PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas
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Grant volvió a oír el sonido de olfateo, hizo rodar el vehículo y vio una forma<br />
descolorida levantarse hacia él, saltando por el aire, con las mandíbulas abiertas y, sin<br />
pensar, disparó. El animal cayó sobre él, derribándole, y Grant rodó sobre sí mismo para<br />
alejarse, presa del miedo; la linterna se sacudía locamente. Pero el animal no se levantó,<br />
y Grant se sintió como un tonto cuando lo vio:<br />
Era un velocirraptor, pero muy joven, de menos de un año. Medía alrededor de sesenta<br />
centímetros, la talla de un perro mediano, y yacía en el suelo, respirando en forma<br />
entrecortada, con el dardo sobresaliéndole bajo la mandíbula: probablemente había<br />
demasiado anestésico para el peso corporal de ese animal, y Grant quitó el dardo con<br />
prontitud. El velocirraptor le miró con ojos ligeramente vidriosos.<br />
Grant percibía en ese animal una clara sensación de inteligencia, una especie de<br />
suavidad que contrastaba de manera extraña con la amenaza que habían representado<br />
los adultos de la reserva. Le acarició la cabeza, con la esperanza de calmarlo. Miró el<br />
cuerpo, que se estremecía levemente al surtir efecto el tranquilizante. Y entonces vio que<br />
era un macho.<br />
Un ejemplar joven, y macho. No había duda alguna en cuanto a lo que estaba viendo:<br />
ese velocirraptor había nacido en forma natural.<br />
Excitado por ese acontecimiento, se apresuró a subir la escalera hacia la puerta. Con<br />
su linterna exploró la superficie plana y lisa, así como las paredes interiores. Mientras<br />
deslizaba las manos sobre la puerta, lentamente se fue dando cuenta de que estaba<br />
encerrado y que no podía abrir la puerta a menos que los niños tuvieran presencia de<br />
ánimo para abrirla por él. Podía oírlos, débilmente, al otro lado de la puerta.<br />
—¡Doctor Grant! —gritó Lex, golpeando la puerta con los puños—. ¡Doctor Grant!<br />
—Tranquilízate —dijo Tim—. Volverá.<br />
—Pero, ¿a dónde ha ido?<br />
—Oye: el doctor Grant sabe lo que hace. Volverá dentro de un instante.<br />
—Debería volver ahora —manifestó Lex: se puso los puños en las caderas, apartó bien<br />
los codos y golpeó con ira el pie en el suelo.<br />
En ese momento, con un rugido, la cabeza del tiranosaurio irrumpió a través de la<br />
cascada, dirigiéndose hacia ellos.<br />
Tim contempló con terror cómo la enorme boca se abría tremendamente. Lex chilló y<br />
se arrojó al suelo. La cabeza osciló hacia atrás y hacia delante, y volvió a salir por la<br />
cascada. Pero Tim pudo ver la sombra de la cabeza del animal en la cortina de agua que<br />
caía.<br />
Empujó a Lex para que se metiera más en el nicho, en el preciso momento en que las<br />
mandíbulas volvían a irrumpir rugiendo, con la gruesa lengua disparándose y<br />
retrotrayéndose en la boca con rapidez. Desde la cabeza, el agua se dispersaba en todas<br />
direcciones. Después, volvió a salir al exterior.<br />
Lex se acurrucó junto a Tim, temblando:<br />
—Odio a Grant —declaró.<br />
Se acurrucó más hacia el fondo, pero el nicho sólo tenía unos pocos metros de<br />
profundidad, y estaba atestado de maquinaria: no había sitio para que los hermanos se<br />
escondieran.<br />
La cabeza volvió a penetrar a través del agua, pero con lentitud esta vez, y la<br />
mandíbula se apoyó en el suelo. El tiranosaurio resopló, abriendo y cerrando las aletas<br />
nasales, olfateando el aire. Pero los ojos todavía estaban afuera de la cortina de agua.<br />
Tim pensó: «No nos puede ver. Sabe que estamos aquí, pero no nos puede ver a<br />
través del agua.»<br />
El tiranosaurio olisqueó.<br />
—¿Qué está haciendo? —volvió a preguntar Lex.<br />
—¡Cállate!