1. Llegando - Fieras, alimañas y sabandijas
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elefantes sacuden vigorosamente la cabeza y abren las orejas de forma que la<br />
cabeza parece tener el doble de tamaño.<br />
Estas amenazas pueden hacerse aún más explícitas dando especial relevancia a<br />
las armas que el animal utilizaría si fuera necesario: los cangrejos levantan y<br />
enseñan sus pinzas; los antílopes y los caballos, que pelean con las pezuñas, dan<br />
patadas en el suelo. Las gaviotas se atacan con el pico y con golpes de las alas, por<br />
lo que bajan la cabeza, apuntan el pico hacia el adversario y levantan algo las alas.<br />
Casi todos los mamíferos muerden mientras se pelean, por ello amenazan<br />
enseñando los dientes. Los perros y los gatos gruñen al mismo tiempo que lo<br />
hacen; las cobayas hacen rechinar sus grandes incisivos; el camello no sólo hace<br />
rechinar los dientes sino que produce al mismo tiempo gran cantidad de saliva, de<br />
forma que le queda la boca llena de espuma. Cuando un hipopótamo sale del agua y<br />
abre la boca en un descomunal bostezo, no está cansado ni aburrido, al contrario:<br />
está mostrando sus enormes colmillos con la esperanza de aterrorizar a sus rivales.<br />
Puede darse el caso de que ni siquiera estas amenazas efectuadas a corta<br />
distancia sirvan para zanjar el asunto. A veces esto sólo puede resolverlo el contacto<br />
físico. Llegados a este extremo aún es posible limitar las heridas al máximo si los<br />
contendientes se atienen a unas reglas mutuamente aceptadas.<br />
La rana veneno de flecha rojiazul de la selva amazónica, una pequeña joya con el<br />
cuerpo rojizo y las patas azuladas, sigue unas reglas que recuerdan a las de los<br />
luchadores japoneses de sumo. El macho establece un territorio cuadrado de unos<br />
dos metros de lado y se instala en su interior, normalmente sobre una raíz, a unos<br />
treinta centímetros del suelo, proclamando su propiedad con una especie de trinos<br />
parecidos al sonido de un grillo. Si un macho sin territorio lo desafía, el propietario<br />
desciende de su atalaya croando más fuerte. A veces esto es suficiente para expulsar<br />
al intruso, pero si éste le planta cara, los dos se agarran por el pecho empujando<br />
con las patas posteriores; tarde o temprano uno de los dos acaba por caer y<br />
entonces el otro salta sobre él y lo inmoviliza con una llave de brazo. Mientras<br />
luchan no dejan de croar, como si ambos insistieran en que no tienen intención de<br />
abandonar. Cuando por un motivo u otro se separan, vuelven a aferrarse, y pueden<br />
estar así hasta media hora mientras dan saltos y ruedan por el lecho de hojas secas.<br />
Al final, uno indica su sumisión arrastrándose para irse, croando con sordina de<br />
vez en cuando, como si quisiera mantener algo de su dignidad incluso en la derrota.<br />
Las jirafas para defenderse de enemigos como los leones propinan formidables<br />
patadas con sus pezuñas que pueden ocasionar golpes muy peligrosos. Pero cuando<br />
se pelean entre ellas se limitan a emplear el cuello. Dos machos rivales cuando<br />
pelean se ponen de lado, hombro con hombro, pero a veces mirando en dirección<br />
opuesta. Empiezan por levantar el cuello tanto como pueden; si ninguno de los dos<br />
se amilana con esto, uno aparta el cuello hacia atrás y lanza la cabeza de nuevo<br />
hacia delante para que los cortos cuernos de su cabeza golpeen al rival en los<br />
hombros y el cuello. Éste responde de la misma manera. Cuando la pelea se hace<br />
más intensa, los contendientes separan las patas delanteras para tener mayor<br />
apoyo. Estando tan cerca uno del otro tendrían pocas dificultades en lanzarse<br />
patadas, pero nunca lo hacen. Son como dos boxeadores de peso pesado que<br />
podrían lesionar al otro con un golpe bajo, pero se abstienen porque va contra las<br />
reglas.<br />
Los combates de las cebras se ajustan a unas reglas aún más precisas y