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PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas

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clavada en Tim.<br />

Con las lentes, los ojos despedían un fulgor verde brillante.<br />

Tim sintió escalofríos, pero después, mientras recorría hacia abajo el cuerpo del animal,<br />

desde las enormes cabeza y mandíbulas, vio que el miembro superior, más pequeño y<br />

musculoso, se agitaba en el aire y, después, aferraba la cerca.<br />

—¡Jesucristo! —murmuró Ed Regis, mirando con fijeza a través de la ventanilla.<br />

El más grande depredador que el mundo haya conocido. El ataque más aterrador de la<br />

historia humana. En alguna parte, en lo profundo de su cerebro de publicista, Ed Regis todavía<br />

estaba redactando la propaganda. Pero podía sentir cómo las rodillas le empezaban a temblar<br />

sin control, los pantalones le flameaban como banderas. ¡Dios, estaba aterrado! No quería<br />

estar allí. Sólo él entre todos los pasajeros de los dos coches, Ed Regis, conocía cómo era el<br />

ataque de un dinosaurio. Sabía lo que le ocurría a la gente. Había visto los cuerpos mutilados,<br />

resultado del ataque de un velocirraptor; se lo podía representar en la mente. ¡Y ése era un rex!<br />

¡Mucho, mucho más grande! ¡El carnívoro más grande que jamás hubiera caminado sobre la<br />

Tierra!<br />

¡Jesús!<br />

Cuando el tiranosaurio rugía era aterrador, un alarido procedente de otro mundo. Ed Regis<br />

sintió el calor que se le extendía por los pantalones: se había orinado encima. Estaba<br />

avergonzado y aterrorizado al mismo tiempo. Pero sabía que tenía que hacer algo. No podía<br />

limitarse a permanecer allí. Tenía que hacer algo. Algo. Las manos se le sacudían, temblando<br />

contra el tablero de instrumentos.<br />

—¡Jesucristo! —volvió a decir.<br />

—Malas palabras —le dijo Lex, reprendiéndole con el dedo índice en alto.<br />

Tim oyó el sonido de una portezuela que se abría y movió la cabeza en sentido opuesto a<br />

donde estaba el dinosaurio; las lentes deformaron la visión en sentido lateral, convirtiéndola en<br />

un veloz rayo de luz, justo a tiempo para ver a Ed Regis apeándose por la portezuela abierta,<br />

agachando la cabeza bajo la lluvia.<br />

—Eh —dijo Lex—, ¿a dónde va?<br />

Ed Regis no respondió: se limitó a alejarse y correr en dirección contraria a aquella en la<br />

que estaba el dinosaurio, desapareciendo en el bosque. La portezuela del coche eléctrico<br />

colgaba abierta; el panel interior se estaba mojando.<br />

—¡Se ha ido! —gritó Lex—. ¿Dónde se ha ido? ¡Nos ha dejado solos!<br />

—Cierra la portezuela —dijo Tim, pero su hermana había empezado a gritar:<br />

—¡Nos ha dejado! ¡Nos ha dejado!<br />

—Tim, ¿qué pasa? —Era el doctor Grant por la radio—. ¿Tim?<br />

Tim se inclinó hacia delante y trató de cerrar la portezuela. Desde el asiento de atrás no<br />

podía alcanzar la manija. Volvió a mirar al dinosaurio cuando fulguró otra vez un relámpago, lo<br />

que hizo que, durante un instante, contra el cielo blanco por el destello se recortara la silueta de

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