PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas
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Crucero; las garras resbalaron con un chirrido metálico, errándole por poco a Grant, que<br />
estaba de pie ahí, todavía inmóvil.<br />
La pata descendió y, al golpear el suelo, salpicó barro. La cabeza se hundió siguiendo<br />
un arco lento, y el animal inspeccionó el coche, resoplando. Atisbo por el parabrisas.<br />
Después, desplazándose hacia la parte trasera del Crucero, cerró la portezuela del<br />
acompañante de una patada y avanzó directamente hacia Grant, que estaba allí, de pie.<br />
Grant estaba mareado de miedo, el corazón le golpeaba el pecho con violencia. Con el<br />
animal tan cerca podía sentir en la boca el olor de carne podrida, el olor dulzón de la<br />
sangre, el hedor nauseabundo del carnívoro...<br />
Puso su cuerpo en tensión, esperando lo inevitable.<br />
La cabezota le pasó de largo, dirigiéndose hacia la parte trasera del coche.<br />
Grant parpadeó.<br />
¿Qué había pasado?<br />
¿Podía ser que el dinosaurio no le hubiese visto? Parecía como si no le hubiese visto.<br />
Pero, ¿cómo podía ser eso? Grant miró hacia atrás, para ver al animal olfateando la rueda<br />
montada atrás: la golpeó levemente con el hocico y, después, la cabeza describió un arco<br />
hacia arriba. Una vez más, se acercó a Grant.<br />
Esta vez, el animal se detuvo, las negras y acampanadas fosas nasales sólo a unos<br />
centímetros de la cara de Grant, que oyó el resoplar, que sintió el alarmante aliento cálido<br />
en la cara. Pero el tiranosaurio no estaba olfateando como un perro: simplemente estaba<br />
respirando y, en todo caso, parecía perplejo.<br />
No, el tiranosaurio no podía verle. No si Grant permanecía inmóvil. Y, en un apartado<br />
rincón académico de su mente, encontró un explicación para eso, la razón por la que...<br />
Las fauces se abrieron delante de él, la enorme cabeza levantada. Grant cerró los puños<br />
con fuerza y se mordió el labio, tratando desesperadamente de quedarse inmóvil, de no<br />
emitir sonidos.<br />
El tiranosaurio rugió, bramando en el aire de la noche.<br />
Pero, en ese momento, Grant estaba empezando a entender: el animal no podía verle,<br />
pero sospechaba que estaba ahí, en alguna parte, y estaba tratando, con su bramido, de<br />
asustarle para que hiciera algún movimiento revelador. Mientras se mantuviera firme y no<br />
cediera —comprendió Grant— era invisible.<br />
En un gesto final de frustración, la gran pata trasera se levantó y pateó el Crucero de<br />
Tierra; Grant experimentó un dolor punzante y la sensación sorprendente de que su<br />
propio cuerpo volaba por el aire. Le parecía que estaba sucediendo con mucha lentitud, y<br />
tuvo mucho tiempo para sentir que el mundo se volvía más frío, y para observar cómo el<br />
suelo subía presuroso para golpearlo en la cara.<br />
REGRESO<br />
—¡Oh, maldición! —exclamó Harding—. ¡Pero miren!<br />
Estaban sentados en el jeep de Harding, con la vista clavada más allá del rítmico ruido<br />
de los limpiaparabrisas: iluminado por el fulgor amarillo de los faros, un gran árbol caído<br />
bloqueaba el camino.<br />
—Tienen que haber sido los rayos —dijo Gennaro—. ¡Condenado árbol!<br />
—No podemos pasar por el lado —observó Harding—. Será mejor que avise a John<br />
Arnold, en control. —Levantó el micrófono y dio vuelta al cursor de los canales de<br />
frecuencia—: Hola, John. ¿Estás ahí, John?<br />
Se oyó un chasquido; después, nada, salvo una estática sibilante.<br />
—No entiendo —se asombró—. Las líneas de radio parecen estar fuera de servicio.<br />
—Debe de haber sido la tormenta —opinó Gennaro.<br />
—Eso supongo —dijo Harding.