PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas
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Arnold levantó el teléfono y oyó un monótono siseo permanente. —¿Qué es esto? ¿Qué pasa? —¡Por Dios, cuelgue eso! —exclamó Nedry—. Va a enloquecer el flujo de datos. —¿Tomó todas las líneas telefónicas? ¿Incluso las internas? —Tomé todas las líneas que se comunican con el exterior. Pero las internas todavía deberían funcionar. Arnold oprimió botones en la consola, uno después de otro: no oyó nada más que un siseo en todas las líneas. —Parece que usted las tiene todas. —Lo siento. Al final de la próxima transmisión, dentro de unos quince minutos, les despejaré un par. —Bostezó—. Parece que va a ser un fin de semana largo para mí. Creo que iré ahora a buscar esa «Coca-Cola». Recogió su mochila y se dirigió hacia la puerta: —No toquen mi consola, ¿de acuerdo? La puerta se cerró. —¡Qué bola de grasa! —comentó Hammond. —Sí —asintió Arnold—, pero creo que sabe lo que está haciendo. A lo largo del costado del camino, nubes de vapor volcánico empañaban los arco iris producidos por las brillantes lámparas de cuarzo. Grant dijo, hablando por la radio: —¿Cuánto tiempo tarda el barco en llegar a tierra firme? —Dieciocho horas —informó Ed Regis—. Más o menos. Es bastante de fiar. —Le echó un vistazo a su reloj—: Llegará mañana alrededor de las once. Grant frunció el entrecejo: —¿Usted y yo podemos hablar por radio, pero no podemos hacerlo con la sala de control? —No por ahora. —¿Qué pasa con Harding? ¿Puede conseguirlo? —No, ya lo he intentado. Deberíamos poder comunicarnos con él, pero tal vez tenga su radio apagada. Malcolm estaba sacudiendo la cabeza, en gesto de negación, y dijo: —Así que somos los únicos que sabemos que el barco lleva a bordo esos animales. —Estoy tratando de conseguir a alguien —dijo Ed Regis—. Quiero decir, Cristo, no quiero tener esos animales en tierra firme. —¿Cuánto falta para que regresemos a la base? —A partir de ahora, otros dieciséis, diecisiete minutos. Por la noche, todo el camino estaba iluminado por grandes reflectores. A Grant le hacía sentir como si estuvieran viajando a través de un túnel de hojas de color verde brillante. Gotas grandes de lluvia salpicaban el parabrisas. Grant sintió que el Crucero de Tierra reducía la velocidad; después, se detuvo: —¿Y ahora qué?
—No quiero parar. ¿Por qué paramos? —preguntó Lex. Y entonces, en forma repentina, todos los reflectores se apagaron. El camino quedó sumido en la oscuridad. Lex gritó: —¡Eh! —Probablemente no es más que un corte de corriente, o algo por el estilo —la tranquilizó Ed Regís—. Estoy seguro de que las luces volverán de un momento a otro. —¿Qué demonios? —masculló Arnold, mirando con fijeza los monitores. —¿Qué ha pasado? —preguntó Muldoon—. ¿Ha perdido la energía? —Sí, pero sólo la del perímetro. Todo lo que hay dentro de este edificio funciona bien. Pero fuera, en el parque, se acabó toda la corriente. Luces, cámaras de televisión, todo. Sus pantallas estaban iluminadas, salvo los monitores de televisión a distancia, que habían quedado apagados. —¿Qué hay de los Cruceros de Tierra? —Detenidos en algún sitio, alrededor del campo cercado del tiranosaurio. —Bueno —dijo Muldoon—, llame a Mantenimiento y haga que se restablezca la corriente. Arnold levantó uno de sus teléfonos y oyó un siseo: los ordenadores de Nedry que hablaban entre sí. —¡No hay teléfonos! Ese maldito Nedry... ¡Nedry! ¿Dónde diablos está? Dennis Nedry abrió de un empujón la puerta con el rótulo de FERTILIZACIÓN. Ahora que se había cortado la corriente del perímetro, todas las cerraduras para tarjeta de seguridad estaban desactivadas. Todas las puertas del edificio se abrían con un empujón. Los problemas del sistema de seguridad del Parque Jurásico figuraban en los primeros puestos de la lista de defectos. Nedry se preguntaba si alguien habría imaginado alguna vez que no se trataba de un defecto, sino de que él, Nedry, lo había programado de esa manera. Había incorporado un clásico escotillón: pocos programadores de grandes sistemas de proceso de datos podían resistir la tentación de dejarse una entrada secreta. En parte, eso era sentido común: si alguna vez usuarios ineptos trababan el sistema y después llamaban al programador para que les auxiliara, siempre había una manera de entrar y reparar el desbarajuste. Y en parte era una especie de firma: Aquí estuve yo. Y, en parte, era un seguro para el futuro: Nedry estaba molesto con el proyecto del Parque Jurásico. Bien avanzado el plan de trabajo, «InGen» había exigido que en el sistema se introdujeran amplias modificaciones, pero no había estado dispuesta a pagarlas, aduciendo que había que incluirlas en el contrato original. Hubo amenazas de acciones judiciales; se enviaron cartas a los demás clientes de Nedry, en las que se daba a entender que Nedry no era de fiar. Era chantaje y, al final, Nedry se había visto forzado a comerse sus excedentes en el Parque Jurásico y a introducir los cambios que Hammond quería. Pero más tarde, cuando se le acercó Lewis Dodgson, de «Biosyn», Nedry estaba dispuesto a escucharle. Y preparado para decir que, en verdad, podía meterse en la seguridad del
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Y entonces, en forma repentina, todos los reflectores se apagaron. El camino quedó sumido<br />
en la oscuridad. Lex gritó:<br />
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—Probablemente no es más que un corte de corriente, o algo por el estilo —la tranquilizó<br />
Ed Regís—. Estoy seguro de que las luces volverán de un momento a otro.<br />
—¿Qué demonios? —masculló Arnold, mirando con fijeza los monitores.<br />
—¿Qué ha pasado? —preguntó Muldoon—. ¿Ha perdido la energía?<br />
—Sí, pero sólo la del perímetro. Todo lo que hay dentro de este edificio funciona bien. Pero<br />
fuera, en el parque, se acabó toda la corriente. Luces, cámaras de televisión, todo.<br />
Sus pantallas estaban iluminadas, salvo los monitores de televisión a distancia, que habían<br />
quedado apagados.<br />
—¿Qué hay de los Cruceros de Tierra?<br />
—Detenidos en algún sitio, alrededor del campo cercado del tiranosaurio.<br />
—Bueno —dijo Muldoon—, llame a Mantenimiento y haga que se restablezca la corriente.<br />
Arnold levantó uno de sus teléfonos y oyó un siseo: los ordenadores de Nedry que hablaban<br />
entre sí.<br />
—¡No hay teléfonos! Ese maldito Nedry... ¡Nedry! ¿Dónde diablos está?<br />
Dennis Nedry abrió de un empujón la puerta con el rótulo de FERTILIZACIÓN. Ahora que se<br />
había cortado la corriente del perímetro, todas las cerraduras para tarjeta de seguridad estaban<br />
desactivadas. Todas las puertas del edificio se abrían con un empujón.<br />
Los problemas del sistema de seguridad del Parque Jurásico figuraban en los primeros<br />
puestos de la lista de defectos. Nedry se preguntaba si alguien habría imaginado alguna vez<br />
que no se trataba de un defecto, sino de que él, Nedry, lo había programado de esa manera.<br />
Había incorporado un clásico escotillón: pocos programadores de grandes sistemas de proceso<br />
de datos podían resistir la tentación de dejarse una entrada secreta. En parte, eso era sentido<br />
común: si alguna vez usuarios ineptos trababan el sistema y después llamaban al programador<br />
para que les auxiliara, siempre había una manera de entrar y reparar el desbarajuste. Y en<br />
parte era una especie de firma: Aquí estuve yo.<br />
Y, en parte, era un seguro para el futuro: Nedry estaba molesto con el proyecto del Parque<br />
Jurásico. Bien avanzado el plan de trabajo, «InGen» había exigido que en el sistema se<br />
introdujeran amplias modificaciones, pero no había estado dispuesta a pagarlas, aduciendo que<br />
había que incluirlas en el contrato original. Hubo amenazas de acciones judiciales; se enviaron<br />
cartas a los demás clientes de Nedry, en las que se daba a entender que Nedry no era de fiar.<br />
Era chantaje y, al final, Nedry se había visto forzado a comerse sus excedentes en el Parque<br />
Jurásico y a introducir los cambios que Hammond quería.<br />
Pero más tarde, cuando se le acercó Lewis Dodgson, de «Biosyn», Nedry estaba dispuesto<br />
a escucharle. Y preparado para decir que, en verdad, podía meterse en la seguridad del