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PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas

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»Ahora bien: lo interesante de este proceso es que, en el momento en que alguien adquirió<br />

la capacidad de matar con sus manos, también maduró hasta el punto en que sabía cómo<br />

utilizar ese poder. No lo utilizaría de manera imprudente. Así que esa clase de poder lleva una<br />

especie de control incorporado: la disciplina de conseguir el poder cambia a la persona, de<br />

manera que esa persona no hace mal uso de su poder.<br />

«Pero el poder científico es como la riqueza heredada: se obtiene sin disciplina. Una<br />

persona lee lo que otras hicieron, y da el paso siguiente. Puede darlo siendo muy joven. Se<br />

puede progresar muy de prisa. No hay una disciplina que dure muchas décadas. No hay<br />

enseñanza impartida por unos maestros: se pasa por alto a los viejos científicos. No hay<br />

humildad ante la Naturaleza. Sólo existe la filosofía de hacerse-rico-pronto, hacerse-un-<br />

hombre-rápido. Engañar, mentir, falsificar, no importa. Ni para uno ni para sus colegas. Nadie<br />

nos critica: nadie tiene pautas. Todos intentan hacer lo mismo: hacer algo grande, y hacerlo<br />

rápido.<br />

»Y, como uno se puede levantar sobre los hombros de los gigantes, se puede lograr algo<br />

con rapidez. Uno ni siquiera sabe con exactitud qué ha hecho, pero ya informó sobre ello, lo<br />

patentó y lo vendió. Y el comprador tendrá aún menos disciplina que el científico: el comprador<br />

simplemente adquiere el poder, como si fuera cualquier bien de consumo. El comprador ni<br />

siquiera concibe que pueda ser necesaria disciplina alguna.<br />

—¿Saben de qué está hablando? —se inquietó Hammond.<br />

Ellie asintió con la cabeza.<br />

—Yo no tengo ni idea —dijo Hammond.<br />

—Lo expresaré en forma sencilla —dijo Malcolm—. Un maestro de karate no mata gente<br />

con las manos desnudas; no pierde los estribos y mata a su esposa. La persona que mata es la<br />

que no tiene disciplina, no tiene restricciones, y que salió y adquirió su poder como una dosis<br />

de droga. Y ésa es la clase de poder que la ciencia fomenta y permite. Y ésa es la razón por la<br />

que usted cree que construir un lugar como éste es simple.<br />

—Era simple —insistió Hammond. —Entonces, ¿por qué ha salido mal?<br />

Aturdido por la tensión, John Arnold abrió de golpe la puerta que daba al cobertizo de<br />

mantenimiento y entró en la oscuridad interior. ¡Jesús, qué negro estaba! Debió de haber<br />

supuesto que la luz estaría apagada. Sintió el aire frío y las cavernosas dimensiones del<br />

espacio que se extendía dos pisos por debajo de él. Tenía que encontrar una pasarela. Tenía<br />

que ser cuidadoso, o se rompería el cuello.<br />

La pasarela.<br />

Caminaba a tientas, como un ciego, hasta que se dio cuenta de que era inútil: tenía que<br />

conseguir luz dentro del cobertizo. Volvió hasta la puerta y la entreabrió nada más que unos<br />

diez centímetros: eso dio suficiente luz. Pero no había manera de mantener la puerta abierta.<br />

Con celeridad se quitó un zapato y lo colocó en la abertura.<br />

Vio la pasarela y fue hacia ella. Caminó sobre el metal oyendo la diferencia de sonido que<br />

producían sus pies, uno fuerte, otro suave. Pero, por lo menos, podía ver. Más adelante estaba

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