PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas
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—¿Ha hecho esto antes muy a menudo?<br />
Muldoon eructó. Dijo:<br />
—Nunca. Trataré de darle justo detrás del conducto auditivo. Veremos cómo van las<br />
cosas a partir de ahí.<br />
Caminó unos nueve metros por detrás del jeep y se agazapó en la hierba,<br />
afianzándose sobre una rodilla. Apoyó el enorme rifle contra el hombro y, con un<br />
movimiento corto y neto, encendió la gruesa mira telescópica. Apuntó al tiranosaurio, que<br />
todavía no hacía caso de la presencia de los hombres.<br />
Hubo una pálida explosión de gas y Gennaro vio una raya blanca que volaba hacia el<br />
animal. Pero nada pareció ocurrir.<br />
Entonces, el tiranosaurio se dio vuelta lentamente, con curiosidad, para escudriñarlos.<br />
Movía la cabeza de un lado para otro, como si les mirara alternativamente con uno y otro<br />
ojo.<br />
Muldoon había bajado el lanzador y estaba cargando el segundo cartucho.<br />
—¿Le ha dado? —preguntó Gennaro.<br />
Muldoon negó con la cabeza:<br />
—Fallé. Malditas miras láser... Vea si hay una batería en la caja.<br />
—¿Una qué?<br />
—Una batería. Es casi tan grande como un dedo. Con marcas grises.<br />
Gennaro se inclinó para mirar en la caja de acero. Sintió la vibración del jeep, oyó el<br />
motor ronroneando. No vio batería alguna. El tiranosaurio rugió: para Gennaro fue un<br />
sonido aterrador, que retumbaba desde la gran cavidad torácica del animal, un bramido<br />
que se extendía por el paisaje. Gennaro se sentó en forma brusca y extendió las manos<br />
sobre el volante; puso la mano sobre la palanca de cambios. A través de la radio oyó una<br />
voz que decía:<br />
—Muldoon. Aquí Arnold. Lárguese de ahí. Cambio y fuera.<br />
—Sé lo que estoy haciendo —contestó Muldoon.<br />
El tiranosaurio se lanzó a la carga.<br />
Muldoon se mantuvo firme en su puesto. A pesar de la bestia que se abalanzaba sobre<br />
él a toda velocidad, lenta y metódicamente alzó el lanzador, apuntó y disparó. Una vez<br />
más, Gennaro vio la bocanada de humo y la raya blanca del cartucho que iba hacia el<br />
animal.<br />
Nada ocurrió. El tiranosaurio siguió avanzando.<br />
Ahora Muldoon estaba de pie y corriendo, al tiempo que gritaba:<br />
—¡Vamos! ¡Vamos!<br />
Gennaro puso el jeep en marcha y Muldoon se arrojó sobre la portezuela lateral,<br />
mientras el jeep se bamboleaba hacia delante. El tiranosaurio se aproximaba con rapidez,<br />
y Muldoon abrió la portezuela de un golpe y trepó al interior del vehículo.<br />
—¡Vamos, maldita sea! ¡Vamos!<br />
Gennaro hundió el pedal hasta el suelo. El jeep iba dando tumbos inseguros; el<br />
extremo anterior se elevaba tanto que, a través del parabrisas, únicamente vieron el cielo,<br />
para después volver a caer estruendosamente al suelo y correr nuevamente hacia<br />
delante. Gennaro enfiló hacia un bosquecillo de árboles que había a la izquierda hasta<br />
que, por el espejo retrovisor, vio al tiranosaurio lanzar un rugido final y alejarse.<br />
Gennaro redujo la velocidad del coche y masculló:<br />
—¡Jesús!<br />
Muldoon estaba meneando la cabeza:<br />
—Podría jurar que le di la segunda vez.<br />
—Yo diría que falló —dijo Gennaro.<br />
—La aguja tiene que haberse roto antes de que el émbolo le inyectara.<br />
—Admítalo: erró el tiro.<br />
—Sí —asintió Muldoon.