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PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas

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años atrás, la Fundación Hammond le alquiló una isla al Gobierno de Costa Rica. Al parecer,<br />

para iniciar una reserva biológica.<br />

—No sé nada de eso —dijo Grant, frunciendo el entrecejo.<br />

—No pude encontrar gran cosa —añadió Morris—. La isla se halla a ciento ochenta y cinco<br />

kilómetros, mar adentro, de la Costa Oeste. Aparentemente es muy escarpada y está en una<br />

zona del océano en la que la combinación de viento y corriente marina hacen que esté envuelta<br />

en niebla en forma perpetua. La solían llamar Isla Nubla, por estar siempre cubierta de<br />

nubosidad. En apariencia, a los costarricenses les asombró que alguien la quisiera.<br />

Morris buscó en su maletín:<br />

—El motivo por el que le menciono esto es —prosiguió— porque, de acuerdo con los<br />

registros, a usted le pagaron honorarios como consultores en relación con esa isla.<br />

—¿Me pagaron? —preguntó Grant.<br />

Morris le entregó una hoja de papel: era una fotocopia de un cheque librado, en marzo de<br />

1984, por «InGen Inc.», Farallón Road, Palo alto, California. Estaba extendido a la orden de<br />

Alan Grant, por un monto de doce mil dólares. En la esquina inferior del cheque había una<br />

inscripción: SERVICIOS DE CONSULTOR/COSTA RICA/HIPERESPACIO CRÍAS.<br />

—Pues claro —asintió Grant—, ya lo recuerdo. Era más misterioso que el demonio, pero lo<br />

recuerdo. Y no tenía nada que ver con una isla.<br />

Alan Grant encontró la primera nidada de huevos de dinosaurio en 1979, y muchos más en<br />

los dos años posteriores, pero no tuvo tiempo para publicar sus hallazgos hasta 1983. Su<br />

trabajo, en el que se informaba sobre una manada de diez mil dinosaurios con hocicos de pico<br />

de pato, que vivían a lo largo de la ribera de un vasto mar interior, que construían en el barro<br />

nidos comunales para los huevos, que criaban a los dinosaurios bebés en la manada, fue lo<br />

que hizo de Grant una celebridad de la noche a la mañana. La noción de la existencia de<br />

instintos maternales en dinosaurios gigantescos —y los dibujos de encantadoras crías recién<br />

nacidas asomando el hocico fuera de los huevos— resultaron atractivos en todo el mundo.<br />

Grant se veía acosado con solicitudes de entrevistas, conferencias, libros. Como era<br />

característico en él, las rechazó todas ya que lo único que quería era continuar sus<br />

excavaciones. Pero fue durante esos frenéticos días de mediados de la década de 1980<br />

cuando se le acercó la compañía «InGen», haciéndole una propuesta para que les prestara<br />

servicios como consultor.<br />

—¿Había oído hablar antes de «InGen»? —preguntó Morris.<br />

—No.<br />

—¿Cómo se pusieron en contacto con usted?<br />

—Llamada telefónica. Fue un hombre llamado Gennaro o Gennino, algo así.<br />

Morris asintió con la cabeza:<br />

—Daniel Gennaro —dijo—. Es el asesor jurídico de «InGen».<br />

—Como sea. Quería saber cosas respecto de los hábitos alimentarios de los dinosaurios. Y<br />

me ofreció honorarios para que empezara a redactar un trabajo.

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