre las verjas.<br />

Más lejos, viéronse las altas chimeneas de una<br />

usina, banda insolente que lo veía acercar, como una<br />

multitud de esbeltos gigantes, bajo su <strong>negro</strong> penacho<br />

de humo caballerescamente inclinado. Tomó dócil y<br />

desenvuelto, las curva <strong>del</strong> estuario. Una brisa impura<br />

gritó su bienvenida entre las berlingas desnudas y la<br />

tierra cerrada se interpuso entre el barco y el mar.<br />

Una nube baja se suspendió ante él, una gran<br />

nube opalina y temblorosa que parecía subir<br />

formada <strong>del</strong> sudor de la frente de millones de<br />

hombres. Grandes bandas de vapor, humosas, lo<br />

salpicaban de rastros lívidos, palpitaba al latir de<br />

millones de corazones y exhalaban un murmullo<br />

intenso, lamentable, el murmullo de infinitos labios,<br />

rogando, maldiciendo, suspirando, o riendo, el<br />

eterno murmullo de locura, de deseo de esperanza,<br />

que se eleva de las multitudes de la tierra ansiosa. <strong>El</strong><br />

“<strong>Narciso</strong>” entró en la nube; las sombras se espesaron;<br />

en todas partes se oía ruido de hierros,<br />

choques poderosos, gritos, hululeos... Los chalanes<br />

266


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

<strong>negro</strong>s, derivaban desconfiados sobre la corriente<br />

poluta. Un caos loco de paredes sucias de hollín se<br />

enderezaban vagamente entre el humo<br />

desconcertante y fúnebre como una visión de<br />

desastre. Los remolcadores soplaban con rabia,<br />

pasaban y arrastraban por la corriente el barco hasta<br />

dejarlo en las puertas <strong>del</strong> depósito. Amarras<br />

arrojadas. De proa. Dos silbaban golpeando la tierra<br />

con cólera como una pareja de serpientes. Ante<br />

nosotros, un puente se abrió en dos, como por<br />

encantamiento, y gruesos cabrestantes hidráulicos se<br />

pusieron a girar como animados por una sospechosa<br />

y misteriosa magia. <strong>El</strong> barco avanzó a lo largo de<br />

una estrecha corriente de agua, entre dos muros de<br />

granito, y los hombres lo retenían con cuerdas,<br />

marchando a su altura sobre las anchas losas. Un<br />

grupo impaciente, aguardaba a los lados <strong>del</strong> puente<br />

desaparecido: descargadores con casquete,<br />

ciudadanos de cara amarilla, bajo los sombreros de<br />

pelo, chicos raquíticos, fascinados, con grandes ojos<br />

abiertos. Un carricoche, llegando al trote<br />

traqueteando de su jaca se detuvo bruscamente.<br />

Una de las mujeres gritó al barco silencioso. “¡Hola<br />

Jack!” sin mirar a nadie en particular, y todos<br />

levantaron los ojos hacia ella desde el alcázar de<br />

267


JOSEPH CONRAD<br />

proa.<br />

-¡Atención, atrás! ¡Cuidado el cable! gritaron los<br />

carenadores pegados sobre los bordes de piedra.<br />

La multitud murmuraba, pateaba en su sitio.<br />

¡Largad las amarras de acá! Largad, entonó un<br />

viejo de mejillas rojizas de pie sobre el puerto. Las<br />

guindaleras cayeron al agua pesadamente, golpeando<br />

el casco, y el “<strong>Narciso</strong>” entró en el depósito. Las<br />

bargas de piedra se retiraban a derecha e izquierda<br />

en línea recta cerrando un espejo oscuro y<br />

rectangular. Altos muros de ladrillo se alzaban sobre<br />

el agua, muros sin alma, acribillados de cientos<br />

de ventanas, tan oscuras y pesadas como ojos de<br />

brutos satisfechos.<br />

A sus pies, monstruosas grúas de acero cuyos<br />

largos cuellos balanceaban la cadena, suspendíanse<br />

de ganchos de aspecto feroz, sobre las cubiertas de<br />

los barcos inmóviles. Un ruido de ruedas sobre el<br />

suelo, el choque sordo de pesados cuerpos que caen,<br />

el tintineo de las cabrias afichadas, el chirrear de las<br />

cadenas forzadas flotando en el aire. Entre las altas<br />

fábricas, el polvo de todos los continentes se pasaba<br />

en pequeños remolinos; y un olor penetrante de<br />

perfumes y desperdicios, de especias y de piel, de<br />

cosas costosas y de cosas inmundas, invadía todo<br />

268


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

aquel espacio, le creaba una atmósfera preciosa y<br />

repugnante.<br />

<strong>El</strong> barco había cesado de vivir. Un tipo con<br />

sobretodo <strong>negro</strong> y galera alta trepó con agilidad y<br />

avanzó hacia el oficial, le dio la mano y dijo: ¡Hello<br />

Herbert!<br />

Era su hermano. Una dama apareció de pronto;<br />

una verdadera señora con traje <strong>negro</strong> y sombrilla.<br />

Parecía prodigiosamente elegante en medio de<br />

nosotros y más extraña que si acabara de caer <strong>del</strong><br />

cielo. Mr. Baker se llevó la mano a la gorra al verla.<br />

Era la mujer <strong>del</strong> patrón. Y bien pronto el capitán, de<br />

punta en blanco, con una camisa como la nieve,<br />

descendió a tierra en su compañía. Nosotros no lo<br />

reconocimos hasta que volviéndose, habló desde el<br />

puerto a Mr. Baker:<br />

“Acuérdese de subir los cronómetros mañana por<br />

la mañana”<br />

Una cuadrilla sospechosa de vagos con ojos<br />

inquietos, erraba por el alcázar de proa, en busca de<br />

una mano que dar, según decían.<br />

- Más probable es que busquen algo que pillar,<br />

comentó Knowles con humor... Pobres<br />

desgraciados... ¡Qué importaba! Habíamos llegado.<br />

- Pero Mr. Baker agarró a uno de ellos que se<br />

269


JOSEPH CONRAD<br />

había insolentado y aquello no encantó. Todo nos<br />

encantaba.<br />

- Ya he terminado, atrás Sir, gritó Mr.<br />

Creighton.<br />

-No hay más agua en el sumidero, anunció por<br />

última vez el carpintero con una sonda en la mano.<br />

Mr. Baker echó una ojeada a lo largo de las<br />

cubiertas, a los impacientes grupos a lo alto de la<br />

arboladura:<br />

- Ya está la cuenta, muchachos, gruñó. La travesía<br />

había acabado.<br />

Los rollos de colchones salían volando sobre la<br />

batayola, los cofres atados se deslizaban a lo largo<br />

<strong>del</strong> pasamano, no había nada de unos o de otros.<br />

<strong>El</strong> resto se balancea a lo largo <strong>del</strong> Cabo, explicó<br />

Knowles enigmáticamente a un vago de puerto,<br />

amigo reciente.<br />

Los marineros corrían, se llamaban unos a otros,<br />

conminando a los desconocidos para que les<br />

ayudasen; luego con un decoro súbito se<br />

aproximaban al segundo para tomar licencia y<br />

desembarcar.<br />

- Adiós, Sir, repetían con entonaciones variadas.<br />

Mr. Baker estrechaba las duras palmas, un<br />

gruñido amistoso para cada uno, una chispa jovial en<br />

270


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

los ojos,<br />

-Ten cuidado de tu dinero Knowles, si cuidas no<br />

tardarás en encontrar una mujercita.<br />

<strong>El</strong> cojo resplandecía.<br />

- Adiós Sir, dijo Belfast con emoción, triturando<br />

la mano <strong>del</strong> segundo y levantando hacia él los ojos<br />

arrasados. Yo creí desembarcarle conmigo...<br />

continuó quejumbroso; Mr. Baker sin comprender<br />

dijo bondadosamente:<br />

- Buena suerte, Craik.<br />

- Y desamparado, Belfast franqueó a la batayola,<br />

curvado bajo la soledad de su duelo.<br />

Mr. Baker, en la paz súbita que envolvió al barco,<br />

rodó solo y gruñendo, probando los picaportes,<br />

hundiéndose en los rincones oscuros, jamás<br />

contento, ¡mo<strong>del</strong>o de oficiales! Nadie lo aguardaba<br />

en tierra. La muerta; el padre y los hermanos,<br />

pescadores de Yarmouth, perdidos juntos en el<br />

Dagger-Mank; una hermana casada, mal, en su<br />

opinión. Una verdadera dama. Casada con el sastre<br />

principal, político influyente de una villita, el cual no<br />

juzgaba su cuñado marino <strong>del</strong> todo “respetable”.<br />

“Una verdadera dama si”, pensaba, reposando un<br />

momento sobre el cuadro. Siempre habría tiempo de<br />

bajar a tierra, de comer un bocado y buscar por ahí<br />

271


JOSEPH CONRAD<br />

una cama. A él no le gustaba separarse <strong>del</strong> barco.<br />

¿Qué tendría que pensar, luego? La oscuridad de un<br />

día de bruma caía húmeda y fría sobre el puente<br />

desierto. Y Mr. Baker siempre fumando, pensaba en<br />

todos los barcos sucesivos a los cuales, durante<br />

largos años él había prodigado sus cuidados y su<br />

experiencia de marino. Y nunca había mandado<br />

como jefe ¡Ni una vez! “¡Parece que no tengo traza<br />

de capitán!” meditaba plácidamente, mientras el<br />

guardián que se había instalado en la cocina, viejo<br />

zaparrastroso de ojos llorones, lo maldecía en voz<br />

baja por tardar tanto en marcharse.<br />

“Creighton, proseguía su pensamiento exento de<br />

envidia, un verdadero gentleman... protectores...<br />

llegará. Un moro muy bien... con un poco más de<br />

experiencia”<br />

Se levantó sacudiendo todo aquello:<br />

-Volveré mañana a primera hora, no deje a nadie<br />

tocar nada, antes que yo llegue, guardián, dijo.<br />

Después él también descendió a tierra, ejemplo<br />

de oficiales en segundo.<br />

Los hombres, separados por la acción disolvente<br />

de la tierra, se encontraron una vez más en el<br />

escritorio de la marina.<br />

- <strong>El</strong> “<strong>Narciso</strong>” desarma, clamó, ante una puerta<br />

272


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

vidriera un viejo veterano con botones de cobre, una<br />

corona y las iniciales “B T” sobre la gorra. Un buen<br />

número entró enseguida pero muchos se retrasaron.<br />

La pieza era grande, desnuda, enjalbegada; un<br />

escritorio rodeado de una rejilla de hierro, un<br />

escribiente de cara fofa con el pelo partido por una<br />

raya, los ojos móviles y brillantes y los movimientos<br />

bruscos y ligeros de un pájaro enjaulado. <strong>El</strong> pobre<br />

capitán Allistoun, allí dentro, él también, sentado<br />

ante una mesita donde se apilaban brilles y monedas<br />

de oro, parecía impresionado por su cautiverio.<br />

Otro pájaro <strong>del</strong> Board of Trade, 4 se balanceaba en<br />

un taburete alto, cerca de la puerta, viejo pájaro<br />

sentado, al que mil cuchufletas de marinero en<br />

broma, no lograrían avergonzar. La tripulación <strong>del</strong><br />

“<strong>Narciso</strong>” esparcida en pequeños grupos, se<br />

apretaba en los rincones. Llevaban trajes elegantes<br />

que parecían tallados a golpes de hacha, pantalones<br />

brillantes, camisas de franela sin cuello, zapatos<br />

nuevos resplandecientes. Se golpeaban la espalda, se<br />

agarraban unos a otros por los botones <strong>del</strong> chaleco,<br />

preguntándose: “¿Dónde has dormido?”<br />

cuchicheaban alegremente, golpeándose los muslos<br />

con la mano y los pies el suelo, tragándose risas<br />

4 Ministerio de comercio y de la Marina Mercante.<br />

273


JOSEPH CONRAD<br />

ahogadas. La mayor parte lucían rostros frescos,<br />

afeitados, que brillaban. Uno o dos tan solo estaban<br />

mal peinados y tristes; los dos noruegos, suaves y<br />

limpios prometían de antemano, consuelos a las<br />

damas que patrocinaban el “Hogar” <strong>del</strong> marino<br />

escandinavo, Wamibo aún con ropa de trabajo<br />

soñaba de pie y pesado, en medio de la habitación; y<br />

a la entrada de Archie se despertó para sonreír. Pero<br />

el dependiente de lo ojos vivos llamó un nombre y<br />

comenzó la paga.<br />

Uno a uno avanzaban para tomar el salario de su<br />

glorioso y oscuro esfuerzo. Pasaban con cuidado el<br />

dinero por sus palmas anchas, lo guardaban en los<br />

bolsillos <strong>del</strong> pantalón, o volviéndose de espaldas a la<br />

mesa lo contaban con dificultad en el hueco de sus<br />

toscas manos.<br />

- La cuenta es justa; firmad el recibo... Ahí...<br />

Ahí...repetía el escribiente impacientado. Y pensaba:<br />

Estos marineros son estúpidos.<br />

Singleton se presentó venerable, e inseguro de si<br />

era día o no; gotas oscuras de jugo de tabaco<br />

manchaban su barba; las manos que no titubeaban<br />

jamás en la luz <strong>del</strong> espacio, podían apenas juntar el<br />

montoncillo de oro, en la profunda oscuridad<br />

terrestre.<br />

274


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

-¿No puedes escribir?, preguntó el dependiente<br />

sorprendido. Haga una cruz entonces.<br />

Singleton, penosamente, trazó dos gruesas rayas<br />

cruzadas, cubriendo la página..<br />

-¡Qué asqueroso bruto!, murmuró el empleado.<br />

Alguien abrió la puerta ante el anciano y el<br />

patriarca de los mares, salió titubeando sin una<br />

mirada para nadie.<br />

Archie tenía portamonedas. Se lo adulaba. Belfast<br />

que estaba achispado como si hubiese pasado ya por<br />

una o dos tabernas, dio signos de emoción y quiso<br />

hablar al capitán en particular. Hablaron a través de<br />

la verjilla de hierro y se oyó decir al capitán:<br />

- Lo he mandado a Board of Trade yo, susurró<br />

Belfast.<br />

- No hay modo, muchacho, lo he mandado todo,<br />

cerrado, sellado a la oficina de marina, añadió el<br />

patrón y Belfast dio un paso atrás, las comisuras de<br />

los labios caídos y la desolación en los ojos. Durante<br />

un momento oyeron hablar al patrón con el<br />

escribiente. Discernimos “James Wait... fallecido...<br />

nada de papeles... no se encontró nada... ni sombra<br />

de padres... la oficina guarda su sueldo”...<br />

Donkin entró al escritorio, habló con tono<br />

resuelto al empleado, que lo encontró inteligente.<br />

275


JOSEPH CONRAD<br />

Discutieron la cuenta dejando caer las 5 H a gusto,<br />

como por apuesta, muy amigotes. <strong>El</strong> capitán<br />

Allistoun pagó.<br />

He puesto una mala nota en su libreta, dijo<br />

tranquilamente.<br />

Donkin elevó la voz:<br />

- Guárdesela mi condenada libreta yo me... de su<br />

notas. Tengo empleo en tierra, y se volvió a<br />

nosotros.<br />

- <strong>El</strong> mar y yo, hemos acabado, dijo bien alto.<br />

Estaba bien más cómodo con su traje nuevo<br />

que ninguno de nosotros; nos miraba con arrogancia<br />

gozando <strong>del</strong> efecto de su declaración.<br />

- Pts... uno tiene amigos en lo alto ¿vosotros<br />

quisierais tenerlos eh? Pero yo soy un hermano, para<br />

eso somos compañeros... Pago una copa. ¿Quién<br />

viene?<br />

Nadie se movió. Cayó un silencio, un silencio de<br />

figuras inertes y rostros fijos. Esperó un momento,<br />

sonrió con amargura y alcanzó la puerta. Allí dio<br />

media vuelta de nuevo.<br />

-¿No queréis? Maldito montón de hipócritas...<br />

¿No? ¿Os he hecho algún mal? Yo... ¿no queréis<br />

5 Omitir la aspiración de la H en inglés señala al cockney, el arrabalero, y<br />

en general pasa por un signo de mala educación.<br />

276


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

beber?... ¿No? Pues moríos de sed tanto como sois...<br />

Ni uno tiene aquí el valor de una chinche. No hay<br />

nada más puerco que vosotros.... Trabajad y<br />

reventad pronto.<br />

Salió golpeando la puerta con tal violencia que el<br />

viejo pájaro de Board of Trade estuvo a punto de<br />

caer de su balancín.<br />

- Está loco dijo Archie.<br />

-¡No, no, borracho! Insistió Belfast que titubeaba<br />

enternecido. <strong>El</strong> capitán Allistoun sonreía<br />

tranquilamente ante la mesa vacía<br />

Fuera sobre Tower, Hill sus ojos parpadearon<br />

titubeando torpemente como enceguecidos por la<br />

calidad de esa luz tamizada, como intimidado por la<br />

vista de tantos hombres; y los que podían entenderse<br />

entre el rugir de las tormentas, parecían sordos y<br />

turbados, por el apagado gruñido de la tierra<br />

laboriosa.<br />

-¡Al Caballo Negro! ¡Al Caballo Negro! gritaron<br />

las voces. Hay que beber un vaso juntos, antes de<br />

separarse.<br />

Atravesaron la calle sujetándose unos a otros.<br />

Sólo Belfast y Charley se alejaron aislados. Al pasar<br />

vi una mujer hinchada rojiza, con chal gris bajo los<br />

cabellos terrosos y deshechos, echarse al cuello de<br />

277


JOSEPH CONRAD<br />

Charley. Era su madre. Lo inundaba de lágrimas.<br />

-¡Mi chico, mi chico!<br />

-¡Déjame, dijo Charley, déjame madre!<br />

Llegué a ellos en aquel momento mismo, y por<br />

encima de la peluca de la mujer lagrimeante el chico<br />

me sonrió indulgentemente, con mirada irónica,<br />

valiente y profunda, como para avergonzar toda mi<br />

experiencia de la vida. Le hice un signo amistoso<br />

continuando mi marcha, no sin oírle decir aún:<br />

- Si me largas en seguida te doy un bob de mi<br />

paga para que bebas a mi salud. 6<br />

Unos pasos más me condujeron hasta Belfast. Me<br />

tomó el brazo saltando de entusiasmo:<br />

- No he podido ir con ellos, balbuceó, señalando<br />

con el mentón, la corte vocinglera que descendía<br />

lentamente la calle a lo largo de la otra acera.<br />

Cuando pienso en Jimmy. ¡Pobre Jim! ¡Cuando<br />

pienso en él, no tengo ánimos para beber. Tu eras su<br />

marinero, también, pero yo, yo lo había sacado de su<br />

turno... ¿no es verdad? Los pelitos rizados como<br />

lana que tenía... ¡Sí, fui yo quien robó la maldita<br />

torta! No quería irse... Nadie podía hacerlo ir...<br />

Rompió en llanto.<br />

-¡Ni lo toqué, yo, ni así, ni así!... Por mí, por<br />

6 Un shilling.<br />

278


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

darme gusto, se fue como... como qué diré... ¡como<br />

un corderito!...<br />

Yo me solté suavemente. Las crisis de lágrimas de<br />

Belfast solían terminar en puñadas, y yo no quería<br />

ocuparme en llevar la carga de su inmenso dolor.<br />

Entre otras cosas dos policeman de imponente<br />

presencia, estaban por allí mirándonos incorruptibles<br />

y desaprobadores.<br />

- Hasta la vista, dije, me marcho. Pero en el<br />

rincón de la esquina me detuve a ver una vez más a<br />

la tripulación <strong>del</strong> “<strong>Narciso</strong>”. Oscilaba irresoluta<br />

sobre las anchas losas <strong>del</strong> atrio de la Moneda. Iban<br />

con la proa al Caballo Negro, donde hombres en<br />

mangas de camisa y bonete metidos sobre rostros<br />

brutales, daban apoyados a los lados de los barriles<br />

barnizados, la ilusión de la fuerza, de la alegría, de la<br />

felicidad; la ilusión <strong>del</strong> esplendor y la poesía de vivir<br />

a las tripulaciones presas de los navíos en alta mar.<br />

De lejos, los veía discurrir, la mirada jovial, los<br />

gestos ligeros, mientras que la marea de la vida<br />

ambiente llenaba sus oídos de un atronar incesante<br />

que no percibían. Y allí sobre las blancas piedras,<br />

que golpeaban sus pies indecisos, entre y el clamor<br />

de los humanos parecían seres de una especie<br />

desaparecida, perdida y solitaria olvidada y maldita;<br />

279


JOSEPH CONRAD<br />

náufragos despreocupados y gozosos.<br />

<strong>El</strong> gruñido de la ciudad parecíase al <strong>del</strong> oleaje que<br />

rompe poderoso y sin compasión en la majestad de<br />

su voz y la crueldad de sus designios; pero en el<br />

cielo, las nubes se abrieron, un rayo de sol inundó<br />

las paredes de las casas negras. <strong>El</strong> grupo oscuro de<br />

marineros se alejó. A su izquierda se estremecían los<br />

árboles <strong>del</strong> jardín de “La Torre”, sus piedras<br />

brillantes, parecían moverse en los juegos de la luz,<br />

como al recuerdo súbito a las grandes alegrías y<br />

dolores <strong>del</strong> pasado de los prototipos guerreros de<br />

estos: reclutamientos forzados, gritos de revuelta<br />

llantos de mujer a bordo <strong>del</strong> río y clamores de<br />

hombres saludando el regreso victorioso. Los rayos<br />

<strong>del</strong> sol cayeron como una gracia acordada al fango<br />

<strong>del</strong> suelo, sobre las piedras llenas de recuerdos y<br />

silencio, sobre el egoísmo y la codicia; sobre los<br />

facciones inquietas de los hombres inconstantes. A<br />

la derecha <strong>del</strong> grupo oscuro la sucia fachada de la<br />

“Moneda”, lavada por la ola de claridad apareció un<br />

instante blanca como un palacio de mármol, en un<br />

cuento de hadas. La tripulación <strong>del</strong> “<strong>Narciso</strong>” se<br />

perdió de vista...<br />

Nunca los he vuelto a ver. <strong>El</strong> mar se llevó<br />

algunos, los steamers tomaron otros y los<br />

280


EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />

cementerios de tierra tendrán la cuenta <strong>del</strong> resto.<br />

Singleton la llevado, sin duda, consigo su largo<br />

recorrido le labor y de fi<strong>del</strong>idad a las profundidades<br />

pacíficas <strong>del</strong> mar hospitalario. Y Donkin, jamás<br />

limpiamente, después de un día de trabajo, gana<br />

quizá su vida perorando, fuerte de innoble<br />

elocuencia, sobre los derechos sagrados <strong>del</strong> trabajador.<br />

Así sea, a la tierra y al mar, cada uno lo<br />

suyos.<br />

Un camarada de a bordo que se deja, como<br />

cualquier otro, se pierde para siempre. Mas hay días<br />

en que el flujo de recuerdos aparta con fuerza al<br />

oscuro río a nuevos meandros. Entonces, yo veo<br />

entre las vergas desoladas, deslizarse un navío, barco<br />

fantasma maniobrando por sombras. Pasan y me<br />

hacen signos, hablando con sus voces de espectros.<br />

¿No habremos conquistado juntos en el mar<br />

inmortal el perdón de nuestras vidas pecadoras?<br />

Adiós, hermanos, erais buenos marineros. Jamás<br />

otros mejores empuñaron con gritos salvajes la tela<br />

golpeante de una mesana pesada, ni balanceados en<br />

la arboladura, perdidos en noche devolvieron mejor<br />

al temporal <strong>del</strong> oeste, aullido por aullido.<br />

FIN<br />

281

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