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PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas

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—No creo que sea imposible. Los reptiles son más fáciles que los mamíferos. Es probable<br />

que la obtención de clones sólo tarde diez, quince años en conseguirse. Siempre y cuando se<br />

logren algunos avances fundamentales.<br />

—Tengo cinco años —le contestó Hammond—. Y mucho dinero, para alguien que quiera<br />

hacer el intento ahora.<br />

—¿Mi trabajo se va a poder publicar?<br />

—Con el tiempo.<br />

—No inmediatamente.<br />

—No.<br />

—¿Pero, con el tiempo, se podrá publicar? —insistió, sin irse por las ramas.<br />

Hammond se rió:<br />

—No se preocupe, todo el mundo sabrá lo que usted hizo, se lo prometo.<br />

Y ahora parecía que, en verdad, todo el mundo lo iba a saber, pensaba Wu. Después de<br />

cinco años de extraordinario esfuerzo, se encontraban justo a un año de distancia de la<br />

inauguración del parque para el público. Por supuesto, esos años no habían transcurrido del<br />

modo exacto prometido por Hammond: Wu tuvo algunas personas que le decían qué hacer y,<br />

muchas veces, se vio sometido a terribles presiones. Y el trabajo en sí varió: ni siquiera se<br />

trataba de hacer la clonación de reptiles, una vez que empezaron a entender que los<br />

dinosaurios eran tan parecidos a los pájaros. Era clonación de aves, una propuesta muy<br />

diferente. Mucho más difícil. Y, durante los dos últimos años, Wu fue, primordialmente, un<br />

administrador, supervisando grupos de investigadores y bancos de secuenciadores<br />

computarizados de genes. La administración no era la clase de trabajo que deleitaba a Wu; eso<br />

no era lo que él había pactado.<br />

Y, aun así, tuvo éxito. Hizo lo que nadie realmente creía que se pudiera hacer, no en tan<br />

breve lapso por lo menos. Y Henry Wu pensaba que le correspondían algunos derechos, que<br />

debía tener voz y voto en lo que sucedía, en virtud de sus conocimientos y de sus esfuerzos.<br />

En vez de eso encontró que su influencia se desvanecía conforme pasaban los días: los<br />

dinosaurios existían. Los procedimientos para obtenerlos se habían resuelto hasta el punto de<br />

volverse rutinarios. Las técnicas estaban maduras... y John Hammond ya no necesitaba a<br />

Henry Wu.<br />

—Así estará bien —decía Hammond, hablando por teléfono.<br />

Escuchaba un poco y sonreía a Wu—: Espléndido. Sí, espléndido.<br />

Colgó.<br />

—¿Dónde habíamos quedado, Henry?<br />

—Estábamos hablando de la fase dos —repuso Wu.<br />

—Ah, sí. Ya tratamos antes este asunto, Henry...<br />

—Lo sé, pero usted no se da cuenta...<br />

—Discúlpame, Henry —dijo Hammond, con un asomo de impaciencia en la voz—, sí me<br />

doy cuenta. Y debo decírtelo con franqueza, Henry: no veo motivo alguno para mejorar la

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