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$ 1.200 - Revista Pentecostés

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cido en un establo (Fil 2, 3-8).<br />

Somos celosos de nuestra autoridad,<br />

El se somete a José y a María<br />

(Lc 2,51). Somos rencorosos<br />

y muy orgullosos para perdonar,<br />

El siempre perdona, incluso a<br />

los que lo clavan en la cruz (Lc<br />

23,34). Nos indignamos cuando<br />

alguien nos ofende o nos insulta,<br />

El guarda silencio mientras se<br />

burlan de El, lo azotan, le pegan<br />

y le escupen la cara (Mc 14,61).<br />

Nos gusta obtener buen servicio<br />

y ser vistos con los más encumbrados,<br />

El se llama a sí mismo<br />

nuestro servidor, haciendo amistad<br />

con publícanos, pecadores y<br />

pescadores, lavándoles los pies.<br />

Queremos alcanzar la cima, El<br />

desciende hasta hacerse hombre,<br />

y va más allá hasta convertirse<br />

en Pan sobre nuestros altares.<br />

Charles de Foucauld lo resume<br />

así: “Jesús ha escogido el último<br />

lugar, y hasta ahora nadie ha podido<br />

disputárselo”.<br />

Siendo el más humilde de<br />

todos, enseña a los que quieren<br />

seguirlo que del mismo modo<br />

hagan suyo el último puesto (Mt<br />

19,30; Lc 14, 10-11). La humildad<br />

es su grandeza (Fil 2, 8-11)<br />

y la base de su enseñanza, como<br />

también de la de S. Pablo (Mc<br />

10,41-45; Mt 5,5 y 11; 18, 1-4;<br />

2 Cor 12, 9-10; Gal. 6,3; Efesios<br />

4,2).<br />

Es de cabal importancia para<br />

la Renovación lo que nos mues-<br />

tra S. Pablo: que los dones, lejos<br />

de enorgullecernos, deben en<br />

realidad hacernos humildes, ya<br />

que ellos son el modo como Dios<br />

nos hace hacer cosas que nunca<br />

podríamos realizar nosotros (1<br />

Cor 4,4; Rom 12,3), haciéndonos<br />

interdependientes, como miembros<br />

del mismo Cuerpo (Rom 12,<br />

4-6; 1 Cor 12, 11-12).<br />

S. Tomás de Aquino considera<br />

al orgullo como el obstáculo más<br />

grande para la unión con Dios.<br />

Ya para conocer a Dios, tenemos<br />

que abrirnos al conocimiento de<br />

alguien infinitamente superior a<br />

nosotros, permanecer en la realidad<br />

de nuestra propia pequeñez,<br />

y ver y alabar su grandeza. El orgullo<br />

sólo quiere despreciar a los<br />

demás, en cambio a Dios sólo se<br />

lo puede ver si se mira hacia arriba.<br />

Cegándonos a nuestras propias<br />

faltas, nos hace intolerantes<br />

ante las fallas ajenas, como si<br />

fuéramos el único pecador perdonado<br />

y exigiendo a los demás<br />

que nos traten como a santos inmaculados.<br />

Nuestra única prueba<br />

es si soy capaz de decir: “soy<br />

orgulloso”, admitiéndolo realmente.<br />

Si se necesitara una segunda<br />

prueba, debiera entonces<br />

estudiar mis emociones cuando<br />

se me critica, corrige, ignora o<br />

simplemente, cuando alguien<br />

me aventaja, y quizás también<br />

la contrariedad y sentimiento de<br />

injusticia que experimento al leer<br />

ENERO • FEBRERO • AÑO 2011 7<br />

un artículo como éste.<br />

Todo cristiano y todo instrumento<br />

de renovación de la<br />

Iglesia deben ser humildes. Si al<br />

mirarnos a nosotros mismos vemos<br />

grandeza, otros verán, en<br />

cambio, solamente orgullo. Pero<br />

si, al contrario, vemos nuestras<br />

fallas y la total dependencia en<br />

que estamos respecto a Jesús,<br />

que es todo, mientras nosotros<br />

no somos nada, entonces los demás<br />

verán también a Jesús. No<br />

tenemos que negar ni nuestros<br />

talentos ni nuestras virtudes,<br />

pero, como María, tenemos que<br />

dar la honra a quien corresponde:<br />

“El ha hecho en mí grandes<br />

cosas”. Su nombre es Santo (Lc<br />

1,49). María dice también que<br />

Dios dispersó a los hombres de<br />

corazón soberbio y elevó a los<br />

humildes (Lc 1,51-52), y esto<br />

significa que el orgullo puede,<br />

en realidad, dispersar a la Renovación,<br />

mientras que la humildad<br />

la eleva, haciéndola instrumento<br />

eficaz de evangelización<br />

y re-evangelización, tal como<br />

Dios lo desea. Esto supone que<br />

muchos, y quizás todos, necesitamos<br />

arrepentirnos y convertirnos.<br />

La Renovación Carismática<br />

será verdaderamente una gran<br />

obra de Dios si los carismáticos,<br />

y especialmente sus dirigentes,<br />

reivindican la humildad como el<br />

primer don después del amor<br />

mismo.<br />

Todo cristiano y todo instrumento de Renovación<br />

de la Iglesia deben ser humildes

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