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PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas

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Tim observó hasta que estuvo seguro de que el velocirraptor se dirigía hacia la cocina.<br />

¿Les estaba siguiendo el rastro? Todos los libros decían que los dinosaurios tenían un<br />

mal sentido del olfato, pero éste parecía arreglárselas muy bien. De todos modos, ¿qué<br />

sabían los libros?: aquí se encontraba la verdad.<br />

Yendo hacia él.<br />

Tim se zambulló de vuelta en la cocina.<br />

—¿Hay algo ahí afuera? —preguntó Lex.<br />

Tim no respondió. La metió de un empujón bajo una mesa de la esquina, detrás de un<br />

gran cubo de desperdicios. Se inclinó muy cerca de su hermana y susurró con furia:<br />

—¡Quédate aquí! —Y después corrió hacia la cámara frigorífica.<br />

Realmente no sabía si eso iba a funcionar, pero agarró un puñado de bistecs fríos y fue<br />

presuroso hacia la puerta. En silencio, colocó el primero de los bistecs, después<br />

retrocedió unos pasos y colocó el segundo...<br />

A través de las antiparras, vio a Lex curioseando por el lado del cubo. Con la mano le<br />

ordenó que retrocediera. Colocó el tercer bistec, y el cuarto, penetrando cada vez más en<br />

la cocina.<br />

El siseo era más intenso y, en ese momento, la mano provista de garras aferró la<br />

puerta, y la cabezota escudriñó con cautela lo que tenía alrededor.<br />

Tim se detuvo.<br />

El velocirraptor vaciló en la entrada de la cocina.<br />

Tim permaneció semiagachado, en la parte de atrás de la cocina, cerca de la pata más<br />

alejada de la mesa de acero. Pero no había tenido tiempo de esconderse: cabeza y<br />

hombros todavía le sobresalían por encima de la mesa. Estaba claramente expuesto a la<br />

mirada del velocirraptor.<br />

Lentamente, Tim bajó el cuerpo, hundiéndose debajo de la mesa... El velocirraptor<br />

volvió la cabeza con movimientos cortos y espasmódicos, hasta quedar mirando<br />

directamente a Tim.<br />

Éste quedó paralizado. Todavía estaba expuesto, pero pensó: «No te muevas.»<br />

El velocirraptor permanecía inmóvil en el vano de la puerta.<br />

Olfateando.<br />

«Está más oscuro aquí —pensó Tim—: no puede ver bien. Eso lo vuelve cauteloso.»<br />

Pero podía percibir el olor a moho del gran reptil y, a través de las lentes, lo vio<br />

bostezar en silencio, tirando hacia atrás su largo hocico, exhibiendo hileras de dientes<br />

afilados como navajas.<br />

El velocirraptor volvió a fijar la mirada hacia delante, moviendo la cabeza de un lado a<br />

otro. Los enormes ojos giraban dentro de las órbitas óseas.<br />

Tim sintió que su corazón galopaba. De algún modo, resultaba peor verse enfrentado a<br />

un animal como ése en una cocina que en selva abierta: el tamaño, los movimientos<br />

rápidos, el olor acre, la respiración sibilante...<br />

«Quizá no venga», pensó.<br />

Visto de cerca era un animal mucho más aterrador que el dinosaurio: el tiranosaurio era<br />

enorme y poderoso, pero no particularmente astuto. El velocirraptor tenía el tamaño de un<br />

hombre, y estaba claro que era rápido e inteligente: Tim temía los escrutadores ojos casi<br />

tanto como los dientes afilados.<br />

El velocirraptor olfateó. Dio un paso hacia delante... ¡avanzando directamente hacia<br />

Lex! ¡Le debía de oler, seguramente! El corazón de Tim dio un vuelco. El animal se<br />

detuvo. Se inclinó con lentitud.<br />

Encontró el bistec.<br />

Tim quería agacharse, para mirar debajo de la mesa, pero no se atrevió a moverse: se<br />

mantuvo inmóvil, semiacuclillado, escuchando la ruidosa masticación.<br />

El dinosaurio se lo estaba comiendo. Con huesos y todo.

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