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PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas

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volcanes cercanos. La atmósfera era más densa, más rica en bióxido de carbono. Las plantas<br />

crecían con rapidez a lo largo de la línea de la ribera. No había peces en esas aguas, pero sí<br />

almejas y caracoles. Los pterosaurios se abalanzaban en picado para recoger algas de la<br />

superficie. Unos pocos dinosaurios carnívoros merodeaban por las pantanosas orillas del lago,<br />

desplazándose entre las palmeras. Y costa afuera había una isla pequeña, de unos ocho mil<br />

metros cuadrados. Circundada por densa vegetación esa isla fue un santuario en el que<br />

manadas de dinosaurios herbívoros con hocicos como pico de pato ponían sus huevos en<br />

nidos comunales, y criaban a su chillona descendencia.<br />

En el transcurso de los millones de años siguientes, el lago alcalino color verde pálido se<br />

hizo menos profundo y, por último, se desvaneció. La tierra desnuda se combó y se<br />

resquebrajó, sometida al calor. Y la isla, junto con sus huevos de dinosaurio, se convirtió en la<br />

ladera erosionada del norte de Montana, en la que Alan Grant estaba ahora practicando más<br />

excavaciones.<br />

—¡Eh, Alan!<br />

Se puso en pie; era un hombre fornido de cuarenta años con barba. Oyó el resoplido<br />

entrecortado y constante del generador portátil, y el lejano martilleo de la perforadora<br />

neumática abriéndose paso en la roca densa de la colina siguiente. Vio a los chicos que<br />

trabajaban alrededor de la perforadora, apartando los pedazos grandes de roca después de<br />

revisarlos para ver si contenían fósiles. Al pie de la colina divisó las seis tiendas cónicas, de<br />

estilo indio, de su campamento, la tienda en la que comían el rancho, sacudida por el viento, y<br />

la casa rodante que actuaba a guisa de laboratorio de campaña. Y vio a Ellie, haciéndole<br />

gestos con los brazos, desde la sombra del laboratorio de campaña:<br />

—¡Visitante! —voceó, y señaló hacia el Este.<br />

Grant vio la nube de polvo, y el «Ford» sedán azul que, dando saltos sobre el camino<br />

quebrado por zanjas, avanzaba hacia ellos. Le echó un vistazo al reloj de pulsera: justo a<br />

tiempo. En la otra colina, los muchachos miraban, interesados: no recibían muchos visitantes<br />

en Snakewater y se había especulado mucho respecto de cuál sería el motivo por el que un<br />

abogado del Ente de Protección Ambiental querría ver a Alan Grant.<br />

Pero Grant sabía que la Paleontología, el estudio de las formas extinguidas de vida, había<br />

cobrado en los últimos años una inesperada utilidad para el mundo moderno. El mundo<br />

moderno estaba cambiando de prisa, y a menudo parecía que cuestiones urgentes<br />

relacionadas con el clima, la deforestación, el calentamiento del globo o la capa de ozono se<br />

podían responder —en parte, por lo menos— con información del pasado. Era información que<br />

los paleontólogos podían brindar. En los últimos años, a Grant mismo le habían citado dos<br />

veces como experto pericial.<br />

Grant empezó a bajar la colina para reunirse con el coche.<br />

Mientras cerraba la portezuela, el visitante tosió en medio del polvo blanco:<br />

—Bob Morris, EPA —dijo, tendiendo la mano—. Estoy en la oficina de San Francisco.<br />

Grant se presentó y observó:

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