PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas
PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas
—¿Y si hay víboras? —¡Oh, por el amor de Dios' —repuso Mike Bowman—. No hay víboras en una playa. —Bueno, podría haberlas... —Tesoro —explicó con firmeza—, las víboras tienen sangre fría. Son reptiles. No pueden controlar la temperatura del cuerpo. Esta arena está a treinta y dos grados Celsius: si una víbora saliera, se cocinaría. —Observó a su hija retozando en la playa, un punto oscuro contra la arena blanca—: Déjala ir. Que se divierta. Puso la mano en torno de la cintura de su esposa. Tina corrió hasta que estuvo exhausta y, entonces, se dejó caer sobre la arena caliente y rodó alegremente hasta la orilla. El océano estaba caliente y prácticamente no había resaca. Se sentó un rato, recuperando el aliento, y después miró hacia atrás, hacia donde estaban sus padres y el coche, para ver lo lejos que había llegado. La madre agitó la mano, haciéndole señales para que volviera. Jubilosamente, Tina agitó la mano a su vez, simulando que no entendía: Tina no se quería poner la loción bronceadura; tampoco quería volver para oír a su madre hablar de perder peso. Quería quedarse donde estaba y, a lo mejor, ver un perezoso. Había visto un perezoso hacía dos días, en el zoológico de San José. Era como un personaje de los Teleñecos, y parecía inofensivo. Sea como fuere, no se podía mover con rapidez; ella podía ganarle con facilidad en una carrera. Ahora su madre la estaba llamando a grandes voces, y Tina decidió salir del sol, alejarse del agua y ponerse a la sombra de las palmeras. En esta parte de la playa las palmeras colgaban sobre una retorcida maraña de raíces de mangle, que bloqueaba cualquier intento de penetrar tierra adentro. Tina no podía ver mucho. Aunque hubiera allí un perezoso, se dio cuenta de que no podría verlo. Frustrada, se sentó en la arena y pateó las hojas secas de mangle. Advirtió que había muchas huellas de pájaro en la arena. Costa Rica era famosa por sus pájaros. Los libros-guía decían que en Costa Rica había el triple de pájaros que en toda Norteamérica y en todo Canadá. En la arena, alguna de las huellas de pájaros de tres dedos eran pequeñas, y tan débiles que apenas si se las podía ver. Otras huellas eran más grandes y estaban impresas con más fuerza en la arena. Tina estaba mirando las huellas ociosamente, cuando oyó un sonido como de gorjeo, seguido por un siseo de hojas en la espesura del manglar. ¿Los perezosos producían un sonido como de gorjeo? Tina no lo creía, pero no estaba segura. Era probable que el gorjeo se debiera a algún ave marina. Tina respiró en silencio, sin moverse, oyendo de nuevo el siseo y, al final, vio la fuente de los sonidos: a unos pocos metros de distancia, una lagartija surgió de entre las raíces de mangle y la miró con curiosidad. Tina contuvo la respiración: ¡un nuevo animal para su lista! La lagartija se irguió sobre sus patas traseras, balanceándose sobre su gruesa cola, y miró con fijeza a la niña. Erguida de ese modo, tenía casi treinta centímetros de alto; era de color verde oscuro con listas marrones a lo largo del lomo. Sus diminutas patas anteriores remataban en dedos pequeños, que se agitaban
ápidamente en el aire. La lagartija alzó la cabeza cuando miró a Tina. La niña pensó que el animal era lindo. Parecía una especie de salamandra grande. Tina alzó la mano y movió los dedos, en respuesta al movimiento que el animal hacía con los suyos. La lagartija no estaba asustada. Se le acercó, caminando enhiesta sobre las patas traseras. Era apenas mayor que una gallina y, al igual que una gallina, meneaba la cabeza hacia delante y hacia atrás al caminar. Tina pensó que sería una maravillosa mascota. Observó que la lagartija dejaba huellas con tres dedos, que tenían la apariencia exacta de las de un pájaro. Se acercó más a Tina, mientras ésta permanecía sentada en la arena y la observaba; la niña mantenía el cuerpo quieto, pues no quería asustarla. Estaba sorprendida de que se le acercara tanto, pero recordó que estaba en un parque nacional. Todos los animales del parque debían de saber que estaban protegidos. Probablemente esa lagartija era mansa; quizás hasta esperase que la niña le diera algo que comer. Por desgracia no tenía nada que darle. Con lentitud, Tina tendió la mano abierta, con la palma hacia arriba, para mostrar que no tenía comida. La lagartija se detuvo. Alzó la cabeza y gorjeó. Produjo un sonido chirriante característico, como el de un pájaro. —Lo siento —dijo Tina—. Sencillamente no tengo qué darte. Y entonces, sin previo aviso, la lagartija saltó sobre la mano tendida de la niña: Tina pudo sentir los deditos de las patas pellizcándole la piel de la palma, y sintió el sorprendente peso del cuerpo del animal, que le llevaba el brazo hacia abajo. Y entonces, la lagartija le trepó por el brazo, en dirección a la cara. —Ojalá pudiera verla —dijo Ellen Bowman, entrecerrando los ojos por la luz del sol—. Eso es todo: sólo verla. —Estoy seguro de que está bien —contestó Mike, seleccionando cuidadosamente entre las cosas que había en el almuerzo preparado y embalado por el hotel: había un poco apetitoso pollo a la parrilla y algo así como pastel de carne. Y no era que Ellen fuera a comer nada de eso. —¿No crees que se haya ido de la playa? —preguntó Ellen. —No, tesoro, no lo creo. —¡Me siento tan aislada aquí! —Creí que eso era lo que querías —dijo él, sintiéndose exasperado. —Y así es. —En tal caso, ¿cuál es el problema? —Es sólo que me gustaría poder verla. Y entonces, desde la lejanía de la playa y traída por el viento, oyeron la voz de su hija: estaba gritando.
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—¡Oh, por el amor de Dios' —repuso Mike Bowman—. No hay víboras en una playa.<br />
—Bueno, podría haberlas...<br />
—Tesoro —explicó con firmeza—, las víboras tienen sangre fría. Son reptiles. No pueden<br />
controlar la temperatura del cuerpo. Esta arena está a treinta y dos grados Celsius: si una<br />
víbora saliera, se cocinaría. —Observó a su hija retozando en la playa, un punto oscuro contra<br />
la arena blanca—: Déjala ir. Que se divierta.<br />
Puso la mano en torno de la cintura de su esposa.<br />
Tina corrió hasta que estuvo exhausta y, entonces, se dejó caer sobre la arena caliente y<br />
rodó alegremente hasta la orilla. El océano estaba caliente y prácticamente no había resaca.<br />
Se sentó un rato, recuperando el aliento, y después miró hacia atrás, hacia donde estaban sus<br />
padres y el coche, para ver lo lejos que había llegado.<br />
La madre agitó la mano, haciéndole señales para que volviera. Jubilosamente, Tina agitó la<br />
mano a su vez, simulando que no entendía: Tina no se quería poner la loción bronceadura;<br />
tampoco quería volver para oír a su madre hablar de perder peso. Quería quedarse donde<br />
estaba y, a lo mejor, ver un perezoso.<br />
Había visto un perezoso hacía dos días, en el zoológico de San José. Era como un<br />
personaje de los Teleñecos, y parecía inofensivo. Sea como fuere, no se podía mover con<br />
rapidez; ella podía ganarle con facilidad en una carrera.<br />
Ahora su madre la estaba llamando a grandes voces, y Tina decidió salir del sol, alejarse del<br />
agua y ponerse a la sombra de las palmeras.<br />
En esta parte de la playa las palmeras colgaban sobre una retorcida maraña de raíces de<br />
mangle, que bloqueaba cualquier intento de penetrar tierra adentro. Tina no podía ver mucho.<br />
Aunque hubiera allí un perezoso, se dio cuenta de que no podría verlo.<br />
Frustrada, se sentó en la arena y pateó las hojas secas de mangle. Advirtió que había<br />
muchas huellas de pájaro en la arena. Costa Rica era famosa por sus pájaros. Los libros-guía<br />
decían que en Costa Rica había el triple de pájaros que en toda Norteamérica y en todo<br />
Canadá.<br />
En la arena, alguna de las huellas de pájaros de tres dedos eran pequeñas, y tan débiles<br />
que apenas si se las podía ver. Otras huellas eran más grandes y estaban impresas con más<br />
fuerza en la arena. Tina estaba mirando las huellas ociosamente, cuando oyó un sonido como<br />
de gorjeo, seguido por un siseo de hojas en la espesura del manglar.<br />
¿Los perezosos producían un sonido como de gorjeo? Tina no lo creía, pero no estaba<br />
segura. Era probable que el gorjeo se debiera a algún ave marina. Tina respiró en silencio, sin<br />
moverse, oyendo de nuevo el siseo y, al final, vio la fuente de los sonidos: a unos pocos metros<br />
de distancia, una lagartija surgió de entre las raíces de mangle y la miró con curiosidad.<br />
Tina contuvo la respiración: ¡un nuevo animal para su lista! La lagartija se irguió sobre sus<br />
patas traseras, balanceándose sobre su gruesa cola, y miró con fijeza a la niña. Erguida de ese<br />
modo, tenía casi treinta centímetros de alto; era de color verde oscuro con listas marrones a lo<br />
largo del lomo. Sus diminutas patas anteriores remataban en dedos pequeños, que se agitaban