El negro del Narciso - Descarga Libros Gratis
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E L N E G R O D E L “ N A R C I S O ” J O S E P H C O N R A D Ediciones elaleph.com
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E L N E G R O D E L<br />
“ N A R C I S O ”<br />
J O S E P H C O N R A D<br />
Ediciones elaleph.com
Editado por<br />
elaleph.com<br />
Traducción: Pilar de Luzarreta<br />
© 2000 – Copyright www.elaleph.com<br />
Todos los Derechos Reservados
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
PRÓLOGO<br />
Pocas cosas en la vida dejan el recuerdo profundo,<br />
lleno de melancolía y de encanto de un viaje. <strong>El</strong><br />
recuerdo de un viaje, es algo tan duradero como la<br />
vida misma, y si es cierto que el tiempo lo esfuma y<br />
atenúa, deja persistir en cambió y avalora<br />
indudablemente la visión de conjunto, como se<br />
funden y cobran relieve a la distancia, los contornos<br />
de un cuadro.<br />
Unas horas en Budapest o unos días en<br />
Constantinopla, hace años, no son ya, el nombre de<br />
las calles por las cuales pasamos, de los edificios ante<br />
los que nos detuvimos; hemos olvidado todo eso.<br />
Hemos olvidado, por fortuna, las explicaciones <strong>del</strong><br />
guía. No sabemos ya, si el Templo de San Matías,<br />
ocupa el centro o las afueras de Budapest (pero ¡qué<br />
maravillosos los muros de piedra que lo guardan<br />
3
JOSEPH CONRAD<br />
celosamente de las miradas importunas) ni hacia qué<br />
lado de Constantinopla cae el Gran Bazar, ni<br />
siquiera el nombre aquella mezquita que veíamos,<br />
semioculta entre un bosquecillo de laureles, desde la<br />
ventana de nuestro cuarto de hotel. Con el tiempo lo<br />
hemos olvidado todo; hasta las piastras o los<br />
gúldenes diarios que ese cuartito nos costaba... pero<br />
en cambio no olvidaremos jamás la visión de<br />
“ciudad ensueño” envuelta en los vapores <strong>del</strong><br />
Danubio y centelleante de las luces de sus cafés y<br />
“restaurantes”, que a media noche presenta<br />
Budapest, su calles oscuras, silenciosas, que de<br />
pronto vibran de una lejana música que trae el aire<br />
no se sabe de dónde, ni menos aún el pesado oleaje<br />
diamantino <strong>del</strong> Bósforo o el aspecto fantástico <strong>del</strong><br />
gran puente a mediodía, bajo ese sol terrible de<br />
Constantinopla, al que se pudren millares de cascos<br />
de melones, sandías y pimientos y sobre los que<br />
pasan con riesgo de resbalar quince veces en dos<br />
minutos, ridículos y sudorosos europeos con el<br />
sombrero en una mano y el pañuelo en la otra,<br />
turcos amables y cetrinos, judíos que visten aun la<br />
sucia hopalanda de seda de sus antepasados <strong>del</strong> siglo<br />
dieciocho, lindas turquitas que muestran el rostro<br />
oliváceo y van a la Universidad, matronas cubiertas<br />
4
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
por un dominó de tela negra, que tienen lunares<br />
postizos pegados entre las cejas, y tobillos<br />
monstruosos rematados por un zapato de bebé,<br />
árabes vendedores de dátiles, españoles con reliquias<br />
de Tierra Santa, grupos de norteamericanas con<br />
libretas “Kodaks” y un guía, automóviles, carros,<br />
coches, carneros y borricos...<br />
Esa impresión de conjunto más brillante cuanto<br />
más lejana es en cierto modo la que dan los libros de<br />
Joseph Conrad y su encanto indefinido es el encanto<br />
<strong>del</strong> recuerdo de un viaje. De un viaje que no hemos<br />
realizado nunca y que no realizaremos nunca quizá,<br />
pero que su lectura parece despertar nítido, brillante,<br />
cuajado de detalles, <strong>del</strong> fondo de muestra<br />
imaginación.<br />
Sus personajes no son hombres y mujeres de<br />
tierra firme, creados por su mente. Al encontrarles<br />
en la páginas, como en un estación, como en un<br />
hotel o a bordo de un barco, no sabemos nada de<br />
ellos. Conrad no explica nada; será a través <strong>del</strong><br />
libro, o <strong>del</strong> viaje, cuando ellos mismos se darán a<br />
conocer por gestos, por palabras, por miradas...<br />
Quizá, uno entre todos, condescienda a contaros<br />
algo de su propia existencia, o un tercero os informe<br />
tal vez, pero será en forma entrecortada por los<br />
5
JOSEPH CONRAD<br />
hechos corrientes de la vida; habrá en esos relatos<br />
fallas y contradicciones, gestos y palabras que harán<br />
que vosotros forméis un juicio propio sin tomar<br />
demasiado en cuenta la explicación que se os da.<br />
Es sin duda por eso mismo, y por la minuciosidad<br />
con que están descriptos sus gestos, por lo que<br />
parecen seres vivos a través de la vida. No son<br />
completamente buenos ni absolutamente malos, no<br />
tienen, como los héroes de las novelas de caballería,<br />
un poder o un valor invariable; son cobarde a veces,<br />
a veces mezquinos y a veces pródigos, como los<br />
hombres, esos modestos marineros, esos ambiciosos<br />
habitantes de la islas que son los verdaderos tipos de<br />
Conrad.<br />
La sensación <strong>del</strong> viaje está tan fuertemente dada<br />
en algunas de sus novelas, que después de leerlas<br />
cuesta esfuerzo convencerse que no fue uno mismo<br />
quien sufrió las peripecias de la travesía por el<br />
archipiélago o el Pacífico, tiempo atrás, en busca de<br />
colmillos de elefante o con un cargamento de arroz<br />
y té destinado a Sambir o a Macassar.<br />
Tiene el don de familiarizar a sus lectores con la<br />
vida exótica de las colonias, de hacer asequible y<br />
fácil el viaje espiritual que se sigue a través de sus<br />
páginas, de descubrir la para nosotros misteriosa<br />
6
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
vida de esa profusión de razas que pueblan el sur de<br />
Asia.<br />
Los hombres, las plantas, el cielo, la atmósfera,<br />
hasta el agua de los ríos es “distinta” en esas<br />
afiebradas tierras de sol, pero en su estilo claro y<br />
neto, lleno de “humor” y altivez, bien sopesados y<br />
dosificados, tenemos la visión perfecta lo que se<br />
conoció y se recuerda. Porque los libros de Conrad,<br />
como el recuerdo de los viajes, son quizá, mejor que<br />
los viajes mismos...<br />
Pilar de Lazarreta.<br />
7
JOSEPH CONRAD<br />
EL NEGRO DEL “NARCISO”<br />
I<br />
Mr. Baker, segundo <strong>del</strong> barco, “<strong>Narciso</strong>”,<br />
franqueó de un paso el umbral de su cabina<br />
iluminada y se encontró en la oscuridad <strong>del</strong> alcázar<br />
de popa. Sobre su cabeza, en el frontón de la toldilla,<br />
el sereno dio dos campanadas. Eran las nueve.<br />
Mr. Baker, hablando desde abajo preguntó:<br />
-¿Todo el mundo a bordo, Knowles?<br />
<strong>El</strong> hombre bajó rengueando la escalera y dijo<br />
reflexivamente:<br />
- Me parece sir: los viejos ya han venido y<br />
muchos de los nuevos también. Deben estar todos.<br />
- Dile al patrón que los mande a popa, continuó<br />
Mr. Baker, y hazme traer una buena lámpara. Voy a<br />
pasar lista a nuestra gente.<br />
Había una gran oscuridad en popa; por las<br />
8
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
puertas abiertas <strong>del</strong> alcázar de proa dos franja de<br />
viva luz dardeaban las tinieblas de la noche serena<br />
que envolvía el navío.<br />
Oíase un zumbido de voces, mientras que, a<br />
babor y a estribor, en el rectángulo luminoso de las<br />
puertas, móviles siluetas, aparecían un instante,<br />
negras, sin relieve, como recortadas en hojalata. <strong>El</strong><br />
barco estaba pronto para zarpar. <strong>El</strong> carpintero había<br />
encajado la última cuña que condenaba la gran<br />
escotilla y tirando su maza se había, enjugado la<br />
frente con lentitud <strong>del</strong>iberada, al darse el toque de<br />
las cinco. Se habían barrido los puentes y aceitado<br />
los molinetes antes de levar el ancla; el fuerte cabo<br />
de remolque yacía a lo largo <strong>del</strong> puente, sobre el<br />
costado, en anchos dobles, una punta alzada y<br />
colgando sobre la serviola pronto para ser tendido al<br />
remolcador que llegaría, golpeando el agua,<br />
vomitando con estrépito, cálido y humeante en la<br />
límpida y fresca paz de la aurora. <strong>El</strong> capitán estaba<br />
en tierra a fin de completar el registro; y concluido el<br />
trabajo <strong>del</strong> día, los oficiales de a bordo se mantenían<br />
apartados, felices de respirar un instante. Poco<br />
después de la caída de la tarde, algunos francos y los<br />
recién embarcados, comenzaron a llegar en los botes<br />
venidos de tierra, cuyos remeros, asiáticos vestidos<br />
9
JOSEPH CONRAD<br />
de blanco, reclamaban con irritados gritos su salario,<br />
antes de abordar a la escala de pasamano. <strong>El</strong> febril y<br />
ruidoso balbuceo de Oriente luchaba con los<br />
acentos viriles de los marineros ebrios, rebatiendo<br />
las cínicas reivindicaciones y las deshonestas<br />
esperanzas en un lenguaje sonoro y profano. La<br />
serenidad esplendente de la estrellada noche oriental<br />
fue lacerada por jirones impuros, por alaridos de<br />
rabia y clamores de lamentación, lanzados a<br />
propósito de sumas variantes entre cinco annas y<br />
media rupia; y nadie, a bordo de ningún barco, en el<br />
puerto de Bombay ignoró que el “<strong>Narciso</strong>” estaba<br />
reuniendo su nueva tripulación.<br />
Poco a poco, el ruido ensordecedor fue<br />
calmándose. Los botes no llegaban ya agitando las<br />
olas, por grupos de tres o cuatro; arribaban uno a<br />
uno, con un murmullo ahogado de recriminaciones,<br />
cortadas de pronto por un: “¡Ni un centavo más,<br />
vete al demonio!” de labios de algún marinero que<br />
trepaba a trancos pesados por la escala real, sombra<br />
gibosa, con un gran saco al hombro.<br />
En el interior <strong>del</strong> alcázar de proa, los recién<br />
llegados, poco seguros sobre sus piernas entre los<br />
baúles atados y los líos de las literas, trababan<br />
conocimiento con los viejos, que se acomodaban,<br />
10
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
sentados en las dos filas de tarimas, examinando a<br />
sus futuros camaradas con ojo crítico pero amistoso.<br />
Las dos lámparas <strong>del</strong> alcázar, alta la mecha, esparcían<br />
una intensa claridad; los duros sombreros de fieltro<br />
se mantenían en equilibrio en la coronilla, o rodaban<br />
por la cubierta, entre los cables cadenas; los cuellos<br />
blancos, desabrochados, alargaban sus puntas<br />
almidonadas a entrambos lados de las caras rojas, los<br />
brazos musculosos gesticulaban fuera de las mangas<br />
de la camisa; sobre el gruñir continuo de voces, sonaban<br />
explosiones de risa y roncas llamadas: “¡Anda,<br />
camastrón, toma este catre!”... “Prueba un poco, a<br />
ver!”... “¿Tu último viaje?... “Sí, ya lo conozco”...<br />
“Hace tres años en Puget Sound”... “Te digo que<br />
esta litera se inunda”... “¿No hay uno de vosotros,<br />
los de tierra, que haya traído una botella?... “Larga<br />
un poco de tabaco”... “Lo he conocido a tu capitán,<br />
se mamaba hasta reventar... era un rico tipo”... “Pues<br />
yo te digo que te has embarcado en un brick<br />
holandés, donde sacan el dinero <strong>del</strong> sudor <strong>del</strong><br />
pobrecito Jack“... Un hombrecillo llamado Craik,<br />
Belfast de mote, difamaba el barco con vehemencia,<br />
inventando a placer, para preocupar a los recién<br />
llegados. Archie, sentado al sesgo sobre su cofre,<br />
con las rodillas juntas, clavaba con regularidad la<br />
11
JOSEPH CONRAD<br />
aguja, a través <strong>del</strong> remiendo blanco en un pantalón<br />
azul. Hombres con traje <strong>negro</strong> y cuello duro se<br />
mezclaban a otros descalzos, arremangados, con<br />
camisas de color abiertas sobre el pecho velludo<br />
apretados unos con otros en medio <strong>del</strong> alcázar.<br />
Todos hablaban a la vez jurando cada dos palabras.<br />
Un finlandés con camisa amarilla a rayas rosa miraba<br />
al vacío con ojos soñadores bajo una mata de pelo<br />
revuelto. Dos jóvenes gigantes, con caras tersas de<br />
bebé, dos escandinavos, se ayudaban mutuamente a<br />
desatar sus colchones, mudos y sonriendo con<br />
placidez a la tempestad de imprecaciones vacías de<br />
sentido y de cólera. <strong>El</strong> viejo Singleton, decano de los<br />
marineros de a bordo, estaba en cubierta, apartado<br />
de todos, bajo las lámparas, desnudo hasta la cintura<br />
y tatuado como un cacique de caníbales, sobre toda<br />
la superficie de su poderoso pecho y sus enormes<br />
bíceps.<br />
Entre las viñetas rojas y azules, su piel blanca<br />
lucía como el raso; la espalda desnuda se apoyaba al<br />
pie <strong>del</strong> bauprés y tenía al final <strong>del</strong> brazo, un libro<br />
ante la ancha faz curtida de sol. Con sus anteojos y<br />
la blancura de su barba venerable, parecía un docto<br />
patriarca de salvajes, la encarnación de una sabiduría<br />
bárbara que se mantenía serena entre el estrépito de<br />
12
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
un mundo blasfemador. Su lectura lo absorbía<br />
profundamente y a medida que volvía las páginas,<br />
una expresión de sorpresa pasaba por sus rudas<br />
facciones. Leía “Pelham”.<br />
La popularidad de Buldwer Lytton en el alcázar<br />
de los barcos que navegan por lo mares <strong>del</strong> Sur,<br />
constituye un raro y maravilloso fenómeno. ¿Qué<br />
ideas puede despertar su frase pulida y tan<br />
cuidadosamente desprovista de sinceridad, en el<br />
espíritu simple de los niños grandes que pueblan<br />
esos oscuros e inciertos reductos <strong>del</strong> mundo? ¿Qué<br />
sentido pueden dar sus almas ingenuas a la elegante<br />
verbosidad de su prosa? ¿Qué interés, qué olvido?<br />
¡Misterio! ¿Es una fascinación incomprensible, el<br />
encanto de lo inabordable? O bien, ¿esos seres que<br />
viven al margen de la vida encuentran en sus<br />
narraciones, la enigmática revelación de un mundo<br />
resplandeciente, de un mundo más allá de las<br />
fronteras de infamia y desperdicios, de la orilla de la<br />
fealdad, <strong>del</strong> hambre, de la miseria y la depravación<br />
que llega por todas partes al océano incorruptible y<br />
que es todo lo que saben de la vida, todo cuanto han<br />
visto <strong>del</strong> mando inabordable, esos cautivos <strong>del</strong> mar?<br />
¡Misterio!<br />
Singleton, que seguía el derrotero de las escalas<br />
13
JOSEPH CONRAD<br />
<strong>del</strong> Sur, desde los doce años, que durante los últimos<br />
cuarenta y cinco, hicimos la cuenta sobre sus<br />
papeles, no había vivido más de cuarenta meses en<br />
tierra, el viejo Singleton que se alababa con la<br />
modesta arrogancia de largos años de trabajo, que,<br />
ordinariamente, desde el día que desembarcaba hasta<br />
el que volvía a bordo estaba, por casualidad en<br />
condiciones de distinguir el día de la noche, el viejo<br />
Singleton, sentado, imperturbable, entre el tumulto<br />
de voces y gritos, <strong>del</strong>etreando “Pelham”<br />
trabajosamente, se hundía en una concentración<br />
profunda semejante al hipnotismo. Cada vez que sus<br />
enormes manos ennegrecidas volvían la página, los<br />
músculos de sus sólidos brazos blancos, rodaban un<br />
poco bajo la piel tersa. Ocultos por el bigote blanco,<br />
los labios manchados de jugo de tabaco que goteaba<br />
su barba, se movían silenciosos. Los ojos, algo<br />
lagrimeantes se fijaban en el libro a través de los<br />
cristales <strong>negro</strong>s. Frente a él, al nivel de su rostro, el<br />
gato de a bordo se mantenía sobre el tambor <strong>del</strong><br />
cabrestante en postura de esfinge sentada y<br />
parpadeando sus ojos verdes miraba al viejo amigo.<br />
Parecía estar pensando en dar un salto a las rodillas<br />
<strong>del</strong> anciano, por sobre la espalda curvada <strong>del</strong><br />
grumete, sentado a los pies de Singleton.<br />
14
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
<strong>El</strong> joven Charley, era flaco de cuerpo y largo de<br />
cogote. Los salientes de sus vértebras, parecían, bajo<br />
la vieja camisa, una cadena de montañas. Su rostro<br />
de chico de la calle, rostro precoz, sagaz e irónico,<br />
surcado por dos arrugas profundas a los lados de la<br />
boca fina y grande, tocaba casi sus huesosas rodillas.<br />
Aprendía a hacer un nudo aplastado con un pedazo<br />
de soga vieja. Gotas de sudor mojaban su frente<br />
bronceada; resoplaba a veces, con fuerza, echando<br />
una mirada de través, al viejo marinero indiferente,<br />
y, embarazado, murmuraba contra su trabajo.<br />
<strong>El</strong> ruido creció. <strong>El</strong> pequeño Belfast parecía<br />
hervir de furia facciosa. Sus ojos danzaban; en el<br />
carmesí de su rostro cómico<br />
como una careta, la negra boca babeaba en extrañas<br />
muecas. Frente a él, un hombre medio desnudo se<br />
sujetaba los costados y con la cabeza vuelta, se reía<br />
hasta humedecer las pestañas.<br />
Sentados y plegados en dos, sobre las literas altas,<br />
los fumadores chupaban sus cortas pipas<br />
balanceando los pies, desnudos y morenos, sobre la<br />
cabeza de los que abajo, echados en los cofres,<br />
escuchaban con sonrisas de ingenuidad o de duda.<br />
Sobre los blancos bordes de las literas se<br />
alargaban las cabezas de ojos parpadeantes, pero las<br />
15
JOSEPH CONRAD<br />
líneas <strong>del</strong> cuerpo se perdían en la oscuridad de<br />
aquellas cavidades semejantes a nichos que se<br />
hubieran abierto en un osario iluminado y blanqueado<br />
de cal. Las voces bordoneaban más alto.<br />
Archie con los labios cerrados se encogió<br />
pareciendo reducirse y continuó cosiendo<br />
industrioso y mudo. Belfast, chillaba como un<br />
derviche en éxtasis “Entonces... ¿sabéis lo que le<br />
digo, muchachos? pues le digo, con respeto, al<br />
segundo aquel, <strong>del</strong> barco”... “<strong>El</strong> ministro debía estar<br />
mamado el día que te largó el certificado”... ¿Qué<br />
me dices, maldito? Grita viniéndoseme encima<br />
como un toro... y yo, que levanto el tarro <strong>del</strong><br />
alquitrán y se lo planto todo sobre su condenada<br />
cara bonita y su terno blanco... ¡Toma esto! le digo,<br />
¡yo sé navegar por lo menos, so inservible, lame<br />
patas, husmeador, puerco cable de pasarela!... ¡Es<br />
conmigo que tienes este asunto!... Había que verlo<br />
saltar, muchachos, chorreando, ciego de alquitrán...<br />
Entonces...<br />
-¡No le creáis, no le tiró una gota! Yo estaba allí,<br />
gritó uno.<br />
Los dos noruegos, juntos uno a otro sobre el<br />
mismo cofre, iguales y plácidos parecían dos<br />
inseparables cotorras sobre el mismo palo, abriendo<br />
16
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
inocentemente sus redondos ojos; el finlandés, entre<br />
el rumor de gritos y el rodar de risas, permanecía sin<br />
chistar, inerte y pesado como un paralítico. A su<br />
lado, Archie sonreía a su aguja. Un recién llegado,<br />
ancho de espaldas y de ojos tardos, se dirigió<br />
<strong>del</strong>iberadamente a Belfast, durante una calma.<br />
-Yo, me pregunto, cómo quedan oficiales aquí,<br />
con un valiente tomo tú, a bordo. Me parece que<br />
ahora estarán más finos si eres tú quien lo has<br />
domesticado, camastrón...<br />
-¡No está mal! ¡No está mal! ¡Gritó Belfast, si uno<br />
no los oliera siempre!... No son malos cuando uno<br />
no quiere... ¡Dios condene sus corazones <strong>negro</strong>s!...<br />
Echaba espuma, hacía molinetes con los brazos;<br />
después, sonrió súbitamente sacando <strong>del</strong> bolsillo un<br />
rollo de tabaco <strong>negro</strong> y separó un pedazo de una<br />
dentellada afectadamente feroz.<br />
Otro de los nuevos, ojos ariscos en una cara<br />
amarilla y flaca como el filo de un cuchillo, que<br />
escuchaba hacía rato con la boca abierta, observó<br />
con voz ruda: “Eso no importa, es el viaje de vuelta.<br />
Buenos o malos ¿a mí qué, mientras esté seguro que<br />
vuelvo?... En cuanto a mis derechos, ya los haré<br />
respetar. Verán”...<br />
Todas las cabezas se volvieron hacia él.<br />
17
JOSEPH CONRAD<br />
Solamente el grumete y el gato no hicieron caso.<br />
Estaba con los puños sobre las caderas, era<br />
pequeñuelo y con las pestañas blancas. Parecía haber<br />
conocido todas las degeneraciones y todos los<br />
furores. Tenía el aire de haber sido abofeteado,<br />
hecho a rodar a patadas en el barro; parecía haber<br />
recibido zarpazos, vomitivos, haber sido lapidado de<br />
inmundicias... y sonreía con seguridad, a todos los<br />
rostros circundantes.<br />
Las caídas de una gorra deformada aplastaban sus<br />
orejas, los faldones de una levita negra colgaban<br />
como dos pingajos de su cintura. Desabrochó los<br />
dos únicos botones que le quedaban y se vio que no<br />
llevaba ni rastro de camisa. Desgracia característica,<br />
esos guiñapos a los cuales nadie se ocupa en atribuir<br />
un posesor, tomaban en él el aspecto de ser robados.<br />
Tenía el cuello largo y flaco, los párpados<br />
enrojecidos, el pelo en claros sobre las mejillas, los<br />
hombros puntiagudos y caídos como las alas rotas<br />
de un pájaro. Su lado izquierdo, lleno de costras de<br />
barro, hablaba de una noche reciente en el lodo de<br />
un foso. Después de haber salvado sus maltratados<br />
huesos de la destrucción violenta, desertando de un<br />
barco americano a bordo <strong>del</strong> cual, en un momento<br />
de olvidadiza locura había osado engancharse, pasó<br />
18
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
quincena en tierra, recorriendo el barrio indígena,<br />
muriéndose de hambre, durmiendo sobre las basuras<br />
y errando al sol. Parecía salir de una pesadilla. Allí<br />
estaba, sonriendo en el silencio súbito. <strong>El</strong> puesto de<br />
la tripulación, limpio, blanco, arreglado, le ofrecía un<br />
refugio. Su pereza podía revolcarse y nutrirse,<br />
maldiciendo el pan de su boca. Un campo se abría a<br />
sus talentos para esquivar su tareas, para trampear y<br />
mendigar; allí encontraría sin duda, alguno a quien<br />
embaucar y alguno de quien burlarse. Todos le<br />
conocían. ¿Hay un lugar en la tierra donde tal<br />
hombre sea desconocido, eterna mezcla de mentiras<br />
e impudicias?<br />
Un personaje taciturno de brazos largos y<br />
ganchudos dedos, que había estado fumando de<br />
espaldas en su litera se volvió a contemplarlo<br />
distraídamente. Después, lanzó por sobre su cabeza<br />
hacia la puerta, un largo chorro de saliva<br />
transparente. ¡Todos le conocían! Era el hombre que<br />
no sabe timonear ni hacer un empalme, que<br />
escabulle el trabajo en las noches sombrías, que en el<br />
aparejo, enreda frenéticamente las piernas y los<br />
brazos jurando contra el viento, la helada y la<br />
oscuridad. <strong>El</strong> hombre que maldice el mar, mientras<br />
los otros penan; el último en salir y el primero en<br />
19
JOSEPH CONRAD<br />
volver a la llamada de: “¡Todos al puente!” <strong>El</strong><br />
incapaz de hacer tres cuartos de las cosas, y que no<br />
quiere hacer lo que puede, el niño mimado de los<br />
filántropos y de los marineros de agua dulce, sus<br />
iguales. <strong>El</strong> simpático y meritorio individuo celoso de<br />
todos sus derechos pero incapaz de paciencia y<br />
coraje, de la confianza ni de los tácitos pactos que<br />
unen a los seres de una tripulación. <strong>El</strong> vástago<br />
engañoso de la miserable licencia callejera, llena de<br />
desdén y de odio por la austera servidumbre <strong>del</strong> mar.<br />
Alguien le gritó:<br />
-¿Cómo te llamas?<br />
-¡Donkin! Respondió descarado, pero jovial.<br />
-¿Y qué es lo que haces? Preguntó otro.<br />
-¡Toma! <strong>El</strong> marinero como tú viejo...<br />
<strong>El</strong> tono se inclinaba a la cordialidad, pero sólo<br />
llegaba a la impudicia.<br />
-¡Lléveme el diablo si no estás más rotoso que un<br />
fogonero arruinado!... comentó otro a media voz<br />
con tono convencido.<br />
Charley alzó la cabeza y chifló insolente: Es un<br />
hombre y es un marino... Después ,enjugándose la<br />
nariz con el revés de la mano se inclinó, industrioso<br />
sobre un pedazo de cor<strong>del</strong>. Algunos rieron. Otros<br />
miraban perplejos al intruso. <strong>El</strong> harapiento se<br />
20
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
indignó:<br />
- ¡Vaya el modo de recibir a un camarada! ¿Sois<br />
hombres o caníbales sin corazón?...<br />
- No vayas a perder la camisa por una palabra<br />
suelta, compañero. ¡Esto no vale un pito! Exclamó<br />
Belfast parándose de un salto ante él, furibundo,<br />
amenazante y amistoso a la vez.<br />
-¿Es ciego? Preguntó el mamarracho mirando en<br />
torno suyo con aire de sorpresa fingida. ¿No ve que<br />
no tengo camisa?<br />
Extendió los brazos en cruz sacudiendo los<br />
harapos que cubrían sus huesos, con gesto<br />
dramático.<br />
-¿Y por qué? Continuó muy alto, los puercos<br />
yanquis han querido dejarme con las tripas al aire<br />
porque defendía mis derechos como un bravo. Yo<br />
hoy inglés ¡qué diablos! Se me echaron encima y me<br />
largué. Esa es la causa. Vosotros ¿no habéis visto<br />
nunca un hombre en la mala? ¿No? Entonces ¿qué<br />
es este maldito barco?... Estoy reventado sin nada.<br />
Sin saco, ni cama, ni manta, ni camisa, ni un<br />
condenado trapo más que lo que llevo encima, pero<br />
al menos, no he cedido ante esos puercos yanquis<br />
¿no hay aquí uno que tenga un par de calzones<br />
viejos para un compinche?<br />
21
JOSEPH CONRAD<br />
Sabía por qué medios seducir el sencillo instinto<br />
de la multitud. De golpe, le otorgaron, embustera,<br />
despreciativa o brusca, su compasión, que tomó la<br />
forma de una manta arrojada a su cabeza; ante ellos,<br />
la piel blanca de sus miembros atestiguaba su<br />
humanidad fraternal a través de la negra fantasía de<br />
sus pingajos. Después, un par de zapatos viejos vino<br />
rodando hasta sus embarrados pies. Con el grito de:<br />
¡guarda, atrás! un pantalón arrollado, pesado de<br />
manchas de alquitrán le golpeó la espalda. <strong>El</strong> hálito<br />
de su bondad, levantó una ola de piedad sentimental<br />
en sus corazones indecisos. Su propia espontaneidad<br />
para aliviar las miserias de uno de ellos los llenaba de<br />
enternecimiento. Algunas voces gritaron “¡ya te<br />
equiparemos viejo!” Los murmullos se cruzaban:<br />
“Nunca visto” “Pobre infeliz”... “Yo tengo un<br />
chaleco viejo ¿te sirve?... “Tómalo hombre es mi<br />
colchón”...<br />
<strong>El</strong> objeto de tales larguezas, las juntó con el pie<br />
desnudo, en un montón, mientras su mirada circular<br />
mendigaba aún. Sin emoción Archie añadió<br />
concienzudamente un casquete con la visera<br />
arrancada.<br />
<strong>El</strong> viejo Singleton, perdido en las regiones serenas<br />
de la ficción, continuaba leyendo sin dignarse ver<br />
22
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
nada. Charley, despiadado, con la sabiduría de la<br />
juventud, chilló:<br />
- Si quieres botones dorados, para tu uniforme<br />
nuevo, tengo dos.<br />
- <strong>El</strong> infecto tributario de la caridad universal<br />
blandió el puño sobre el mozuelo.<br />
-Tú, ya verás si abro el ojo para que tengas limpio<br />
el suelo. ¡Insecto! Dijo agresivamente. ¡No tengas<br />
miedo, ya te enseñaré a ser amable con un verdadero<br />
marinero, pedazo de borrico ensillado!<br />
Sus ojos brillaban perversamente, pero habiendo<br />
visto a Singleton cerrar el libro, sus pupilas, como<br />
cuentas relucientes, comenzaron a errar de una litera<br />
a otra.<br />
- Coje aquella, cerca de la puerta; no es mala<br />
sugirió Belfast.<br />
<strong>El</strong> interpelado juntó los dones amontonados a su<br />
pies, y los hizo una pelota contra el pecho, después<br />
de echar una ojeada al finlandés, de pie, a su lado,<br />
con la mirada perdida en el vacío como si siguiese<br />
una de los visiones maléficas que obsedan a los<br />
hombres de su raza.<br />
- Sal de ahí, me molestes, cerdo alemán, dijo la<br />
víctima de las brutalidades yankees.<br />
<strong>El</strong> finlandés no se movió; no había entendido.<br />
23
JOSEPH CONRAD<br />
- Desamarra, hombre de Dios, chilló otro<br />
empujándole con el codo, desamarra pedazo de<br />
idiota, sordomudo, chocho, ¡ala!<br />
<strong>El</strong> hombre titubeó, volvióse y miró al que le<br />
hablaba, sin decir palabra.<br />
-¡Estos condenados extranjeros! Está pidiendo a<br />
gritos que lo aplasten, opinó el amable Donkin, está<br />
pidiéndolo para la buena instrucción <strong>del</strong> alcázar... Si<br />
no se les pone en su lugar se os suben a las barbas...<br />
Arrojó el total de sus bienes a la litera vacía,<br />
midió de una segunda ojeada los peligros de la<br />
aventura y se precipitó hacia el finlandés inmóvil,<br />
pensativo y torpe.<br />
- Ya te enseñaré a obstruir el camino, gritó. ¡Voy<br />
a cerrarte un ojo, maldito, cabeza cuadrada!<br />
La mayor parte de los hombres ocupaban ya sus<br />
literas y la pareja tenía para sí el alcázar por campo<br />
cerrado. Donkin el indigente convertido en nuevo<br />
personaje, despertó el interés general. Danzaba<br />
hecho jirones ante el finlandés espantado,<br />
esbozando puñetazos en dirección al pesado rostro<br />
al que no alteraba ninguna emoción. Dos o tres<br />
espectadores animaron el juego con un: “¡Anda,<br />
Whitechapel!”, instalándose voluptuosamente en la<br />
cama, para contemplar a lucha. Otros gritaban ¡La<br />
24
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
boca! ¡Ciérrala! Volvía a recomenzar el estrépito.<br />
De pronto, una sucesión de golpes dados con un<br />
espique, sobre sus cabezas, resonó como una<br />
pequeña descarga, en todo el alcázar. Después, la<br />
voz <strong>del</strong> contramaestre, se elevó tras la puerta con<br />
una nota de mando en su acento pesado:<br />
-¿Habéis oído, los de abajo? ¡Todo el mundo a<br />
popa para la lista!<br />
Hubo un momento de perplejo silencio. Después,<br />
el suelo <strong>del</strong> alcázar desapareció bajo los hombres<br />
que saltaban de sus literas con un ¡flac! de pies<br />
descalzos. Se buscaban las gorras entre los pliegues<br />
de las mantas desarregladas; algunos, bostezando se<br />
abrochaban la cintura <strong>del</strong> pantalón. Las pipas a<br />
medio fumar, se vaciaban golpeando contra la<br />
baranda, antes de desaparecer tras de la oreja. Las<br />
voces gruñían: ¿Qué hay? ¿No se puede dormir?<br />
Donkin chilló: si es así como uno lo pasa aquí, habrá<br />
que ve y que ver... Dejadme, ya lo arreglaré...<br />
Nadie le hacía caso. Salían por grupos de dos o<br />
tres, marinos mercantes que no saben franquear una<br />
puerta tranquilamente como las gentes de tierra.<br />
Singleton pasó el último, metiéndose la tricota,<br />
macizo y paternal, alta su cabeza de sabio, batida en<br />
las tormentas, sobre su cuerpo de viejo atleta.<br />
25
JOSEPH CONRAD<br />
Solo Charley quedó en la blancura cruda de la<br />
pieza vacía sentado entre las dos hileras de maletas<br />
de hierro cuya perspectiva se perdía en la sombra.<br />
Tiraba violentamente de las puntas de la cuerda para<br />
acabar el nudo comenzado. Súbitamente, se levantó<br />
y arrojando el hilo a las narices <strong>del</strong> gato se largó tras<br />
él que, en pequeños saltos franqueaba los<br />
compresores de la cadena, con la cola tiesa en el aire<br />
como el cañón de una escopeta.<br />
Los marineros, pasaron de la luz brutal y de la<br />
cálida atmósfera que reinaba en el alcázar, a la<br />
serenidad de una noche purísima. Su aliento<br />
tranquilizador los envolvió, tibio aliento que<br />
destilaba bajo las estrellas innumerables suspendidas<br />
sobre el tope, como una fina nube de polvo<br />
luminoso.<br />
En dirección a la ciudad, la negrura <strong>del</strong> agua se<br />
rayaba de viras de fuego, suavemente ondulantes, al<br />
compás de las olas de la superficie, semejantes a<br />
filamentos que flotaran sujetos a la costa.<br />
Ringleras de luces, se hundían a lo lejos, derechas<br />
entre los huecos de los edificios muy altos, pero <strong>del</strong><br />
otro lado <strong>del</strong> golfo las negras colinas arqueaban sus<br />
oscuras vértebras, en las que, el punto luminoso de<br />
alguna estrella, semejaba una centella caída <strong>del</strong><br />
26
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
firmamento. A lo lejos en Bycullah, los focos<br />
eléctricos a la entrada los docks, balanceaban en la<br />
cima de los frágiles soportes, su claror frígido, como<br />
espectros cautivos de lunas malditas.<br />
Esparcidos por todo el azabache brillante de la<br />
rada, los barcos anclados flotaban perfectamente<br />
inmóviles bajo la débil claridad de los fanales <strong>del</strong><br />
fondeadero, espejismos opacos surgidos como de<br />
extrañas y monumentales estructuras abandonadas<br />
por los hombres a eterno reposo.<br />
Ante la cabina <strong>del</strong> capitán, Mr. Baker, pasaba<br />
lista. A medida que los hombres, a trancos pesados e<br />
inciertos, llegaban a la altura <strong>del</strong> gran mástil,<br />
percibían en la popa su cara ancha y redonda, un<br />
papel blanco ante los ojos, y contra el hombro la<br />
cabeza soñolienta de párpados pesados, <strong>del</strong> grumete,<br />
que tenía al final <strong>del</strong> brazo levantado, el globo<br />
luminoso de una linterna. <strong>El</strong> blando ruido de los<br />
pies desnudos sobre las tablas no había cesado aún<br />
cuando el segundo comenzó la lista. Articulaba<br />
distintamente, con tono serio, como correspondía a<br />
la llamada que apelaba los hombres a la inquieta<br />
soledad, a la lucha oscura y sin gloria, o a la<br />
resistencia, más dolorosa aún, de las pequeñas<br />
privaciones y odiosos menesteres. A cada nombre<br />
27
JOSEPH CONRAD<br />
pronunciado, un hombre respondía: ¡Sí, señor! o<br />
“presente”, y se separaba <strong>del</strong> grupo de cabezas que<br />
obstruía la sombra <strong>del</strong> baluarte de estribor,<br />
avanzando hacia el centro de claridad, para entrar<br />
luego, en dos pasos mudos, en las tinieblas <strong>del</strong> otro<br />
lado de la cubierta. Respondían en tonos diversos;<br />
murmullos pastosos, voces claras que sonaban<br />
francamente, y algunos como si aquello fuese una<br />
injuria a su dignidad adoptaban un tono ofendido: la<br />
disciplina no es demasiado estricta en los barcos<br />
mercantes, y el sentido de la jerarquía no es muy<br />
fuerte, allí donde, todos se sienten iguales; ante la<br />
inmensidad desdeñosa <strong>del</strong> mar y las exigencias sin<br />
tregua el trabajo. Mr. Baker leía lentamente: Hansen,<br />
Campbell, Smith, Wamibo... ¿Y bien Wamibo por<br />
qué no responde Vd.? siempre hay que llamarle dos<br />
veces...<br />
<strong>El</strong> finlandés dio al fin un gruñido inarticulado y<br />
pasó a la zona de luz, alto, flaco y con cara de<br />
persona recién despierta.<br />
<strong>El</strong> segundo continuó más a prisa: Craik,<br />
Singleton, Donkin... ¡cielos!, dejó escapar ante la<br />
inconcebible y calamitosa aparición que se reveló a<br />
la luz. Esta, se detuvo mostrando los encías pálidas y<br />
los largos dientes de la mandíbula superior, en una<br />
28
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
sonrisa torcida.<br />
-“¿Qué pasa, conmigo, señor segundo?”, se oyó.<br />
Una punta de insolencia se notaba en la voluntaria<br />
simplicidad de la pregunta. De los dos extremos <strong>del</strong><br />
puente llegaron risas sofocadas: “Suficiente. Vaya a<br />
su puesto”, gruñó Mr. Baker lanzando al nuevo<br />
ayudante la clara mirada de sus ojos azules. Y<br />
Donkin, eclipsándose súbitamente entró al grupo<br />
oscuro, para recibir amistosos golpecitos en la<br />
espalda y oírse decir cosas halagadoras, en voz baja.<br />
A su alrededor se murmuraba: “No tiene miedo”<br />
“Hay que ver”... “Ese polichinela ¿has visto al<br />
segundo?, estaba asombrado, Dios me condene”<br />
<strong>El</strong> último hombre había respondido y hubo un<br />
momento de silencio en que el segundo escrutó la<br />
lista: “Dieciséis, diecisiete... murmuraba. Me falta<br />
uno, contramaestre, dijo alto. <strong>El</strong> guapo<br />
contramaestre que estaba junto a él, moreno y<br />
barbado de <strong>negro</strong> como un gigante español, dijo en<br />
un bajo profundo: No queda ni uno en proa, sir, he<br />
mirado por todas partes y no está, pero quizá llegue<br />
antes <strong>del</strong> día.<br />
Puede que sí y puede que no, comentó el<br />
segundo. <strong>El</strong> último nombre no se entiende hay un<br />
borrón aquí... con éste se completa la cuenta ... ¡Eh,<br />
29
JOSEPH CONRAD<br />
vosotros, abajo!<br />
<strong>El</strong> grupo confuso, inmóvil hasta entonces, se<br />
separó deshaciéndose y se dirigió o proa.<br />
-¡Wait! 1 , gritó una voz llena y resonante. Todos se<br />
detuvieron. Mr. Baker, que estaba bostezando, dio<br />
media vuelta con la boca abierta. Después, furioso<br />
estalló.<br />
-¿Qué pasa, quién dice que espere? Quién...<br />
Se percibió una alta silueta de pie sobre la<br />
batayola. Esta descendió abriéndose camino entre la<br />
tripulación; los pasos marchaban hacia la linterna <strong>del</strong><br />
alcázar. De nuevo la voz sonora repitió con<br />
insistencia: “¡Wait!” La lámpara iluminó al individuo.<br />
Era alto, la cabeza se perdía en la sombra qué<br />
proyectaban las embarcaciones. Lució la blancura de<br />
sus dientes y de sus ojos, pero no pudo verse el<br />
rostro. Las manos grandes estaban enguantadas.<br />
Mr. Baker avanzó intrépido: ¿Quién es Vd.?<br />
¿Cómo se atreve?... comenzó.<br />
<strong>El</strong> grumete, estupefacto como todos, levantó la<br />
linterna hasta la cara <strong>del</strong> hombre: Era <strong>negro</strong>. Un<br />
rumor asombrado, semejante al murmullo de la<br />
palabra “<strong>negro</strong>” corrió a lo largo de la cubierta y se<br />
perdió en la noche.<br />
1 Wait, “espere” en inglés.<br />
30
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
Pero él, pereció no oír nada. Se plantó en su sitio,<br />
marcando un tiempo con gesto rítmico y dijo con<br />
calma: Wait, me llamo James Wait.<br />
-¡Ah!... hizo Mr. Baker.<br />
Después, tras un momento de silencio que<br />
presagiaba tormenta estalló:<br />
-¡Ah!... ¿Vd. se llama Wait? ¿Y qué? ¿Qué es lo<br />
que quiere? ¿Qué le pasa para llegar desgañitándose<br />
así?<br />
<strong>El</strong> <strong>negro</strong>, estaba sereno, frío, dominador,<br />
soberbio. Los hombres se habían aproximado tras él<br />
en masa compacta. Pero le pasaba a todos, más de<br />
media cabeza; dijo: Soy <strong>del</strong> barco.<br />
Pronunciaba claramente, con dulce precisión. Los<br />
acentos profundos y brillantes de su voz, recorrieron<br />
el puente sin esfuerzo. Era naturalmente desdeñoso,<br />
condescendiente sin afectación, como hombre que,<br />
desde lo alto de sus seis pies, tres pulgadas, hubiese<br />
medido la inmensidad de la locura humana y tomado<br />
el partido de ser indulgente.<br />
Continuó: “<strong>El</strong> capitán me ha embarcado esta<br />
mañana, no he podido venir más temprano y, como<br />
he visto a todo el mundo en popa, al subir la escala,<br />
he comprendido inmediatamente que se estaba<br />
pasando lista. Por eso he dicho mi nombre. Creí que<br />
31
JOSEPH CONRAD<br />
lo tendría Vd. en la lista y que comprendería: Vd. no<br />
se fijó”...<br />
Se detuvo. La estupidez circundante estaba,<br />
confundida. <strong>El</strong> tenía razón, como siempre y como<br />
siempre estaba dispuesto a perdonar. La expresión<br />
de su desdén había desaparecido y permanecía<br />
resoplando entre todos aquellos blancos. Había<br />
levantado en alto la cabeza a la luz de la linterna, una<br />
cabeza vigorosamente mo<strong>del</strong>ada en planos de<br />
sombra y luminosos relieves, una cabeza poderosa y<br />
deforme con cara chata y atormentada, patética y<br />
brutal; la máscara trágica misteriosa y repulsiva <strong>del</strong><br />
alma negra.<br />
Mr. Baker, recobraba su sangre fría, interrogó el<br />
papel prestamente.<br />
-¡Ah sí, perfectamente! Está bien Wait. Lleve su<br />
maleta a proa.<br />
De pronto, los ojos <strong>del</strong> <strong>negro</strong> rodaron como<br />
enloquecidos. Llevó la mano al costado, tosió dos<br />
veces con tos metálica, hueca y formidablemente<br />
sonora. Sus toses resonaron como dos explosiones<br />
en una cripta, la bóveda <strong>del</strong> cielo repercutió y las<br />
paredes de hierro <strong>del</strong> navío parecieron vibrar al<br />
unísono; después avanzó con los otros. Los oficiales<br />
rezagados cerca <strong>del</strong> puente <strong>del</strong> cuadro pudieron oírle<br />
32
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
decir:<br />
-¿No hay quien me de una mano? Tengo un cofre<br />
y un saco.<br />
Estas palabras de entonación igual y sonora<br />
corrieron por toda la extensión <strong>del</strong> navío y la<br />
pregunta alejaba cualquier veleidad de negativa. Los<br />
pases prietos y cortos de dos hombres llevando un<br />
fardo, se alejaron hacia proa, pero la alta silueta <strong>del</strong><br />
<strong>negro</strong> permaneció junto al gran cuadro rodeada de<br />
un auditorio de otros más pequeños. Se le oyó<br />
preguntar de nuevo: “Vuestro cocinero ¿es un<br />
gentleman de color?” Después un: “Ah hum”...<br />
desdeñoso y desaprobador acogió la información<br />
que el cocinero no era sino un blanco. Sin embargo<br />
cuando descendían todos juntos hacia el alcázar de<br />
proa, se dignó pasar la cabeza por la puerta de la<br />
cocina y clarinear un magnífico “¡Buenas noches,<br />
doctor!” que hizo vibrar las cacerolas.<br />
En la semioscuridad, el cocinero dormitaba sobre<br />
el cofre <strong>del</strong> carbón. Saltó en el aire como azotado<br />
por una fusta y se precipitó al puente, sin ver más<br />
que las espaldas que se alejaban sacudidas de risa.<br />
Más tarde, cuando entraba en el capítulo de este<br />
viaje solía decir: <strong>El</strong> infeliz me dio miedo; creí ver a<br />
Satán en persona.<br />
33
JOSEPH CONRAD<br />
Hacía siete años que el cocinero navegaba en el<br />
mismo barco y con el mismo capitán. Era un<br />
hombre de aspecto serio, provisto de mujer y de tres<br />
chicos. Gozaba de su sociedad un mes cada doce<br />
más o menos. En esas circunstancias, llevaba a la<br />
iglesia a su familia, dos veces cada domingo. En el<br />
mar, dormíase todas las noches con la lámpara<br />
encendida, la pipa entre los dientes y la Biblia abierta<br />
en la mano. Era preciso, ir durante la noche, a<br />
apagarle la lámpara, a retirarle el libro de la mano y<br />
la pipa de la boca.<br />
- Porque, se lamentaba Belfast fastidiado, viejo<br />
gallo estúpido, tú acabarás tragándote el pito una<br />
noche de estas y nos quedaremos sin cocinero.<br />
-¡Ah, hijo, yo estoy pronto para responder al<br />
llamado <strong>del</strong> Creador... quisiera que lo estuvieran<br />
todos!... respondía el otro con mansedumbre serena,<br />
a la vez estúpida y conmovedora.<br />
Belfast, en la puerta de la cocina pataleaba de<br />
enervamiento. ¡Santo idiota, no quiero que te<br />
mueras!, gruñía levantando el rostro furioso, de<br />
labios torcidos y ojos llorosos. ¡Maldito hereje,<br />
cabeza de palo ya te llevará el diablo demasiado<br />
pronto... pero piensa en nosotros, en nosotros en<br />
¡Nosotros! Y se marchaba pataleando y lanzando un<br />
34
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
gargajo asqueado, crispado, mientras el otro<br />
franqueaba el umbral con una sartén en la mano,<br />
fumando plácidamente y siguiendo con sonrisa de<br />
superioridad llena de piadosa suficiencia, la espalda<br />
de su “caro hombrecillo” todo estremecido de<br />
cólera. Eran grandes amigos.<br />
Mr. Baker, perezosamente apoyado contra el<br />
cordaje, absorbía la humedad de la noche en<br />
compañía <strong>del</strong> oficial.<br />
- Arrogantes y grandes esos <strong>negro</strong>s de las<br />
Antillas, ¿verdad?, dijo, espléndido hombrote ese,<br />
Mr. Creighton, se le sentiría en la punta de una<br />
amarra eh... prr... Lo tomaré para mi guardia...<br />
Probablemente...<br />
<strong>El</strong> oficial, un joven, dijo gruñendo entre cada<br />
palabra, vamos, no hay que ser tan goloso... Vd. Ha<br />
tenido al finlandés en el otro viaje. Quiero ser justo,<br />
le dejo los escandinavos y yo... prr... yo me quedo<br />
con el <strong>negro</strong> y con... prr... ese desvergonzado<br />
mercachifle <strong>del</strong> levitón. Será preciso... prr... que<br />
marche derecho, o mi nombre... prr... no es Baker,<br />
prr... prr... prr...<br />
Gruñó tres veces seguidas ferozmente. Era un tic<br />
suyo eso de gruñir entre palabras y al fin de la frases.<br />
Un gruñido apagado y fuerte que iba muy bien con<br />
35
JOSEPH CONRAD<br />
el acento de amenaza con que profería las sílabas,<br />
con su pesado torso y su cuello de toro, con sus<br />
asperezas súbitas y arrolladoras, su rostro lleno de<br />
costurones, sus ojos fijos y su boca sardónica. Pero<br />
hacía ya tiempo que aquello no impresionaba a<br />
nadie. Todos lo querían. Belfast, que se sabía el<br />
favorito le remedaba a su misma espalda. Charley,<br />
también, pero más discretamente, imitaba su modo<br />
de andar.<br />
Algunas de sus frases habían cobrado la<br />
importancia de sentencias consagradas y cotidianas.<br />
¡<strong>El</strong> colmo de la popularidad! Además todos<br />
convenían en que, el segundo podía “remacharle el<br />
clavo a un tipo al verdadero estilo americano”<br />
En aquel momento daba sus últimas órdenes.<br />
-¡Prr... tú, Knowles, haz subir a todo el mundo a<br />
las cuatro. Quiero... prr... virar cortó, antes de la<br />
llegada <strong>del</strong> remolcador. Abrid el ojo, por el capitán...<br />
Voy a acostarme vestido... prr... Llamadme cuando<br />
veáis llegar el bote... prr... prr... <strong>El</strong> patrón tendrá sin<br />
duda algo que decirme cuando llegue, hizo notar a<br />
Mr. Creighton. Bien, buenas noches... prr... <strong>El</strong> día<br />
será largo mañana prr... más vale acostarse<br />
temprano... prr... prr...<br />
Una franja de luz rayó la negrura <strong>del</strong> puente; una<br />
36
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
puerta golpeó y Mr. Baker desapareció en su limpia<br />
cabina.<br />
<strong>El</strong> joven Creighton permanecía apoyado en la<br />
barandilla, la mirada soñadora hundida en la noche<br />
oriental. Seguía la perspectiva de un camino abierto<br />
en la campiña; los rayos de sol danzaban entre las<br />
hojas inquietas; y veía estremecerse las ramas de los<br />
viejos árboles cuyo arco encuadraba el tierno y<br />
acariciante azul de cielo de Inglaterra. Bajo la curva<br />
de las ramas, una muchacha con traje claro<br />
sonriendo bajo su sombrilla parecía estar de pie<br />
sobre el cielo mismo<br />
A la otra punta <strong>del</strong> barco, el alcázar donde no<br />
ardía más que una lámpara, parecía dormir en un<br />
espacio oscuro atravesado de ronquidos y breves<br />
suspiros.<br />
En doble hilera, las camas bostezaban negras,<br />
como tumbas habitadas por inquietos muertos. Aquí<br />
y allá una cortinilla de cretona a grandes flores<br />
agresivas marcaba el puesto de un sibarita. Una<br />
pierna, colgaba de una litera muy blanca e inerte. Un<br />
brazo alzaba al techo una palma negra, donde se<br />
curvaban los dedos gruesos.<br />
Dos discretos ronquidos dialogaban en un<br />
contrapunto barroco.<br />
37
JOSEPH CONRAD<br />
Singleton, el torso desnudo, el viejo sufría<br />
horriblemente de erupciones de calor, se mantenía<br />
con la espalda al aire en el vano de la puerta, con los<br />
brazos cruzados sobre el historiado pecho.<br />
<strong>El</strong> <strong>negro</strong>, medio desnudo, se ocupaba se<br />
ocupaba en desamarrar las cuerdas de su cofre, y en<br />
extender su colchón sobre una litera alta.<br />
Paseaba en silencio tu alta talla, en zapatillas y<br />
con un par de ligas sueltas golpeándole los talones.<br />
Entre las sombras <strong>del</strong> montante y <strong>del</strong> bauprés,<br />
Donkin mascaba un mendrugo de galleta seca,<br />
sentado sobre cubierta y con los pies al aire. Tenía la<br />
galleta asida ante la boca y le daba rabiosos<br />
mordiscos. Las migas caían entre sus piernas<br />
separadas. Levantándose preguntó con voz<br />
contenida: ¿Dónde está el agua?<br />
Singleton, sin saber, hizo un gesto con su fuerte<br />
mano, donde ardía la pipa corta y gruesa. Donkin se<br />
inclinó, bebió en el jarro de estaño, goteando el<br />
suelo, tornóse y vio al <strong>negro</strong> que lo miraba por<br />
encima <strong>del</strong> hombro, sereno y altísimo.<br />
-¡Qué espléndida comida!, susurró con amargura.<br />
Mi perro en casa, la rechazaría, pero es demasiado<br />
para nosotros... Lo mismo que semejante alcázar<br />
para un barco tan grande. Y ni un triste pedazo de<br />
38
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
carne en los tachos. He rebuscado en todos los<br />
cajones.<br />
<strong>El</strong> <strong>negro</strong> le contempló con la mirada de un<br />
hombre al cual se dirige uno de improviso en un<br />
lenguaje desconocido. Donkin cambió de tono:<br />
Pásame un cacho de tabaco, camarada, dijo<br />
confidencialmente:<br />
- Hace un mes que no fumo ni lo masco y tengo<br />
unas ganas locas... Una buena acción, anda viejo.<br />
- Es Vd. muy familiar, dijo el <strong>negro</strong>. Donkin,<br />
rebotó y cayó sentado sobre un cofre vecino.<br />
- Nunca hemos guardado chanchos en compañía,<br />
continuó James Wait, moderando su buen timbrada<br />
voz de barítono.<br />
- Tome su tabaco.<br />
Después, tras una pausa preguntó: ¿Qué barco?<br />
-“Golden State” murmuró Donkin<br />
mordisqueando el tabaco al mismo tiempo.<br />
¿Desertor? dijo el <strong>negro</strong> cortésmente.<br />
Donkin, con la mejilla inflada hizo seña que sí.<br />
- He desertado, masculló. Habían matado a<br />
patadas a un mozo de Dago, después me hubiera<br />
tocado a mí el turno. Me largué.<br />
-¿Dejando su abarrote?<br />
- <strong>El</strong> abarrote y los cuartos, respondió Donkin,<br />
39
JOSEPH CONRAD<br />
levantando la voz. No tengo nada; ni ropa, ni cama.<br />
<strong>El</strong> patizambo irlandés me ha dado una manta.<br />
Parece que tendré que acostarme en el foque esta<br />
noche.<br />
Salió arrastrando tras sí el cobertor por una<br />
punta. Sin embargo, sin una mirada se apartó para<br />
dejarle paso.<br />
<strong>El</strong> <strong>negro</strong> juntó sus atavíos de tierra y ya en traje<br />
de tareas se sentó sobre el cofre, un brazo alargado<br />
sobre las rodillas.<br />
Después de haber contemplado a Singleton largo<br />
rato, preguntó con énfasis: ¿Qué tal es el barco?<br />
Bueno ¿eh?<br />
Singleton no se movió, Después dijo con rostro<br />
impasible: ¿<strong>El</strong> barco? Hum... los barcos todos son<br />
buenos, pero los hombres... Y continuó fumando su<br />
pipa, en silencio. La sabiduría de medio siglo pasado<br />
en escuchar el rumor de las olas, había hablado<br />
inconscientemente, por sus labios. Entonces, James<br />
Wait tuvo una quinta tos, rajante y rugiente que lo<br />
sacudió como huracán, arrojándolo sobre el cofre<br />
anhelante, con los ojos fuera de la órbitas.<br />
Algunos hombres se despertaron. Uno con voz<br />
adormilada gritó desde su litera:<br />
-¡Eh! ¿Quién mete ruido?<br />
40
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
- Estoy resfriado, resopló James Wait.<br />
-¿dices que resfriado?, gruñó el otro, yo te<br />
apuesto a que...<br />
- Lo que quieras, respondió el <strong>negro</strong> ya derecho,<br />
con su estatura y desdén reaparecidos.<br />
Trepó a su litera y comenzó a toser con<br />
persistencia, mientras alargaba el cuello para espiar<br />
con serena mirada a la tripulación. No se elevó<br />
ninguna otra protesta. Entonces, dejóse caer sobre<br />
las almohadas y a poco pudo oírse el silbido rítmico<br />
de su respiración, semejante a la de un hombre<br />
oprimido por un mal sueño.<br />
Singleton permanecía a la entrada, de cara a la luz.<br />
Y solo, en la vacía penumbra <strong>del</strong> alcázar de proa,<br />
parecía más grande, colosal, muy viejo; viejo como el<br />
tiempo, padre de las cosas, venido allí, a ese sitio<br />
más mudo que un sepulcro, a contemplar con<br />
paciente mirada la corta victoria <strong>del</strong> sueño<br />
consolador. Y, sin embargo, no era más de un hijo<br />
<strong>del</strong> tiempo, reliquia solitaria de una generación<br />
devorada y de la que nadie se acordaba ya. Allí<br />
estaba, vigoroso aún, vacío de pensamiento, entre su<br />
hueco pasado y lo incierto <strong>del</strong> porvenir, sus<br />
impulsos de niño y sus pasiones de hombre ya<br />
muertas bajo el pecho tatuado. Los hombres capaces<br />
41
JOSEPH CONRAD<br />
de comprender su silencio habían desaparecido, los<br />
que conocieron el secreto de vivir más allá de la vida<br />
y cara a la eternidad. Habían sido fuertes, con la<br />
fuerza <strong>del</strong> que no conoce ni la duda ni la esperanza.<br />
Habían sido impacientes y sufridos, turbulentos y<br />
adictos, insumisos y fíeles.<br />
Fueron los hijos de la privación y <strong>del</strong> trabajo, de<br />
la violencia y de la crápula, pero no conocieron el<br />
miedo ni guardaron el odio en sus corazones.<br />
Difíciles de conducir, pero fáciles de seducir;<br />
siempre mudos, pero lo bastante hombres para<br />
despreciar en su alma la sensiblería de los que<br />
deploran la rudeza de su suerte. ¡Suerte única la suya!<br />
La fuerza de sufrirla parecíales privilegio de elegidos.<br />
Eran los hijos siempre jóvenes <strong>del</strong> mar misterioso;<br />
sus sucesores no son sino hijos envejecidos de una<br />
tierra descontenta. Menos díscolos, pero menos<br />
inocentes, menos profanos, pero quizá menos<br />
creyentes y que sí aprendieron a hablar, aprendieron<br />
también a gemir. Pero los otros, los fuertes, los<br />
silenciosos, fueron como cariátides de piedra que en<br />
la noche sostuvieran las salas resplandecientes de un<br />
edificio glorioso.<br />
Estaban ya lejanos ahora. <strong>El</strong> mar, como la tierra,<br />
es infiel a sus hijos. Una verdad, una fe, una<br />
42
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
generación que pasa, se olvida y nada significa,<br />
excepto, quizá, para los que creyeron esa verdad,<br />
profesaron esa fe o amaron a esos hombres.<br />
La brisa se alzó. <strong>El</strong> navío se osciló y súbitamente<br />
bajo una sacudida más fuerte, el cabo de la cadena,<br />
entre el argüe y el machón, tintineó, se deslizó una<br />
pulgada y se elevó suavemente, sugiriendo de un<br />
modo vago la idea de una vida insospechada<br />
escondida en loa moléculas <strong>del</strong> hierro. En los<br />
escobenes, las anillas de la cadena chocaban<br />
produciendo el gemido sordo de un hombre<br />
abrumado por un fardo.<br />
La tensión se prolongó hasta el argüe, la cadena,<br />
tensa como una cuerda, vibró, y la manga de freno<br />
movióse con breves oscilaciones.<br />
Singleton avanzó.<br />
Hasta entonces había permanecido meditativo y<br />
sin pensamiento, lleno de calma y vacío de<br />
esperanza, rostro austero e impasible, niño de<br />
sesenta años, hijo <strong>del</strong> mar misterioso. Todos sus<br />
pensamientos, desde la cuna podían haberse expresado<br />
en seis palabras, pero el movimiento de esas<br />
cosas que formaban parte de su yo como el latir <strong>del</strong><br />
corazón, despertaron un relámpago de alerta en su<br />
inteligencia. La llama de la lámpara vacilaba y el<br />
43
JOSEPH CONRAD<br />
viejo, frunciendo la maraña de sus cejas se inclinó<br />
sobre el freno vigilante e inmóvil.<br />
Pronto, el navío, obediente a la llamada <strong>del</strong> ancla,<br />
corrió hacia arriba, aflojando la cadena. <strong>Descarga</strong>da,<br />
curvóse y tras un balanceo imperceptible, cayó de<br />
golpe sobre las duras planchas de maderas. Singleton<br />
asió la alta palanca y de un violento empuje de todo<br />
su cuerpo, dio media vuelta al guindalete. Se<br />
contuvo, respiró hondo y quedó luego largo rato<br />
contemplando con ojos irritados el compacto<br />
aparato echado sobre el puente, a sus pies, como un<br />
extraño monstruo prodigioso y domado.<br />
- Ahí tienes, le gruñó como un amo, entre la<br />
inculta barba enmarañada.<br />
44
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
<strong>El</strong> “<strong>Narciso</strong>” zarpó al amanecer.<br />
Una bruma ligera velaba el horizonte. A lo lejos,<br />
la inconmensurable llanura líquida extendíase<br />
brillante como un pavimento de pedrería, y vacía<br />
como el cielo.<br />
<strong>El</strong> remolcador <strong>negro</strong> se apartó a barlovento,<br />
como de costumbre, largó la amarra y paró la<br />
máquina; titubeó un instante a lo largo <strong>del</strong> anca,<br />
mientras que, esbelto y largo, el casco <strong>del</strong> barco<br />
oscilaba lentamente bajo las velas. La tela floja<br />
hinchábase de brisa redondeándose blandamente<br />
con perfiles semejantes a los de blancas nubes<br />
ligeras, presas en la red de cuerdas. Después las velas<br />
fueron cazadas y las vergas izadas el barco tornóse<br />
una alta y solitaria pirámide que se deslizaba,<br />
brillante de blancura, a través de la niebla luminosa.<br />
45<br />
II
JOSEPH CONRAD<br />
<strong>El</strong> remolcador dio media vuelta sobre su estela y<br />
volvióse a tierra. Veintiséis pares de ojos siguieron, a<br />
ras <strong>del</strong> agua, su trasera achaparrada, que rampaba<br />
sobre la marea lisa, entre las ruedas que giraban a<br />
prisa azotando el agua con golpes precisos y<br />
rabiosos. Parecía un enorme escarabajo acuático,<br />
sorprendido por la luz, deslumbrado por el sol y<br />
afanándose en penosos esfuerzos por ganar la<br />
sombra lejana de la costa. Tras él, quedó en el cielo<br />
una estela de humo, y en el agua dos rayas de<br />
esfímera espuma. En el lugar donde se había vuelto,<br />
quedaba una mancha negra y redonda de hollín, que<br />
ondulaba con la marea, semejante a un lugar<br />
manchado por un reposo impuro.<br />
Abandonado a sí mismo, el “<strong>Narciso</strong>”, rumbo al<br />
sur, pareció enderezarse, resplandeciente y como<br />
inmóvil sobre el mar sin reposo y bajo el sol viajero.<br />
Flecos de espuma resbalaban a lo largo de sus<br />
flancos y el agua chocaba en rápidas oleadas; la tierra<br />
perdíase de vista esfumándose; algunos pájaros<br />
gritaban, planeando sobre los mástiles con las alas<br />
extendidas. Pero pronto la costa desapareció,<br />
volaron los pájaros hacia el oeste y la vela<br />
puntiaguda de un Dhaw árabe que iba hacia Bombay<br />
apareció sobre la línea <strong>del</strong> horizonte, sólo un<br />
46
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
instante, para desvanecerse súbitamente como un<br />
espejismo.<br />
Después la estela <strong>del</strong> barco prolongóse inflexible<br />
y larga a través de un día de infinita soledad. <strong>El</strong> sol<br />
poniente parecía abrasar las olas y ardía rojo, bajo la<br />
negrura de pesadas nubes de lluvia. La borrasca <strong>del</strong><br />
atardecer, llegando a la zaga, se fundió en breve y<br />
ceñido diluvio. Dejó al barco reluciente desde la bola<br />
de los mástiles hasta la línea de flotación, pero con<br />
las velas opacas. Corría a prisa ante el soplo igual <strong>del</strong><br />
monzón, con la cubierta libre para la noche y fiel<br />
consigo mismo, mezclaba el susurro <strong>del</strong> monótono<br />
golpetear de las olas al murmullo sofocado de la voz<br />
de los hombres reunidos en popa para el arreglo de<br />
los turnos, a la queja corta de alguna rondana o, a<br />
veces, al fuerte suspiro de la brisa.<br />
Mr. Baker, saliendo de su cabina, gritó<br />
agudamente el primer nombre de la lista, antes de<br />
cerrar la puerta tras sí.<br />
Iba a hacerse cargo <strong>del</strong> puente.<br />
Es un viejo uso marítimo que, durante el viaje de<br />
regreso, el segundo de a bordo tome la primera<br />
guardia nocturna desde las ocho hasta las doce.<br />
Es por eso que Mr. Baker, tras haber oído el<br />
último “presente”, dijo pensativo: “Relevad al<br />
47
JOSEPH CONRAD<br />
timonel y al vigía” y trepó pesadamente la escala de<br />
popa a barlovento. Poco después, Mr. Creighton<br />
bajó silbando suavemente y entró en la cabina. En el<br />
umbral de la puerta, el ranchero ambulaba en<br />
pantuflas, meditativo y con las mangas de la camisa<br />
arrolladas hasta el sobaco. Sobre el puente el<br />
cocinero, que cerraba las puertas <strong>del</strong> fogón, tenia un<br />
altercado con el joven Charley, a propósito de un<br />
par de calcetines. Oíase su voz elevarse<br />
dramáticamente en la oscuridad:<br />
- Pero tú no soportas que uno te haga un favor...<br />
te los pongo a secar y sales quejándote de los<br />
agujeros. Si yo fuera un hereje como tú, rufiancillo,<br />
ya te fregaría la cara.<br />
Los hombres permanecían pensativos en grupos<br />
de tres o cuatro, o marchaban silenciosos a lo largo<br />
de los baluartes <strong>del</strong> combes. <strong>El</strong> primer día de<br />
actividad de un viaje recaía en la paz monótona de la<br />
rutina. En popa, sobre la toldilla, Mr. Baker<br />
marchaba arrastrando los pies y gruñendo solo, en el<br />
intervalo de su pensamiento; en proa, el vigía, de pie<br />
entre los brazos de las dos anclas, tarareaba un aire<br />
interminable, los ojos fijos en la ruta, con vacía<br />
mirada. Una multitud de estrellas surgiendo en la<br />
noche clara pobló la vaciedad <strong>del</strong> cielo. Irradiaban<br />
48
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
como vivientes, sobre el mar que circundaba el<br />
navío en marcha; más intensas que los ojos de una<br />
atenta multitud y más escrutadora, que las almas en<br />
el fondo de la mirada humana.<br />
<strong>El</strong> viaje había comenzado. <strong>El</strong> navío, como un<br />
fragmento desprendido de tierra, huía, frágil y rápido<br />
planeta solitario. En torno suyo los abismos <strong>del</strong> cielo<br />
y <strong>del</strong> mar juntaban sus intangibles fronteras. Una<br />
vasta soledad esférica movíase con el barco siempre<br />
igual en su aspecto majestuoso y jamás monótono.<br />
De tiempo en tiempo otra vela vagabunda,<br />
cargada de vidas humanas, aparecía a lo lejos, un<br />
instante, siguiendo la ruta de su propio destino. <strong>El</strong><br />
sol iluminaba su camino todo el día, y todas las<br />
mañanas abría, abrasador y redondo, su ojo<br />
insatisfecho de curiosidad. Esa casa flotante tenía su<br />
propio porvenir; vivía con la vida de todos los seres<br />
que poblaban sus puentes; semejante a la tierra que<br />
la había entregado al mar llevaba una carga<br />
intolerable de recuerdos y esperanzas. Llevaba,<br />
vivientes la verdad tímida y la mentira audaz y como<br />
la tierra, estaba desprovista de conciencia, agradable<br />
a la vista, condenada por el hombre a innoble suerte.<br />
La augusta soledad de su ruta daba dignidad a la<br />
sórdida inspiración de su peregrinaje. Navegaba<br />
49
JOSEPH CONRAD<br />
hacia el sur, espumando, como guiada por el coraje<br />
de un alto propósito. La sonriente inmensidad <strong>del</strong><br />
mar parecía reducir la medida <strong>del</strong> tiempo. Los días,<br />
corrían unos después de otros, brillantes y rápidos<br />
como los rayos de un faro y las noches accidentadas<br />
y breves parecíancese a sueños fugaces.<br />
La tripulación estaba en su puesto y dos veces<br />
por hora la campaña regulaba su vida de labor<br />
incesante. Noche y día la cabeza y los hombros de<br />
un marino se alzaban en la popa recortándose sobre<br />
el sol o el cielo estrellado, inmóviles sobre los<br />
inquietos rayos de las ruedas <strong>del</strong> timón. Los rostros<br />
cambiaban, sucediéndose en orden inmutable.<br />
Jóvenes barbudos, <strong>negro</strong>s, serenos o atormentados,<br />
todos se asemejaban, llevando la marca fraternal, la<br />
misma expresión atenta para observar la brújula o la<br />
vela. <strong>El</strong> capitán Allistoun, serio, una vieja bufanda<br />
roja alrededor <strong>del</strong> cuello, ocupaba el día entero la<br />
toldilla. De noche, a veces, ocurría emerger de las<br />
tinieblas, como un espectro de su tumba, y quedaba<br />
vigilante y mudo contemplando las estrellas, con la<br />
camisa de noche flotante como una bandera;<br />
después, sin emitir una sílaba, volvía a hundirse de<br />
nuevo.<br />
Había nacido en la costas de Pentlad Firth. En su<br />
50
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
juventud fue arponero en los balleneros de<br />
Peterhead. Cuando hablaba de aquellos tiempos sus<br />
móviles ojos grises volvíanse fijos y helados.<br />
Más tarde, por cambiar, viajó por lo mares de la<br />
India. Comandaba el “<strong>Narciso</strong>” desde su<br />
construcción y le amaba, pero le lanzaba sin<br />
compasión poseído por un anhelo secreto: hacerle<br />
cumplir algún día una brillante y pronta travesía que<br />
mencionaran las gacetas marítimas.<br />
Acompañaba con sonrisa sardónica el nombre<br />
de su armador, hablaba raramente a los oficiales y<br />
reprobaba las faltas con tono suave, pero palabras<br />
tajantes hasta lo vivo. Sus cabellos gris hierro,<br />
encuadraban un rostro duro, color cordobán. Todos<br />
los días de su vida, afeitábase, a las seis (salvo<br />
cuando fue tomado por el huracán a ochenta millas<br />
al sudoeste de Mauricio, y tres veces consecutivas<br />
faltó) No temía sino a un Dios sin misericordia y<br />
aspiraba a acabar su días en una casita rodeada de un<br />
palmo de terreno, lejos en el campo, donde no se<br />
viese el mar.<br />
<strong>El</strong>, regente de ese mundo minúsculo, descendía<br />
rara vez de las alturas olímpicas de la toldilla. Más<br />
abajo, a sus pies, por decirlo así, los mortales<br />
comunes arrastraban su trabajosa existencia. De una<br />
51
JOSEPH CONRAD<br />
punta a la otra <strong>del</strong> barco, Mr. Baker gruñía<br />
sanguinario e inofensivo metiendo la nariz en todo<br />
ya que estaba, como él mismo lo dijera una vez,<br />
pagado precisamente para eso.<br />
Los que trabajaban en el puente tenían un<br />
aspecto sano y contento como la mayor parte te los<br />
marinos una vez en el mar.<br />
La verdadera paz de Dios comienza no importa<br />
dónde, a cien leguas de la tierra más próxima, y<br />
cuando envía mensajeros de su poder no es para<br />
perseguir terriblemente el crimen de la presunción o<br />
la locura, sino con el fin de reunir, fraternalmente,<br />
corazones simples e ignorantes que desconozcan la<br />
vida y no latan de envidia ante la alegría y los bienes<br />
de otros.<br />
De noche, la cubierta recogida cobraba un<br />
tranquilo aspecto semejante al <strong>del</strong> otoño terrestre. <strong>El</strong><br />
sol descendía al abismo de su reposo envuelto en un<br />
manto de cálidas nubes. En proa, el contramaestre y<br />
el carpintero, sentados sobre el extremo de los<br />
mástiles de cambio, permanecían con los brazos<br />
cruzados; cerca, el maestro velero achaparrado y<br />
corto había, navegado en un barco de guerra,<br />
contaba entre dos chupadas de pipa, historias<br />
increíbles sobre algunos almirantes.<br />
52
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
Las parejas andaban de largo a largo guardando el<br />
paso y el equilibrio sin esfuerzo a pesar <strong>del</strong> estrecho<br />
espacio. Los cerdos gruñían en su chiquero. Belfast,<br />
soñador, de codos sobre la barandilla,<br />
comunicábase, con ellos por medio <strong>del</strong> silencio de<br />
su meditación. Los grumetes, con la camisa abierta<br />
sobre el pecho tostado, se alineaban sobre el cordaje<br />
de las amarras o los tramos de las escalas <strong>del</strong> alcázar<br />
de proa.<br />
Al pie <strong>del</strong> mástil de mesana un grupo discutía<br />
sobre los rasgos característicos que distinguen a un<br />
“gentleman”. Una voz dijo: “Es la menega”... Otro<br />
corrigió: “No, hombre, el modo de hablar”.<br />
Knowles, el cojo, avanzando su cara mugrienta,<br />
gozaba de la distinción de ser el peor lavado de<br />
todos, y mostrando algunos huesos amarillos en una<br />
sonrisa de superioridad dijo que él “les había visto<br />
los pantalones”...<br />
Los fondillos, decía, están más finos que un<br />
papel a fuerza de rozar con las sillas de la oficina, sin<br />
que por eso, a primera vista, se note nada ni la tela<br />
deje de durar.<br />
- Es endemoniadamente fácil ser “gentleman”<br />
cuando se tiene un oficio así toda la vida.<br />
Discutieron hasta el infinito, obstinados y<br />
53
JOSEPH CONRAD<br />
pueriles, gritando argucias sorprendentes con la cara<br />
congestionada, mientras la blanda brisa,<br />
desbordando en remolinos de la enorme cavidad de<br />
la mesana bombeada sobre sus cabezas, removía sus<br />
cabellos despeinados con soplo ligero y fugitivo<br />
como una indulgente caricia.<br />
Olvidaban su trabajo, se olvidaban a sí mismos.<br />
<strong>El</strong> cocinero acercóse para escuchar y se quedó<br />
radiante de la íntima de la íntima luz de su fe, como<br />
un santo infatuado y siempre enceguecido por la<br />
corona prometida.<br />
Donkin, solitario y rumiando sus penas en la<br />
punta <strong>del</strong> alcázar, acercóse para seguir el hilo de la<br />
discusión que proseguía abajo. Tornó su cara<br />
amarillenta hacia el mar y sus finas narices aletearon<br />
husmeando la brisa al bajar negligentemente a la<br />
batayola.<br />
En la luz dorada, los rostros brillaban<br />
apasionados por el debate, los dientes irradiaban y<br />
centelleaban los ojos. Los paseantes deteníanse de<br />
dos en dos, interesados un momento. Un marinero<br />
que estaba inclinado sobre un cubo, se enderezó<br />
fascinado, con flecos de jabón chorreándole de los<br />
brazos.<br />
Hasta los tres oficiales subalternos escuchaban<br />
54
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
con aire superioridad apoyados en la proa y con la<br />
espalda bien guardada.<br />
Belfast se detuvo a tirarle la oreja a su cerdo<br />
preferido, la boca abierta y la mirada impaciente<br />
aguardando el momento de meter la cucharada.<br />
Levantó los brazos gesticulantes y descarnados. De<br />
lejos, Charley gritó a los disputadores:<br />
- Sobre “gentleman” yo se más que ninguno de<br />
vosotros. He sido como chancho con ellos... les<br />
lustraba las botas.<br />
<strong>El</strong> cocinero, que alargaba el cogote para oír<br />
mejor, quedó escandalizado.<br />
- Ten la lengua cuando hablen los mayores,<br />
renegado, lengua larga.<br />
- Se hace lo que se puede, viejo ¡Aleluya!... no te<br />
enfades, respondió Charley.<br />
Una opinión <strong>del</strong> sucio Knowles, emitida con aire<br />
de sobrenatural astucia, despertó una risita que<br />
corrió, se hinchó como la onda y desbordó de<br />
pronto formidablemente. Golpeaban con los pies,<br />
alzaban al cielo los rostros rugientes de alegría,<br />
muchos, incapaces de hablar, se golpean los muslos,<br />
mientras uno o dos plegados como un acordeón, se<br />
sofocaban sujetándose el cuerpo con los brazos<br />
como en un ataque de dolor. <strong>El</strong> carpintero y el<br />
55
JOSEPH CONRAD<br />
patrón conservaban la misma actitud, sacudidos en<br />
su sitio por una risa enorme. <strong>El</strong> maestro velero,<br />
preñado de una anécdota a propósito de un<br />
comodoro, avanzaba un beso. baboso.<br />
<strong>El</strong> pinche se enjugaba los ojos con un trapo<br />
pringado de grasa; y la sorpresa de su propio éxito<br />
alargaba una lenta sonrisa en la fisonomía <strong>del</strong> cojo,<br />
de pie en medio de ellos.<br />
De pronto, la faz de Donkin, apoyado en el<br />
guarda cuerpo, tornóse grave; un crescendo ronco se<br />
alzaba tras la puerta <strong>del</strong> alcázar. Llegó a convertirse<br />
en un rumor y terminó en un suspiro. <strong>El</strong> hombre <strong>del</strong><br />
cubo metió los brazos bruscamente en el agua; el<br />
cocinero se quedó cabizbajo como un apóstata<br />
desenmascarado, el patrón alzó los hombros con<br />
fastidio, el carpintero se levantó de un salto y se<br />
marchó, mientras el maestro velero parecía sacrificar<br />
en su fuero interno la historia <strong>del</strong> comodoro y se<br />
ponía a chupar su pipa con sombría dedicación. En<br />
la negrura de la puerta entreabierta un par de ojos<br />
lucieron grandes, blancos y giratorios; después la<br />
cabeza de James Wait apareció como sujeta en el<br />
espacio, por dos manos que la asieran de ambos<br />
lados. <strong>El</strong> pompón de su bonete de lana azul caía<br />
hacia a<strong>del</strong>ante, danzando alegremente sobre su ceja<br />
56
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
izquierda. Salió con paso incierto. Vigoroso de<br />
aspecto como antes, mostraba, sin embargo, en su<br />
marcha una extraña y afectada falta de seguridad, el<br />
rostro parecía un poco demacrado, y los ojos<br />
asombraban por su prominencia.<br />
Hubiérase dicho que precipitaba, por su sola<br />
presencia, la caída <strong>del</strong> sol declinante, que se hundió<br />
de pronto, como si huyese ante el <strong>negro</strong>; una<br />
sombría influencia emanaba de su persona, un no sé<br />
qué de lúgubre y helado, que se exhalaba y posaba<br />
en todos los rostros una especie de crespón de<br />
duelo.<br />
La risa expiró en los labios curtidos. No se<br />
profirió una palabra. Algunos dieron media vuelta<br />
con afectada indiferencia; otros, con la cabeza<br />
inclinada, deslizaban a su pesar miradas oblicuas,<br />
más semejantes a criminales conscientes de su<br />
crimen, que a hombres honestos turbados por la<br />
duda.<br />
Sólo dos o tres no esquivaron la mirada de James<br />
Wait, y la encararon con la boca abierta. Todos<br />
esperaban que hablase y parecían saber de antemano<br />
lo que iba a decir. <strong>El</strong> apoyó la espalda en el<br />
montante de la puerta, y su pesados ojos aplastaron<br />
contra nosotros una mirada envolvente,<br />
57
JOSEPH CONRAD<br />
dominadora y apenada, como la de un tirano<br />
enfermo, martirizando a una multitud de esclavos<br />
abyectos, pero poco seguros.<br />
- Ninguno se fue, aguardaban como presa de su<br />
fascinadora angustia. Irónico, con hipos<br />
entrecortando las frases, dijo:<br />
- Gracias... camaradas... Sois muy amables y<br />
tranquilos... no cabe duda... de desgañitaros así...<br />
ante la puerta.<br />
Hizo una pausa más larga, durante la cual, como<br />
en el esfuerzo exagerado de una respiración<br />
laboriosa, sus costados palpitaban fuertemente.<br />
Aquello resultaba intolerable, los pies golpeteaban el<br />
suelo. Belfast dejó escapar un gemido de opresión,<br />
pero Donkin, en lo alto, pestañeó con sus párpados<br />
siempre irritados por misteriosa ceniza y sonrió con<br />
amargura sobre la cabeza <strong>del</strong> <strong>negro</strong>.<br />
Este continuó con tranquilidad. No jadeaba y su<br />
voz sonó hueca y timbrada como si hablase desde<br />
una caverna vacía. Se irritaba despreciativamente: He<br />
tratado de dormir, sabéis que no pego los ojos en<br />
toda la noche y venís a jalear a la puerta como un<br />
maldito montón de viejas. ¿Y os tenéis por buenos<br />
compañeros? ¿Verdad? ¡Bah!, qué os importa de un<br />
hombre que revienta!<br />
58
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
Belfast hizo una pirueta, saliendo <strong>del</strong> chiquero.<br />
- Jimmy, tú no estarías más enfermo que yo si...<br />
-¿Qué? Métete con tus iguales. Déjame en paz, no<br />
tendrás mucho que esperar. Voy a morirme y estará<br />
todo arreglado.<br />
A su alrededor los hombres permanecieron<br />
inmóviles, jadeando un poco, con la ira en los ojos.<br />
Era eso mismo lo que esperaban las palabras que les<br />
colmaban de horror; la idea de una muerte<br />
emboscada que se les echaba a la cara, muchas veces<br />
al día, jactancia y amenaza a la vez en boca de aquel<br />
<strong>negro</strong> importuno. Parecía orgulloso de esa muerte<br />
que hasta ahora no hacía sino proveerlo de todas las<br />
comodidades de la vida; era arrogante, como si<br />
ningún otro ser en el mundo tuviese intimidad con<br />
tal compañera. Hacía exhibición de ella ante<br />
nosotros con persistencia tan llena de unción, que<br />
resultaba igualmente difícil negarla que percibirla.<br />
¡Ningún hombre ha sido nunca sospechoso de tal<br />
amistad! ¿Era una realidad o una superchería aquella<br />
siempre esperada visitante de Jimmy? Dudábamos<br />
entre la compasión y la desconfianza, mientras él, a<br />
la provocación más leve, respondía exhibiendo a<br />
nuestros ojos los huesos de su molesto e infame<br />
esqueleto. No se cansaba de decirle. Hablaba de ella<br />
59
JOSEPH CONRAD<br />
como si estuviese ya ahí mismo, como si se acostase<br />
en la litera vacía o fuera a sentarse con nosotros para<br />
la comida. La mezclaba a diario al trabajo, al<br />
descanso a las distracciones.<br />
Nada de cantos ni de música a la noche, porque<br />
Jimmy (le llamábamos tiernamente Jimmy para<br />
esconder el odio, que nos inspiraba su cómplice)<br />
había venido a destruir el equilibrio, gracias a su<br />
futuro deceso, hasta <strong>del</strong> mismo Archie. Archie<br />
tocaba el acordeón, pero después de una o dos de<br />
las acres homilías de Jimmy se rehusó a hacerlo.<br />
Nuestros cantores se abstuvieron a causa <strong>del</strong><br />
moribundo Jimmy. Y por lo mismo, nadie, Knowles<br />
reparó en ello, “se atrevió a plantar un clavo en los<br />
tablones para colgar sus pilchas” sin hacerlo motejar<br />
de enormidad ya que eso turbaba los interminables<br />
últimos momentos de Jimmy. Por la noche, en vez<br />
<strong>del</strong> grito jovial de: “¡Arriba, arriba! ¿Has oído el<br />
llamado?, se despertaba para los cuartos, hombre<br />
por hombre despacito, tratando de no interrumpir el<br />
sueño, quizá el último sobre la tierra, de Jimmy.<br />
A decir verdad, el <strong>negro</strong> estaba siempre<br />
despierto, y se las arreglaba, mientras nos<br />
esquivábamos al puente de puntillas, para arrojarnos<br />
a la espalda alguna frase mordiente que nos<br />
60
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
convencía de nuestra brutalidad, hasta el momento<br />
que empezábamos a encontrarnos idiotas. En el<br />
alcázar, hablábamos en voz queda como en la iglesia.<br />
Comíamos temerosos y callados, porque Jimmy se<br />
mostraba fantástico en el capítulo de la nutrición y<br />
denunciaba amargamente a la cocina, al té, a la<br />
galleta, como sustancias inconvenientes al consumo<br />
de los seres vivientes, cuanto más a los de un<br />
moribundo.<br />
Decía:<br />
-¿No hay medio, entonces, de encontrar un<br />
pedazo de carne pasable para un enfermo que no<br />
puede quedarse en su casa para curarse o reventar?<br />
Pero qué... vosotros la robarías, si la hubiese... Me<br />
envenenarías... ¡Mira lo que me habéis dado!...<br />
Le servíamos en la cama con rabia y humildad,<br />
igual que los viles cortesanos de un detestado<br />
príncipe; él nos pagaba con sus críticas implacables.<br />
Había descubierto el infalible resorte de la<br />
imbecilidad humana; tenía el secreto de la vida aquel<br />
maldito moribundo, y se había adueñado de cada<br />
minuto de nuestra existencia.<br />
Reducidos a la desesperación, permanecíamos<br />
sumisos. <strong>El</strong> impulsivo Belfast estaba siempre a mitad<br />
de camino entre las vías de hecho y las lágrimas. Una<br />
61
JOSEPH CONRAD<br />
noche le confesó a Archie:<br />
- Por medio penique le arrancaría su asquerosa<br />
cabeza negra a ese cuentero <strong>del</strong> tío...<br />
Y Archie, corazón leal, pareció quedar<br />
escandalizado. Tanto pesaba el maleficio lanzado<br />
sobre nuestra ingenuidad por aquel <strong>negro</strong><br />
aventurero. Pero la misma noche, Belfast robaba en<br />
la cocina la torta de frutas de la mesa de oficiales, a<br />
fin de despertar el apetito herido de Jimmy.<br />
Era poner en peligro no sólo su larga amistad con<br />
el cocinero, sino también su salud eterna. <strong>El</strong><br />
cocinero quedó aterrado de dolor. Sin conocer al<br />
culpable, era ya mucho que el mal florecía, y que<br />
Satán desencadenado estaba entre nosotros a<br />
quienes él consideraba, en cierto modo, bajo su<br />
dirección espiritual.<br />
Le era bastante ver tres o cuatro en grupo para<br />
dejar fogones y correr con una plegaria en lo labios.<br />
Le huíamos y sólo Charley, que conocía al ladrón, le<br />
afrontaba con cándidos que irritaban al hombre de<br />
bien.<br />
- Es de ti de quien dudo, gemía lamentable, una<br />
mancha de hollín en el mentón. Eres tú... hueles a<br />
sacarina... no volverás a secar tus medias a mi fuego,<br />
¿entiendes?<br />
62
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
Pronto se extendió, oficiosa, la nueva, que en<br />
caso de reincidir, nuestra mermelada de naranja, un<br />
“extra” a razón de media libra por cabeza, sería<br />
suprimida.<br />
Mr. Baker dejó de fastidiar con sus reproches a<br />
sus marineros preferidos y distribuyó entre la<br />
tripulación entera, equitativamente, sus sospechosos<br />
gruñidos.<br />
Los ojos fríos <strong>del</strong> capitán lucieron con<br />
desconfianza, desde lo alto de la toldilla, siguiendo<br />
nuestra pequeña tropa al ir a atar las drizas de las<br />
vergas, para asegurar, según la costumbre de toda las<br />
noches los cordajes <strong>del</strong> halar avante. Esa clase de<br />
robo, a bordo de un barco de comercio, es difícil de<br />
evitar y puede interpretarse como una declaración de<br />
guerra de la tripulación a la oficialidad.<br />
Es un mal síntoma. Sabe Dios qué querella puede<br />
ocasionar un día.<br />
La confianza mutua que reinaba en el “<strong>Narciso</strong>”,<br />
estaba rota aunque durase la paz. Donkin no<br />
disimulaba su dicha. Nosotros permanecíamos<br />
estúpidos. <strong>El</strong> ilógico Belfast cubrió de injurias y<br />
reproches al <strong>negro</strong>. James Wait, acodado en su<br />
almohada, estrangulado y jadeante respondió: ¿Te la<br />
había pedido yo, que la escamotearas, su famosa<br />
63
JOSEPH CONRAD<br />
torta maldita? ¡<strong>El</strong> diablo se la lleve, la porquería esa,<br />
y buen mal que me ha hecho, irlandés loco!...<br />
Belfast la cara roja y los labios temblorosos se<br />
precipitó sobre él. Todos los presentes lanzaron un<br />
solo grito. Hubo un momento de salvaje tumulto y<br />
una voz taladrante gritó:<br />
-¡Muy bien, muy bien!<br />
Se esperaba ver a Belfast retorcerle el cuello.<br />
Voló una nube de polvo, y a través de ella la tos <strong>del</strong><br />
<strong>negro</strong> hizo oír sus estallidos metálicos semejantes a<br />
los de un “gong”. La claridad mostró a Belfast<br />
inclinado sobre el <strong>negro</strong> diciéndole:<br />
- No hagas eso, Jimmy, no lo hagas, no seas así.<br />
Un ángel no te soportaría por enfermo que estés.<br />
Nos lanzó una mirada circular de pie sobre la<br />
litera de Jimmy, con los ojos llenos de lágrimas;<br />
después se esforzó por arreglar los cobertores<br />
revueltos. <strong>El</strong> incesante murmullo <strong>del</strong> mar llenaba el<br />
alcázar. ¿James Wait estaba asustado, conmovido o<br />
contrito? Permaneció de espaldas, oprimiéndose el<br />
costado con una mano, inmóvil como si la esperada<br />
visitante, hubiera llegado, al fin. Belfast corrido,<br />
movía los pies diciendo: Ya lo sabemos, tú no andas<br />
bien, pero... no tienes más que decir lo que quieras<br />
y... ya sabe que estás mal, muy mal.<br />
64
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
No, decididamente James Wait no estaba ni<br />
conmovido ni contrito. A la verdad parecía un poco<br />
sorprendido. Se enderezó sobre su asiento con<br />
facilidad y ligereza.<br />
-¡Ah! me encontráis mal ¿no es verdad?, dijo<br />
lúgubremente con su más clara voz de barítono (al<br />
oírlo hablar nadie hubiera dicho que estaba enfermo)<br />
¿eh? Y bueno, haced lo que se debe, entonces.<br />
¡Decir que no hay entre vosotros uno bastante vivo<br />
para extender una manta derecha sobre un enfermo!<br />
¡Bah! no vale la pena ¿verdad? ya reventaré como<br />
pueda.<br />
Belfast se volvió blandamente, con gesto<br />
descorazonado. Donkin articuló: Bueno ¡maldita<br />
sea!, y sonreía. Wait quedóse mirándole. Lo miró<br />
con ojos, palabra de honor, amistosos. No podíamos<br />
comprender lo qué le agradaría a nuestro<br />
incomprensible enfermo, pero el desprecio de<br />
aquella burla nos pareció insoportable.<br />
La posición de Donkin en el alcázar de proa era<br />
distinguida pero incierta, eminente tan sólo por la<br />
general antipatía que inspiraba. Se le evitaba y su<br />
aislamiento concentraba su mente en los temporales<br />
<strong>del</strong> Cabo de Buena Esperanza, y su deseo de los<br />
calientes trajes encerados que nosotros estábamos<br />
65
JOSEPH CONRAD<br />
provistos. Nuestras botas, nuestros impermeables<br />
eran para él otros tantos objetos de amarga<br />
meditación. No poseía nada y por instinto sentía que<br />
nadie iba a ofrecérselo.<br />
Bajamente servil con nosotros se mostraba, por<br />
sistema, insolente con los oficiales. Descontaba para<br />
sí mismo los mejores resultados de esta línea de<br />
conducta, y se engañaba.<br />
Tales seres, olvidan que, en caso de excesiva<br />
provocación, los hombres son injustos. La<br />
insolencia de Donkin hacia el sufrido Mr. Baker,<br />
llegó a sernos intolerable, y la oscura noche en que el<br />
segundo lo zarandeó de lo lindo, nos alegramos<br />
verdaderamente.<br />
Aquello se hizo con limpieza y decencia y casi sin<br />
ruido. Acababan de llamarnos, poco antes de media<br />
noche, para orientar las vergas y Donkin, según su<br />
costumbre, emitió opiniones injuriosas. Mientras<br />
mal despiertos nos manteníamos alineados, la braza<br />
de la mesana en la mano, esperando las órdenes<br />
siguientes, salió de la oscuridad un rumor de golpes,<br />
de pies arrastrados, una exclamación de sorpresa,<br />
sonar de patadas y porrazos, de palabras<br />
entrecortadas que silbaban: “¿Ves?... “¡Basta, basta!...<br />
“Ándate”... “¡Oh, oh!”. Siguió una sucesión de<br />
66
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
blandos choques mezclado de tintinear de cadenas,<br />
como la caída de un cuerpo inerte, entre las<br />
escotillas de popa. Antes que nos diéramos cuenta<br />
de lo que pasaba, la voz de Mr. Baker, elevóse<br />
próxima y con un ligero tono de impaciencia:<br />
- Vamos, vosotros sujetad esa cuerda. Y<br />
nosotros, sujetarnos, en efecto, con gran celeridad.<br />
Como si tal cosa, el segundo continuó orientando<br />
las vergas con su habitual crispadora minuciosidad.<br />
De Donkin, nada por el momento, y nadie se<br />
cuidó de él. <strong>El</strong> segundo podía haberle tirado por la<br />
borda y nadie hubiese dicho siquiera: ¡Vaya, ya se ha<br />
marchado!<br />
En suma, no ocurrió gran cosa, aunque el<br />
episodio costara a Donkin uno de los dientes de<br />
a<strong>del</strong>ante. Lo advertimos por la mañana y guardamos<br />
un ceremonioso silencio. La etiqueta de alcázar nos<br />
condenaba a ser ciegos y mudos, y en tales casos<br />
nosotros velábamos por la compostura más<br />
celosamente de lo que suelen hacerlo en tierra el<br />
común de las gentes. Charley con una falta<br />
sorprendente de “savoir vivre” exclamó:<br />
-¿Has ido al dentista? ¿Te ha dolido mucho?<br />
Le respondió un sopapo de mano de su mejor<br />
amigo. <strong>El</strong> muchacho, sorprendido, se mantuvo<br />
67
JOSEPH CONRAD<br />
enfadado durante tres horas. Nosotros sufrimos por<br />
él, pero su actitud exigía mayor disciplina aún que la<br />
de los maduros.<br />
Donkin sonreía envenenadamente. Desde aquel<br />
día no tuvo piedad y trató de echar de lado a Jimmy<br />
dándonos a entender que nos tenía por un montón<br />
de idiotas, primos cotidianos <strong>del</strong> primer <strong>negro</strong> caído<br />
<strong>del</strong> cielo. ¡Y sin embargo, Jimmy parecía quererle!<br />
Singleton vivía lejos <strong>del</strong> contacto y de se<br />
emociones humanas. Taciturno y serio respiraba en<br />
medio de nosotros, en eso únicamente igual al resto<br />
de los hombres.<br />
Nos esforzábamos en mostrarnos valientes pero<br />
el trabajo nos parecía duro, balanceándonos entre el<br />
deseo de ser buenos y el miedo a resultar ridículos.<br />
Queríamos librarnos de las angustias <strong>del</strong><br />
remordimiento, pero en cuanto a pasar por víctimas<br />
de nuestra caridad, no estábamos dispuesto a ello.<br />
La detestable compañera de Jimmy parecía haber soplado<br />
con su impuro aliento, sutilezas desconocidas<br />
en nuestro corazón.<br />
Fuimos cobardes, estábamos turbados y no lo<br />
ignorábamos...<br />
Singleton parecía no enterarse de nada. Hasta<br />
entonces le tuvimos por tan inteligente como<br />
68
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
parecía, ahora llegamos a acusarle de ser presa de la<br />
idiotez senil.<br />
Un día, en la comida, mientras estábamos<br />
sentados en nuestros cofres alrededor de un plato de<br />
hierro blanco, posado en el puente en medio <strong>del</strong><br />
círculo de nuestros pies, Jimmy expresó su disgusto<br />
general por los hombres y por las cosas, en términos<br />
particularmente disgustados. Nosotros callamos.<br />
<strong>El</strong> viejo, hablando a Jimmy preguntó: ¿Vas a morirte?<br />
Así apostrofado, James Wait tomó un aire<br />
horriblemente sorprendido y fastidiado. Nos<br />
estremecimos: quedamos con la boca abierta,<br />
pestañeando y el corazón sobresaltado; un tenedor<br />
de hierro escapado de una mano golpeó el fondo <strong>del</strong><br />
plato; un marinero se levantó como para salir, y<br />
quedó allí. En menos de un segundo Jimmy se<br />
recobró.<br />
-¿Eh, qué? ¿No se nota acaso? respondió con<br />
seguridad.<br />
Singleton quitó de sus labios un trozo de galleta<br />
remojada, sus dientes, como él decía, habían perdido<br />
el filo de antaño.<br />
- Entonces, alégrate, repuso con mansedumbre<br />
venerable, y no hagas tanto comercio con nosotros<br />
69
JOSEPH CONRAD<br />
porque ¡qué quieres que hagamos!<br />
Jimmy cayó de nuevo en su cama, permaneció<br />
tranquilo largo tiempo, moviéndose sólo para<br />
enjugarse el sudor <strong>del</strong> mentón. Le sacaron los platos<br />
a prisa. Sobre la cubierta se comentaba, el incidente<br />
con voz queda. Algunos reventaban en risas<br />
sofocadas. Wamibo al salir de sus períodos de<br />
idiotez o de ensueño esbozaba sonrisas que al nacer<br />
morían y uno de los jóvenes escandinavos,<br />
barrenado por duda, tuvo la audacia, durante la<br />
guardia de seis a diez, de abordar a Singleton, el<br />
viejo no nos animaba a ello por cierto , y de<br />
preguntarle ingenuamente:<br />
-¿Vd. cree que él va morirse?<br />
- Seguramente, morirá, dijo con resolución.<br />
Aquello fue decisivo. <strong>El</strong> que había consultado al<br />
oráculo dio a todos, sin tardanza, parte de lo<br />
sucedido. Tímido y apremiante llegaba a cada uno<br />
con los ojos vagos y recitaba la fórmula: “<strong>El</strong> viejo<br />
Singleton dice que morirá”.<br />
¡Alivio inmenso! Sabíamos al fin que nuestra<br />
compasión no se excitaba en vano, podíamos de<br />
nuevo sonreír sin doble intención.<br />
Pero no contábamos con Donkin. Donkin no se<br />
dejaba impresionar por “esos puercos extranjeros”.<br />
70
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
Respondió con voz perversa:<br />
-¡Tú también reventarás, cabeza de holandés!<br />
Convendría que reventarais todos en vez de<br />
quitarnos nuestro dinero para llevároslo a vuestro<br />
país de muertos de hambre.<br />
Quedamos consternados. Después de todo era<br />
preciso darse cuenta que la respuesta de Singleton<br />
no significaba nada. Y le odiábamos por haberse<br />
burlado de nosotros; toda nuestra seguridad<br />
flaqueaba.<br />
La relación con los oficiales era cada vez más<br />
tirante; el cocinero, con su sorda guerra nos<br />
abandonaba a nuestra perdición; habíamos oído al<br />
contramaestre motejarnos de “montón de<br />
maricones”. Al menor desvío de nuestra humilde<br />
vida, surgía Jimmy altanero, cortándonos el camino,<br />
de bracete con su compañera terrorífica y velada. Un<br />
peso nos oprimía como si tuviésemos la suerte<br />
echada.<br />
Aquello había empezado ocho días después de<br />
nuestra partida de Bombay. Cayó sobre nosotros de<br />
improviso, poco a poco, como todas las grandes<br />
calamidades. Habíamos observado la flojera de<br />
Jimmy en el trabajo, pero lo considerábamos como<br />
resultado de su concepto <strong>del</strong> universo.<br />
71
JOSEPH CONRAD<br />
Donkin decía: “Lo que es tú, no haces más fuerza<br />
que una pulga en la punta de la amarra”. Le<br />
despreciaba. Belfast, en guardia para un posible<br />
pugilato gritaba provocador:<br />
-¿No tienes ganas de matarte trabajando, viejo?<br />
-¿Y tú?, retrucaba el <strong>negro</strong> con tono de inefable<br />
desprecio.<br />
Belfast callaba. Cierta mañana, durante el lavado,<br />
Mr. Baker lo llamó:<br />
-¡Trae acá esa escoba, tú, Wait!<br />
<strong>El</strong> interpelado obedeció lánguidamente.<br />
-¡Arrea... prr... gruñó Mr. Baker con sus ojos<br />
saltones audaces y tristes: “No son las piernas, dijo,<br />
son los pulmones”<br />
Todo el mundo paró las orejas.<br />
-¿Y qué tienes? preguntó Mr. Baker.<br />
Los de guardia estaban allí, en la cubierta mojada,<br />
la escoba o el balde en la mano. Wait dijo<br />
lúgubremente: “Eso me mata ¿no ve Vd. que estoy a<br />
la muerte?”<br />
Mr. Baker dijo repugnado:<br />
-¿Y entonces para que diablos te has embarcado?<br />
- Hay que ganarse la vida hasta que uno revienta ¿<br />
no es así?<br />
Algunas risas se dejaron oír.<br />
72
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
-¡Ándate de aquí, sal de mi vista! gritó el segundo.<br />
La aventura le había desconcertado. No conocía<br />
otra igual en todos sus años de experiencia.<br />
James Wait haciendo gala de obediencia dejó su<br />
escoba y se marchó hacia proa con lentitud. Un<br />
estallido de risas iba siguiéndole. Todos reían, reían...<br />
¡Ah!...<br />
Se convirtió en verdugo de todos nuestros<br />
instantes, fue peor que una pesadilla. Imposible<br />
descubrir en él traza externa de su mal.<br />
Sin ser muy grueso, ciertamente, no parecía<br />
sensiblemente más <strong>del</strong>gado que otros <strong>negro</strong>s a<br />
quienes conocíamos. Verdad, que tosía con<br />
frecuencia, pero cualquiera podía advertir que la<br />
mayor parte de las veces, tosía en el momento<br />
oportuno.<br />
No podía o no quería ocuparse <strong>del</strong> trabajo, pero<br />
rehusaba guardar cama.<br />
Un día subió al baluarte con los mejores de<br />
nosotros y se encontró enfermo, allá arriba; fue<br />
preciso bajar, con peligro de nuestras vidas, su<br />
cuerpo inerte y blando. Le llevábamos al capitán; él<br />
protestaba, amenazaba, sermoneaba, adulaba. Mr.<br />
Allistoun lo mandó a su cabina. Corrieron locos<br />
rumores; se dijo que tanta zalamería había<br />
73
JOSEPH CONRAD<br />
perturbado al viejo, se afirmó que tenía miedo.<br />
Charley mantuvo que el “patrón llorando, había<br />
dado al <strong>negro</strong> su bendición y un tarro de dulce.”<br />
Jimmy, arrimado a los muebles se quejó de la<br />
brutalidad e incredulidad generales, y había<br />
terminado por toser de ancho a largo, sobre los<br />
diarios meteorológicos <strong>del</strong> patrón que yacían<br />
abiertos sobre la mesa.<br />
Fuera lo que fuera, Wait volvió a proa sostenido<br />
por el mayordomo que con voz conmovida dijo:<br />
-¡Hola! ¡Sujetadlo uno de vosotros! Es preciso<br />
que guarde cama.<br />
Jimmy tragó un cuartillo de café y después de<br />
algunas palabras groseras a unos y a otros se acostó.<br />
Allí permaneció la mayor parte <strong>del</strong> tiempo pero<br />
subía a cubierta según su capricho.<br />
Arrogante, perdido en sus pensamientos miraba<br />
el mar, y nadie habría podido resolver el enigma que<br />
mantenía a aquella figura aislada en su actitud de<br />
meditación, inmóvil como un mármol <strong>negro</strong>.<br />
Rehusaba firmemente todo remedio. Sagus y<br />
harinas nutritivas volaron borda abajo, hasta que el<br />
mayordomo se cansó de traerlas. Pidió elixir<br />
paregórico. Le mandaron una botella enorme, capaz<br />
de envenenar todo un jardín de infantes. <strong>El</strong> la<br />
74
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
guardó entre los colchones y la pared <strong>del</strong> barco sin<br />
que nadie le viese jamás tomar una gota.<br />
Donkin lo injuriaba en sus propias narices,<br />
bromeando a su costa, y al rato, Wait le prestaba su<br />
abrigada tricota. Una vez, tras haberle mortificado<br />
media hora por el recargo de trabajo suplementario<br />
que su simulación motivaba, coronó su discurso<br />
llamándole “chancho con cara negra”. Bajo la<br />
maldita influencia que nos ligaba, permanecimos<br />
helados de horror. Pero Jimmy parecía <strong>del</strong>eitarse<br />
positivamente con aquellos insultos. Estaba<br />
satisfecho y Donkin vio caer a sus pies un par de<br />
botas viejas acompañadas de un sonoro:<br />
-Toma, basura de barrio, para ti.<br />
Al fin, Mr. Baker se vio obligado a avisar al<br />
capitán que James Wait turbaba el buen orden <strong>del</strong><br />
barco: “Disciplina perdida... prr... a eso<br />
llegaremos”... gruñía.<br />
Efectivamente, los hombres de estribor,<br />
rehusaron obedecer una mañana que el patrón dio<br />
orden de baldear el alcázar. Jimmy no soportaba la<br />
humedad y nosotros estábamos en tren de<br />
compasión aquel día. Pensábamos que el patrón era<br />
un bruto y de hecho se lo dijimos. Sólo el <strong>del</strong>icado<br />
tacto de Mr. Baker evitó una completa rebelión. No<br />
75
JOSEPH CONRAD<br />
quiso tomarnos en serio. Llegó apresurado a la<br />
proa, nos llamó varias cosas no <strong>del</strong> todo amables<br />
pero con el tono cordial de un verdadero “lobo de<br />
mar”. En realidad le considerábamos demasiado<br />
buen marino para molestarlo conscientemente. <strong>El</strong><br />
alcázar fue limpiado aquella mañana, pero durante el<br />
día se instaló un cuarto de enfermo sobre la cubierta.<br />
Era una linda cabinita, abierta sobre el puente, con<br />
dos camas. Se transportaron a ella todos los efectos<br />
de Jimmy y después a Jimmy mismo a pesar de sus<br />
protestas. Dijo que no podía andar y cuatro<br />
hombres le llevaron sobre una manta. Se quejaba de<br />
que querían dejarle morir solo como a un perro.<br />
Nosotros participábamos de su disgusto, pero nos<br />
alegraba desembarazarnos de él en el alcázar.<br />
Además le cuidamos como antes.<br />
De la cocina, por la puerta <strong>del</strong> lado, el cocinero<br />
entraba varias veces al día. <strong>El</strong> humor de Wait mejoró<br />
un poco. Knowles afirmaba haberle oído reír a<br />
carcajadas estando solo. Otros le habían visto de<br />
noche paseando sobre cubierta. Su pequeño retiro,<br />
en el cual el gancho de la puerta la mantenía semi<br />
cerrada, estaba siempre lleno de humo de tabaco.<br />
Por la reja de la puerta le lanzábamos burlas e<br />
insultos al pasar para los quehaceres. Nos fascinaba.<br />
76
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
Jamás permitió a uno detenerse.<br />
Invulnerable en la promesa de su próxima muerte<br />
hollaba con sus pies nuestra propia estima y nos<br />
demostraba, cada día, nuestra falta de valor moral:<br />
corrompía la simplicidad de nuestra sana existencia.<br />
Si hubiésemos sido un puñado de miserables<br />
inmortales condenados a ignorar siempre la<br />
esperanza y la pena, no hubiese podido dominarnos<br />
con más noble superioridad, ni afirmar más<br />
implacablemente su sublime privilegio.<br />
77
JOSEPH CONRAD<br />
78<br />
III<br />
Entre tanto, el “<strong>Narciso</strong>”, salió a toda vela <strong>del</strong><br />
franco monzón. Después, siguió lentamente,<br />
durante unos pocos días de brisas juguetonas,<br />
haciendo oscilar la aguja de la brújula en grandes<br />
círculos. Bajo las cálidas gotas de breves chubascos<br />
los hombres descontentos hacían virar de borda a<br />
borda las pesadas vergas, empuñando las sogas<br />
empapadas, jadeando y soplando, mientras los<br />
oficiales, huraños y chorreando lluvia, impartían<br />
órdenes sin fin, con voz cansada.<br />
Durante los cortos intervalos, los hombres<br />
mirábanse las palmas de las manos hinchadas y<br />
desolladas y se preguntaban amargamente: “¡Quién<br />
sería marinero si pudiera cultivar su tierra!” Los<br />
caracteres se agriaban, y nadie hacía caso de lo que<br />
se decía. Una oscura noche en que los de la guardia,
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
jadeantes de calor y traspasados de agua, acababan<br />
durante cuatro mortales horas de bracear las<br />
cuerdas, Belfast declaró “que dejaría el mar para<br />
siempre embarcándose en un vapor”. Palabras<br />
excesivas sin duda.<br />
<strong>El</strong> capitán Allistoun , siempre dueño de sí mismo,<br />
decía tristemente a Mr. Baker: “No está tan mal, no<br />
está tan mal”, cada vez que lograba, a fuerza de<br />
astucia y maniobras, sacar de su barco sesenta millas<br />
cada veinticuatro horas. Desde el umbral de su<br />
pequeña cabina Jimmy, el mentón en la mano, seguía<br />
nuestra árida labor con mirada insolente y triste.<br />
Nosotros le hablábamos con dulzura pronta a<br />
cambiar en agria sonrisa.<br />
Después, de nuevo con viento propicio, y bajo un<br />
claro cielo azul, el navío comenzó a dar cuenta de las<br />
latitudes australes. Pasó a lo largo de Madagascar y<br />
Mauricio sin ver tierra. Se doblaron las ligaduras de<br />
los mástiles de cambio y se revisó la barra de la<br />
escotilla. En sus ratos perdidos, el mayordomo, con<br />
aire preocupado, trataba de ajustar las tablillas en la<br />
puerta de las cabinas. Se envergaron cuidadosamente<br />
las telas sólidas. Hacia el oeste, los ojos ansiosos<br />
buscaban el cabo de las tormentas . <strong>El</strong> barco<br />
inclinóse al sudoeste y el cielo dulcemente luminoso<br />
79
JOSEPH CONRAD<br />
de las bajas latitudes tomó día a día sobre nuestras<br />
cabezas un reflejo más duro: alta bóveda redondeada<br />
sobre el navío, como una cúpula de acero, donde<br />
resonaba la voz profunda de los vientos helados. Un<br />
frío sol, lucía sobre las crines blancas de las negras<br />
ondas. Bajo el fuerte soplo de los granizos <strong>del</strong> oeste,<br />
el barco con el velamen aligerado se acostaba<br />
levemente, obstinado pero dócil. Corría de aquí para<br />
allá trabajosamente, decidido a trazarse una ruta, a<br />
través de la invisible violencia de los vientos; se<br />
echaba de cabeza en la negra y hueca tersura de las<br />
grandes olas fugitivas; rodaba sin reposo como si<br />
sufriera, respondía a la voluntad <strong>del</strong> hombre, y sus<br />
mástiles esbeltos trazaban sin cesar semicírculos rápidos,<br />
semejando pedir en vano clemencia al<br />
tempestuoso cielo.<br />
<strong>El</strong> invierno fue malo en la zona <strong>del</strong> cabo, aquel<br />
año. Los timoneles, a la hora <strong>del</strong> relevo, llegaban al<br />
alcázar golpeando los pies y soplándose los dedos<br />
helados y enrojecidos. Los de guardia en el puente,<br />
soportaban mal que mal, el aguijón de la bruma,<br />
apiñados en los rincones, siguiendo con pesados<br />
ojos las altas olas que ceñían al barco, furiosas e<br />
inexorables. <strong>El</strong> agua chorreaba en cataratas entre las<br />
puertas <strong>del</strong> alcázar y era precisa atravesar de un salto<br />
80
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
el lago para llegar a la cama húmeda. Los marineros<br />
entraban mojados, y salían yertos de sus tricotas<br />
empapadas, para hacer frente a las implacables y<br />
redentoras exigencias de su destino oscuro y<br />
glorioso. En popa, escrutando las nubes y el viento,<br />
los oficiales aparecían a través de jirones de bruma.<br />
De pie, asidos a la batayola, derechos y brillantes; en<br />
sus barnizados capotes, veíanse por intervalos a<br />
merced de las olas zambullidas <strong>del</strong> barco, muy altos,<br />
atentos, violentamente sacudidos en actitudes<br />
inmóviles sobre la línea gris <strong>del</strong> horizonte cargado<br />
de nubes. Observaban el tiempo y el navío con la<br />
mirada de los hombres de tierra que siguen las<br />
fluctuaciones desesperantes de la fortuna.<br />
<strong>El</strong> capitán Allistoun estaba en cubierta, como si<br />
formase parte de los aparejos <strong>del</strong> barco. De tiempo<br />
en tiempo, el mayordomo, tiritando pero siempre en<br />
mangas de camisa, trepaba oscilante y fastidioso,<br />
hasta él, con una taza de café caliente en la mano.<br />
La tempestad llevábase la mitad antes que tocara<br />
los labios <strong>del</strong> patrón, que se bebía el resto<br />
gravemente, de un solo trago, mientras la pesada<br />
espuma azotaba con brusquedad la tela encerada de<br />
su abrigo y la resaca de las olas se acumulaba<br />
alrededor de sus altas botas; jamás sus ojos perdían<br />
81
JOSEPH CONRAD<br />
de vista al barco; espiaba cada gesto. La mirada de<br />
un amante no queda más sujeta sobre la mujer querida,<br />
vida <strong>del</strong>icada y sumisa que tiene para él, todos<br />
los sentidos y la alegría <strong>del</strong> mundo.<br />
Nosotros también, observábamos nuestro barco;<br />
su belleza no carecía de fragilidad. Pero no le<br />
queríamos menos por eso. Admirábamos sus<br />
cualidades pavoneándonos con ellas como si se<br />
tratase de algo nuestro y el secreto de su única<br />
debilidad, lo envolvíamos en el silencio de un afecto<br />
profundo. Había nacido entre los truenos de los<br />
forjadores de hierro, entre <strong>negro</strong>s remolinos de<br />
humo, bajo el cielo gris al borde <strong>del</strong> Clyde. Su<br />
corriente sombría y clamorosa, da vida a seres de<br />
belleza que se van flotando en el resplandor <strong>del</strong><br />
mundo y son amados por los hombres. <strong>El</strong> “<strong>Narciso</strong>”<br />
era de pura raza. Menos perfecto que sus hermanos,<br />
quizá, era nuestro, y nada podía comparársele.<br />
Estábamos orgullosos de él. En Bombay, las<br />
despreciables gentes de tierra decían: “ese bonito<br />
barco gris”... ¡Bonito! ¡Estúpido elogio! ¡Nosotros le<br />
teníamos por el más magnífico buque marinero que<br />
se hubiese lanzado jamás!. Tenía sus exigencias y sus<br />
manías. En el momento de cargar y maniobrar hacía<br />
falta estar alerta, pues nadie sabía a punto fijo cuánto<br />
82
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
cuidado haría falta. ¡Tan corta es la ciencia humana!<br />
Y él que lo sabía, corregía a veces la presunción de<br />
tanta ignorancia por la sana disciplina <strong>del</strong> miedo.<br />
Inquietantes historias corrían a cuenta de sus<br />
anteriores travesías. <strong>El</strong> cocinero (marino sin<br />
verdadera definición náutica) el cocinero, bajo la<br />
desmoralización súbita de alguna desgracia, como la<br />
caída de una marmita, refunfuñaba sombríamente,<br />
secando el suelo: “Vaya, ya se ve que sigue haciendo<br />
de las suyas; en una de estas nos hundirá, ya veréis.<br />
A lo que el mayordomo, venido allí para hurtar<br />
un momento de reposo a su azarosa vida respondía<br />
filosóficamente: “Los que lo vean no podrán<br />
comentarlo; yo no espero verlo”.<br />
Nosotros nos burlábamos de sus miedos. <strong>El</strong><br />
corazón iba hacia el viejo, cuando forzaba el barco,<br />
encarnizado en hacerle dar todo cuanto pudiese,<br />
disputando ásperamente al viento cada pulgada;<br />
cuando, bajo las tres velas repletas lo mandaba,<br />
embistiendo de lado, al asalto de las olas enormes.<br />
Los hombres, amontonados en popa, el oído<br />
alerta a la primer orden <strong>del</strong> oficial de guardia,<br />
admiraban su valentía. La borrasca les hacía<br />
pestañear; las mejillas tostadas goteaban agua más<br />
amarga que las lágrimas. Las habas y bigote,<br />
83
JOSEPH CONRAD<br />
colgaban empapados, informes como algas, y con<br />
sus altas botas y el pelo pegado como un casco,<br />
oscilaban, zarandeados dentro de sus lucientes<br />
impermeables, semejantes a extraños aventureros,<br />
fabulosamente ataviados.<br />
Cada vez que el “<strong>Narciso</strong>” se elevaba sin esfuerzo<br />
sobre alguna glauca y vertiginosa cima, los codos<br />
golpeaban los costados, los caras se iluminaban y<br />
murmurábamos: “¡Muy bien! ¿verdad? Mientras<br />
todas las cabezas volvíanse siguiendo con sonrisa<br />
sardónica la ola desquiciada, huyendo bajo el viento,<br />
toda blanca de la espuma de su monstruoso furor.<br />
Pero, cuando por falta de prontitud se dejaba<br />
sorprender, empuñábamos las cuerdas y elevando<br />
los ojos a las estrechas bandas de tela, pensábamos<br />
en nuestro corazón: “Nada famoso, el pobre”.<br />
<strong>El</strong> día treinta y dos, después de la salida de<br />
Bombay comenzó bajo malos auspicios.<br />
Por la mañana, una de las olas destrozó la puerta<br />
de la cocina; nos precipitamos. Allí estaba el<br />
cocinero, empapado y furioso con el barco.<br />
“Empeora día a día ¿lo veis? Ahora quiere<br />
inundarme los fogones”.<br />
Le calmamos, mientras el carpintero zarandeado<br />
por las olas, trataba de componer la puerta. Como<br />
84
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
resultado <strong>del</strong> accidente, nuestro almuerzo se retrasó,<br />
pero poco importaba a fin de cuentas porque<br />
Knowles, que aquel día estaba de servicio, fue<br />
volteado por una oleada y dejó escapar la comida<br />
por la borda.<br />
<strong>El</strong> capitán Allistoun, el aire más severo y los<br />
labios más finos que nunca, se obstinó en bogar a<br />
toda vela, empeñándose en no ver que con sus<br />
exigencias, el barco iba perdiendo fuerza. Resollaba<br />
al levantarse y abría hoscamente su ruta a través de<br />
las olas. Dos veces, como ciego o cansado de vivir,<br />
hundióse de proa <strong>del</strong>iberadamente, en medio de una<br />
gruesa ola que barrió la cubierta de un extremo al<br />
otro. <strong>El</strong> patrón hizo observar con aire de disgusto,<br />
mientras nosotros nos lanzábamos a la caza de un<br />
fugitivo balde de lejía que “toda maldita chuchería<br />
<strong>del</strong> barco iba a largarse al agua ese día”...<br />
<strong>El</strong> venerable Singleton rompió su acostumbrado<br />
silencio para decir con los ojos en alto: “<strong>El</strong> viejo está<br />
enojado con el tiempo pero ¿para qué sirve<br />
encolerizarse con los vientos <strong>del</strong> cielo?...<br />
Jimmy, naturalmente, había cerrado su puerta.<br />
Nos lo imaginábamos seco y cómodo en su<br />
cabinita y esta seguridad nos llenaba, en nuestra<br />
sinrazón, a la vez de placer y de rabia. Donkin se<br />
85
JOSEPH CONRAD<br />
hurtaba al trabajo sin ningún pudor, inquieto y<br />
lamentable. Decía: “Tener que morirse de frío aquí<br />
afuera, con estos pingajos empapados, mientras ese<br />
<strong>negro</strong> puerco se regodea con su cofre lleno, ¡maldita<br />
sea!<br />
No le hacíamos caso, apenas pensábamos un<br />
poco en Jimmy y en su compañera, porque no<br />
podíamos perder el tiempo sondeando nuestros<br />
corazones. <strong>El</strong> viento arrancaba las velas; las amarras<br />
cedían. Temblorosos y empapados rodábamos de<br />
una punta a la otra tratando de reparar las averías. Y<br />
el barco furiosamente sacudido danzaba como un<br />
juguete en manos de un loco.<br />
<strong>El</strong> sol se puso cuando nos disponíamos a recoger<br />
el velamen ante la amenaza de una siniestra nube<br />
cargada de granizo. Bruscamente la borrasca golpeó<br />
como un puñetazo. <strong>El</strong> barco, descargado a tiempo<br />
de la vela, lo recibió valientemente: cedió poco a<br />
poco a la violencia <strong>del</strong> asalto y levantándose con un<br />
balanceo majestuoso mantuvo el mástil al viento, en<br />
las fauces mismas de la borrasca.<br />
La sombra de abismo de la negra nube, vomitó<br />
entonces un torrente de granizo que crepitaba en el<br />
maderamen, caía a puñados de lo alto de las vergas,<br />
acribillada la cubierta, redondo y opalino, como un<br />
86
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
diluvio de perlas. La nube pasó. <strong>El</strong> sol, dardeó<br />
horizontalmente, durante un momento una luz<br />
siniestra, entre las altas colinas de agua. Después, la<br />
noche precipitóse salvajemente, desvaneciendo con<br />
un grito de furor el resto de un día de tempestad.<br />
No se durmió a bordo . La mayor parte de los<br />
marinos recordaban dos o tres noches de su vida,<br />
pasadas como aquella. Parecía que de todo el<br />
universo no quedaran sino tinieblas y clamor, la furia<br />
y el barco. Semejante al último vestigio de una<br />
oración extinguida, llevaba sin embargo, la angustia<br />
de un puñado de culpables, a través <strong>del</strong> caos, <strong>del</strong><br />
tumulto, de la agonía de un espanto vengador. En el<br />
alcázar, la lámpara de hierro colado, describía<br />
amplios círculos de humo con la punta de su larga<br />
mecha. Los trajes mojados, salpicaban con manchas<br />
oscuras el suelo brillante bajo la <strong>del</strong>gada capa de<br />
agua móvil que oscilaba en cada balanceo. En las<br />
camas, los hombres calzados, permanecían ex<br />
tendidos, con los ojos abiertos. Dos impermeables<br />
colgados, zarandeándose de aquí para allá,<br />
semejaban espectros inquietantes de marineros<br />
decapitados, danzando en la tempestad.<br />
Escuchábamos en silencio. Fuera la tempestad<br />
sollozando y rugiendo era acompañada por un rodar<br />
87
JOSEPH CONRAD<br />
continuo, como el lejano redoble de innumerables<br />
tambores. Gritos agudos desgarraban el aire. Bajo<br />
los formidables choques, el barco temblaba y las<br />
olas, abatiéndose sobre cubierta lo aplastaban con su<br />
peso formidable. A veces se arrancaba suspendido<br />
en el aire; todos los corazones dejaban de latir, y<br />
solo recobraban su ritmo, al sentir el espantoso<br />
choque previsto y súbito. Después de cada sacudida<br />
Wamibo de boca en la almohada, exhalaba una queja<br />
como la de un mundo condenado. De tiempo en<br />
tiempo, durante una fracción intolerable de segundo,<br />
el barco en el desencadenamiento más feroz <strong>del</strong><br />
tumulto, permanecía sobre el flanco vibrante e<br />
inmóvil, en una inmovilidad más terrible que todas<br />
las sacudidas. Entonces, un estremecimiento de<br />
angustia pasaba por los cuerpos jadeantes. Un<br />
hombre alargaba el cuello con ansiedad y un par de<br />
ojos relucían en la luz oscilante, ojos llenos de terror.<br />
Algunos estiraban las piernas como para saltar al<br />
suelo. Pero la mayor parte, de espaldas e inmóviles,<br />
fumaban nerviosos, con chupadas cortas, los ojos<br />
fijos en el techo, y ansiosos de un poco de<br />
tranquilidad.<br />
A media noche vino la orden de bracear el tope<br />
de la vela.<br />
88
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
Con inmensos esfuerzos nos izamos a los<br />
mástiles; azotados por implacables golpes salvamos<br />
la tela y descendimos extenuados para soportar de<br />
nuevo, en imponente silencio, el cruel flagelamiento<br />
de las olas.<br />
Por primera vez quizá en la historia de la marina<br />
mercante, el turno relevado no abandonó la cubierta,<br />
fijo allí por la extraña fascinación de aquella<br />
violencia que parecía nutrida de envenenado rencor.<br />
A cada nuevo golpe, los hombres apiñados se<br />
decían: “Ya no puede ser más fuerte”... y al<br />
momento el huracán los desmentía con desgarrado<br />
clamor que les cortaba la respiración. Una ráfaga<br />
furibunda pareció desgarrar de pronto la inmensa<br />
copa de vapores de hollín y tras los celajes de las<br />
nubes laceradas, pudo verse por relámpagos, la luna<br />
alta precipitada en retroceso a través <strong>del</strong> cielo con<br />
sorprendente ligereza, derecho hacia la tempestad.<br />
Muchos bajaban la cabeza asegurando “que<br />
aquello trastornaba”. Pronto las nubes volvieron a<br />
cerrarse y el mundo fue otra vez una ciega y<br />
frenética tiniebla que gritaba azotando a la solitaria<br />
embarcación con sus salpicaduras y celliscas.<br />
Hacia las siete y media, la negrura de brea que<br />
nos envolvía se debilitó volviéndose de un gris<br />
89
JOSEPH CONRAD<br />
lívido, y supimos que el sol se levantaba. Ese día<br />
insólito y amenazante que nos mostraba nuestros<br />
ojos espantados y nuestras espectrales no hizo sino<br />
añadir un horror más a los ya sufridos.<br />
<strong>El</strong> horizonte parecía estar a una braza <strong>del</strong> barco.<br />
En ese estrecho círculo las olas furiosas, llegaban<br />
atronando, golpeando y huyendo. Una lluvia de<br />
pesadas gotas amargas, volaba oblicua como la<br />
bruma.<br />
<strong>El</strong> gran mástil nos reclamaba a todos, con<br />
resignado embrutecimiento fuimos a escalar la<br />
arboladura; pero los oficiales gritaban rechazando a<br />
los hombres y al fin comprendimos que no dejarían<br />
ya subir a la vergas más gavieros que aquellos que<br />
exigiese la estricta necesidad.<br />
Como a cada instante los mástiles peligraban ser<br />
arrancados, comprendimos que el capitán no quería<br />
vernos en el mar, a todos de un solo golpe. Era<br />
justo. Los de guardia conducidos por Mr. Creighton<br />
comenzaron a subir penosamente.<br />
<strong>El</strong> viento los arrojaba contra el cordaje, después,<br />
cediendo un poco los dejó subir dos tramos; y para<br />
mejor una borrasca súbita de lo alto de los<br />
obenques, los precipitó en actitud de crucificados.<br />
Otro se hundió en la cubierta para cargar la vela.<br />
90
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
Las cabezas humanas emergían de la superficie<br />
<strong>del</strong> agua irresistible que los arrastraba de aquí para<br />
allá. Mr. Baker en medio de nosotros distribuía<br />
gruñidos animosos, chapoteando y soplando entre el<br />
cordaje enredado como una enérgica marsopa.<br />
A favor de una fatídica y sospechosa calma, el<br />
trabajo se acabó sin perder a nadie de las vergas ni<br />
de la cubierta. Durante un momento la tempestad<br />
pareció debilitarse y el barco, como reconocido de<br />
nuestros esfuerzos, cobró coraje e hizo mejor cara a<br />
la tormenta.<br />
A las ocho, los hombres relevado espiando el<br />
momento propicio, se lanzaron corriendo a través<br />
de la cubierta inundada en dirección al alcázar de<br />
proa, para tomar algún reposo.<br />
La otra mitad de la tripulación, quedó en popa:<br />
cada uno a su turno para “acompañarlo en su pena”<br />
como decían. Los dos oficiales apremiaban al<br />
capitán a abandonar la toldilla y descansar. Mr.<br />
Baker le gruñía en la oreja.<br />
- Prr... sin embargo... seguro... confianza en<br />
nosotros... prr... nada que hacer... que siga o que<br />
pase... prr... prr...<br />
Desde lo alto de sus pies, el joven Creighton<br />
sonreía con buen humor.<br />
91
JOSEPH CONRAD<br />
- <strong>El</strong> barco es sólido, duerma una hora sir... La<br />
mirada de piedra de los ojos enrojecidos por el<br />
insomnio, lo contemplaba fijamente. Sus párpados<br />
tenían un ribete encarnado y movía sin cesar la<br />
mandíbula como si máscara goma; sacudió la cabeza<br />
y dijo: No se ocupen de mí. Necesario que vea el fin,<br />
necesario que lo vea.<br />
Consistió sin embargo en sentarse un instante<br />
cara al viento. <strong>El</strong> mar se la azotaba; estoico dejaba<br />
que el agua le corriese como si llorara. A barlovento,<br />
en la toldilla, los de guardia amarrados a los<br />
obenques de mesana y unos a otros, trataban de<br />
decirse palabras de aliento. Singleton, desde el<br />
timón, gritó: ¡tención!<br />
-¡Atención!<br />
Su voz llegó reducida a un murmullo de alerta.<br />
Una enorme ola espumosa salió de la bruma. Se<br />
venía sobre nosotros rugiendo con salvajismo, tan<br />
terrible en el afán con que se precipitaba, como un<br />
loco blandiendo un hacha.<br />
Uno dos marineros se precipitaron al<br />
maderamen gritando. La mayor parte, convulsos y<br />
jadeantes se mantuvieron en su puesto.<br />
Singleton apretó las rodillas bajo la rueda y<br />
ablandó cuidadosamente el timón para aliviar la nave<br />
92
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
que cabeceaba, mas sin sacar los ojos de la ola que<br />
llegaba. Vertiginosa y cercana, se alzó como un<br />
muro de cristal verde empenachado de nieve. La<br />
embarcación alzóse como si tuviera alas, y un<br />
momento quedó sobre la espumosa cimera,<br />
semejante a un gran pájaro marino.<br />
Antes que perdiéramos el aliento, una pesada<br />
ráfaga lo golpeó, otra sacudióle traidoramente bajo<br />
la proa y cayó de golpe, mientras el agua inundaba la<br />
cubierta.<br />
De un salto, el capitán Allistoun se puso en pie<br />
y cayó. Archie rodó por detrás gritando: “¡Se vuelve<br />
a levantar!” Un segundo bandazo le abatió de nuevo.<br />
Rodábamos sobre la toldilla inclinada y viendo al<br />
barco sumergir el flanco en el mar, clamamos todos<br />
juntos: “¡Nos ahogamos!” En proa, las puertas <strong>del</strong><br />
alcázar se abrieron violentamente y los hombres<br />
acostados precipitábanse uno a uno con los brazos<br />
en el aire, para caer sobre las manos y las rodillas y<br />
trepar en cuatro patas a lo largo de la cubierta, más<br />
inclinada que la techumbre de una casa.<br />
Las olas lanzábanse en su persecución, mientras<br />
ellos, vencidos en aquella lucha desigual huían como<br />
ratas ante la creciente; subían a fuerza de puño, uno<br />
después de otros, medio desnudos con las pupilas<br />
93
JOSEPH CONRAD<br />
dilatadas, y ni bien en alto resbalaban en bloque con<br />
los ojos cerrados que se detenían al choque brutal<br />
de sus cuerpos contra los barrotes de la batayola;<br />
después entre gemidos rodaban en montón confuso.<br />
<strong>El</strong> inmenso volumen de agua proyectado hacia<br />
proa, por la última oscilación <strong>del</strong> barco, había<br />
arrancado la puerta <strong>del</strong> alcázar. Vieron sus cofres,<br />
sus literas, o sus mantas, sus ropas, salir flotando al<br />
mar; esforzábanse de nuevo para alzarse a<br />
barlovento y miraban el desastre consternados. Las<br />
pellizas bogaban a alta borda, los cobertores<br />
ondulaba extendidos, mientras los cofres medio<br />
vacíos y dando tumbos rodaban pesadamente antes<br />
de hundirse como la cáscara vacía de un huevo. <strong>El</strong><br />
grueso sobretodo de Archie pasó flotando, con las<br />
mangas cruzadas, semejante a un hombre, con la<br />
cabeza hundida.<br />
Los marineros resbalaban intentando aferrarse<br />
con las uñas en los intersticios de las planchas.<br />
Todos gritaban sin parar: “¡Los mástiles! ¡Los<br />
mástiles, cortadlos! Una borrasca negra mugía en el<br />
cielo bajo, sobre el barco acostado, los extremos de<br />
la verga de babor apuntaban a las nubes, mientras<br />
los grandes mástiles, casi perpendiculares al<br />
94
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
horizonte parecían de desmesurada largura.<br />
<strong>El</strong> carpintero se desasió, rodó contra la claraboya<br />
y se puso a gatear a la entrada de la cabina, donde,<br />
para casos semejantes se guardaba un hacha.<br />
En aquel momento, el tope de la vela cedió. En<br />
lo alto chocó el extremo de la cadena y mezcladas<br />
con la espuma descendieron las chispas rojas. La<br />
vela golpeaba con sacudidas que parecían<br />
arrancarnos el corazón a través de los dientes<br />
apretados, y en un instante convirtióse en un fleco<br />
de estrechas tiras que flotaron mezcladas y<br />
anudadas, cayendo pronto inertes a lo largo de la<br />
verga.<br />
<strong>El</strong> capitán logró dirigir la cabeza hacia cubierta,<br />
donde los hombres pendían, como ladrones de<br />
nidos al borde de un risco. Uno de sus pies se<br />
afirmaba sobre el pecho de un marinero. En el<br />
rostro púrpura los labios se agitaban. Gritaba<br />
también, curvado en dos: “¡No, no!”<br />
Mr. Baker sujetándose a la bitácora con una<br />
pierna, rugió:<br />
-¿Ha dicho Vd. que no? ¿Qué no se corte? <strong>El</strong><br />
otro sacudió la cabeza frenéticamente.<br />
-¡No, no!<br />
<strong>El</strong> carpintero le oyó y dejóse caer tranquilo en el<br />
95
JOSEPH CONRAD<br />
ángulo de la claraboya. Las voces repetían la<br />
prohibición:<br />
-¡No, no!<br />
Después todo quedó mudo. Esperaban que el<br />
barco se volviese <strong>del</strong> todo vaciándose en el mar, y<br />
entre el terrible rumor <strong>del</strong> agua y el viento, no se<br />
elevó ni el más ligero murmullo de protesta de<br />
aquellos hombres de los cuales, cada uno, habría<br />
dado varios años de vida por “ver aquellos<br />
condenados palos irse por la borda”. La única<br />
probabilidad de salud terminaba en eso. Pero un<br />
hombrecillo de pelo gris sacudía la cabeza y gritaba<br />
¡No!, sin darles siquiera la explicación de una mirada.<br />
Mudos, resoplaban. Asieron las barras atándose a<br />
ellas por debajo de los sobacos, entrecruzaron los<br />
tobillos, juntándose en montón donde podían,<br />
sujetándose con los pies, con los brazos con la<br />
barbilla, con los codos, con los dientes: algunos,<br />
incapaces de arrancarse prestamente de donde<br />
habían sido arrojados, sentían crecer el mar a medida<br />
que subían golpeándoles la espalda.<br />
Singleton permanecía en el timón y sus cabellos<br />
volaban al viento; la tempestad parecía empuñar por<br />
la barba a su viejo adversario y retorcerle la cabeza<br />
¡no cejaba! Y con las rodillas incrustadas entre los<br />
96
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
rayos de la rueda, danzaba en alto, en bajo, cual si<br />
estuviese en una rama.<br />
Como la muerte no parecía próxima los hombres<br />
se atrevieron a mirar a su alrededor; Donkin<br />
enganchado por un pie a un ojal <strong>del</strong> cordaje, yacía<br />
cabeza abajo y nos gritaba en la cara, al ras de la<br />
cubierta: “¡Cortad, cortad!” Dos hombres se<br />
deslizaron con precauciones hasta él; otros estiraban<br />
la cuerda, lo cogieron dejándole en lugar más seguro<br />
mientras él, amenazaba al patrón mostrándole el<br />
puño, con juramentos terribles, y aplastándonos con<br />
sus palabras abyectas.<br />
-¡Cortad, no tengáis en cuenta a ese asesino<br />
idiota! ¡Cortad!<br />
Uno de sus salvadores le tapó la boca de un<br />
revés. Su cabeza golpeó en la cubierta y se quedó<br />
tranquilo, las mejillas lívidas, los labios entreabiertos<br />
y goteando sangre, jadeando sin ruido. A barlovento,<br />
otro hombre cayó desmayado, La arboladura<br />
impidió que las olas lo arrebatasen. Era el<br />
mayordomo. Fue preciso amarrarlo como a un fardo<br />
pues el miedo le paralizaba. Al sentir inclinarse la<br />
embarcación, había subido de la despensa como una<br />
flecha con un tarro de leche en la mano crispada. Se<br />
lo arrancamos con trabajo. No se había roto. Viendo<br />
97
JOSEPH CONRAD<br />
el objeto en nuestras manos preguntó con voz<br />
temblorosa: “¿De dónde lo habéis sacado?”<br />
Su camisa pendía en jirones, las mangas rajadas<br />
colgaban como alas. Atado fuertemente parecíase a<br />
un paquete de trapos mojados.<br />
Mr. Baker gateaba entre los hombres<br />
preguntando “¿Están todos?” e inspeccionaba a cada<br />
uno. Algunos parpadeaban atónitos, otros tiritaban.<br />
La cabeza de Wamibo colgaba sobre el pecho, y en<br />
actitudes dolorosas, los otros se aferraban jadeando<br />
penosamente.<br />
Sus labios crispados se abrían como para gritar a<br />
cada cabezazo <strong>del</strong> trastornado barco. <strong>El</strong> cocinero,<br />
abrazado a un puntal repetía inconscientemente una<br />
plegaria. En cada intervalo <strong>del</strong> infernal tumulto, le<br />
veíamos, sin gorra ni botas, implorando al Dueño de<br />
nuestras vidas, que le librase de tentación. Pero hasta<br />
él mismo calló al fin. Entre aquel montón de<br />
hombres hambrientos y helados a la espera de una<br />
muerte violenta, no se levantó ni una voz, mudos,<br />
pensativos y sombríos, escuchaban llenos de horror<br />
las imprecaciones <strong>del</strong> huracán.<br />
Pasaron horas. A pesar <strong>del</strong> abrigo que ofrecía<br />
contra el viento la fuerte inclinación <strong>del</strong> navío,<br />
glaciales chaparrones turbaban a veces la calma <strong>del</strong><br />
98
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
precario refugio. Entonces bajo la prueba de aquel<br />
nuevo martirio, los hombres se crispaban<br />
ligeramente. <strong>El</strong> tiempo amainó. Un claro sol brillaba<br />
sobre el barco. Las olas deshechas en minúsculas<br />
hebras tras cada topetazo, formaban centelleantes<br />
arcos iris de brillante espuma, sobre el casco<br />
desviado. La tempestad terminaba en una brillante y<br />
fuerte brisa que bajaba como un cuchillo. Entre dos<br />
viejas barbas, Charley, atado con una bufanda a una<br />
anilla de cubierta lloraba lágrimas de estupor, de<br />
hambre has y de frío. Uno de sus vecinos le dio un<br />
puñetazo en el costado preguntándole: “¿Qué has<br />
hecho de tu audacia?” “Con buen tiempo no se<br />
puede uno entender contigo, sapito”... Con<br />
torsiones prudentes, se despojó <strong>del</strong> saco y lo echó<br />
sobre el muchacho.<br />
<strong>El</strong> marinero <strong>del</strong> otro lado decía: “Esto hará de ti<br />
un hombre, buena pieza”. Extendieron los brazos y<br />
se apretaron contra él. Charley alzó los pies y cerró<br />
los ojos. Después comenzaron a oírse suspiros, a<br />
medida que los hombres empezaban a dudar de<br />
“ahogarse ahí no más”. Se ensayaron posturas más<br />
cómodas. Mr. Creighton que se había herido en la<br />
pierna yacía entre nosotros con los labios apretados.<br />
Algunos de los de su guardia se creyeron en el<br />
99
JOSEPH CONRAD<br />
deber de sujetarle más fuertemente. Sin una palabra,<br />
sin una mirada, levantó los brazos, uno después de<br />
otro, para facilitar la operación y no movió ni un<br />
músculo de su rostro joven y varonil.<br />
-¿Va mejor?, le preguntaron solícitos.<br />
Respondió cortesmente: mejoraré.<br />
Era inflexible en el servicio pero más de uno<br />
confesaba quererle “por sus modos de gran señor<br />
para mandarte desde cubierta”.<br />
Otros, incapaces de discernir esos matices<br />
respetaban la corrección de sus maneras y de su<br />
traje. Por primera vez desde que el barco había<br />
zarpado, el capitán Allistoun echó una ojeada sobre<br />
sus hombres. Se mantenía casi derecho, un pie sobre<br />
la claraboya y una rodilla en cubierta y la punta de la<br />
barra de mesana alrededor de la cintura, oscilaba de<br />
popa a proa con la vista fija como un vigía que<br />
espera la señal.<br />
Ante sus ojos, el barco con media cubierta<br />
hundida en el agua se levantaba y caía alzado por las<br />
gruesas olas que bullían bajo su masa, para huir<br />
luego, centelleando al frío sol.<br />
Algunas voces ulularon:<br />
-“<strong>El</strong> arreglará el negocio, muchachos”...<br />
Belfast gritó con fervor:<br />
100
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
-¡Daría un mes de paga por una chupada de pipa!<br />
Uno de nosotros, pasándose la lengua áspera<br />
sobre los labios salados masculló algo parecido a:<br />
“¡Agua!”<br />
<strong>El</strong> cocinero, como inspirado, alzó el pecho sobre<br />
el barril de popa y miró. Había un poco dentro, gritó<br />
agitando los brazos y dos hombres se pusieron a<br />
gatear pasando el tarro de la leche. Cada uno bebió<br />
un buen trago. Cuando llegó el turno de Charley,<br />
uno de sus vecinos gritó: “<strong>El</strong> condenado se ha<br />
dormido”. Dormía como si le hubieran narcotizado.<br />
Le dejaron. Singleton conservó una mano en el<br />
timón mientras bebía, curvado para hurtar sus labios<br />
al viento. Fue preciso golpear y sacudir a Wamibo,<br />
antes que viese el tarro ante sus ojos. Knowles<br />
observó con sagacidad: “Mejor que una pinta de<br />
ron”.<br />
Mr. Baker gruñó: “Gracias”.<br />
Mr. Creighton bebió e hizo una imperceptible<br />
seña con la cabeza.<br />
Donkin tragó glotonamente, revolviendo sus ojos<br />
perversos sobre el borde <strong>del</strong> tarro. Belfast nos hizo<br />
reír cuando gritó con su boca torcida:<br />
- Mandadlo, que por aquí somos ¡tayttotlers! 2 ...<br />
2 Teatotallers, los que se abstienen de beber alcohol.<br />
101
JOSEPH CONRAD<br />
<strong>El</strong> patrón a quien un hombre agachado<br />
presentaba el recipiente, gritándole: “Todos han<br />
bebido, capitán”, extendió la mano a tientas para<br />
tomarlo y lo devolvió con gesto rápido como si<br />
temiese robar media mirada a su barco. Las caras<br />
estaban radiantes. “¡Bravo, doctor!”, gritamos al<br />
cocinero.<br />
Él, que se mantenía a estribor, agarrado, <strong>del</strong><br />
barril, contestó abundantemente; pero las<br />
rompientes hacían en aquel momento un formidable<br />
estrépito y no cogimos sino jirones de frases; aquello<br />
sonaba a : “Providencia”... y “Nacer dos veces”...<br />
Rezaba.<br />
Le hicimos gestos de burla amistosa y él desde<br />
abajo, serio y apostólico, extendía su brazo suelto<br />
para contener la tormenta.<br />
Súbitamente alguien gritó: ¿Dónde está Jimmy? Y<br />
de nuevo la consternación se extendió entre<br />
nosotros.<br />
Al final <strong>del</strong> grupo el contramaestre inquirió con<br />
voz precisa: “¿Le habéis visto salir? Voces<br />
desesperadas clamaron: “¡Se habrá ahogado!” “¡No!”<br />
“¡En su cabina!” “¡Cielos, como un ratón en la<br />
trampa!”... ¡Sin poder abrir la puerta!... ¡<strong>El</strong> agua lo ha<br />
bloqueado!... ¡Pobre diablo!... No hay nada que<br />
102
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
hacer... Hay que ir a ver... ¡Dios me condene! ¿Y<br />
quién?, chilló Donkin.<br />
Nadie te habla, refunfuñó un vecino. Tú no eres<br />
una persona sino una cosa.<br />
-¿Hay una probabilidad de encontrarlo?<br />
Preguntaron dos o tres voces a un tiempo.<br />
Belfast se desató con un arranque de ciega<br />
impetuosidad y más rápido que el relámpago rodó a<br />
barlovento.<br />
Nosotros lanzamos un grito de angustia pero las<br />
piernas, que habían pasado entre la borda lo<br />
sostenían. Pidió a grandes gritos una soga.<br />
En el extremo en que estábamos, nada podía<br />
parecernos terrible; lo encontramos grotesco,<br />
manoteando allá lejos con su cara asombrada. Uno<br />
se puso a reír, y contagiados de histérica alegría,<br />
todos comenzaron a reír formidablemente como<br />
una fila de locos, sujetos al muro.<br />
Mr. Baker dejándose resbalar de su sitio tendió<br />
una pierna a Belfast. Este trepó desconcertadísimo,<br />
encomendándonos en términos atroces a todos los<br />
diablos de Erin.<br />
- Eres... prr... eres... un maldito boca sucia Crack,<br />
gruñó Mr. Baker. <strong>El</strong> otro respondió babeando de<br />
indignación. “Pero Mr. Baker... ha visto Vd. ...<br />
103
JOSEPH CONRAD<br />
montón de puercos... burlarse de un compañero en<br />
peligro.. ¡Y eso se llaman hombres! ...<br />
Pero <strong>del</strong> frente de la toldilla el contramaestre<br />
gritó: “¡Por aquí!” y Belfast se marchó en cuatro<br />
patas.<br />
Los cinco hombres colgados, con el cuello<br />
estirado sobre la borda de la toldilla, trataban de<br />
descubrir un camino seguro para la exploración da la<br />
proa.<br />
Dudaban. <strong>El</strong> capitán parecía no ver. Hubiérase<br />
dicho que era su mirada la que sostenía al barco, a<br />
costa de una sobrehumana concentración de energía.<br />
Silbaba el viento, columnas de espuma subían muy<br />
altas y en los mariposeos de los arcos iris temblaron<br />
sobre el casco <strong>del</strong> barco, los hombres descendían<br />
circunspectos y desaparecían de nuestra vista con<br />
gestos <strong>del</strong>iberados.<br />
Iban balanceándose <strong>del</strong> pomo a la cornamusa<br />
chapoteando bajo las olas que azotaban la cubierta<br />
medio sumergida. Los dedos de los pies se aferraban<br />
al suelo. Golpes de helada agua verdosa rodaban<br />
sobre sus cabezas por encima <strong>del</strong> baluarte.<br />
Permanecían suspendidos un instante con el<br />
aliento entrecortado por el choque, las muñecas<br />
dislocadas y los ojos cerrados. Después, asidos por<br />
104
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
una mano se lanzaban cabeza abajo, tratando de<br />
aferrarse a una cuerda o un puntal más distante.<br />
<strong>El</strong> contramaestre, avanzaba rápido asiéndose a las<br />
cosas con sus largos brazos atléticos, recordando al<br />
mismo tiempo alguno de los pasajes de la última<br />
carta de “su vieja”.<br />
<strong>El</strong> pequeño Belfast se apresuraba rabiosamente<br />
repitiendo: “Puerco <strong>negro</strong>”. La lengua de Wamibo<br />
colgaba de excitación, mientras Archie intrépido y<br />
tranquilo, se afirmaba a todo. Una vez sobre la<br />
cabina, se soltaron y cayeron de boca uno tras otro,<br />
aplastándose sobre la lisa superficie de madera de<br />
teca.<br />
A su alrededor, la resaca se amontonaba<br />
espumosa y crujiente. Todas las puertas estaban<br />
convertidas en trampas. La de la cocina se reconoció<br />
la primera. La cocina misma, iba de borda a borda y<br />
dentro de ella se oía chapotear el agua con notas<br />
huecas y sonoras. La otra puerta era la <strong>del</strong> taller <strong>del</strong><br />
carpintero. La levantaron y miraron al fondo. La<br />
pieza parecía haber sufrido los estragos de un<br />
temblor de tierra. Todo había rodado contra el<br />
tabique opuesto a la puerta y detrás de ese tabique,<br />
estaba Jimmy, muerto, sin duda. La mesa, un cofre a<br />
medio hacer, el cepillo, las tenazas, la tijera, los<br />
105
JOSEPH CONRAD<br />
cables de hierro, las pinzas, las hachas se<br />
amontonaban sobre un tapiz de clavos esparcidos.<br />
Una aguda azuela, mostraba su filo que brillaba<br />
peligrosamente como una perversa sonrisa. Los<br />
hombres sondearon con la mirada aquel vacío,<br />
atados unos a otros. Un barquinazo estuvo a punto<br />
de mandarles en paquete por la borda abajo.<br />
Belfast gritó: “Al diablo” y saltó.<br />
Siguió Archie que enganchándose en los<br />
escalones que cedían bajo sus pies, se derrumbó con<br />
estrépito de maderas astilladas.<br />
Dentro había apenas espacio para tres hombres.<br />
En el cuadro luminoso y azul de la puerta, la figura<br />
<strong>del</strong> contramaestre sombría y barbuda y la de<br />
Wamibo ruda y lívida, se inclinaba espiando.<br />
En coro llamaron: Jimmy... Jim... En lo alto, la<br />
gruesa voz <strong>del</strong> patrón gritó también: ¡Wait, caramba!<br />
En una pausa, Belfast imploró ¡Jimmy, querido!<br />
¿estás vivo? Y el patrón: “Vamos, todos juntos<br />
muchachos! Clamamos frenéticamente. Wamibo<br />
dejaba oír sonidos como los de un ladrido fuerte.<br />
Belfast golpeaba sobre el suelo con un pedazo de<br />
hierro.<br />
Todo cenó bruscamente; más, un ruido de gritos<br />
y golpes entrecortados continuó distinto y breve, tal,<br />
106
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
un solo tras coros ¡Vivía!<br />
Atacamos con la energía de la desesperación el<br />
abominable amontonamiento de cosas pesadas,<br />
difíciles de manejar. <strong>El</strong> contramaestre se marchó a<br />
gatas en busca de un pedazo de cuerda, y Wamibo<br />
retenido por los gritos de: “No saltes... no te metas<br />
aquí cabeza de palo”, permanecía revolviendo los<br />
ojos saltones, con los colmillos relucientes y el pelo<br />
enmarañado. Parecía un demonio medio bestia,<br />
<strong>del</strong>eitándose ante la extraordinaria agitación de lo<br />
condenados. <strong>El</strong> patrón nos conminó a<br />
“despacharnos”. Descendió una cuerda; atábamos a<br />
ella los objetos que arrastrados por el un<br />
desaparecían para siempre.<br />
No poseyó un frenesí de arrojarlo todo al mar.<br />
Trabajábamos furiosos, destrozándonos los dedos,<br />
con palabras brutales para dirigirnos unos a otros.<br />
Y Jimmy continuaba su concierto enloquecedor:<br />
gritos punzantes de mujer martirizada, golpes de<br />
pies y manos. <strong>El</strong> exceso de su terror acongojaban<br />
nuestro corazón hasta el punto que nos tentaba a<br />
abandonarle, a salir de aquel sitio profundo como un<br />
pozo y vacilante como un árbol, a ganar al fin la<br />
toldilla donde podríamos tirarnos a esperar la<br />
muerte en infinito reposo.<br />
107
JOSEPH CONRAD<br />
Le gritábamos: ¡Calla, calla, maldita sea!<br />
Y él redoblaba. Creía tal vez que no le oíamos.<br />
Nos lo imaginábamos encogido al borde de la<br />
litera alta, golpeando a dos puños en la pared, con la<br />
boca abierta por ese grito incesante y en la más<br />
completa oscuridad.<br />
¡Odiosos instantes! Una nube pasó sobre el sol<br />
entenebreciendo como una amenaza la abertura de<br />
la puerta. Cada bandazo <strong>del</strong> barco nos<br />
proporcionaba un nuevo sufrimiento. Y nos<br />
debatíamos al azar, sofocados por la falta de aire y<br />
presa <strong>del</strong> más terrible malestar. <strong>El</strong> patrón nos decía<br />
desde lo alto: “Despachaos, despachaos o nos<br />
vamos al agua los dos si no os apuráis”... Tres veces<br />
una ola trepó sobre flanco más alto y vertió cataratas<br />
de agua sobre nuestras cabezas. Entonces Jimmy,<br />
espantado por el choque se detuvo un momento,<br />
esperando quizá que el barco se hundiera. Después<br />
recomenzó más y mejor.<br />
Al fondo, los clavos formaban una capa de varias<br />
pulgadas de espesor. Era espantoso. Todos los<br />
clavos <strong>del</strong> mundo, escapados de todas partes,<br />
parecían haberse dado cita en aquel taller <strong>del</strong><br />
carpintero. Había de todas clases; restos de la<br />
provisión de siete travesías: tachuelas de estaño,<br />
108
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
tachuelas de cobre (con puntas como agujas), clavos<br />
de popa con una gran cabeza como hongos de<br />
hierro, clavos sin cabeza (horribles), clavos franceses<br />
esbeltos y pulidos yacían en masa más inabordables<br />
que un erizo de acero. Titubeamos ansiando una<br />
pala, mientras bajo nosotros Jimmy se desgañitaba<br />
como un despellejado vivo.<br />
Gimiendo metimos los dedos entre los fierros<br />
para sacudir inmediatamente puntas y gotas rojas.<br />
Pasábamos al contramaestre las gorras repletas de<br />
clavos, y él como el sacerdote de un rito pacífico y<br />
místico los echaba al rodar desencadenado de las<br />
olas.<br />
Al fin llegamos al tabique. ¡Buena plancha<br />
aquella! Perfecto en todos sus detalles el “<strong>Narciso</strong>”<br />
no cedía. Jamás tablón de barco alguno tuvo más<br />
resistente corazón de madera, al menos eso<br />
supusimos. Y entonces nos dimos cuenta que en<br />
nuestro aturdiéndolo, habíamos tirado al mar todas<br />
las herramientas.<br />
<strong>El</strong> absurdo y pequeño Belfast quiso oradar el<br />
obstáculo con su propio peso y comenzó a saltar<br />
con los pies juntos como un springbok 3 maldiciendo<br />
las construcciones de Clyde por su trabajo<br />
3 Antílope <strong>del</strong> Cabo.<br />
109
JOSEPH CONRAD<br />
demasiado bien hecho. Incidentalmente exterminó a<br />
toda la Gran Bretaña <strong>del</strong> norte, el resto de la sierra,<br />
el mar y los compañeros.<br />
Juraba, dejándose caer pesadamente sobre los<br />
talones, que él no había tenido nada que ver con<br />
aquellos imbéciles “tan idiotas que no sabían<br />
distinguir la rodilla <strong>del</strong> codo”.<br />
A fuerza de golpes, consiguió poner en fuga los<br />
últimos restos de sangre fría que Jimmy conservaba<br />
aún.<br />
Pudimos oír al objeto de nuestras solicitudes<br />
rodar de un lado a otro por el suelo.<br />
Su voz forzada habíase roto al fin, solo gemidos<br />
lamentables se escapaban de su garganta. Su espalda,<br />
a no sor que fuese la cabeza, golpeaba en los<br />
tablones, tan pronto aquí como allá de una manera<br />
grotesca. Era más insoportable aún que los gritos.<br />
Súbitamente, Archie sacó un alicate; lo había<br />
puesto de lado con una hachita. Nosotros dimos<br />
gruñidos de satisfacción.<br />
Asestó un golpe formidable y menudas astillas<br />
nos saltaron al rostro. Desde lo alto el patrón<br />
gritaba: “Cuidado no le matéis, despacio por Dios”...<br />
Wamibo con la cabeza colgando nos estimulaba<br />
con gritos de demencia: ¡Hon, golpead, hon, hon!...<br />
110
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
Por miedo que cayera aplastándonos rogamos al<br />
patrón: ¡Tírelo usted al agua!<br />
Después todos juntos gritamos sobre los listones:<br />
¡Sal de abajo Jim, hacia proa!<br />
No se oía sino el bordonear intenso <strong>del</strong> viento<br />
sobre nuestras cabezas, el gruñir de las olas<br />
mezclado al chirrido de la resaca. <strong>El</strong> barco se<br />
zarandeaba inerte y el vértigo de aquel rumor<br />
insólito zumbaba en nuestros cráneos. Belfast<br />
clamó:<br />
- Por amor de Dios Jimmy, ¿dónde estás? Viejo,<br />
golpea... ¡Puerco negrucho maldito, golpea!...<br />
<strong>El</strong> otro permanecía más callado que un muerto<br />
en su tumba, y nosotros como hombres al borde de<br />
una fosa, estábamos próximos a llorar lágrimas de<br />
vejación, de cansancio, donde se mezclara nuestro<br />
deseo de acabar, de partir, de ver el peligro cara a<br />
cara y respirar el aire libre.<br />
Archie gritó: “¡Plaza!” Agachados tras él,<br />
protegiéndonos la cabeza vimos al hierro atacar la<br />
juntura de los tablones. Un crujido y luego<br />
súbitamente el trozo desapareció entre los picos <strong>del</strong><br />
orificio oblongo. Debió errar la cabeza de Jimmy<br />
por menos de una pulgada.<br />
Archie se apartó y aquel <strong>negro</strong> infame se<br />
111
JOSEPH CONRAD<br />
precipitó a la abertura gritando: ¡Socorro! Con voz<br />
casi extinguida, apretando la cabeza contra la madera<br />
como si tratase de salir por aquel hueco de una<br />
pulgada de ancho por tres de largo.<br />
Aquello nos paralizó súbitamente. Parecía<br />
imposible llegar a sacarle jamás. Hasta el mismo<br />
Archie perdió su sangre fría.<br />
-¡Si no te quitas de ahí, te clavo la herramienta en<br />
la cabeza!, gritó resuelto a todo.<br />
Lo hubiera hecho como lo decía y su seriedad<br />
preció impresionar a Jimmy, que desapareció al<br />
momento. Nosotros atacamos los listones,<br />
desquijando, arrancando, con la furia de hombres<br />
agredidos por un enemigo mortal.<br />
La madera se hundía, crujía, cedía. Belfast,<br />
introdujo por la abertura la cabeza y los hombros y<br />
tanteó.<br />
-Ya lo tengo, ya lo tengo, gritaba. ¡Ah, ah! se me<br />
escapa. Ya lo tengo. Tiradme de las piernas.<br />
Wamibo gritaba; el patrón impartía órdenes:<br />
-¡Cógelo <strong>del</strong> pelo Belfast.! Levantadlos a peso...<br />
¡firmes!<br />
Tiramos a plomo. Habíamos sacado a Belfast y lo<br />
dejamos caer con rabia. Sobre su sitio, la cara<br />
empurpurada, lloraba desesperado: ¡No hay medio<br />
112
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
de agarrarlo de su maldita lana rizada!<br />
De pronto la cabeza y el busto de Jim<br />
aparecieron. Se le veía de medio cuerpo con los ojos<br />
saltones y echándonos espumarajos a los tobillos. Le<br />
asaltamos con la brutalidad de la impaciencia,<br />
arrancándole la camisa de la espalda, tirándole de las<br />
orejas y jadeando sobre él; de pronto le sentimos<br />
ceder a nuestro impulso, como si le hubieran soltado<br />
las piernas. Lo sacamos. Su respiración silbaba. Sus<br />
pies golpearon nuestras caras vueltas hacia arriba, se<br />
asió a dos brazos que se le tendieron arriba de su<br />
cabeza y mientras le izábamos se nos deslizó de las<br />
manos con tanta precipitación como un globo de<br />
gas.<br />
Chorreando sudor, trepamos por la cuerda en<br />
racimo, y de nuevo golpeados por el áspero soplo<br />
<strong>del</strong> viento nos quedamos con la respiración cortada<br />
como si nos hubiéramos sumergido en el agua.<br />
Tiritábamos hasta la médula, con las mejillas<br />
afiebradas; y nunca la tormenta, nos pareció más<br />
espantosa, más enloquecido el mar, ni el sol más<br />
burlón, ni la postura <strong>del</strong> barco más desesperada.<br />
Cada uno de sus movimientos presagiaba el fin<br />
de su agonía y el comienzo de la nuestra. Salimos de<br />
la puerta temblando y un golpe de agua nos echó a<br />
113
JOSEPH CONRAD<br />
todos juntos en montón. <strong>El</strong> muro de la cabina era<br />
más liso que un cristal; no había más asidero que un<br />
gran gancho de bronce que servía para mantener<br />
abierta la puerta.<br />
Wamibo se aferró a él y nosotros asimos a<br />
Wamibo, sujetando a nuestro Jimmy que en aquel<br />
momento estaba anonadado. No se le hubiese<br />
creído con fuerzas ni para cerrar una mano. Le<br />
sujetábamos, ciegos y fieles. No había temor que<br />
Wamibo largara su presa, nos acordábamos que el<br />
muy bruto tenía más fuerza que otros tres de la<br />
tripulación juntos, pero temíamos que el gancho<br />
cediese, y además creímos que el barco se volvía <strong>del</strong><br />
todo.<br />
<strong>El</strong> patrón lanzó espuma y estas palabras:<br />
- Arriba y salgamos. La cosa marcha. A popa<br />
todos o reventamos aquí dentro.<br />
Nos enderezamos rodeando a Jimmy; le<br />
implorábamos que se levantase, que se sostuviera al<br />
menos y él, horrorizado, daba vuelta los ojos, mudo<br />
como un pez, todo resorte de energía roto en su<br />
esqueleto.<br />
Rehusaba ponerse en pie o sujetarse a nuestro<br />
cuello. Parecía une fría envoltura de piel negra, mal<br />
rellena de arena blanda; brazos y piernas colgaban<br />
114
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
dislocados, la cabeza rodaba de aquí para allá, el<br />
belfo caído y norme... Apretamos contra él nuestros<br />
cuerpos protectores, balanceándose peligrosamente<br />
en una sola masa. Al borde mismo de la eternidad<br />
dudábamos, con absurdos gestos como un grupo de<br />
hombres borrachos embarazados por un cadáver<br />
robado.<br />
Había que hacer algo. Llevarle a popa costara lo<br />
que costara. Le pasamos una cuerda por los sobacos<br />
y con peligro de nuestras vidas le enganchamos en la<br />
gorra de mesana.<br />
Nada salió de sus labios; presentaba el lamentable<br />
y ridículo aspecto de una muñeca de afrecho, medio<br />
vacía; nosotros nos pusimos en camino hacia<br />
nuestro peligroso viaje al otro lado de la cubierta,<br />
arrastrando a nuestro calamitoso, desmayado y<br />
desgarbado fardo. No era muy pesado, pero así lo<br />
hubiese sido una tonelada, no le habríamos<br />
encontrado difícil de llevar.<br />
Pasaba literalmente de mano en mano. A veces,<br />
necesitábamos suspenderlo de alguna cabilla<br />
oportuna para resoplar y volver a formar la cadena.<br />
Roto el maimonete, Jimmy hubiera partido para<br />
el océano austral por toda la eternidad. Después de<br />
un rato pareció advertirlo, gimió sordamente y con<br />
115
JOSEPH CONRAD<br />
gran esfuerzo articuló algunas palabras. Escuchamos<br />
ávidamente. Nos reprochaba la negligencia que lo<br />
exponía a semejantes riesgos: ¡Ahora que he salido<br />
de allí!, allí era su cabina, era él quien había salido:<br />
nosotros no contábamos para nada. ¡Qué importaba!<br />
Continuamos dejándolo sufrir los azares inevitables,<br />
pero simplemente porque no podíamos hacer otra<br />
cosa<br />
Porque nosotros que debíamos aborrecerle más<br />
que nunca, más que todo, no hubiésemos<br />
consentido en perderle. Hasta entonces, mal que<br />
mal, habíamos ido salvándole, y aquello era ya<br />
asunto personal entre el mar y nosotros.<br />
Hubiéramos, ¡loca hipótesis!, gastado tanto esfuerzo<br />
y energía por un barril vacío, si ese barril fuera para<br />
nosotros tan precioso como él. Más precioso aún<br />
pues, seguramente, no hubiéramos tenido motivo<br />
para aborrecerle, y nosotros aborrecíamos a James<br />
Wait.<br />
Nunca pudimos arrancarnos la maldita<br />
suposición que aquel se burlaba de nosotros,<br />
obstinado en su impostura cara a cara de nuestro<br />
trabajo y de nuestra paciencia y ahora, hasta de la<br />
abnegación y la muerte misma.<br />
Por imperfecto y vago que fuese, nuestro sentido<br />
116
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
moral se sublevaba de asco ante la villanía de una<br />
mentira tan cobarde. Pero él se emperraba... ¡Si!<br />
Indudablemente era un moribundo. La acrimonia de<br />
su humor provenía tan sólo de la incurable y<br />
exasperante obsesión de esa muerte que sentía a su<br />
cabecera... ¿Pero entonces, por qué dudábamos?<br />
¿Qué clase de hombres éramos?<br />
La indignación y la duda se mezclaban<br />
enloqueciendo nuestros mejores sentimientos. Y nos<br />
osábamos despreciarle con sinceridad ni insultarle<br />
sin que la dignidad sufriera.<br />
Gritábamos: “¿Lo tienes?” “¡Si!” “¡All right”!<br />
“¡Lárgalo!” E iba así balanceado de un enemigo a<br />
otro, haciendo alarde de tanta vitalidad como<br />
pudiera un viejo leño.<br />
Los ojos barrenaban con dos estrechos huecos<br />
blancos su rostro <strong>negro</strong>. Respiraba lentamente y el<br />
aire que expulsaba de su boca salía con un ruido de<br />
fuelle.<br />
Al fin alcanzamos la escala de la tordilla y como<br />
el sitio podía pasar por relativamente abrigado,<br />
deshechos de cansancio nos acostamos allí un<br />
momento.<br />
Él comenzó a murmurar. Aguardábamos con<br />
insaciable deseo de oírle.<br />
117
JOSEPH CONRAD<br />
Gimió agresivo. Os habéis tomado tiempo para<br />
venir... yo me creía que con todo lo excelentes<br />
marineros que sois os habríais marchado por la<br />
borda. ¿Qué es lo que os detenía, el miedo? ¿eh?<br />
Nos contuvimos: suspirando recomenzamos la<br />
tarea de subirle. <strong>El</strong> ardiente y secreto deseo de<br />
nuestros corazones hubiera sido golpearle<br />
rabiosamente con los puños en plena cara, y<br />
nuestras manos lo palpaban tan suavemente como si<br />
fuera de vidrio.<br />
Cuando por fin alcanzamos la toldilla parecíamos<br />
nómades volviendo tras largos años de exilio en<br />
pueblos marcados por la desolación de los tiempos.<br />
Débiles murmullos se alzaban: ¿Le traéis? Y las<br />
caras bien conocidas, parecían extrañas y familiares,<br />
ajadas y sucias con las facciones de fiebre y de<br />
cansancio. Todos parecían haber enflaquecido<br />
durante nuestra ausencia, como si después de largos<br />
días en absurdas actitudes, hubieran padecido las<br />
angustias <strong>del</strong> hambre.<br />
<strong>El</strong> capitán con una lazada de soga enrollada al<br />
puño, una rodilla plegada, oscilaba. Nada vivía en su<br />
faz inmóvil y helada y sus ojos, con los que sostenía<br />
el barco sobre el abismo, parecían no mirar a nadie.<br />
Se puso a James Wait en lugar seguro. Mr. Baker,<br />
118
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
trepando y rampando prestó su mano poderosa. Mr.<br />
Creighton, de espaldas muy pálido, murmuró:<br />
“Buena maniobra”. Repartió entre Jimmy, el cielo y<br />
nosotros una mirada desdeñosa, después cerró lo<br />
ojos, lentamente. Aquí o allá, alguno se movía, pero<br />
la mayor parte permanecían apáticos, en posturas<br />
penosas murmurando entre los dientes que<br />
catañeaban.<br />
<strong>El</strong> sol se hundía. Un sol enorme, sin una nube<br />
sobre su órbita roja, declinando en el horizonte<br />
como si se inclinase para mirarnos a los ojos. <strong>El</strong><br />
viento silbaba entre sus rayos oblicuos,<br />
resplandecientes y fríos que caían de lleno en las<br />
dilatadas pupilas sin hacer pestañear los párpados.<br />
<strong>El</strong> pelo y las barbas separados en mechones,<br />
estaban blancos de sal marina. Un tinte terroso<br />
cubría los rostros y los cercos <strong>negro</strong>s de las ojeras se<br />
prolongaban esfumados hasta las flacas mejillas.<br />
Los labios lívidos se apretaban, parecían moverse<br />
con esfuerzo como si estuvieran sujetos por los<br />
dientes. Algunos sonreían tristemente al crepúsculo,<br />
sacudidos de frío. Otros permanecían inmóviles.<br />
Charley vencido por la revelación de la<br />
insignificancia de su juventud, lanzaban miradas de<br />
terror.<br />
119
JOSEPH CONRAD<br />
Los noruegos, con la cara enflaquecida, parecían<br />
dos niños decrépitos y babeaban estúpidamente.<br />
Bajo el viento, al extremo horizonte olas negras<br />
saltaban hacia el sol de brasa. Se ensombrecía<br />
lentamente llameando, y la cresta de las olas<br />
salpicaba el borde de su disco . Uno de los<br />
noruegos pareció advertirlo, extremecióse y<br />
comenzó a hablar. Los otros, sorprendidos por la<br />
voz movían la cabeza o volviéndose trabajosamente<br />
le miraban con sorpresa y rabia en completo<br />
silencio. <strong>El</strong> hombre peroraba al sol poniente,<br />
balanceándose mientras las olas inmensas se<br />
desplegaban sobre el globo carmesí; y sobre las<br />
millas de agua turbulenta, los sombríos oleajes<br />
ponían una máscara de tiniebla fugaz en la palidez<br />
de los rostros humanos.<br />
Encrespada de espuma, una rompiente cayó con<br />
gran estrépito de agua, y el sol como una llama<br />
ahogada, desapareció. <strong>El</strong> balbuceo <strong>del</strong> hombre<br />
tronchóse, extinguiéndose de golpe con la luz, se oía<br />
suspirar. En la breve calma que sigue al rumor de<br />
una rompiente hundida, alguien dijo en voz baja:<br />
-“Mira ese condenado alemán que pierde la<br />
chaveta”...<br />
Un marinero atado por la mitad <strong>del</strong> cuerpo<br />
120
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
golpeaba en la cubierta con la palma de la mano, sin<br />
detenerse, a golpes rápidos. Entonces en la<br />
penumbra <strong>del</strong> día declinante una silueta robusta se<br />
levantó en popa y comenzó a andar en cuatro patas,<br />
con los movimientos de un circunspecto animal.<br />
Era Mr. Baker inspeccionando a sus hombres.<br />
Gruñía de un modo reconfortante sobre cada uno,<br />
probando sus ataduras. Algunos, con los ojos<br />
entreabiertos, resoplaban como oprimidos de calor,<br />
otros repetían maquinalmente: “Sí señor; sí”.<br />
<strong>El</strong> decía: “Le sacaremos”... y con estallido de<br />
abrasante cólera se puso a sacudir a Knowles por<br />
haber cortado un pedazo de cuerda <strong>del</strong> aparejo <strong>del</strong><br />
timón.<br />
-¡Prr! ... no te da vergüenza... aparejo <strong>del</strong> timón...<br />
no sabes eso ...<br />
<strong>El</strong> cojo confundido balbucía:<br />
- Necesitaba una amarra para atarme, sir...<br />
- Prr... una amarra... para ti... qué eres, ¿qué eres,<br />
sastre o marinero?... prr... se puede necesitar ese<br />
aparejo ahora mismo... le hace más falta al barco que<br />
a tu armatoste de patizambo...prr...guardala;<br />
guardala; ahora ya está hecho.<br />
Se alejó rampando sin prisa, mormoteando cosas<br />
de sus hombres “casi peor que chicos”.<br />
121
JOSEPH CONRAD<br />
La filípica nos volvió el alma al cuerpo. Se<br />
cambiaron exclamaciones contenidas:<br />
-“¡Hola! “¿Qué tal?”<br />
Los dormidos, despertaban sobresaltos,<br />
convulsos de dolorosos sueños, preguntando: “¿Qué<br />
pasa?” Un tono de buen humor inesperado sonó en<br />
las respuestas: “¡<strong>El</strong> segundo que le está mojando el<br />
bautismo al cojo, no sé porqué!...”<br />
-“¡Te burlas!”<br />
Alguien rió. Un aliento de esperanza nos refrescó;<br />
algo así como el recuerdo de los pasados días de<br />
seguridad. Donkin hasta entonces idiotizado de<br />
espanto volvió en sí de pronto y se puso a vociferar:<br />
-“Escuchadle, así es como os hablan... ¿Por qué<br />
no le retorcéis el gañote? ¡Dale, dale! ¡Maldita sea!<br />
Nos ahogamos... Para componerla. Después de<br />
haber chillado de hambre sobre este bote podrido,<br />
ahora hay que tragar agua por el susto de estos<br />
asesinos, verdugos, perros. ¡Dale!”<br />
Su voz desgarraba la oscuridad, sollozaba,,<br />
pataleaba entre sus gritos de “¡Dale!”. La rabia y el<br />
odio ante la injuria hecha a su derecho de vivir hería<br />
nuestros corazones más que las negras sombras<br />
amenazantes en el curso <strong>del</strong> incesante clamor de la<br />
noche. Se oyó en popa Mr. Baker: “¿No hay uno por<br />
122
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
ahí que le haga callar?... Tendré que ir yo...”<br />
-¡Cállate, cierra el pico!, gritaron voces<br />
exasperadas y temblonas.<br />
- Te voy a atravesar algo en el gaznate, dijo uno;<br />
eso le evitará trabajo al segundo.<br />
Calló y quedó en paz.<br />
En el cielo <strong>negro</strong>, las estrellas aparecidas brillaban<br />
sobre un mar de tinta, que, salpicado de espuma les<br />
enviaba la evanescente y pálida claridad de un<br />
blancura deslumbradora, nacida de la negra<br />
turbamulta de las olas. Lejanas, desde lo profundo<br />
de su eterna calma lucían duras y frías sobre el<br />
tumulto terrestre. Por todas partes, circundaban al<br />
barco vencido, más crueles que los ojos de una<br />
multitud triunfante y más lejanas que corazones<br />
mortales.<br />
<strong>El</strong> viento helado <strong>del</strong> sur, ululaba con exaltación<br />
bajo el sombrío esplendor <strong>del</strong> cielo, y el frío nos<br />
sacudía con irresistible violencia como si tratase de<br />
hacernos pedazos. Algunos se quejaban a media voz<br />
de “no sentirse de la cintura para abajo” y los que<br />
tenían los ojos cerrados se imaginaban llevar el hielo<br />
en bloques sobre el pecho. Otros, alarmados por no<br />
sentir dolor en los dedos golpeaban en la cubierta<br />
con suavidad y obstinación.<br />
123
JOSEPH CONRAD<br />
Wamibo miraba ante sí con vagos ojos llenos de<br />
ensueños. Los escandinavos seguían mascullando<br />
palabras sin sentido. Los escoceses, a fuerza de<br />
voluntad, se empeñaban en tener quieta la<br />
mandíbula inferior. Los <strong>del</strong> oeste yacían aplastados y<br />
pálidos tras la muralla de su silencio de brutos. Uno,<br />
bostezaba y juraba alternativamente; otro, jadeaba<br />
con un estertor en la garganta. Dos viejos y duros<br />
lobos de mar, atados juntos se murmuraban<br />
lúgubremente cuentos sobre cierto patrón de<br />
“boarding house” de Sunderland que ambos<br />
conocían.<br />
Exaltaban su corazón de madre y su liberalidad;<br />
trataron de hablar de asado de vaca y <strong>del</strong> fuego que<br />
ardía en la cocina baja. Las palabras desfallecientes<br />
expiraban en los labios con ligeros suspiros. Una voz<br />
gritó de pronto en la noche fría: “¡Dios mío”! Nadie<br />
cambió de posición ni tomó en cuenta aquel grito.<br />
Uno o dos, se pasaban la mano por la cara, con<br />
gesto vago y repetido, pero la mayoría estaban<br />
inmóviles.<br />
A veces, abrupta e inesperada una exclamación<br />
respondía al llamado extraño de alguna ilusión;<br />
después tranquilos y en silencio contemplaban los<br />
rostros y los objetos familiares. Recordaban los<br />
124
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
rasgos de compañeros olvidados y prestaban<br />
atención a las órdenes de un patrón muerto años<br />
atrás. Oían el ruido de las calles entre los picos de<br />
gas o veían el sol tórrido de los días de calma.<br />
Mr. Baker dejó su peligroso puesto y se arrastró<br />
haciendo altos de vez en cuando, a lo largo de la<br />
toldilla. En cuatro patas, en la oscuridad, parecía un<br />
carnívoro olfateando cadáveres. Al llegar al frontón,<br />
sostenido de un puntal a barlovento, echó una<br />
ojeada a la cubierta. Parecióle que el navío mostraba<br />
tendencia a enderezarse un poco. <strong>El</strong> huracán amainaba,<br />
pero el mar estaba más bravo que nunca. Las<br />
olas espumaban con rabia y el costado de cubierta a<br />
sotavento desaparecía bajo una blancura sibilante<br />
como la leche hirviendo, mientras el maderamen<br />
vibraba sosteniendo una nota de bajo profundo, y a<br />
cada oscilación <strong>del</strong> barco para levantarse el viento se<br />
precipitaba con clamor entre sus mástiles. Mr. Baker<br />
miraba sin decir palabra. A su lado, un hombre<br />
comenzó a emitir extraños balbuceos, como si el frío<br />
le hubiese transido de parte a parte: Ba... ba... ba...<br />
brr... brr... ba...<br />
-¡Cállate!, dijo Mr. Baker palpando en la<br />
oscuridad.<br />
-¿Quieres callarte?” Continuó sacudiéndole la<br />
125
JOSEPH CONRAD<br />
pierna que tenía en la mano.<br />
-¿Qué hay, sir?, musitó Belfast con el tono de un<br />
hombre que se despierta sobresaltado. ¿Lo cuidan a<br />
ese maldito Jimmy?<br />
- Ah, ¿eres tú? por... no hagas ruido entonces,<br />
quien está contra ti.<br />
- Soy yo, sir, el contramaestre; tratamos de<br />
calentar al pobre diablo.<br />
- Bueno, bueno, dio Mr. Baker; habrá que hacerlo<br />
más despacio. Quiere que lo tengan sobre la<br />
batayola, continuó el patrón irritado; dice que no<br />
puede respirar bajo las tricotas.<br />
- Si lo levantan, lo dejarán caer, dijo otra voz; uno<br />
no se siente las manos...<br />
- No me importa, me ahogo, dijo James Wait con<br />
voz clara.<br />
- Eso no, pillastre, exclamó el patrón desesperado;<br />
tú no te irás antes que nosotros esta nochecita.<br />
- Ya veréis otras peores, murmuró Mr. Baker con<br />
buen humor.<br />
- Pero esto no es juego de niños, sir, respondió el<br />
patrón; hay muchos en la popa que no están<br />
pasando una noche de bodas.<br />
- Si hubieran cortado los malditos mástiles, ahora<br />
iríamos con la quilla abajo, como en todo barco que<br />
126
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
se respete, y al menos tendríamos una probabilidad<br />
de salvarnos, suspiró uno.<br />
- <strong>El</strong> viejo no quiere. Para lo que importa de<br />
nosotros, murmuró otro.<br />
- ¡De vosotros!, gritó Mr. Baker encolerizado. ¿Y<br />
por qué le va a importar de vosotros que no servís<br />
para nada? ¿Sois un grupo de señoritas o qué?<br />
Estamos aquí para ocuparnos <strong>del</strong> barco, prr... ¿Qué<br />
habéis hecho de asombroso para que uno se ocupe<br />
de vosotros?... ¡si hay algunos que no aguantan el<br />
aire sin llorar!...<br />
- De todos modos... sir... uno vale algo, protestó<br />
Belfast con voz cortada por los estremecimientos;<br />
nosotros no somos...<br />
- ¡Entonces!, gritó el segundo alargando los brazos<br />
hacia la forma indecisa, ¡entonces!... ¡Pero si está en<br />
camisa! ¿Qué es lo que has hecho?<br />
Le he puesto mi impermeable y mi abrigo a ese<br />
<strong>negro</strong> moribundo y él dice que se ahoga, explicó<br />
Belfast apenado.<br />
- No me hablaríais así si no estuviese reventado,<br />
¡irlandés patas sucias! atronó Wait con energía.<br />
-Y tú... b... tú no serías más blanquito aunque<br />
estuvieras sano... brr... Me pegaría contigo al sol con<br />
una mano atada a la espalda... brr...<br />
127
JOSEPH CONRAD<br />
-¡Yo no quiero tus trapos, quiero aire!, musitó el<br />
otro débilmente como si sus fuerzas disminuyeran.<br />
Las espumas barrían el puente silbando y crepitando<br />
y los hombres sorprendidos en su apacible torpeza<br />
por aquel rumor de querella, gemían mascullando<br />
juramentos.<br />
Mr. Baker se apartó un poco a sotavento hacia la<br />
pipa <strong>del</strong> agua cuya masa mostraba a sus pies algo<br />
blanco.<br />
-¿Eres tú, Podmore?, interrogó.<br />
- Sí, sir. Rogaba en mí mismo a fin de obtener<br />
pronto alivio; yo estoy pronto a recibir la llamada ...<br />
- Escucha, interrumpió, Mr. Baker; los hombres<br />
se mueren de frío.<br />
- De frío, repitió lúgubremente el cocinero, ya<br />
tendrán calor dentro de poco.<br />
-¿Qué?, preguntó Mr. Baker con la mirada fija<br />
hacia la extremidad de la cubierta en la oleada<br />
fosforescente de agua espumosa.<br />
- Son pecadores, respondió Podmore con<br />
solemnidad, pero con voz segura. No hay peor<br />
tripulación en este pícaro mundo. Lo que es por mí,<br />
temblaba tan fuerte que apenas podía hablar; su<br />
puesto era de los más peligrosos, y con camisa de<br />
algodón y pantalón <strong>del</strong>gado, recibía en la espalda el<br />
128
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
fustazo de las gotas lancinantes y saladas, lo que es<br />
por mí... a toda hora... Mi hijo mayor, Mr. Baker, un<br />
muchacho inteligente... mi último domingo en tierra<br />
antes de este viaje, no quería ir a la iglesia, sir. Le<br />
dije: “Anda a arreglarte o ya verás”. ¿Adivine lo que<br />
hizo? <strong>El</strong> estanque, sir, se metió en el estanque <strong>del</strong><br />
jardín todo arreglado con el traje bueno. ¿Un<br />
accidente? No pasa, hijo, aunque seas tan sabio<br />
como tus libros... Verás el accidente. Le di una soba,<br />
sir, hasta no poder levantar los brazos.<br />
La voz se debilitó.<br />
- Una soba, dijo castañeteando los dientes.<br />
Después, tras una pausa, dejó escapar una especie<br />
de lúgubre letanía, mitad queja, mitad ronquido. Mr.<br />
Baker le sacudió por los hombros.<br />
-¡Eh, cocinero, despierta! ¿Hay agua para beber<br />
en la cuba de la cocina? <strong>El</strong> barco da menos de<br />
banda, tengo ganas de ir a proa. Un poco de agua les<br />
haría bien... ¡Atención, cuidado!<br />
<strong>El</strong> cocinero se debatía:<br />
-¡Usted no, sir, usted no!<br />
Se puso a rampar a barlovento.<br />
-¡La cocina, eso me pertenece!, gritó.<br />
-¡<strong>El</strong> cocinero se ha vuelto loco!, dijeron algunos.<br />
<strong>El</strong> vociferó:<br />
129
JOSEPH CONRAD<br />
-¿Yo? ¿Yo, loco? ¡Yo estoy más pronto que<br />
ninguno a salvar mi alma! ¡Más próximo que<br />
oficiales y todo! ¡Mientras estemos a flote no<br />
abandono mis fogones! Voy a haceros café.<br />
-¡Eres un encanto! lloró Belfast.<br />
Pero el cocinero trepaba ya la escala; hizo alto un<br />
instante para gritar desde la toldilla:<br />
-¡Mientras estemos a flote no dejo mis fogones!<br />
Después desapareció. Los hombres que le habían<br />
oído prorrumpieron en un ¡hurra! Aquello sonó<br />
como un vagido de criatura enferma. Una hora<br />
después, quizá más, alguien dijo: se ha ido al otro<br />
mundo.<br />
- Probablemente, declaró el patrón; estaba tan<br />
seguro en sus pies, sobre cubierta, como una vaca<br />
lechera en su primer viaje. Habrá que ir a ver...<br />
Nadie se movió. Las horas lentas se deslizaban a<br />
través de las sombras y Mr. Baker se arrastró varias<br />
veces de una punta a otra de la toldilla.<br />
Algunos creyeron oírle cambiar, con el patrón,<br />
palabras en voz baja, pero en aquel momento los<br />
recuerdos habían cobrado una importancia superior<br />
a todo lo actual y nadie estaba seguro de haber oído<br />
esos murmullos, en el momento o años atrás.<br />
No intentaron profundizar. ¿Qué importaba una<br />
130
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
palabra mas o menos?<br />
Hacía demasiado frío para tomarse el cuidado de<br />
tener curiosidad o esperanza. Les parecía imposible<br />
robar un instante o un pensamiento a la única<br />
operación mental que los absorbía: el deseo de vivir<br />
y el ansia de vivir, los mantenía vivos, apáticos y<br />
aguerridos, bajo la cruel persistencia <strong>del</strong> viento y <strong>del</strong><br />
frío.<br />
Apretados unos contra otros, creían estar solos.<br />
Oíanse, sostenidos y sonoros, extraños rumores;<br />
después de nuevo se experimentaba el horror de<br />
vivir durante horas de silencio. Veían el sol, sentían<br />
su calor, y de pronto despertaban sobresaltados<br />
desesperando de que el alba no llegase jamás al<br />
glacial universo. Unos oían risas o escuchaban<br />
cantos; otros, cerca <strong>del</strong> extremo de popa, creían oír<br />
débiles lamentos humanos y al abrir los ojos, se<br />
sorprendían de seguir oyéndolos aunque muy débiles<br />
y muy lejanos.<br />
Entonces el patrón dijo:<br />
- Parece que el cocinero se mueve abajo.<br />
<strong>El</strong> mismo no creía en sus palabras ni se reconocía<br />
la voz. Transcurrió un largo espacio de tiempo.<br />
Golpeó con el puño al hombre que estaba a su lado<br />
y dijo:<br />
131
JOSEPH CONRAD<br />
- Nos llama.<br />
Muchos no comprendieron y a los otros, ¿qué les<br />
importaba? La mayoría no se dejaban convencer;<br />
pero el patrón y el otro marinero tuvieron el coraje<br />
de enderezarse para ver a proa; parecía que se<br />
hubiesen marchado hacía horas. Se les olvidó<br />
enseguida. Después, súbitamente, los hombres<br />
hundidos en una resignación si esperanza se<br />
sintieron ansiosos de golpear, de molestar; se<br />
atacaban entre ellos a puñetazos. En la oscuridad<br />
martillaban con el puño toda cosa elástica que<br />
estuviese a su alcance y son más trabajo que para<br />
gritar, murmuraban: Tienen café caliente... el<br />
patrón... No... ¿Dónde?... Lo traen. <strong>El</strong> cocinero lo ha<br />
hecho.<br />
Wait gimió. Donkin pateaba furioso sin fijarse<br />
dónde, deseo que los oficiales no participaran de la<br />
sorpresa.<br />
<strong>El</strong> café llegó en una lata donde cada uno bebió un<br />
trago a su turno. Estaba caliente y abrasaba los<br />
paladares ávidos, que no podía creerlo. Los labios<br />
suspiraban al arrancarse <strong>del</strong> caliente estaño. ¿Cómo<br />
lo ha hecho? Alguien gritó débilmente: “¡Bravo,<br />
doctor!”<br />
Lo había hecho de un modo o de otro. Más tarde,<br />
132
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
Archie declaró que en aquello había un milagro.<br />
Durante muchos días nos maravillamos <strong>del</strong> prodigio<br />
y fue el tema siempre nuevo de nuestras<br />
conversaciones hasta el final <strong>del</strong> viaje. En el buen<br />
tiempo preguntábamos a Podmore qué había<br />
experimentado al ver sus hornillos patas arriba.<br />
Mientras el alisio <strong>del</strong> noroeste afirmaba la seguridad<br />
de los días, indagábamos si habría tenido que<br />
ponerse cabeza abajo para restablecer el orden de la<br />
cocina. Sugerimos el empleo de la tabla <strong>del</strong> pan<br />
como balsa, desde la cual cómodamente hubiera<br />
atiborrado el hornillo, haciendo todo lo posible por<br />
esconder nuestra admiración tras un barniz de fina<br />
ironía.<br />
Él afirmaba no saber nada, acogía nuestra<br />
ligereza, se declaraba con solemne animación<br />
favorecido por la providencia para amparar nuestras<br />
vidas pecadoras. En principio decía la verdad, pero<br />
no tenía para qué insistir con tan insoportable<br />
énfasis, ni que insinuar tan frecuentemente que sin<br />
él, meritorio y puro, presto a recibir la inspiración y<br />
la fuerza, nos las hubiéramos visto negras.<br />
Si hubiésemos debido la salud a su imprudencia o<br />
a su agilidad tal vez nos acostumbráramos, pero<br />
admitirla por su virtud o su santidad nos costaba<br />
133
JOSEPH CONRAD<br />
tanto como a cualquiera.<br />
Como muchos bienhechores de la humanidad, el<br />
cocinero se tomaba demasiado en serio, y<br />
recolectaba la burla en derredor. ¡Y, sin embargo, no<br />
éramos ingratos! Su palabra, la única y grande,<br />
palabra de su vida, volvióse proverbial en boca de<br />
los hombres, como la de los sabios y los<br />
conquistadores. Después, cuando alguno de<br />
nosotros estaba embarcado en un trabajo y era<br />
conjurarlo a abandonarle, expresaba su resolución de<br />
perseverar y conseguirlo por estas palabras:<br />
“Mientras esté a flote no dejo mis fogones.”<br />
<strong>El</strong> brebaje caliente volvió menos penosas las<br />
terribles horas que precedían al alba. <strong>El</strong> cielo, al ras<br />
<strong>del</strong> horizonte, teñíase suavemente de rosa y de<br />
amarillo, como el interior de una preciosa concha. Y<br />
más alto, en la zona que llenaba un claror nacarado,<br />
apareció una pequeña nubecilla negra, fragmento<br />
olvidado de la noche, engarzado en oro resplandeciente<br />
Los rayos luminosos rebotaban en las crestas de<br />
las olas: las miradas se volvían hacia el oriente. <strong>El</strong> sol<br />
inundó los rostros cansados. Se abandonaban a la<br />
fatiga como si hubieran terminado en trabajo para<br />
siempre.<br />
134
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
La sal desecada brillaba como escarcha sobre el<br />
impermeable <strong>negro</strong> de Singleton. Y él permanecía<br />
asido a la rueda <strong>del</strong> timón con los ojos fijos y<br />
muertos. <strong>El</strong> capitán Allistoun miró de frente el sol.<br />
Sus labios se movieron por primera vez en<br />
veinticuatro horas, y con voz clara y firme mandó:<br />
-¡A virar!<br />
<strong>El</strong> neto acento de la orden estimuló nuestra<br />
torpeza como un brutal golpe de látigo. Después,<br />
inmóviles donde yacían, algunos por costumbre lo<br />
repitieron en un murmullo.<br />
<strong>El</strong> capitán bajó los ojos hacia la tripulación y<br />
muchos con los dedos endurecidos, con gestos<br />
torpes, trataron de librarse de las cuerdas que los<br />
sujetaban. <strong>El</strong> repitió la orden con impaciencia.<br />
-¡A virar, viento en popa! Vamos, Mr. Baker, haga<br />
mover los hombres. ¿Qué les pasa?<br />
-¡A virar! ¿Entendéis?<br />
-¡A virar!, atronó de pronto el patrón. Su voz<br />
pareció romper un encantamiento mortal.<br />
Los marineros comenzaron a moverse, a<br />
arrastrarse.<br />
-¡Quiero que icéis al tope la vela pequeña, y<br />
pronto!, dijo muy alto.<br />
- Si no podéis hacerlo de pie, lo haréis acostados.<br />
135
JOSEPH CONRAD<br />
Ya está listo. Despachad.<br />
-Vamos, démosle al barco una probabilidad de<br />
salvarse, apoyó.<br />
-¡Sí, sí, virad!, exclamaron algunas voces.<br />
Los marineros <strong>del</strong> bauprés se prepararon a<br />
marchar, de mala gana. Mr. Baker, a cuatro patas y<br />
gruñendo, mostró el camino y ellos siguieron sobre<br />
el frontón. Los otros quedaban sin moverse, en el<br />
corazón la vil esperanza de no tener que cambiar de<br />
sitio hasta ser salvados o morir.<br />
Al cabo, pudo vérseles en proa, sobre el alcázar,<br />
aparecer uno a uno en posturas peligrosas, colgados<br />
de la batayola, rampando sobre las anclas, besando<br />
las crucetas, o abrazando el cabrestante. Con<br />
extrañas contorsiones, sin detenerse, agitaban los<br />
brazos, se arrodillaban, se levantaban oscilantes<br />
como si tratasen, con todas sus fuerzas, de caerse<br />
borda abajo. Un pedazo estrecho de tela blanca les<br />
golpeaba con frecuencia; agrandóse chocando al<br />
viento su fino cabo y ascendiendo a sacudidas, se<br />
enderezó hinchada al sol.<br />
-¡Ya está!, gritaron de proa.<br />
<strong>El</strong> capitán desató la soga arrollada a su muñeca y<br />
se precipitó de cabeza a sotavento. Se le vio echar<br />
atrás los brazos, mientras la resaca de olas la<br />
136
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
inundaba.<br />
-¡Orientad el cuadro de la verga!, nos gritó desde<br />
abajo, mientras le mirábamos asombrados y<br />
titubeábamos.<br />
-¡<strong>El</strong> escotillón de la braza, hombres, de una<br />
manera o de otra, acostaos de espaldas y vamos!,<br />
vociferó medio sumergido bajo nosotros.<br />
No pensamos poder maniobrar la gran verga<br />
pero los más fuertes y los menos acobardados<br />
trataron de obedecer. Los otros, a disgusto, miraban.<br />
Los ojos de Singleton flamearon cuando asía de<br />
nuevo las manillas de la rueda. <strong>El</strong> capitán volvió<br />
luchando contra el viento:<br />
-¡Vamos, muchachos, tratad de moveros! ¡Vamos,<br />
ayudad al barco!<br />
Los músculos temblaban en su duro rostro<br />
encendido de rabia.<br />
-¿Va eso, Singleton?, gritó.<br />
- Nada aún, sir, raspó la voz horriblemente ronca<br />
<strong>del</strong> viejo.<br />
- Cuidado con el timón, Singleton, clamoreó el<br />
patrón mascando agua salada.<br />
- ¡A ver muchachos! No tenéis más fuerza que las<br />
ratas. Vamos: ¡a ganarse el pan!<br />
Mr. Creighton, de espaldas; con la pierna<br />
137
JOSEPH CONRAD<br />
hinchada y el rostro blanco como el papel, cerró a<br />
medias los ojos crispando los labios azules. En su<br />
loca precipitación los hombres golpeaban su pierna<br />
herida, arrodillándose sobre su pecho. Y él<br />
permanecía tranquilo, chirreando los dientes, sin un<br />
gemido, sin un suspiro.<br />
<strong>El</strong> ardor <strong>del</strong> capitán, y sus gritos de hombre<br />
habitualmente mudo, nos dieron coraje. Fuimos<br />
colgándonos de las grapas de la cuerda. Oímos al<br />
patrón retar violentamente a Donkin, que abyecto,<br />
yacía boca abajo.<br />
-Te voy a hacer saltar los sesos con esta cabilla si<br />
no empuñas la cuerda.<br />
Y aquella víctima de la injusticia humana,<br />
imprudente y poltrona, gemía:<br />
-¿Es que ahora van a asesinarnos?, mientras que<br />
con un impulso desesperado se enganchaba a la<br />
cuerda.<br />
Los hombres jadeaban, silbaban palabras sin<br />
sentido. Las vergas se alzaron mirando lentamente,<br />
cuadrándose al viento que cantaba sonoro en sus<br />
puntas.<br />
-¡Nos movemos!, gritó Singleton. ¡<strong>El</strong> barco marcha!<br />
-¡Una vuelta, una vuelta!, decía el patrón.<br />
138
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
Mr. Creighton, medio sofocado e incapaz de un<br />
movimiento, hizo un inmenso esfuerzo y con la<br />
mano izquierda logró fijar la cuerda.<br />
-¡Amarrada!, gritó uno.<br />
<strong>El</strong> cerró los ojos como si desfalleciera, mientras<br />
en grupo, rodeando el escotillón, esperábamos con<br />
ojos asustados lo que ahora iba a hacer el barco.<br />
Se levantaba lentamente; parecía cansado y sin<br />
ánimo, como los hombres de a bordo. Se dejó llevar<br />
gradualmente, nos ahogábamos a fuerza de contener<br />
la respiración, y al viento de popa se decidió y partió<br />
con el latir de nuestros corazones.<br />
Era sorprendente verle a medio zozobrar y en<br />
marcha, arrastrando a través <strong>del</strong> agua su flanco<br />
sumergido.<br />
La mitad inferior de cubierta llenóse de oleadas y<br />
de remolinos fantásticos; y la larga línea de la<br />
batayola hundida aparecía por intervalos trazada en<br />
<strong>negro</strong> entre el aborregamiento de un campo de<br />
espuma tan resplandeciente y blanco como si<br />
estuviese nevado.<br />
<strong>El</strong> viento azotaba los palos y a la menor<br />
oscilación esperábamos verle volverse sobre nuestra<br />
espalda y hundirnos en el abismo.<br />
Una vez el viento al anca, el “<strong>Narciso</strong>” esbozó su<br />
139
JOSEPH CONRAD<br />
primera tentativa de enderezarse y nosotros le<br />
animamos con un gruñido débil y discordante.<br />
Una gran ola llegándonos por detrás recurvó un<br />
instante sobre nosotros su cresta suspendida, antes<br />
de estallar y desparramarse a ambos lados de la<br />
escota en un tapiz de crujiente espuma.<br />
Singleton anunció:<br />
-¡Bogamos!<br />
Tenía los pies fuertemente plantados y la rueda<br />
tornaba rápida, a medida que aflojaba el timón para<br />
aligerar al barco.<br />
- Vira a babor y tenlo firme, mandó el patrón,<br />
enderezándose sobre sus piernas flageladas, el<br />
primero en pie entre aquel montón postrado que<br />
éramos.<br />
Muy lejos, en proa, Mr. Baker y otros tres se<br />
dibujaban, derechos y <strong>negro</strong>s, sobre el cielo claro,<br />
los brazos en alto y la boca abierta como si gritasen<br />
todos juntos.<br />
<strong>El</strong> barco temblaba tratando de enderezarse y cayó<br />
en un chapuzón blando, pareciendo renunciar;<br />
después, súbitamente, con un sobresalto inesperado<br />
se echó violentamente a barlovento como si se<br />
arrancase de una extinción mortal.<br />
Todo el enorme volumen de agua levantado por<br />
140
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
la cubierta, rodó a estribor, de un solo golpe.<br />
Dejáronse oír crujidos sonoros, las baterías de hierro<br />
desfondadas atronaron ensordecedoras.<br />
<strong>El</strong> agua se precipitó sobre la batayola de estribor<br />
con el ansia de una cascada franqueando un dique.<br />
<strong>El</strong> mar sobre el puente y las cubiertas se mezcló a un<br />
ruido atronador. Y el barco rodaba violentamente.<br />
Nos levantamos rebotando, zarandeados como<br />
trapos, desgañitándonos: “¡La cubierta se larga, el<br />
barco se libra!<br />
Levantado por una montaña líquida, el navío<br />
dejóse llevar un segundo, mientras el agua salía a<br />
barlovento por todas las aberturas de sus flancos<br />
destrozados. Las brazas, sacadas o arrancadas de sus<br />
pernos, dejaban oscilar hacia proa las pesadas vergas<br />
de un lado al otro, con espantosa velocidad , a cada<br />
bandazo.<br />
Los hombres, agazapados aquí y allá, dirigían<br />
miradas de espanto hacia los mástiles, que daban<br />
vueltas sobre el agua.<br />
La vela desgarrada y los cabos de tela rota batían<br />
al viento como mechas flotantes.<br />
A través <strong>del</strong> claro sol y <strong>del</strong> brillante tumulto de<br />
olas, el barco corría ciegamente desordenado,<br />
derecho, como huyendo por salvar su vida; y sobre<br />
141
JOSEPH CONRAD<br />
la toldilla, nosotros rodábamos, errantes,<br />
inconscientes.<br />
Hablábamos todos a la vez, con un débil<br />
balbuceo, con cara de enfermos y gestos de<br />
maniáticos. Sobre la sonrisa de los rostros flacos y<br />
como espolvoreados de tiza, los ojos brillaban<br />
extraños y grandes.<br />
Golpeábamos con pies y manos, próximos a<br />
saltar, a hacer cualquier maniobra, y en realidad<br />
apenas capaces de mantenernos en pie.<br />
<strong>El</strong> capitán Allistoun, desde lo alto de la toldilla,<br />
gesticulaba locamente, dirigiéndose a Mr. Baker.<br />
-¡Apoyad las vergas de mesana, apoyadlas bien!<br />
Sobre cubierta, los hombres, animados por los<br />
gritos, azotaban el agua, se precipitaban al azar, aquí<br />
y allá en la espuma, hundiéndose hasta las caderas.<br />
Aparte, solo en popa y junto al timón, el viejo<br />
Singleton había recogido resueltamente su barba<br />
blanca bajo el botón alto de su brillante chaqueta.<br />
Balanceado sobre el tumulto de las olas, todo el<br />
largo <strong>del</strong> navío proyectado sobre el bandazo de una<br />
loca huida ante sus viejos ojos agudos, permanecía<br />
rígido, inmóvil, olvidado, con la cara atenta.<br />
Ante la figura erecta sólo se movían los brazos,<br />
moderando o precipitando con su pronta dirección<br />
142
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
oportuna el juego vivo de los rayos de la rueda.<br />
Singleton timoneaba con cuidado.<br />
143
JOSEPH CONRAD<br />
<strong>El</strong> mar inmortal confiere a los hombres<br />
agraciados de su desdeñosa piedad el completo<br />
privilegio de no reposar nunca.<br />
A través de la perfecta sabiduría de su gracia, les<br />
rehusa el ocio de meditar sobre el acre y complicado<br />
sabor de la vida, por miedo a que recuerden, y quizá<br />
añoren, el premio de una copa de amargura<br />
inspiradora, tan frecuentemente probada y arrancada<br />
de sus labios ya rugosos pero rebeldes siempre.<br />
Deben justificar sin tregua su derecho de vivir, a<br />
la eterna misericordia que ordena al trabajo, ser rudo<br />
desde el alba al crepúsculo y <strong>del</strong> crepúsculo al<br />
amanecer; hasta que la interminable sucesión de<br />
noches y días turbados por el obstinado clamor de<br />
los sabios pidiendo el derecho a la felicidad bajo un<br />
cielo sin promesas, sea al fin recuperada por el vasto<br />
144<br />
IV
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
silencio de pena y labor, por el temor mudo y el<br />
mudo coraje de los hombres oscuros, olvidados y<br />
sumisos.<br />
<strong>El</strong> patrón y Mr. Baker se encontraron frente a<br />
frente y se contemplaron un momento con la mirada<br />
intensa y estupefacta de personas que se ven de<br />
improviso, tras muchos años de infortunio. Uno y<br />
otro habían perdido la voz y cambiaron cuchicheos<br />
confusos.<br />
-¿No falta nadie?, preguntó el capitán.<br />
- No, están todos.<br />
- ¿Heridos?<br />
- Sólo el oficial.<br />
- Voy a verlo ahora mismo. Tenemos<br />
probabilidades.<br />
- Muchas, articuló débilmente Mr. Baker.<br />
Sus manos se crispaban sobre la batayola y hacía<br />
rodar los ojos inyectados. <strong>El</strong> hombrecillo grisáceo<br />
hizo esfuerzo por levantar la voz sobre el murmullo<br />
átono y miró a su segundo con ojos fríos, cortantes<br />
como dardos.<br />
- Haga izar las velas, dijo con tono de<br />
autoridad, en un chasquido de los labios finos. Lo<br />
más pronto posible. <strong>El</strong> viento es bueno.<br />
- Enseguida, sir.<br />
145
JOSEPH CONRAD<br />
- No de a los hombres tiempo de pensarlo. Si se<br />
sienten fatigados, con los brazos rígidos, no habrá<br />
medio... y es preciso marchar.<br />
Osciló con un bandazo y la batayola se hundió en<br />
el agua luciente que silbaba. <strong>El</strong> se asió a un obenque<br />
y chocó con el segundo, de improviso.<br />
- Ahora que tenemos un buen viento, al fin... ¡A<br />
toda vela!<br />
Su cabeza rodaba de un hombro a otro, sus<br />
párpados movíanse rápidamente...<br />
- Y las bombas, las bombas, Mr. Baker.<br />
Parpadeaba como si el rostro a un pie <strong>del</strong> suyo<br />
hubiera estado a millas de distancia.<br />
- Mantenga la gente en movimiento para marchar<br />
firme, murmuró con el tono de un hombre que se<br />
adormece. Recobrándose de nuevo: No me quedo,<br />
no puedo hacer nada, y esbozó penosamente una<br />
sonrisa.<br />
Se alejó por el declive <strong>del</strong> barco, corrió a pasos<br />
cortos hasta chocar con la bitácora, y anclado allí,<br />
echó una mirada vacía de objeto a Singleton, que sin<br />
prestarle atención observaba con ojo alerta la punta<br />
<strong>del</strong> botalón <strong>del</strong> bauprés.<br />
-¿<strong>El</strong> timón gobierna bien?, preguntó.<br />
En la garganta <strong>del</strong> viejo lobo de mar se produjo<br />
146
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
un rumor como si antes de salir, las palabras se<br />
entrechocaran en el fondo.<br />
- Gobierna... como una lanchita, dijo al fin con<br />
tono de ronca ternura, sin dirigir al patrón ni<br />
siquiera el esbozo de una mirada.<br />
Después, siempre vigilante, dio una vuelta, apoyó<br />
e hizo retroceder la rueda de nuevo.<br />
<strong>El</strong> capitán Allistoun se arrancó a las <strong>del</strong>icias de<br />
sujetarse a la bitácora y comenzó a recorrer la<br />
toldilla, oscilando, y pataleando para mantener el<br />
equilibrio.<br />
La vara de las bombas saltaba a sacudones y con<br />
gran ruido, acompasando el girar igual y rápido de<br />
los volantes, al pié <strong>del</strong> gran mástil y echando de proa<br />
a popa y de popa a proa con rítmica impetuosidad<br />
dos racimos de hombres temblorosos, suspendidos<br />
de las manivelas.<br />
Se abandonaban, balanceando el torso sobre las<br />
caderas, con las facciones convulsas y ojos de piedra.<br />
<strong>El</strong> carpintero, braceando de vez en vez, exclama<br />
maquinalmente:<br />
- Estirad, no aflojéis.<br />
Mr. Baker, incapaz de hablar, encontró, no<br />
obstante, fuerzas para gritarnos, y bajo el aguijón de<br />
sus amenazas, contamos las amarras, sacamos<br />
147
JOSEPH CONRAD<br />
nuevas velas, y persuadidos que no podíamos<br />
movernos, izamos la polea al mastiaje y visitamos las<br />
maderas. Subimos con esfuerzos espasmódicos; la<br />
cabeza nos daba vuelta mientras cambiábamos los<br />
pies de sitio, afirmándolos a ciegas sobre las vergas,<br />
cual si marcháramos en la noche, o confiándonos a<br />
la cuerda más próxima, con la negligencia de las<br />
fuerzas extinguidas.<br />
Al evitar una caída, el corazón no latía más a<br />
prisa; en los oído debilitados resonaba como un<br />
ruido <strong>del</strong> otro mundo el rodar de las oleadas que<br />
rugían bajo nosotros. Y con el rostro chorreando y<br />
los cabellos en desorden subíamos y bajábamos<br />
entre el cielo y el mar cabalgando en los cabos de las<br />
vergas, en cuclillas sobre las relingas, abrazando las<br />
amantillos para tener las manos libres, o<br />
enderezados contra la ostaga de cadena.<br />
<strong>El</strong> pensamiento vago flotaba entre el deseo de<br />
reposo y el ansia de vivir, mientras los dedos torpes<br />
largaban las relingas, tanteando en la faja en busca<br />
de los cuchillos o se asían de la tela flotante en los<br />
violentos choques.<br />
Cambiábamos miradas feroces; hacíamos gestos<br />
frenéticos; la vida de cada uno dependía <strong>del</strong> otro y<br />
desde lo alto mirábamos la estrecha franja <strong>del</strong><br />
148
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
puente inundado de espuma y gritábamos a<br />
sotavento: “¡Aflojad, vamos, ahoraaa!”<br />
Temblaban los labios y los ojos parecían salirse<br />
de las órbitas en su furioso deseo de ser<br />
comprendidos, pero el viento dispersaba las palabras<br />
sobre el tumulto <strong>del</strong> mar.<br />
En la exageración de un intolerable e<br />
interminable esfuerzo, sufríamos como hombres a<br />
los que un terrible sueño lanzara en una atmósfera<br />
de hielo o de fuego.<br />
Innumerables agujas laceraban nuestras pupilas<br />
como en la humareda de un incendio; la cabeza<br />
amenazaba estallar con cada grito, y dedos de hierro<br />
parecían oprimir la garganta.<br />
Mr. Baker vagaba desfalleciente de aquí para allá,<br />
gruñendo inflexible como si fuese de hierro;<br />
mandaba, animaba: “¡Vamos, al gran mástil ahora,<br />
poneos sobre ese andarivel, no os quedéis ahí sin<br />
hacer nada!”<br />
-¿Entonces, no vamos a descansar nunca?,<br />
rezongaron algunas voces.<br />
Se volvió rabiosamente: “No, nada de descanso<br />
hasta que el trabajo esté hecho, trabajad hasta caer,<br />
para eso estáis aquí”.<br />
A su lado, un hombre doblado en dos rió<br />
149
JOSEPH CONRAD<br />
brevemente:<br />
- Anda o revienta, dijo <strong>del</strong> fondo de su seca<br />
garganta.<br />
Después, golpeando con sus manazas, alzó los<br />
brazos sobre la cabeza y empuñando el cable lanzó<br />
un grito suplicante y lúgubre:<br />
-¡Ahora, todos juntos!<br />
Una oleada tomó de flanco el alcázar de popa y<br />
envió el grupo de boca a sotavento. Los gorros, los<br />
espeques, flotaron.<br />
Aquí y allá veíanse manos cerradas, piernas, una<br />
cara por cuya boca salía un chorro de agua salada,<br />
partiendo el blanco chirrear de la onda espumosa.<br />
Mr. Baker caído como los otros, gritó:<br />
-¡No dejéis la cuerda; sostenedla!<br />
Y todos, torturados por el brutal asalto, tiramos<br />
como si hubiésemos sostenido el destino de nuestra<br />
vida.<br />
<strong>El</strong> barco corría. Altas crestas coronadas alzaban,<br />
pasando de babor a estribor, sus resplandecientes<br />
penachos blancos. Se restañaron las bombas y los<br />
tres mástiles de mesana fueron restablecidos.<br />
<strong>El</strong> “<strong>Narciso</strong>” se deslizaba ligero al golpe de las<br />
olas. Y desbastado, maltratado, mutilado, corría<br />
hacia el norte, lanzando espuma y como inspirado<br />
150
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
por la audacia de una alta empresa.<br />
<strong>El</strong> alcázar no era sino húmeda desolación. Los<br />
marineros contemplaron aterrados su albergue.<br />
Viscoso, repugnante, sonaba a hueco, y despojos<br />
informes cubrían el suelo, como en una caverna<br />
abierta a baja marea, cerca de la costa y golpeada por<br />
la tormenta.<br />
A cada vaivén, pensábamos: “Esta vez lo largo y<br />
nos vamos al agua.” Y zarandeados en los mástiles,<br />
gritábamos: “¡Atención aquí, atrapa esa cuerda, pasa,<br />
vira esta polea!”<br />
Sacudíamos la cabeza desesperados, moviendo las<br />
facies moribundas. “¡No, de abajo hacia arriba!” Y<br />
nos mirábamos unos a otros con la expresión de un<br />
mortal aborrecimiento.<br />
<strong>El</strong> inmenso deseo de acabar una vez por todas<br />
nos roía el pecho y el ansia de terminar bien el<br />
trabajo consumíanos como un fuego vivo.<br />
Desdeñamos la vida maldiciendo la suerte y<br />
consumimos nuestras fuerzas en lanzarnos unos a<br />
otros terribles maldiciones.<br />
<strong>El</strong> maestro velero, con su desnudo cráneo al aire,<br />
trabajaba ardorosamente olvidado de su amistad con<br />
los almirantes. <strong>El</strong> contramaestre trepando a la verga<br />
cargando pasadores, de pelotas de meollar y de<br />
151
JOSEPH CONRAD<br />
rodillos, veía pasar precisas y breves visiones: su<br />
vieja y sus chicos en una casita de tierra adentro.<br />
Muchos habían perdido cuanto poseían en el<br />
mundo, pero la mayor parte de los de estribor,<br />
consiguieron salvar sus cofres, que destilaban por<br />
todas las rendijas finísimos hilos de agua. Las camas<br />
estaban arrancadas, las mantas desplegadas y<br />
retenidas por algún clavo se amontonaban a los pies.<br />
Retiraban los trapos mojados de los sitios<br />
malolientes y una vez escurridos, los reconocían.<br />
Algunos sonrieron tristemente, otros, idiotizados y<br />
mudos, paseaban en torno suyo la mirada. Hubo<br />
gritos de alegría sobre viejos chalecos y gemidos de<br />
dolor lloraron los informes deshechos prendidos<br />
entre las astillas de los travesaños destrozados.<br />
Se descubrió una lámpara encajada en el bauprés.<br />
Charley lloriqueaba, Knowles, arrastrando su pata<br />
torcida de aquí para allá, protestaba huroneando en<br />
los rincones oscuros, en busca de las cosas salvadas.<br />
Vació de agua sucia una bota y se creyó en el deber<br />
de encontrar al titular. Agobiados por sus pérdidas,<br />
los más damnificados permanecían sentados en el<br />
proel con los codos en lo rodillas y un puño<br />
hundido en cada mejilla. <strong>El</strong> cojo les mostró la bota.<br />
- Una bota, está buena... ¿Es vuestra?<br />
152
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
Los otros gruñían:<br />
- No, déjanos en paz.<br />
Uno dijo:<br />
- Mándala al diablo.<br />
<strong>El</strong>, pareció sorprendido:<br />
-¿Por qué? Es buena...<br />
Después, al recuerdo súbito de sus bienes<br />
perdidos, dejó caer el objeto y se puso a jurar.<br />
Un hombre entró y con los brazos colgando,<br />
repetía: “Este sí que es un bonito golpe...”<br />
Otros registraban los cofres en busca de tabaco.<br />
Soplaban, gritaban, perdían la cabeza.<br />
-¡Mira aquí, Jack! ¡He, Sam, mira mis vestidos de<br />
tierra, perdidos para siempre!<br />
Un marinero blasfemaba con voz temblorosa de<br />
lágrimas y levantaba unos pantalones chorreantes.<br />
Nadie le miró.<br />
<strong>El</strong> gato apareció de pronto. Se le hizo una<br />
ovación. Pasó de mano en mano ahogado de caricias<br />
en un murmullo de amistosos diminutivos. Nos<br />
preguntábamos dónde habría pasado la tempestad.<br />
Se trabó una disputa sobre el punto. Dos hombres<br />
entraron trayendo un cubo de agua fresca y todos<br />
nos apiñamos alrededor, pero Tom, flaco, con, los<br />
pelos erizados y maullando, llegó y bebió el primero,<br />
153
JOSEPH CONRAD<br />
Una pareja de marineros partió a popa en busca<br />
de galleta y aceite.<br />
Entonces, en los intervalos de descanso, al lavar<br />
la cubierta a la luz amarillenta <strong>del</strong> crepúsculo,<br />
decidimos soportar con resignación nuestra suerte y<br />
mascamos alegremente las duras cortezas.<br />
Ocupamos las camas de a dos. Se establecieron<br />
turnos para el transporte de las botas e<br />
impermeables. Nos llamábamos “viejo” y “buena<br />
pieza”, con voces regocijadas. Se oyeron palmadas<br />
amistosas. Algunos, extendidos sobre la húmeda<br />
cubierta, hacían almohada con el brazo doblado;<br />
otros fumaban sentados en la escotilla.<br />
Los otros alterados, aparecían a través de la ligera<br />
niebla azul, tranquilos, con los ojos brillantes.<br />
<strong>El</strong> contramaestre asomó la cabeza por la puerta<br />
entreabierta.<br />
-¡Relevad el timón! gritó.<br />
- Son las seis, y me juego algo a que el viejo<br />
Singleton está allí hace treinta horas. Sois de lo más<br />
amables.<br />
Golpeó la batiente.<br />
-¡<strong>El</strong> de turno, arriba!, gritó uno.<br />
-¡Eh, Donkin, es tu hora de relevo!, dijeron dos o<br />
tres voces juntas.<br />
154
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
Donkin yacía inmóvil sobre el tablero de una<br />
litera.<br />
-¡Donkin, tu turno de timón!<br />
Nadie respondió.<br />
- Se ha muerto, sopló uno.<br />
- Hay que rematar sus cosas, respondió otro.<br />
- Donkin, si no vas a tomar tu maldito turno de<br />
timón nos repartimos tus cosas, gruñó otro.<br />
-No irá, dijo una voz despreciativa. Davis, es tu<br />
turno.<br />
<strong>El</strong> interpelado gimió desde el fondo <strong>del</strong> <strong>negro</strong><br />
hueco. Se quejaba lastimosamente de dolor en los<br />
miembros.<br />
<strong>El</strong> joven marinero se levantó penosamente,<br />
estirando los brazos. Donkin estiró el cuello y a la<br />
luz amarillenta apareció huraño y frágil.<br />
Te daré un paquete de tabaco en cuanto lo tenga,<br />
palabra, lloriqueó con voz vacilante.<br />
Davis de un revés hizo desaparecer la cabeza.<br />
- Iré, dijo, pero me lo pagarás.<br />
Marchó inseguro pero resuelto.<br />
- Como lo oyes, continuó Donkin apareciendo<br />
tras él súbitamente. Palabra que lo haré, un gran<br />
paquete, tres chelines cuesta...<br />
Davis abrió la puerta bruscamente.<br />
155
JOSEPH CONRAD<br />
- Lo pagarás a lo que valga, cuando estemos<br />
seguros, exclamó por encima <strong>del</strong> hombro.<br />
Uno, desabrochándose prestamente el gabán, se<br />
lo echó a la cabeza:<br />
- Toma, Taffy; coge eso, ladrón.<br />
-¡Gracias! gritó el otro desde la oscuridad,<br />
chapoteando en el agua vagabunda. Se le oyó<br />
rezongar; una oleada se embarcó resonando y<br />
chocando.<br />
- Lo que es ese, no ha tardado en tomar su ducha,<br />
pronunció un viejo lobo de mar.<br />
-¡Hum, hum! gruñeron otros.<br />
Después, tras un silencio, Wamibo emitió<br />
extraños gargarismos. .: ,<br />
-¡Eh! ¿Qué te pasa?, le preguntaron.<br />
- Dice que él hubiera ido en lugar de Davis,<br />
explicó Archie que hacía ordinariamente las<br />
funciones de intérprete <strong>del</strong> finlandés.<br />
- Ya lo creo, tú no te haces mala sangre, viejo<br />
holandés... tú eres un verdadero hermano, cabeza de<br />
madera, pero tu guardia vendrá prontito, no tardarás<br />
en ser feliz.<br />
Callaron y todos a una volvieron el rostro hacia la<br />
puerta: Singleton entraba. Dio dos pasos, y quedó de<br />
pie oscilando ligeramente.<br />
156
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
<strong>El</strong> mar silbaba, desplegándose rugiente de una a<br />
otra parte <strong>del</strong> entrabe y el alcázar se estremecía lleno<br />
de rumores profundos; la lámpara, balanceada como<br />
un péndulo, echaba llamaradas humeantes.<br />
Singleton miraba con ojos de ensueño y de<br />
perplejidad como incapaz de distinguir los hombres<br />
inmóviles de sus sombras inquietas.<br />
-Y bien, ¿cómo marcha la cosa?<br />
Los marineros, sentados en la escotilla,<br />
levantaron los ojos, y el más viejo de a bordo,<br />
después <strong>del</strong> mismo Singleton, se entendían aquellos<br />
dos, aunque no cambiasen tres palabras al día,<br />
contempló a su amigo, y retirándose de la boca su<br />
corta pipa se la tendió sin una palabra.<br />
Singleton alargó el brazo para cogerla, falló en su<br />
intento y súbitamente se desplomó hacia a<strong>del</strong>ante,<br />
rígido y de cabeza, como un árbol desarraigado.<br />
Hubo un corto tumulto. Los hombres gritaban,<br />
precipitadamente: “Se ha rendido” “Mirad” “Vamos<br />
espacio”.<br />
Bajo la multitud de afligidos rostros que se<br />
inclinaban hacia el suyo, yacía en el suelo mirando al<br />
techo con fijeza intolerable.<br />
En el silencio de las respiraciones en suspenso,<br />
destacó un murmullo ronco: “Esto marcha”. E hizo<br />
157
JOSEPH CONRAD<br />
gestos para asirse a un apoyo.<br />
Le pusieron en pie, él rezongaba con tono<br />
afectado:<br />
-¡Eh, qué queréis, me hago viejo... viejo!...<br />
-¿Viejo tú?, gritó Belfast con tacto espontáneo.<br />
-¿Está mejor?, le preguntaban.<br />
<strong>El</strong> les dirigió a través de las pestañas la mirada<br />
brillante de sus <strong>negro</strong>s ojos, mientras, por el pecho,<br />
se extendía la blancura enmarañada de su larga y<br />
espesa barba.<br />
-Viejo, viejo, repetían severidad.<br />
Le ayudaron y alcanzó su litera. Había dentro un<br />
montón blando que olía a marea baja rodeada <strong>del</strong><br />
légamo de la costa: era su jergón deshecho.<br />
Se alzó con esfuerzos convulsivos y en la<br />
oscuridad <strong>del</strong> reducido espacio se le oyó gruñir con<br />
rabia como una fiera irritada en su cubil: “Por una<br />
ráfaga de aire... por un poco de trabajo, no tenerse<br />
firme... Demasiado viejo.”<br />
Al fin se durmió. Respiraba fuertemente, alto,<br />
con las botas puestas, la gorra en la cabeza y el traje<br />
de tela encerada, sonaba a cada suspiro con el cual se<br />
movía en su sueño.<br />
Los hombres hablaban de él cuchicheando<br />
discretos: “No se levantará más”... “Fuerte como un<br />
158
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
toro”<br />
- Sí, pero ya no es lo que era.<br />
Los tristes murmullos le abandonaban a su<br />
suerte. Y, sin embargo, a media noche, se presentó<br />
para su guardia como si nada hubiera ocurrido y<br />
respondió al llamado de su nombre con un<br />
“¡Presente!” melancólico.<br />
Con el rostro ensombrecido, y más solo que<br />
nunca, rumiaba su silencio.<br />
Durante años, habíase oído llamar “el viejo<br />
Singleton” y aceptó aquel calificativo con el corazón<br />
sereno, como un tributo acordado a quien, durante<br />
medio siglo, midió su fuerza con los furores <strong>del</strong> mar.<br />
Su ser mortal jamás le mereció un pensamiento.<br />
Vivía indemne, como si hubiese sido indestructible,<br />
dócil a todas las tentaciones, arrostrando todas las<br />
tempestades. Jadeó al sol, tiritó al frío, sufrió<br />
hambre, sed y destemplanza, pasó por infinitas<br />
pruebas y soportó todos los furores. ¡Viejo! Parecíale<br />
estar domado al fin. Y como un hombre<br />
traidoramente amarrado durante el sueño, se<br />
despertaba agarrotado por la larga cadena de los<br />
años, de los que, indiferente, nunca llevó cuenta.<br />
Le era preciso levantar de una sola vez el fardo de<br />
toda su existencia; carga demasiado pesada,<br />
159
JOSEPH CONRAD<br />
parecíale, para sus músculos de hoy. ¡Viejo!<br />
Movió los brazos, la cabeza, palpándose las<br />
piernas. Envejecer... ¿y luego?<br />
Contempló el mar, despierto de pronto por la<br />
turbia percepción de su implacable poder; lo vio<br />
como cambiado, <strong>negro</strong> y manchado de espuma bajo<br />
la eterna vigilancia de las estrellas; oyó su voz<br />
impaciente que le llamaba desde el fondo de su<br />
infinito, lleno de tumulto, de caos y de espanto.<br />
Miró a lo lejos, y no vio sino inmensidad<br />
atormentada, ciega, lamentable, furiosa, reclamando<br />
su vida, y que al cabo reclamaría de esa vida el<br />
cuerpo gastado hasta la médula, de su esclavo<br />
impenitente.<br />
<strong>El</strong> mal tiempo había cesado. Cambió el viento, y<br />
vino <strong>del</strong> sudoeste, pesado aún de vapores <strong>negro</strong>s,<br />
mas pronto se aplacó, no sin haber dado al navío un<br />
buen golpe de hombro hacia el norte y las latitudes<br />
soleadas, donde reina el alisio. Rápido y blanco, el<br />
“<strong>Narciso</strong>” corría hacia la costa natal en línea recta<br />
bajo el cielo azul y sobre la superficie azul <strong>del</strong> mar.<br />
Llevaba la madura sabiduría de Singleton, a Donkin<br />
y a su <strong>del</strong>icada susceptibilidad, y a la presuntuosa de<br />
nosotros todos.<br />
Olvidadas las horas de tormenta, ninguna alusión<br />
160
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
al terror y a la angustia entristeció la paz radiante de<br />
los bellos días. Y, sin embargo, nuestra vida parecía<br />
datar de entonces, como si, muertos una vez,<br />
hubiéramos resucitado.<br />
La primera parte <strong>del</strong> viaje, el océano Indico, el<br />
otro lado <strong>del</strong> Cabo se perdían en la bruma como el<br />
sueño de alguna vida anterior.<br />
Esa vida había tenido su término, después horas<br />
pesadas en un hueco <strong>negro</strong>, algo difundido en un<br />
halo lívido, y de nuevo la vida. Singleton, dueño de<br />
una triste verdad; Mr. Creighton con una pierna<br />
lastimada; el cocinero, rico de gloria, de la que<br />
abusaba sin pudor en todas las ocasiones; Donkin<br />
contando un agravio más.<br />
Repetía con insistencia:<br />
“-Te haré saltar los sesos”, me dijo. ¿Lo oísteis?<br />
Ahora nos asesinarán por cualquier cosa...<br />
Y nosotros comenzamos a decirnos que en<br />
verdad aquello resultaba demasiado duro.<br />
Estábamos orgullosos de nosotros mismos. Nos<br />
alabábamos de nuestra obstinación, de nuestra<br />
capacidad para el trabajo y de nuestra energía.<br />
Recordábamos episodios halagadores de nuestra<br />
abnegación, nuestra indomable perseverancia, tan<br />
orgullosos como si nuestros propios esfuerzos, sin<br />
161
JOSEPH CONRAD<br />
ayuda, lo hubiesen hecho todo. Recordábamos el<br />
peligro, el trabajo, y a propósito sabíamos olvidar el<br />
terrible miedo. Despreciamos a los oficiales, “que no<br />
habían hecho nada” y prestamos oídos al sedicioso<br />
Donkin.<br />
La indecible afrentosidad de nuestras palabras, el<br />
desdén de nuestras miradas, no pudieron desanimar<br />
su interés por la vigilancia de los derechos de sus<br />
camaradas.<br />
Le despreciábamos y no obstante no podíamos<br />
dejar de escuchar a aquel consumado artista. <strong>El</strong> nos<br />
dijo que éramos valientes, de verdad, sin cuento. ¿Y<br />
quién lo sabía? ¿No era una “vida de perros a dos<br />
libras diez chelines por mes” la que hacíamos?<br />
¿Juzgábamos a ese mezquino salario como una<br />
compensación al riesgo de perder toda la ropa? “¡No<br />
tenéis ni un hilo!”, gritaba . Nosotros olvidamos que<br />
él, no había perdido nada de sus propios bienes, al<br />
menos en aquella causa.<br />
Los jóvenes le escuchaban pensando: “Este<br />
galopín de Donkin ve claro, aunque no sea un<br />
hombre, eso es”<br />
Los escandinavos le molestaban. Wamibo no<br />
entendía y los marineros más viejos sacudían<br />
gravemente la cabeza, donde los pendientes de oro<br />
162
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
brillaban en los lóbulos carnosos de las velludas<br />
orejas. Tostados y severos, se inclinaban sobre sus<br />
antebrazos tatuados. Sus puños nudosos, surcados<br />
de gruesas venas, guardaban en su hueco la blanca<br />
arcilla bien bruñida de sus pipas medio fumadas, e<br />
impenetrables, ruda espalda y anchos hombros,<br />
escuchaban en completo silencio. Donkin hablaba<br />
con calor irrefutable y difamador. Su pintoresca y<br />
grosera facundia filtrábase como el flujo turbio de<br />
una fuente envenenada. Sus ojillos <strong>negro</strong>s como dos<br />
granos de asfalto, danzaban espiando a derecha e<br />
izquierda, alertas a la proximidad <strong>del</strong> oficial.<br />
A veces, Mr. Baker venía a proa para echar un<br />
vistazo al velamen y hacía rodar su pesado desgano<br />
entre el súbito silencio de los hombres, o bien era<br />
Mr. Creighton quien llegaba arrastrando la pierna, el<br />
rostro terso y juvenil, pero más intratable que nunca,<br />
a traspasar nuestro breve mutismo con un solo<br />
golpe derecho de sus ojos claros.<br />
Tras él, Donkin recomenzaba:<br />
“Ese es uno, hay aquí muchos que lo amarraron<br />
el otro día” ¡Para lo que él lo ha agradecido! Os hace<br />
pasear como antes. Si lo hubieseis dejado... ¿Por qué<br />
no? Eso hubiese costado menos... ¿por qué no?<br />
Confidencial se inclinaba hacia a<strong>del</strong>ante y<br />
163
JOSEPH CONRAD<br />
retrocedía para apreciar sus efectos oratorios;<br />
cuchicheaba, clamaba, agitando los brazos<br />
miserables no mucho más grueso que el tubo de una<br />
pipa, estiraba el cuello farfullando. En las pausas de<br />
su elocuencia arrebatada, el viento suspiraba dulcemente<br />
en la arboladura y la calma <strong>del</strong> mar, a lo largo<br />
<strong>del</strong> barco elevaba a nuestra desatenta multitud un<br />
murmullo de advertencia.<br />
Por abominable que encontráramos al individuo,<br />
¿cómo negar la clara verdad de sus amonestaciones?<br />
Aquello saltaba a la vista. Buenos marinos,<br />
indudablemente que lo éramos, ricos de mérito y<br />
pobres de sueldo. Nuestro esfuerzo había salvado al<br />
barco y sería el capitán quien tuviera el premio.<br />
¿Qué había hecho él? Queríamos saberlo. Donkin<br />
preguntaba:” ¿Cómo se las hubiera compuesto sin<br />
nosotros?” Y no sabíamos qué contestarle.<br />
Oprimidos por la injusticia <strong>del</strong> mundo,<br />
sorprendidos al advertir desde cuánto tiempo su<br />
fardo nos pesaba sin que jamás resolviéramos<br />
nuestro deplorable estado, sufrimos de una sospecha<br />
y de un malestar: el de nuestra obtusa estupidez que<br />
no había sabido ver nada. Donkin nos aseguraba que<br />
la cansa era “nuestro buen corazón”, pero<br />
rehusábamos dejamos convencer por tan pobre<br />
164
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
sofisma.<br />
Eramos aún demasiado dignos de llamarnos<br />
hombres para convenir valientemente en la<br />
insuficiencia de nuestro intelecto; desde aquel día sin<br />
embargo, nos abstuvimos de propinar al héroe<br />
puntapiés, torniscones y empujones accidentales,<br />
amén de torsiones de nariz que en los últimos<br />
tiempos, después de la travesía <strong>del</strong> Cabo, habían<br />
proporcionado a nuestros ocios una distracción<br />
eminentemente popular. Davis cesó de hablarle con<br />
aire de desafío de “ojos a la manteca negra, o narices<br />
en tortilla”; Charley, muy moderado desde la<br />
tormenta, no se chanceó más. Knowles, deferente y<br />
con aire astuto, arriesgaba preguntas como esta: ¿No<br />
sería posible que comiésemos lo mismo que los<br />
oficiales, un suponer; que uno rehuse embarcarse<br />
hasta haberlo obtenido?... Y después, ¿qué será lo<br />
primero que habrá que pedir?...<br />
<strong>El</strong> otro respondía largamente con aire de<br />
superioridad despreciativa, metiéndose las manos en<br />
los bolsillos <strong>del</strong> saco, tan grande, que con él, parecía<br />
disfrazado adrede. Eran generalmente trajes de<br />
Jimmy, porque Donkin, nada orgulloso, lo aceptaba<br />
todo de cualquiera; pero nadie, salvo Jimmy, tenía<br />
con qué mostrarse generoso.<br />
165
JOSEPH CONRAD<br />
Su abnegación con él no tenía límites: a todas<br />
horas, hacía incursiones en su cabinita previniendo<br />
las necesidades <strong>del</strong> enfermo, soportando sus<br />
caprichos, cediendo a sus exigencias, riendo con él<br />
frecuentemente. Nadie hubiera podido apartarle de<br />
la obra pía de visitar a los que sufren, sobre todo<br />
cuando había algún pesado golpe de halaje que hacer<br />
sobre cubierta.<br />
Dos veces, Mr. Baker le extrajo de allí por la piel<br />
<strong>del</strong> cogote con nuestro indecible escándalo. ¿Hay<br />
que abandonar un hombre que sufre? ¿Nos<br />
maltrataban porque cuidábamos a un camarada?<br />
-¿Qué?, decía Mr. Baker haciendo frente a<br />
nuestros murmullos, con ceño amenazador, y todo<br />
el semicírculo, como un solo hombre, daba un paso<br />
atrás.<br />
-¡Izad la boneta, vamos, arriba! Donkin, coge<br />
esas cargas, ordenó el segundo con vez inflexible.<br />
Golpea la cargadera. ¡Despachémonos!<br />
Después, la vela en su sitio, se fue lentamente a<br />
popa y permaneció largo rato mirando el compás,<br />
preocupado, pensativo y respirando fuerte, como<br />
sofocado por el tufo de aquella incomprensible mala<br />
voluntad que invadía el barco. “¿Qué mosca les<br />
pica?, pensaba. No comprendo por qué rezongan. Y<br />
166
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
esto de parte de una buena tripulación, para lo que<br />
hoy se encuentra”<br />
En cubierta los hombres cambiaban palabras<br />
amargas, sugeridas por una necia exasperación<br />
contra no sé qué de injusto, de irremediable, que no<br />
soportaba ser puesto en duda y cuyo reproche se<br />
obstinaba en sus oídos largo rato después que<br />
Donkin hubiese callado.<br />
Nuestro pequeño mundo deslizábase sobre la<br />
curva inflexible de su ruta cargado de un pueblo<br />
descontento y ambicioso.<br />
Se reconfortaban sombríamente con el análisis de<br />
su valor desconocido, y ebrios por las prometedoras<br />
doctrinas de Donkin, soñaban con entusiasmo en<br />
los tiempos en que todos los barcos <strong>del</strong> mundo<br />
bogarían sobre un mar siempre tranquilo,<br />
maniobrados por tripulaciones bien pagadas, bien<br />
nutridas y con capitanes satisfechos.<br />
La travesía se anunciaba larga; dejamos tras<br />
nosotros los alisios <strong>del</strong> sudeste, inconstantes y<br />
volanderos; después bajo el cielo gris de los parajes<br />
ecuatoriales, el barco flotó sobre un mar unido<br />
semejante a una loza de vidrio sin bruñir.<br />
Turbonadas tormentosas suspendidas en el<br />
horizonte nos rodeaban de lejos, gruñendo irritadas<br />
167
JOSEPH CONRAD<br />
como un tropel de fieras que no osaran atacar.<br />
<strong>El</strong> sol invisible se filtraba sobre los mástiles<br />
verticales, ponía en las nubes una difuminada<br />
mancha de luz, y la acompañaba con otra mancha<br />
gemela de mustia claridad sobre las superficies de las<br />
aguas mate.<br />
De noche, a través de la impenetrable tiniebla <strong>del</strong><br />
mar y <strong>del</strong> cielo, largas vetas de fuego ondulaban sin<br />
ruido; por medio segundo, el navío tomado en<br />
calma, se dibujaba; mástiles y aparejos, cada vela y<br />
cada cordaje netamente recortado en <strong>negro</strong>, en el<br />
centro de esas llamas celestes, como un barco<br />
calcinado, cautivo en un globo de fuego.<br />
Después, durante largas horas permanecía<br />
nuevamente perdido en un vasto universo de<br />
sombra y de silencio, o suaves brisas errando aquí y<br />
allá como almas en pena hacían palpitar sus velas,<br />
hubiérase dicho de miedo y arrancaban al océano,<br />
<strong>del</strong> fondo de su sudario de sombra, un murmullo<br />
lejano de compasión, voz entristecida inmensa y<br />
frágil.<br />
Una vez apagada la lámpara, volviéndose de lado<br />
sobre su almohada, Jimmy podía ver, por la puerta<br />
abierta, desvanecerse sobre la línea derecha de la<br />
batayola, fugaces y reiteradas las visiones de un<br />
168
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
mundo fabuloso, mezcladas a los fuegos saltarines y<br />
a las aguas dormidas. La claridad se reflejaba en el<br />
fondo de sus grandes ojos tristes, no parecían<br />
consumirse con aquel rojo chisporroteo.<br />
De la tranquila cubierta llegábale a veces el rumor<br />
de unos pasos, el aliento de un hombre al acercarse<br />
al umbral de su cabina, el débil crujir de los mástiles,<br />
o la voz reposada <strong>del</strong> oficial de guardia<br />
repercutiendo arriba, dura y clara, entre las velas<br />
inertes.<br />
Escuchaba con avidez, buscando un alivio a las<br />
fatigosas meditaciones <strong>del</strong> insomnio, en la<br />
percepción de cualquier ruido.<br />
<strong>El</strong> rechinar de una polea le daba coraje; se<br />
esforzaba en espiar los pasos y los murmullos de los<br />
cambios de guardia, tranquilizándose al escuchar el<br />
lento bostezo de algún marinero rendido de sueño y<br />
de fatiga, que se extendía a lo largo, a dormir en<br />
cubierta.<br />
La vida parecía una cosa indestructible.<br />
Continuábase en la sombra, en la luz, en el sueño;<br />
sacudía un ala amiga alrededor de la impostura de<br />
esa próxima muerte. Brillaba como la torcida espada<br />
<strong>del</strong> rago, guardando, sin embargo, tantas sorpresas<br />
como la sombría noche. Y él se sentía a salvo en esa<br />
169
JOSEPH CONRAD<br />
vida palpable, y la calma, la oscuridad o la luz<br />
parecíanle igualmente preciosas.<br />
De tarde, en la guardia de seis a ocho, y aún<br />
después, en la gran guardia de noche, un grupo de<br />
hombres se veía siempre reunido ante la puerta de la<br />
cabina de Jimmy; se sentaban con las piernas<br />
cruzadas, discurrían a caballo sobre el umbral o, por<br />
parejas, se alineaban en cuclillas sobre el cofre,<br />
mientras otros, contra la empavesada a lo largo <strong>del</strong><br />
mástil, cofa de cambio, con sus simples fisonomías<br />
iluminadas por los rayos de la lámpara de Jimmy.<br />
<strong>El</strong> estrecho recinto pintado de blanco, tenía de<br />
noche el brillo de un tabernáculo de plata, santuario<br />
de un ídolo <strong>negro</strong>, muy tieso bajo los cobertores y<br />
que parpadease sus ojos cansados al recibir nuestra<br />
adoración. Donkin oficiaba. Parecía un charlatán<br />
exhibiendo un fenómeno, alguna manifestación<br />
extraña, simple y meritoria, la cual debía ser para los<br />
espectadores una profunda e inolvidable lección:<br />
“¡Miradle, él la conoce, sin vueltas!, exclamaba de<br />
tiempo en tiempo sacudiendo una mano dura y<br />
descarnada como la pata de un pájaro acuático.<br />
Jimmy, de espalda, sonreía con reserva sin mover<br />
un miembro. Afectaba la languidez de la extrema<br />
debilidad, como para manifestarnos claramente que<br />
170
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
nuestro retardo en extirparle de la prisión horrible, y<br />
aquella noche pasada en la toldilla entre nuestra<br />
egoísta negligencia, lo habían acabado. Insistía, y el<br />
sujeto, como es justo nos interesaba siempre.<br />
Hablaba espasmódicamente, por jadeos<br />
intermitentes, cortados, de largas pausas, como<br />
marcha un hombre ebrio: “<strong>El</strong> cocinero acababa de<br />
traerme un jarro de café... lo había puesto así, sobre<br />
el cofre... Después golpeó la puerta al salir... Sentí un<br />
bandazo formidable, trató de salvar mi café... me<br />
quemo los dedos y me caigo de la cama... el agua<br />
entraba por el respiradero... imposible mover la<br />
puerta, todo estaba oscuro como bajo tierra... quiero<br />
subir a la cama... arriba... ratas... Una me mordió...<br />
las oía nadar debajo... creí que no vendrías nunca...<br />
Yo pensaba... todos al agua... no se oía más que el<br />
viento. Entonces llegasteis a buscar el cadáver... Un<br />
poco más y...<br />
- Di, viejo tu hacías un buen barullo allá dentro<br />
¿eh?, observó Archie.<br />
-¡Toma! Con la condenada bulla que metíais<br />
arriba vosotros, golpeando con todo, justo lo que<br />
hubiera hecho un grupo de imbéciles bufones. ¡Para<br />
lo que he ganado! ¡Más valía haberse hundido!<br />
¡Puah!<br />
171
JOSEPH CONRAD<br />
Gemía haciendo castañetear los dientes blancos y<br />
miraba ante sí con aire de vituperio. Belfast le echó<br />
una mirada dolorosa sobre su sonrisa de desgarrado<br />
enternecimiento, y crispó los puños a escondidas.<br />
Archie el de los ojos azules se acarició las rojas<br />
patillas con mano temblorosa; el contramaestre, a la<br />
entrada, guiñó un instante los ojos y desapareció<br />
ahogando una carcajada. Wamibo soñaba, Donkin<br />
tanteó su mentón estéril en busca de algún pelo<br />
aislado y dijo triunfalmente deslizando una mirada<br />
oblicua <strong>del</strong> lado de Jimmy: “¡Miradle, yo quisiera<br />
estar la mitad de bueno que él ,palabra!<br />
Echó su pulgar corto por encima <strong>del</strong> hombro<br />
designando la parte posterior <strong>del</strong> barco: “Este es el<br />
modo de arreglar a esos otros” eruptó con forzado<br />
buen humor.<br />
Jimmy dijo: “No te hagas el idiota”. Knowles,<br />
frotándose contra el jambaje de la puerta advirtió<br />
finamente: “Podríamos fingirnos enfermos todos a<br />
un tiempo, pero sería como una revuelta”.<br />
-¡Una revuelta, vamos!, jaleó Donkin, no hay<br />
reglamentos que te prohiban estar enfermo.<br />
- Te ganarías seis semanas a la sombra por falta<br />
de obediencia, repuso Knowles, yo me acuerdo una<br />
vez en Cardiff, la tripulación de un barco muy<br />
172
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
cargado... ¡Cuando yo digo muy cargado! Era tan<br />
sólo un viejo punto con aire de chocho, con una<br />
barba y un paraguas. Se había estado paseando y<br />
hablando a los hombres. “Una barbarie, una<br />
atrocidad haceros anegar en invierno porque eso<br />
represente unas libras más a la compañía”, decía. Y<br />
lloraba, sin farsa, y siendo lo que era, ¡levitón y<br />
galera de bautizo, nuevitos, qué! Los muchachos<br />
dijeron que no querían saber nada de hundirse en<br />
invierno, contando con el viejo para que les sirviera<br />
de apoyo... Pensaban darse una buena panzada y tres<br />
o cuatro días libres y escaparon seis semanitas,<br />
porque tuvo testigos que el barco no lleva demasiada<br />
carga. En todo caso fue lo que les hicieron creer a<br />
los jueces. Que no había ni un solo barco demasiado<br />
cargado en todo el dock de Penarth. Lo que parece<br />
es que al viejo le pagaban para que buscase barcos<br />
muy cargados, pero él no veía más allá de la punta<br />
de su paraguas.<br />
Los de la pensión donde yo vivo cuando voy a<br />
Cardiff a esperar embarco, querían darle un baño, en<br />
el dock, al viejo charlatán... Estábamos muy alertas<br />
pero él se largó en cuanto olió tribunal, si hijos, seis<br />
semanas.<br />
Escuchaban con curiosidad sacudiendo en las<br />
173
JOSEPH CONRAD<br />
pausas sus rudos rostros pensativos.<br />
Jimmy permanecía extendido con los ojos<br />
abiertos, sin ningún interés. Un marinero emitió el<br />
juicio que tras un veredicto de la más espantosa<br />
parcialidad, los jueces “se van a beber una copa a<br />
cuenta <strong>del</strong> patrón”. Otros con firmaron el hecho.<br />
Saltaba a la vista.<br />
Donkin dijo: “Bueno ¿y qué? seis semanas no<br />
tiene nada de terrible, en la cárcel al menos, uno<br />
duerme todas las noches. Yo las pasaría de cabeza,<br />
tus seis semanas.<br />
-¿Estás acostumbrado, verdad?, preguntó alguno.<br />
Jimmy condescendió a sonreír. Aquello puso a<br />
todo el mundo de excelente humor. Knowles, con<br />
una sorprendente agilidad de espíritu cambió de<br />
tema.<br />
- Si todos nos hiciéramos los enfermos ¿qué seria<br />
<strong>del</strong> barco?<br />
Se rió en rueda.<br />
- Que se... vaya al diablo, no es nuestro.<br />
-¿Qué? ¿dejarlo a la deriva?, insistió Knowles mal<br />
convencido.<br />
- Si y después... continuó Donkin con bonita<br />
inconsciencia.<br />
<strong>El</strong> otro reflexionaba: se acabarían los víveres, no<br />
174
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
llegaríamos nunca a ninguna parte y lo que es peor<br />
¿qué me dices <strong>del</strong> día de paga?<br />
Su voz recobró seguridad con las últimas<br />
palabras.<br />
¿Te gusta eso, Jackot?, di, un buen día de paga,<br />
gritó uno sentado en el suelo.<br />
- Seguro, porque entonces, las muchachas le<br />
ponen un bracito alrededor <strong>del</strong> cuello y otro en el<br />
bolsillo y lo llaman Ducky ¿cierto Jackot?<br />
- Jack, tu eres la perdición de las chicas.<br />
- Se lleva tres a la rastra como los remolcadores<br />
grandes de Watkins con tres goletas a la vez.<br />
-¡Patizambo, eres un mal sujeto!<br />
- Jack, cuenta la historia de aquella que tenía un<br />
ojo azul y uno <strong>negro</strong>.<br />
- Eso es lo que no falta por las calles, chicas con<br />
un ojo <strong>negro</strong>, natural o no...<br />
-¡Ca, esta era una aparte; gorjea Jack! Donkin<br />
tenía un aire severo y disgustado, Jimmy bostezaba,<br />
un lobo de mar, grisáceo movió la cabeza<br />
ligeramente y sonrió al fuego de su pipa,<br />
discretamente divertido. Knowles, corrido, no<br />
sabiendo como hacer frente, bajaba de derecha a<br />
izquierda.<br />
-No, que no se diga, no sabéis estar serios<br />
175
JOSEPH CONRAD<br />
¡siempre de broma!<br />
Se retiró murmurando, púdico y nada disgustado.<br />
Los otros reían a carcajadas alrededor <strong>del</strong> lecho de<br />
Jim, donde, sobre la blanca almohada su <strong>negro</strong> y<br />
huesoso rostro se movía sin tregua.<br />
Una bocanada de viento hizo esparcirse la llama<br />
de la lámpara y fuera, muy alto, las velas se<br />
sacudieron mientras la polea de mesana golpeó con<br />
choque sonoro el pavés de hierro.<br />
Una voz lejana gritó: “¡Timón al viento!” y otra<br />
menos clara: “A todo viento”. Los hombres callaron<br />
aguardando. <strong>El</strong> marinero de pelo gris golpeó su pipa<br />
en el paso de la puerta y se enderezó. <strong>El</strong> barco se<br />
inclinaba muellemente y el mar como despierto se<br />
quejó con murmullo adormecido. Alguien dijo; “Se<br />
levanta un poco de aire. Jimmy se volvió lentamente<br />
para estar frente a la brisa. En la noche una voz<br />
mandó alto e imperiosa: ¡Cazad la cangreja! Donkin<br />
quedó sólo con Jimmy; reinó un silencio agrio y<br />
Jimmy cerró los labios muchas veces como para<br />
tragar ráfagas de aire más fresco; Donkin movía los<br />
pulgares de sus pies desnudos, examinándoselos con<br />
ojos absortos.<br />
-¿Tú no les das allí una manita?, interrogó Jimmy.<br />
- No, si ellos no se las arreglan los seis para cazar<br />
176
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
su podredumbre de cangreja no valen ni lo que<br />
coman, respondió Donkin con una voz blanca e<br />
importunada que parecía llegar desde el fondo de un<br />
agujero.<br />
Jimmy consideró aquel perfil cómico de pico de<br />
pájaro con extraño interés. Inclinado al borde de su<br />
cama, su rostro con expresión de cálculo e<br />
incertidumbre parecía reflejar la reflexión, sobre el<br />
modo de coger a algún ser dañino, capaz de morder<br />
o picar. Pero dijo solamente:<br />
- <strong>El</strong> segundo lo advertirá y habrá una pelotera.<br />
Donkin se levantó para partir.<br />
- Yo le arreglaré las cuentas una noche oscura de<br />
estas, verás si fanfarroneo, dijo por encima <strong>del</strong><br />
hombro.<br />
Jimmy continuó ligero: Tu eres como un loro; un<br />
loro que grita.<br />
Donkin se detuvo e hizo a un lado la cabeza. Las<br />
orejas, demasiado grandes sobresalían transparentes<br />
y venosas semejantes a las membranosas alas de un<br />
murciélago.<br />
-Te oigo, dijo de espaldas a su interlocutor.<br />
- Sí, chillas todo lo que sabes como una cacatúa<br />
blanca.<br />
Donkin esperaba. Oía la respiración lenta y<br />
177
JOSEPH CONRAD<br />
prolongada de Jim, que parecía la de un hombre que<br />
llevase el peso de cien libras sobre el pecho.<br />
Después preguntó muy tranquilo.<br />
-¿Qué es lo que yo sé?<br />
-¿Qué?... Lo que te digo... no mucho. ¿Por qué<br />
hablas de mi salud?<br />
- Es un cuento, un condenado cuento<br />
monumental y de primera... Pero yo no lo trago, no<br />
soy un pipi.<br />
Jimmy no respiraba. Donkin hundió las manos en<br />
los bolsillos y de un solo paso desmadejado se<br />
acercó a la litera.<br />
-Yo hablo ¿y qué? no son hombres, son bestias.<br />
Una tropa a la que uno conduce. Yo te sostengo<br />
¿por qué no? ¿Tienes... moneda?<br />
- Puede... no tengo por qué darte cuenta de eso.<br />
- Entonces muéstrala; que aprendan lo que puede<br />
hacer un hombre.<br />
Yo soy un hombre y conozco su truco.<br />
Jimmy se echó atrás en la almohada; el otro estiró<br />
su cuello flaco y bajó su cara de pájaro hacia el <strong>negro</strong><br />
como si apuntara a sus ojos con un pico imaginario.<br />
- Yo soy un hombre. He contado los clavos de las<br />
puertas de todas las prisiones de colonias antes de<br />
ceder uno de mis derechos.<br />
178
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
- Eres un pilar de la cárcel.<br />
- Y mi alabo. Tú, tú no tienes bastante nervio y<br />
has inventado esta farsa.<br />
Se detuvo. Después, subrayando su oculto<br />
pensamiento acentuó lentamente: No estás enfermo<br />
¿eh?<br />
- No, dijo Jimmy con firmeza.<br />
Su voz cayó de golpe cuando añadía en un<br />
murmullo: un poco mal por momento, como ahora,<br />
este año, eso si...<br />
Donkin cerró un ojo con esto de amistosa<br />
complicidad; cuchicheó: ¿No es la primera vez,<br />
verdad?<br />
Jimmy sonrió; luego, como incapaz de contenerse<br />
dejó escapar.<br />
- En el último viaje, sí. Eso marchó durante la<br />
travesía, era fácil. Me pagaron en Calcuta y el patrón<br />
no dijo ni mus. Tuve mi cuenta. Cincuenta y ocho<br />
días acostado, ¡los imbéciles!... cada penique de mi<br />
cuenta.<br />
Se rió espasmódicamente. Donkin le acompañó.<br />
Después Jimmy tosió con violencia: Estoy mejor<br />
que nunca dijo cuando recobró el aliento.<br />
Donkin tuvo un gesto de burla.<br />
- <strong>El</strong>los no se dan cuenta, afirmó el <strong>negro</strong><br />
179
JOSEPH CONRAD<br />
abriendo la boca como un pescado.<br />
- Pero se tragan otras cosas.<br />
- No charles demasiado, amonestó Jimmy<br />
lentamente.<br />
-¿De qué? ¿de tu farsita?, respondió con<br />
cordialidad.<br />
Después, con tono de brusco disgusto: sólo<br />
piensas en ti, mientras estés contento.<br />
Así acusado de egoísmo, James Wait se levantó el<br />
cobertor hasta el mentón y permaneció tranquilo un<br />
momento. Los pesados labios salientes como un<br />
hocico <strong>negro</strong>: oye, ¿por qué tienes esa manía de<br />
armar camorra?<br />
- Porque lo que pasa es una remaldita vergüenza.<br />
Nos explotan... mala comida... mala paga. Lo que<br />
quiero yo es que los escalden de veras que tengan un<br />
verdadero maldecido escarmiento <strong>del</strong> que se<br />
acuerden. Sacudir a la gente, saltarles los sesos.<br />
¡Habrá que ver! ¿Son hombres?<br />
Su indignado altruismo llameó, luego dijo con<br />
calma:<br />
- He sacado al aire tu ropa.<br />
- Bien, repuso Jimmy con voz lánguida, éntrala.<br />
- Dame la llave de tu cofre, dijo Donkin con<br />
impaciencia amistosa, yo te las guardaré.<br />
180
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
- Tráelas y las guardaré yo mismo, repuso Wait<br />
con severidad. Donkin bajó los ojos y murmuró<br />
algo.<br />
-¿Qué dices, que es lo que dices?, inquirió el<br />
<strong>negro</strong> ansioso.<br />
- Nada. Que se queden colgadas hasta mañana,<br />
repuso Donkin con un temblor insólito en la voz<br />
como si contuviera la risa o la cólera. Jimmy pareció<br />
satisfecho.<br />
- Dame un poco de agua de mi jarro de noche,<br />
allí dijo<br />
Donkin franqueó la puerta: vete a buscarla tu<br />
mismo; puedes cuidar ir si es que no estás enfermo.<br />
- Claro que puedo, pero...<br />
- Entonces hazlo, dijo el otro con perversidad. Si<br />
puedes cuidar tus trapos puedes cuidar tu pellejo.<br />
Se fue hacia la puerta sin una mirada.<br />
Jimmy extendió la mano hacia el jarro. Ni una<br />
gota. Lo pasó de nuevo suavemente.<br />
Se dijo: “Ese bestia de Belfast me traerá agua si se<br />
la pido. Es idiota. Tengo mucha sed”<br />
Hacía calor en la cabina que parecía tornar<br />
lentamente, como desligada <strong>del</strong> barco, con un ritmo<br />
distinto y abrasado por <strong>negro</strong> sol. ¡Inmensidad sin<br />
agua! Nada de agua. Un guardia que se parecía a<br />
181
JOSEPH CONRAD<br />
Donkin trajo un vaso de cerveza al borde de un<br />
pozo vacío y se voló, batiendo las alas. Un barco<br />
con las perillas de los mástiles agujereando el cielo<br />
descargaba grano y el viento hacía remolinear las<br />
cáscaras a lo largo de la rada de un dock en seco.<br />
Jimmy giraba de acuerdo con el fardo amarillo, muy<br />
cansado de ellas. Se sentía más ligero que las<br />
cáscaras mismas y más inmaterial. Infló su pecho<br />
hueco. <strong>El</strong> aire entró arrastrando a su paso una serie<br />
de extraños objetos que parecían casas, árboles,<br />
estaciones, reverberos. ¡No había nada! Ni aire. Y el<br />
no había acabado su aspiración profunda. Estaba<br />
preso. Cerraban los candados. Una puerta golpeó...<br />
dos vueltas de llave... le echaban un cubo de agua<br />
por encima ¡huf! ¿para qué?...<br />
.............................................................................................<br />
Abrió los ojos. La caída le pareció pesada para un<br />
hombre vacío, vacío, vacío. Estaba en su cabina.<br />
¡Ah, todo iba bien! Su rostro chorreaba sudor. Los<br />
brazos le pesaban como plomo. Vio al cocinero, de<br />
pie en el vano de la puerta con una llave de cobre en<br />
una mano y en la otra un brillante jarro de estaño.<br />
-Vengo a cerrar las puertas para la noche, dijo radiante<br />
y benévolo. Acaban de dar las ocho. Te traigo<br />
un poco de café frío para esta noche Jim; hasta le he<br />
182
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
puesto azúcar blanco, de pancitos... el barco no se<br />
ya a hundir por eso...<br />
Entró, fijó el jarro al borde de la cama y<br />
preguntó por escrúpulo de conciencia: ¿Cómo va<br />
eso?<br />
Después se cantó sobre el cofre.<br />
-¡Hum!, gruñó Wait en tono poco complacido. <strong>El</strong><br />
cocinero se secó la frente con un trapo de algodón<br />
sucio que en seguida se anudó al cuello.<br />
- Los fogoneros, hacen así, en los vapores, dijo<br />
con serenidad y satisfecho de si mismo, mi trabajo<br />
es tan duro como el suyo, creo, y me retiene más<br />
tiempo. ¿Tu los has visto alguna vez en el fondo de<br />
su agujero? Parecen diablos que queman, que<br />
queman, que queman, allá abajo.<br />
Mi índice mostraba el suelo. Algún pensamiento<br />
lúgubre oscureció su rostro jovial, sombra de nube<br />
viajera sobre la claridad de un mar en calma.<br />
<strong>El</strong> cuarto de relevo pasó en junto por la claridad<br />
de la puerta con gran ruido de pesadas suelas.<br />
Alguien gritó: “¡Buenas noches!” Belfast hizo alto un<br />
momento, alargó la cabeza hacia Jimmy y quedó<br />
estremecido y mudo como de emoción contenida.<br />
Echó al cocinero una mirada llena de fúnebres<br />
presagios y desapareció.<br />
183
JOSEPH CONRAD<br />
<strong>El</strong> cocinero tosió para aclararse la voz. Jimmy,<br />
con los ojos fijos en el techo no metía más ruido que<br />
uno que se esconde.<br />
Una dulce brisa saturaba la noche clara. <strong>El</strong> barco<br />
daba de banda, ligeramente deslizándose tranquilo<br />
sobre un mar sombrío, hacia el inaccesible esplendor<br />
de un horizonte <strong>negro</strong> acribillado de puntos de<br />
fuego. Sobre los mástiles la curva resplandeciente de<br />
la vía láctea, cabalgaba en el cielo, arco triunfal de<br />
eterna luz, arrojada sobre la tierra y sus senderos<br />
tenebrosos.<br />
En el extremo <strong>del</strong> alcázar, uno silbaba con<br />
insistencia un aire de jiga mientras se oía vagamente<br />
a otro golpear los pies a compás. Un murmullo<br />
confuso de voces llegó de proa: risas, canciones... <strong>El</strong><br />
cocinero sacudió la cabeza espiando a Jimmy con<br />
ojo oblicuo y comenzó a gimotear: Sí, sí, bailar y<br />
cantar, no piensan más que en eso. Yo no sé como<br />
la Providencia no se cansa. Olvidan el día que<br />
vendrá fatalmente mientras que tú...<br />
Jimmy tragó un buche da café precipitadamente<br />
como si lo hubiese robado y se agazapara bajo sus<br />
cobertores, apoyándose de lado sobre el muro. <strong>El</strong><br />
cocinero se levantó, cerró la puerta, volvió a sentarse<br />
y articuló netamente.<br />
184
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
- Cada vez que atizo mi fogón pienso en<br />
vosotros, jurando, robando, mintiendo y aun peor,<br />
como si no existiera el otro mundo y sin embargo<br />
no sois malos, concedió con voz lenta; divagó unos<br />
instantes deplorando esas cosas, y luego recomenzó<br />
con tono resignado:<br />
-¿Qué hacer? Será por su culpa si es que pasan<br />
calor algún día. ¿Calor, digo? Las calderas de un<br />
paquebot de Whith Star, no son nada en<br />
comparación. Se detuvo durante algunos momentos.<br />
Un gran tumulto removía su cerebro. Visión confusa<br />
de siluetas brillantes, concierto exaltado de cantos<br />
entusiastas, de torturas y gemidos. Sufría, gozaba,<br />
admiraba, aprobaba. Se sentía contento, espantado,<br />
elevado sobre si mismo como aquella otra vez, la<br />
sola vez de su vida veintisiete años antes, de la cual<br />
gustaba recordar la fecha, en que, aun joven, le había<br />
ocurrido, encontrándose en mala compañía,<br />
intoxicarse en un café cantante de Est-End.<br />
Un flujo de súbita emoción lo transportó, lo<br />
arrojó de golpe fuera de su carne mortal. Contempló<br />
cara a cara, un segundo el secreto <strong>del</strong> más allá.<br />
Secreto encantador, excelente. Lo amaba como a si<br />
mismo, como a toda la tripulación y a Jimmy. Su<br />
corazón desbordaba ternura y simpatía, deseo de<br />
185
JOSEPH CONRAD<br />
mezclarse a las cosas, inquietud por el alma de aquel<br />
<strong>negro</strong>, orgullo ante la cierta eternidad. ¡Oh, tomarlo<br />
en sus brazos, lanzarlo a la salud, al lugar divino...<br />
pobre alma negra! más negra que su cuerpo...<br />
podredumbre... demonio.. ¡No, eso no! Había que<br />
hablar fuerte. ¡Sansón!... Un gran ruido como de<br />
címbalos chocando resonó en sus oídos; un<br />
relámpago le reveló una mezcla de rostros radiosos,<br />
de libros santos, de lirios, de alegría supra-terrestre,<br />
de ropa blanca, de arpas de oro, de levitas, de alas...<br />
Vio trajes flotantes, rostros frescos y afeitados, un<br />
mar de claridad y un lago de Vetun. Perfumes suaves<br />
flotaban con olores de azufre, lenguas de fuego rojo<br />
lamiendo una blanca nube.<br />
Una formidable voz atronadora.<br />
Aquello duró tres segundos.<br />
-¡Jimmy! gritó con tono inspirado. Después dudó.<br />
Una chispa compasión humana lucía aún a través de<br />
la infernal vanidad de su hermoso sueño.<br />
-¿Qué?, dijo James Wait de mala gana. Reinó el<br />
silencio. Volvió la cabeza y arriesgó una tímida<br />
mirada. Los labios <strong>del</strong> cocinero se movían sin ruido;<br />
en su rostro iluminado, los ojos estaban fijos en el<br />
techo. Parecía implorar en su fuera interno a las<br />
vigas, al gancho de cobre de la lámpara, a dos<br />
186
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
escarabajos.<br />
- Vete, dijo Wait, quiero dormir, quizá pueda.<br />
-¡Este no es el momento de dormir!, clamó el<br />
cocinero muy alto. Había sacudido devotamente sus<br />
últimos escrúpulos de humanidad. No era más que<br />
una voz, algo sublime e incorpóreo, lo mismo que<br />
aquella otra noche memorable, la noche que<br />
franqueó el mar para hacerles café a esos pecadores<br />
de perdición!<br />
- Este no es el momento de dormir repitió con<br />
voz exaltada, ¿puedo dormir yo acaso?<br />
- Y a mí qué me... dijo Wait con energía fingida,<br />
yo sí puedo. Anda a acostarte.<br />
-¡Jura! Y en las mismas fauces ¿no ves el fuego?<br />
¿no sientes las llamas? ¡Desgraciado, ciego! Buche de<br />
pecados... yo lo veo por ti. ¡Ah, es demasiado! Oigo<br />
noche y dia una voz que me dice: “Sálvale! Jimmy,<br />
déjate salvar.<br />
Palabras de plegaria y amenaza salían de su boca<br />
como un torrente desencadenado. Los escarabajos<br />
huyeron. Jimmy sudaba retorciéndose bajo las ropas.<br />
<strong>El</strong> cocinero vociferó: ¡Tus días están contados!<br />
- Andate de aquí, gritó Wait valientemente.<br />
-¡Reza conmigo!<br />
- No quiero.<br />
187
JOSEPH CONRAD<br />
Un calor de horno reinaba en la pequeña cabina<br />
que contenía una inmensidad de sufrimiento y de<br />
miedo, una atmósfera de gritos, llantos, y rezos<br />
lanzados como blasfemias. Fuera se reunió a la<br />
puerta un grupo de hombres demasiado<br />
sorprendidos para abrir, a quienes Charley había<br />
advertido con acento gozoso “que se había trabado<br />
una disputa en la cabina de Jim”<br />
Estaban todos. <strong>El</strong> cuarto relevado se precipitó en<br />
camisa, sobre cubierta como después de un<br />
abordaje. Se preguntaban unos a otros “¿qué pasa?”<br />
y se respondían: “Escucha”<br />
Los ensordecidos clamores continuaban a más y<br />
mejor:<br />
-¡De rodillas! ¡De rodillas!<br />
-¡Déjame!<br />
-¡Jamás! Me perteneces... Te han salvado la vida...<br />
Designio de Dios.... Misericordia. Arrepentimiento...<br />
-¡Eres un tocado idiota!<br />
-¡Tengo que rendir cuentas de tu alma! no cerraré<br />
los ojos sí...<br />
-¡Déjame!<br />
-¡Piensa en las llamas!<br />
Después una mezcla aguda, apasionada de<br />
palabras que repiqueteaban como un granizo.<br />
188
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
-¡No!, gritó Jimmy.<br />
- Seguro, seguro... no hay nada que hacer, todos<br />
lo saben.<br />
-¡Mientes!<br />
-¡Te veo muerto! <strong>del</strong>ante de mí... cada vez estás<br />
peor.<br />
-¡Socorro!, clamó Jimmy con voz tajante.<br />
- Lejos de este Valle de lágrimas. Mira arriba,<br />
arriba, arriba.<br />
-¡Vete marrano! ¡al asesino! clamó Wait. Su voz<br />
calló. Oyéronse, quejas, murmullos, sollozos.<br />
-¿Qué es lo que pasa? Dijo una voz extraña, atrás,<br />
vosotros, vamos, atrás, repitió.<br />
Mr. Creighton franqueaba severamente el paso al<br />
capitán.<br />
- Ahí está el viejo, murmuraron algunas voces.<br />
- Es el cocinero, gritaban muchos retrocediendo.<br />
La puerta golpeó bruscamente abierta, lanzando<br />
un agresivo rayo de luz sobre los rostros perplejos;<br />
se exhaló una bocanada de aire caliente y viciado.<br />
Los dos oficiales sobrepasaban la cabeza y los<br />
hombros sobre la frágil silueta gris, andando entre<br />
ellos, en traje rapado, dura y angulosa como estatua<br />
de piedra en la impasibilidad de sus facciones. <strong>El</strong><br />
cocinero que estaba de rodillas se alzó. Jimmy,<br />
189
JOSEPH CONRAD<br />
incorporado en su cama apretada la piernas<br />
plegadas. La borla de su bonete azul temblaba<br />
imperceptiblemente sobre sus rodillas.<br />
Contemplaron sorprendidos la larga curva de su<br />
espalda mientras que de perfil, el ojo blanco lucía<br />
ciego, en dirección a ellos. Temía volver la cabeza, se<br />
replegaba en sí; la perfección de esa inmovilidad en<br />
acecho revestía un sorprendente aspecto animal. No<br />
había allí sino una cosa de instinto, la inmovilidad<br />
sin pensamiento de un bruto asustado.<br />
-¿Qué hace Vd. aquí? preguntó Mr. Baker con<br />
tono seco.<br />
- Mi deber, dijo el cocinero con fervor.<br />
- Su...¿qué?, comenzó el segundo. <strong>El</strong> capitán<br />
Allistoun le tocó el brazo suavemente.<br />
- Conozco su manía, dijo a media voz. Fuera de<br />
aquí Podmore.<br />
<strong>El</strong> cocinero juntó las manos y sacudió los puños<br />
sobre su cabeza, los brazos le cayeron luego como si<br />
de pronto se hubiesen vuelto muy pesados.<br />
Permaneció un instante, sin hablar, con la cabeza<br />
colgando.<br />
-¿Qué dice Vd.? Salga en seguida.<br />
- Ya me voy, dijo el cocinero con aire de sombría<br />
resignación. Franqueó el umbral con firmeza,<br />
190
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
titubeó, dio algunos pasos. Todos le contemplaban<br />
en silencio. ¡Os hago responsables! Gritó con<br />
desesperación girando sobre sus talones. Ese<br />
hombre se muere. Os hago res...<br />
-¿Todavía ahí?, indagó el patrón con terrible y<br />
tormentosa voz.<br />
- No, sir, repuso muy ligero y alarmado. <strong>El</strong><br />
contramaestre se lo llevó de un brazo; algunos reían.<br />
Jimmy levantó la cabeza y arriesgó una ojeada<br />
fugitiva; después con un rebote inesperado saltó<br />
fuera de la cama. Mr. Baker le asió al vuelo. <strong>El</strong> grupo<br />
que obstruía la puerta gruñó de sorpresa. <strong>El</strong> <strong>negro</strong> se<br />
doblegó: ¡Miente, habla de demonios...! <strong>El</strong> si que es<br />
un diablo, un diablo blanco... Yo estoy sano.<br />
Se ponía rígido y Mr. Baker probó a dejarle. <strong>El</strong><br />
<strong>negro</strong> se tambaleó, dando uno o dos pasos bajo la<br />
mirada tranquila <strong>del</strong> capitán.<br />
Belfast se precipitó a sostener a su amigo. Esta<br />
no parecía sospechar la presencia de nadie,<br />
permaneció mudo luchando contra una legión de<br />
infinitos temores, entre la mirada ávida de aquellas<br />
curiosidades encendidas que lo observaban de lejos,<br />
solo absolutamente en la imperturbable soledad de<br />
su miedo.<br />
Pesados soplos cruzaban las tinieblas.<br />
191
JOSEPH CONRAD<br />
<strong>El</strong> mar gargareaba a través de los imborneles,<br />
cuando el barco daba de banda bajo una leve ráfaga<br />
de aire.<br />
- Prohibidle venir a molestarme, hizo oír al fin el<br />
barítono sonoro de James Wait mientras se apoyaba<br />
con todo su peso en la nuca de Belfast. Estoy mejor<br />
esta semana, tengo aplomo. Mañana reanudaré mi<br />
servicio; en seguida si usted quiere, capitán.<br />
Belfast recogió su espalda para mantener de pie a<br />
Jimmy.<br />
- No, dijo el patrón mirándole. Bajo la axila de<br />
Jimmy el rojo rostro de Belfast gesticulaba inquieto.<br />
Una fila de ojos brillantes rodeaba la zona de luz, los<br />
hombres se golpeaban con el codo, volvían la<br />
cabeza, cuchicheaban entre ellos. Wait dejó caer la<br />
barbilla sobre el pecho y bajo sus párpados flojos,<br />
lució una mirada de sospecha.<br />
-¿Por qué no?, gritó una voz saliendo de las<br />
sombras. <strong>El</strong> no tiene nada, sir.<br />
- No tengo nada, dijo Wait con calor.<br />
Malestar... pasado... tomar guardias...<br />
Resoplaba.<br />
-¡Santa madre de Dios!, rugió Belfast recogiendo<br />
su espalda. Tente en pie, Jim.<br />
- Andate de aquí, dijo Wait, alejando a Belfast de<br />
192
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
un petulante empujón. Después titubeó y se asió al<br />
borde de la litera. Tenía los pómulos brillantes como<br />
bajo la acción de un barniz; se arrancó el gorro, se<br />
enjugó la cara y lo arrojó a cubierta.<br />
- Salgo, dijo sin moverse.<br />
- No, he dicho, no, mandó el patrón con tono<br />
seco.<br />
Los pies desnudos golpeaban el suelo. Voces<br />
desaprobadoras salieron de varias partes; el patrón<br />
continuó cómo si nada oyera:<br />
- Usted se ha tirado al flanco durante toda la<br />
travesía y ahora quiere salir... Se encuentra<br />
demasiado cerca <strong>del</strong> día de paga... Esto huele a tierra<br />
ya, ¿eh?<br />
- He estado enfermo y ahora voy mejor,<br />
murmuró Jimmy con los ojos brillantes, bajo la luz.<br />
- Usted “se ha hecho” el enfermo, retrucó severamente<br />
el capitán Allistoun, titubeó menos de medio<br />
segundo. Eso salta a la vista. Usted no tiene<br />
absolutamente nada, pero le gusta estar en la cama, y<br />
ahora me gusta a mí que lo esté. Mr. Baker,<br />
encárguese que no se vea salir a cubierta a este<br />
hombre, de aquí hasta el final <strong>del</strong> viaje.<br />
Hubo exclamaciones de sorpresa, de triunfo y de<br />
indignación. <strong>El</strong> oscuro grupo de marineros se<br />
193
JOSEPH CONRAD<br />
a<strong>del</strong>antó a la zona de luz.<br />
-¿Por qué?... Yo te lo había dicho... ¡Si no da<br />
vergüenza!... Esto, por ejemplo, habría que arreglarlo<br />
hablando, insinuó Donkin desde la última fila. ¡Ya<br />
verás, Jimmy, tendrás tu merecido!, gritaron muchas<br />
voces juntas. Un marinero viejo se a<strong>del</strong>antó: Es<br />
decir, sir, preguntó con tono autoritario, ¿qué un<br />
muchacho enfermo no tendrá derecho de curarse en<br />
este barco?<br />
-Tras él, Donkin cuchicheaba rabiosamente entre<br />
una multitud indiferente a él.<br />
Allistoun sacudió el índice ante la faz curtida de<br />
su interlocutor:<br />
- Cállate, dijo a guisa de advertencia.<br />
- No hay nada, gritaron dos o tres de los jóvenes.<br />
-¿Se es una máquina?, preguntaba Donkin con<br />
tono tajante, escurriéndose bajo los codos de<br />
primera fila.<br />
-Ya le haremos ver que no somos grumetes.<br />
- Es un hombre como los demás, aunque sea<br />
<strong>negro</strong>.<br />
-¿Por qué vamos a maniobrar sin su ayuda? Si<br />
Bola de Nieve puede trabajar, que trabaje...<br />
- Eso, y si no la huelga, muchachos, la huelga...<br />
ese es el pepino.<br />
194
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
<strong>El</strong> capitán dijo con voz neta al oficial:<br />
- Calma, Mr. Creighton y permaneció dueño de sí<br />
entre el tumulto, escuchando con una atención<br />
profunda la mezcla de gruñidos y gritos agudos, cada<br />
apóstrofe y cada juramento.<br />
Alguien cerró de una patada la puerta de la<br />
cabina y la sombra llena de amenazantes murmullos<br />
saltó con un crujir seco sobre la raya de luz,<br />
convirtiendo a los hombres en sombras gesticulantes<br />
que gruñían, silbaban, reían con animación.<br />
Mr. Baker dijo a media voz:<br />
- Aléjese de ellos, sir.<br />
La alta figura de Mr. Creighton parecía proteger<br />
la frágil silueta <strong>del</strong> patrón.<br />
- Nos lo hacen ver de todos los colores, durante<br />
esta travesía, y este es el ramillete, gruñó una voz.<br />
-¿Es o no es un camarada?<br />
-¿Somos chicos de teta?<br />
-¡Vosotros no hagáis nada!<br />
Charley, transportado por su ardor, dio un<br />
estridente silbido y largó un:<br />
-¡Es nuestro Jimmy lo que queremos!<br />
La confusión pareció cambiar de tono. Surgió un<br />
nuevo estallido de discordante cólera, y comenzaron<br />
a reñir entre ellos:<br />
195
JOSEPH CONRAD<br />
-¡Sí!<br />
-¡No!<br />
¡Jamás ha estado enfermo!<br />
-¡Entonces pega!<br />
-¡Cállate el pico, zagal, esto es cosa de hombres!<br />
-¿Es posible?, se preguntó el capitán Allistoun<br />
con amargura.<br />
Mr. Baker gruñó:<br />
- Ahora se vuelven locos. Y hace un mes que esto<br />
se viene preparando.<br />
- Había notado, dijo el patrón.<br />
- Mírenlos, golpeándose entre ellos, dijo Mr.<br />
Creighton con desdén. Sería mejor que fuese a popa,<br />
sir. Nosotros los calmaremos.<br />
- Sangre fría, Creighton...<br />
Y los tres hombres se pusieron lentamente en<br />
marcha hacia la puerta de la cabina.<br />
Entre las sombras <strong>del</strong> obenque de proa una masa<br />
negra golpeaba los pies, rodaba, avanzaba o<br />
retrocedía. Se cambiaban palabras, reproches,<br />
alientos, desconfianzas, execraciones. Los más viejos<br />
gruñían en el desarrollo de su cólera la<br />
determinación de acabar con esto y aquello. Los<br />
espíritus avanzados de la joven escuela, exponían su<br />
disgusto y los de Jimmy en clamores confusos, y<br />
196
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
discutían entre ellos. Apretados en derredor de aquel<br />
despojo moribundo, justo emblema de sus<br />
aspiraciones y exhortándose unos a otros, pateaban<br />
en su sitio, afirmando que no se dejarían engañar.<br />
En el interior de la cabina, Belfast, ayudando a<br />
acostarse a Jimmy, se estremecía de ansia de no<br />
perder nada <strong>del</strong> escándalo, su fácil emoción,<br />
contenía las lágrimas a duras penas.<br />
-Te sostendremos, no temas, aseguraba pillando<br />
las mantas a los pies <strong>del</strong> <strong>negro</strong>.<br />
- Saldré mañana por la mañana... será preciso que<br />
vosotros, murmuraba Wait. Será preciso, nada de<br />
patrón que mande aquí...<br />
Levantó un brazo con gran trabajo y se colocó la<br />
mano en la cara.<br />
- No dejéis que el cocinero... sopló.<br />
- No, no dijo Belfast, volviéndose de espaldas a la<br />
cama. Ya verá lo que le pasa si viene...<br />
- Le rompo el cogote, exclamó débilmente James<br />
Wait en su paroxismo de débil rabia. Yo no quisiera<br />
matar a nadie, pero...<br />
Jadeaba muy fuerte, como un perro tras una larga<br />
carrera al sol. Alguien gritó afuera, cerca de la<br />
puerta:<br />
-¡<strong>El</strong> está mejor que cualquiera!<br />
197
JOSEPH CONRAD<br />
Belfast puso la mano en el picaporte.<br />
- Oye, llamó James Wait precipitadamente, con<br />
una voz tan clara que el otro giró con sobresalto.<br />
Extendido, <strong>negro</strong> y cadavérico, en la enceguecedora<br />
luz volvió la cabeza en la almohada. Sus ojos<br />
adjurativos e impúdicos contemplaban a Belfast.<br />
Estoy un poco débil de tanto estar en la cama, dijo.<br />
Belfast asintió con la cabeza.<br />
- Pero me mejoro, insistió Wait.<br />
- Sí, ya me he fijado que estáis mejor desde hace<br />
un mes, respondió mirando al suelo. Y bien, ¿qué<br />
hay? gritó, y salió corriendo.<br />
Inmediatamente fue arrojado contra el tabique de<br />
la toldilla, por dos hombres que lo zarandearon. Una<br />
marejada de disputas pareció envolverle. Se<br />
desentrañó y pudo ver en la sombra tres figuras<br />
aisladas, bajo el arco de la gran vela que subía sobre<br />
sus cabezas como la muralla convexa de un alto<br />
edificio.<br />
Donkin silbaba:<br />
-¡Tirad, es de noche!<br />
<strong>El</strong> grupo se retiró hacia popa; después se detuvo<br />
de golpe. Donkin, ágil y flaco, pasó rozando el suelo;<br />
su brazo derecho describió un molinete, después<br />
hizo alto súbitamente, con los dedos rígidos<br />
198
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
extendidos hacia el cielo.<br />
Se oyó partir, dando vueltas, un objeto pesado,<br />
que voló entre la cabeza de los dos oficiales a lo<br />
largo de la cubierta, golpeó en el cuadro y se detuvo<br />
con un choque recio y sordo. La figura de Mr. Baker<br />
se diseñó pesada y fuerte.<br />
-¡Perdéis el sentido!, dijo, marchando hacia el<br />
grupo estacionado.<br />
-¡Vuelva, Mr. Baker!, ordenó el patrón con voz<br />
tranquila.<br />
<strong>El</strong> segundo obedeció de mala gana. Hubo un<br />
momento de silencio; luego estalló una zarabanda<br />
ensordecedora. Más alta que todas, la voz de Archie<br />
afirmaba enérgica:<br />
-¡Si vuelves a hacerlo, digo que eres tú!<br />
-¡Detente!<br />
-¡Deja eso!<br />
-¡No es eso lo que queremos!<br />
<strong>El</strong> racimo humano de formas negras osciló hacia<br />
los parapetos de las velas y volvió luego hacia la<br />
toldilla. Sombras vagas titubeaban, caían, se alzaban<br />
de golpe. Oíase ruido de hierros.<br />
-¡Larga eso!<br />
-¡Dejadme!<br />
-¡No!<br />
199
JOSEPH CONRAD<br />
-¡Condenado!... Después, bofetadas, pedazos de<br />
hierro cayendo a cubierta, luchas breves, mientras la<br />
sombra de un cuerpo cortó el gran cuadro; con su<br />
marcha rápida y oblicua, ante la sombra de un<br />
puntapié. Una voz que lloraba de rabia, vomitó un<br />
torrente de innobles injurias.<br />
- Ahora, hasta nos tiran cosas... gruñó Mr. Baker<br />
desorientado.<br />
- Es a mi intención, dijo el capitán<br />
tranquilamente. ¿Qué era? ¿Un gancho de hierro?<br />
He sentido el aire en la oreja.<br />
-¡Diablos!, dijo Mr. Creighton.<br />
La voz confusa de los marineros en medio <strong>del</strong><br />
barco se mezclaba al golpeteo de las olas, ascendía<br />
hacia las velas mudas y distendidas, parecía<br />
desbordar hasta más allá <strong>del</strong> horizonte y <strong>del</strong> cielo.<br />
Las estrellas brillaban sin desfallecer sobre los<br />
mástiles inclinados. Estrías de luz rayaban el agua<br />
dividida por el entrenave en marcha, y el barco<br />
temblaba como de miedo al rumoroso mar.<br />
- De tiempo en tiempo, curioso de saber qué<br />
pasaba, el timonel abandonaba la rueda, y curvado<br />
en dos, corría a largos pasos amortiguados hasta el<br />
frontón de la toldilla. <strong>El</strong> “<strong>Narciso</strong>”, abandonado a<br />
sí mimo, se volvió suavemente a barlovento, sin que<br />
200
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
nadie lo advirtiera. Rodó ligeramente; después, las<br />
velas adormecidas se despertaron de pronto y<br />
golpearon los mástiles todas juntas, con un<br />
poderoso choque luego, se hincharon una tras otra<br />
en una rápida sucesión de detonaciones sonoras que<br />
caían de lo alto de las berlingas, hasta que la última,<br />
la gran vela, bombeándose violentamente con el<br />
ruido de un cañonazo, hizo temblar al barco de la<br />
perilla a la quilla. Las velas continuaban crepitando,<br />
como una salva de mosquetería; las escotas de<br />
cadena y los nudos atados tintineaban arriba en<br />
repiqueteo de carrillón. Gemían las poleas.<br />
Hubiérase dicho que una mano invisible sacudía<br />
furiosamente al barco, como para recordar a los<br />
hombres que le poblaban el sentido de la realidad,<br />
de la vigilancia y <strong>del</strong> deber.<br />
-¡<strong>El</strong> timón al viento!, mandó el capitán. Vaya a<br />
popa, Mr. Creighton, a ver qué pasa.<br />
-¡Bajad los foques!, gruñó Mr. Baker. ¡Ayudad las<br />
brazas!<br />
Sorprendidos, los hombres corrían prestamente,<br />
repitiendo las órdenes. <strong>El</strong> cuarto relevado, separado<br />
<strong>del</strong> cuarto de guardia, fue hacia el alcázar de proa<br />
por grupos de dos y tres hombres, en una gritería de<br />
discusiones ardientes.<br />
201
JOSEPH CONRAD<br />
-¡Ya verán mañana!, gritó una gruesa voz, como<br />
para cubrir con una amenaza una retirada sin gloria.<br />
Después, sólo las órdenes, las caídas de los rollos<br />
de cuerdas, el chirrear de las poleas.<br />
La cabeza blanca de Singleton revoloteaba de<br />
aquí para allá, en cubierta, como un pájaro fantasma.<br />
-Ya está, sir, bocineó Mr. Creighton desde popa.<br />
-¡All right!<br />
- Llevad las escuchas de foque, despacito.<br />
Levantad los manubrios, decía Mr. Baker atareado.<br />
Poco a poco se extinguieron los ruidos de pasos,<br />
de voces confusas y coloquios y los oficiales<br />
reunidos en popa discutieron los acontecimientos.<br />
Mr. Baker gruñía en el desarrollo de su pensamiento.<br />
Mr. Creighton rabiaba a pesar de su sangre fría<br />
aparente; pero el capitán Allistoun permanecía<br />
tranquilo y reflexivo. Escuchaba la dialéctica<br />
mezclada de gruñidos de Mr. Baker, mientras sus<br />
ojos fijos sobre cubierta sopesaban la cabilla de<br />
bronce que acababa de errar su cabeza, hacía un<br />
momento, como si en aquello residiera el único<br />
hecho tangible de toda la transacción. Era uno de<br />
esos comandantes que hablan poco, parecen no oír<br />
nada, ni mirar a nadie, y que lo saben todo, oyen el<br />
menor murmullo, disciernen cada sombra fugitiva de<br />
202
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
la vida y de su barco.<br />
La alta estatura de los oficiales dominaba su<br />
magra y corta silueta; se hablaban por sobre su<br />
cabeza, mostrando la turbación de su sorpresa, de su<br />
cólera, mientras que, entre ellos dos, un hombrecillo<br />
tranquilo, parecía sacar su serenidad taciturna de las<br />
profundidades de su vasta experiencia.<br />
Las luces ardían en el alcázar. De cuando en<br />
cuando una ráfaga de gritos y fanfarronadas barría la<br />
cubierta, mas pronto el vocerío perdíase en la noche,<br />
como si, inconscientemente, el barco deslizándose a<br />
través de la gran paz <strong>del</strong> mar dejara tras sí, para<br />
siempre, toda la locura y todo el rencor de la<br />
turbulenta humanidad.<br />
Pero recomenzaban a intervalos; gesticulaban,<br />
agitaban los brazos, babeantes de ira y mostrando,<br />
por la puerta iluminada, los <strong>negro</strong>s puños<br />
amenazadores.<br />
- Sí, convino el patrón, es odioso tener que sufrir<br />
semejante escándalo, sin provocación alguna.<br />
Un tumulto de gruñidos subió hacia la luz y cesó<br />
de pronto... No creía que aquello se agravara por el<br />
momento.<br />
<strong>El</strong> choque de una campana se dejó oír en popa;<br />
otra respondió desde proa con voz más grave y el<br />
203
JOSEPH CONRAD<br />
clamor <strong>del</strong> sonoro metal se extendió alrededor <strong>del</strong><br />
barco en un círculo de amplias vibraciones.<br />
¡Los conocía, sí! Después de tantos años...<br />
Otra clase de tripulaciones que esta, verdaderos<br />
hombres con quienes contar en los malos<br />
momentos, peores que demonios a veces, peores<br />
que todos los demonios <strong>del</strong> infierno... Pts.. ¿Esto?<br />
¡Nada! “Su maldita ferretería me ha errado por una<br />
pulgada al menos”, pensó.<br />
<strong>El</strong> timón se relevó como de costumbre.<br />
-¡Lleno y listo!, dijo muy alto el que partía.<br />
-¡Lleno y listo!, repitió el otro empuñando las<br />
manillas.<br />
- Es a ese viento de proa a lo que yo atiendo,<br />
gritó el patrón golpeando con el pie bajo el peso de<br />
una súbita cólera. ¡Viento de proa! ¿Todo lo demás,<br />
que importaba?<br />
Un segundo le devolvió la calma.<br />
- Vigílenlos esta noche, señores, que sientan que<br />
se les guarda en la mano... suavemente, se entiende...<br />
Usted, Mr. Creighton, cuidado con los juegos de<br />
puño. Mañana les hablaré como un tío de Holanda<br />
¡montón de quincalla! Podría contar los verdaderos<br />
marinos que hay entre ellos con los dedos de una<br />
sola mano.<br />
204
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
Se detuvo.<br />
-¿Usted ha creído que yo me equivocaba, parece,<br />
Mr. Baker?<br />
Se golpeó la frente con el dedo y sonrió.<br />
- Cuando lo he visto de pie allí, muerto a medias,<br />
con las tripas torcidas de miedo... <strong>negro</strong> entre los<br />
otros que abrían la boca mirándolo, sin fuerza para<br />
hacer frente a lo que nos espera a todos... me ha<br />
venido la idea de golpe... sin tiempo para<br />
reflexionarlo. Lo compadezco como, se compadece<br />
a un animal enfermó... Y he pensado que es mejor<br />
dejarlo acabar a su manera... Uno tiene sus<br />
impulsos... Jamás se me hubiera ocurrido que esos<br />
idiotas... En fin; asunto acabado. Ciertamente.<br />
Metió el pedazo de bronce en el bolsillo,<br />
avergonzado de esa expansión. Después, perentorio:<br />
- Si pillan ustedes a Podmore en sus ejercicios<br />
díganle que le haré meter bajo la bomba. Ya lo tuve<br />
que hacer, cierta vez. <strong>El</strong> hombre tiene crisis que se<br />
presentan de cuando en cuando... Buen cocinero,<br />
con todo.<br />
Se alejó rápidamente hacia la lumbrera. Los dos<br />
segundos le contemplaron estupefactos, a la luz de<br />
las estrellas. <strong>El</strong> descendió tres escalones, se detuvo, y<br />
habló con la cabeza a la altura de cubierta:<br />
205
JOSEPH CONRAD<br />
- No me voy a acostar esta noche, llámeme si...<br />
¿Ha visto usted los ojos de ese pobre <strong>negro</strong>, Mr.<br />
Baker? Parecía suplicarme... ¿qué? No hay nada que<br />
hacer... ¡infeliz! Solo en medio de todos nosotros,<br />
mirándome como si hubiese visto el infierno con<br />
todos sus demonios... ¡Miserable de Podmore, vea<br />
usted! Que muera en paz, al menos. Yo soy el amo<br />
aquí, después de todo. Digo lo que me place. Que se<br />
quede donde está... Y eso habrá sido quizá casi un<br />
hombre... ¡Vele usted con cuidado!<br />
Desapareció en las profundidades <strong>del</strong> barco,<br />
dejando a sus dos segundos contemplándose uno al<br />
otro, más impresionados que si hubiesen visto a una<br />
estatua de piedra verter una lágrima sobre las<br />
incertidumbres de la vida y de la muerte.<br />
<strong>El</strong> alcázar de proa parecía más grande que una<br />
gran sala, envuelto en la neblina gris de las espirales<br />
de humo de las pipas.<br />
Entre las vigas <strong>del</strong> techo deteníase una pesada<br />
nube y las llamas de las lámparas, nimbadas de un<br />
halo, ardían muertas, privadas de rayos, en el centro<br />
de una aureola violeta.<br />
Coronas de humo denso, ondulaban en anchos<br />
jirones. Los hombres están echados por tierra,<br />
sentados en posturas negligentes, o bien en pié con<br />
206
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
una rodilla doblada y el hombro apoyado en el<br />
tabique. Los labios se movían, brillaban los ojos, y al<br />
agitar los brazos abrían remolinos claros entre el<br />
humo.<br />
<strong>El</strong> murmullo de las voces parecía hacerse más<br />
compacto en lo alto, como incapaz de escapar<br />
rápidamente por las puertas estrechas. <strong>El</strong> cuarto de<br />
abajo, en camisa, y midiendo la habitación en<br />
pernetas, largas y blancas, parecía una manada de<br />
sonámbulos. Mientras que de tiempo en tiempo, uno<br />
<strong>del</strong> cuarto le arriba, entraba bruscamente,<br />
supervestido por contraste, escuchaba un segundo,<br />
echaba una rápida frase a la luz y se retiraba de<br />
nuevo; pero algunos permanecían cerca de la puerta<br />
como fascinados, con el oído atento a la cubierta.<br />
-¡Hay que mantenerse! ¡Hay que mantenerse,<br />
muchachos!, rugía Davis.<br />
Belfast trataba de hacerse entender. Knowles<br />
bromeaba cazurramente con aire asombrado. Uno,<br />
rechoncho, de espesa barba afeitada, preguntaba<br />
continuamente:<br />
-¿Quién tiene miedo? ¿Quién tiene miedo?<br />
Otro saltó sobre sus pica, fuera de al, lanzó un<br />
rosario de juramentos deshilvanados y se sentó<br />
tranquilamente. Dos discutían con familiaridad,<br />
207
JOSEPH CONRAD<br />
golpeándose el pecho por turno para apoyar sus<br />
argumentos. Otros tres, tocándose la frente de tan<br />
próximos, hablaban confidencialmente; era un<br />
tormentoso caos de discusiones, donde fragmentos<br />
ininteligibles flotaban zarandeados.<br />
Se oía:<br />
- Es mi último embarco...<br />
- ¿Y qué?<br />
- Dice que está mejor...<br />
- No importa...<br />
Donkin, un cuclillas contra el bauprés, las<br />
clavículas a la altura de las orejas, con su nariz<br />
ganchuda colgando hacia abajo, parecía un buitre<br />
enfermo, con las plumas revueltas.<br />
Belfast, con las piernas de aquí para allá, la cara<br />
roja en fuerza de gritar y los brazos levantados, se<br />
parecía a una cruz de Malta. En un rincón, los dos<br />
escandinavos, mudos y consternados, tenían el<br />
aspecto que se nota en los espectadores de un<br />
cataclismo. Y, más allá de la luz, Singleton, de pie en<br />
la humareda, monumental, con la cabeza alcanzando<br />
las vigas, semejaba la efigie de una estatua heroica en<br />
las sombras de una cripta. Dio un paso a<strong>del</strong>ante,<br />
imperturbable y vasto. <strong>El</strong> ruido cesó como se<br />
estrella una ola.<br />
208
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
Pero Belfast gritó aún, sacudiendo el aire con los<br />
brazos:<br />
-¡Os digo que se muere!<br />
Después, se sentó de golpe en el cuadro y se<br />
agarró la cabeza con las manos. Todos observaban a<br />
Singleton que se deslizaba desde los oscuros<br />
rincones de cubierta, volviendo las cabezas curiosas.<br />
Esperaban, ya tranquilos, como si aquel anciano<br />
que no miraba a nadie, poseyera <strong>del</strong> secreto de sus<br />
indignaciones y de sus turbados deseos, una visión<br />
más neta, un más claro deber. Y de pie en medio de<br />
ellos, tenía realmente el aspecto indiferente de un<br />
hombre que ha conocido multitudes de navíos, oído<br />
muchas voces semejantes, contemplado ya, todo lo<br />
que puede ocurrir sobre la extendida inmensidad de<br />
los mares. Oyeron su voz ronca en el pecho ancho,<br />
como si las palabras rodaran sobre sí mismas, en las<br />
profundidades de un áspero pasado.<br />
-¿Qué queréis hacer?, interrogó.<br />
Nadie respondió. Knowles balbuceaba:<br />
- Dua... Dua...<br />
Y otro dijo muy bajo:<br />
- Si no es vergonzoso...<br />
<strong>El</strong> esperaba; hizo un gesto despreciativo.<br />
-Yo he visto motines a bordo, cuando algunos de<br />
209
JOSEPH CONRAD<br />
vosotros no habíais nacido, dijo lentamente; los he<br />
visto, por cualquier cosa o por nada, pero nunca por<br />
algo parecido a esto...<br />
- Puesto que os he dicho que se muere, gimoteó<br />
lúgubremente Belfast, sentado a los pies de<br />
Singleton.<br />
-¡Y por un <strong>negro</strong>!... Yo los he visto morir como<br />
moscas.<br />
Se calló pensativo en el esfuerzo de recordar<br />
cosas siniestras... detalles horribles... hecatombes de<br />
<strong>negro</strong>s. Le miraban fascinados. Era lo bastante viejo<br />
para poder recordar los negreros, las mutilaciones<br />
sangrientas, los piratas quizá. ¿Quién podría decir a<br />
qué violencias y a qué terrores habría sobrevivido?<br />
-¿Qué vais a hacer?, continuó; es preciso que<br />
muera.<br />
Hizo una pausa; su bigote y su barba se agitaron.<br />
Mordía las palabras, murmuraba tras sus<br />
enmarañados pelos blancos, incomprensible y<br />
turbador como un oráculo tras sus velos.<br />
- Quedarse en tierra... hacerse el enfermo... En<br />
vez de eso... traernos ese viento de proa. Miedo... <strong>El</strong><br />
mar quiere su bien. Morirá a la vista de la tierra...<br />
siempre así.. ellos lo saben... largo viaje... más días,<br />
más libras... Quedaos tranquilos. ¿Qué os hace eso?<br />
210
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
No podéis nada.<br />
Pareció salir de un sueño.<br />
- Ni por vosotros ni por él. <strong>El</strong> patrón no es un<br />
tonto, tiene su idea; cuidado, os lo digo yo que le<br />
conozco.<br />
Con los ojos fijos ante sí, volvió la cabeza de<br />
derecha a izquierda como inspeccionando una larga<br />
fila de patrones astutos.<br />
- Ha dicho que me rompería la cabeza, gritó<br />
Donkin con tono desgarrador.<br />
Singleton dirigió la vista al suelo con aire de<br />
atención intrigada, como si no pudiese descubrirle.<br />
-¡Vete al diablo!, dijo renunciando.<br />
Emanaba de una inefable sabiduría, la<br />
indiferencia dura, el helado aliento de la resignación.<br />
A su alrededor el auditorio sentíase en cierto modo<br />
completamente esclarecido por la decepción misma;<br />
y hacían los gestos de comodidad despreocupada de<br />
los seres aptos para discernir el aspecto irremediable<br />
de sus existencias. <strong>El</strong>, profundo de inconsciente<br />
sabiduría, esbozó un movimiento con su brazo y<br />
salió a cubierta sin una sola palabra más.<br />
Belfast se abrumaba en profundas reflexiones,<br />
con los ojos redondos. Uno o dos marineros se<br />
levantaron, trepando a las camas altas y una vez<br />
211
JOSEPH CONRAD<br />
arriba suspiraron; otros se hundían de cabeza en las<br />
literas de pie plano, muy ligero, dándose vuelta<br />
inmediatamente, como una bestia, reintegrándose a<br />
su cueva.<br />
Crujía el raspar de un cuchillo arrancando la<br />
arcilla quemada. Knowles se reía.<br />
Davis dijo con tono de convicción ardiente:<br />
- Entonces, es que el patrón sabe lo que hace.<br />
Archie gruñó:<br />
- Bueno, y se acabó la historia.<br />
- Sí, y la mitad de nuestro cuarto de descanso<br />
perdido de puro gusto, gritó Knowles con tono de<br />
alarma.<br />
Después, reflexionando:<br />
- De todos modos, aún hay dos horas para<br />
dormir; más vale algo que nada, observó, presto<br />
consolado.<br />
Algunos trataban ya de dormir, y Charley,<br />
haciéndolo a pierna suelta, balbuceó algunas<br />
palabras arbitrarias con voz blanca.<br />
- Este condenado chico tiene lombrices, comentó<br />
doctamente Knowles bajo sus mantas.<br />
Belfast se levantó y se aproximó a Archie.<br />
- Fuimos nosotros quienes lo sacamos de su<br />
turno, ¿te acuerdas?, murmuró.<br />
212
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
-¿A quién?, preguntó el otro con humor en su<br />
semisueño.<br />
-Y pronto seremos nosotros mismos los que<br />
tendremos que balancearlo en el mar, continuó<br />
Belfast. Su labio inferior temblaba.<br />
-¿Balancear a quién?, dijo Archie.<br />
- Al pobre Jimmy.<br />
-¡Nos molesta!, repuso Archie brutalmente, sin<br />
convicción y metiéndose bajo las ropas. Todo pasa<br />
por su culpa y sin mí se hubieran asesinado hoy<br />
unos a otros aquí.<br />
- No es él, argumentó Belfast a media voz.<br />
- Yo lo he metido en la cama y te digo que no<br />
pesa más que un barril de conservas vacío, añadió<br />
con lágrimas.<br />
Archie lo miró de frente y se volvió hacia el muro<br />
con resolución. Belfast comenzó a errar por el<br />
alcázar mal iluminado como hombre que ha perdido<br />
su ruta. Pasó sobre Donkin, lo miró y dijo:<br />
-¿No te acuestas?<br />
Donkin levantó la cabeza en el colmo de la<br />
desesperación...<br />
- Ese puerco, hijo de ratero escocés me ha<br />
encajado una patada, gritó desde abajo con tono de<br />
desolación irreparable.<br />
213
JOSEPH CONRAD<br />
-Y ha hecho bien, coroló Belfast siempre<br />
deprimido. Tú has rozado la horca esta noche....<br />
ándate a jugar estos juegos... pero no alrededor de<br />
mi Jimmy; tú no lo has sacado de su turno. Abre el<br />
ojo, porque tengo idea que yo también te haré dar<br />
unas vueltas, se animaba, y si me meto... será a lo<br />
yankee, para romperte algo.<br />
Rozó ligeramente con el dorso de la mano lo alto<br />
<strong>del</strong> cráneo inclinado: Ten cuidado muchacho,<br />
concluyó con buen humor.<br />
¿Es que me venderéis?, preguntó con inquietud<br />
dolorosa.<br />
-¿Qué cosa... vender?, silbó Belfast retrocediendo<br />
un paso, te aplastaría ahora la nariz si no tuviese que<br />
cuidar a mi Jimmy. ¡Por quién nos tomas!<br />
Donkin se levantó y siguió con la vista la espalda<br />
de Belfast que desaparecía a empujones por la puerta<br />
entreabierta.<br />
En todas partes los hombres invisibles dormían y<br />
él, parecía sacar audacia y furor de la infinita paz que<br />
le rodeaba. Venenoso y escuálido en su traje de<br />
deshecho, con los ojos brillantes errando en torno<br />
suyo, como buscando algo que destrozar, sentía<br />
saltarle el corazón locamente en el pecho angosto:<br />
¡Dormían! Le hacían falta cuellos que retorcer, ojos<br />
214
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
que saltar con las uñas, caras que arañar. Sacudía un<br />
sucio par de puños huesosos hacia los pabilos<br />
quemados.<br />
- No sois hombres, gritó.<br />
- No se movió nadie.<br />
- No tenéis el coraje de un ratón. Su voz subía de<br />
tono, enronquecida. Wamibo sacó una cabeza<br />
alborotada y lo miró con ojos de loco.<br />
- Sois basura de barco, os he de ver podridos a<br />
todos antes de estar muertos.<br />
Wamibo parpadeaba sin comprender pero<br />
interesado. Donkin, sentándose pesadamente<br />
soplaba con fuerza a través de las narices<br />
estremecidas, chirreando y castañeteando los<br />
dientes, y, con la barba incrustada en el pecho,<br />
parecía cavar en su carne viva para extinguir su<br />
perverso, corazón...<br />
Aquella mañana, el “<strong>Narciso</strong>”, al alba de un<br />
nuevo día de su vida vagabunda, revistió un aspecto<br />
de suntuosa frescura, como la tierra en días de<br />
primavera. Las lavadas cubiertas, relucían, largas,<br />
espaciosas y claras. <strong>El</strong> sol oblicuo arrancaba a los<br />
cobres amarillos, una salpicadura de chispas,<br />
dardeando con sus rayos las pulidas barras: y las aisladas<br />
gotas de agua de mar olvidadas a lo largo de la<br />
215
JOSEPH CONRAD<br />
batayola, eran tan límpidas como las gotas <strong>del</strong> rocío<br />
y brillaban más que diamantes esparcidos. Las velas<br />
dormían mecidas por una brisa dulce. <strong>El</strong> sol subía<br />
solitario y espléndido en el cielo azul, viendo<br />
deslizarse un barco solitario por el mar azul.<br />
Los hombres se apretaban en tres hileras, bajo el<br />
gran mástil, ante la cabina <strong>del</strong> comandante. Se<br />
balanceaban: tenían expresiones indecisas, rastros<br />
pesados. A cada ligero movimiento, Knowles se<br />
inclinaba bruscamente <strong>del</strong> lado de la pierna corta;<br />
Donkin, detrás de todos, inquieto, y sobre aviso<br />
como un individuo que espera una emboscada,<br />
trataba de ocultarse.<br />
<strong>El</strong> capitán Allistoun salió de pronto. Marchó a lo<br />
largo <strong>del</strong> grupo. Era gris, flaco, alerta, rapado, bajo<br />
el sol, y duro como un diamante. Tenía la mano<br />
derecha en el bolsillo de su casaca, que acusaba <strong>del</strong><br />
mismo lado un objeto pesado. Uno de los marineros<br />
gargareó con solemnidad...<br />
-Yo no os he encontrado aún en falta, dijo el<br />
patrón deteniéndose de pronto. Les enfrentaba, y su<br />
4escrutadora mirada, parecía fijarse a la vez en cada<br />
uno de los veinte pares de ojos posados sobre los<br />
suyos. Tras él, el pesado Mr. Baker gruñía desde el<br />
fondo de su cuello de toro. Mr. Creighton, fresco y<br />
216
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
rozagante, con las mejillas color rosa, tenía un aire<br />
resuelto, presto a cualquier acontecimiento.<br />
- No me quejo de vosotros por el momento,<br />
continuó el patrón, pero yo estoy aquí para conducir<br />
este barco y para que cada marinero a bordo haga<br />
cumplidamente su trabajo. Si vosotros conocierais<br />
vuestro deber como yo conozco el mío, no habría<br />
desórdenes. Os habéis pasado la noche amenazando<br />
con que ya veríamos mañana. ¿Y bien? aquí estoy<br />
¿qué queréis?<br />
Esperaba paseándose a rápidos trancos. Los otros<br />
se bamboleaban en un pie o en otro; algunos<br />
echándose atrás los bonetes se rascaban la cabeza.<br />
¿Qué querían? Habían olvidado a Jimmy; solo en<br />
proa, en su cabina, luchando contra grandes<br />
sombras, sujeto a impúdicas mentiras y sonriendo al<br />
fin de su transparente, impostura. No, nada de<br />
Jimmy; no se le habría olvidado más, aunque<br />
estuviese muerto. Querían grandes cosas... y de<br />
pronto, todas las simples palabras que conocían, les<br />
parecieron perdidas, sin recurso en la inmensidad <strong>del</strong><br />
abrasador y vago deseo.<br />
Sabían que querían pero no encontraban cómo<br />
decirlo. Patearon en su sitio, balanceaban sus brazos<br />
musculosos, sus gruesas manos donde el alquitrán<br />
217
JOSEPH CONRAD<br />
bruñía los dedos deformados. <strong>El</strong> murmullo expiró.<br />
- Qué es ¿la comida?, preguntó el patrón, ya<br />
sabéis que la mitad de los víveres se perdió al pasar<br />
el cabo.<br />
Sobrevino un ofendido silencio. Lo sabemos sir,<br />
dijo un viejo oso barbudo.<br />
-¿Demasiado trabajo? ¿Por encima de vuestras<br />
fuerzas?, preguntó aún.<br />
Nosotros no queremos carecer de mundo, sir, y<br />
ese <strong>negro</strong>... comenzó Davis.<br />
-Basta, gritó el patrón. Permaneció un momento<br />
quieto, escudriñándoles; después, yendo<br />
agitadamente de nuevo de un lado a otro, comenzó<br />
a decirles fríamente con estallidos violentos,<br />
cortantes como la helada brisa de los glaciales mares<br />
que habían conocido su juventud: ¿Deciros lo que<br />
pasa? ¡Demasiado grande para vuestras botas!<br />
Vosotros os creéis asombrosos, conocéis la<br />
obligación a medias y hacéis a medias vuestro<br />
trabajo. ¡Y os parece mucho! Si hicierais diez veces<br />
mas, todavía no sería mucho!<br />
- Lo hacemos lo mejor que uno puede, gritó una<br />
voz sacudida de desesperación.<br />
-¡Lo mejor que podéis! Os dicen lindas cosas en<br />
tierra ¿verdad? Pero no os dicen que vuestro mejor<br />
218
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
no vale dos pitos... Yo sí os lo digo, vuestro mejor<br />
es menos que nada. ¿No podía hacer más? No, ya lo<br />
sé; basta, estoy harto.<br />
Amenazó con el dedo a la tripulación. En cuanto<br />
a ese hombre, levantó la voz, en cuanto a ese<br />
hombre, si saca la nariz a cubierta sin mi permiso, lo<br />
hago sujetar con cadenas.<br />
<strong>El</strong> cocinero le oyó desde proa, salió corriendo<br />
de la cocina con los brazos levantados al cielo,<br />
horrorizado, espantado no creyendo a sus oídos, y<br />
entró de nuevo. Hubo un momento de profundo<br />
silencio durante el cual un marinero de piernas<br />
arqueadas, apartándose gargajeó con decoro en el<br />
imbornal.<br />
Hay otra cosa, dijo el patrón, Esto:<br />
Dio un paso rápido y con un blando movimiento<br />
sacó la cabilla de hierro. <strong>El</strong> gesto, fue tan rápido que<br />
los <strong>del</strong> grupo retrocedieron. Les miraba fijamente y<br />
algunos rostros tomaron una expresión de asombro<br />
como si no hubiesen visto aquello jamas antes de<br />
ahora.<br />
<strong>El</strong> capitán lo levantó: Esto es asunto mío, yo no<br />
pregunto, pero vosotros sabéis lo que quiero decir;<br />
es necesario que esto vuelva a aquel <strong>del</strong> cual vino.<br />
Sus ojos se iluminaron de cólera. <strong>El</strong> grupo se<br />
219
JOSEPH CONRAD<br />
estremecía de malestar, apartaban los ojos de la<br />
cabilla; un embarazo una vergüenza les turbaba,<br />
como ante un objeto repugnante o escandaloso que<br />
chocara la <strong>del</strong>icadeza más vulgar y prohibido por la<br />
decencia, de mostrarse a pleno día. <strong>El</strong> patrón<br />
observaba atentamente:<br />
- Donkin, dijo con tono incisivo.<br />
Donkin se escondía tras uno u otro, pero ellos,<br />
mirando por encima <strong>del</strong> hombro se apartaban. Las<br />
filas abríanse ante él, y cerrábanse detrás, hasta que<br />
al fin apareció sólo ante el patrón como si hubiese<br />
surgido de la cubierta misma. <strong>El</strong> capitán Allistoun se<br />
aproximó. Tenían ambos la misma talla, el patrón le<br />
envolvió con la mirada terrible de sus pequeños ojos<br />
relucientes. Donkin parpadeaba.<br />
-¿Conoces esto?<br />
- No, no lo conozco, respondió titubeando pero<br />
descarado.<br />
- Eres; un perro. Tómalo, ordenó el patrón. Los<br />
brazos de Donkin parecían encolados a los muslos;<br />
permanecía con los ojos a quince pasos, como<br />
empatado en la parada.<br />
- Cójelo, repitió el patrón aproximándose un<br />
paso; sus alientos rozaban los rostros.<br />
- Cójelo, dijo aún el capitán con gesto de<br />
220
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
amenaza.<br />
Donkin se arrancó un brazo <strong>del</strong> flanco contra el<br />
cual lo apretaba.<br />
-¿Por qué me provoca?, murmuró con esfuerzo<br />
como si tuviera la boca llena de papilla.<br />
- Sino te reprimes... comenzó el patrón.<br />
- Donkin asió la cabeza como si fuera a huir, pero<br />
se quedó en su sitio teniéndola como un cirio.<br />
- Vuélvelo al sitio de donde lo sacaste, dijo el<br />
capitán con tono airado.<br />
Donkin retrocedió con los ojos desencajados.<br />
- Anda, pillo, o te ayudaré yo, gritó Mr. Baker,<br />
forzándolo a batirse en retirada, lentamente, ante<br />
una avanzada amenazante.<br />
- Se detuvo, trató de preservar su cabeza con el<br />
peligroso instrumento, en su puño levantado. Mr.<br />
Baker cesó de gruñir un momento.<br />
-¡Bien! “by Jove”, murmuró Mr. Creighton, con<br />
tono de conocedor.<br />
-¡No me toque!, gritó Donkin con fatiga.<br />
-Vete entonces. Ligero<br />
- No me toque o lo denuncio a la justicia.<br />
<strong>El</strong> capitán Allistoun dio un paso y Donkin y<br />
volviendo la espalda, corrió metros, después, se<br />
detuvo y por encima <strong>del</strong> hombro mostró los dientes<br />
221
JOSEPH CONRAD<br />
amarillos.<br />
- Más lejos, obenques de proa, mandó el capitán<br />
con el brazo extendido.<br />
-¿Vais a dejar que me castiguen así?, gritó Donkin<br />
a la tripulación taciturna que le observaba.<br />
<strong>El</strong> capitán marchó resueltamente hacia él. Escapó<br />
de nuevo de un bote, se hundió entre los obenques y<br />
se colocó violentamente la cabilla en su agujero.<br />
- Esto no acaba aquí, ya tendré mi desquite, gritó<br />
a todo el barco; después se eclipsó tras el mástil de<br />
mesana.<br />
<strong>El</strong> capitán Allistoun, dio media vuelta y se dirigió<br />
a popa, las facciones perfectamente tranquilas, como<br />
si hubiera olvidado ya el episodio. Los hombres se<br />
separan ante él, y no mira a nadie.<br />
- Esto bastará Mr. Baker. Haga descender el<br />
cuarto, dijo con calma. Y vosotros marineros,<br />
procurad marchar derechos en el futuro, añadió con<br />
voz igual. Siguió durante uno instantes, con<br />
pensativa mirada a la espalda de la tripulación que se<br />
alejaba impresionada.<br />
-¡La comida, mayordomo!, exclamó con tono<br />
aliviado, por la puerta <strong>del</strong> cuadro.<br />
- Me ha impresionado ¡uf! verle dar la cabilla a ese<br />
buena pieza, sir, observó Mr. Baker, hubiera podido<br />
222
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
partirle... prr... por la cabeza como una cáscara de<br />
huevo.<br />
-¡Oh, eso!, murmuró el patrón con el espíritu<br />
ausente. Extraños muchachos, continuó a media<br />
voz. La cuestión es tener aplomo. Sin embargo<br />
nunca puede decirse, en el día de hoy...<br />
Hace años, yo era joven entonces, durante un<br />
viaje a China, tuve una revuelta. Revuelta abierta,<br />
Baker. Eran sin embargo otros hombres. Yo sabía lo<br />
qué querían: cambalachear la mercadería y llegar a<br />
los vinos. Muy simple. Los encerramos durante<br />
cuarenta y ocho horas y cuando tuvieron su cuenta...<br />
como corderitos. Buena tripulación. Espléndida<br />
travesía. Como no se hace otra.<br />
Miraba al aire, en la dirección <strong>del</strong> vergas.<br />
-Viento de bolina, un día tras otro, dijo<br />
amargamente. ¿No tendremos nunca brisa favorable,<br />
este viaje?<br />
- Servido, Sir, dijo el mayordomo, apareciendo<br />
ante ellos como por magia, con una servilleta sucia<br />
en la mano.<br />
- Ah muy bien. Vamos, Mr. Baker; se ha hecho<br />
tarde con todas estas tonterías.<br />
223
JOSEPH CONRAD<br />
Una pesada atmósfera de opresora quietud<br />
invadía el barco. A la siesta, los hombres erraban,<br />
lavando sus bacacés y tendiéndolos a secar a las<br />
ráfagas poco prósperas, con una languidez<br />
meditativa de filósofos desengañados. Se hablaba<br />
poco. <strong>El</strong> problema de la vida, parecía demasiado<br />
vasto para los límites estrechos <strong>del</strong> lenguaje humano,<br />
y de común acuerdo, se recurría, para resolverlo, al<br />
gran mar que, desde el comienzo, lo había envuelto<br />
en su inmenso abrazo; al mar que todo lo sabe y<br />
revelaría a su hora, infaliblemente, a cada uno, la<br />
sabiduría escondida en todos los errores, la certeza<br />
agazapada en todas las dudas, el reino de la paz y la<br />
seguridad floreciendo más allá de las fronteras <strong>del</strong><br />
miedo y <strong>del</strong> dolor. En la confusa corriente de los<br />
pensamientos impotentes que se creaba y se movía<br />
224<br />
V
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
entre los hombres reunidos, emergía Jimmy,<br />
abriendo la superficie, forzando la atención, como<br />
una negra boya encadenada al fondo de un estuario<br />
fangoso. La mentira triunfaba. Triunfaba por la<br />
fuerza de la duda, de la idiotez, de la piedad, <strong>del</strong><br />
falso sentimiento. Nos impusimos el deber de acabar<br />
aquel triunfo por compasión e inconsciencia.<br />
Le obstinación de Jimmy en su actitud<br />
simuladora, ante la inevitable verdad, tomaba<br />
proporciones de colosal enigma, de manifestación<br />
grandiosa a fuerza de incomprensibilidad, forzando<br />
por momentos, un respeto maravillado, y para<br />
muchos, tenía también algo exquisitamente<br />
extravagante, el engañarlo así, hasta el final de su<br />
propia impostura. Su desconocimiento inopinado de<br />
la única verdad de la que todos, día a día, podemos<br />
convencernos, era tan turbadora como la extinción<br />
de una ley de la naturaleza. Se engañaba tan<br />
totalmente, que uno no podía librarse de sospecharle<br />
el acceso de algún saber sobrehumano. Era absurdo<br />
hasta el punto de parecer inspirado. Aparecía único<br />
y dotado de esa fascinación que sólo puede ejercer<br />
un ser fuera de la humanidad: sus degeneraciones,<br />
parecía echárselas ya, <strong>del</strong> otro lado de la fatal<br />
frontera. Se volvía inmaterial, como una aparición;<br />
225
JOSEPH CONRAD<br />
sus pómulos salían, la frente se aplastaba; el rostro se<br />
volvía hueco, manchado de sombras; y descarnada,<br />
la cabeza parecía un <strong>negro</strong> cráneo exhumado, en<br />
cuyas órbitas rodaran dos bolas móviles de plata.<br />
Nos desmoralizaba. Por su causa nos humanizamos,<br />
hasta el refinamiento, nos volvimos sensibles,<br />
complejos, decadentes hasta el exceso;<br />
comprendíamos la causa de sus disgustos,<br />
participábamos de sus repulsiones, de sus antipatías,<br />
de sus inquietudes, de sus farsas, como si<br />
sufriéramos de una civilización demasiado avanzada,<br />
ya podrida, sin puntos de partida, desde entonces,<br />
sobre el sentido de la vida. Teníamos el aire de<br />
iniciados en infames misterios; con gestos<br />
profundos de conspiradores, cambiábamos miradas<br />
llenas de cosas, palabras breves y significativas.<br />
¡Eramos inexplicablemente viles y estabamos<br />
satisfechos de nosotros mismos! Lo nombrábamos<br />
con gravedad, con emoción, con unción como si<br />
ejecutáramos un turno de pasapasa moral con vistas<br />
a una recompensa eterna.<br />
Respondíamos a sus más extravagantes<br />
aserciones, con un coro afirmativo cómo si él<br />
hubiese sido un millonario, un guardia o un<br />
reformista y nosotros una corte de ambiciosos<br />
226
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
zopencos. Si nos arriesgábamos a poner en duda sus<br />
palabras, era a la manera de obsequiosos sicofantes,<br />
a fin de que su gloria fuese aún realzada por el<br />
halago de nuestro disentimiento. Influía en la moral<br />
de nuestro mundo como si hubiese tenido el poder<br />
de distribuir honores, tesoros o suplicios; ¡él que no<br />
podía darnos nada más que su desprecio! Este era<br />
inmenso; parecía agrandar incesantemente a medida<br />
que su cuerpo se demacraba bajo nuestros ojos. Era<br />
la única cosa suya, por mejor decir, que daba una<br />
impresión de perennidad y de vigor. <strong>El</strong>la hablaba<br />
siempre por la eterna mueca de sus labios <strong>negro</strong>s,<br />
nos espiaba a través de la insolencia de sus grandes<br />
ojos, abultados como los de un crustáceo. Lo<br />
velábamos vigilantes. Nada en él se movía sino eso,<br />
como si él mismo dudara de su aplomo. <strong>El</strong> menor<br />
gesto, podía revelarle, (no podía ser distinto) su<br />
debilidad física y causarle un choque mental.<br />
Economizaba sus movimientos. Extendido a lo<br />
largo, con el mentón sobre el embozo en una<br />
especie de inmovilidad artera y circunspecta, sólo<br />
sus ojos erraban sobre los rostros, sus desdeñosos,<br />
agudos y tristes ojos. Fue en esa época cuando la<br />
abnegación de Belfast, al mismo tiempo que su<br />
pugnacidad, merecieron todos los sufragios. Sus<br />
227
JOSEPH CONRAD<br />
ratos libres los pasaba en la cabina de Jimmy; lo<br />
cuidaba, lo entretenía; dulce como una mujer con la<br />
alegría tierna de un viejo filántropo, y una atenta<br />
sensibilidad frente a su <strong>negro</strong> capaz, de dar celos a<br />
un cumplido tratante en <strong>negro</strong>s. Pero fuera de allí se<br />
mostraba irascible, sujeto a explosiones de<br />
malhumor sombrío, desconfiado y cada día más<br />
brutal a medida que sus disgustos aumentaban. Se<br />
conservaba entre lágrimas y puñetazos: una lágrima<br />
para Jimmy y un puñetazo para cualquiera que<br />
pareciera separarse de una escrupulosa ortodoxia en<br />
la manera de encarar el caso de Jimmy. Nosotros no<br />
hablábamos más que de eso. Hasta los dos<br />
escandinavos discutían la situación, pero con qué<br />
opinión lo ignorábamos, pues, peleaban en su<br />
idioma. Belfast, sospechando alguna irreverencia se<br />
creía en el caso de provocarles. Los otros tomaron<br />
espanto a su truculencia y en a<strong>del</strong>ante vivieron entre<br />
nosotros idiotizados, como una pareja de mudos.<br />
Wamibo no hablaba jamás inteligiblemente, pero ya<br />
no sonreía y parecía estar menos al corriente <strong>del</strong><br />
asunto que el gato de abordo, en consecuencia<br />
estaba a salvo. Además habiendo formado parte de<br />
la falange de salvadores de Jimmy apartaba de sí<br />
toda sospecha. Archie, silencioso en genera pasaba a<br />
228
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
veces hasta una hora charlando con Jimmy<br />
tranquilamente, con aire de propietario. A todo<br />
momento <strong>del</strong> día, y frecuentemente de la noche,<br />
podía verse un hombre sentado sobre el cofre de<br />
Jimmy. Por la tarde de seis a ocho, la cabina estaba<br />
repleta, y con un grupo atento estacionado a la<br />
puerta. Todos miraban al <strong>negro</strong>. Este, se hartaba <strong>del</strong><br />
calor de nuestra solicitud. Sus ojos brillaban irónicos<br />
y con voz débil nos reprochaba nuestra cobardía: “Si<br />
me hubieseis mantenido, a estas horas estaría de<br />
pie”. Nosotros bajábamos la cabeza. “Sí, pero si<br />
creéis que voy a dejarme meter los hierros para<br />
divertiros, caray, no... Esto de estar así acostado me<br />
arruina la salud... Pero a vosotros ¿qué?. Nosotros<br />
nos poníamos más avergonzados que si aquello<br />
hubiese sido verdad. Su magnífico impudor lo barría<br />
todo. No hubiéramos osado revelarnos. Pero la<br />
verdad es que tampoco queríamos. Lo que<br />
queríamos era conservarle la vida hasta el puerto,<br />
hasta el fin <strong>del</strong> viaje.<br />
Singleton como de costumbre se mantenía<br />
apartado, pareciendo despreciar los insignificantes<br />
episodios de una existencia rendida. Una vez<br />
solamente, vino de improviso, e hizo un alto en el<br />
umbral. Examinó a Jimmy en profundo silencio<br />
229
JOSEPH CONRAD<br />
como si deseara unir esa negra imagen a la multitud<br />
de sombras que poblaban sus viejos recuerdos.<br />
Nosotros estábamos intranquilos y durante un largo<br />
rato, Singleton permaneció allí como si viniera a<br />
hacer una visita de ceremonia o a contemplar un<br />
hecho notable. James Wait estaba perfectamente<br />
inmóvil sin consciencia aparente de la mirada que lo<br />
escrutaba, detenida sobre él y llena de atención.<br />
Había una atmósfera de reñida justa. Teníamos la<br />
tensión interior de hombres que asisten a una lucha<br />
representada. Al fin Jimmy con visible aprensión<br />
volvió la cabeza en la almohada.<br />
-Buenas noches, dijo con tono conciliante.<br />
-¡Hum!, respondió el viejo marino bruscamente.<br />
Y continuó un momento contemplándolo con<br />
serena fijeza, y, súbitamente se fue. Durante mucho<br />
rato después de su salida, nadie levantó la voz en la<br />
cabina, aunque respiráramos más libremente, como<br />
cuando se ha escapado de un peligro. Todos<br />
conocíamos las ideas <strong>del</strong> viejo, respecto a Jimmy y<br />
ninguno osaba combatirlas.<br />
Nos inquietaban, nos apenaban y lo peor era que<br />
en su ma, quizá eran justas. Una sola vez hala<br />
condescendido a exponerlas sin resistencia, pero<br />
guardábamos su recuerdo. Dijo que Jimmy era la<br />
230
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
causa de los vientos de bolina. Los moribundos,<br />
mantuvo, viven hasta tener la tierra a vista, después<br />
mueren; Jimmy sabía que la tierra sacaría a su alma el<br />
último suspiro. ¿No pasaba eso en todos los barcos?<br />
¿No lo sabíamos nosotros? Añadió con tono de<br />
austero desdén: ¿Entonces que era lo que sabíamos?<br />
¿De qué íbamos a dudar?<br />
<strong>El</strong> deseo de Jimmy ayudado por nosotros y por<br />
los sortilegios de Wamibo (un finlandés ¿no es<br />
cierto? ¡Muy bien!) conspiraba para retardar la<br />
llegada <strong>del</strong> barco. Hacía falta ser zotes estúpidos<br />
para no darse cuenta. ¿Quién había oído nunca<br />
hablar de tal sucesión de calmas y de vientos<br />
contrarios? Aquello no era natural...<br />
No convinimos; era extraño. Nos sentíamos<br />
incómodos. La frase vulgar: “Más días más dólares”<br />
no nos reconfortaba ya como otras veces, porque<br />
los víveres se acababan. Muchos se habían<br />
inutilizado al doblar el cabo; estábamos a media<br />
ración de galleta. Habíamos acabado los frijoles, el<br />
azúcar y el té hacía tiempo. La carne en conserva iba<br />
a faltar. Teníamos mucho café pero muy poco agua<br />
para hacerlo. Nos apretamos los cinturones un ojal y<br />
seguimos raspando, lustrando y puliendo el barco<br />
desde la mañana hasta la noche. Tuvo pronto el aire<br />
231
JOSEPH CONRAD<br />
de salir de un estuche, pero el hambre habitaba en él.<br />
No completamente el hambre, pero vivo y continuo<br />
el apetito, que mide el puente y duerme en la cabina,<br />
atormentando las vigilias y angustiando los sueños.<br />
Mirábamos <strong>del</strong> lado <strong>del</strong> viento, en busca de un<br />
cambio. A toda hora <strong>del</strong> día y de la noche,<br />
cambiábamos de amura con la esperanza que el<br />
viento llegara de ese lado. Nada. <strong>El</strong> barco parecía<br />
haber olvidado su ruta natal, corría de costado, proa<br />
al noroeste; proa al este; de aquí para allá,<br />
inconsciente, semejante a un ser tímido al pie de un<br />
muro. A veces como rendido a morir, rodaba<br />
languideciendo en la marejada espesa de un mar sin<br />
espuma.<br />
A lo largo de los mástiles balanceados, las velas<br />
golpeaban furiosamente el silencio sofocante de la<br />
calma. Molidos, con el estómago vacío y la garganta<br />
seca, comenzamos a creer a Singleton<br />
permaneciendo fieles, a pesar de todo, a nuestra<br />
comedia frente a Jimmy. Le hablábamos con<br />
alusiones regocijadas, alegres cómplices de un astuto<br />
designio, pero los ojos iban hacia el oeste, sobre la<br />
batayola, en busca de un signo de esperanza, de un<br />
signo de viento favorable, aunque su primer soplo<br />
trajera la muerte para el recalcitrante Jimmy.<br />
232
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
¡Tiempo perdido! <strong>El</strong> universo entero conspiraba<br />
con James Wait Las brisas juguetonas se levantaron<br />
soplando nuevamente <strong>del</strong> norte; el cielo permanecía<br />
como una mancha; y rodeando nuestra fatiga el más<br />
resplandeciente tocado por la brisa, se ofrecía<br />
voluptuoso al gran sol como si hubiese olvidado<br />
nuestra existencia y nuestro temor.<br />
Donkin atisbaba el buen viento, como los otros.<br />
Nadie sabía que veneno guardaba en su<br />
pensamiento. Estaba enflaquecido, como devorado<br />
de rabia interiormente ante la injusticia de los<br />
hombres y de la suerte. Ignorado de todos, no<br />
hablaba a nadie, pero su odio por cada uno, saltaba a<br />
la vista. <strong>El</strong> cocinero le servía de único interlocutor.<br />
Había persuadido al justo de que él, Donkin, era un<br />
ser calumniado y perseguido. De común acuerdo,<br />
ambos deploraban la inmoralidad de la tripulación.<br />
No podían existir peores criminales que nosotros,<br />
cuyas mentiras se unían para precipitar el alma de un<br />
pobre <strong>negro</strong> ignorante a la perdición eterna.<br />
Podmore, preparaba lo que tenía que cocer. Lleno<br />
de remordimientos, ensombrecido por el<br />
pensamiento que aderezando el alimento a tales<br />
pecadores, ponía en peligro su propia salud. “En<br />
cuanto al capitán, hace siete años que navegamos<br />
233
JOSEPH CONRAD<br />
juntos, decía, y no hubiera creído posible que<br />
semejante hombre... lo que es de nosotros... Vea<br />
usted... no hay que darle vueltas... Su buen sentido<br />
trastocado en un instante... Herido en pleno<br />
orgullo... Caen pruebas <strong>del</strong> cielo...”<br />
Donkin, sentado morosamente en el cofre <strong>del</strong><br />
carbón, balanceaba las piernas asintiendo. Pagaba en<br />
moneda de acatamiento servil el privilegio de<br />
sentarse en la cocina; aquel escándalo lo<br />
descorazonaba; compartía la opinión <strong>del</strong> cocinero;<br />
le faltaban palabras lo bastante severas para calificar<br />
nuestra conducta, y cuando en el calor de la<br />
reprobación se le escapaba un juramento. Podmore,<br />
a quien también le hubiera gustado jurar si sus<br />
principios no se lo impidieran, hacía como que no<br />
oía.<br />
Así es que Donkin si miedo a los reproches,<br />
maldecía por dos, mendigaba fósforos, robaba<br />
tabaco, permanecía horas, bien cómodo ante el<br />
fogón.<br />
Desde allí, podía oírnos en el otro lado <strong>del</strong><br />
tabique, hablar con Jimmy. <strong>El</strong> cocinero zarandeaba<br />
las cacerolas, golpeaba la puerta <strong>del</strong> horno,<br />
ronroneaba profecías de condenación para todos; y<br />
Donkin rebelde a toda noción religiosa, salvo a los<br />
234
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
fines de la blasfemia, escuchaba reconcentrado en su<br />
rencor, complaciéndose con ferocidad en las<br />
imágenes de infinito tormento, evocadas ante él,<br />
como los hombres se <strong>del</strong>eitan en las visiones<br />
malditas de crueldad, de venganza, de lucro y de<br />
poder.<br />
En las noches claras, el barco taciturno, bajo la<br />
deslumbrante luminosidad de la luna sin vida,<br />
revestía el embustero aspecto de una calma que no<br />
turbara pasión alguna, semejante a la que sufre la<br />
tierra durante el invierno. Una larga banda de oro<br />
cruzaba el disco <strong>negro</strong> <strong>del</strong> mar. Ecos de pasos<br />
turbaban el silencio de los puentes.<br />
<strong>El</strong> claro de luna se extendía como la escarcha y<br />
las blancas velas parecían conos resplandecientes,<br />
hubiérase dicho de purísima nieve. En la<br />
magnificencia de esos rayos fantasmas la<br />
embarcación aparecía como una visión de ideal belleza,<br />
maravillosa, como un tierno sueño de paz y de<br />
serenidad. Y nada parecía real; nada distinto ni<br />
sólido sino las pasadas sombras, que por los<br />
puentes, incesantes y mudas, se movían<br />
constantemente, más negras que la noche, más<br />
inquietas que el pensamiento.<br />
Ulcerado y solitario, Donkin erraba como una<br />
235
JOSEPH CONRAD<br />
hiena, entre las sombras, pensando que Jimmy<br />
tardaba demasiado a morirse. Aquel día, al<br />
anochecer, el vigía había dicho: Tierra, y el patrón al<br />
tiempo que ajustaba los tubos de su anteojo marino<br />
había hecho observar a Mr. Baker, con tono de<br />
tranquila amargura, que, tras haber luchado, pulgada<br />
a pulgada, contra los vientos de bolina para llegar a<br />
las Azores, no había ya que contar más que con un<br />
período de calma chicha. <strong>El</strong> cielo estaba claro, los<br />
barómetros altos. Con el sol, pasaron las brisas<br />
ligeras y un enorme silencio precursor de una noche<br />
sin viento descendió sobre las calientes aguas <strong>del</strong><br />
océano.<br />
Al despuntar el día, la tripulación reunida en<br />
proa, divisó bajo el cielo oriental la isla de Flores,<br />
que alzaba sus contornos irregulares y quebrados<br />
sobre el liso espacio <strong>del</strong> mar como una triste ruina<br />
sobre la soledad de un desierto.<br />
Era la primera tierra a vista desde hacía cuatro<br />
meses.<br />
Charley no se mantenía en su sitio, y entre la<br />
indulgencia general, se tomaba libertades con sus<br />
superiores. Los marinos exaltados sin saber por qué<br />
hablaban, en grupos alargando los brazos desnudos.<br />
Por primera vez durante la travesía, la ficticia<br />
236
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
existencia de Jimmy parecía olvidada, frente a<br />
palpable realidad. ¡Estábamos allí a pesar de todo!<br />
Belfast discurría citando casos extraordinarios de<br />
cortos regresos, en cuanto anunciaron la isla:<br />
- Las goletillas de naranjas se despachan en cinco<br />
días, afirmaba. ¿Con qué? Con un poco de buena<br />
brisa, eso es todo.<br />
Archie afirmaba que siete días eran el mínimum,<br />
y ambos discutían amigablemente con palabras<br />
injuriosas.<br />
Knowles afirmó que olfateaba ya el puerto<br />
haciendo una pesada vuelta sobre su pierna<br />
demasiado corta, y exponiéndose a romperse un<br />
costado. Un grupo de lobos de mar, con pelo gris,<br />
miró largo tiempo sin decir nada ni cambiar la<br />
expresión absorta de sus duras facciones. Uno dijo<br />
de pronto:<br />
- Londres no está lejos.<br />
- Mi primer día en tierra, pienso mandarme un<br />
bife con cebollas para comer.<br />
- Y una pinta de cerveza, dijo otro.<br />
- Un tonel, di ,exclamó alguien.<br />
- Huevos con jamón, y tres veces por día. ¡Así es<br />
como yo comprendo la vida!, gritó una voz alegre.<br />
- Hubo una confusión de murmullos<br />
237
JOSEPH CONRAD<br />
aprobadores, de ojos brillantes y mandíbulas que<br />
chocaban con risitas nerviosas. Archie sonreía a sus<br />
pensamientos, con reserva. Singleton subió al<br />
puente, echó una ojeada y bajó sin una palabra<br />
como persona que había visto Las Flores<br />
innumerables veces. La noche que avanzaba por el<br />
este, borró <strong>del</strong> límpido cielo la mancha violeta de la<br />
isla montañosa..<br />
- Calma chicha, dijo alguien tranquilamente.<br />
<strong>El</strong> murmullo animado de las conversaciones<br />
decayó súbitamente, extinguiéndose. Los grupos se<br />
deshicieron; los hombres separábanse uno a uno<br />
hacia las bordas, descendiendo las escalas con paso<br />
lento, el rostro serio, como helados por aquel<br />
recuerdo súbito que les marcaba su dependencia de<br />
lo invisible.<br />
Y cuando la gran luna amarilla subió lentamente<br />
sobre el filo neto <strong>del</strong> claro horizonte, encontró un<br />
barco envuelto en silencio y pareciendo dormir<br />
profundamente, sin sueños ni temores en el seno de<br />
un mar adormecido y terrible.<br />
Donkin malquería la paz, el barco, el mar que<br />
extendido en derredor se perdía en el ilimitado<br />
silencio de toda la creación. Se sentía bruscamente<br />
intimado por garras inquietas. Podían haberle<br />
238
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
vencido por la fuerza bruta, pero su dignidad herida<br />
permanecía indomable y nada podría cicatrizar las<br />
llagas de su amor propio lacerado.<br />
Y ya estaba ahí, la tierra, el puerto enseguida, una<br />
flaca cuenta que cobrar, nada de ropas, sería preciso<br />
volver a rodar... ¡Perspectivas desagradables!<br />
¡Tierra! La tierra que toma y bebe la vida y aquel<br />
<strong>negro</strong> provisto de dinero, de ropas y que no quería<br />
morir. La tierra bebía la vida...<br />
¿Era cierto? La tentación de verlo le mordió<br />
súbitamente. Quizá ya... Que suerte sería. Tenía<br />
dinero en el cofre de porquería. Saltó, alerta, de las<br />
sombras al claro de luna y en el mismo instante su<br />
hambrienta cara amarilla volvióse lívida. Abrió la<br />
puerta de la cabina. Un choque violento lo detuvo.<br />
Seguramente, Jimmy había muerto. Estaba inmóvil<br />
como una esfinge yacente, las manos juntas, en el<br />
hueco de una tumba de piedra. Donkin abrió los<br />
ojos ávidos que abrasaban. Entonces Jimmy sin<br />
moverse, parpadeó y Donkin recibió un choque de<br />
nuevo. Aquellos ojos impresionaban a cualquiera.<br />
Cerró tras sí la puerta con un cuidado minucioso y<br />
sin apartar de James Wait su mirada intensamente<br />
fija, como si hubiese entrado allí con gran peligro a<br />
revelar un secreto de sorprendente valor. Jimmy no<br />
239
JOSEPH CONRAD<br />
hizo un gesto, pero <strong>del</strong> ángulo de sus ojos se deslizó<br />
una mirada lánguida.<br />
-¿Calma?, pregunto.<br />
- Sí, dijo Donkin muy corrido, sentándose sobre<br />
el cofre.<br />
Jimmy respiraba con aliento igual. Estaba<br />
habituado a visitas análogas a cualquier hora <strong>del</strong> día<br />
o de la noche. Los hombres se sucedían. Llevaban<br />
voces claras, pronunciaban palabras alegres, repetían<br />
viejas historias, lo escuchaban: y al salir, cada uno<br />
parecía dejar tras si, un poco de su propia vitalidad,<br />
abandonar un poco de su propia fuerza en pago de<br />
la seguridad renovada de la vida que llevaba, de la<br />
vida indestructible. Nuestro paciente no gustaba de<br />
la soledad, porque sólo, no le parecía estar allí. No<br />
sentía nada. Ni dolor ni nada. Estaba perfectamente.<br />
Pero no gozaba de aquel bienestar, sino había allí<br />
alguien para hacerle sentirlo. Este lo haría tan bien<br />
como otro. Donkin lo observaba taimadamente.<br />
- Pronto llegaremos, ahora, hizo notar Wait.<br />
-¿Por qué te tragas las palabras?, preguntó<br />
Donkin con interés, ¿no puedes hablar más fuerte?<br />
Jimmy pareció contrariarse y no contestó,<br />
durante un rato; después, con voz blanca, inanimada<br />
y sin timbre:<br />
240
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
- No tengo necesidad de gritar. Tú no eres sordo,<br />
que yo sepa.<br />
- Claro, yo oigo tanto como cualquiera, respondió<br />
Donkin en voz baja, lo ojos fijos en el suelo.<br />
Pensaba ya en irse cuando Jimmy habló de nuevo.<br />
-Ya es tiempo de llegar. Cuestión de comer a su<br />
hambre... Yo siempre tengo hambre...<br />
Donkin sintió, subir de pronto la cólera.<br />
-¿Qué diré yo entonces?, silbó. Yo tengo hambre<br />
también, y encima trabajo. ¡Hambre tú!<br />
- Lo que es el trabajo no te matará, comentó Wait<br />
débilmente; ahí hay una pareja de galletas en la cama<br />
de abajo, coge una, yo no puedo comer.<br />
Donkin se hundió entre las dos literas, rebuscó<br />
en un rincón y apareció con la boca llena. Jimmy<br />
parecía dormir con los ojos abiertos. Donkin acabó<br />
su galleta y se levantó.<br />
-¿No te vas verdad?, preguntó Jimmy mirando al<br />
techo.<br />
- No, dijo Donkin bajo el golpe de un impulso<br />
súbito, y en lugar de salir calzó con la espalda la<br />
puerta cerrada. Miraba a James Wait, largo, flaco,<br />
desecado, la carne como calcinada sobre los huesos,<br />
en una hornada al blanco. Los dedos descarnados de<br />
una de sus manos se movían ligeramente al borde de<br />
241
JOSEPH CONRAD<br />
la litera ejecutando un aire que no acaba nunca.<br />
Mirarlo, irritaba y cansaba; podía durar aún días y<br />
días ese fenómeno qué no pertenecía<br />
completamente a la muerte ni a la vida, permanecía<br />
perfectamente invulnerable en su especial ignorancia<br />
de una y otra. Donkin se sintió tentado a aclararlo.<br />
-¿En qué piensas?, preguntó<br />
malintencionadamente. James Wait esbozó una<br />
sonrisa que paseó sobre su imposibilidad cadavérica<br />
y huesosa, algo incomprensible y espantoso, como<br />
visto en sueños, la sonrisa súbita en la cara de un<br />
muerto.<br />
- Hay una muchacha, susurró James Wait, una de<br />
Canton Steet... Ha plantado por mí al tercer<br />
mecánico de un barco de Rennie. Y sabe freír las<br />
ostras como a mí me agrada... dice que dejaría a<br />
cualquiera, por un gentleman de color. Ese soy yo.<br />
Yo soy amable con las damas, añadió más alto.<br />
Donkin escandalizado creía apenas a sus oídos.<br />
-¿Verdad? Para lo que harías... dijo sin disimular<br />
su disgusto.<br />
Wait no estaba ya allí para oírle. Se pavoneaba a<br />
lo largo <strong>del</strong> Est India Dock Rood, afable y fastuoso.<br />
“Es mi vuelta”, decía golpeando las puertas de vidrio<br />
con cerradura automática, y deteniéndose con<br />
242
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
soberbio aplomo en la luz <strong>del</strong> gas, sobre un<br />
escritorio de palisandro.<br />
-¿Entonces tú piensas poder bajar a tierra?,<br />
preguntó Donkin rabioso.<br />
Wait se estremeció despertándose.<br />
- Dentro de diez días, respondió aprisa .<br />
Y se reintegró a esas regiones de la memoria que<br />
no saben nada <strong>del</strong> tiempo. Se sentía sin fatiga,<br />
tranquilo, como retirado sano y salvo, de sí mismo,<br />
fuera de la espera de toda grave incertidumbre. En<br />
su lentitud, los momentos de su quietud absoluta se<br />
parecían a los minutos de la eternidad. Y se<br />
complacía de su quietud, entre la vivacidad de los<br />
recuerdos convertidos en mirajes de un indudable<br />
porvenir.<br />
No le importaba de nadie. Donkin sentía aquello<br />
vagamente, como un ciego, podría sentir en su<br />
noche el antagonismo fatal de todas las existencias,<br />
invisibles y deseadas.<br />
Sintió la necesidad de afirmar su importancia de<br />
destrozar y arrasar, de medirse con todo el mundo,<br />
en todo; desgarrar velos, arrancar máscaras,<br />
desnudar las mentiras, de cortarle toda huida...<br />
pérfido atractivo de la sinceridad. Rió burlonamente<br />
vomitando:<br />
243
JOSEPH CONRAD<br />
-¡Diez días! ¡Oh... bah!... ¡Tú estarás en el agua<br />
mañana a estas horas! ¡Diez días!<br />
Espero.<br />
-¡Oyes? ¡Qué me cuelguen si ahora mismo no<br />
pareces un muerto!<br />
Jimmy debió reunir sus fuerzas por que dijo casi<br />
fuerte:<br />
-Tú eres un puerco hediondo de mendigo y de<br />
embustero; todos te conocen.<br />
Se enderezó en su lecho, contra toda<br />
probabilidad, y con gran espanto de su visitante.<br />
Mas al instante, Donkin se recobró, estallando:<br />
¿Quién? ¿Quién? ¿Quién es el embustero? Eres<br />
tú, la tripulación, el capitán, todos. Yo no. ¿Quién?<br />
¿Quién eres tú?<br />
Se sofocaba de indignación.<br />
-¿Quién eres tú para hacerte el bravo?, repitió<br />
temblando de cólera. Agarra una, agarra una, dice,<br />
cuando él no se las puede comer. Voy a empujarme<br />
las dos, vas a ver, tú me lo impedirás, puede.<br />
Se hundió en la litera inferior, rebuscó un<br />
instante, y sacó a la luz otra galleta polvorienta. La<br />
levantó hasta Jimmy, y después mordió con desafío.<br />
-¿Y qué?, preguntó con tono de febril impudicia.<br />
Toma una, que dice. ¿Por qué no las dos? No. Soy<br />
244
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
un perro goloso. Una es bastante. Yo me agarro las<br />
dos. ¿Tú vas a impedírmelo? Ensaya a ver. ¿Qué<br />
esperas?<br />
Jimmy tenía las piernas abrazadas y escondía la<br />
cara entre las rodillas, la camisa le colgaba <strong>del</strong><br />
cuerpo, cada ángulo salía. Un jadeo espasmódico,<br />
estremecía de sacudidas repetidas su enflaquecida<br />
espalda.<br />
-¿No quieres? ¿No quieres? ¿Qué te decía yo?<br />
Prosiguió Donkin ferozmente. Tragó otro bocado<br />
con un esfuerzo que se aceleraba. <strong>El</strong> silencio<br />
desarmado <strong>del</strong> otro, su actitud reflejada lo<br />
exasperaban.<br />
-¡Estás muriéndote! Gritó ¿Quién eres tú para<br />
que uno te mienta, para que te sirvan en cuatro patas<br />
peor que a un maldito emperador? ¡Nadie! ¡No eres<br />
nadie!<br />
Gesticulaba con tal fuerza de convicción infalible<br />
que se sacudía de pies a cabeza, quedándose<br />
vibrando como una cuerda después de estirada.<br />
Jimmy se recobraba. Levantó la cabeza y se<br />
volvió bravamente hacia Donkin.<br />
Este, percibió su rostro extraño, desconocido,<br />
una máscara fantástica torcida de rabia y<br />
desesperación los labios se movían vivamente y<br />
245
JOSEPH CONRAD<br />
sones a la vez huecos, gimientes y sibilantes,<br />
llenaron la cabina con un vago murmullo<br />
amenazador, lastimero y desolado, como el lejano<br />
murmullo de un muerto que se levantara. Wait<br />
movía la cabeza, rodaba los ojos, negaba, maldecía,<br />
amenazaba sin que una palabra tuviera fuerza para<br />
franquear la mueca dolorosa de sus labios <strong>negro</strong>s.<br />
Aquello fue incomprensible y turbador, un borboteo<br />
de emoción, una frenética pantomima de palabra,<br />
tratando de obtener coses imposibles, imaginando<br />
oscuras venganzas. Donkin se calmó súbitamente,<br />
mudóse en vigilancia y acechó.<br />
-¿No puedes piar, eh? ¿Qué es lo que yo te decía?,<br />
dijo lentamente tras un instante de atento examen.<br />
<strong>El</strong> otro continuó sin lograr detenerse y hacerse<br />
entender sacudiendo la cabeza con pasión, con<br />
visajes, donde lucían por momentos, espantosos y<br />
grotescos, los relámpagos de sus grandes dientes<br />
blancos.<br />
Donkin como fascinado por la elocuencia y el<br />
furor mudo de aquel fantasma se aproximó,<br />
estirando el cuello por una curiosidad mezclada de<br />
desconfianza; y súbitamente, parecióle no percibir<br />
sino una sombra humana agachada allí con las<br />
rodillas en los dientes, al nivel de sus ojos<br />
246
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
escrutadores.<br />
-¿A quién? ¿A quién?, dijo.<br />
Parecióles asir la forma de algunas palabras, al<br />
azar, entre aquel balbucir continuo.<br />
-¿Qué, se lo dirás a Belfast? Es probable ¿Eres un<br />
nenito?<br />
Temblaba de rabia y de alarma.<br />
-¡Díselo a tu abuela! Tienes miedo. ¿Quién es más<br />
o menos para tenerle miedo al otro?<br />
<strong>El</strong> sentimiento apasionado de su importancia<br />
barrió un último resto de prudencia.<br />
-¡Di lo que quieras y que Dios te condene! ¡Habla<br />
si puedes! <strong>El</strong>los me han tratado peor que a un perro,<br />
tus puercos lame botas. Fueron ellos los que me<br />
empujaron par volverse contra mí enseguida. ¡Aquí<br />
no hay más hombres que yo! Patadas, puñetazos, eso<br />
es lo que yo he tenido y tú te reías, embetunador de<br />
<strong>negro</strong>s. Ya me las pagarás. ¡<strong>El</strong>los te daban su carne,<br />
su agua, tú me la pagarás a mí, buen Dios! ¿A mí<br />
quién me ha ofrecido un vaso de agua? <strong>El</strong>los te<br />
pusieron sus ropas aquella noche, y a mí, ¿qué me<br />
han dado?, con un pan en el hocico, los gorrinos...<br />
¡Habrá que ver! Tú me la pagarás con tu dinero. Voy<br />
a quitártelo dentro de un rato, en cuanto te hayas<br />
muerto, puerco esqueleto de inservible. ¡Ese es el<br />
247
JOSEPH CONRAD<br />
señor que yo soy!. Tú, tú eres... por falta de otro...<br />
una cosa: ¡Cadáver, anda!<br />
Apuntó a la cabeza de Jimmy con la galleta a la<br />
cual su mano se aferraba, pero no hizo más que<br />
destrozarla. <strong>El</strong> proyectil golpeó fuertemente el<br />
tabique, estallando como una granada de mano en<br />
fragmentos dispersos. James Wait como herido de<br />
muerte cayó de espaldas sobre la almohada. Sus<br />
labios cesaron de moverse y sus pupilas zozobrantes<br />
se inmovilizaron dirigidas hacia el techo con intensa<br />
fijeza. Donkin se sorprendió; se sentó de golpe<br />
sobre el cofre y miró al techo extenuado y lúgubre.<br />
Después de un momento murmuró entre dientes:<br />
- Muere, cerdo, pero muérete. Alguno va a<br />
entrar... Quisiera estar mamado... Dentro de diez<br />
días... las ostras...<br />
Levantó la cabeza y habló alto:<br />
- No hijo, acabado para ti... acabadas las malditas<br />
pécoras que frían ostras. ¡Qué es lo que eres! Por mi<br />
parte... Quisiera estar mamado... Yo te haré la escala<br />
corta allá arriba. Allí es donde irás, con los pies<br />
<strong>del</strong>ante, por la borda ¡Plaf! Y no te veremos más. Al<br />
agua... es para lo único que vales.<br />
La cabeza de Jimmy movióse ligeramente, echó a<br />
Donkin una mirada incrédula, desolada, implorante<br />
248
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
de niño a quien asusta la amenaza de ser encerrado<br />
solo y a oscuras.<br />
Donkin lo observaba desde el cofre, lleno de<br />
esperanza, y sin levantarse probó la cerradura.<br />
Cerrado.<br />
- Quisiera estar mamado...murmuró levantándose<br />
y tendiendo la oreja a un lejano ruido de pasos que<br />
llegaba <strong>del</strong> puente. Alguien bostezó<br />
interminablemente, detrás de la puerta y los pasos se<br />
alejaron, desiguales y perezosos.<br />
<strong>El</strong> corazón de Donkin, apaciguó sus pulsaciones<br />
y cuando dirigió de nuevo los ojos hacia la litera,<br />
Jimmy, miraba las viguetas pintadas de blanco.<br />
-¿Cómo te sientes ahora? Preguntó.<br />
- Mal, sopló Jimmy.<br />
Donkin volvió a sentarse paciente y resuelto.<br />
Cada media hora, las campanas se respondían<br />
sonoras de un extremo al otro <strong>del</strong> barco. La<br />
respiración de Jimmy era tan rápida que no podía<br />
seguírsela, tan débil que no se oía. Sus ojos<br />
aterrorizados parecían contemplar indecibles<br />
horrores, y veíase sobre su rostro cruzar la sombra<br />
de abominables pensamientos. De pronto con voz<br />
increíblemente fuerte y desgarradora sollozó:<br />
-“¡Por sobre la borda.... yo... Dios mío!”<br />
249
JOSEPH CONRAD<br />
Una crispación plegó a Donkin sobre el cofre.<br />
Miró sin gana. Las dos largas manos huesosas<br />
alisaban la manta de abajo a arriba como si él<br />
hubiera tratado de traerla toda bajo el mentón. Una<br />
lágrima, una gruesa lágrima solitaria se escapó <strong>del</strong><br />
ángulo de su ojo, y sin tocar la mejilla hueca, cayó<br />
sobre la almohada. En la garganta había un<br />
ronquido.<br />
Entonces Donkin, espiando el fin de aquel <strong>negro</strong><br />
odiado, sintió la opresión angustiosa de un gran<br />
disgusto, trituraba el corazón la idea que él mismo,<br />
algún día pasaría por aquello, igual quizá. Sus ojos se<br />
humedecieron. “¡Pobre infeliz!” murmuró. La noche<br />
parecíale oír pasar la marcha de los preciosos<br />
minutos. ¿Cuánto se prolongaría esa condenada<br />
historia? Seguramente demasiado. No pudo<br />
contener más; levantándose se aproximó a litera.<br />
Wait no se movía. Sus ojos tan sólo parecían vivir,<br />
mientras las manos continuaban el movimiento<br />
monótono que activaba una horrible e infatigable<br />
industria.<br />
Donkin se inclinó:<br />
- Jimmy, dijo muy bajo.<br />
No hubo respuesta, pero el ronquido calló.<br />
-¿Me ves?, preguntó temblando.<br />
250
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
<strong>El</strong> pecho de Jimmy se hinchó. Donkin apartando<br />
los ojos, juntó su oreja a la boca de Jimmy. Se oía<br />
algo como el roce de una hoja muerta arrastrada<br />
sobre la arena de la playa. Aquello tomó forma en<br />
algo así como:<br />
- Enciende... lámpara.. y... vete.<br />
Donkin, instintivamente, echó por sobre el<br />
hombro una ojeada llama muy alta; después, siempre<br />
sin mirar revolvió por la almohada en busca de la<br />
llave. La encontró presto y durante los minutos que<br />
siguieron se afanó, con mano incierta pero<br />
expeditiva, entre el contenido <strong>del</strong> cofre. Cuando se<br />
alzó su cara, por primera vez en la vida, estaba<br />
teñida de pálida rojez, quizá de triunfo.<br />
Evitando la mirada de Jimmy que no se había<br />
movido, deslizó la llave bajo la almohada.<br />
Volviéndose completamente de espaldas al lecho se<br />
puso en marcha hacia la puerta, como sí tuviese que<br />
andar una milla de camino. Con el segundo paso se<br />
dio en las narices. Asió el picaporte con<br />
precauciones, más en el mismo instante recibió la<br />
impresión irresistible de algo surgiendo a su espalda.<br />
Giró como si le hubiesen golpeado la espalda,<br />
justamente a tiempo de ver los ojos de Jimmy brillar<br />
súbitamente y extinguirse luego como dos lámparas<br />
251
JOSEPH CONRAD<br />
a arrasadas por un golpe tajante. Un hilo escarlata<br />
colgaba de la comisura de los labios al mentón.<br />
Había dejado de respirar.<br />
Donkin cerró la puerta tras sí, sin ruido y con<br />
firmeza. Hombres dormidos en montón bajo los<br />
capotes, formaban jorobas en el puente, evidenciado<br />
por cerros oscuros y deformes que parecían tumbas<br />
mal cuidadas. No habían hecho nada aquella noche;<br />
la ausencia de un marinero había pasado inadvertida.<br />
<strong>El</strong> permanecía inmóvil y confundido al encontrar el<br />
mundo exterior tal cual lo había dejado; todo estaba<br />
allí: el mar, el barco, los hombres dormidos, y se<br />
asombraba absurdamente, como si hubiese esperado<br />
encontrar los hombres muertos, las cosas familiares<br />
desvanecidas para siempre, como si, viajero de<br />
retorno tras muchos años, debiera ser chocado por<br />
los cambios sorprendentes.<br />
Se estremeció ligeramente en la frescura<br />
penetrante <strong>del</strong> aire y se apretó los brazos con aire<br />
abatido. La luna declinante se hundía tristemente el<br />
cielo occidental, como ajada por beso helado de una<br />
pálida aurora. <strong>El</strong> barco dormía y el mar inmortal<br />
extendíase a lo lejos inmensa y brumosa imagen de<br />
la vida reflejante sobre abismos sin luz;<br />
prometedora, ávida, inspiradora, terrible. Donkin le<br />
252
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
echó una mirada de desafío y se esquivó sin ruido<br />
como juzgándose maldito y expatriado por el<br />
augusto silencio de su soberanía.<br />
La muerte de Jimmy, después de todo cayó<br />
como una bomba. Hasta entonces ignorábamos la fe<br />
que habíamos prestado a sus ilusiones. Habíamos<br />
estimado sus probabilidades de vida tantas como la<br />
muerte de una vieja creencia sacudiría la base de<br />
nuestra sociedad. Un lazo común desaparecía: el<br />
poderoso, efectivo y respetable lazo de una mentira<br />
sentimental. Todo aquel día, con el espíritu ausente,<br />
trabajamos con la mirada llena de sospecha y el aire<br />
desengañado. En el fondo de nuestro corazón,<br />
pensábamos que Jimmy en ocasión de su partida<br />
habíase portado de modo pérfido y poco amistoso.<br />
No nos había sostenido como debe hacer un<br />
camarada. Se iba, se llevaba la sombra lúgubre y<br />
solemne donde nuestra locura se había posado con<br />
bien humana fatuidad, como árbitro enternecido de<br />
la suerte. Nosotros veíamos ahora que no había<br />
nada semejante. Aquello se reducía a estupidez<br />
vulgar, a la más idiota e ineficaz injerencia en los<br />
problemas de la más majestuosa gravedad, al menos<br />
si Podmore, decía la verdad, ¿Quizá tendría razón<br />
Podmore? Jimmy muerto, la duda sobrevivía; y<br />
253
JOSEPH CONRAD<br />
como una banda de ladrones, desintegrados por un<br />
golpe de gracia divina, permanecíamos<br />
profundamente escandalizados unos de otros.<br />
Algunos charlaban duramente de sus mejores<br />
compadres. Otros rehusaban hablar. Singleton fue el<br />
único que no se sorprendió:<br />
-¿Muerto, verdaderamente? ¡Pardiez!, dijo<br />
mostrando, a estribor, con el dedo, la isla, por un<br />
hueco, entre nosotros, porque la calma tenía siempre<br />
en vista Las Flores, desde el barco cautivo, por sus<br />
sortilegios. ¡Muerto, pardiez!<br />
No sería Singleton quien se sorprendiera. Allí<br />
estaba la tierra. Sobre el cuadro de proa, esperando<br />
al maestro velero, yacía el cuerpo. La cama y el<br />
efecto. Y por la primera vez en el viaje, el viejo<br />
marinero pareció vivaracho y locuaz, explicando e<br />
ilustrando gracias a las reservas de su experiencia,<br />
como en los casos de enfermedad, la vista de una<br />
isla (aunque fuese pequeña) es frecuentemente más<br />
funesta que la de un continente.<br />
Pero no podía decir la razón.<br />
Las exequias de Jimmy eran para las cinco y el día<br />
nos pareció interminable, tanto por la inquietud<br />
mental como por la molestia física.<br />
No tomábamos interés en el trabajo y éramos<br />
254
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
justamente regañados por ello. En nuestro estado<br />
crónico de irritación y escasez, aquello era<br />
intolerable. Donkin trabajaba con la cabeza atada<br />
por un trapo sucio, el rostro tan abatido que<br />
enternecía. Mr. Baker a la vista de esa paciencia tan<br />
adicta al dolor:<br />
- Chist, et, Donkin, deja el trabajo y anda a<br />
acostarte este cuarto. Tienes cara de enfermo.<br />
- Es verdad, sir, la cabeza, dijo el otro con aire<br />
extenuado y se largó.<br />
Muchos contrariados acusaron al segundo de<br />
estar “de lo más suave hoy”. Veíase sobre la tordilla<br />
al capitán Allistoun, mirando como se cubría el cielo<br />
el sudoeste, y enseguida corrió por los puentes la<br />
nueva de que el barómetro había comenzado a bajar<br />
esa noche y que dentro de poco tendríamos brisa.<br />
Esto por una sutil asociación de ideas, condujo a<br />
una violenta querella, sobre el punto de saber a qué<br />
hora exacta, había muerto Jimmy. ¿Era antes o<br />
después que el barómetro descendiera? Imposible<br />
saberlo, por lo que muchos gruñeron<br />
despectivamente.<br />
De pronto en la proa estalló un gran tumulto.<br />
<strong>El</strong> pacífico Knowles y Davis el afable, habían<br />
venido a las manos. La gente sin cuarto intervino<br />
255
JOSEPH CONRAD<br />
con fogosidad y durante diez minutos una terrible<br />
lucha se estableció alrededor de la escotilla donde a<br />
la móvil sombra de las velas el cuerpo de Jimmy<br />
envuelto en una sábana, yacía bajo la guardia <strong>del</strong><br />
lamentable Belfast desdeñoso de la pelea, en el<br />
exceso de su dolor.<br />
<strong>El</strong> rumor apaciguado, las pasiones pacificadas en<br />
un silencio feroz y descontento, se levantó cerca de<br />
la cabeza <strong>del</strong> cuerpo amortajado y alzando al cielo<br />
los dos brazos, gritó con tono de indignada tristeza:<br />
“Deberíais tener vergüenza...” Era verdad.<br />
Belfast tomó a pecho el disgusto. Dio prueba tras<br />
prueba de inextinguible abnegación.<br />
Fue él, y no otro, quien quiso ayudar al velero a<br />
ataviar los restos de Jimmy para su echada solemne<br />
al mar insaciable. Dispuso cuidadosamente los pesos<br />
alrededor de los tobillos: dos ladrillos y un viejo<br />
perno de ancla, algunos anillos partidos de cadenas<br />
de engranaje. Las arregló primero así luego asá.<br />
- Dios te bendiga, ¿no tienes miedo que se aplaste<br />
el talón?, dijo el maestro velero a quien aquel trabajo<br />
enervaba. Metía la aguja lanzando bufidos rabiosos,<br />
la cabeza entre el humo <strong>del</strong> tabaco, remendando<br />
pedazos de vela, cerrando las costuras, estirando la<br />
tela.<br />
256
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
Levanta los hombros... Tira hacia ti... La... a... a...<br />
¡alto!<br />
Belfast obedecía, tiraba, levantaba, anonadado de<br />
dolor, mojando de lágrimas el hilo alquitranado.<br />
- No aprietes demasiado la tela sobre su pobre<br />
cara, velero, imploró dolorosamente.<br />
- Para qué vas a hacerte bilis. <strong>El</strong> estará bien<br />
cómodo ahora, aseguró el otro cortando el hilo tras<br />
el último punto, exactamente a la altura de media<br />
frente. Enrolló el resto de la tela y guardó las agujas.<br />
-¿Por qué lo tomas tan a pecho?, preguntó<br />
Belfast bajó los ojos hacia el largo paquete de tela<br />
gris.<br />
- Fui yo quien lo sacó la otra vez, dijo sin querer<br />
alejarse. Si yo lo hubiera velado anoche, estaría, vivo<br />
para darme gusto... ¡pero estaba tan cansado!...<br />
<strong>El</strong> maestro velero dio una formidable chupada a<br />
su pipa y refunfuñó:<br />
- Cuando yo estaba... en las Antillas. La fragata<br />
“La Blanca”... fiebre amarilla... se cosían así... veinte<br />
hombres por día muchachos de Partimouth, de<br />
Devonfort, países, uno conocía a los padres, alas<br />
madres, a las hermanas... y no hacíamos caso. Y los<br />
<strong>negro</strong>s, como este... uno no sabe de dónde vienen.<br />
No tienen a nadie. Nadie los necesita... ¿A quién le<br />
257
JOSEPH CONRAD<br />
va a hacer falta?<br />
- A mí. Yo lo saqué la otra vez, gimió Belfast<br />
inconsolable.<br />
Sobre dos tablas colocadas juntas y la apariencia<br />
inmóvil y resignada bajo los pliegues de la Unión<br />
Yack, con borde blanco, James Wait transportado a<br />
proa por cuatro hombres fue depositado,<br />
suavemente, los pies en la dirección de la puerta de<br />
batería. Una marejada se levantó al oeste, y siguiendo<br />
los bandazos <strong>del</strong> barco, el pabellón rojo de<br />
morrona dardeaba sobre el cielo gris como una larga<br />
llama ardiente. Charley hacía sonar el vaso sobre la<br />
campana y cada oscilación hacía estribar todo el<br />
vasto semicírculo de aguas de acero, visibles de<br />
aquel lado, parecían alzarse ávidas, hasta la puerta de<br />
batería como impacientes de atrapar a Jimmy.<br />
Todos estábamos allí, salvo Donkin, demasiado<br />
enfermo para ello. <strong>El</strong> capitán y Mr. Creighton, con la<br />
cabeza descubierta sobre el frontón de la toldilla;<br />
Mr. Baker por orden <strong>del</strong> patrón que le había dicho<br />
gravemente: “Usted tiene más hábito que yo, de esas<br />
cosas”, salió de la puerta <strong>del</strong> cuadro. Andaba ligero,<br />
con un aire de embarazo, el libro de oficios en la<br />
mano. Todos los bonetes desaparecieron. Comenzó<br />
bajo, con su tono habitual de inofensiva amenaza,<br />
258
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
como si reprendiese discretamente, por última vez a<br />
aquel minero muerto a sus pies.<br />
Los hombres escuchaban por grupos, apoyados<br />
en la batayola baja y mirando el puente, el mentón<br />
en la mano, con las fisonomías pensativas, o los<br />
brazos cruzados, una rodilla ligeramente plegada, la<br />
frente baja, el cuerpo derecho en actitud de<br />
meditación. Mr. Baker continuaba gruñendo, reverenciosamente<br />
al volver cada página. La palabras<br />
<strong>del</strong> texto santo, por sobre el corazón inconstante de<br />
los hombres, se alejaban errantes, sin asilo, sobre el<br />
desierto de olas impías y James Wait antes crítico<br />
elocuente, que ya no hablaba, yacía inerte bajo el<br />
murmullo ronco de amenazas y esperanzas.<br />
Dos hombres, esperaban preparados, las<br />
palabras que han enviado a tantos de nuestros<br />
hermanos a su última zambullida. Mr. Baker<br />
comenzó el pasaje: “Atención”, dijo el<br />
contramaestre entre dientes. Mr. Baker leyó “En las<br />
profundidades", e hizo una pausa. Los hombres<br />
levantaron la extremidad de las tablas vecinas al<br />
puente, el contramaestre con una vuelta de mano,<br />
quitó a Unión Yack, pero James Wait no se movió.<br />
“Más alto” gruñó el contramaestre colérico. Todas<br />
las cabezas se habían alzado, un malestar general nos<br />
259
JOSEPH CONRAD<br />
crispaba, pero James Wait no parecía tener intención<br />
de marcharse. Muerto y bajo el sudario que lo<br />
envolvía, parecía aún aferrarse al navío con una<br />
obstinación de miedo, sobreviniéndole, a sí mismo.<br />
-¡Mas alto, arriba! Silbó la voz rabiosa <strong>del</strong><br />
contramaestre.<br />
- No quiere, balbuceó uno de los hombres<br />
temblando, y ambos parecieron a punto de<br />
abandonarlo todo.<br />
Mr. Baker esperaba, el rostro sepultado en el<br />
libro, y cambiando los pies de sitio con un<br />
movimiento nervioso. Todos teníamos un aire<br />
completamente descompuesto. De en medio de los<br />
hombres subió un rumor débil, como un bordonear<br />
que ganara volumen.<br />
-¡Jimmy!, gritó Belfast, con tono de lamento...<br />
-¡Jimmy, sé hombre!, conjuró su voz aguda<br />
apasionada.<br />
Todas las bocas babeaban, no se movía un<br />
párpado. Los ojos de Craik salían de las órbitas, todo<br />
su cuerpo estaba crispado; se echó hacia a<strong>del</strong>ante<br />
como si se curvara por la fascinación <strong>del</strong> horror.<br />
- Anda, gritó sacudiendo el brazo tendido hacia<br />
a<strong>del</strong>ante, Anda Jimmy... Jimmy... ¡Anda!<br />
Sus dedos tocaron la cabeza <strong>del</strong> cadáver y el fardo<br />
260
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
gris se movió después de golpe, desapareció a lo<br />
largo de las tablas inclinadas con la rapidez de un<br />
relámpago.<br />
La tripulación, cómo un solo hombre dio un paso<br />
a<strong>del</strong>ante Un ¡Ah!... profundo vibró desde el fondo<br />
de los anchos pechos. <strong>El</strong> barco rodó como libre de<br />
una carga legítima. <strong>El</strong> velamen golpeó. Belfast,<br />
sostenido por Archie pataleaba histéricamente; y<br />
Charley que quería ver a Jimmy dar el último<br />
chapuzón se precipitó a la barandilla, llegando<br />
demasiado, tarde para ver, nada más que en el agua<br />
ligeramente arrugada un círculo que se ensanchaba<br />
hasta borrarse.<br />
Mr. Baker, sudando, recitó la última plegaria en<br />
un profundo sobreexcitado de su voz y entre el<br />
golpear de las velas. “Amén” concluyó con un<br />
gruñido mal seguro y cerró el libro.<br />
-¡Bracead el cuadro!, atronó una voz sobre él.<br />
Todo el mundo se sobresaltó, dos o tres gorros<br />
cayeron al puente.<br />
- <strong>El</strong> viento se levanta, dijo el capitán, bracead el<br />
cuadro a prisa.<br />
Mr. Baker se metió el libro en el bolsillo...<br />
-¡A proa, vosotros! ¡largad la amarra de mesana!,<br />
exclamó alegremente con la cabeza, descubierta y<br />
261
JOSEPH CONRAD<br />
animado. ¡A la verja de trinquete, los de estribor!<br />
-¡Buen viento! ¡Buen viento!, gritaban los<br />
hombres corriendo a la maniobra.<br />
-¿Qué decía yo?, refunfuñaba el viejo Singleton<br />
añadiendo un gesto enérgico y vivo, una espiral de<br />
cable tras otra en un montón de cuerda a sus pies;<br />
yo lo sabía. Se ha ido, y ya tenemos brisa.<br />
Llegó con el ruido de un suspiro poderoso,<br />
descendiendo de las alturas. Las velas se hincharon,<br />
el barco tomó aire y el mar, despierto comenzó a<br />
murmurar con voz soñolienta canciones de regreso<br />
en el oído de los marineros.<br />
Aquella noche, mientras el barco corría<br />
espumando, hacia el norte, ante la fresca brisa, el<br />
carpintero, solazó su corazón en el cuadro de los<br />
oficiales marineros.<br />
- Ese muchacho, no nos dio más que disgustos<br />
desde que puso el pie a bordo. ¿Se acuerdan ustedes,<br />
aquella noche, en Bombay? Después de haber<br />
insultado de alto a bajo a esta tripulación de pollos<br />
mojados, y de haberse insolentado con el viejo,<br />
tuvimos que hacer los idiotas en el barco medio<br />
hundido por salvarle la vida. Por él todavía, un<br />
comienzo de revuelta y encima el segundo que me<br />
ha propinado una reprimenda como un ladrón<br />
262
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
porque me olvidé de engrasar las tablas... sin contar<br />
con que yo, lo había hecho... “pero podías haberte<br />
fijado en no dejar una punta de clavo afuera eh,<br />
Maestro Viruta”<br />
-Y eso arriba de largarme al agua todas mis<br />
herramientas por él, como a un aprendiz el<br />
carpintero refunfuñó con tono moroso y ahora,<br />
añadió con rencor que duraba hasta el fin.<br />
- En la escuadra, en China me acuerdo una vez<br />
que el almirante me dijo así... comenzó el velero.<br />
Una semana más tarde el “<strong>Narciso</strong>” surcaba<br />
aguas de La Mancha.<br />
Bajo sus alas blancas rozaba el mar azul como un<br />
gran pájaro cansado que se posa sobre su nido. Las<br />
nubes viajaban con la perilla de sus mástiles; veíanse<br />
sus masas blancas levantarse en la proa, llegar de un<br />
vuelo hasta el cenit y continuar su fuga, escapando<br />
por la amplia curva <strong>del</strong> cielo y precipitarse de cabeza<br />
en las olas; nubes más rápidas que el navío, también<br />
más libres, y que no se esperan en ningún puerto. La<br />
costa para darle la bienvenida, llegó hasta él en el sol.<br />
Las altas rocas, mostraban en el mar sus<br />
promontorios soberanos, las anchas bahías sonreían<br />
de luz, las sombras de las nubes errantes, corrían a lo<br />
largo de las planicies sobradas, saltando los valles,<br />
263
JOSEPH CONRAD<br />
trepando ágiles, a las colinas, rodando en las<br />
vertientes y el sol las perseguía con jirones de<br />
claridad. Sobre él, el frente de las sombrías rocas, los<br />
blancos faros, resplandecían en columnas de luz. La<br />
Mancha centelleaba como un manto azul, tejido con<br />
hilos de oro y que estelaba la plata <strong>del</strong> mar<br />
cabrilleante. <strong>El</strong> “<strong>Narciso</strong>” volaba pasando cabos y<br />
bahías. Otros barcos en marcha contraria, cruzaban<br />
la ruta, dando de banda, los mástiles desnudos por<br />
la lucha arrasante con el áspero sudoeste. Y cerca de<br />
tierra, un rosario de vaporcillos humeantes,<br />
roncaban, apretando la costa, como una emigración<br />
de monstruosos anfibios, desconfiados de las olas<br />
turbulentas. De noche, las altas tierras retrocedían,<br />
mientras las bahías avanzando formaban un muro de<br />
tinieblas. Las luces de la tierra se mezclaban a las <strong>del</strong><br />
cielo; y dominando las linternas zarandeadas de una<br />
flotilla de pesca, un gran faro elevaba su ojo fijo<br />
semejante al enorme fanal de fondeadero de algún<br />
barco fabuloso. Bajo su igual claridad, la costa cuya<br />
línea derecha se borraba en la noche, parecía la<br />
borda alta de un navío colosal, inmóvil sobre el mar<br />
inmortal y sin frenos. La sombría tierra mecía su<br />
soledad, en medio de las aguas como un barco<br />
costelado, que llevase el peso de millones de vidas,<br />
264
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
cargado de escarios y de joyas, de oro y de acero. Su<br />
mole descansaba inmensa y fuerte como una torre,<br />
guardiana de tradiciones sin precio y de dolores sin<br />
historia, asilo de recuerdos gloriosos, de olvidos<br />
degradantes, de innobles virtudes y de rebeliones<br />
sublimes. ¡Venerable embarcación! Durante siglos, el<br />
océano golpeó sus flancos, anclado allí desde los<br />
tiempos en que el mundo, más vasto, tenía más<br />
promesas, y en que el mar potente y misterioso, no<br />
comerciaba la gloria y el botín de sus audaces hijos.<br />
Barco histórico, madre de flotas y naciones, gran<br />
barco almirante de la raza, más fuerte que las<br />
tempestades y con el ancla en plena mar.<br />
<strong>El</strong> “<strong>Narciso</strong>” , inclinado por las rachas dobló el<br />
South Foreland, atravesó las dunas, y, remolcado<br />
entró al río. Despejado de la gloria de sus alas<br />
blancas, seguía dócil al remolcador, a través de los<br />
meandros de canales invisibles. Los barcos de carga<br />
a su paso, oscilan en sus amarras, pareciendo, un<br />
instante, huir prestamente con el flujo, quedaban<br />
después, atrás distanciados, perdidos. Las gruesas<br />
boyas en punta de los barcos de hierro, se deslizaban<br />
al ras de la corriente, vueltas a su sitio, atormentaban<br />
las cadenas como perros furiosos. La tierra se<br />
aproximaba al barco. Este, remontó el río sin<br />
265
JOSEPH CONRAD<br />
desviarse de su ruta. Sobre las pendientes ribereñas<br />
las casas, aparecidas por grupos rodaban por los<br />
declives <strong>del</strong> terreno, hubiérase dicho que por verle<br />
pasar, y, detenidas por la greva de limo se<br />
amontonaban sobre las verjas.<br />
Más lejos, viéronse las altas chimeneas de una<br />
usina, banda insolente que lo veía acercar, como una<br />
multitud de esbeltos gigantes, bajo su <strong>negro</strong> penacho<br />
de humo caballerescamente inclinado. Tomó dócil y<br />
desenvuelto, las curva <strong>del</strong> estuario. Una brisa impura<br />
gritó su bienvenida entre las berlingas desnudas y la<br />
tierra cerrada se interpuso entre el barco y el mar.<br />
Una nube baja se suspendió ante él, una gran<br />
nube opalina y temblorosa que parecía subir<br />
formada <strong>del</strong> sudor de la frente de millones de<br />
hombres. Grandes bandas de vapor, humosas, lo<br />
salpicaban de rastros lívidos, palpitaba al latir de<br />
millones de corazones y exhalaban un murmullo<br />
intenso, lamentable, el murmullo de infinitos labios,<br />
rogando, maldiciendo, suspirando, o riendo, el<br />
eterno murmullo de locura, de deseo de esperanza,<br />
que se eleva de las multitudes de la tierra ansiosa. <strong>El</strong><br />
“<strong>Narciso</strong>” entró en la nube; las sombras se espesaron;<br />
en todas partes se oía ruido de hierros,<br />
choques poderosos, gritos, hululeos... Los chalanes<br />
266
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
<strong>negro</strong>s, derivaban desconfiados sobre la corriente<br />
poluta. Un caos loco de paredes sucias de hollín se<br />
enderezaban vagamente entre el humo<br />
desconcertante y fúnebre como una visión de<br />
desastre. Los remolcadores soplaban con rabia,<br />
pasaban y arrastraban por la corriente el barco hasta<br />
dejarlo en las puertas <strong>del</strong> depósito. Amarras<br />
arrojadas. De proa. Dos silbaban golpeando la tierra<br />
con cólera como una pareja de serpientes. Ante<br />
nosotros, un puente se abrió en dos, como por<br />
encantamiento, y gruesos cabrestantes hidráulicos se<br />
pusieron a girar como animados por una sospechosa<br />
y misteriosa magia. <strong>El</strong> barco avanzó a lo largo de<br />
una estrecha corriente de agua, entre dos muros de<br />
granito, y los hombres lo retenían con cuerdas,<br />
marchando a su altura sobre las anchas losas. Un<br />
grupo impaciente, aguardaba a los lados <strong>del</strong> puente<br />
desaparecido: descargadores con casquete,<br />
ciudadanos de cara amarilla, bajo los sombreros de<br />
pelo, chicos raquíticos, fascinados, con grandes ojos<br />
abiertos. Un carricoche, llegando al trote<br />
traqueteando de su jaca se detuvo bruscamente.<br />
Una de las mujeres gritó al barco silencioso. “¡Hola<br />
Jack!” sin mirar a nadie en particular, y todos<br />
levantaron los ojos hacia ella desde el alcázar de<br />
267
JOSEPH CONRAD<br />
proa.<br />
-¡Atención, atrás! ¡Cuidado el cable! gritaron los<br />
carenadores pegados sobre los bordes de piedra.<br />
La multitud murmuraba, pateaba en su sitio.<br />
¡Largad las amarras de acá! Largad, entonó un<br />
viejo de mejillas rojizas de pie sobre el puerto. Las<br />
guindaleras cayeron al agua pesadamente, golpeando<br />
el casco, y el “<strong>Narciso</strong>” entró en el depósito. Las<br />
bargas de piedra se retiraban a derecha e izquierda<br />
en línea recta cerrando un espejo oscuro y<br />
rectangular. Altos muros de ladrillo se alzaban sobre<br />
el agua, muros sin alma, acribillados de cientos<br />
de ventanas, tan oscuras y pesadas como ojos de<br />
brutos satisfechos.<br />
A sus pies, monstruosas grúas de acero cuyos<br />
largos cuellos balanceaban la cadena, suspendíanse<br />
de ganchos de aspecto feroz, sobre las cubiertas de<br />
los barcos inmóviles. Un ruido de ruedas sobre el<br />
suelo, el choque sordo de pesados cuerpos que caen,<br />
el tintineo de las cabrias afichadas, el chirrear de las<br />
cadenas forzadas flotando en el aire. Entre las altas<br />
fábricas, el polvo de todos los continentes se pasaba<br />
en pequeños remolinos; y un olor penetrante de<br />
perfumes y desperdicios, de especias y de piel, de<br />
cosas costosas y de cosas inmundas, invadía todo<br />
268
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
aquel espacio, le creaba una atmósfera preciosa y<br />
repugnante.<br />
<strong>El</strong> barco había cesado de vivir. Un tipo con<br />
sobretodo <strong>negro</strong> y galera alta trepó con agilidad y<br />
avanzó hacia el oficial, le dio la mano y dijo: ¡Hello<br />
Herbert!<br />
Era su hermano. Una dama apareció de pronto;<br />
una verdadera señora con traje <strong>negro</strong> y sombrilla.<br />
Parecía prodigiosamente elegante en medio de<br />
nosotros y más extraña que si acabara de caer <strong>del</strong><br />
cielo. Mr. Baker se llevó la mano a la gorra al verla.<br />
Era la mujer <strong>del</strong> patrón. Y bien pronto el capitán, de<br />
punta en blanco, con una camisa como la nieve,<br />
descendió a tierra en su compañía. Nosotros no lo<br />
reconocimos hasta que volviéndose, habló desde el<br />
puerto a Mr. Baker:<br />
“Acuérdese de subir los cronómetros mañana por<br />
la mañana”<br />
Una cuadrilla sospechosa de vagos con ojos<br />
inquietos, erraba por el alcázar de proa, en busca de<br />
una mano que dar, según decían.<br />
- Más probable es que busquen algo que pillar,<br />
comentó Knowles con humor... Pobres<br />
desgraciados... ¡Qué importaba! Habíamos llegado.<br />
- Pero Mr. Baker agarró a uno de ellos que se<br />
269
JOSEPH CONRAD<br />
había insolentado y aquello no encantó. Todo nos<br />
encantaba.<br />
- Ya he terminado, atrás Sir, gritó Mr.<br />
Creighton.<br />
-No hay más agua en el sumidero, anunció por<br />
última vez el carpintero con una sonda en la mano.<br />
Mr. Baker echó una ojeada a lo largo de las<br />
cubiertas, a los impacientes grupos a lo alto de la<br />
arboladura:<br />
- Ya está la cuenta, muchachos, gruñó. La travesía<br />
había acabado.<br />
Los rollos de colchones salían volando sobre la<br />
batayola, los cofres atados se deslizaban a lo largo<br />
<strong>del</strong> pasamano, no había nada de unos o de otros.<br />
<strong>El</strong> resto se balancea a lo largo <strong>del</strong> Cabo, explicó<br />
Knowles enigmáticamente a un vago de puerto,<br />
amigo reciente.<br />
Los marineros corrían, se llamaban unos a otros,<br />
conminando a los desconocidos para que les<br />
ayudasen; luego con un decoro súbito se<br />
aproximaban al segundo para tomar licencia y<br />
desembarcar.<br />
- Adiós, Sir, repetían con entonaciones variadas.<br />
Mr. Baker estrechaba las duras palmas, un<br />
gruñido amistoso para cada uno, una chispa jovial en<br />
270
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
los ojos,<br />
-Ten cuidado de tu dinero Knowles, si cuidas no<br />
tardarás en encontrar una mujercita.<br />
<strong>El</strong> cojo resplandecía.<br />
- Adiós Sir, dijo Belfast con emoción, triturando<br />
la mano <strong>del</strong> segundo y levantando hacia él los ojos<br />
arrasados. Yo creí desembarcarle conmigo...<br />
continuó quejumbroso; Mr. Baker sin comprender<br />
dijo bondadosamente:<br />
- Buena suerte, Craik.<br />
- Y desamparado, Belfast franqueó a la batayola,<br />
curvado bajo la soledad de su duelo.<br />
Mr. Baker, en la paz súbita que envolvió al barco,<br />
rodó solo y gruñendo, probando los picaportes,<br />
hundiéndose en los rincones oscuros, jamás<br />
contento, ¡mo<strong>del</strong>o de oficiales! Nadie lo aguardaba<br />
en tierra. La muerta; el padre y los hermanos,<br />
pescadores de Yarmouth, perdidos juntos en el<br />
Dagger-Mank; una hermana casada, mal, en su<br />
opinión. Una verdadera dama. Casada con el sastre<br />
principal, político influyente de una villita, el cual no<br />
juzgaba su cuñado marino <strong>del</strong> todo “respetable”.<br />
“Una verdadera dama si”, pensaba, reposando un<br />
momento sobre el cuadro. Siempre habría tiempo de<br />
bajar a tierra, de comer un bocado y buscar por ahí<br />
271
JOSEPH CONRAD<br />
una cama. A él no le gustaba separarse <strong>del</strong> barco.<br />
¿Qué tendría que pensar, luego? La oscuridad de un<br />
día de bruma caía húmeda y fría sobre el puente<br />
desierto. Y Mr. Baker siempre fumando, pensaba en<br />
todos los barcos sucesivos a los cuales, durante<br />
largos años él había prodigado sus cuidados y su<br />
experiencia de marino. Y nunca había mandado<br />
como jefe ¡Ni una vez! “¡Parece que no tengo traza<br />
de capitán!” meditaba plácidamente, mientras el<br />
guardián que se había instalado en la cocina, viejo<br />
zaparrastroso de ojos llorones, lo maldecía en voz<br />
baja por tardar tanto en marcharse.<br />
“Creighton, proseguía su pensamiento exento de<br />
envidia, un verdadero gentleman... protectores...<br />
llegará. Un moro muy bien... con un poco más de<br />
experiencia”<br />
Se levantó sacudiendo todo aquello:<br />
-Volveré mañana a primera hora, no deje a nadie<br />
tocar nada, antes que yo llegue, guardián, dijo.<br />
Después él también descendió a tierra, ejemplo<br />
de oficiales en segundo.<br />
Los hombres, separados por la acción disolvente<br />
de la tierra, se encontraron una vez más en el<br />
escritorio de la marina.<br />
- <strong>El</strong> “<strong>Narciso</strong>” desarma, clamó, ante una puerta<br />
272
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
vidriera un viejo veterano con botones de cobre, una<br />
corona y las iniciales “B T” sobre la gorra. Un buen<br />
número entró enseguida pero muchos se retrasaron.<br />
La pieza era grande, desnuda, enjalbegada; un<br />
escritorio rodeado de una rejilla de hierro, un<br />
escribiente de cara fofa con el pelo partido por una<br />
raya, los ojos móviles y brillantes y los movimientos<br />
bruscos y ligeros de un pájaro enjaulado. <strong>El</strong> pobre<br />
capitán Allistoun, allí dentro, él también, sentado<br />
ante una mesita donde se apilaban brilles y monedas<br />
de oro, parecía impresionado por su cautiverio.<br />
Otro pájaro <strong>del</strong> Board of Trade, 4 se balanceaba en<br />
un taburete alto, cerca de la puerta, viejo pájaro<br />
sentado, al que mil cuchufletas de marinero en<br />
broma, no lograrían avergonzar. La tripulación <strong>del</strong><br />
“<strong>Narciso</strong>” esparcida en pequeños grupos, se<br />
apretaba en los rincones. Llevaban trajes elegantes<br />
que parecían tallados a golpes de hacha, pantalones<br />
brillantes, camisas de franela sin cuello, zapatos<br />
nuevos resplandecientes. Se golpeaban la espalda, se<br />
agarraban unos a otros por los botones <strong>del</strong> chaleco,<br />
preguntándose: “¿Dónde has dormido?”<br />
cuchicheaban alegremente, golpeándose los muslos<br />
con la mano y los pies el suelo, tragándose risas<br />
4 Ministerio de comercio y de la Marina Mercante.<br />
273
JOSEPH CONRAD<br />
ahogadas. La mayor parte lucían rostros frescos,<br />
afeitados, que brillaban. Uno o dos tan solo estaban<br />
mal peinados y tristes; los dos noruegos, suaves y<br />
limpios prometían de antemano, consuelos a las<br />
damas que patrocinaban el “Hogar” <strong>del</strong> marino<br />
escandinavo, Wamibo aún con ropa de trabajo<br />
soñaba de pie y pesado, en medio de la habitación; y<br />
a la entrada de Archie se despertó para sonreír. Pero<br />
el dependiente de lo ojos vivos llamó un nombre y<br />
comenzó la paga.<br />
Uno a uno avanzaban para tomar el salario de su<br />
glorioso y oscuro esfuerzo. Pasaban con cuidado el<br />
dinero por sus palmas anchas, lo guardaban en los<br />
bolsillos <strong>del</strong> pantalón, o volviéndose de espaldas a la<br />
mesa lo contaban con dificultad en el hueco de sus<br />
toscas manos.<br />
- La cuenta es justa; firmad el recibo... Ahí...<br />
Ahí...repetía el escribiente impacientado. Y pensaba:<br />
Estos marineros son estúpidos.<br />
Singleton se presentó venerable, e inseguro de si<br />
era día o no; gotas oscuras de jugo de tabaco<br />
manchaban su barba; las manos que no titubeaban<br />
jamás en la luz <strong>del</strong> espacio, podían apenas juntar el<br />
montoncillo de oro, en la profunda oscuridad<br />
terrestre.<br />
274
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
-¿No puedes escribir?, preguntó el dependiente<br />
sorprendido. Haga una cruz entonces.<br />
Singleton, penosamente, trazó dos gruesas rayas<br />
cruzadas, cubriendo la página..<br />
-¡Qué asqueroso bruto!, murmuró el empleado.<br />
Alguien abrió la puerta ante el anciano y el<br />
patriarca de los mares, salió titubeando sin una<br />
mirada para nadie.<br />
Archie tenía portamonedas. Se lo adulaba. Belfast<br />
que estaba achispado como si hubiese pasado ya por<br />
una o dos tabernas, dio signos de emoción y quiso<br />
hablar al capitán en particular. Hablaron a través de<br />
la verjilla de hierro y se oyó decir al capitán:<br />
- Lo he mandado a Board of Trade yo, susurró<br />
Belfast.<br />
- No hay modo, muchacho, lo he mandado todo,<br />
cerrado, sellado a la oficina de marina, añadió el<br />
patrón y Belfast dio un paso atrás, las comisuras de<br />
los labios caídos y la desolación en los ojos. Durante<br />
un momento oyeron hablar al patrón con el<br />
escribiente. Discernimos “James Wait... fallecido...<br />
nada de papeles... no se encontró nada... ni sombra<br />
de padres... la oficina guarda su sueldo”...<br />
Donkin entró al escritorio, habló con tono<br />
resuelto al empleado, que lo encontró inteligente.<br />
275
JOSEPH CONRAD<br />
Discutieron la cuenta dejando caer las 5 H a gusto,<br />
como por apuesta, muy amigotes. <strong>El</strong> capitán<br />
Allistoun pagó.<br />
He puesto una mala nota en su libreta, dijo<br />
tranquilamente.<br />
Donkin elevó la voz:<br />
- Guárdesela mi condenada libreta yo me... de su<br />
notas. Tengo empleo en tierra, y se volvió a<br />
nosotros.<br />
- <strong>El</strong> mar y yo, hemos acabado, dijo bien alto.<br />
Estaba bien más cómodo con su traje nuevo<br />
que ninguno de nosotros; nos miraba con arrogancia<br />
gozando <strong>del</strong> efecto de su declaración.<br />
- Pts... uno tiene amigos en lo alto ¿vosotros<br />
quisierais tenerlos eh? Pero yo soy un hermano, para<br />
eso somos compañeros... Pago una copa. ¿Quién<br />
viene?<br />
Nadie se movió. Cayó un silencio, un silencio de<br />
figuras inertes y rostros fijos. Esperó un momento,<br />
sonrió con amargura y alcanzó la puerta. Allí dio<br />
media vuelta de nuevo.<br />
-¿No queréis? Maldito montón de hipócritas...<br />
¿No? ¿Os he hecho algún mal? Yo... ¿no queréis<br />
5 Omitir la aspiración de la H en inglés señala al cockney, el arrabalero, y<br />
en general pasa por un signo de mala educación.<br />
276
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
beber?... ¿No? Pues moríos de sed tanto como sois...<br />
Ni uno tiene aquí el valor de una chinche. No hay<br />
nada más puerco que vosotros.... Trabajad y<br />
reventad pronto.<br />
Salió golpeando la puerta con tal violencia que el<br />
viejo pájaro de Board of Trade estuvo a punto de<br />
caer de su balancín.<br />
- Está loco dijo Archie.<br />
-¡No, no, borracho! Insistió Belfast que titubeaba<br />
enternecido. <strong>El</strong> capitán Allistoun sonreía<br />
tranquilamente ante la mesa vacía<br />
Fuera sobre Tower, Hill sus ojos parpadearon<br />
titubeando torpemente como enceguecidos por la<br />
calidad de esa luz tamizada, como intimidado por la<br />
vista de tantos hombres; y los que podían entenderse<br />
entre el rugir de las tormentas, parecían sordos y<br />
turbados, por el apagado gruñido de la tierra<br />
laboriosa.<br />
-¡Al Caballo Negro! ¡Al Caballo Negro! gritaron<br />
las voces. Hay que beber un vaso juntos, antes de<br />
separarse.<br />
Atravesaron la calle sujetándose unos a otros.<br />
Sólo Belfast y Charley se alejaron aislados. Al pasar<br />
vi una mujer hinchada rojiza, con chal gris bajo los<br />
cabellos terrosos y deshechos, echarse al cuello de<br />
277
JOSEPH CONRAD<br />
Charley. Era su madre. Lo inundaba de lágrimas.<br />
-¡Mi chico, mi chico!<br />
-¡Déjame, dijo Charley, déjame madre!<br />
Llegué a ellos en aquel momento mismo, y por<br />
encima de la peluca de la mujer lagrimeante el chico<br />
me sonrió indulgentemente, con mirada irónica,<br />
valiente y profunda, como para avergonzar toda mi<br />
experiencia de la vida. Le hice un signo amistoso<br />
continuando mi marcha, no sin oírle decir aún:<br />
- Si me largas en seguida te doy un bob de mi<br />
paga para que bebas a mi salud. 6<br />
Unos pasos más me condujeron hasta Belfast. Me<br />
tomó el brazo saltando de entusiasmo:<br />
- No he podido ir con ellos, balbuceó, señalando<br />
con el mentón, la corte vocinglera que descendía<br />
lentamente la calle a lo largo de la otra acera.<br />
Cuando pienso en Jimmy. ¡Pobre Jim! ¡Cuando<br />
pienso en él, no tengo ánimos para beber. Tu eras su<br />
marinero, también, pero yo, yo lo había sacado de su<br />
turno... ¿no es verdad? Los pelitos rizados como<br />
lana que tenía... ¡Sí, fui yo quien robó la maldita<br />
torta! No quería irse... Nadie podía hacerlo ir...<br />
Rompió en llanto.<br />
-¡Ni lo toqué, yo, ni así, ni así!... Por mí, por<br />
6 Un shilling.<br />
278
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
darme gusto, se fue como... como qué diré... ¡como<br />
un corderito!...<br />
Yo me solté suavemente. Las crisis de lágrimas de<br />
Belfast solían terminar en puñadas, y yo no quería<br />
ocuparme en llevar la carga de su inmenso dolor.<br />
Entre otras cosas dos policeman de imponente<br />
presencia, estaban por allí mirándonos incorruptibles<br />
y desaprobadores.<br />
- Hasta la vista, dije, me marcho. Pero en el<br />
rincón de la esquina me detuve a ver una vez más a<br />
la tripulación <strong>del</strong> “<strong>Narciso</strong>”. Oscilaba irresoluta<br />
sobre las anchas losas <strong>del</strong> atrio de la Moneda. Iban<br />
con la proa al Caballo Negro, donde hombres en<br />
mangas de camisa y bonete metidos sobre rostros<br />
brutales, daban apoyados a los lados de los barriles<br />
barnizados, la ilusión de la fuerza, de la alegría, de la<br />
felicidad; la ilusión <strong>del</strong> esplendor y la poesía de vivir<br />
a las tripulaciones presas de los navíos en alta mar.<br />
De lejos, los veía discurrir, la mirada jovial, los<br />
gestos ligeros, mientras que la marea de la vida<br />
ambiente llenaba sus oídos de un atronar incesante<br />
que no percibían. Y allí sobre las blancas piedras,<br />
que golpeaban sus pies indecisos, entre y el clamor<br />
de los humanos parecían seres de una especie<br />
desaparecida, perdida y solitaria olvidada y maldita;<br />
279
JOSEPH CONRAD<br />
náufragos despreocupados y gozosos.<br />
<strong>El</strong> gruñido de la ciudad parecíase al <strong>del</strong> oleaje que<br />
rompe poderoso y sin compasión en la majestad de<br />
su voz y la crueldad de sus designios; pero en el<br />
cielo, las nubes se abrieron, un rayo de sol inundó<br />
las paredes de las casas negras. <strong>El</strong> grupo oscuro de<br />
marineros se alejó. A su izquierda se estremecían los<br />
árboles <strong>del</strong> jardín de “La Torre”, sus piedras<br />
brillantes, parecían moverse en los juegos de la luz,<br />
como al recuerdo súbito a las grandes alegrías y<br />
dolores <strong>del</strong> pasado de los prototipos guerreros de<br />
estos: reclutamientos forzados, gritos de revuelta<br />
llantos de mujer a bordo <strong>del</strong> río y clamores de<br />
hombres saludando el regreso victorioso. Los rayos<br />
<strong>del</strong> sol cayeron como una gracia acordada al fango<br />
<strong>del</strong> suelo, sobre las piedras llenas de recuerdos y<br />
silencio, sobre el egoísmo y la codicia; sobre los<br />
facciones inquietas de los hombres inconstantes. A<br />
la derecha <strong>del</strong> grupo oscuro la sucia fachada de la<br />
“Moneda”, lavada por la ola de claridad apareció un<br />
instante blanca como un palacio de mármol, en un<br />
cuento de hadas. La tripulación <strong>del</strong> “<strong>Narciso</strong>” se<br />
perdió de vista...<br />
Nunca los he vuelto a ver. <strong>El</strong> mar se llevó<br />
algunos, los steamers tomaron otros y los<br />
280
EL NEGRO DEL "NARCISO"<br />
cementerios de tierra tendrán la cuenta <strong>del</strong> resto.<br />
Singleton la llevado, sin duda, consigo su largo<br />
recorrido le labor y de fi<strong>del</strong>idad a las profundidades<br />
pacíficas <strong>del</strong> mar hospitalario. Y Donkin, jamás<br />
limpiamente, después de un día de trabajo, gana<br />
quizá su vida perorando, fuerte de innoble<br />
elocuencia, sobre los derechos sagrados <strong>del</strong> trabajador.<br />
Así sea, a la tierra y al mar, cada uno lo<br />
suyos.<br />
Un camarada de a bordo que se deja, como<br />
cualquier otro, se pierde para siempre. Mas hay días<br />
en que el flujo de recuerdos aparta con fuerza al<br />
oscuro río a nuevos meandros. Entonces, yo veo<br />
entre las vergas desoladas, deslizarse un navío, barco<br />
fantasma maniobrando por sombras. Pasan y me<br />
hacen signos, hablando con sus voces de espectros.<br />
¿No habremos conquistado juntos en el mar<br />
inmortal el perdón de nuestras vidas pecadoras?<br />
Adiós, hermanos, erais buenos marineros. Jamás<br />
otros mejores empuñaron con gritos salvajes la tela<br />
golpeante de una mesana pesada, ni balanceados en<br />
la arboladura, perdidos en noche devolvieron mejor<br />
al temporal <strong>del</strong> oeste, aullido por aullido.<br />
FIN<br />
281