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Yachay Tinkuy descarga la 1ª Parte - utl americas

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48<br />

Pa<strong>la</strong>bras duras, cortantes y filosas como una navaja.<br />

Son <strong>la</strong> expresión y el reflejo de más de 400 años de<br />

dominación en <strong>la</strong> América, primero por el hombre<br />

europeo, y por el criollo después. No hay <strong>la</strong> menor<br />

duda, los pueblos originarios de este continente miran<br />

con miedo y desconfianza <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra y <strong>la</strong>s obras<br />

de los hombres foráneos (nacionales o extranjeros).<br />

No se salva <strong>la</strong> oferta de los supuestos o verdaderos<br />

beneficios de <strong>la</strong> medicina moderna u occidental:<br />

“No hay confianza. Nos han engañado por cientos<br />

de años y lo siguen haciendo”.<br />

Veinte años después de <strong>la</strong> dec<strong>la</strong>ración que acabamos<br />

de citar –el primero de enero de 1994–, ya<br />

no serían <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras sino <strong>la</strong>s armas: el fusil y el<br />

machete, el anonimato tras un pasamontañas (“¿a<br />

quién le interesa ver <strong>la</strong> cara de los indios, si son<br />

todos iguales?”). Son los hombres “verdaderos”<br />

(de acuerdo a sus denominaciones colectivas); son<br />

campesinos, son pobres, son enmascarados y se autodenominan<br />

como zapatistas, que con el rifle y <strong>la</strong><br />

pisto<strong>la</strong> en sus manos <strong>la</strong>nzan un ¡Ya basta! ante tanto<br />

olvido, ante tanta pobreza e injusticia.<br />

Demandan tierra para trabajar<strong>la</strong>, vivienda para<br />

sus familias, educación para sus hijos y servicios<br />

médicos con medicamentos de patente y hospitales<br />

para sus enfermos. Sí, escucharon bien: piden<br />

médicos para que sus niños no mueran de enfermedades<br />

fácilmente prevenibles, es decir, de diarreas<br />

e infecciones respiratorias. Pero, sobre todo,<br />

nos piden y nos exigen ser escuchados, ser tratados<br />

con dignidad y respeto. Hace cientos de años, unos<br />

frailes católicos mostraron en España que los indios<br />

americanos sí tenían alma y que no eran animales.<br />

Ahora un grupo de indígenas nos exigen no sólo<br />

ser tratados como humanos, sino también que reconozcamos<br />

su derecho a <strong>la</strong> cultura propia y particu<strong>la</strong>r<br />

en que han nacido. Son indios de ascendencia<br />

maya: choles, tojo<strong>la</strong>bales, tzeltales y tzotziles, y<br />

ciertamente, algunos hombres mestizos dispuestos<br />

a vivir y morir como ellos.<br />

Ahora bien, nos preguntamos: ¿nuestros hospitales<br />

y centros de salud en territorios indígenas (en<br />

REFLEXIONES SOBRE LA INTERCULTURALIDAD EN SALUD<br />

Bolivia, Chile, Perú, México y América Latina en<br />

general) responden técnica y culturalmente a <strong>la</strong>s<br />

demandas de los pacientes rurales, de los pacientes<br />

de pueblos originarios? Con honrosas excepciones,<br />

creo que no. Hemos constatado indolencia, indiferencia<br />

y frialdad del personal médico y paramédico<br />

ante el enfermo hospitalizado. No es un problema<br />

temporal ni circunscrito a ciertos países. Se trata<br />

de un problema estructural y generalizado. Estamos<br />

fal<strong>la</strong>ndo, y <strong>la</strong> falencia involucra <strong>la</strong> formación<br />

y <strong>la</strong> capacitación de médicos y enfermeras, dentistas<br />

y trabajadores sociales. Estamos hab<strong>la</strong>ndo<br />

de fal<strong>la</strong>s estructurales en <strong>la</strong>s escue<strong>la</strong>s y facultades<br />

de medicina, de enfermería, de estomatología y de<br />

trabajo social, entre otras.<br />

Hab<strong>la</strong>mos de nuestras universidades. Estamos<br />

preparando estudiantes desalmados, no en el sentido<br />

de que sean moral e intrínsecamente malvados,<br />

sino de <strong>la</strong> ausencia de alma, humanidad, amor y<br />

amistad hacia el otro. Ese otro con enfermedad, con<br />

dolencias, que vive el sufrimiento, y que además<br />

–por si fuera poco– es una persona que posee una<br />

cultura diferente a <strong>la</strong> nuestra. Precisamente aquí<br />

reside <strong>la</strong> raíz del problema. Si no cambiamos <strong>la</strong><br />

universidad, si no transformamos nuestras escue<strong>la</strong>s,<br />

si no modificamos el currículo esco<strong>la</strong>r, y si no<br />

tocamos nuestro corazón y nuestros sentimientos,<br />

cualquier medida será inútil.<br />

Empecemos por lo más inmediato, es decir por<br />

nosotros mismos, por nuestras escue<strong>la</strong>s, por nuestros<br />

centros de trabajo. Ciertamente, nuestra formación<br />

universitaria nos posiciona en un perfeccionamiento<br />

técnico en el campo de <strong>la</strong> enfermedad, particu<strong>la</strong>rmente<br />

en <strong>la</strong> orientación biológico-corporal, pero requerimos<br />

de una capacitación socio-cultural o antropológica<br />

del proceso salud-enfermedad-atención.<br />

De allí <strong>la</strong> importancia del aprendizaje intercultural<br />

en Ciencias de <strong>la</strong> Salud. Hoy estamos inaugurando<br />

un inédito curso de postgrado en Salud Intercultural.<br />

De inmediato surgen varias y legítimas interrogantes:<br />

¿por qué es necesario este curso?, ¿para qué lo<br />

hacemos?, ¿quiénes intervenimos?, ¿qué haremos

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