PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas
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Ed Regis escuchó el tono de voz: no parecía estar asustada ni que padeciese ningún<br />
dolor. Simplemente estaba llamando según su estilo insistente.<br />
Y poco a poco se fue dando cuenta poco a poco de que algo más tenía que haber<br />
ocurrido, que el tiranosaurio tuvo que haberse alejado —o, por lo menos, no haber<br />
atacado—, y que el resto de la gente todavía podría estar viva. Grant y Malcolm. Todos<br />
podían estar vivos. Y la comprensión de eso hizo que se recobrara en un santiamén, del<br />
mismo modo que un ebrio se vuelve sobrio al instante cuando los policías le obligan a<br />
ponerse de pie, y se sintió mejor, porque ahora sabía lo que tenía que hacer. Y mientras<br />
salía a gatas de los bloques, ya estaba preparando el paso siguiente, ya estaba pensando<br />
qué diría, cómo manejaría las cosas a partir de ese punto.<br />
Regis se frotó el barro quitándoselo de la cara y las manos: la prueba de que se había<br />
ocultado. No estaba avergonzado por haber estado escondido, sino que ahora tenía que<br />
hacerse cargo del grupo. Desmañadamente, trepó hasta el camino pero, cuando surgió de<br />
la espesura, tuvo un momento de desorientación. No veía los coches por ninguna parte.<br />
Pero estaba al pie de la colina. Los Cruceros de Tierra tenían que estar en la cima.<br />
Empezó a subir, a regresar a los coches eléctricos. Todo estaba muy silencioso. Sus<br />
pies chapoteaban en charcos llenos de barro. Ya no podía oír a la niñita. ¿Por qué había<br />
dejado de llamar? Mientras caminaba, empezó a pensar que quizás algo le había pasado:<br />
en ese caso, él no debía volver por ese lado. Quizás el tiranosaurio todavía anduviera por<br />
ahí. Ahí estaba él, Ed Regis, al pie de la colina. Muy cerca de casa.<br />
Y todo estaba silencioso. Fantasmal, de tan silencioso.<br />
Ed Regis dio la vuelta y empezó a caminar hacia el campamento.<br />
Alan Grant pasó las manos sobre los miembros de la niña, apretándole brevemente los<br />
brazos y las piernas. La niña no parecía tener el menor dolor. Era asombroso: aparte de<br />
un golpe en la cabeza, estaba bien.<br />
—Le dije que estaba bien —le reprochó Lex.<br />
—Bueno, tenía que comprobarlo.<br />
El chico no había sido tan afortunado: tenía la nariz hinchada y le dolía; Grant<br />
sospechaba que estaba rota. El hombro derecho estaba sumamente magullado y<br />
tumefacto. Grant esperaba que no hubiera derrame en la cápsula articular. Pero parecía<br />
tener las piernas indemnes. Ambos chicos podían caminar. Eso era lo importante.<br />
Grant mismo estaba completamente bien, salvo por una abrasión de garra en el lado<br />
derecho del pecho, donde el tiranosaurio le había pateado. Le ardía cada vez que<br />
respiraba, pero no parecía grave y no le limitaba los movimientos.<br />
Se preguntaba si el golpe le había dejado inconsciente, porque sólo tenía un recuerdo<br />
nebuloso de los sucesos inmediatamente precedentes al momento en que se incorporó,<br />
quejándose, en el bosque, a unos nueve metros del Crucero de Tierra. Al principio el<br />
pecho le sangraba, de modo que se metió hojas en la herida y, después de un rato, se<br />
formó el coágulo. Luego, empezó a caminar por los alrededores, en busca de Malcolm y<br />
los niños. No podía creer que todavía estaba vivo y, cuando algunas imágenes dispersas<br />
empezaron a volver a su mente, trató de extraer algún sentido de ellas. El tiranosaurio<br />
debería haberles matado a todos con facilidad: ¿por qué no lo había hecho?<br />
—Tengo hambre —dijo Lex.<br />
—Yo también —contestó Grant—. Tenemos que encontrar el modo de regresar a la<br />
civilización. Y tenemos que contarles lo del barco.<br />
—¿Somos los únicos que lo sabemos? —preguntó Tim.<br />
—Sí. Tenemos que volver y decírselo.<br />
—Entonces, desandemos el camino, hacia el hotel —propuso Tim, señalando hacia<br />
abajo de la colina—. De esta manera nos encontraremos con ellos cuando vengan por<br />
nosotros.