PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas
PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas
Hammond sabía que en dos bóvedas separadas, en la casa matriz de «InGen», en Palo Alto, había grandes cantidades de embriones congelados de esos dinosaurios. No sería problema hacer que se desarrollasen otra vez, en otra isla de cualquier parte del mundo. Y si había habido problemas aquí, entonces la vez siguiente los resolverían. Así era como funcionaba el mundo. Así era como se producía el progreso: resolviendo problemas. Mientras pensaba en ello, llegó a la conclusión de que Wu realmente no había sido el hombre indicado para el trabajo: era evidente que había sido descuidado, demasiado indiferente con su gran empresa. Y había estado demasiado absorto en la idea de introducir mejoras; en vez de fabricar dinosaurios, había querido mejorarlos. Hammond tenía la oscura sospecha de que ése era el motivo de la ruina del parque. Wu era el motivo. Asimismo, tuvo que admitir que John Arnold estaba mal preparado para el trabajo de jefe de ingenieros. Arnold tenía un historial impresionante, pero llegado a ese punto de su carrera estaba cansado, y era una persona que interfería, al ser un hombre constantemente preocupado. No había sabido organizar las cosas y las había perdido de vista. Cosas importantes. A decir verdad, ni Wu ni Arnold habían tenido la característica más importante, decidió Hammond: la característica de la visión. Ese gran acto arrebatador de imaginación que evocaba un parque maravilloso y niños apretados contra las cercas, maravillándose ante los extraordinarios seres, seres de historieta que habían cobrado vida. Verdadera visión. La capacidad de ver lo futuro. La capacidad de manejar los recursos para hacer que esa visión de futuro se convirtiera en realidad. No, ni Wu ni Arnold estaban capacitados para esa tarea. Y, si era por eso, Ed Regis había sido una mala elección también. Harding, en el mejor de los casos, había sido una elección indiferente. Muldoon era un borracho... Hammond sacudió la cabeza para aventar esas ideas: lo haría mejor la próxima vez. Perdido en sus pensamientos, se dirigió hacia su cabana, recorriendo el caminito que se dirigía hacia el Norte desde el centro de visitantes. Pasó junto a uno de los trabajadores, que le saludó fríamente con una inclinación de cabeza. Hammond no devolvió el saludo: hallaba que los trabajadores costarricenses eran uniformemente insolentes. A fuerza de sincero, la elección de esa isla mar afuera de Costa Rica tampoco había sido prudente. No cometería otra vez errores tan obvios... Cuando llegó, el rugido del dinosaurio pareció aterradoramente próximo. Hammond giró sobre sí mismo tan de prisa que cayó en el sendero y, cuando miró hacia atrás, creyó ver la sombra del T-rex joven, desplazándose entre el follaje junto al sendero de lajas, acercándosele. ¿Qué estaba haciendo ahí el T-rex? ¿Por qué estaba fuera de las cercas? Hammond sintió un relámpago de ira. Entonces vio a los trabajadores costarricenses huyendo para salvar la vida y aprovechó la oportunidad para ponerse en pie y correr ciegamente hacia el bosque que estaba en el lado opuesto del sendero. Estaba envuelto por la oscuridad; tropezó y cayó, la cara se le estrelló contra hojas húmedas y tierra mojada, y,
vacilante, volvió a ponerse de pie, corrió hacia delante, cayó otra vez y, después, corrió una vez más. Ahora bajaba por una empinada colina, y no pudo mantener el equilibrio. Se desplomó, sin poder evitarlo, rodando y girando sobre sí mismo en el suelo blando, antes de detenerse finalmente al pie de la colina. Cayó de cara sobre tibia agua poco profunda, que gorgoteaba alrededor y le subió por la nariz. Estaba caído boca abajo en un arroyuelo. ¡Se había dejado dominar por el pánico! ¡Qué tonto! ¡Debió haber ido a su cabaña! Se maldijo a sí mismo. Cuando se ponía en pie sintió un dolor agudo en el tobillo derecho, que le hizo que las lágrimas brotasen de sus ojos. Lo palpó con cuidado: podía estar roto. Se forzó a apoyar todo su peso sobre el tobillo, apretando los dientes hasta hacerlos rechinar. Sí. Casi seguro que estaba roto. En la sala de control, Lex le confió a Tim: —Ojalá nos hubieran llevado con ellos al nido. —Es demasiado peligroso para nosotros, Lex. Tenemos que quedamos aquí. Aquí, escucha éste. —Apretó otro botón y el rugido grabado de un tiranosaurio resonó a través de los altavoces del parque. —Ése es bonito —aprobó Lex—. Es mejor que el otro. —Tú también lo puedes hacer. Y si aprietas esto, haces que haya resonancia. —Déjame probar —dijo Lex. Apretó el botón: el tiranosaurio rugió otra vez. —¿Podemos hacer que dure más? —preguntó. —Por supuesto. Simplemente, le damos vuelta a esta cosa... Tendido al pie de la colina, Hammond oyó rugir al tiranosaurio, bramando a través de la jungla. Jesús. Se estremeció al oír el sonido. Era aterrador, un alarido que venía de otro mundo. Esperó para ver qué ocurría. ¿Qué haría el tiranosaurio? ¿Ya habría atrapado al trabajador? Esperó, oyendo sólo el zumbido de las cicadáceas silvestres, hasta que se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración, y dejó escapar un prolongado suspiro. Con un tobillo lesionado no podía trepar la colina: tendría que esperar en el fondo de la barranca. Una vez que el tiranosaurio se hubiera ido, gritaría pidiendo ayuda. Mientras tanto, no estaba en peligro. Fue entonces cuando oyó una voz amplificada que decía: —Vamos, Timmy, yo también lo voy a intentar. Vamos. Déjame hacer el ruido. —¡Los chicos! El tiranosaurio rugió otra vez, pero ahora tenía nítidos armónicos musicales, y una especie de eco, que perduraba después de haber terminado el rugido en sí. —Qué bonito —dijo la niñita—. Hazlo otra vez.
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Hammond sabía que en dos bóvedas separadas, en la casa matriz de «InGen», en Palo<br />
Alto, había grandes cantidades de embriones congelados de esos dinosaurios. No sería<br />
problema hacer que se desarrollasen otra vez, en otra isla de cualquier parte del mundo. Y si<br />
había habido problemas aquí, entonces la vez siguiente los resolverían. Así era como<br />
funcionaba el mundo. Así era como se producía el progreso: resolviendo problemas.<br />
Mientras pensaba en ello, llegó a la conclusión de que Wu realmente no había sido el<br />
hombre indicado para el trabajo: era evidente que había sido descuidado, demasiado<br />
indiferente con su gran empresa. Y había estado demasiado absorto en la idea de introducir<br />
mejoras; en vez de fabricar dinosaurios, había querido mejorarlos. Hammond tenía la oscura<br />
sospecha de que ése era el motivo de la ruina del parque.<br />
Wu era el motivo.<br />
Asimismo, tuvo que admitir que John Arnold estaba mal preparado para el trabajo de jefe de<br />
ingenieros. Arnold tenía un historial impresionante, pero llegado a ese punto de su carrera<br />
estaba cansado, y era una persona que interfería, al ser un hombre constantemente<br />
preocupado. No había sabido organizar las cosas y las había perdido de vista. Cosas<br />
importantes.<br />
A decir verdad, ni Wu ni Arnold habían tenido la característica más importante, decidió<br />
Hammond: la característica de la visión. Ese gran acto arrebatador de imaginación que<br />
evocaba un parque maravilloso y niños apretados contra las cercas, maravillándose ante los<br />
extraordinarios seres, seres de historieta que habían cobrado vida. Verdadera visión. La<br />
capacidad de ver lo futuro. La capacidad de manejar los recursos para hacer que esa visión de<br />
futuro se convirtiera en realidad.<br />
No, ni Wu ni Arnold estaban capacitados para esa tarea.<br />
Y, si era por eso, Ed Regis había sido una mala elección también. Harding, en el mejor de<br />
los casos, había sido una elección indiferente. Muldoon era un borracho...<br />
Hammond sacudió la cabeza para aventar esas ideas: lo haría mejor la próxima vez.<br />
Perdido en sus pensamientos, se dirigió hacia su cabana, recorriendo el caminito que se<br />
dirigía hacia el Norte desde el centro de visitantes. Pasó junto a uno de los trabajadores, que le<br />
saludó fríamente con una inclinación de cabeza. Hammond no devolvió el saludo: hallaba que<br />
los trabajadores costarricenses eran uniformemente insolentes. A fuerza de sincero, la elección<br />
de esa isla mar afuera de Costa Rica tampoco había sido prudente. No cometería otra vez<br />
errores tan obvios...<br />
Cuando llegó, el rugido del dinosaurio pareció aterradoramente próximo. Hammond giró<br />
sobre sí mismo tan de prisa que cayó en el sendero y, cuando miró hacia atrás, creyó ver la<br />
sombra del T-rex joven, desplazándose entre el follaje junto al sendero de lajas, acercándosele.<br />
¿Qué estaba haciendo ahí el T-rex? ¿Por qué estaba fuera de las cercas?<br />
Hammond sintió un relámpago de ira. Entonces vio a los trabajadores costarricenses<br />
huyendo para salvar la vida y aprovechó la oportunidad para ponerse en pie y correr<br />
ciegamente hacia el bosque que estaba en el lado opuesto del sendero. Estaba envuelto por la<br />
oscuridad; tropezó y cayó, la cara se le estrelló contra hojas húmedas y tierra mojada, y,