PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas
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había llevado a un niño de tres años. Después, un ataque de búfalo en Amboseli; dos<br />
ataques de león, uno de cocodrilo en el Norte, cerca de Meru. En todos los casos<br />
quedaba una cantidad sorprendentemente reducida de evidencias de lo ocurrido.<br />
La gente inexperta imaginaba que habría horribles pruebas del ataque de un animal:<br />
miembros desgarrados que quedaran en la tienda, rastros de gotas de sangre que<br />
conducían hacia la espesura, ropa manchada de sangre, no muy lejos del campamento.<br />
Pero la verdad era que, por lo común, no quedaba nada, en especial si la víctima era de<br />
pequeño tamaño, como un bebé o un niño. La persona sencillamente parecía<br />
desaparecer, como si hubiera entrado en el chaparral y nunca hubiera regresado. Un<br />
depredador podía matar a un niño sólo con sacudirlo, rompiéndole el cuello. Por lo común,<br />
no había nada de sangre.<br />
Y la mayor parte de las veces nunca se encontraban otros restos de las víctimas. A<br />
veces, un botón de camisa, o un trocito de goma de un zapato. Pero, la mayor parte de<br />
las veces, nada.<br />
Los depredadores se llevaban a los niños —preferían a los niños— y no dejaban nada<br />
detrás. Así que Muldoon pensó que era sumamente improbable que encontraran alguna<br />
vez restos de los niños.<br />
Pero cuando miró adentro, tuvo una sorpresa:<br />
—¡Quién lo diría! —murmuró.<br />
Muldoon trató de reconstruir la situación: el parabrisas del Crucero de Tierra estaba<br />
hecho añicos, pero no había mucho vidrio en las proximidades. Había observado<br />
fragmentos de vidrio allá atrás, en el camino: así que el parabrisas tuvo que haberse roto<br />
allá atrás, antes de que el tiranosaurio levantara el coche y lo arrojara allí. Pero el<br />
vehículo había sufrido una tremenda paliza. Muldoon iluminó el interior con su linterna.<br />
—¿Vacío? —preguntó Gennaro, con tensión.<br />
—No del todo —contestó Muldoon: la luz de su linterna se reflejó sobre un equipo<br />
microtelefónico aplastado y, en el suelo del coche, vio algo más, algo curvo y negro. Las<br />
portezuelas anteriores estaban abolladas y atascadas por el impacto, pero Muldoon trepó<br />
por la portezuela trasera y se arrastró por sobre el asiento para recoger el objeto negro.<br />
—Es un reloj —dijo, escudriñándolo a la luz de la linterna. Era un reloj digital barato,<br />
con pulsera de caucho sintético. La esfera de la LCD estaba hecha añicos. Pensó que el<br />
chico pudo haber estado usándolo, aunque no estaba seguro. Pero era el tipo de reloj que<br />
tendría un niño.<br />
—¿Qué es eso, un reloj? —preguntó Gennaro.<br />
—Sí. Y hay una radio, pero está rota.<br />
—¿Eso es importante?<br />
—Sí. Y hay algo más... —Muldoon husmeó el aire: dentro del coche había un olor<br />
agrio. Movió la luz en derredor, hasta que vio el vómito que chorreaba del panel lateral de<br />
la puerta. Lo tocó: todavía estaba fresco.<br />
—Uno de los chicos todavía puede estar vivo —dijo.<br />
Gennaro le miró de soslayo:<br />
—¿Qué le lleva a decir eso?<br />
—El reloj. El reloj lo demuestra. —Se lo alcanzó a Gennaro, que lo sostuvo a la luz de<br />
la linterna y le dio vueltas en las manos.<br />
—El cristal está rajado —declaró Gennaro.<br />
—Así es. Y la pulsera está intacta.<br />
—¿Lo que significa...?<br />
—Que el chico se lo quitó.<br />
—Eso pudo haber pasado en cualquier momento —objetó Gennaro—. En cualquier<br />
momento anterior al ataque.