PARQUE JURÁSICO - Fieras, alimañas y sabandijas
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—Dios, piensen en eso...<br />
En la sala de control, Hammond dijo:<br />
—Maldita sea esta gente: son tan negativos.<br />
—¿Todavía siguen con eso de que escapen animales? No lo entiendo: ya debieran de<br />
haber visto que lo tenemos todo bajo control —dijo Wu—. Que fabricamos los animales y<br />
que fabricamos el centro de recreo... —Se encogió de hombros.<br />
La idea más arraigada de Wu era que el parque era fundamentalmente de fiar, ya que<br />
tenía la convicción de que su paleo-ADN era fundamentalmente digno de confianza.<br />
Cualesquiera problemas que pudieran surgir en el ADN eran, en lo esencial, problemas<br />
muy localizados que se daban en el código, lo que ocasionaba un problema específico en<br />
el fenotipo: una enzima que no empezaba a funcionar, o una proteína específica que no<br />
producía efecto. Cualquiera que fuese el problema, siempre se resolvía con un ajuste, de<br />
relativamente menor importancia, en la versión siguiente.<br />
De manera análoga, Wu sabía que el Parque Jurásico tenía muchos problemas, pero<br />
no eran problemas fundamentales. No eran problemas de control. Nada tan básico, o tan<br />
grave, como la posibilidad de que un animal escapara. Wu consideraba ofensivo pensar<br />
que alguien creyera que él sería capaz de cooperar con un sistema que permitiera que<br />
cosas así sucedieran.<br />
—Es ese Malcolm —dijo Hammond, con tono siniestro—. Está detrás de todo esto.<br />
Estuvo contra nosotros desde el principio, ya saben. Tiene su teoría de que los sistemas<br />
complejos no se pueden controlar y la naturaleza no se puede imitar. Y por eso tratará por<br />
todos los medios de hacer que nuestro parque demuestre que su teoría es cierta. No sé<br />
qué problema tiene ese hombre. Demonios, aquí sólo estamos haciendo un zoológico; el<br />
mundo está lleno de ellos, y todos funcionan muy bien. Pero él va a demostrar su teoría, o<br />
a morir en el intento. Lo único que espero es que no le infunda su pánico a Gennaro y se<br />
intente clausurar el parque.<br />
—¿Puede hacer eso? —preguntó Wu.<br />
—No. Pero lo puede intentar. Lo puede intentar y asustar a los inversores japoneses, y<br />
conseguir que retiren los fondos. O bien, puede armar un lío con el gobierno de San José.<br />
Puede ocasionar problemas.<br />
Arnold aplastó su cigarrillo y dijo:<br />
—Esperemos y veamos qué pasa. Creemos en el parque. Veamos cómo termina todo<br />
esto.<br />
Muldoon salió del ascensor, saludó con una breve inclinación de cabeza al guardia de<br />
la planta baja, y bajó hacia el sótano. Con rápido movimiento, encendió los interruptores<br />
de las luces: el sótano estaba lleno con dos docenas de cruceros de Tierra, dispuestos en<br />
ordenadas filas. Éstos eran los coches eléctricos que, con el tiempo, formarían un circuito<br />
sinfín, recorriendo el parque y regresando al centro de visitantes.<br />
En el rincón había un jeep con una banda roja, uno de los dos vehículos gasolina —<br />
Harding, el veterinario, había sacado el otro esa mañana— que podían ir a todos los sitios<br />
del parque, incluso meterse entre los animales. Los jeeps estaban pintados con una<br />
banda en diagonal porque, por alguna causa, eso hacía que los triceratops fracasasen en<br />
su intento de cargar contra él.<br />
Muldoon pasó al lado del jeep, hacia la parte de atrás. La puerta de acero que daba al<br />
arsenal no tenía marcas identificatorias. Abrió la cerradura con su llave y empujó la<br />
pesada puerta sobre sus goznes, hasta abrirla del todo: el interior estaba revestido con<br />
armeros, de uno de los cuales extrajo un Lanzacohetes de Hombro Randler y una caja de<br />
acero con tubos metálicos cerrados. Bajo su otro brazo acomodó dos cohetes grises.<br />
Después de cerrar la puerta detrás de él, colocó el arma en el asiento trasero del jeep.<br />
Mientras abandonaba el garaje, oyó un retumbar lejano de truenos.