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PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas

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—¿Para qué es eso? —preguntó Ellie.<br />

—Ni idea.<br />

—Probablemente se las dan de comer a los dinosaurios —aventuró Malcolm.<br />

El grupo siguió caminando por un polvoriento sendero de ladrillo que pasaba a través de un<br />

denso matorral de bambúes. Al otro lado vieron una cerca doble, reforzada, de unos cuatro<br />

metros de altura y hecha de eslabones, con espirales de alambre de púas en la parte superior.<br />

A lo largo de la cerca exterior se oía un zumbido eléctrico.<br />

Más allá de las cercas, Grant vio densos apiñamientos de helechos grandes, de un metro y<br />

medio de alto. Oyó un resoplido, una especie de husmeo. Después, el sonido crujiente de<br />

pisadas que aplastaban follaje, y que se acercaban.<br />

Luego, un prolongado silencio.<br />

—No veo nada —susurró Tim, finalmente.<br />

—Ssshhh.<br />

Grant esperó. Pasaron varios segundos. Algunas moscas revoloteaban por el aire. Todavía<br />

no veía cosa alguna.<br />

Ellie le golpeó suavemente en el hombro y señaló con el dedo.<br />

Entre los helechos, Grant vio la cabeza de un animal. Estaba inmóvil, parcialmente<br />

escondido en las frondas, los dos grandes ojos oscuros observándoles con frialdad.<br />

La cabeza tenía algo más de medio metro de largo. Desde un hocico rematado en punta,<br />

una larga hilera de dientes se extendía hacia atrás, hasta el agujero del meato auditivo, que<br />

actuaba a guisa de oído. A Grant la cabeza le recordaba la de una lagartija grande o, quizá, la<br />

de un cocodrilo. Los ojos no pestañeaban y el animal no se movía. Su piel era coriácea, con<br />

textura granulosa y, básicamente, la misma coloración que la del ejemplar juvenil: amarillo-<br />

marrón con marcas rojizas más oscuras, como las bandas de un tigre.<br />

Mientras Grant observaba, un solo miembro superior se extendió hacia arriba muy<br />

lentamente, para apartar los helechos que había al lado de la cara del animal. El miembro,<br />

pudo ver Grant, estaba dotado de músculos fuertes. La mano tenía tres dedos prensiles, cada<br />

uno rematado en garras curvas. Suave, lentamente, la mano empujó a un lado los helechos.<br />

Grant sintió escalofríos y pensó: «Nos está cazando.»<br />

Para un mamífero como el hombre, había algo indescriptiblemente antinatural en el modo<br />

en que los reptiles cazaban sus presas. No sin razón el hombre odiaba a los reptiles: la<br />

inmovilidad, la frialdad, el ritmo, todo, estaba mal. Encontrarse entre cocodrilos u otros reptiles<br />

grandes era recordar una clase diferente de vida, ahora desaparecida de la Tierra.<br />

Naturalmente, ese animal no se dio cuenta de que lo habían localizado, de que...<br />

El ataque llegó en forma repentina, desde la izquierda y la derecha. Los animales, corriendo<br />

a la carga, cubrieron los nueve metros que había hasta la cerca con desconcertante velocidad.<br />

Grant tuvo la borrosa impresión de cuerpos poderosos de un metro ochenta de alto, de<br />

rígidas colas que los equilibraban, de patas armadas con garras curvas, de mandíbulas<br />

abiertas con hileras de dientes de sierra.<br />

Los animales gruñían mientras avanzaban y, después, saltaron a la vez, levantando sus

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