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PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas

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«Compis» pensó, y sintió escalofríos.<br />

Carroñeros.<br />

Los compis no tenían aspecto peligroso: eran casi tan grandes como pollos y se<br />

desplazaban subiendo y bajando la cabeza con cortos movimientos espasmódicos y<br />

nerviosos, como los pollos. Pero Hammond sabía que eran peligrosos: su mordedura<br />

tenía un veneno de acción lenta, que usaban para matar animales incapaces de moverse.<br />

«Animales incapaces de moverse», pensó, frunciendo el entrecejo.<br />

El primero de los compis se puso en cuclillas en la ladera, mirándole con fijeza. Se<br />

ubicó a cerca de metro y medio de distancia, más allá de su alcance, y se limitó a<br />

observarle. Otros bajaron poco después y se colocaron en hilera. Observando. Brincaban<br />

en su lugar, gorjeaban y agitaban sus manitas armadas con garras.<br />

—¡Shuuu! ¡Fuera! —exclamó, y tiró una piedra.<br />

Los compis retrocedieron, pero nada más que unas decenas de centímetros. No tenían<br />

miedo. Parecían saber que no podía herirles.<br />

Furioso, Hammond arrancó la rama de un árbol y la blandió contra ellos. Los compis<br />

esquivaron la rama, mordisquearon las hojas, gorjearon con alegría: parecían creer que el<br />

hombre estaba practicando algún juego.<br />

Hammond volvió a pensar en el veneno: recordaba que uno de los cuidadores de<br />

animales había sido mordido por un compi en una jaula. El hombre dijo que el veneno era<br />

como un narcótico; apaciguante, soporífero. Sin dolor.<br />

La víctima simplemente deseaba irse a dormir.<br />

«¡Al demonio con eso!», pensó. Tomó una piedra, apuntó con cuidado y la arrojó,<br />

acertándole a un compi en pleno pecho. El animalito lanzó un grito de alarma cuando fue<br />

proyectado hacia atrás, y rodó sobre la cola. Los demás animales retrocedieron de<br />

inmediato.<br />

Mejor.<br />

Hammond se volvió y empezó a subir la colina una vez más. Con ramas en ambas<br />

manos, subió saltando sobre la pierna izquierda, sintiendo el dolor en el muslo. No había<br />

recorrido más de tres metros cuando uno de los compis se le subió de un salto a la<br />

espalda. Hammond agitó los brazos en todas direcciones, derribando al animal, pero<br />

perdió el equilibrio y resbaló nuevamente por la ladera. Cuando se detuvo en su caída, un<br />

segundo compi se lanzó hacia él de un salto y le asestó un diminuto mordisco en la mano.<br />

Hammond miró, aterrorizado al ver la sangre fluyendo entre los dedos. Se volvió y<br />

empezó a trepar a gatas la ladera, una vez más.<br />

Otro compi le saltó sobre el hombro, y Hammond sintió un breve dolor cuando el animal<br />

le mordió la parte de atrás del cuello. Hammond gritó y se quitó de encima al animal de un<br />

golpe. Dio la vuelta para hacer frente a los animales, respirando con dificultad. Los compis<br />

le rodeaban por completo, saltando y alzando la cabeza, observándole. Desde el sitio de<br />

la mordedura en el cuello, sintió un calor que fluía a través de los hombros, recorriéndole<br />

la médula espinal hacia abajo.<br />

Tendido de espaldas en la ladera empezó a sentirse extrañamente relajado, indiferente<br />

a sí mismo. Pero se dio cuenta de que nada estaba mal. No se había cometido error<br />

alguno. Malcolm estaba del todo errado en su análisis. Hammond yacía muy quieto,<br />

quieto como un niño en su cuna, y se sintió maravillosamente en paz. Cuando el siguiente<br />

compi llegó y le mordió el tobillo, sólo hizo un esfuerzo, sin mucho empeño, para alejarlo<br />

de un puntapié. Los animalitos se le acercaron más. Pronto estuvieron gorjeando<br />

alrededor de él, como aves excitadas. Hammond alzó la cabeza cuando otro compi se le<br />

subió al pecho de un salto; lo encontró sorprendentemente liviano y delicado. Sólo sintió<br />

un leve dolor, muy leve, cuando el compi se inclinó para morderle el cuello.<br />

LA PLAYA

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