PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas
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—No, señor Hammond, no lo olvido. Pero lo que hay ahí fuera es un tiranosaurio adulto<br />
completamente desarrollado. ¿Cómo planea apresarlo?<br />
—Tenemos fusiles tranquilizantes.<br />
—Sí, fusiles tranquilizantes que disparan un dardo de veinte centímetros cúbicos,<br />
excelentes para un animal que pese ciento ochenta o doscientos treinta kilos. Ese<br />
tiranosaurio pesa ocho toneladas. Ni siquiera lo sentiría.<br />
—Usted encargó un arma más grande...<br />
—Encargué tres armas más grandes, señor Hammond, pero usted anuló el pedido, de<br />
modo que sólo conseguimos una. Y no está: Nedry se la llevó al marcharse.<br />
—Eso fue bastante estúpido. ¿Quién permitió que pasara eso?<br />
—Nedry no es mi problema, señor Hammond.<br />
—¿Está usted diciendo —dijo Hammond— que, a partir de este momento, no hay<br />
manera de detener a ese tiranosaurio?<br />
—Eso es exactamente lo que estoy diciendo.<br />
—¡Eso es ridículo! —vociferó Hammond.<br />
—Es su parque, señor Hammond: usted no quiso que nadie pudiera herir a sus<br />
preciosos dinosaurios. Bueno, ahora tiene un rex que está con los saurópodos, y no hay<br />
una maldita cosa que yo pueda hacer al respecto. —Abandonó la sala.<br />
—Un momentito —masculló Hammond, apresurándose a seguirle.<br />
Gennaro contemplaba las pantallas y escuchaba la discusión a gritos que se libraba en<br />
el pasillo de fuera. Le dijo a Arnold:<br />
—Conjeturo que todavía no tiene el control del parque, después de todo.<br />
—No se engañe —repuso Arnold, encendiendo otro cigarrillo—, tenemos el parque.<br />
Amanecerá dentro de un par de horas.<br />
Puede que perdamos algunos dinos antes de que consigamos sacar de ahí al rex,<br />
pero, créame, el parque es nuestro.<br />
AMANECER<br />
Un fuerte sonido de algo que se muele, seguido por un repiqueteo metálico, despertó a<br />
Grant. Abrió los ojos y vio pasar frente a él un fardo de heno sobre una cinta<br />
transportadora que avanzaba hacia el techo. Dos fardos más sucedieron al primero.<br />
Después, el repiqueteo metálico cesó de modo tan brusco como había comenzado, y el<br />
edificio de hormigón volvió a quedar en silencio.<br />
Grant bostezó. Se estiró, todavía adormecido, dio un respingo de dolor y se incorporó.<br />
Una suave luz amarilla llegaba a través de las ventanas laterales. Era de mañana:<br />
¡había dormido toda la noche! Rápidamente miró el reloj: las cinco de la mañana. Todavía<br />
quedaban casi siete horas para que se pudiera hacer volver el barco.<br />
Grant rodó sobre la espalda, quejándose. La cabeza le latía y el cuerpo le dolía como si<br />
le hubiesen apaleado. Desde el otro lado del rincón oyó un chirrido, como el de una rueda<br />
oxidada. Y, después, la risita juguetona de Lex.<br />
Se puso de pie con lentitud y recorrió el edificio con la mirada: ahora que era de día,<br />
pudo ver que era una especie de edificio de mantenimiento, con pilas de heno y<br />
suministros. En la pared vio una caja metálica color gris, sobre la cual había una<br />
referencia en estarcido: EDIF. MANTENIMIENTO SAURÓPODOS (04).<br />
Tenía que ser la reserva de los saurópodos, tal como lo había pensado. Abrió la caja y<br />
vio un teléfono pero, cuando levantó el receptor, sólo oyó el sonido siseante de la estática:<br />
aparentemente, los teléfonos todavía no funcionaban.<br />
—Mastica tu comida —estaba diciendo Lex—. No seas cerdo, Ralph.<br />
Grant dio la vuelta al rincón y encontró a Lex junto a los barrotes, ofreciendo puñados<br />
de heno a un animal que estaba afuera; tenía el aspecto de un cerdo grande rosado y