Sementera: 312 litros de grano - citaREA

CRÉ — 344 — CRÉ
tribución por su capital eu acciones. Ni el
país respondió al llamamiento, ni aquel Gobierno
, ni los que inmediatamente le sucedieron,
se sabe que insistieran en tan patrióticas
excitaciones.»
De diversa índole son los obstáculos que
se oponen al establecimiento del crédito agrícola;
el fabricante edifica y abre su fábrica, y
no sólo encuentra al siguiente día quien se
asocie, sino que durante el período de desarrollo
y explotación le auxilie con préstamos
, hasta sin más garantía que su palabra y
su firma.
El industrial establece su industria, y desde
el primer instante cuenta con el auxilio del
que tiene las primeras materias, y que son
las que precisamente le sirven para el desarrollo
de aquélla.
El comerciante habilita un local y lo llena
al día siguiente de géneros, que los fabricantes
le dan en comisión ó le venden á largos
plazos, sin cuyo auxilio no habrían podido, ni
.unos, ni otros, abrir y sostener sus establecimientos;
y todo esto sin más garantía que la
buena opinión de que gozan en el pueblo, y
de la honradez con que se han conducido
siempre.
Se ofrece después el propietario, y ya el
crédito de éste es muy otro en su procedimiento.
No es la garantía una factura suscrita;
no es un pagaré ó una letra de cambio á
plazo más ó menos largo, sino que ha de
constituirse una hipoteca, é hipoteca precisamente
sobre bienes liberados y que no tengan
carga alguna oculta, porque entonces no existe
el crédito territorial, como veremos en su
correspondiente artículo; de modo que el propietario,
aun cuando de la misma favorable
opinión, y teniendo mayores garantías reales,
no alcanza su crédito el grado de facilidad
que el de los anteriores; ¿y por qué esa aberración?
Pero viene el agricultor: es un hombre honrado
, laborioso y adornado de cuantas prendas
pueden concurrir en la persona para gozar
del crédito personal; pues este infeliz, aun
cuando lleve en colonia feraces campos; aun
cuando sus sementeras ofrezcan opimos frutos,
este infeliz, repetimos, no goza de crédito,
no encuentra más auxilio que el del usurero
que le arrebata su cosecha por el préstamo
de una cantidad miserable, ó le arruina y
le pierde, si ha tenido la desgracia de que una
nube, ó un sol abrasador, ó una plaga de insectos
hayan devastado su campo.
Ante este hecho innegable, ¿se puede esperar
que nazca y prospere el crédito agrícola?
Creemos que no.
Y la razón de esta negativa está en la manera
de ser y de vivir de nuestra sociedad.
La clase de fabricantes es poco numerosa;
le sigue la de industriales, y después la de comerciantes;
pero estas tres clases, comparadas
con las de propietarios y agricultores, son sumamente
exiguas; en aquéllas se conocen sus
individuos, se relacionan porque se necesitan,
y se crean entre ellos costumbres que se traducen
en reglas de conducta, que producen
esa facilidad en las operaciones del crédito, que
son su vida; y los propietarios y los agricultores,
que son tan numerosos, ¿podrán nunca
existir de la misma manera, ni establecer
esas relaciones mutuas entre el propietario y
el agricultor para auxiliarse respectivamente
dándose el crédito que se merecen?
De nuevo volvemos á repetir que es imposible.
Entre propietarios y agricultores existe la
misma lucha que entre el capital y el trabajo;
y mientras los propietarios y capitalistas traten
de explotar al agricultor y al obrero; y
mientras el agricultor y el obrero luchen desesperadamente
para obtener lo que á su trabajo
se debe, lo cual no será posible, pues es
la cuestión vital de todos tiempos, no podrá
existir el crédito agrícola, y aún menos que
el del trabajo, el cual, viendo que su precaria
existencia necesitaba un auxilio en las grandes
crisis, ha creado el obrero, para satisfacerlo,
las sociedades cooperativas, así como el
agricultor suspira por los Bancos agrícolas,
porque ve que en ellos encontraría la fuente
que habría de proporcionarle los recursos salvadores
de su vida y de su hogar.
En el artículo de Bancos agrícolas hemos
manifestado ya qué clase de establecimientos
deben ser éstos: una institución nacional, perfectamente
organizada; no esas sociedades
usureras que, cubriéndose con el manto de
una filantrópica misión, explotan y arruinan
al pobre labriego, más que el mismo avaro
que hace alarde de inclemente avaricia.
El crédito agrícola, pues, nacerá de esos
Bancos agrícolas por cuyo establecimiento
tanto hemos luchado y seguimos trabajando,
esperando en la Providencia que se nos escuche
y atienda, cuando se convenzan todos que
con discursos y otros procedimientos por el
estilo, así como por el empirismo que se enseñorea
de la inteligencia de la mayoría, no se
consigue crear esas fuentes que signifiquen el
capital que concede crédito al laborioso agricultor
y le presta lo que necesita para el cultivo
de la heredad que explota, tan sólo por
un módico y solo interés; interés que también
se convierte en su provecho, y sin más gastos
ni más pérdidas de tiempo que el que le cueste
ir desde su casa á la de la Administración del
Banco agrícola de su lugar.
El Sr. Montero Ríos cree, nosotros no,
que para generalizar el crédito agrícola es
indispensable que los Bancos que presten se
dediquen á otras empresas.
«¿Cómo inmovilizar, dice, por plazos algo
dilatados, como tienen que serlo las operaciones
del crédito de'aquella clase, capitales que
son ó pueden ser exigidos en más breve término?
Los establecimientos de crédito agrícola
que no tengan otra mira ni acometan otra
clase de operaciones que las que propiamente
se designan con tal nombre, ó han de cerrar
sus arcas á los depósitos, limitándose sus ope-