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PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas

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Gennaro frunció el entrecejo:<br />

—¿Está diciendo que Muldoon necesita su coche?<br />

—Eso es lo que pareció decir.<br />

—Bueno, pues eso no tiene el menor sentido —manifestó Harding.<br />

—...otros... atascados... Muldoon quiere coche...<br />

—Lo entiendo —dijo Ellie—: los demás coches están atascados en el camino, en la<br />

tormenta, y Muldoon quiere ir a buscarlos.<br />

Harding se encogió de hombros.<br />

—¿Por qué no toma el otro jeep? —Apretó el botón de la radio—: ¿John? Dígale a Muldoon<br />

que tome el otro coche. Está en el garaje.<br />

La radio estalló:<br />

—...no... escuchen... estúpidos... coche...<br />

Harding apretó el botón de la radio:<br />

—He dicho «está en el garaje», John. El coche está en el garaje.<br />

Más estática:<br />

—...edry tiene... el... altante...<br />

—Temo que esto no nos lleva a ninguna parte —comentó Harding—. Muy bien, John.<br />

Vamos para allá ahora. —Apagó la radio e hizo virar el jeep, agregando—: Cómo me gustaría<br />

saber cuál es el motivo de la urgencia.<br />

Puso el jeep en marcha y volvieron estruendosamente por el camino, envueltos por la<br />

oscuridad. Pasaron otros diez minutos antes de que vieran las luces del Pabellón Safari, que<br />

les daban la bienvenida. Y, mientras Harding frenaba ante el centro de visitantes, vieron a<br />

Muldoon que corría hacia ellos: iba gritando y agitando los brazos.<br />

—¡Maldita sea, Arnold, pedazo de hijo de puta! ¡Maldita sea, haga que este parque vuelva a<br />

funcionar! ¡Ahora! ¡Haga que mis nietos vuelvan aquí! ¡Ahora! —John Hammond estaba en pie<br />

en la sala de control, gritando y golpeando el suelo con los pies. Hacía dos minutos que se<br />

mostraba descontrolado, mientras Henry Wu permanecía de pie en el rincón, dando la<br />

impresión de estar atontado.<br />

—Bueno, señor Hammond —dijo Arnold—, Muldoon acaba de salir en este preciso instante<br />

para hacer exactamente eso.<br />

Arnold se volvió y encendió otro cigarrillo. Hammond era igual que cualquier otro de los<br />

ejecutivos que Arnold conocía. Ya se tratara de Disney o de la Armada, los tipos que estaban<br />

en la gerencia siempre se comportaban de la misma manera: nunca entendía las cuestiones<br />

técnicas y creían que gritar era el único método para lograr que las cosas se hicieran. Y, a lo<br />

mejor, tenían razón, si le gritaban a la secretaria para que les consiguiera una limusina.<br />

Pero los gritos no tenían la menor influencia sobre los problemas con los que Arnold se<br />

enfrentaba. Al ordenador no le importaba que le gritaran. A la red de corriente no le importaba<br />

que le gritaran. Los sistemas técnicos eran completamente indiferentes a toda esa explosión de<br />

emociones humanas. Si los gritos tenían algún efecto, éste era contraproducente, porque

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