PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas
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de combustible y, después, seguirían hasta Costa Rica, donde llegarían a la mañana siguiente. —¿Y cuánto tiempo estaremos en Costa Rica? —preguntó Grant. —Bueno, eso realmente depende —dijo Gennaro—. Tenemos que aclarar algunas cosas. —Acepte mi palabra —añadió Hammond, volviéndose a Grant—; no estaremos más que cuarenta y ocho horas. Grant se abrochó el cinturón de seguridad: —Esta isla suya a la que nos dirigimos... nunca oí hablar de ella. ¿Es una especie de secreto? —En cierto sentido —contestó Hammond—. Hemos sido sumamente cuidadosos asegurándonos de que nadie sepa nada de ella hasta el día en el que, finalmente, la inauguraremos ante un público sorprendido y encantado.
BLANCO DE LA OPORTUNIDAD La «Biosyn Corporation» de Cupertino, California, nunca había convocado una reunión de emergencia de su junta directiva. Los diez directores ahora sentados en la sala de conferencias estaban irritables e impacientes. Eran las ocho de la noche. Habían estado hablando entre sí durante los diez últimos minutos, pero lentamente se habían ido quedando en silencio. Revisando papeles. Mirando sus relojes de manera significativa. —¿Qué estamos esperando? —preguntó uno de ellos. —Uno más —dijo Lewis Dodgson—. Necesitamos uno más. Echó un vistazo a su reloj. La oficina de Ron Meyer había dicho que llegaba en el avión de las seis, proveniente de San Diego. Para estos momentos debería estar aquí, incluso tomando en cuenta el tráfico que venía desde el aeropuerto. —¿Se necesita quórum? —preguntó otro director. —Sí —contestó Dodgson—. Lo necesitamos. Eso le hizo callar durante unos instantes. Quórum significaba que se les iba a pedir que tomaran una decisión importante. Y Dios sabe que les iban a pedir que la tomaran, aunque Dodgson hubiese preferido no convocar la reunión en absoluto. Pero Steingarten, el presidente de «Biosyn», se había mostrado inflexible: —Tendrás que contar con su aprobación para esto, Lew —declaró. Según quién fuese la persona consultada, Lewis Dodgson era famoso por ser el genetista más emprendedor de su generación, o el más imprudente. De treinta y cuatro años de edad, con la calvicie incipiente, rostro aguileño y vehemente, John Hopkins le había despedido, siendo licenciado en Biología, por haber planeado un tratamiento genético en pacientes humanos sin haber obtenido los protocolos adecuados de la FDA (2). Contratado por «Biosyn», condujo el controvertido ensayo de la vacuna para la rabia, en Chile. Ahora estaba a cargo de la sección de desarrollo de productos de «Biosyn» lo que, presuntamente, consistía en hacer «ingeniería retrospectiva»: tomar el producto de un competidor, desmenuzarlo, aprender cómo funcionaba y, después, elaborar la versión «Biosyn». En la práctica, eso entrañaba hacer espionaje industrial, mucho del cual estaba dirigido contra la compañía «InGen». Las compañías de ingeniería genética más grandes de Norteamérica, como «Genentech» y «Cetus», se habían iniciado en la década de 1970 para elaborar productos farmacéuticos. Pero, en la década de 1980, algunas empresas pequeñas habían comenzado con otros fines: «Biogen» y «Genrac» estaban elaborando semillas y cosechas resistentes a las plagas, para la
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BLANCO DE LA OPORTUNIDAD<br />
La «Biosyn Corporation» de Cupertino, California, nunca había convocado una reunión de<br />
emergencia de su junta directiva.<br />
Los diez directores ahora sentados en la sala de conferencias estaban irritables e<br />
impacientes. Eran las ocho de la noche. Habían estado hablando entre sí durante los diez<br />
últimos minutos, pero lentamente se habían ido quedando en silencio. Revisando papeles.<br />
Mirando sus relojes de manera significativa.<br />
—¿Qué estamos esperando? —preguntó uno de ellos.<br />
—Uno más —dijo Lewis Dodgson—. Necesitamos uno más.<br />
Echó un vistazo a su reloj. La oficina de Ron Meyer había dicho que llegaba en el avión de<br />
las seis, proveniente de San Diego. Para estos momentos debería estar aquí, incluso tomando<br />
en cuenta el tráfico que venía desde el aeropuerto.<br />
—¿Se necesita quórum? —preguntó otro director.<br />
—Sí —contestó Dodgson—. Lo necesitamos.<br />
Eso le hizo callar durante unos instantes. Quórum significaba que se les iba a pedir que<br />
tomaran una decisión importante. Y Dios sabe que les iban a pedir que la tomaran, aunque<br />
Dodgson hubiese preferido no convocar la reunión en absoluto. Pero Steingarten, el presidente<br />
de «Biosyn», se había mostrado inflexible:<br />
—Tendrás que contar con su aprobación para esto, Lew —declaró.<br />
Según quién fuese la persona consultada, Lewis Dodgson era famoso por ser el genetista<br />
más emprendedor de su generación, o el más imprudente. De treinta y cuatro años de edad,<br />
con la calvicie incipiente, rostro aguileño y vehemente, John Hopkins le había despedido,<br />
siendo licenciado en Biología, por haber planeado un tratamiento genético en pacientes<br />
humanos sin haber obtenido los protocolos adecuados de la FDA (2). Contratado por «Biosyn»,<br />
condujo el controvertido ensayo de la vacuna para la rabia, en Chile. Ahora estaba a cargo de<br />
la sección de desarrollo de productos de «Biosyn» lo que, presuntamente, consistía en hacer<br />
«ingeniería retrospectiva»: tomar el producto de un competidor, desmenuzarlo, aprender cómo<br />
funcionaba y, después, elaborar la versión «Biosyn». En la práctica, eso entrañaba hacer<br />
espionaje industrial, mucho del cual estaba dirigido contra la compañía «InGen».<br />
Las compañías de ingeniería genética más grandes de Norteamérica, como «Genentech» y<br />
«Cetus», se habían iniciado en la década de 1970 para elaborar productos farmacéuticos.<br />
Pero, en la década de 1980, algunas empresas pequeñas habían comenzado con otros fines:<br />
«Biogen» y «Genrac» estaban elaborando semillas y cosechas resistentes a las plagas, para la