PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas
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—Por el momento no podemos.<br />
—¿Por qué no?<br />
—Porque no tenemos prueba alguna de que se estén cometiendo actos ilícitos. Pero,<br />
personalmente, creo que resulta indiscutible que John Hammond está intentando eludir la<br />
ley.<br />
—Quien primero estableció contacto conmigo —explicó Morris— fue la Oficina de<br />
Transferencia de tecnología. La OTT vigila los embarques de tecnología norteamericana<br />
que pudieran tener importancia militar. Me llamó para decir que la «InGen» presentaba<br />
dos sectores en los que habría una posible transferencia ilegal de tecnología: primero,<br />
«InGen» había despachado tres «Cray XMP» a Costa Rica. InGen había definido ese<br />
envío como transferencia entre divisiones de la propia compañía, y dijo que esas<br />
máquinas no iban a la reventa. Pero la OTT no podía imaginar para qué demonios<br />
necesitaría alguien esa potencia en Costa Rica.<br />
—Tres «Cray». ¿Es un tipo de ordenador?<br />
Morris asintió con la cabeza:<br />
—Superordenadores muy poderosos. Para darle una idea: tres «Cray» representan<br />
más potencia para el procesamiento electrónico de datos que la que pueda tener<br />
cualquier otra compañía privada norteamericana. E «InGen» envió las máquinas a Costa<br />
Rica. Cabe preguntarse por qué.<br />
—Me rindo. ¿Por qué? —dijo Grant.<br />
—Nadie lo sabe. Y los «Hood» son todavía más preocupantes —prosiguió Morris—.<br />
Los «Hood» son secuenciadores automatizados de genes: máquinas que resuelven por sí<br />
solas la secuencia del código genético del ADN. Son tan nuevos que todavía no figuran<br />
en las listas de equipos restringidos. Pero es probable que cualquier laboratorio de<br />
ingeniería genética cuente con uno de esos secuenciadores, si es que puede pagar el<br />
medio millón de dólares que cuesta ese equipo. —Con un rápido movimiento del índice,<br />
Morris pasó las hojas de sus anotaciones—. Bueno, parece que «InGen» envió<br />
veinticuatro secuenciadores «Hood» a su isla de Costa Rica. Una vez más dijeron que era<br />
una transferencia interdivisiones, y no una exportación —dijo Morris—. No hubo mucho<br />
que la OTT pudiese hacer. Oficialmente, a ellos no les interesa el uso. Pero resultaba<br />
obvio que la «InGen» estaba montando una de las instalaciones de ingeniería genética<br />
más poderosas del mundo en un oscuro país de América Central. Un país sin<br />
reglamentaciones. Esa clase de cosas ya ocurrió antes.<br />
Ya se habían dado casos de compañías norteamericanas, dedicadas a la bioingeniería,<br />
que se mudaban a otro país para no verse obstaculizadas por reglamentos y<br />
disposiciones jurídicas. El caso más descarado, explicó Morris, fue el de la rabia Biosyn.<br />
En 1986, la «Genetic Biosyn Corporation», de Cupertino, ensayo una vacuna contra la<br />
rabia, vacuna elaborada por bioingeniería en una granja de Chile. La empresa no había<br />
informado al Estado chileno ni a los trabajadores de la granja que tomaron parte en el<br />
ensayo: sencillamente lanzaron la vacuna.<br />
La vacuna consistía en un virus activo de la rabia, genéticamente modificado para que<br />
no fuese virulento. Pero no se habían hecho pruebas para comprobar la falta de<br />
virulencia. «Biosyn» no sabía si el virus todavía podía seguir ocasionando la rabia, o no<br />
podía hacerlo ya. Peor aún: el virus se había modificado. Por lo común, la rabia no se<br />
puede contraer a menos que a uno le haya mordido un animal enfermo. Pero «Biosyn»<br />
había modificado el virus de la rabia de manera que pudiera cruzar los alvéolos<br />
pulmonares: la infección se podía contraer sólo con inhalarlo. El personal de «Biosyn»<br />
había llevado el virus vivo de la rabia a Chile, en un vuelo comercial y dentro de un bolso<br />
de mano. Morris se preguntaba a menudo qué habría ocurrido si la cápsula se hubiera<br />
roto durante el vuelo: todos los que se hallaban a bordo del avión hubiesen podido<br />
contraer la rabia.