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PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas

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Entonces, de manera repentina, el túnel volvió a inclinarse hacia abajo y se hizo más<br />

amplio, y Gennaro sintió superficies ásperas, hormigón, y aire frío. Su cuerpo estaba<br />

súbitamente libre, y rebotando, desplomándose sobre hormigón.<br />

Y cayó.<br />

Voces en la oscuridad. Dedos que le tocaban, tendiéndose hacia delante desde las<br />

voces susurrantes. El aire era frío, como el de una caverna.<br />

—¿... está bien?<br />

—Parece estar bien, sí.<br />

—Está respirando...<br />

—Muy bien...<br />

Una mano femenina acariciándole la cara: era Ellie.<br />

—¿Puede oír? —dijo ella.<br />

—¿Por qué todos están susurrando? —preguntó Gennaro.<br />

—Porque... —Ellie señaló con el dedo.<br />

Gennaro se volvió, rodó sobre sí mismo, se puso de pie con lentitud. Fijó la mirada, a<br />

medida que su vista se acostumbraba a la oscuridad. Pero lo primero que vio, brillando,<br />

fueron ojos. Ojos verdes refulgentes.<br />

Muchísimos ojos. Todos a su alrededor.<br />

Estaba en un reborde de hormigón, una especie de terraplén, unos dos metros por<br />

encima del suelo. Grandes cajas de empalme, de acero, brindaban un escondrijo<br />

improvisado que les protegía de la vista de los dos velocirraptores totalmente<br />

desarrollados que estaban erguidos directamente delante de ellos, a una distancia que no<br />

llegaba a los tres metros. Los animales eran color verde oscuro, con bandas parduscas<br />

como de tigre. Estaban erguidos sobre las patas traseras, equilibrándose sobre las rígidas<br />

colas extendidas; totalmente silenciosos, mirando en derredor con sus grandes ojos,<br />

vigilando. A los pies de los adultos, crías recién nacidas de velocirraptor jugueteaban<br />

dando saltitos y gorjeando. Más atrás, ejemplares jóvenes brincaban y jugaban, emitiendo<br />

refunfuños y gruñidos cortos.<br />

Gennaro no se atrevía a respirar.<br />

—¡Dos raptores!<br />

Agachado en el reborde, estaba sólo a treinta o sesenta centímetros por encima de las<br />

cabezas de los animales. Los velocirraptores estaban inquietos, sus cabezas se movían<br />

nerviosamente hacia arriba y hacia abajo. De vez en cuando resoplaban con impaciencia.<br />

Después se alejaron, volviendo hacia el grupo principal.<br />

Cuando su visión se adaptó, Gennaro pudo ver que estaban en una especie de enorme<br />

estructura subterránea, pero artificial: había junturas de hormigón y se veían las<br />

protuberancias de unas varillas de acero. Y, dentro de ese vasto recinto en el que<br />

retumbaban los sonidos, había treinta velocirraptores. Quizá más.<br />

—Es una colonia —susurró Grant—. Cuatro o seis adultos. El resto, jóvenes y recién<br />

nacidos. Por lo menos, dos nacimientos recientes; uno, el año pasado y el otro, este año:<br />

esos bebés parecen tener unos cuatro meses de edad. Es probable que hayan salido del<br />

huevo en abril.<br />

Uno de los bebés, curioso, estaba retozando en el reborde y se acercó a ellos,<br />

chillando. Ahora estaba a menos de tres metros.<br />

—¡Oh, Jesús! —musitó Gennaro.<br />

Pero de inmediato, uno de los adultos se adelantó, levantó la cabeza y, con delicadeza,<br />

empujó al bebé con suaves golpes de hocico para que volviera. La cría gorjeó una<br />

protesta; después, dio un salto para encaramarse en el hocico del adulto. El adulto se<br />

movió con lentitud, para permitir que la cría le trepara a la cabeza, le bajara por el cuello y<br />

se le subiera al lomo. Desde ese sitio protegido, la cría se dio vuelta y les gorjeó

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