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PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas

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CASI EL PARADIGMA<br />

En el pabellón, John Hammond caminaba de un lado a otro por la habitación de Malcolm.<br />

Estaba impaciente e incómodo: después de esforzarse por lanzar su última explosión<br />

emocional, Malcolm cayó en coma, y ahora Hammond pensaba que realmente podía morir.<br />

Claro que se había enviado un helicóptero, pero sólo Dios sabía cuándo llegaría. El<br />

pensamiento de que, mientras tanto, Malcolm podría morir le llenaba de angustia y temor.<br />

Y, paradójicamente, Hammond encontraba todo eso mucho peor porque el matemático le<br />

desagradaba tanto. Resultaba peor que si hubiera sido su amigo: Hammond pensaba que la<br />

muerte de Malcolm, de producirse, sería el reproche final, y eso era más de lo que él podía<br />

soportar.<br />

Sea como fuere, el olor que había en la habitación era sumamente desagradable.<br />

Sumamente desagradable. El olor de putrefacción de carne humana.<br />

—Todo... para... —dijo Malcolm, agitándose en la almohada.<br />

—¿Se está despertando? —preguntó Hammond.<br />

Harding negó con la cabeza.<br />

—¿Qué dijo? ¿Algo del paraíso?<br />

—No le he entendido —dijo Harding.<br />

Hammond recorrió la habitación un rato más. Abrió más las ventanas, tratando de hacer que<br />

entrara aire fresco. Por fin, cuando ya no lo pudo soportar, dijo:<br />

—¿Hay algún problema en que me vaya afuera?<br />

—No lo creo, no —repuso Harding—. Creo que este sector está bien.<br />

—Bueno, mire, voy a salir un poco.<br />

—Muy bien —dijo Harding, y ajustó el flujo del antibiótico intravenoso.<br />

—Volveré pronto.<br />

—Muy bien.<br />

Hammond salió, emergiendo a la luz del día, preguntándose por qué se había molestado en<br />

justificarse ante Harding: después de todo, ese hombre era su empleado; él no tenía necesidad<br />

de explicarse.<br />

Pasó por los portones de la cerca, recorriendo el parque con la mirada. Era el final de la<br />

tarde, la hora en que la bruma flotante disminuía y a veces aparecía el sol. Había salido ahora,<br />

y Hammond lo tomó como un buen augurio: dijeran lo que dijeran, sabía que su parque tenía<br />

futuro. E incluso si ese tonto impetuoso de Gennaro decidiera quemarlo hasta los cimientos,<br />

eso no alteraría mucho las cosas.

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