PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas
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Vio la pasarela y fue hacia ella. Caminó sobre el metal oyendo la diferencia de sonido<br />
que producían sus pies, uno fuerte, otro suave. Pero, por lo menos, podía ver. Más<br />
adelante estaba la escalera que conducía hacia los generadores, situados abajo. Otros<br />
nueve metros.<br />
Oscuridad. Ya no había luz.<br />
Miró hacia atrás, a la puerta, y vio que la luz estaba bloqueada por el cuerpo de un<br />
velocirraptor. El animal se inclinó y, cuidadosamente, olfateó el zapato.<br />
Henry Wu paseaba preocupado. Deslizaba las manos sobre las consolas del<br />
ordenador. Tocaba las pantallas. Estaba en constante movimiento. Estaba casi frenético<br />
por la tensión.<br />
Repasó los pasos que habría de dar: tenía que proceder con rapidez; la primera<br />
pantalla se encendería, y él apretaría...<br />
—¡Wu! —dijo la radio.<br />
Extendió la mano para aferraría:<br />
—Sí. Estoy aquí.<br />
—¿Ya tiene esa maldita corriente? —Era Muldoon. Había algo extraño en su voz, algo<br />
hueco.<br />
—No —dijo Wu. Sonrió, contento de saber que Muldoon estaba vivo.<br />
—Creo que Arnold logró llegar al cobertizo —anunció Muldoon—. Después de eso, no<br />
sé más.<br />
—¿Dónde está usted? —preguntó Wu.<br />
—Estoy atascado.<br />
—¿Qué?<br />
—Atascado en un maldito caño. Y soy muy popular en estos momentos.<br />
«Atascado en un caño se ajustaba más a la realidad», pensó Muldoon; había una pila<br />
de caños de drenaje acumulados detrás del centro de visitantes, y Muldoon se deslizó de<br />
espaldas en el más próximo, arrastrándose a gatas como un pobre infeliz. Caños de un<br />
metro de luz, que le iban muy ajustados, pero los velocirraptores no podían atacarle.<br />
No, al menos, después de haberle volado la pata a uno, cuando el ruidoso hijo de puta<br />
se acercó demasiado al caño. El raptor se había ido aullando, y los demás se mostraban<br />
ahora respetuosos. Lo único que Muldoon lamentaba era no haber esperado hasta ver el<br />
hocico al final del tubo, antes de haber oprimido el disparador.<br />
Pero todavía podía tener la oportunidad, porque había tres o cuatro ahí afuera,<br />
gruñendo y aullando alrededor de él.<br />
—Sí, muy popular —repitió por radio.<br />
—¿Arnold tiene radio? —preguntó Wu.<br />
—No lo creo —respondió Muldoon—. No se mueva de su sitio. Espere hasta que<br />
vuelva la comente.<br />
Muldoon no sabía cómo era el otro lado del caño, se había metido de espaldas<br />
demasiado de prisa, y no podía verlo ahora. Sólo podía albergar la esperanza de que el<br />
otro extremo no estuviese abierto: no le agradaba la idea de que uno de esos<br />
desgraciados le diera un mordisco en sus cuartos traseros.<br />
Arnold retrocedió hacia el comienzo de la pasarela: el velocirraptor estaba a tres metros<br />
apenas, acercándosele con cautela, aproximándose hacia la penumbra. Arnold podía oír<br />
el clic de las letales garras sobre el metal.<br />
Pero marchaba con lentitud. Sabía que el animal podía ver bien, pero el enrejado de la<br />
pasarela, los olores mecánicos no familiares lo volvían cauteloso. Esa preocupación era<br />
su única oportunidad, pensó: si pudiera llegar a la escalera, y después bajar hasta el piso<br />
de abajo...