PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas
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LA PLAYA Al perseguir los dinosaurios, siguiendo las curvas y pendientes de hormigón, Grant repentinamente irrumpió en el exterior, a través de una cavernosa abertura, y se encontró en la playa, mirando el océano Pacífico. A su alrededor, los velocirraptores jóvenes estaban retozando y alborotando en la arena. Pero, uno por uno, retrocedieron hasta ponerse a la sombra de las palmeras que crecían en el borde del manglar, y ahí permanecieron, alineados según su particular modalidad, observando el océano. Tenían la vista clavada en el Sur. —No lo entiendo —dijo Gennaro. —Yo tampoco —contestó Grant—. Lo que sí entiendo es que resulta claro que no les gusta el sol. —No había mucho sol en la playa, flotaba una leve bruma y el océano estaba neblinoso. Pero, ¿por qué habían abandonado súbitamente el nido? ¿Qué había llevado a toda la colonia a la playa? Gennaro levantó la esfera del reloj y observó la forma en que estaban dispuestos los animales: —Nordeste-sudoeste. Igual que antes. Detrás de la playa, en lo profundo del bosque, oyeron el zumbido profundo de la cerca eléctrica: —Por lo menos, ahora sabemos cómo salen de la cerca —dijo Ellie. Entonces, oyeron la palpitación de motores diesel y, a través de la bruma, vieron un barco que aparecía en el Sur. Un carguero grande, que se desplazaba lentamente hacia el Norte. —¿Así que ése es el porqué de que hayan salido? —dijo Gennaro. Grant asintió: —Deben de haberlo oído venir. Mientras pasaba el carguero, todos los animales lo observaban, en silencio, salvo por un ocasional grito o gorjeo. A Grant le impresionó la coordinación que exhibían en su conducta, la manera en que se movían y actuaban como grupo. Pero, quizá, realmente, no era algo tan misterioso. Repasó mentalmente la secuencia de sucesos que habían comenzado en la cueva. Los primeros que se agitaron fueron los ejemplares recién nacidos. Después se dieron cuenta los adultos. Y, por último, todos los animales acudieron a la playa en tropel. Esa secuencia parecía entrañar que los animales más jóvenes, dotados de mayor agudeza auditiva, habían descubierto primero el barco. Después, los adultos condujeron la manada hacia la playa. Y, mientras miraba, vio que los adultos se hacían cargo de la situación. Había una clara organización espacial a lo largo de la playa, a medida que los animales se acomodaban; no era
laxa y cambiante, como lo había sido en el recinto; era, por el contrario, bastante regular, casi militarmente ordenada: los adultos estaban separados unos de otros alrededor de nueve metros, más o menos, cada adulto rodeado por un enjambre de crías muy jóvenes. Los ejemplares jóvenes, semiadolescentes, se situaban entre los adultos y ligeramente delante de ellos. Pero Grant también veía que no todos los adultos eran iguales: había una hembra con una lista distintiva a lo largo de la cabeza, y estaba en el centro mismo del grupo, cuando éste se ordenó a lo largo de la playa. Esa misma hembra también había permanecido en el centro de la zona de anidamiento. Grant conjeturó que, al igual que algunas manadas de monos, los raptores estaban organizados según un ordenamiento matriarcal jerárquico, basado en la edad de los componentes, y que ese animal listado era la hembra alfa de la colonia. Los machos, según veía, estaban dispuestos para actuar en la defensa: en el perímetro del grupo. Pero, a diferencia de los monos, que estaban organizados en forma laxa y flexible, los dinosaurios mantenían una disposición rígida, casi una formación militar. Después estaba, también, la rareza de la orientación espacial según el eje nordeste-sudoeste. Eso escapaba a la comprensión de Grant. Pero, en otro sentido, no le sorprendía: los paleontólogos habían estado exhumando huesos durante tanto tiempo, que olvidaban cuan poca información se podía recoger de un esqueleto. Los huesos podían decir algo sobre el aspecto general de un animal, su talla, su peso; podían decir algo sobre cómo se adherían los músculos y, en consecuencia, algo sobre la conducta, a muy grandes rasgos, del animal durante su vida. Podían brindar indicios en cuanto a las pocas enfermedades que afectaban los huesos. Pero un esqueleto era un elemento pobre para intentar deducir a partir de él la conducta global de un organismo. Puesto que los huesos eran todo lo que los paleontólogos tenían, huesos eran lo que utilizaban. Al igual que sus colegas, Grant era un gran experto en huesos. Y, en alguna parte del camino, había empezado a olvidarse de las posibilidades indemostrables: que podrían haber tenido conducta y vida social organizadas según pautas enteramente misteriosas para sus posteriores descendientes, los mamíferos. Que, puesto que los dinosaurios fueron pájaros, fundamentalmente... —¡Oh, Dios mío! —exclamó Grant. Quedó con la vista clavada en los velocirraptores ordenados en rígida formación a lo largo de la playa, observando en silencio el barco. Y, de repente, entendió lo que estaba viendo. —Esos animales —dijo Gennaro—, están desesperados por escapar de aquí. —No —repuso Grant—, no quieren escapar en absoluto. —¿No? —No: quieren emigrar.
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LA PLAYA<br />
Al perseguir los dinosaurios, siguiendo las curvas y pendientes de hormigón, Grant<br />
repentinamente irrumpió en el exterior, a través de una cavernosa abertura, y se encontró en la<br />
playa, mirando el océano Pacífico. A su alrededor, los velocirraptores jóvenes estaban<br />
retozando y alborotando en la arena. Pero, uno por uno, retrocedieron hasta ponerse a la<br />
sombra de las palmeras que crecían en el borde del manglar, y ahí permanecieron, alineados<br />
según su particular modalidad, observando el océano. Tenían la vista clavada en el Sur.<br />
—No lo entiendo —dijo Gennaro.<br />
—Yo tampoco —contestó Grant—. Lo que sí entiendo es que resulta claro que no les gusta<br />
el sol. —No había mucho sol en la playa, flotaba una leve bruma y el océano estaba neblinoso.<br />
Pero, ¿por qué habían abandonado súbitamente el nido? ¿Qué había llevado a toda la colonia<br />
a la playa?<br />
Gennaro levantó la esfera del reloj y observó la forma en que estaban dispuestos los<br />
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—Nordeste-sudoeste. Igual que antes.<br />
Detrás de la playa, en lo profundo del bosque, oyeron el zumbido profundo de la cerca<br />
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—Por lo menos, ahora sabemos cómo salen de la cerca —dijo Ellie.<br />
Entonces, oyeron la palpitación de motores diesel y, a través de la bruma, vieron un barco<br />
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—¿Así que ése es el porqué de que hayan salido? —dijo Gennaro.<br />
Grant asintió:<br />
—Deben de haberlo oído venir.<br />
Mientras pasaba el carguero, todos los animales lo observaban, en silencio, salvo por un<br />
ocasional grito o gorjeo. A Grant le impresionó la coordinación que exhibían en su conducta, la<br />
manera en que se movían y actuaban como grupo. Pero, quizá, realmente, no era algo tan<br />
misterioso. Repasó mentalmente la secuencia de sucesos que habían comenzado en la cueva.<br />
Los primeros que se agitaron fueron los ejemplares recién nacidos. Después se dieron<br />
cuenta los adultos. Y, por último, todos los animales acudieron a la playa en tropel. Esa<br />
secuencia parecía entrañar que los animales más jóvenes, dotados de mayor agudeza auditiva,<br />
habían descubierto primero el barco. Después, los adultos condujeron la manada hacia la<br />
playa. Y, mientras miraba, vio que los adultos se hacían cargo de la situación. Había una clara<br />
organización espacial a lo largo de la playa, a medida que los animales se acomodaban; no era