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PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas

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—Bueno, es que... los sistemas de seguridad no permiten que se apague el ordenador<br />

y...<br />

—¡Entonces apague esos re-malditos sistemas de segundad! ¿No le puede entrar en la<br />

cabeza que Malcolm va a morir si no recibe ayuda?<br />

—Muy bien —aceptó Arnold.<br />

Se levantó y fue al panel principal. Abrió las puertas y descubrió los cerrojos que<br />

cubrían los interruptores de seguridad. Con movimiento corto y seco los quitó, uno<br />

después de otro.<br />

—Ustedes lo han pedido —dijo—, y aquí lo tienen.<br />

Movió el interruptor maestro.<br />

La sala de control quedó a oscuras. Todos los monitores se apagaron.<br />

—¿Cuánto tenemos que esperar? —preguntó Gennaro. —Treinta segundos —repuso<br />

Arnold.<br />

—¡Puff! —exclamó Lex, cuando cruzaban el campo.<br />

—¿Qué? —preguntó Grant.<br />

—¡Ese olor! Parece de basura podrida.<br />

Grant vaciló. Clavó la mirada en el otro extremo del campo, en dirección a los árboles<br />

distantes, en busca de alguna señal de movimiento; no vio nada; apenas si había brisa<br />

para agitar las ramas. Reinaba paz y quietud en la mañana temprana.<br />

—Creo que es tu imaginación —dijo.<br />

—No...<br />

Entonces, Grant oyó el graznido: provenía de la manada de hadrosaurios de pico de<br />

pato que tenían a la espalda. Primero un animal, después otro y otro, hasta que toda la<br />

manada hizo suyo el graznido de llamada. Los picos de pato estaban agitados, dando<br />

vueltas y girando sobre sí mismos, apresurándose a salir del agua, formando círculo<br />

alrededor de las crías para protegerlas...<br />

«También ellos lo huelen», pensó.<br />

Con un rugido, el tiranosaurio surgió con violencia de entre los árboles que estaban a<br />

unos cuarenta y cinco metros, cerca de la laguna. Acometió a través del campo abierto,<br />

cruzándolo a trancos. Hizo caso omiso del grupo de seres humanos, dirigiéndose<br />

resueltamente hacia la manada de hadrosaurios.<br />

—¡Se lo dije! —aulló Lex—. ¡Nadie me escucha jamás!<br />

A la distancia, los hadrosaurios estaban graznando y empezaban a correr. Grant podía<br />

sentir la tierra estremeciéndose bajo sus pies.<br />

—¡Vamos, chicos!<br />

—Alzó a Lex en brazos, y corrió con Tim a través de la hierba. Tuvo fugaces visiones<br />

del tiranosaurio en las proximidades de la laguna, arremetiendo contra los hadrosaurios,<br />

que hacían oscilar sus grandes colas como defensa, y graznaban fuerte y continuamente.<br />

Oyó el ruido del aplastamiento de follaje y árboles y, cuando volvió a mirar, los<br />

hadrosaurios se lanzaban a la carga.<br />

En la oscurecida sala de control, Arnold comprobaba su reloj de pulsera: treinta<br />

segundos; la memoria ya debía de estar limpia. Volvió a llevar el interruptor principal de<br />

corriente a la posición de encendido.<br />

No ocurrió nada.<br />

El estómago se le contrajo en una arcada. Llevó el interruptor a la posición de apagado<br />

y, después, de vuelta a la de encendido: todavía seguía sin pasar nada. Sintió sudor en el<br />

entrecejo.<br />

—¿Qué pasa? —preguntó Gennaro.<br />

—¡Oh, demonios! —masculló Arnold. En ese momento recordó que había que<br />

encender de nuevo los interruptores de seguridad antes de restaurar el paso de la<br />

corriente. Con cortos movimientos nerviosos puso los tres interruptores en encendido, y

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