1. Llegando - Fieras, alimañas y sabandijas

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cuando el resultado es la pérdida de su sexualidad? En primer lugar, le permite vivir en zonas que de otro modo estarían cerradas para él, ya que un animal solo, o incluso una pareja, difícilmente podría perforar los túneles necesarios para alcanzar los grandes tubérculos. En segundo lugar, incluso considerando que es estéril, está ayudando a la propagación de sus genes, ya que muchos, sino todos, de los pequeños de las guarderías de la colonia son sus hermanos y hermanas directos; y cada uno de ellos tiene, al menos, la mitad de sus genes. Esta es la misma proporción que tendrían sus propios hijos si se emparejaran con un individuo de fuera de la comunidad. Nosotros desconocemos qué sendas de la evolución recorrieron los roedores ancestrales que llevaron al desarrollo de esta extraña sociedad, ni las circunstancias exactas que lo hicieron necesario o deseable. Sean las que fueran, han ocurrido varias veces en la historia de la vida. Los roedores, siendo mamíferos, están entre los últimos grupos animales que aparecieron en la Tierra y son los que han seguido esta ruta más recientemente. Los insectos tienen una historia mucho más larga. Eran ya abundantes hace doscientos cincuenta millones de años, y varios grupos de ellos empezaron a vivir en grandes comunidades. Los miembros de la familia de las cucarachas fueron los primeros en hacerlo. Fueron los antepasados de las termitas de hoy. Hace setenta millones de años, las emparejadas familias de avispas y de hormigas eran florecientes y cada una de ellas también, de forma independiente, evolucionaron hacia esta forma de vida. La hormiga cortadora de hojas de América del Sur tiene una de las comunidades más complejas. Desde varios puntos de vista, importantes y significativos, las cortadoras de hojas y las ratas-topo tienen vidas similares. Primero, ambas viven bajo tierra, por lo que están capacitadas para defender sus colonias con una pequeña fuerza de soldados especializados. Segundo, las dos han concentrado la responsabilidad de la reproducción en un solo individuo, un hecho arriesgado para que una comunidad lo haga en la mayoría de las circunstancias, pero en la seguridad casi absoluta de una fortaleza subterránea lo es mucho menos. Y tercero, ambas tienen hembras reproductoras que viven muchos años, de manera que sus hijos adultos estériles son capaces de asistir al desarrollo de las generaciones posteriores. Pero mientras que las ratas-topo obreras son capaces, en algunos casos, de ascender de una casta a otra, las hormigas obreras están irrevocablemente fijadas en las suyas, y mientras que la comunidad de ratas-topo contiene varias docenas de individuos, una colonia de cortadoras de hojas contiene varios millones. Las cortadoras de hojas resuelven el difícil problema de digerir la celulosa, que forma una gran parte de los tejidos vegetales, cultivando un hongo que lo haga para ellas, al igual que muchas termitas, incluyendo las especies belicosas, lo hacen en África. En América, sin embargo, las cortadoras de hojas inventaron la técnica por sí mismas y no usan vegetación muerta sino hojas y tallos cortados de plantas vivas. El nido de una colonia de cortadoras de hojas es gigantesco. Por encima parece que sea un pequeño montículo de tierra muy pelada, elevada en el centro unos 90 o 120 centímetros respecto a su alrededor, pero bajo tierra desciende hasta los cinco metros en un laberinto de cámaras y pasadizos. Senderos bien aplanados de varios centímetros de ancho salen de alguno de los miles de agujeros que siembran la superficie del montículo y se extienden por el bosque cercano hasta un centenar de

metros. A lo largo de ellos, día y noche, marchan continuas procesiones de hormigas, a veces de diez de frente, la mayoría cargando un pequeño fragmento de hoja recién cortada que sostienen en sus mandíbulas, y que enarbolan sobre sus espaldas como si fueran diminutas banderas. Cuando llegan al interior del nido, arrojan su carga al suelo de una cámara y se apresuran a partir de nuevo, volviendo al lugar de la cosecha siguiendo un sendero oloroso dejado por los exploradores que encontraron el árbol y ahora reforzado más de un millón de veces por sus seguidores. Los fragmentos abandonados en el nido son recogidos por una casta distinta de obreras. Mientras que las portadoras tienen el tamaño de moscas domésticas, con cabezas de 2,2 milímetros de ancho, ésas son algo menores, con cabezas que miden sólo 1,6 milímetros. Lamen los segmentos de hojas para eliminar cualquier espora o bacteria que puedan contener y que contaminarían los cultivos en el interior del nido, y los cortan aún más. Una casta de obreras todavía menores entra en funciones masticando los fragmentos hasta convertirlos en una pulpa húmeda, añadiendo pequeñas gotitas de fluido anal que ayudará a descomponer químicamente los tejidos de la hoja. El resultado de estas operaciones es llevado a unas cámaras jardín especiales. Cada una de ellas contiene una pelota de material esponjoso de color gris, cuyo tamaño varía desde el de una naranja al de un melón. Son los jardines de hongos. Las hormigas introducen cuidadosamente los fragmentos de hoja procesados en alguno de los múltiples agujeros que hay en estas masas. Aquí entran en acción las más diminutas y numerosas de todas las trabajadoras. Sus cabezas miden tan sólo 0,6 milímetros de ancho. Sólo estas enanas son lo suficientemente pequeñas para moverse en el interior de los jardines esponjosos. Trepan sobre las hojas, y con sus delicadas mandíbulas parecidas a fórceps arrancan manojos de micelios del hongo y los plantan en la superficie de la hoja macerada. El hongo crece muy rápido, cubriendo todo el fragmento de hoja con un tejido de fibras blancas en menos de veinticuatro horas. Las enanas atienden estos jardines con sumo cuidado, eliminando las fibras de hongos extraños que puedan llegar. A medida que el hongo madura, los extremos de las fibras se transforman en unas pequeñas protuberancias. Éstas son recolectadas por las obreras de todas las castas. Algunas se las comen allí mismo. Otras se las llevan de allí y alimentan a las larvas que están colocadas en las salas de guardería. La comunidad está protegida aun por otra casta, los soldados. Éstos pesan trescientas veces más que las enanas y son tan grandes como abejas. Sus cabezas están abultadas para acomodar los músculos de sus enormes mandíbulas, con las cuales pueden cortar en dos a una hormiga intrusa y producir un doloroso corte en una mano humana. En el centro de este gran nido se asienta la reina. Comparada con toda su progenie, es gigantesca, tan grande como una cucaracha, y su vida entera, una vez ha establecido la colonia, se restringe a poner huevos. Al despegar en su vuelo nupcial, varios machos se aparean con ella mientras está en vuelo. El esperma entra en una bolsa especial de su cuerpo donde puede permanecer vivo y fértil durante toda su vida. De todas maneras, como muchos insectos, sus huevos sin fertilizar también pueden desarrollarse y algunas veces ella misma los produce cerrando el conducto que comunica el receptáculo de esperma con sus oviductos. Antes de que muera, puede poner hasta veinte millones de huevos, tanto fertilizados como sin fertilizar. Está atendida por una corte de obreras de tamaño

metros. A lo largo de ellos, día y noche, marchan continuas procesiones de<br />

hormigas, a veces de diez de frente, la mayoría cargando un pequeño fragmento de<br />

hoja recién cortada que sostienen en sus mandíbulas, y que enarbolan sobre sus<br />

espaldas como si fueran diminutas banderas.<br />

Cuando llegan al interior del nido, arrojan su carga al suelo de una cámara y se<br />

apresuran a partir de nuevo, volviendo al lugar de la cosecha siguiendo un sendero<br />

oloroso dejado por los exploradores que encontraron el árbol y ahora reforzado<br />

más de un millón de veces por sus seguidores.<br />

Los fragmentos abandonados en el nido son recogidos por una casta distinta de<br />

obreras. Mientras que las portadoras tienen el tamaño de moscas domésticas, con<br />

cabezas de 2,2 milímetros de ancho, ésas son algo menores, con cabezas que miden<br />

sólo 1,6 milímetros. Lamen los segmentos de hojas para eliminar cualquier espora<br />

o bacteria que puedan contener y que contaminarían los cultivos en el interior del<br />

nido, y los cortan aún más. Una casta de obreras todavía menores entra en<br />

funciones masticando los fragmentos hasta convertirlos en una pulpa húmeda,<br />

añadiendo pequeñas gotitas de fluido anal que ayudará a descomponer<br />

químicamente los tejidos de la hoja. El resultado de estas operaciones es llevado a<br />

unas cámaras jardín especiales. Cada una de ellas contiene una pelota de material<br />

esponjoso de color gris, cuyo tamaño varía desde el de una naranja al de un melón.<br />

Son los jardines de hongos. Las hormigas introducen cuidadosamente los<br />

fragmentos de hoja procesados en alguno de los múltiples agujeros que hay en estas<br />

masas. Aquí entran en acción las más diminutas y numerosas de todas las<br />

trabajadoras. Sus cabezas miden tan sólo 0,6 milímetros de ancho. Sólo estas<br />

enanas son lo suficientemente pequeñas para moverse en el interior de los jardines<br />

esponjosos. Trepan sobre las hojas, y con sus delicadas mandíbulas parecidas a<br />

fórceps arrancan manojos de micelios del hongo y los plantan en la superficie de la<br />

hoja macerada. El hongo crece muy rápido, cubriendo todo el fragmento de hoja<br />

con un tejido de fibras blancas en menos de veinticuatro horas. Las enanas<br />

atienden estos jardines con sumo cuidado, eliminando las fibras de hongos<br />

extraños que puedan llegar. A medida que el hongo madura, los extremos de las<br />

fibras se transforman en unas pequeñas protuberancias. Éstas son recolectadas por<br />

las obreras de todas las castas. Algunas se las comen allí mismo. Otras se las llevan<br />

de allí y alimentan a las larvas que están colocadas en las salas de guardería.<br />

La comunidad está protegida aun por otra casta, los soldados. Éstos pesan<br />

trescientas veces más que las enanas y son tan grandes como abejas. Sus cabezas<br />

están abultadas para acomodar los músculos de sus enormes mandíbulas, con las<br />

cuales pueden cortar en dos a una hormiga intrusa y producir un doloroso corte en<br />

una mano humana. En el centro de este gran nido se asienta la reina. Comparada<br />

con toda su progenie, es gigantesca, tan grande como una cucaracha, y su vida<br />

entera, una vez ha establecido la colonia, se restringe a poner huevos. Al despegar<br />

en su vuelo nupcial, varios machos se aparean con ella mientras está en vuelo. El<br />

esperma entra en una bolsa especial de su cuerpo donde puede permanecer vivo y<br />

fértil durante toda su vida. De todas maneras, como muchos insectos, sus huevos<br />

sin fertilizar también pueden desarrollarse y algunas veces ella misma los produce<br />

cerrando el conducto que comunica el receptáculo de esperma con sus oviductos.<br />

Antes de que muera, puede poner hasta veinte millones de huevos, tanto<br />

fertilizados como sin fertilizar. Está atendida por una corte de obreras de tamaño

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