PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas
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Arnold retrocedió hacia el comienzo de la pasarela: el velocirraptor estaba a tres metros apenas, acercándosele con cautela, aproximándose hacia la penumbra. Arnold podía oír el clic de las letales garras sobre el metal. Pero marchaba con lentitud. Sabía que el animal podía ver bien, pero el enrejado de la pasarela, los olores mecánicos no familiares lo volvían cauteloso. Esa preocupación era su única oportunidad, pensó: si pudiera llegar a la escalera, y después bajar hasta el piso de abajo... Porque estaba seguro de que los velocirraptores no podían ir por escaleras. Por cierto que no podían por escaleras estrechas, empinadas. Echó una mirada por encima del hombro: la escalera estaba sólo a unos metros de distancia. Unos pocos pasos más... ¡Había llegado! Al extender la mano hacia atrás pudo palpar la barandilla. Empezó a bajar a tientas por los escalones casi verticales. Los pies tocaron hormigón horizontal. El raptor gruñó en señal de frustración, seis metros por encima de él, en la pasarela. —¡Qué lástima, amiguito! —se burló Arnold. Se volvió. Ahora estaba muy cerca del generador auxiliar. Unos pasos más tan sólo, y lo vería, incluso con esa luz mortecina... Hubo un golpe sordo detrás de él. Arnold se volvió. El velocirraptor estaba allí erguido en el suelo de hormigón, gruñendo. Había bajado de un salto. Rápidamente, Arnold buscó un arma pero, de pronto, sintió que le ponían violentamente de espaldas contra el hormigón. Algo pesado le oprimía el pecho. Le resultaba imposible respirar, y se dio cuenta de que el animal estaba encima de él, sintió las grandes garras escarbando en la carne de su pecho, olió el aliento fétido que provenía de la cabeza que se movía sobre él, y abrió la boca para gritar. Ellie sostenía la radio en sus manos, escuchando. Otros dos trabajadores costarricenses habían llegado al pabellón: parecían saber que ahí estaban seguros. Pero no habían llegado otros en los últimos minutos. Y afuera todo estaba más silencioso. A través de la radio, Muldoon preguntó: —¿Cuánto tiempo hace que ha ido? —Cuatro, cinco minutos —respondió Wu. —Arnold ya debía de haberlo hecho, para estos momentos —dijo Muldoon—. Si es que va a hacerlo. ¿Se le ocurre alguna idea a usted? —No. —¿Tenemos noticias de Gennaro? Gennaro apretó el botón: —Estoy aquí. —¿Dónde diablos está usted? —gruñó Muldoon. —Estoy yendo hacia el edificio de
mantenimiento. Deséenme suerte. Gennaro se agachó entre el follaje, escuchando. Directamente delante vio el sendero bordeado por plantas cultivadas, que llevaba hacia el centro de visitantes. Sabía que el cobertizo de mantenimiento estaba en alguna parte, hacia el Este. Oyó el trinar de pájaros en los árboles. Soplaba una suave brisa. Uno de los velocirraptores rugió, pero se encontraba a cierta distancia; Gennaro lo oyó hacia su izquierda. Se puso en marcha, saliendo del sendero, y se zambulló en el follaje. ¿Le gusta vivir peligrosamente? En verdad, no. Era cierto, no le gustaba. Pero Gennaro creía tener un plan o, por lo menos, una posibilidad que podría resultar: si se mantenía al norte del complejo principal de edificios, se podría acercar al cobertizo de mantenimiento por detrás. Todos los raptores estaban probablemente alrededor de los demás edificios, hacia el Sur. No había motivo alguno para que estuvieran en la jungla. Al menos, tenía la esperanza de que no. Se movió de la manera más silenciosa que le fue posible, desdichadamente consciente de que estaba haciendo mucho ruido. Se forzó a reducir la marcha, sintiendo que su corazón galopaba. La vegetación era muy densa: no le permitía ver a más de un metro ochenta, o dos metros, delante de él. Empezó a temer no encontrar el cobertizo de mantenimiento pero, en ese momento, vio el techo hacia su derecha, por encima de las palmeras. Fue hacia él; pasó a su lado; encontró la puerta; la abrió y entró: estaba muy oscuro. Tropezó con algo. Un zapato de hombre. Frunció el entrecejo. Apuntaló la puerta para que quedara completamente abierta y penetró más profundamente en el edificio. Vio una pasarela directamente ante él. De pronto, se dio cuenta de que no sabía a dónde ir. Y había dejado la radio atrás. —¡Maldición! Podría haber una radio en alguna parte del edificio de mantenimiento. O bien, sencillamente buscaría el generador; probablemente estaba en alguna parte abajo, en el piso inferior. Encontró una escalera que llevaba hacia abajo. En el nivel inferior estaba más oscuro y resultaba difícil ver algo. Gennaro avanzó a tientas entre las cañerías, manteniendo los brazos extendidos hacia arriba, para evitar golpearse la cabeza. Oyó el gruñido de un animal y quedó paralizado. Escuchó, pero el sonido no se repitió. Avanzó con cautela. Algo le goteó sobre el hombro y el brazo desnudo: era caliente, como agua. Lo tocó en la oscuridad. Pegajoso. Lo olió. Sangre. Miró hacia arriba: el velocirraptor estaba encaramado sobre los caños, sólo unos metros por
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Arnold retrocedió hacia el comienzo de la pasarela: el velocirraptor estaba a tres metros<br />
apenas, acercándosele con cautela, aproximándose hacia la penumbra. Arnold podía oír el clic<br />
de las letales garras sobre el metal.<br />
Pero marchaba con lentitud. Sabía que el animal podía ver bien, pero el enrejado de la<br />
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única oportunidad, pensó: si pudiera llegar a la escalera, y después bajar hasta el piso de<br />
abajo...<br />
Porque estaba seguro de que los velocirraptores no podían ir por escaleras. Por cierto que<br />
no podían por escaleras estrechas, empinadas.<br />
Echó una mirada por encima del hombro: la escalera estaba sólo a unos metros de<br />
distancia. Unos pocos pasos más...<br />
¡Había llegado! Al extender la mano hacia atrás pudo palpar la barandilla. Empezó a bajar a<br />
tientas por los escalones casi verticales. Los pies tocaron hormigón horizontal. El raptor gruñó<br />
en señal de frustración, seis metros por encima de él, en la pasarela.<br />
—¡Qué lástima, amiguito! —se burló Arnold. Se volvió. Ahora estaba muy cerca del<br />
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Hubo un golpe sordo detrás de él.<br />
Arnold se volvió.<br />
El velocirraptor estaba allí erguido en el suelo de hormigón, gruñendo.<br />
Había bajado de un salto.<br />
Rápidamente, Arnold buscó un arma pero, de pronto, sintió que le ponían violentamente de<br />
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y se dio cuenta de que el animal estaba encima de él, sintió las grandes garras escarbando en<br />
la carne de su pecho, olió el aliento fétido que provenía de la cabeza que se movía sobre él, y<br />
abrió la boca para gritar.<br />
Ellie sostenía la radio en sus manos, escuchando. Otros dos trabajadores costarricenses<br />
habían llegado al pabellón: parecían saber que ahí estaban seguros. Pero no habían llegado<br />
otros en los últimos minutos. Y afuera todo estaba más silencioso. A través de la radio,<br />
Muldoon preguntó:<br />
—¿Cuánto tiempo hace que ha ido?<br />
—Cuatro, cinco minutos —respondió Wu.<br />
—Arnold ya debía de haberlo hecho, para estos momentos —dijo Muldoon—. Si es que va a<br />
hacerlo. ¿Se le ocurre alguna idea a usted?<br />
—No.<br />
—¿Tenemos noticias de Gennaro?<br />
Gennaro apretó el botón:<br />
—Estoy aquí.<br />
—¿Dónde diablos está usted? —gruñó Muldoon. —Estoy yendo hacia el edificio de