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1. Llegando - Fieras, alimañas y sabandijas

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pendiente más suave y una serie de postes paralelos a las laderas del valle, que le<br />

dan a la estructura la resistencia necesaria para soportar la presión del agua que se<br />

acumula en el embalse. Por último, a cada extremo del dique abren un desagüe.<br />

En las orillas del embalse, o en una de las pequeñas islas que pueden formarse<br />

en su interior, construyen su alojamiento: una gran cúpula de estacas, palos,<br />

ramas, juncos y barro, en cuyo interior se halla la cámara donde viven. Es la presa<br />

la que la hace inexpugnable, porque la única entrada es por el lago, a través de un<br />

túnel que se abre bajo el agua; sólo ágiles nadadores como los castores pueden<br />

entrar.<br />

Proteger la vivienda no es la única función del embalse. Al principio del otoño,<br />

cuando los árboles aún tienen hojas, los castores cortan arbolillos y los hunden en<br />

el lago; en el agua gélida apenas se descomponen. Más tarde, cuando una gruesa<br />

capa de nieve cubre la tierra y el lago está helado, los castores pueden salir de su<br />

refugio por debajo del hielo, dirigirse a las ramas aún verdes y alimentarse de ellas<br />

todo el invierno.<br />

El mantenimiento del dique requiere la atención constante de sus propietarios.<br />

Si llueve mucho, deben agrandar los desagües para que el agua escape antes de<br />

reventar la presa. Y cuando deja de llover, pueden tener que reconstruirlos para<br />

evitar que el nivel del embalse baje demasiado y deje al descubierto la entrada de la<br />

vivienda. Muchas de estas construcciones duran décadas, si no siglos, y las usan<br />

varias generaciones de castores. Al final, sin embargo, el lago de los castores, como<br />

todos los demás, acabará por colmatarse con sedimentos y por convertirse primero<br />

en un lugar pantanoso y luego en un prado. Sin duda, los primeros seres humanos<br />

que llegaron a esos bosques quedarían sorprendidos y admirados de encontrar esos<br />

prados fértiles en el corazón de un bosque espeso y construirían allí sus casas. Así,<br />

las preferencias de los castores siglos atrás podrían haber determinado los lugares<br />

donde los seres humanos tienen sus ciudades en la actualidad.<br />

Colocar palos de forma que encajen unos con otros y no se desmonten a las<br />

primeras de cambio, es una labor cuya dificultad puede fácilmente infravalorarse.<br />

Uno se da cuenta de lo complicado que es cuando ve a un castor colocando<br />

penosamente un palo en su dique, quedando insatisfecho con su posición,<br />

quitándolo y poniéndolo en otro sitio hasta que se convence de que está bien<br />

situado. Las aves poseen una habilidad parecida, como puede comprobarse si se<br />

intenta desmontar el más sencillo y descuidado nido hecho de ramitas. Casi todos<br />

los elementos se entrelazan entre sí. Muchas veces existe una simetría bajo la<br />

superficial irregularidad de las ramitas, un patrón radial básico o un entretejido<br />

deliberado.<br />

Las grandes aves que anidan en los árboles –palomas torcaces, grajas, cigüeñas,<br />

águilas...– hacen lo mínimo para suavizar la superficie irregular del nido, pero<br />

muchas aves pequeñas que tienen huevos delicados forman un cuenco en el centro<br />

del nido que forran con un material más blando. Cada especie tiene sus<br />

preferencias particulares sobre este tema. Los zorzales emplean barro, el bigotudo<br />

prefiere pétalos de flores. Al indicador de la miel australiano le gusta tanto el pelo<br />

que lo arranca directamente del lomo de un caballo e incluso de la cabeza de una<br />

persona. El chochín común de América del Norte se inclina por las mudas o<br />

camisas de serpiente y el eider tiene unas suaves plumas especiales en el pecho que<br />

se arranca con el pico para obtener una manta cálida y suave que ningún material

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