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PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas

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—Que tenga buen viaje —dijo Ross—. Pero seamos muy claros en una sola cosa: no<br />

sé hasta qué punto es mala la situación en realidad, Donald, pero si hay algún problema<br />

en esa isla quiero que no deje piedra sobre piedra.<br />

—Jesús, Dan... Estamos hablando de una gran inversión.<br />

—No vacile. No piense en eso. Simplemente hágalo, ¿me entiende?<br />

Gennaro asintió con la cabeza:<br />

—Le entiendo, pero Hammond...<br />

—¡A la mierda con Hammond! —dijo Ross.<br />

—Querido muchacho, querido muchacho —dijo la familiar voz chirriante—. ¿Cómo le<br />

va, muchacho?<br />

—Muy bien, señor —contestó Gennaro. Se reclinó en el asiento de cuero acolchado del<br />

reactor Gulfstream II, mientras la máquina volaba hacia el Este, hacia las Rocosas.<br />

—Ya no me llama —dijo Hammond, con tono de reproche—. Lo extrañé, Donald.<br />

¿Cómo está su encantadora esposa?<br />

—Está bien. Elizabeth está bien. Ahora tenemos una niña.<br />

—Maravilloso, maravilloso. ¡Los niños son una delicia tan grande! A la suya le<br />

encantará nuestro nuevo parque de Costa Rica.<br />

Gennaro había olvidado lo bajo que era Hammond: instalado en el asiento, los pies no<br />

tocaban el suelo alfombrado; hacía oscilar las piernas cuando hablaba. En ese hombre<br />

había algo que impresionaba como infantil, aun cuando Hammond ahora debía de tener...<br />

¿cuánto?, ¿setenta y cinco? ¿Setenta y seis? Algo así. Parecía más viejo de lo que<br />

Gennaro lo recordaba pero, claro, Gennaro no le había visto desde hacía casi cinco años.<br />

Desde los días en los que estaban buscando fondos para «InGen», los días a los que<br />

Gennaro solía llamar de la «Cartera del paquidermo».<br />

Hammond era aparatoso, un histrión nato y, en 1983, tenía un elefante que llevaba<br />

consigo en una jaulita. El elefante medía veintitrés centímetros de alto y treinta de largo y<br />

estaba perfectamente formado, salvo por los colmillos, que estaban atrofiados. Hammond<br />

llevaba el elefante a las reuniones que se hacían para obtener fondos. Por lo común,<br />

Gennaro le llevaba a la sala de reunión con la jaula cubierta con una mantita, como si<br />

fuese un cubreteteras, y Hammond pronunciaba su discurso de siempre, en el que<br />

hablaba de las perspectivas para desarrollar lo que él denominaba «productos biológicos<br />

de consumo». Entonces, en el momento crucial, con un rápido movimiento, quitaba la<br />

manta para exponer el elefante. Y solicitaba el dinero.<br />

El elefante siempre era un éxito tremendo: su diminuto cuerpo, apenas más grande que<br />

el de un gato, era la promesa de maravillas inimaginables que habrían de salir del<br />

laboratorio de Norman Atherton, el genetista de Stanford socio de Hammond en esa<br />

nueva empresa.<br />

Pero, cuando Hammond hablaba del elefante, dejaba mucho sin decir. Por ejemplo,<br />

que estaba iniciando una compañía dedicada a la ingeniería genética, pero que al<br />

diminuto elefante no lo había obtenido siguiendo procedimiento genético alguno: Atherton<br />

se había limitado a tomar el embrión de un elefante enano y lo había criado en un útero<br />

artificial, con modificaciones hormonales. Eso, en sí mismo, era todo un logro, pero no lo<br />

que Hammond daba a entender que se había hecho. Atherton tampoco había conseguido<br />

otro elefante en miniatura, aunque lo había intentado. En primer lugar, todos los que veían<br />

el elefante querían uno. Algo más: el animalito era demasiado propenso a resfriarse, en<br />

especial durante el invierno. Los estornudos que llegaban a través de la trompita llenaban<br />

de pavor a Hammond. Y, en ocasiones, al elefante se le trababan los colmillos entre las<br />

barras de la jaula y bufaba, irritado, tratando de zafarse; a veces contraía infecciones<br />

alrededor de la línea de nacimiento de los colmillos. A Hammond siempre le preocupaba<br />

que su elefante muriera antes de que Atherton pudiera conseguir un sustituto.<br />

A los potenciales inversores también les ocultaba el hecho de que la conducta del<br />

elefante había cambiado de modo esencial en el proceso de reducción de su tamaño al de

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