PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas
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—¿Crees que se lo podré quitar? —preguntó Ellie. —Pero hazlo de prisa. —Muuuy bien —dijo Ellie, poniéndose en cuclillas al lado del pequeño velocirraptor, que gimió de nuevo. Los adultos resoplaron; sus cabezas subieron y bajaron como boyas en el agua. Ellie palmeó al pequeño, tratando de calmarlo, para acallar sus gemidos. Movió las manos hacia el collar de cuero y volvió a levantar la lengüeta de Velero, que sonó como si se rasgara. Con movimiento espasmódico, los adultos levantaron la cabeza. Después, uno de ellos empezó a caminar hacia Ellie. —Oh, mierda —dijo Gennaro entre dientes. —No se mueva —indicó Grant—. Mantenga la calma. El adulto pasó junto a ellos; los largos dedos curvos de las patas sonaban con un clic al posarse en el hormigón. El animal se detuvo frente a Ellie, que se mantenía acuclillada junto a la cría, detrás de una caja de acero. La cría estaba al descubierto, y la mano de Ellie todavía estaba sobre el collar. El adulto alzó la cabeza y olfateó el aire; su enorme cabeza estaba muy cerca de la mano de la botánica, pero no podía verla debido a la caja de empalmes. A modo de ensayo, una lengua asomó con rapidez. Grant llevó la mano hasta una granada de gas, la sacó del cinturón y mantuvo el pulgar en la argolla del seguro. Gennaro le puso una mano para contenerlo, negó con la cabeza y señaló con la cabeza en dirección a Ellie. La joven no llevaba su máscara. Grant bajó la granada y buscó a tientas la picana. El animal todavía estaba muy cerca de Ellie y entonces, en forma repentina, el adulto retrocedió un paso o dos. Ellie aflojó y sacó la tira de cuero. El metal de la hebilla tintineó al caer sobre el hormigón. El adulto movió la cabeza imperceptiblemente y, después, la levantó hacia un lado, curioso. Otra vez avanzaba para investigar, cuando la pequeña cría chilló con alegría y salió a la carrera. El adulto permaneció al lado de Ellie. Después, dio la vuelta por fin y regresó al centro del nido. Gennaro lanzó el aire que había retenido: —Jesús. ¿Podemos marcharnos? —No —repuso Grant—. Pero creo que podemos hacer parte del trabajo ahora. Al fulgor verde fosforescente de las lentes para visión nocturna, Grant escudriñó el recinto desde el reborde, en busca del primer nido: estaba hecho con barro y paja, en forma de una canasta amplia y poco profunda. Grant contó los restos de catorce huevos. Por supuesto que no podía contar las cáscaras reales desde esa distancia y, de todos modos, hacía mucho se habían roto y estaban esparcidas por el suelo, pero pudo contar las depresiones que había en el barro: aparentemente, los velocirraptores hacían el nido poco antes de que se pusieran los huevos, que dejaban una huella permanente en el barro. Grant también vio pruebas de que uno, por lo menos, se había roto. Reconoció la existencia de trece animales. El segundo nido estaba roto por la mitad. Pero Grant estimó que había contenido nueve cáscaras de huevo. El tercero tenía quince huevos, pero parecía que tres se habían roto
temprano. —¿Cuál es el total? —preguntó Gennaro. —Treinta y cuatro nacidos —dijo Grant. —¿Y cuántos ve? Grant movió la cabeza en gesto de negación: los animales corrían por todo el cavernoso espacio interior, entrando en la luz y saliendo de ella con mucha rapidez. —He estado observando —dijo Ellie, iluminando con la linterna su libreta de anotaciones—. Habría que tomar fotos para estar seguros, pero todas las marcas que hay en el hocico de los recién nacidos son diferentes: mi cómputo es de treinta y tres. —¿Y ejemplares jóvenes, pero de más edad? —Veintidós. Pero, Alan... ¿no notas algo extraño en ellos? —¿Como qué? —El modo en que se disponen. Quiero decir, su ordenamiento en el espacio: se sitúan en el recinto según una especie de pauta. Grant frunció el entrecejo. —Está bastante oscuro... —observó. —No, mira. Mira tú mismo. Observa a los pequeñitos cuando no están jugando: cuando están jugando brincan y corren para cualquier parte. Pero, entre juegos, cuando están quietos , observa cómo orientan el cuerpo. O bien miran hacia esa pared, o hacia la de enfrente. Es como si se pusieran en fila. —No lo sé, Ellie. ¿Piensas que hay una metaestructura colonial? ¿Como con las abejas? —No, no exactamente. Es más sutil que eso. Simplemente es una tendencia. —¿Y los bebés la siguen? —Todos la siguen. Los adultos también. Obsérvalos. Te lo digo: se alinean. Grant frunció el entrecejo. Daba la impresión de que Ellie tenía razón: los animales se dedicaban a toda clase de conductas, pero, durante los períodos de pausa, parecían orientarse de maneras particulares, casi como si hubiera líneas invisibles en el suelo. —No me lo explico —manifestó—. Quizás haya una brisa... —Si la hay, no la siento, Alan. —¿Qué están haciendo? ¿Es algún tipo de organización social, expresada en forma de estructura espacial? —Eso no tiene sentido, porque lo hacen todos. Gennaro levantó su reloj: —Sabía que esta cosa resultaría útil algún día. —Debajo de la esfera del reloj había una brújula. —¿Eso tiene mucha aplicación en el tribunal? —No. —Gennaro sacudió la cabeza—. Mi esposa me lo dio para que no me perdiera. —¿Es una broma? —Nunca se lo pregunté. —Fijó la vista en la brújula—: Bueno —aclaró—, no están alineados según algo... Supongo que están en posición nordeste-sudoeste, algo así. No hay
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—¿Crees que se lo podré quitar? —preguntó Ellie.<br />
—Pero hazlo de prisa.<br />
—Muuuy bien —dijo Ellie, poniéndose en cuclillas al lado del pequeño velocirraptor, que<br />
gimió de nuevo.<br />
Los adultos resoplaron; sus cabezas subieron y bajaron como boyas en el agua.<br />
Ellie palmeó al pequeño, tratando de calmarlo, para acallar sus gemidos. Movió las manos<br />
hacia el collar de cuero y volvió a levantar la lengüeta de Velero, que sonó como si se rasgara.<br />
Con movimiento espasmódico, los adultos levantaron la cabeza.<br />
Después, uno de ellos empezó a caminar hacia Ellie.<br />
—Oh, mierda —dijo Gennaro entre dientes.<br />
—No se mueva —indicó Grant—. Mantenga la calma.<br />
El adulto pasó junto a ellos; los largos dedos curvos de las patas sonaban con un clic al<br />
posarse en el hormigón. El animal se detuvo frente a Ellie, que se mantenía acuclillada junto a<br />
la cría, detrás de una caja de acero. La cría estaba al descubierto, y la mano de Ellie todavía<br />
estaba sobre el collar. El adulto alzó la cabeza y olfateó el aire; su enorme cabeza estaba muy<br />
cerca de la mano de la botánica, pero no podía verla debido a la caja de empalmes. A modo de<br />
ensayo, una lengua asomó con rapidez.<br />
Grant llevó la mano hasta una granada de gas, la sacó del cinturón y mantuvo el pulgar en<br />
la argolla del seguro. Gennaro le puso una mano para contenerlo, negó con la cabeza y señaló<br />
con la cabeza en dirección a Ellie.<br />
La joven no llevaba su máscara.<br />
Grant bajó la granada y buscó a tientas la picana. El animal todavía estaba muy cerca de<br />
Ellie y entonces, en forma repentina, el adulto retrocedió un paso o dos.<br />
Ellie aflojó y sacó la tira de cuero. El metal de la hebilla tintineó al caer sobre el hormigón. El<br />
adulto movió la cabeza imperceptiblemente y, después, la levantó hacia un lado, curioso. Otra<br />
vez avanzaba para investigar, cuando la pequeña cría chilló con alegría y salió a la carrera. El<br />
adulto permaneció al lado de Ellie. Después, dio la vuelta por fin y regresó al centro del nido.<br />
Gennaro lanzó el aire que había retenido:<br />
—Jesús. ¿Podemos marcharnos?<br />
—No —repuso Grant—. Pero creo que podemos hacer parte del trabajo ahora.<br />
Al fulgor verde fosforescente de las lentes para visión nocturna, Grant escudriñó el recinto<br />
desde el reborde, en busca del primer nido: estaba hecho con barro y paja, en forma de una<br />
canasta amplia y poco profunda. Grant contó los restos de catorce huevos. Por supuesto que<br />
no podía contar las cáscaras reales desde esa distancia y, de todos modos, hacía mucho se<br />
habían roto y estaban esparcidas por el suelo, pero pudo contar las depresiones que había en<br />
el barro: aparentemente, los velocirraptores hacían el nido poco antes de que se pusieran los<br />
huevos, que dejaban una huella permanente en el barro. Grant también vio pruebas de que<br />
uno, por lo menos, se había roto. Reconoció la existencia de trece animales.<br />
El segundo nido estaba roto por la mitad. Pero Grant estimó que había contenido nueve<br />
cáscaras de huevo. El tercero tenía quince huevos, pero parecía que tres se habían roto