PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas
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A decir verdad, ni Wu ni Arnold habían tenido la característica más importante, decidió<br />
Hammond: la característica de la visión. Ese gran acto arrebatador de imaginación que<br />
evocaba un parque maravilloso y niños apretados contra las cercas, maravillándose ante<br />
los extraordinarios seres, seres de historieta que habían cobrado vida. Verdadera visión.<br />
La capacidad de ver lo futuro. La capacidad de manejar los recursos para hacer que esa<br />
visión de futuro se convirtiera en realidad.<br />
No, ni Wu ni Arnold estaban capacitados para esa tarea.<br />
Y, si era por eso, Ed Regis había sido una mala elección también. Harding, en el mejor<br />
de los casos, había sido una elección indiferente. Muldoon era un borracho...<br />
Hammond sacudió la cabeza para aventar esas ideas: lo haría mejor la próxima vez.<br />
Perdido en sus pensamientos, se dirigió hacia su cabana, recorriendo el caminito que<br />
se dirigía hacia el Norte desde el centro de visitantes. Pasó junto a uno de los<br />
trabajadores, que le saludó fríamente con una inclinación de cabeza. Hammond no<br />
devolvió el saludo: hallaba que los trabajadores costarricenses eran uniformemente<br />
insolentes. A fuerza de sincero, la elección de esa isla mar afuera de Costa Rica tampoco<br />
había sido prudente. No cometería otra vez errores tan obvios...<br />
Cuando llegó, el rugido del dinosaurio pareció aterradoramente próximo. Hammond giró<br />
sobre sí mismo tan de prisa que cayó en el sendero y, cuando miró hacia atrás, creyó ver<br />
la sombra del T-rex joven, desplazándose entre el follaje junto al sendero de lajas,<br />
acercándosele.<br />
¿Qué estaba haciendo ahí el T-rex? ¿Por qué estaba fuera de las cercas?<br />
Hammond sintió un relámpago de ira. Entonces vio a los trabajadores costarricenses<br />
huyendo para salvar la vida y aprovechó la oportunidad para ponerse en pie y correr<br />
ciegamente hacia el bosque que estaba en el lado opuesto del sendero. Estaba envuelto<br />
por la oscuridad; tropezó y cayó, la cara se le estrelló contra hojas húmedas y tierra<br />
mojada, y, vacilante, volvió a ponerse de pie, corrió hacia delante, cayó otra vez y,<br />
después, corrió una vez más. Ahora bajaba por una empinada colina, y no pudo mantener<br />
el equilibrio. Se desplomó, sin poder evitarlo, rodando y girando sobre sí mismo en el<br />
suelo blando, antes de detenerse finalmente al pie de la colina. Cayó de cara sobre tibia<br />
agua poco profunda, que gorgoteaba alrededor y le subió por la nariz.<br />
Estaba caído boca abajo en un arroyuelo.<br />
¡Se había dejado dominar por el pánico! ¡Qué tonto! ¡Debió haber ido a su cabaña! Se<br />
maldijo a sí mismo. Cuando se ponía en pie sintió un dolor agudo en el tobillo derecho,<br />
que le hizo que las lágrimas brotasen de sus ojos. Lo palpó con cuidado: podía estar roto.<br />
Se forzó a apoyar todo su peso sobre el tobillo, apretando los dientes hasta hacerlos<br />
rechinar.<br />
Sí.<br />
Casi seguro que estaba roto.<br />
En la sala de control, Lex le confió a Tim:<br />
—Ojalá nos hubieran llevado con ellos al nido.<br />
—Es demasiado peligroso para nosotros, Lex. Tenemos que quedamos aquí. Aquí,<br />
escucha éste. —Apretó otro botón y el rugido grabado de un tiranosaurio resonó a través<br />
de los altavoces del parque.<br />
—Ése es bonito —aprobó Lex—. Es mejor que el otro.<br />
—Tú también lo puedes hacer. Y si aprietas esto, haces que haya resonancia.<br />
—Déjame probar —dijo Lex. Apretó el botón: el tiranosaurio rugió otra vez.<br />
—¿Podemos hacer que dure más? —preguntó.<br />
—Por supuesto. Simplemente, le damos vuelta a esta cosa...<br />
Tendido al pie de la colina, Hammond oyó rugir al tiranosaurio, bramando a través de la<br />
jungla.