Una rosa en invierno 01/3»/ - Autoras en la sombra

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Una rosa en invierno 01/3ª/ 3/3/08 16:29 Página 24 un solo defecto aparente! No obstante, las dudas persistían. Si el tipo estaba dispuesto a casarse, ¿cómo era posible que hubiera alcanzado la edad adulta sin que lo hubiera atrapado al menos una docena de mujeres? «¡Seguro que tiene algún defecto!», exclamó su sentido común. Conociendo a su padre, ¡seguro que lo tenía! Pese a la celeridad de sus elucubraciones, su lengua pronto se adelantó a su cerebro. —Pase, señor. Mi padre me avisó de que vendría. —¿De veras? —Pareció asimilar dicha información con cierto asombro. La sonrisilla que asomaba a sus labios creció cuando la observó con detenimiento—. ¿Sabe quién soy? —¡Por supuesto! —replicó con una risa vivaz—. Lo estábamos esperando. Pase, por favor. El hombre volvió a fruncir el ceño al atravesar el umbral, como si se sintiera reacio a entregarle el sombrero, la fusta y los guantes. Tras colocar estos últimos sobre el sombrero, Erienne dejó los objetos a un lado. —Me ha sorprendido gratamente, señorita Fleming —comentó—. Esperaba que me recibieran con resentimiento, y no con amabilidad. Erienne se encogió por dentro al captar el significado de aquellas palabras. No se le había ocurrido imaginar que su padre fuera tan indiscreto como para revelar su aversión al matrimonio. ¿Cómo podía haber pensado que rechazaría a un pretendiente apuesto que superaba con creces a todos los demás que habían pedido su mano? Tras responder con una fingida carcajada de jovialidad, expresó con mucho tiento su preocupación. —Supongo que mi padre le habló de mi renuencia a conocerlo. El hombre esbozó una sonrisa cómplice. —Estoy convencido de que me creía una bestia espantosa. —Y me alivia mucho que no lo sea —replicó ella, y al instante pensó que había revelado demasiado entusiasmo. Apretó los dientes con la esperanza de que no la considerara una jovenzuela atrevida, pero pensó que lo que había dicho era casi un eufemismo. Con la intención de ocultarle el rubor de sus mejillas, pasó junto a él para cerrar la puerta. La suave fragancia de la colonia mascu- 24

Una rosa en invierno 01/3ª/ 3/3/08 16:29 Página 25 lina se mezcló con un ligero aroma a caballo y a hombre que enardeció sus sentidos. Allí tampoco había defecto alguno, desde luego. Los largos dedos del hombre desabrocharon con destreza y rapidez los botones de su gabán y se deshizo de la prenda. Por más que lo intentó, Erienne no encontró ninguna imperfección en esos hombros amplios, en esa cintura estrecha ni en sus largas piernas. La imponente prominencia que los ajustados calzones marcaban en su entrepierna era buena muestra de su virilidad y, al recordar el motivo de su visita, Erienne se puso tan nerviosa como si ya estuvieran comprometidos. —Permita que tome su abrigo —dijo, tratando de dominar el temblor de su voz. Las impecables prendas hechas a medida eran casi tan dignas de admiración como el hombre que las vestía. Sin embargo, en alguien con una estatura menos impresionante habrían perdido gran parte de su atractivo. El chaleco, que asomaba bajo una chaqueta verde oscuro, era tan corto como dictaba la moda y de un tono crema que hacía juego con los pantalones. Las botas de cuero se amoldaban a sus esbeltas y musculosas pantorrillas y tenían una vuelta color castaño en la parte superior. Las prendas eran caras y elegantes, pero él las llevaba con una desenvoltura totalmente varonil, sin amaneramientos. Erienne se giró a un lado para colgar el gabán en un gancho que había junto a la puerta. Estremecida por el contraste de la gélida humedad del exterior y la calidez de la parte interna del abrigo, se detuvo un momento para retirar las gotas de lluvia que empapaban el costoso tejido. Luego se dio la vuelta, miró al hombre y dijo: —Debe de haber sido horrible cabalgar en un día como este. Los ojos verdes la recorrieron con rapidez y se clavaron en los suyos para observarla con alegre calidez. —Quizá sí, pero con el recibimiento de semejante belleza ha merecido la pena. Tal vez hubiera debido advertirle que no se acercara tanto. A esa distancia, a Erienne le resultaba en extremo difícil dominar el rubor de placer que le teñía las mejillas y mantener una actitud despreocupada. Se recriminó por semejante falta de compostura, pero no podía dejar de pensar que por primera vez se encontraba junto a un 25

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lina se mezcló con un ligero aroma a caballo y a hombre que <strong>en</strong>ardeció<br />

sus s<strong>en</strong>tidos. Allí tampoco había defecto alguno, desde luego.<br />

Los <strong>la</strong>rgos dedos del hombre desabrocharon con destreza y rapidez<br />

los botones de su gabán y se deshizo de <strong>la</strong> pr<strong>en</strong>da. Por más<br />

que lo int<strong>en</strong>tó, Eri<strong>en</strong>ne no <strong>en</strong>contró ninguna imperfección <strong>en</strong> esos<br />

hombros amplios, <strong>en</strong> esa cintura estrecha ni <strong>en</strong> sus <strong>la</strong>rgas piernas.<br />

La impon<strong>en</strong>te promin<strong>en</strong>cia que los ajustados calzones marcaban <strong>en</strong><br />

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motivo de su visita, Eri<strong>en</strong>ne se puso tan nerviosa como si ya estuvieran<br />

comprometidos.<br />

—Permita que tome su abrigo —dijo, tratando de dominar el<br />

temblor de su voz.<br />

Las impecables pr<strong>en</strong>das hechas a medida eran casi tan dignas de<br />

admiración como el hombre que <strong>la</strong>s vestía. Sin embargo, <strong>en</strong> algui<strong>en</strong><br />

con una estatura m<strong>en</strong>os impresionante habrían perdido gran parte<br />

de su atractivo. El chaleco, que asomaba bajo una chaqueta verde<br />

oscuro, era tan corto como dictaba <strong>la</strong> moda y de un tono crema que<br />

hacía juego con los pantalones. Las botas de cuero se amoldaban a<br />

sus esbeltas y musculosas pantorril<strong>la</strong>s y t<strong>en</strong>ían una vuelta color castaño<br />

<strong>en</strong> <strong>la</strong> parte superior. Las pr<strong>en</strong>das eran caras y elegantes, pero<br />

él <strong>la</strong>s llevaba con una des<strong>en</strong>voltura totalm<strong>en</strong>te varonil, sin amanerami<strong>en</strong>tos.<br />

Eri<strong>en</strong>ne se giró a un <strong>la</strong>do para colgar el gabán <strong>en</strong> un gancho que<br />

había junto a <strong>la</strong> puerta. Estremecida por el contraste de <strong>la</strong> gélida humedad<br />

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costoso tejido. Luego se dio <strong>la</strong> vuelta, miró al hombre y dijo:<br />

—Debe de haber sido horrible cabalgar <strong>en</strong> un día como este.<br />

Los ojos verdes <strong>la</strong> recorrieron con rapidez y se c<strong>la</strong>varon <strong>en</strong> los<br />

suyos para observar<strong>la</strong> con alegre calidez.<br />

—Quizá sí, pero con el recibimi<strong>en</strong>to de semejante belleza ha<br />

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Tal vez hubiera debido advertirle que no se acercara tanto. A esa<br />

distancia, a Eri<strong>en</strong>ne le resultaba <strong>en</strong> extremo difícil dominar el rubor<br />

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Se recriminó por semejante falta de compostura, pero no<br />

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