PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas

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—¿Está papaíto ahí afuera? —No —contestó, sintiéndose raro—. Está en casa, Lex. —¿Está mamaíta? —No, Lex. —¿Hay alguna persona mayor ahí afuera? —Aún no. Pero estoy seguro de que vendrán pronto. Es probable que estén en camino ahora mismo. Entonces la oyó moverse dentro del caño, y salir, tiritando por el frío, y con sangre seca en el cuero cabelludo y en la frente; pero, aparte de eso, estaba bien. Miró alrededor, sorprendida, y preguntó: —¿Dónde está el doctor Grant? —No lo sé. —Bueno, estaba aquí antes. —¿Estaba? ¿Cuándo? —Antes. Le he visto desde el caño. —¿A dónde se ha ido? —¿Y cómo voy a saber yo a dónde se fue? —contestó Lex, arrugando la nariz. Y empezó a gritar: —¡Ehhh, ehhh! ¿Doctor Grant? ¡Doctor Grant! Tim estaba inquieto por el ruido que hacía su hermana —podría atraer al tiranosaurio— pero, un instante después, oyó un grito de respuesta. Venía de la derecha, desde el sitio donde estaba el Crucero de Tierra que había dejado pocos minutos atrás. Con sus lentes, Tim vio, con alivio, que el doctor Grant iba caminando hacia ellos. Tenía un gran desgarrón en la camisa, a la altura del hombro pero, fuera de eso, parecía estar bien. —Gracias a Dios —dijo—. Los he estado buscando. Tiritando, Ed Regis se puso de pie, y se quitó el barro de la cara y las manos. Había pasado una malísima media hora, atrapado entre bloques grandes de piedra, en la ladera de la colina situada abajo del camino. Sabía que, como sitio para esconderse, no era gran cosa, pero era presa del pánico y no estaba pensando con claridad. Se había arrojado a ese lugar frío y lleno de barro y había tratado de controlarse, pero en su mente seguía viendo a ese dinosaurio que venía hacia él. Hacia el coche. Ed Regis no recordaba con exactitud lo sucedido después de eso. Recordaba que Lex decía algo, pero él no se detuvo, no se podía detener, sencillamente siguió corriendo sin parar. Más allá del camino perdió pie y cayó por la colina hasta quedar detenido junto a unos bloques. Y tuvo la impresión de que podía arrastrarse entre esos bloques, y esconderse —había bastante lugar—, así que eso fue lo que hizo. Jadeante y aterrorizado, sin pensar en otra cosa que escapar del tiranosaurio. Y al final, cuando quedó metido ahí adentro como una rata, entre los bloques de piedra, se calmó un poco, y le abrumaron el pavor y la vergüenza, porque había abandonado a esos niños, sencillamente había escapado, sencillamente se había salvado.

Sabía que debía regresar al camino, que debía tratar de rescatarles, porque siempre se había imaginado a sí mismo como valiente y frío al estar sometido a presiones, pero cada vez que intentaba controlarse para obligarse a subir de vuelta al camino..., por alguna causa no le era posible Empezaba a sentir pánico y a tener problemas para respirar, y no podía moverse. Se dijo a sí mismo que, de todos modos, no había remedio: si los niños seguían estando allá arriba, en el camino, nunca podrían sobrevivir y, por cierto, no había cosa alguna que Ed Regis pudiera hacer por ellos, y muy bien podría quedarse donde estaba. Nadie iba a saber lo ocurrido, excepto él. Y no había nada que él pudiera hacer. No había nada que hubiese podido hacer. Y, por eso, Regis se quedó entre los bloques durante media hora, luchando contra el pánico, evitando cuidadosamente pensar en si los niños habían muerto, o en lo que Hammond hubiese podido hacer cuando lo supiera. Lo que finalmente le hizo moverse fue la peculiar sensación que percibía en la boca: sentía algo extraño en el costado, una especie de entumecimiento y de hormigueo, y se preguntaba si se habría lesionado durante la caída. Regis se tocó la cara y sintió carne hinchada a un lado de la boca. Era extraño, pero no le dolía en absoluto. Entonces se dio cuenta de que la carne hinchada era una sanguijuela que estaba engordando a medida que le succionaba los labios. Prácticamente estaba dentro de su boca. Estremeciéndose por las náuseas, se la arrancó de un tirón, sintiéndola desgarrarle la carne de los labios, sintiendo el borbollón de sangre tibia en la boca. Escupió y la arrojó con repugnancia hacia el bosque. Vio otra sanguijuela en el antebrazo, y también se la arrancó, lo que dejó una banda de sangre oscura. Jesús, era probable que estuviera cubierto de ellas. Esa caída por la ladera de la colina. Estas colinas de la jungla estaban llenas de sanguijuelas. También lo estaban las hendiduras oscuras de las rocas. ¿Qué era lo que decían los trabajadores?: las sanguijuelas ascendían por los calzoncillos. Les gustaban los sitios oscuros y húmedos. Les gustaba reptar hasta llegar precisamente a... —¡Holaaa! Se detuvo. Era una voz, arrastrada por el viento. —¡Ehhh! ¡Doctor Grant! Jesús, ésa era la niña. Ed Regis escuchó el tono de voz: no parecía estar asustada ni que padeciese ningún dolor. Simplemente estaba llamando según su estilo insistente. Y poco a poco se fue dando cuenta poco a poco de que algo más tenía que haber ocurrido, que el tiranosaurio tuvo que haberse alejado —o, por lo menos, no haber atacado—, y que el resto de la gente todavía podría estar viva. Grant y Malcolm. Todos podían estar vivos. Y la comprensión de eso hizo que se recobrara en un santiamén, del mismo modo que un ebrio se vuelve sobrio al instante cuando los policías le obligan a ponerse de pie, y se sintió mejor, porque ahora sabía lo que tenía que hacer. Y mientras salía a gatas de los bloques, ya estaba preparando el paso siguiente, ya estaba pensando qué diría, cómo manejaría las cosas a partir de ese punto. Regis se frotó el barro quitándoselo de la cara y las manos: la prueba de que se había

—¿Está papaíto ahí afuera?<br />

—No —contestó, sintiéndose raro—. Está en casa, Lex.<br />

—¿Está mamaíta?<br />

—No, Lex.<br />

—¿Hay alguna persona mayor ahí afuera?<br />

—Aún no. Pero estoy seguro de que vendrán pronto. Es probable que estén en camino<br />

ahora mismo.<br />

Entonces la oyó moverse dentro del caño, y salir, tiritando por el frío, y con sangre seca en<br />

el cuero cabelludo y en la frente; pero, aparte de eso, estaba bien.<br />

Miró alrededor, sorprendida, y preguntó:<br />

—¿Dónde está el doctor Grant?<br />

—No lo sé.<br />

—Bueno, estaba aquí antes.<br />

—¿Estaba? ¿Cuándo?<br />

—Antes. Le he visto desde el caño.<br />

—¿A dónde se ha ido?<br />

—¿Y cómo voy a saber yo a dónde se fue? —contestó Lex, arrugando la nariz.<br />

Y empezó a gritar:<br />

—¡Ehhh, ehhh! ¿Doctor Grant? ¡Doctor Grant!<br />

Tim estaba inquieto por el ruido que hacía su hermana —podría atraer al tiranosaurio—<br />

pero, un instante después, oyó un grito de respuesta. Venía de la derecha, desde el sitio donde<br />

estaba el Crucero de Tierra que había dejado pocos minutos atrás. Con sus lentes, Tim vio, con<br />

alivio, que el doctor Grant iba caminando hacia ellos. Tenía un gran desgarrón en la camisa, a<br />

la altura del hombro pero, fuera de eso, parecía estar bien.<br />

—Gracias a Dios —dijo—. Los he estado buscando.<br />

Tiritando, Ed Regis se puso de pie, y se quitó el barro de la cara y las manos. Había pasado<br />

una malísima media hora, atrapado entre bloques grandes de piedra, en la ladera de la colina<br />

situada abajo del camino. Sabía que, como sitio para esconderse, no era gran cosa, pero era<br />

presa del pánico y no estaba pensando con claridad. Se había arrojado a ese lugar frío y lleno<br />

de barro y había tratado de controlarse, pero en su mente seguía viendo a ese dinosaurio que<br />

venía hacia él. Hacia el coche.<br />

Ed Regis no recordaba con exactitud lo sucedido después de eso. Recordaba que Lex decía<br />

algo, pero él no se detuvo, no se podía detener, sencillamente siguió corriendo sin parar. Más<br />

allá del camino perdió pie y cayó por la colina hasta quedar detenido junto a unos bloques. Y<br />

tuvo la impresión de que podía arrastrarse entre esos bloques, y esconderse —había bastante<br />

lugar—, así que eso fue lo que hizo. Jadeante y aterrorizado, sin pensar en otra cosa que<br />

escapar del tiranosaurio. Y al final, cuando quedó metido ahí adentro como una rata, entre los<br />

bloques de piedra, se calmó un poco, y le abrumaron el pavor y la vergüenza, porque había<br />

abandonado a esos niños, sencillamente había escapado, sencillamente se había salvado.

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