PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas

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—Sí. —¿Y esos sensores están distribuidos por todo el parque? —Cubren el noventa y dos por ciento de la superficie del parque. Hay sólo unos pocos lugares en los que no los podemos usar por ejemplo, en el río de la jungla, porque el movimiento del agua y la convección que sube de la superficie confunden a los sensores pero los tenemos por todos los demás sitios, prácticamente y, si el ordenador sigue a un animal que penetra en una zona carente de sensor, lo recuerda y busca para ver si el animal salió de nuevo. Si el animal no sale, nos da una señal de alarma. —¿Así que pueden seguir muy bien a estos animales? —Sí, muy bien. —Ahora bien —dijo Malcolm— usted muestra cuarenta y nueve procompsognátidos. Supongamos que sospecho que algunos de ellos realmente no son de la especie correcta, ¿cómo me demostrarían que estoy equivocado? —De dos maneras: ante todo, puedo hacer el seguimiento de desplazamientos individuales, comparándolo con el de otros presuntos compis. Los compis son animales sociales, se desplazan en grupo. Tenemos dos grupos de compis en el parque, de modo que los individuos deben de estar dentro del grupo A o del grupo B. —Sí, pero... —La otra manera es la comprobación visual directa —prosiguió Arnold. Apretó botones y uno de los monitores empezó a pasar con rapidez fotografías de compis, numeradas de 1 a 49. —Estas fotografías son... —Imágenes actuales de ID (11). Provenientes de lo ocurrido dentro de los cinco últimos minutos. —¿Así que pueden ver todos los animales, si así lo desean? —Sí. Cada vez que lo quiera, puedo revistar todos los animales en forma visual. —¿Y qué pasa con la contención física? —preguntó Gennaro—. ¿Pueden salir de sus cotos cerrados? —Absolutamente no. Éstos son animales caros, señor Gennaro. Los cuidamos muy bien. Mantenemos múltiples barreras: primera, los fosos. —Apretó un botón, y el tablero se encendió con una red de barras anaranjadas—. Estos fosos nunca tienen menos de cuatro metros de profundidad, y están llenos de agua. Para animales más grandes, los fosos pueden tener nueve metros de Profundidad. A continuación, las cercas electrificadas. —Líneas de color rojo intenso brillaron en el tablero—. Tenemos ochenta kilómetros de cercas de cuatro metros de altura, comprendidos treinta y cinco kilómetros que rodean el perímetro de la isla. Todas las cercas del parque llevan una carga de diez mil voltios. Los animales pronto aprenden a no acercárseles. —¿Pero si uno sí saliera? —preguntó Gennaro. Arnold resopló y aplastó su cigarrillo. —Nada más que en sentido hipotético —insistió Gennaro—. Supongamos que ocurriera. Muldoon se aclaró la garganta: —Saldríamos y lo traeríamos de vuelta. Tenemos muchas maneras de hacerlo: fusiles

apaciguadores láser, redes electrificadas, tranquilizadores. Todo no mortal porque, como dice el señor Arnold, éstos son animales caros. Gennaro asintió con la cabeza, y dijo: —¿Y si uno saliera de la isla? —Imposible —negó Arnold. —Tan sólo pregunto... —Moriría en menos de veinticuatro horas. Éstos son animales elaborados en forma genética. Son incapaces de sobrevivir en el mundo real. —¿Y qué hay en cuanto al sistema de control en sí: podría alguien operarlo en forma indebida? —preguntó Gennaro. Arnold negaba con la cabeza: —Mire atentamente esta sala. La construimos según las pautas para contrarrestar actos terroristas: todas las entradas tienen puertas dobles, como esclusas de aire, para evitar el acceso no autorizado. El cielo raso tiene claraboya, pero podemos correr sobre ella una persiana de acero para evitar la entrada. Podemos aplicarle diez mil voltios al perímetro de esta sala. Las ventanas son de vidrio a prueba de balas, de dos centímetros y medio de espesor. Nadie puede meterse aquí si nosotros no queremos. —¿Pero qué hay en cuanto al sistema de procesamiento de datos? —El sistema está reforzado: el ordenador es independiente en todo sentido; alimentación eléctrica independiente, así como alimentación auxiliar independiente. El sistema no se comunica con el exterior, de manera que no puede influir sobre él a distancia con un modem. El sistema de procesamiento de datos es seguro. Se hizo un silencio. Arnold chupó su cigarrillo, y dijo: —Un sistema muy bueno. Fantásticamente bueno. —Entonces, supongo —dijo Malcolm— que su sistema funciona tan bien, que no tiene problema alguno. —Tenemos infinitos problemas aquí —contestó Arnold, alzando una ceja—, pero ninguna de las cosas que les preocupan a ustedes. Me doy cuenta de que les inquieta que los animales escapen, lleguen a tierra firme y siembren el caos. Eso, a nosotros, no nos preocupa en absoluto. A estos animales los vemos como seres frágiles y delicados. Se los trajo de vuelta después de sesenta y cinco millones de años, a un mundo que es muy diferente de aquel que dejaron, aquel al que estaban adaptados. Nos tomamos muchas molestias para cuidarlos. «Ustedes tienen que darse cuenta —continuó— de que el ser humano estuvo conservando mamíferos y reptiles, en zoológicos, durante centenares de años. Así que sabemos mucho de cómo cuidar un elefante o un cocodrilo. Pero nunca nadie intentó antes cuidar un dinosaurio. Son animales nuevos. Y, sencillamente, no sabemos. Las enfermedades que los afectan son nuestra principal preocupación. —¿Enfermedades? —preguntó Gennaro, súbitamente alarmado—. ¿Existe alguna posibilidad de que un visitante pueda contagiarse? Arnold volvió a resoplar:

—Sí.<br />

—¿Y esos sensores están distribuidos por todo el parque?<br />

—Cubren el noventa y dos por ciento de la superficie del parque. Hay sólo unos pocos<br />

lugares en los que no los podemos usar por ejemplo, en el río de la jungla, porque el<br />

movimiento del agua y la convección que sube de la superficie confunden a los sensores pero<br />

los tenemos por todos los demás sitios, prácticamente y, si el ordenador sigue a un animal que<br />

penetra en una zona carente de sensor, lo recuerda y busca para ver si el animal salió de<br />

nuevo. Si el animal no sale, nos da una señal de alarma.<br />

—¿Así que pueden seguir muy bien a estos animales?<br />

—Sí, muy bien.<br />

—Ahora bien —dijo Malcolm— usted muestra cuarenta y nueve procompsognátidos.<br />

Supongamos que sospecho que algunos de ellos realmente no son de la especie correcta,<br />

¿cómo me demostrarían que estoy equivocado?<br />

—De dos maneras: ante todo, puedo hacer el seguimiento de desplazamientos individuales,<br />

comparándolo con el de otros presuntos compis. Los compis son animales sociales, se<br />

desplazan en grupo. Tenemos dos grupos de compis en el parque, de modo que los individuos<br />

deben de estar dentro del grupo A o del grupo B.<br />

—Sí, pero...<br />

—La otra manera es la comprobación visual directa —prosiguió Arnold. Apretó botones y<br />

uno de los monitores empezó a pasar con rapidez fotografías de compis, numeradas de 1 a 49.<br />

—Estas fotografías son...<br />

—Imágenes actuales de ID (11). Provenientes de lo ocurrido dentro de los cinco últimos<br />

minutos.<br />

—¿Así que pueden ver todos los animales, si así lo desean?<br />

—Sí. Cada vez que lo quiera, puedo revistar todos los animales en forma visual.<br />

—¿Y qué pasa con la contención física? —preguntó Gennaro—. ¿Pueden salir de sus cotos<br />

cerrados?<br />

—Absolutamente no. Éstos son animales caros, señor Gennaro. Los cuidamos muy bien.<br />

Mantenemos múltiples barreras: primera, los fosos. —Apretó un botón, y el tablero se encendió<br />

con una red de barras anaranjadas—. Estos fosos nunca tienen menos de cuatro metros de<br />

profundidad, y están llenos de agua. Para animales más grandes, los fosos pueden tener nueve<br />

metros de Profundidad. A continuación, las cercas electrificadas. —Líneas de color rojo intenso<br />

brillaron en el tablero—. Tenemos ochenta kilómetros de cercas de cuatro metros de altura,<br />

comprendidos treinta y cinco kilómetros que rodean el perímetro de la isla. Todas las cercas del<br />

parque llevan una carga de diez mil voltios. Los animales pronto aprenden a no acercárseles.<br />

—¿Pero si uno sí saliera? —preguntó Gennaro.<br />

Arnold resopló y aplastó su cigarrillo.<br />

—Nada más que en sentido hipotético —insistió Gennaro—. Supongamos que ocurriera.<br />

Muldoon se aclaró la garganta:<br />

—Saldríamos y lo traeríamos de vuelta. Tenemos muchas maneras de hacerlo: fusiles

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